Mostrando entradas con la etiqueta series de TV. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta series de TV. Mostrar todas las entradas

sábado, 10 de enero de 2015

¡Qué feliz era mi valle!


 A los americanos se les está acabando el monopolio de los thrillers y las historias de detectives. Es cierto que series como The wireBreaking Bad son ya un hito de la historia de la televisión, pero no es menos cierto que los rubicundos mocetones del norte de Europa y sus excelentes The bridge o The Killing vienen pegando muy fuerte. Pues bien, en los últimos tiempos se ha unido otro jugador a la partida, y es uno en el que no acostumbramos a pensar cuando hablamos de series policiacas.

La BBC es conocida por ese tipo de series televisivas que a algunos les gusta calificar como deliciosas, es decir, adaptaciones de novelas clásicas, con muchos salones de té, paseos por jardines impecables, pasión contenida, señores con espesas patillas, profusión de ironía y ancianitas tan venerables como ingeniosas. No asociamos la televisión inglesa con el thriller. De hecho, hubo una serie titulada The bill, producida por la ITV, que se transmitió con gran éxito en Gran Bretaña durante 16 años y que apenas se exportó a cuatro países. (Personalmente, creo que no os perdéis gran cosa).

Pero todo eso se acabó: Happy valley. Recordad bien ese nombre antes de que la compren los americanos y hagan su dichosa adaptación, porque ésta siempre será inferior al original.

 Será guapo, pero también un malo malísimo de los de verdad

En este valle feliz de Yorkshire encontramos una pequeña ciudad donde la droga causa estragos entre la juventud. Allí trabaja la sargento Catherine Cawood, cuya hija se suicidó hace unos años tras dar a luz a Ryan, fruto de una violación. Tommy Lee Royce, el hombre que la violó y que desconoce que tiene un hijo, acaba de salir de la cárcel, donde ha pasado ocho años por un delito de drogas. Por otra parte, Kevin Weatherill, un hombre algo amargado que trabaja de contable en una empresa donde se siente infravalorado, tiene la posibilidad de enviar a su hija a una de las mejores escuelas del país, pero para ello necesitará un sustancial aumento de sueldo. Su jefe, Nevison Gallagher, no parece demasiado dispuesto a concedérselo.

Happy valley nos acerca a la realidad de la vida en una comunidad pequeña, ni lo bastante urbana como para ofrecer oportunidades a la juventud, ni lo bastante rural para evitar su desarraigo. En el quehacer diario de los agentes del orden ocupan no poco lugar los adolescentes y veinteañeros que se pasan el día desvencijando coches y bebiendo en los parques. Es en uno de estos parques, en la primera escena, donde los guionistas dan con un modo muy efectivo y original de presentarnos a la agente Cawood y contarnos en cinco segundos la historia de su familia.


Hablaba más arriba de Breaking bad, cuya gigantesca sombra llega hasta este valle de Yorkshire, y son varios los puntos en común con la serie que puso Albuquerque en el mapa. (Otros apuntan como influencia mayor a Fargo, pero yo vi la película de los Coen cuando se estrenó, allá por ¡uf!, y no he visto la reciente adaptación televisiva). En primer lugar, naturalmente, tenemos el modo en que el negocio de la droga se arraiga en todos los estratos de la sociedad. Ahí está, por ejemplo, Ashley, el distribuidor de drogas de la zona, dueño de una especie de camping de caravanas bastante cutre que utiliza como tapadera al modo en que Gus utilizaba Los pollos hermanos. Hay que decir aquí que, en comparación con Breaking bad, todo en este valle sucede a una escala mucho menor, lo cual le da mayor verosimilitud. No hay aquí deus ex machina en forma de accidente de avión, ni ametralladoras que disparan con implacable precisión desde el maletero de un coche. La BBC se ha inclinado por un crudo realismo tanto en el argumento como en el retrato de personajes y sociedad. Este realismo ha motivado algunas críticas, en especial por la violencia de algunas imágenes, y es que el público de la BBC no está acostumbrado a según qué cosas.


 En segundo lugar, y aunque Kevin Weatherill no es el personaje principal, uno no puede dejar de compararlo con Walter White, un respetable padre de familia a quien la necesidad de dinero y el azar llevan a convertirse en criminal. Quizá podría reprocharse a Happy valley que la inagotable estupidez de Kevin va demasiado lejos en una obra de ficción, pero a ello podría responderse que dicha estupidez es superada día tras día en la vida real. En cualquier caso, el papel de Kevin no se limita a ser el desencadenante de la historia.

Al lado de los traficantes, violadores, secuestradores y asesinos con los que se mezcla, podría uno pensar que Kevin no es más que un pringao que ha cometido una tontería. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar: Kevin es un personaje absolutamente despreciable, y es su verosimilitud lo que lo que lo convierte en, además de despreciable, siniestro. ¿No conocemos todos a alguien capaz de racionalizar cualquier falta o delito que cometa? "Me cuelo en el metro, sí, pero es que es muy caro". "Robé esto en el Corte Inglés, pero es que ellos explotan a sus trabajadores". Kevin es incapaz de admitir su culpa, y no deja de insistir en que todo ha sido un cúmulo de circunstancias desafortunadas. La droga es ubicua en nuestra sociedad, pero el verdadero problema son los Kevin que tenemos por vecinos.


El ritmo de esta serie llega a ser de taquicardia, y recuerdo que al final del cuarto episodio estaba temblando de la tensión como no recuerdo haberlo hecho nunca antes. A partir de ese momento, quizá dicha tensión baja un poquito, y la serie pasa a centrarse más en los dramas de las respectivas familias: la de la policía, la del criminal, la del inductor y la de la víctima. Ahondamos entonces en las miserias de la vida familiar de Catherine, y en la durísima relación que tienen todos con Ryan, el niño de ocho años, hijo del criminal al que toda la policía anda buscando. En estos dos últimos episodios, que, como digo, tienen algo de anticlímax tras el ataque de nervios que ha sufrido el espectador, se ahonda en una idea que, por obvia y manida que pueda parecer, no deja de ser una gran verdad: tus actos tienen consecuencias para la vida de los demás.

Trailer de Happy valley

Happy valley tiene en Tommy Lee Royce a uno de los malos más malos que he visto en mucho tiempo, pero el personaje, sobre todo hacia el final, va mucho más allá de la mera maldad. Algunos, tanto espectadores como los mismos personajes, se preguntan si Tommy es un psicópata. Ésa es, sin duda, la impresión que da en los primeros episodios. Más adelante, sin embargo, si bien lejos de llegar a sentir comprensión por él, el espectador sí entrevé en él una dimensión más humana, en el sentido más siniestro de la palabra. En todo caso, el duelo entre Catherine y Tommy se convierte también en un duelo entre actores. Impecables, magníficos, extraordinarios los dos, como de hecho todos los demás (marca BBC), en este duelo es difícil juzgar quién sale vencedor, pues Sarah Lancashire, que interpreta a Catherine, es una consagradísima actriz, mientras que James Norton (Tommy) acaba de empezar, como quien dice. Pero recordad también su nombre, porque el chico va a dar que hablar.

Kevin y las malas compañías

Volviendo a comparar entre la televisión americana y la británica, otra notable diferencia es que estos últimos saben muy bien cuando hay que parar. Recordad si no Fawlty Towers, una de las mejores comedias de la historia de la televisión británica, de la que se hicieron sólo doce miserables episodios. Y qué decir de The office, una de las series más influyentes de los últimos años (aunque demasiado inteligente para determinados países) y de la que también se hicieron tan sólo dos temporadas. Esta contención tan británica es especialmente sangrante en el caso de Happy valley, dado que sólo se han hecho seis episodios, si bien en términos de ritmo, argumento y desenlace, no sobra ni falta un minuto. Pero uno se queda con ganas de más. Afortunadamente, la BBC ha anunciado ya una segunda temporada.

