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sábado, 12 de julio de 2014

Genealogía y otros vicios judíos



En más de una ocasión me han tomado por judío, y la verdad es que yo me siento bastante halagado de que me relacionen con un pueblo al que admiro. Sin embargo, ni yo ni nadie que no sea de origen judío podría jamás hacerse pasar durante mucho tiempo por lo que no es. Cuando dos judíos se encuentran (y esto no es un chiste), se preguntan el apellido. Cualquier apellido que se te ocurra, la otra persona, el judío de verdad, lo conocerá, y, probablemente, conocerá a alguien más con ese apellido. La pregunta será entonces si tu familia puede estar emparentada con aquella otra, y, de no ser así, cuál es la historia de tus padres y abuelos. En definitiva, la mentira no te durará ni dos minutos.

Dos son los factores que explican esta pasión judía por la genealogía. Uno de ellos tiene que ver con el hecho de que el pueblo judío no es sólo una comunidad religiosa, sino también un grupo étnico. Todavía hoy en día existen personas cuyos orígenes, afirman, se remontan a las tribus de sacerdotes (los kohanim, de donde deriva el apellido Cohen) y levitas mencionadas en la Biblia.

Daniel Mendelsohn

El segundo factor es más reciente: la tragedia que sacudió al  pueblo judío en el siglo pasado. El genocidio y los desplazamientos, la pérdida de contacto con seres queridos y el exterminio de familias enteras impulsaron, con los años, la creación de numerosas agencias genealógicas, que ayudaron a algunos a reencontrar a sus familiares, o el triste rastro que quedó de ellos. Y también, sin duda, fueron muchos los que en ese momento descubrieron su relación con personas cuya existencia desconocían hasta entonces.

(Se me ocurre, no obstante, que puede haber otro factor que la wikipedia no menciona, a saber, los requisitos que tiene que cumplir cualquiera que desee emigrar a Israel y que consisten, en pocas palabras, en demostrar sus orígenes judíos hasta tres generaciones de antepasados.)

Naturalmente, en la era internet tal afición por rastrear los orígenes ha experimentado un crecimiento espectacular, y aunque dicho crecimiento se extiende a otras comunidades aparte de la judía, en ésta, por los motivos mencionados, tiene especial relevancia. Son probablemente cientos las páginas web dedicadas a escarbar, por ejemplo, en la historia de los millones de víctimas de la Shoah, y así, cualquier persona de origen judío que desee averiguar qué fue de sus familiares lo tiene hoy más fácil que nunca.


Un ejemplo memorable de esta búsqueda lo tenemos en Los hundidos, de Daniel Mendelsohn. Leí este libro hace seis o siete años, si no más, y a diferencia de tantas otras lecturas que vienen y se van, lo recuerdo de manera absolutamente vívida. El título completo de la obra es Los hundidos. En busca de seis entre los seis millones, y esos seis, huelga decirlo, son aquellos miembros de su familia que perecieron en el genocidio. Uno no necesita excusas ni motivos para emprender semejante búsqueda, pero es fácil entender que, en este caso, la escena inicial del libro, escena que el autor tuvo que vivir más de una vez durante su infancia, lo marcara y convirtiera esa búsqueda en, más que una obligación, un destino ineludible.

La escena en cuestión nos mostraba, si no recuerdo mal, a los padres del autor recibiendo las visitas, a mediados de los años sesenta, en su casa de Estados Unidos, de tíos, tías y primos lejanos, supervivientes de la masacre de Bolekhow. En un momento dado, el pequeño Daniel entraba en la sala donde estaban hablando los mayores, y entonces algunos de éstos, apenas lo veían, estallaban en lágrimas, al ver en él el vivo retrato del tío-abuelo Shmiel. Del tío Shmiel sólo quedaban algunas cartas, unas pocas fotos, y la frase repetida en susurros, "el tío Shmiel y su mujer tenían cuatro hijas preciosas, fueron violadas y luego los mataron a todos."