En resumen, permanezcan atentos a sus pantallas y no se pierdan esta gran serie.

martes, 22 de enero de 2013

The bridge, un thriller sueco-danés


Menos mal que ahí están Isak Dinesen, Strindberg, Ibsen o Ingmar Bergman, porque si no, cualquiera diría que los escandinavos no saben hacer otra cosa que matar gente e investigar. Pero para qué negarlo, eso de los thrillers se les da muy bien. Hace un año reseñaba la serie danesa The killing, que arrasó en Gran Bretaña y que era tan buena que los americanos decidieron cargársela haciendo su propia versión. Pues bien, parece ser que en el 2012 fue la sueco-danesa The Bridge la que mantuvo a Inglaterra en vilo durante diez semanas.

El puente del título es el Oresund, que conecta la ciudad sueca de Malmö con la capital de Dinamarca. La serie se abre con el hallazgo, justo sobre la línea que separa los dos países, de (lo que parece ser) el cadáver de una mujer. Esa circunstancia, y otras que no revelaré, obliga a que sean un detective danés y una sueca los encargados del caso.


A partir del hallazgo del cadáver, los asesinatos se suceden en lo que, según el asesino, que cuelga algunos de sus crímenes en internet y en vivo, no es sino una denuncia de las injusticias que asuelan la sociedad. El asesino se convierte así, por lo menos durante un tiempo, en una especie de justiciero universal, más todavía cuando, merced al éxito de su chantaje, les perdona la vida a sus víctimas, 

 Como es de rigor en este tipo de thrillers, el mayor atractivo de la serie radica en los dos investigadores y en la extraordinaria interpretación que hacen los respectivos actores, al igual que todo el reparto.
A estas alturas, tenemos que empezar a aceptar que una pareja de detectives de carácter y modo de trabajar radicalmente diferentes, que se ven obligados a compartir caso, ha dejado de ser un cliché para convertirse en un requisito. Qué aburrida sería una serie con dos detectives que, además de ser grandes amigos, están perfectamente compenetrados. Y sin embargo, nuestros dos detectives, aunque no pueden llegar a ser amigos, sí se aprecian mutuamente y trabajan muy bien juntos.


Saga Noren es una detective exasperantemente perfeccionista, escrupulosa cumplidora de las normas, y de una inteligencia prodigiosa. Por si fuera poco, es un pedazo de sueca que le da a uno ganas de salir volando a Benidorm. Sin embargo, la chica es, en palabras de todos los que la conocen, "una tía rara", y todo indica que sufre una forma de autismo. Tanto en su trabajo como en sus relaciones, Saga se rige exclusivamente por la lógica. Así, desconoce las más elementales normas sociales, como la de elogiar el trabajo bien hecho, y es incapaz de decir una sola mentira, aunque la gente se lo implore, por ejemplo una madre que no sabe si volverá a ver a su hija con vida. Cuando la invitan a comer y le preguntan si quiere repetir, dice que no le ha gustado la comida. Cuando quiere echar un polvo, busca a alguien que le guste y le pregunta si le apetece follar.

Por su parte, su colega danés Martin Rohde, es un tío afable y campechano, que sabe que a veces hay que saltarse las normas y, otras veces, mentir. Dichas virtudes no benefician precisamente a su vida familiar, y mientras ésta se desmorona por momentos, Martin se propone enseñar a Saga a ser una persona más normalita e integrada.


Qué voy a decir de la trama. A mi mujer y a mí nos ha enganchado a la pantalla diez noches seguidas (bueno, nueve; no pudimos esperar al día siguiente para ver el último episodio) y ahora nos hemos quedado huérfanos. El modo en que los diferentes hilos de la trama quedan engarzados es soberbio, si bien se bordea en todo momento los límites de la credibilidad. A diferencia de The Killing, donde teníamos dos historias paralelas (la investigación policial y las elecciones a la alcaldía), lo cual la emparentaba en algunos momentos con The Wire, en la serie que nos ocupa la intriga la proporciona no sólo la abundancia de pistas falsas (arenques rojos, se dice en inglés), sino también, el modo en que, paulatinamente, la vida privada de los dos detectives va cobrando importancia en la investigación, y sobre todo, la constante sensación de que la historia no puede acabar bien del todo.



Huelga decir que los americanos han decidido mejorarla. Para ello, le quitarán ese engorro de los subtítulos; presumiblemente, le darán otro final, y situarán la escena inicial en la frontera entre México y EEUU. Por su parte, franceses y británicos producirán The tunnel, que se abrirá con un político que aparece asesinado en mitad del Eurotúnel. (Desgraciadamente, parece que se desmienten los rumores sobre una versión franco-hispana titulada El peaje de la Junquera). Me pregunto cómo solventarán todos estos plagiadores legales el problema lingüístico. Uno de los aspectos de The Bridge que me ha resultado más interesante es el modo en que suecos y daneses son incapaces de hablar la lengua del otro, y aun así se entienden mutuamente a la perfección.

La intro es discreta, elegante, sutil y, en mi opinión, una pequeña maravilla.


El tema principal está interpretado por un grupo danés llamado Choir of young believers. El nombre de la banda como la letra es un tanto pretencioso, y la incomprensible, pseudo-poética letra es abiertamente pomposa, pero si uno no le presta demasiada atención y se concentra en la melodía y las voces, disfrutará de una pieza bella y sugerente. Aquí podéis escucharla al completo.


viernes, 15 de julio de 2011

Series nuevas y no tan nuevas

Para que toda Inglaterra esté pendiente de una serie danesa subtitulada, esa serie tiene que ser muy especial, y The Killing, desde luego, lo es. 
Se comete un crimen y dos policías con personalidades y métodos de trabajo completamente opuestos lo investigan. No suena muy original, y la verdad es que los primeros tres o cuatro episodios me dejaron un poco frío. Cuando arrestan al culpable en el tercer episodio de una serie de veintipico, algo te dice que no, que ése no es. Poco a poco, sin embargo, personajes, trama y realización te va atrapando hasta que, cual televidente inglés, te conviertes en un adicto. Tenemos dos líneas principales, la investigación del crimen y las elecciones a la alcaldía de Copenhague, y, como es de ley, las dos líneas se cruzan y anudan.
Se nos dice en la caja que es la nueva The Wire, pero yo creo que una de las mayores virtudes de esta serie es que no intenta ser como la grandiosa serie americana. Los polis daneses no juegan a ser como sus descreídos, sarcásticos, viciados y joviales compañeros de profesión baltimorenses. Para algo son daneses, es decir tirando a fríos y de escasos juramentos.
Una de mis series del año. Juro por mi honor y conciencia que jamás veré el remake que han hecho los americanos.


Tres son las grandes virtudes de True Blood: la primera, la premisa de la que parte. Estamos en una sociedad donde humanos conviven con vampiros y donde éstos reivindican igualdad de derechos ante el recelo de aquéllos. True Blood es la marca de una bebida de sangre sintética, que constituye el alimento de los vampiros, aunque todo el mundo sabe que lo que de verdad les pone es la sangre humana auténtica. Por otra parte, la sangre de vampiro es una sustancia alucinógena y megaafrodisiaca, y tanto vampiros como humanos trafican con ella. La convivencia entre vampiros y humanos, así como el tema de la irreversible conversión a vampiros y el peligro que estos suponen para la sociedad pueden verse como metáforas de conflictos habituales en la sociedad. Quizá la más evidente sean las relativas a la homosexualidad, a los seropositivos, o a los negros, pero el creador de la serie, Alan Ball (que creó también la inolvidable Six feet under), niega una relación tan directa.
La segunda gran virtud es, sin lugar a dudas, su secuencia inicial, una absoluta obra de arte.


La otra gran virtud de esta serie es que no se toma a sí misma demasiado en serio. Así, desde el primer momento vemos cómo los mismos protagonistas cuestionan, de manera humorística los -por lo visto- falsos tópicos sobre los vampiros. Esta actitud es de agradecer en una serie contemporánea sobre vampiros y en cuya tercera temporada, por ejemplo, figuraba una banda de hombres lobo (con aullidos y todo), mientras que para la cuarta nos anuncia una remesa de hadas.
La primera temporada me pareció excelente, quizá por la novedad, y la segunda tuvo también muy buenos momentos. Creo que en la tercera el nivel bajó bastante, y hubo momentos francamente embarazosos (Jason haciendo el paripé, con el buen papel que tuvo en las dos primeras temporadas), y confieso que no espero demasiado de la cuarta.


Hay series que envejecen mal, en especial las comedias. Hace poco vi en youtube un poco de The young ones, que en mis años mozos era LA serie que había que ver, y se me cayó el alma a los pies. ¿De verdad yo llegaba a llorar de risa viendo eso? Otras ya no nos hacen reír mucho, aunque conservan todo su encanto, como Cheers. Algo parecido sucede con Doctor en Alaska, cuya primera temporada todavía se deja ver con una sonrisa, pero las situaciones y las relaciones entre los personajes son demasiado previsibles como para ir más allá. Por otra parte, veo que las que de verdad sobreviven al paso del tiempo son, entre muchas otras, aquellas de verdadero humor inteligente (un concepto discutido y discutible en nuestro país), como Fawlty Towers, Black Adder o Seinfeld. Esta última no la vi en su día, y la insistencia de un compañero de trabajo al final me persuadió.
Aparte de sus brillantísimos diálogos, Seinfeld es una joya por la imaginación y creatividad de los guionistas. ¿Pueden las vicisitudes de cuatro amigos en Manhattan, que hacen poco más que hablar metidos en un piso, dar para nueve temporadas? Pueden, sí (y sin asomo de parecido con Friends, que en sus últimas e inacabables temporadas, era absolutamente inmunda). De momento, sólo he visto las tres primeras y, aparte de un ligero bajón en los primeros episodios de la tercera, esta serie es divertida, inteligente y, aún hoy, innovadora. Recuerdo, por ejemplo, un episodio en el que los protagonistas esperan mesa en un restaurante, u otro en el que dan vueltas por un parking, sin conseguir recordar dónde han dejado el coche. A partir de unas situaciones tan triviales y con tan poca chicha como ésas son capaces de crear pequeñas historias memorables. En algunas entrevistas, Jerry Seinfeld y Larry David coinciden en que costó convencer a los productores de que apoyaran el proyecto de una serie que trataba sobre... nada.

La genialidad de esta serie me hace pensar en el triste panorama de la comedia en nuestro país. Me pregunto si el homo hispanicus algún día desarrollará lo que se llama sentido del humor inteligente. De acuerdo, ya nadie va a la tele a contar chistes de gangosos y mariquitas, pero echando un vistazo (breve, muy breve, que yo no aguanto más de unos segundos) a lo que se podría denominar sitcoms españolas, es para echarse a llorar.

Y ésta ha sido mi gran decepción de este año. Reconozco que carezco de suficientes elementos de juicio, ya que creo que no llegué al tercer episodio. Reconozco también que seguramente soy yo, y no las legiones de devotos de esta serie, el que está equivocado, pero a mí, los dos primeros me dieron esa inconfundible impresión que tenemos cuando nos encontramos ante un auténtico e impecable bodrio.
Treme nos cuenta la vida de una serie de habitantes de Nueva Orleans unos meses después de la tragedia del huracán Katrina, y nos deleita con diálogos del tipo
-Papá, no te puedes quedar aquí.
-Hijo mío, éste es mi hogar
entre padre testarudo e hijo que triunfa en Nueva York y ha olvidado sus raíces.
Hay que destacar a los personajes, esterotipados hasta la náusea, y algunas escenas que producen vergüenza ajena (la entrevista entre el periodista inglés y John Goodman es posiblemente lo peor que se ha hecho en televisión en las últimas décadas). Pero lo peor de todo es el argumento, o mejor dicho, la completa y absoluta falta de. Y mira que tenían materia prima para crear historias (odiosa comparación: mientras Seinfeld crea buenas historias a partir de nada, Treme lo convierte todo en cliché).
Hace unos meses, en un blog de por ahí hablaban de esta serie y nos decían por qué habái que verla. Me llamó la atención que entre sus razones brillara por su ausencia  algo tan sencillo como el argumento. Por algo será.
Juzgando por esos dos primeros episodios, Treme se me antoja una antología del buen rollito y de lo guay que es Nueva Orleans (otra penosa y ridícula escena, la de los turistas escuchando a un música callejero). Los de HBO han pensado que les bastan esas iniciales, música guay y grandes actores para embaucarnos. Pues a mí la serie me ha parecido odiosa, como la mayoría de sus personajes.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Restos de temporada (2)

¿Fue él?, de Stefan Zweig
Zweig siempre nos hace reencontrarnos con el placer de las historias bien escritas y, aunque suene filisteo, a la manera clásica, es decir, de personajes bien dibujados, historias bien desarrolladas, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, y donde el escritor se preocupa más del lector que de su propio ego. ¿Fue él? es una excelente historia de celos que consigue escapar del terreno acostumbrado para este tipo de historias (esposos, hijos, socios), y ofrecernos una nueva perspectiva (un perro). Uno se pregunta si Zweig era capaz de escribir algo malo (lo era: Los Ojos del hermano eterno era un tostón pretencioso, y El Candelabro Enterrado, otro tanto; como les sucede a tantos autores, se pierde cuando sale del terreno conocido). 
Hay que decir, sin embargo, que la publicación de este y otros cuentos en una colección sería beneficioso no sólo para el bolsillo del lector, sino también para apreciar el gran talento del escritor austriaco. Porque lo de Acantilado y Stefan Zweig es de escándalo. Con el éxito de aquellas ediciones de Carta de una desconocida o Veinticuatro horas en la vida de una mujer descubrieron que en Zweig tenían un auténtico filón. Desde entonces no han dejado de publicar hasta novela tras novela, biografía tras biografía, o, como en este caso, cuentecillo tras cuentecillo. Bien... si no fuera porque estos cuentecillos deberían publicarse reunidos en una colección. ¿Alguien se imagina publicar uno por uno los cuentos de cualquier otro escritor?

Ghost World, de Daniel Clowes
Buscando la imagen que acompaña al texto, me he dado cuenta de que se hizo una película de este libro, con una jovencísima y despampanante Scarlett Johansson, y no sólo eso, sino que además la vi hace unos cuantos años. Sí, ya me acuerdo. Steve Buscemi hacía el papel de Skeetes, que, la verdad, le iba que ni pintado. Sin embargo, mientras leía el libro, en ningún momento tuve la sensación de estar repitiendo. Quizá la película no fue tan memorable, quizá falla algo con mi memoria, quizá es algo absolutamente normal que le pasa a todo el mndo.
Divagaciones aparte, la verdad es que Ghost World es un excelente retrato de la adolescencia en el que Daniel Clowes, pese a tratar un tema tan trillado, es capaz de encontrar un tono fresco y entregarnos una historia diferente. Triste. Mucho más dura de lo que parece.