Adam Kulberg, primo lejano del autor, con la carta que le informaba de que toda su familia había sido asesinada

Los hundidos es la crónica de la búsqueda de la memoria de Shmiel, su esposa y sus cuatro hijas, todos ellos asesinados en el holocausto. Acompañado de tres de sus hermanos, Mendelsohn emprendió esa dolorosa búsqueda, que, aparte del rastreo documental, lo llevó a recorrer ciudades, pueblos y shtetl de Polonia y Ucrania, y a lugares tan alejados como Israel o Australia. Como sabéis lo que os pasáis por aquí desde hace tiempo, siento una especial debilidad por este tipo de historias donde se entrelazan la Historia con mayúscula y la investigación personal, como sucedía en El orientalista o en la también excelente Orígenes, de Amin Malouf, y esta obra de Mendelsohn está a la altura de las mejores.

Recopilando información de todo tipo de fuentes, Mendelsohn intenta atar unos cabos que se habían ido deshilachando en la memoria de las generaciones y que podían aparecer de repente en la otra punta del mundo. A lo largo de la obra, el autor nos cuenta los pasos que está dando tanto entre archivos y álbumes como en la red, y es imposible no lanzarse a consultar en las pausas de la lectura algunos de los enlaces que nos proporciona. A ratos, Mendelsohn imprime a la investigación un ritmo de novela negra, y, como en ese tipo de historia, el lector tiene la sensación de descubrir pistas insospechadas y hacer hallazgos inverosímiles al tiempo que el propio autor. En este sentido, son inolvidables las desesperadas cartas que Shmiel, a medida que siente la inminencia del desastre, envía a sus familiares en América, o, por mencionar otro ejemplo, cuando descubrimos que Shmiel emigró a EEUU a principios de siglo, y por la fatalidad del inimaginable destino, decidió volver a Ucrania. La historia es de por sí absolutamente fascinante, y el modo en que, a través de fotografías, cartas, documentos y, sobre todo, en el clímax de la crónica, las conversaciones con aquellos vecinos que lo conocieron, el autor reconstruye de una manera asombrosamente vívida las vidas de su tío-abuelo, su mujer y cuatro hijas, me conmovió, me apasionó y, como veis, me dejó huella.

El guetto de Bolekhow

El autor alterna la crónica de la búsqueda con capítulos dedicados a la interpretación de pasajes de la Biblia. A algunos lectores estos capítulos les parecen indigestibles. A mí, que me gusta lo raro, me resultaron sencillamente apasionantes. El jugo que sabe sacar el autor no sólo a pasajes oscuros o poco conocidos, sino incluso a aquéllos que todo el mundo conoce, verbigracia, las primeras líneas del Génsesis, me recordó a Michel Tournier, un autor al que no leo desde hace siglos, pero que en su tiempo me reveló evidencias para mí ocultas tanto de la Biblia como de Pinocho. Ahí es nada. Es cierto, en honor a la verdad, que Mendelsohn, crítico, ensayista y verdadero erudito, disfruta haciendo gala de su sapiencia, y que la exégesis que lleva a cabo a veces puede resultar excesiva, pero, como ya he dicho en alguna otra ocasión, a mí me gustan los autores que de vez en cuando me recuerdan mis limitaciones culturales. En definitiva, uno de los libros más impresionantes que he leído en muchos años y que me están entrando unas incontenibles ganas de releer.



La genealogía, si bien el más perdonable, no es el único vicio del pueblo judío. De hecho, como nos demuestra Isaac Bashevis Singer en todas sus novelas, ni siquiera el judío más devoto y ortodoxo está a salvo de las asechanzas del maligno, que acosan por igual a judíos y gentiles.

(Os confieso que al principio, esta entrada iba a estar dedicada únicamente a la última novela de Singer que he leído, pero con el primer párrafo ya me he liado con otras historias, se me ha ido el santo al cielo, y he acabado hablando del libro de Mendelsohn, que, pensándolo bien, quizá no tenga mucho en común con La casa de Jampol.)

La historia en La casa de Jampol transcurre bien entrada la segunda mitad del s. XIX, una época convulsionada por recientes revoluciones, y en la que se avistaban en el horizonte revoluciones y convulsiones aún mayores. La principal de todas, y la que marca el devenir de aquella Polonia donde transcurre la historia, nos la señala el autor en la frase que abre la novela:

Después del fracaso de la rebelión de 1863, muchos nobles polacos fueron ahorcados.