.
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, de A.G. Porta y Roberto Bolaño
Supongo que se debe a que he leído algo a Bolaño y nada a Porta, pero esta novela me parece 100 por 100 bolañesca, bolañiana y bolañil. Como tantas otras novelas primerizas reeditadas de manera semipóstuma (Porta sigue vivo, y espero que por muchos años), el mayor interés radica no en lo que es sino en lo que promete. Descaro, acción y pasión por la literatura.
Consejos... es, antes que nada, una novela muy entretenida que se lee de un tirón. El narrador, Andrés Ros, débil e inseguro aspirante a escritor, se ve arrastrado por su compañera Ana, frívola y cruel, a robar a la casera de esta y matarla. Empieza entonces su vida en la clandestinidad, que ambos saben sólo puede acabar mal. 
La breve historia que completa el libro, "Diario de Bar", es una pequeña maravilla.


Los Gitanos, de A.S. Pushkin
Uno de los sueños que tiene cualquiera a quien un día le da por estudiar ruso es llegar a leer algún día a Pushkin en el original. Pues servidor ha hecho realidad su sueño. Desde luego, mi nivel no me permite apreciar la belleza del estilo de Pushkin al cien por cien, pero creo que sí me ha permitido disfrutar de ese estilo más que si lo hubiera leído en una traducción. Porque ése es el principal motivo de que Pushkin no goce entre nosotros de la popularidad que se merecería. Aparte de Eugenio Oneguin, la obra de este poeta se considera como algo de rusos y para rusos (o estudiantes de), algo que de hecho sucede con la poesía en general. Su obra lírica, de una popularidad en su país incomparable con ninguno de nuestros poetas, pierde demasiados quilates con la traducción, por muy buena que ésta sea.
Los Gitanos narra una historia muy propia del romanticismo (es difícil imaginar a Pushkin sin Byron), con el hombre civilizado que anhela la pureza del buen salvaje.
Tengo en casa casi todas las grandes novelas en verso de Pushkin, en ruso, que compré en la todavía Unión Soviética allá por finales de 1990. A ver si un día de éstos me atrevo con Ruslán y Ludmila.



La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo
La historia del viejo que quiere echar una canita al aire con una ninfa, virgen, o cándida pastorcilla se ha contado en numerosas ocasiones. Me vienen a la mente ahora La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, o las Memorias de mis putas tristes (que no he leído), de García Márquez. Con la primera, aparte de la premisa básica, poco más tiene que ver.
Del buen viejo, que a ratos pierde el adjetivo, sabemos que es viudo, que trabaja en una oficina, que es probablemente un poderoso empresario a quien la Gran Guerra le está haciendo cada día más rico, lo cual no deja de corroerle la conciencia, y que se trata de una persona influyente, a quien acude la gente para que interceda por ellos y les consiga un puesto de trabajo.
Un día se cruza en su camino una cándida jovencita, y el buen viejo, halagado en su doble faceta de hombre poderoso y figura paternal, no puede resistirse a sus encantos y decide llevarla al huerto bajo la promesa de encontrarle un trabajo mejor. A partir de ese momento, el viejo se debate entre su conciencia,  su amor propio, que la jovencita no tardará en herir,  y las últimas pulsiones de su deseo.

"El deseo en él era virilmente sereno, pero total. Eso era algo indudable. No recordaba que en su juventud, como persona delicada que era, cada vez que había comenzado una aventura semejante a aquélla se había debatido entre los grandes problemas del bien y del mal. Ahora sólo veía un aspecto de la cuestión y le parecía que lo que él iba a coger le correspondía, cuando menos como una compensación por todo el tiempo que había estado privado de tanto gozo."

No tardará en darse cuenta de que ha caído en las delicadas garras de una pelandusca.
Y así, a través de esta historia tan vieja y manida, Svevo retrata con una maestría pasmosa la grandeza, la ingenuidad y la miseria del alma humana.


Mad Men, cuarta temporada.
Ya decía, en la reseña de la tercera temporada, que esta serie había cambiado algunos de sus planteamientos iniciales. Esta serie de cambios se han consolidado en esta temporada. Ha cobrado aún más importancia el trabajo actoral y el desarrollo de los actores, y la ha perdido el retrato de la época. De hecho, aparte de la guerra de Vietnam de fondo, pocas pistas nos indican que estamos en 1964. Los temas sociales, como el racismo, el sexismo, siguen presentes, pero cada vez  de forma más anecdótica. Por otra parte, algunos de los personajes, como Roger Sterling, se van convirtiendo cada vez más en esterotipos de sí mismos. Roger era un personaje interesante en las dos primeras temporadas; en ésta es bastante anodino. Y Pete Campbell, desde que se ha "hecho bueno", puede que haya ganado verosimilitud, pero ha perdido interés. En conclusión, sigue siendo una serie espléndida, aunque probablemente ésta sea la temporada más floja de las cuatro. 

viernes, 29 de octubre de 2010

Un poco de todo


Algo ha cambiado en esta temporada. Ni para mejor, ni para peor, pero ha cambiado. Las dos primeras me sorprendieron por su sutileza, su ritmo lento y denso, y esa sensación de qué poco pasa y cuánto sucede. Esta, en cambio, me ha parecido más directa, menos sutil, más televisiva, sin que nada de ello sirva de crítica.
Estamos en 1963. En Sterling & Cooper, adquirida (al final de la temporada anterior) por una multinacional británica, continúa el ajetreo para todos menos para los cada vez más ociosos socios. Algunos secretos empiezan a dejar de serlo: Don es testigo accidental de las inclinaciones seuales de Salvatore, mientras ve cómo Betty desvela el grandísimo secreto de su vida. El matrimonio Draper consuma su hundimiento. Joanie va conociendo mejor a su marido, que al final de la temporada anterior la violó. Lee Harvey Oswald, o quien sea, cambia el curso de la historia. Y ante la perspectiva de que Sterling & Cooper vuelva a ser vendida a una multinacional impersonal e inhumana, los personajes más interesantes se autodespiden y, de manera casi clandestina, fundan su propia empresa, con oficina central en una habitación de hotel.
IComo de costumbre, ipresionante trabajo de actores, guión inteligente, y personajes creíbles y siempre impredecibles.
Pronto, la cuarta.

"Las Soledades no se leen, se estudian", parece ser que dijo Cernuda. Pues el niño vampiro no sólo se niega a estudiarlas, sino que además las ha leído en tiempo récord. Y de ellas ha entendido tanto como debió de entender el "amigo de Don Luis de Góngora que le escribió acerca de sus Soledades", carta atribuida a Lope de Vega y escrita en tono más bien jocoso. 
Bastante mejor ha entendido la introducción de John Beverley, que nos regala una interesante interpretación marxista de la obra. Ahí es nada.
Seth, un ilustrador que anda medio perdido por la vida, incapaz de mantener una relación duradera, y que parece tener un único amigo, se pasa las horas muertas rebuscando entre comics antiguos en librerías de viejo. De este modo da un día con una viñeta de Kalo, un ilustrador del que jamás había oído hablar y que, a partir de ese momento, se va a convertir en su obsesión. En su busca de todo lo poquísimo que Kalo publicó, y en el intento de averiguar más sobre el enigmático personaje, Seth se enfrenta con sus fracasos, sus miserias y sus obsesiones. Un libro sencillo, bello, profundo y conmovedor.
Debería haber sospechado al ver esas FX mayúsculas. Y es que la cadena marca la diferencia. Y después de ver algunas de las joyas de HBO, Justified es como volver hacia atrás. En algún aspecto, los guionistas mismos son conscientes de ello. Un ejemplo: tanto en Los Soprano como The Wire, Six Feet Under, o incluso las series más comerciales y populares como Heroes o Prison Break, hace ya mucho tiempo que se abandonó la estructura de un episodio - una historia. Con la adopción de un estilo basado en una multiplicidad de historias que se alargan, entrecruzan o funden, las series de televisión han evolucionado hacia una imitación de la vida, en los mejores casos, o de la reality, en los peores. Incapaces, por el motivo que sea, de adaptarse a los tiempos televisivos, los guionistas de Justified intentan mantener cierta apariencia de continuidad, con la aparición en las primeras escenas de algún persoaje del episodio anterior, al mismo tiempo que se niegan a renunciar a los largos resúmenes al principio de cada episodio, que en este caso, son totalmente irrelevantes (debo confesar que no tengo la total certeza de que esto sea así: sólo vi tres episodios, ¿quién sabe? A lo mejor todo tiene su porqué al final). 
Pero lo peor no es eso, sino la historia del sheriff superchulo y poco ortodoxo al que, por haberse cargado a un perverso traficante en el que el criminal "desenfundó primero", envían a una ciudad de mala muerte de la América profunda. Diantre, ¿pues no me parece que eso yo lo he visto antes?
Lolita Bosch es uno de los referentes de la literatura catalana contemporánea. Una mujer interesante, a juzgar por sus artículos. No había leído ninguno de sus libros y con Qui vam ser, un librito de apenas 90 páginas, con aparencia de pastiche entre memorias, ficción, poesía y fotografías al estilo Sebald, me las prometía yo muy felices. ¡Helás, no fue así! La promesa, me refiero. El libro, efectivamente, consiste en un pastiche como el que esperaba, pero su supuesta originalidad no pasa de ahí.
A todos nos interesa la historia de nuestras relaciones. Todos nos sentimos fascinados por cómo conocimos a fulanita, qué nos dijimos la primera vez que hablamos, cuántas veces pensé en decirle aquello antes de decírselo de verdad, y cuántas entradas de cine guardo de películas que fuimos a ver juntos. El problema es que este tipo de historias deja de parecernos tan fascinante cuando se trata de las relaciones de otra persona. Y eso es lo que le pasa a este libro. Lolita Bosch ha escrito un libro sincero, apasionado y, para mí, carente de interés. En ocasiones, he tenido la sensación de estar leyendo el diario de un adolescente, con un lenguaje que sorprende por su pobreza. 
Un libro que se salva por los poemas incluidos en él de Oliverio Girondo, Francisco Villaurrutia o Sor Juana Inés de la Cruz.
Cuando uno termina de leer y disfrutar un largo novelón, se queda huérfano de lectura, una orfandad que puede durar de unas horas a unos días. Buscamos y buscamos un libro que esté a la altura del que acabamos de leer, o que de alguna manera continúe esa lectura, bien sea porque es del mismo autor, o del mismo país, o de un tema parecido. Pero también puede suceder lo contrario, que busquemos un libro totalmente diferente, que dé carpetazo a nuestra anterior lectura
Supongo que fue por este último motivo que, tras The Corrections, escogí Lluvia Negra para llenar ese hueco de ¿y ahora qué leo? que deja un libraco de 600 páginas.  Y si no fue una elección acertada, no es por culpa del libro. Me consta que es una gran novela. Pero la literatura es amor, y el amor, ya se sabe, de donde no hay, no se puede sacar. 
Volveré a intentarlo, a su debido momento.
Y esto es lo que estoy leyendo ahora. La autobiografía de Klaus Mann, novelista, hijo de grandísimo novelista. Más de 600 páginas de literatura, historia, saga familiar, envidias, Hitler, suicidios...

viernes, 15 de octubre de 2010

Los Soprano, sexta temporada

Creo que uno de los motivos por los que Los Soprano es una de las mejores series de la historia de la tele es... porque está muy lejos de ser perfecta. Los Soprano trata de muchas cosas: de la familia, del honor, de la lealtad, de la búsqueda de la felicidad, de la familia, de la (in)satisfacción, de la conciencia, de la lucha del individuo frente al grupo, de la familia, de la rebelión, de la amistad y, sobre todo, de la familia. Y como nada había más lejos de la intención de sus creadores que producir una serie perfecta, decidieron dar a las cosas la importancia que merecen. Lo hicieron a costa de la cohesión y de la verosimilitud. 
Verbigracia: los personajes aparecen, desaparecen, surgen de la nada y regresan a ella cuando le conviene a la historia. En un episodio vemos a Tony convertido de repente en un ludópata asiduo de casinos.  Del mismo modo, con tanto asesinato salvaje, resulta poco creíble que la policía sea incapaz de encontrar rastros de ADN que inculpen a cualquiera de los personajes. A más de uno esto le parecerán fallos imperdonables en una serie de tanto prestigio como esta. A mí, en cambio, me parece que en eso precisamente radica gran parte de la grandeza de Los Soprano. Hay muchas series de factura impecable, redonda en cada uno de sus aspectos, con absoluta cohesión, donde todos y cada uno de sus hilos están perfectamente trenzados, que rebosan verosimilitud... y que, por decirlo de una forma suave, no interesan ni la mitad que esta. Los guionistas de Los Soprano han sabido tensar ambas cuerdas (cohesión y verosimilitud) al límite, lo justo para crear una serie genial sin peligro de romperse por las costuras.
Y una vez dicho eso, ¿qué decir de esta(s) última(s) temporada(s) (por algún motivo que nadie llegó a comprender, decidieron dividir esta temporada final en primera y segunda parte, cuando son claramente dos temporadas diferentes)? Pues, mayormente, que en en ella viajamos del principio del fin al fin del fin.
El principio del fin: Uncle Junior, cada día más afectado por la demencia senil, le descerraja un tiro a Tony. En el primer episodio. Ahí es nada. Mientras se debate entre la vida y la muerte, Tony sueña que es un hombre de negocios, pacífico, honrado, que en un viaje de negocios por un error cambia su identidad por la de otro hombre. Cuando sale del coma, Tony ya no es el mismo. Debilitado, inseguro y... feliz y agradecido. "Every day is a gift!" Pero "la familia" empieza a cuestionar su autoridad, y Tony ve traidores por todas partes.
Por otra parte, a Vito Spatafore lo sacan del armario. Intolerable. Antes de que prácticamente todos menos Tony decidan que hay que acabar con él, Vito se escapa. Oculto en una pensión de una pequeña ciudad, empieza a construir una nueva vida y por primera vez tiene una relación sentimental abierta y sincera con otro hombre. Pero las familias, la una y "la otra", pesan demasiado, y Vito pagará su culpa a manos de Phil Leotardo. 
Y así empieza la caída al abismo. Uno tras otro, irán cayendo todos. Algunos, como Chris, de manera absolutamente inesperada e impresionante. Una auténtica espiral de violencia, mientras la familia de Tony tiene que enfrentarse a la depresión y desconcierto de A.J.
En los dos últimos episodios se suceden las caídas de capitanes y capitostes. Sube la tensión, la temperatura y la bilirrubina, mientras Tony, traicionado y consciente de que se acerca el fin, se esfuerza por dejarlo todo atado y bien.
La última escena, que creo recordar batió récords de audiencia en su día, provocó más de una decepción. A mí me ha parecido de lo mejorcito de toda la serie. Ahí está todo. El origen, el final en familia, la sospecha, la incertidumbre, los diálogos tan cargados como en apariencia banales, el homenaje a El Padrino... Ese negro y ese silencio se han interpretado como la muerte desde el punto de vista de Tony. Es posible. Quizá muera, o quizá vaya a juicio. Sorprende que los fieles espectadores de la serie vieran en esta escena un final ambiguo. No hay necesidad de ser más explícito. No hay vuelta atrás. Fin del viaje. Está bien claro. Negro.