Entre ellos, nada menos que la familia del Capitán Nemo, quien, en la versión inicial de 20.000 leguas..., era un noble polaco cuya familia había sido asesinada por los rusos en dicha rebelión. Sin embargo, la posterior alianza de Francia con la Rusia zarista hizo que el editor de Verne se inclinara por no revelar las raíces de la misantropía de Nemo. Pero bueno, no sigamos desvariando.

1861. Tropas rusas acampadas en plena Varsovia

La rebelión fracasada cuyo recuerdo abre la novela es conocida en la historia como el Levantamiento de Enero, y fue una revolución por parte de los jóvenes polacos, a los que luego se unieron los nobles, que tuvo como detonante el reclutamiento forzoso en el ejército ruso. Una de las consecuencias de la derrota de los insurgentes fue, aparte de las ejecuciones y los miles de deportados a Siberia, la confiscación de más de mil seiscientas tierras y propiedades de la nobleza polaca. Entre ellas estaba la casa del conde Jampolski, que da título a la novela.

Calman Jacoby, un respetado comerciante, decide escribir a San Petersburgo y solicitar al nuevo  propietario, un general y duque ruso, que le arriende la propiedad. Para su sorpresa, la fortuna le sonríe y, a partir de ese momento, con su capacidad de trabajo y su habilidad para los negocios, Calman consigue crear un pequeño imperio. Pero a diferencia de El imperio de Kalman el lisiado, más centrado en el antiheroico protagonista, Singer da más protagonismo a la progenie de este otro Calman, formada por sus cuatro hijas y, con su estilo sencillo y maestría narrativa, sigue sus diferentes y tortuosos caminos, con el telón de fondo de un país sometido, una violencia dormida, y el torbellino de ideas e ideologías que entonces empezaron a gestarse. Nos dice el autor en la nota previa:

Todas las ideas espirituales e intelectuales que han triunfado en nuestros tiempos tienen su origen en el mundo de aquel tiempo, y así ocurre con el socialismo y el nacionalismo, el sionismo y el asimilacionismo, el nihilismo y el anarquismo, la igualdad de derechos de la mujer, el ateísmo, la debilitación de los vínculos familiares, el amor libre, e incluso el fascismo, en sus rudimentos.

Algunos de los sublevados de 1863

La literatura yiddish no suele ocuparse de los grandes nombres de la historia, aquéllos que trillan las sendas que seguimos los pobres mortales. Tiende, más bien, a centrar su atención en esos pobres mortales a los que tanto las sendas como las ideas les vienen dadas, y a contarnos el modo en que se rebelan contra éstas, se adaptan o se pierden en el caos. Y de caos se puede tildar sin duda esa segunda mitad del s. XIX.

El Levantamiento de Enero tuvo lugar 30 años después de la Revolución de los Cadetes, y no fue el último, pues en 1905 un imperio ruso en caída libre todavía tuvo que enfrentarse al pueblo polaco en la Insurrección de Lodz. Pero, insurrecciones aparte, el verdadero caos, como muy bien nos recuerdan las palabras de Singer, flotaba en el ambiente, en esa marabunta de espectros que recorría Europa. Los nombres de Nechayev y Bakunin, el de Karakozov (el primer revolucionario ruso que atentó contra la vida del zar) o el de Chernishevski, novelista y revolucionario; el colonialismo europeo en África, los eternos ecos de la revolución en Francia y la reciente guerra franco-prusiana, entre muchos otros, aparecen en las páginas como los lejanos relámpagos de una tormenta en el horizonte.

Sin embargo, como suele suceder en los libros de Singer, y quizá (no he leído tanto como para poder afirmarlo) en toda la literatura yiddish, tanto los personajes como los hechos históricos parecen ser herramientas en manos del autor para dar forma a la cuestión central y eterna, que viene a ser, en apariencia, el judaísmo, y en realidad, la relación del hombre con un Dios que se ha desentendido de su creación.

Un grupo de judíos jasídicos en Cracovia

Veíamos en La familia Máshber que el judaísmo estaba a merced tanto de la persecución étnica en forma de pogromos como del fanatismo dentro mismo de la comunidad. En La casa de Jampol los peligros que acechan al pueblo judío no vienen por ese lado sino, más bien, por el progreso de occidente. En palabras de un personaje de la novela, Wallenberg, un judío convertido al catolicismo:

Es absurdo vivir en Polonia y hablar una jerga germánica, como el yiddish, y más ridículo todavía vivir en la segunda mitad del siglo XIX y comportarse como si uno viviera en la Antigüedad. (...) He viajado por Turquía y Egipto, y puedo decirle que ni siquiera los beduinos son tan salvajes como nuestros asideos.