domingo, 1 de agosto de 2010

Mad Men, segunda temporada


Excelente segunda temporada.
Hemos entrado ya en los 60. La muerte de Marilyn Monroe nos recuerda a lo que pasará décadas más tarde tras el accidente de la Princesa Diana.
 Seguimos fumando como carreteros, aunque ya no produce tantas náuseas como en la temporada anterior (creo que se debe a que no vemos con tanta frecuencia a Don fumando antes de comer, o justo después del último espasmo coital).
Crece la empresa y, aunque los avatares de Sterling & Cooper no son el principal foco de interés, sí son un excelente hilo conductor para este fascinante retrato de una época y unos personajes. Primera fotocopiadora, que causa sensación.
Asciende Peggy Olsen, que se convierte en imprescindible. Un cura recién llegado a la parroquia, y que no inspira demasiada confianza al telespectador, se propone salvar su alma.
La despampanante devorahombres de Joan, prometida con un novio que es muy buen partido, se revela como una víctima del machismo imperante.
Padres e hijos. El accidente del avión de American Airlines da lugar a chistes de muy mal gusto. El peor de ellos, el de Pete Campbell, que luego descubre que su padre está entre las víctimas.
Problemas maritales entre Don y Betty. Serios. En un viaje de negocios en California, Don escapa hacia su pasado.
Grandísimo personaje nuevo: el odioso comediante Jimmy Berett, desencadenante de la separación entre Don y Betty.
Cita con Peggy Olsen para ir a un concierto de Bob Dylan. Risitas y miradas de entendimiento. Pero no. "Yo no quiero salir con Peggy; soy homosexual". El horror. Sólo un extranjero es capaz de semejante siinceridad.
Una ironía del destino volverá a unir, de manera un tanto precaria, a los Draper.
Crisis de los misiles. El mundo puede acabar se en cualquier momento.
Sobrecogedora confesión final entre Peggy y Pete.
Gran serie, enormes personajes.

martes, 22 de junio de 2010

Los Soprano, quinta temporada

Salen viejos compinches de la cárcel, y Tony intenta reintegrarlos en la sociedad... Pero perro viejo no aprende trucos nuevos, y estos perros no se dan cuenta de que el mundo al que salen no es el mismo que los vio entrar en prisión hace 15 o 20 años.
Tony B., gran interpretación de Steve Buscemi, intenta redimirse y abrir un negocio de masajes. Y aunque todos sabemos dónde acabarán esas buenas intenciones, los guionistas una vez más nos ofrecen un personaje tan interesante como imprevisible.
Guerra medio abierta entre Johnny Sack y Tony, y declarada entre aquél y la familia de Carmine. 
Finn, el novio de Meadow, de pardillo en la obra, se siente, cómo decirlo, como pez fuera del agua. Se mete en la boca del lobo cuando ve a Vito, el gordo, haciéndole una mamada a un segurata. Vito le invita al béisbol, y a Vito no le gusta que lo dejen plantado...
Más mamadas. Adriana se siente atraída por Tony, aunque más como figura paterna que otra cosa. En la familia no existen figuras paternas, y cuando Tony y Ade tienen un accidente, todos llegan a una precipitada conclusión.
Adriana, por otra parte, cada día se ve más incapaz de soportar la presión, aunque ella no es la única confidente de la policía. 
Tony y Carmela siguen separados. Fallido el romance de Carmela con el director de la escuela de AJ, y fallidos sus intentos por conseguir un abogado que le ayude a divorciarse de Tony, Carmela empieza a ver con buenos ojos los intentos de Tony por reconciliarse.
Excelente clímax con la historia de Adriana. Y al final, muerte al primo y a la prometida. Todo sea por defender a la familia.

martes, 1 de junio de 2010

Mad Men, primera temporada

Mad Men parece que arranca despacio, y uno piensa que cobrará dinamismo poco a poco. Sin embargo, no es así, y no lo es porque, a diferencia de, por ejemplo, Los Soprano, donde los conflictos entre entrañables matones son constantes, y sus resoluciones, expeditas, o en Six feet under, donde los dramas familiares estaban presentes en todo momento, en Mad Men prima la sutileza.
Nos encontramos ante lo que en inglés se denomina, una character-led series, es decir, que no es tanto el argumento lo que concita nuestro interés cuanto los personajes. El principal, Don Draper, es una variante del tradicional "hombre hecho a sí mismo", con un oscuro pasado y una insoportable carga de culpa.
Su mujer, Betty, también escapa del estereotipo de rubia guapa y tonta y ama de casa resignada a su destino. De hecho, uno de los pilares de esta serie es el impresionante trabajo de todos los actores. También Joan, la jefa de las secretarias, tan despampanante como ambiciosa, o Peggy, la ingenua y pueblerina recien llegada; parece que los guionistas han decidido partir de unos archiconocidos clichés, y mostrarnos su lado menos estereotípico.
Grandísimo hallazgo el personaje de Pete Campbell, niño mimado y, aun así, todo un perdedor, una persona despreciada por todos, y otro ejemplo de cómo los guionistas han sido capaces de crear un tipo de personaje nunca visto antes: odioso sin ser perverso ni retorcido, despreciable sin llegar a perder su dignidad. 
Caso contrario al de Roger Sterling, triunfador, cínico, capaz de insinuarse a la mujer de su mejor amigo y hacerse de querer por todos, que de la noche a la mañana se convierte en un patético cadáver ambulante.
Situada a principios de los 60, (esta primera temporada culmina con las elecciones de 1960 que llevaron a Kennedy a la Casa Blanca), Mad Men gira alrededor de temas tales como el racismo institucionalizado, el machismo, el antisemistismo, el tabaquismo, el sueño americano, el adulterio, la manipulación de las masas, la envidia y la homosexualidad.
Así pues, existe vida más allá de HBO. Hay que decir, en este caso, que el vínculo que une  a Mad Men (de la cadena AMC) con, por ejemplo, Los Soprano, uno de los buques estrella de HBO, no es nada más y nada menos que el guionista y productor, Matthew Weiner.

jueves, 20 de mayo de 2010

Los Soprano, cuarta temporada

Temporada redonda, quizá no siempre magistral, pero sí impecable.
Lo mejor:
La dignidad recobrada de un personaje detestables y odiado por todos, como es Ralph. Tras el accidente que sufre su hijo y que lo deja en coma, Ralph, destrozado, se redime. Vemos a un Ralph sincero al pedir perdón a su mujer, lo vemos intentar confesarse, sin saber por dónde empezar, y con tanta fe en Dios como desesperación; y lo vemos negando de forma convincente para el espectador (no así para Tony) su implicación en el incendio que acaba con la vida de su caballo.
Naturalmente, todos sospechamos de Paulie, que tarde o temprano tendrá que rendir cuentas.
¿Qué pasará cuando Tony vea su retrato con Pie-O-My convertido en un ridículo Napoleón y colgado en el salón de Paulie?
El duelo de Bobby Baccalieri por su mujer, y la posterior relación con la arpía de Janice. Pobre Bobby, qué buenazo y qué ingenuo. ¿Cuándo le llegará a Janice la hora de pagar por ser tan malazorra? ¿O acaso podrá redimirse también?
El chiste sobre el culo de la mujer de Johnny, y el desarrollo del personaje de este último. Capaz de lo mejor y lo peor, tan romántico y apasionado como despreciable maquinador del asesinato, luego abortado, de Carmine.
Carmela y Furio. Él, evidentemente, volverá. ¿Intentará olvidarlo todo? ¿O se suicidará al intentar acabar con Tony?
Y cuando parecía que la temporada no conducía a un clímax, ¡bum!, Irina rompe el matrimonio Soprano.
¿Lo peor? No se me ocurre nada en absoluto.
¡A por la quinta!

domingo, 25 de abril de 2010

Los Soprano, tercera temporada


Lo peor y lo mejor de esta temporada.
Los dos o tres detalles que parecían fallos, no lo han sido al final (o han esperado hasta entonces para ponerles remedio).
-En el último episodio, los guionistas han recogido los pocos hilos que parecían quedar sueltos (por ejemplo, el desmayo de A. J. o los micrófonos ocultos) y le han dado a la serie un final redondo.
-También resultó un poco confuso el episodio en el que, por un malentendido, matan a alguien que no conocemos, y que resulta ser alguien que trabaja para Tony, o el hijo de un amigo, o algo así. Aparece entonces un antiguo colega de Tony, moribundo, que se carga al asesino (su ahijado) y se muere acto seguido. Todo esto no parece ser más que una excusa para introducir el cáncer que afecta a Uncle Junior.
-La psicóloga no parece tener demasiadas secuelas psicológicas de su violación.

Y lo mejor, todo lo demás.
-El personaje de Ralph, repulsivo pero perfectamente creíble, y hasta con cierto magnetismo.
-El romance de Meadow y el hijastro de Ralph, Jackie.
-El de Tony con Gloria, fugaz, violento y edípico.
-La amenaza a esta por parte del colega de Tony: "la última cara que verás no será la de Tony, sino la mía."
-La conversación de Carmela con el psicoanalista. Éste le dice que su marido es un asesino y le insta a divorciarse.
-El personaje de A.J., que ha sido de lo más conseguido a lo largo de las tres temporadas. Un adolescente ni demasiado sensible, ni demasiado insensato, ni demasiado seguro ni inseguro de sí mismo. Espero que en las próximas temporadas tenga más relevancia.
-El episodio en el que Chris y Paulie van a cargarse al ruso. Paulie empieza a ver cómo Tony pierde su confianza en él.
-El final de Jackie Junior.
-La última escena, antológica. Consiguen darle a la serie el final de rigor, con toda la familia reunida alrededor de la mesa, con Uncle Junior cantando una preciosa cancion en italiano, y al mismo tiempo huyen de todos los clichés de este tipo de escena, cuando Meadow empieza a tirarle a Uncle Junior trocitos de pan. Estremecedor, Genial.

viernes, 2 de abril de 2010

Six feet under season 5

Hace casi dos semanas que vi el final de la temporada quinta y última, y todavía estoy emocionado, conmocionado y aturdido por el impacto. No sé si tiene mucho sentido hablar de la mejor serie de la historia cuando uno sólo ve un número limitadísimo de series, pero desde luego es una de las mejores que he visto en mi vida.
Esta serie tiene un comienzo muy interesante, en el que se juega con la boda pasada con Lisa y la inminente, con Brenda. Asimismo, en unos breves flashbacks se nos muestra el hundimiento de George en la locura, una historia que en la serie anterior se desarrollaba de una forma un tanto precipitada. Hacia el episodio cuarto o quinto, sin embargo,  sucede algo extraño con el guión. Desconozco si hubo algún problema durante el rodaje, si hubo que hacer algún cambio brusco e inesperado, pero la verdad es que da la impresión de que los guionistas han perdido los papeles. De repente, la historia de la adopción de Durrell y Anthony se descuelga por completo, y parece una historia paralela, desgajada por completo del resto, sin niguna relación con  la familia. Nadie menciona el hecho de que Keith y David han adoptado dos niños, y la adopción en sí se queda en una serie de anécdotas bastante vistas ya sobre la dificultad de adoptar niños ya crecidos y de familias desestructuradas. Podría haberse aprovechado mucho más esta historia, y profundizar en ese tipo de adopción o en la relación de los niños con su madre biológica (a quien jamás llegamos a ver),  o comparar esta paternidad con la relación entre Brenda y Maya. Al final, se consigue enderezar e integrar a los niños adoptados en el conjunto de la familia.
Uno de los aciertos de esta serie ha sido la introducción de nuevos actores secundarios: Maggie, que de hecho ya había aparecido en la anterior, y Ted. Estos dos personajes son tan interesantes, complejos, redondos como todos los demás. De hecho, pienso que lo que hace de esta serie una de las mejores jamás rodadas son los personajes. Son reales, complejos, coherentes sin dejar de ser imprevisibles. Y tan buenos como los personajes son los actores. Todos ellos son absolutamente extraordinarios. Sería incapaz de mencionar uno solo que desentonara.
Y a cuatro episodios del final, sucede lo ¿inesperado? Hombre, uno ya sabía que ésta era la última serie, y había oído que acababa con un ¡bang! O con un ¡bum! O con el ruido que pueda hacer un volcán o una bomba nuclear. La muerte de Nate parece desintegrar la estructura familiar, y la estabilidad mental de todos y cada uno de sus miembros. Desde ese momento, el dramatismo no hace sino aumentar. Tenemos la historia de Claire, hundida en drogas y alcohol, al tiempo que desprecia al único hombre que de verdad se ha ocupado de ella desinteresadamente; tenemos a David, el director de funerario aterrorizado por sus fantasmas y por la muerte; tenemos a Brenda, con su difícil embarazo y con su relación con Maya pendiente de un hilo; y a Ruth, por supuesto, incapaz de sobreponerse a la depresión. 
Así llegamos al último episodio. Y en especial, a los últimos veinte minutos que, aún hoy, a dos semanas de haberlos visto, me siguen afectando. He leído algunos comentarios de otros espectadores, y algunos de ellos hablan de una experiencia que les ha cambiado la vida. No sé si será una exageración, pero en mi caso, desde luego, si no ha cambiado algo, sí lo ha acentuado. Ver esos últimos siete u ocho minutos, con estilo de videoclip, sí, pero originales, preciosos, conmovedores, me ha hecho pensar en mi familia, en mis tres hijos, en los que ellos tendrán, y, claro está, en mi padre, mis abuelos, en sus infancias, en su muerte, en los que tuvieron la suerte de morir rodeados de su familia, en brazos de su mujer, en los que lo hicieron solos en un hospital, lejos de sus hijos, de su tierra, en los que murieron en la carretera, en la muerte que tendremos todos, en quién estará a mi lado cuando yo me vaya.

viernes, 12 de marzo de 2010

Deadwood season 3

Cuando se realiza una serie de TV basada en hechos históricos, como es en este caso el nacimiento y desarrollo de Deadwood, en la que la mayor parte de los personajes, desde el sheriff hasta el empresario, pasando por el dueño de un burdel, también están basados en personajes históricos, se corre el riesgo de anteponer la verdad histórica a lo que en última instancia debería ser una serie de TV, es decir, entretenimiento.
Dicho lo cual, esto no debe llevarnos a pensar que la tercera temporada de Deadwood no es entretenida. Es más, creo que en algunos aspectos es todavía más interesante que las temporadas anteriores. Sin embargo, en otros aspectos creo que es la más fallida. Y ello es debido a que los guionistas han decidido ser demasiado fieles a los hechos.
Empecemos con Wyatt Earp, un personaje histórico sobre el que se han hecho películas. Cabe suponerle, por tanto, cierto interés comopersonaje. Pues bien, un buen día el señor Earp se presenta en el campamento con el tarumba de su "hermano", y tras un par de episodios en losl que nos dejan fríos con sus anodinas andanzas desaparece. Sin más.
Continuemos con la compañía de teatro. Por lo visto, dicha compañía existió y se instaló en el campamento. ¿Justifica eso el tiempo dedicado a unos personajes absolutamente irrelevantes en lo que concierne a la trama? (Bueno, al menos a mí me ha servido para conocer a la despampanante y carnosa Cynthia Ettinger, lo cual no es moco de pavo).
Otro problema ha sido el anticlímax de la historia. Evidentemente, los guionistas de nuevo se han atenido a los hechos, y de nuevo han tomado una decisión errónea. "I did nothing", dice Bullock reprochándose el haber dejado marchar al desalmado empresario. (Un Bullock, por cierto, que contrario a los principios que ha mostrado a lo largo de más de 30 episodios, no parece sentir más que una olímpica indiferencia ante la suerte de la prostituta que paga por Trixie con su vida). En efecto, al final Bullock no hace nada. Nadie hace nada. No pasa nada. Quizá alguien diga que este final tan lacónico es preferible al tiroteo y matanza que se esperaba. A mí, desde el punto de vista de un televidente, me parece un final paupérrimo.
Y a pesar de todo esto, confieso que he seguido la serie con devoción. Tiene un inicio titubeante, con unos episodios iniciales lastrados por una absurda y falsa necesidad de hacer un rápido repaso de todos los personajes, y cierta vacilación sobre el hilo principal de la historia. Pero no tarda en despegar, gracias, una vez más, a los personajes, mucho más importantes e interesantes que el argumento en sí.
En esta temporada hemos visto desarrollarse como personajes mucho más ricos y complejos a gran parte de los secundarios. Bullock, Sweringen, Sol o el doctor ya habían quedado bien definidos en las series anteriores y no hemos visto ninguna evolución en ellos. De hecho, a mí Bullock me parece que se ha quedado estancado con sus severas miradas (aunque el tirón de orejas que le propina a Hearst y uno de sus secuaces es todo un descubrimiento). También Trixie, condenada a estar de mala hostia por toda la eternidad.
Sin embargo, Johnny, Dan, Joanie, Steve, el "general" negro o Richardson se revelan como personajes complejos y, en muchos casos, más verosímiles que los principales. Inolvidable el conato de duelo entre Johnny y Al. Maravillosa la escena de Dan curándose las heridas espirituales tras la pelea con el gigante. Richardson haciendo malabarismos. Hostetler pegándose un tiro por no seguir oyendo los insultos de Steve. Mr Ellsworth rechazando las favores de su esposa. El "general" negro cuidando de un incapacitado Steve.
Y qué decir del lenguaje. Shakespeariano, rebuscado en su formalidad, bellamente profano, ininteligible en su mayor parte, genial siempre.
En resumen, a algunos devotos les gustará, a otros les decepcionará. No recomendable para no iniciados.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Los Soprano, segunda temporada

Ya lo sé, diez años de retraso. Pero bueno, uno ve las cosas cuando las ve, ¿no? Y con esta serie, nunca es tarde.
Esta segunda temporada muestra ya, no sólo una calidad extraordinaria, sino también la conciencia por parte de los realizadores de que nos están regalando una obra de arte. Veamos algunos ejemplos.
Ayudados por la relación cada vez más íntima del espectador con los personajes, los guionistas han convertido algunos episodios en fascinantes ensayos sobre cuestiones como la religión, el papel de la mujer en estas familias de gángsters, o la ambigua relación entre paciente y doctor, sin perder jamás de vista los temas constantes: la moral, la familia, o la sed de poder.
También es digna de mencionar la soltura que muestran los guionistas a la hora de introducir nuevos personajes. No hay necesidad de rebuscadas explicaciones, flashbacks o revelaciones sobre esqueletos en el armario. Aparece Janice, la hermana de Tony, a quien no se mencionó en la primera temporada. También Richie, un personaje terrorífico y sanguinario que ha pasado diez años entre rejas. Resulta que fueron novios hace 20 años y ahora vuelven a serlo. Pues bien, estos toques de culebrón, que hasta en un culebrón resultan forzados y poco creíbles, aquí sorprenden por su naturalidad.
Como digo, el tema de la moral, los valores, y la relativización del bien y el mal es una constante en la serie. Sin embargo, creo que a partir de la siguiente temporada se apelará al espectador a que deje de ver a Tony Soprano como un malo con buenas cualidades o viceversa. Junto con la psicóloga, hemos experimentado en esta temporada la fascinación por el mal y la violencia. Pisamos ahora ya terreno conocido y creo que a partir de este momento, sobre todo teniendo en cuenta que quedan (por lo menos a mí, ¡hey hey!) unas cuantas temporadas más por delante, deberemos olvidarnos de la maldad como rasgo principal de Tony.
Tony Soprano es un mafioso. Mata. Mata a sangre fría. Lo sabemos. Lo hemos visto. Pero acabamos de verlo sufrir como marido, como padre, como amigo y como amante. El retrato de Tony Soprano como persona, y no como mafioso, ya presente en la primera temporada, se ha acentuado ahora. Y nos ha mostrado a un personaje fascinante y complejo en toda su vulgaridad.
No tengo ni idea de qué sucederá más adelante. Pero lo que he visto hasta ahora me ha fascinado.

jueves, 18 de febrero de 2010

The West Wing


No hay serie que se precie hoy en día que no venga aclamada como "la mejor serie de la historia". Aceptando como inevitable lo absurdo de ese tipo de clasificaciones, algunas series desde luego merecen figurar en los puestos más altos. Ahí están The Wire, The Sopranos or Six feet under. Pero otras, como la que nos ocupa, no merecen pasar de la categoría de "los clichés y topicazos más rentables y repetidos de la historia".
Confieso que no he pasado de cinco episodios. Me ha vencido el deja vú. ¿Qué estoy viendo? ¿La ley de Los Angeles trasladada a la costa este? ¿Ally McBeal tratando asuntos de estado? No me cuesta creer que millones de personas hayan seguido esta serie. Sí me resisto a creer, en cambio, que soy el único que ha visto en ella el eterno remake de las series sobre colegas de trabajo y sus líos en la oficina. Y me niego a creer que a más de uno The West Wing no le ha hecho sentir vergüenza ajena. Debería titularse algo así como "El maravilloso mundo de la Casa Blanca". Es cursi. El presidente es presentado como despistado, entrañable, excéntrico, generoso, severo, adorable, y lo que les ha salido es una figura que no es más odiosa porque uno no puede odiar lo falso. Y así, todo el personal de la Casa Blanca. La oficina de Lou Grant. Los romances de House. ¡Y esa musiquita sensiblero-patriótica para subrayar los momentos sensiblero-patrióticos!
¡Con qué gusto la he borrado del disco duro y me he enganchado a la segunda temporada de Los Soprano!
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...