 Dejando de lado la cuestionable elección por parte del traductor del término asideo en lugar de jasídico, la caracterización de ese movimiento religioso como fanático y retrógrado es tan sólo una de las acusaciones que los judíos "occidentalistas" hacen a una parte de su pueblo.

¿No le parece raro que los judíos lituanos se hayan dedicado tanto al estudio, en tanto que los judíos polacos apenas se interesan en adquirir conocimientos científicos?

La tensión entre ambas corrientes es una constante a lo largo de la novela, y podemos decir que también en este sentido las palabras de Singer respecto a las ideas espirituales de nuestros tiempos se ven hoy confirmadas, pues son muchos los israelíes que tienen una opinión igual de negativa sobre el judaísmo ultra-ortodoxo, que tanto debe al jasidismo.

Judíos jasídicos en acción. Un vídeo casero, una canción yiddish muy hermosa y una voz increíble

Pero decíamos que el peligro proviene, sobre todo, del progreso de occidente, y de hecho, el fantasma de un siniestro personaje (no es el Carlos que pensáis) recorre la novela de principio a fin.

-... Los judíos han de convertirse en polacos de cabo a rabo. De lo contrario, seremos expulsados, como en los tiempos del Faraón.
-Los polacos también están esclavizados.
-Éste es otro asunto.
-Los fuertes quieren dominar a los débiles -dijo Ezriel, un poco dubitativo acerca de la pertinencia de su observación.
-Mucho me temo que así sea. En Inglaterra se ha publicado recientemente un libro que hace furor en el mundo científico. Según parece, sostiene la teoría de que la vida no es más que una constante lucha para sobrevivir, y que tan sólo los más fuertes triunfan.

La grandeza de Singer radica en que uno no sabe muy bien si el autor utiliza el conflicto espiritual y la batalla de ideas como mero escenario para desarrollar un impresionante novelón que muchos han comparado con Los Buddenbrook, o si, por el contrario, las vicisitudes de la saga familiar, con sus miembros atormentados, atribulados y, en ocasiones, depravados, no son más que una excusa para para presentar dichos conflictos y batallas.

Con un escritor tan grande como Singer, autor de novelones como El mago de LublinLa familia Moskat o la que para mí es una auténtica obra maestra, Sombras sobre el Hudson, es posible que La casa de Jampol dé la impresión de ser una novela secundaria en su bibliografía. Pero no os engañéis: La casa de Jampol es Singer en estado puro, un libro donde un puñado de personajes más reales que la vida misma nos muestran nuestras ambiciones, nuestros miedos, nuestra insignificancia, y la enorme fuerza que, en nuestra ingenuidad, le otorgamos a nuestra frágil esperanza.

Y la saga continúa con Los herederos. Ya estoy frotándome las manos.

I'm a Yiddish man in New York


miércoles, 31 de agosto de 2011

Minireseñas


Isaac Bashevis Singer es un escritor que me ha atraído desde la primera vez que vi su nombre en una biblioteca mancuniana. Creo que la primera novela que leí de él fue The king of the fields, de cuya trama recuerdo poco, pero cuyos escenarios y línea argumental básica estaban muy acordes con mis intereses históricos y literarios. Sucedía la historia en una época indeterminada, aunque se adivina la Polonia de hace unos siglos, tierra invadida una y otra vez ora por rusos ora por suecos ora por cualquier otro vecino, y en ella se narraban, a modo de novela histórica, los orígenes del pueblo polaco, inseparable de la ancestral persecución del pueblo judío. Luego leí otras excelentes novelas suyas (El mago de Lublin, El esclavo o Enemies: a love story, entre otras) hasta que por fin me lancé a esa obra maestra que es, a mi juicio, Sombras sobre el Hudson. A grandes rasgos, éstos son los dos grandes temas de Singer: por una parte, la vida en el shtetl, siempre a la sombra del odio y el miedo entre católicos y judíos, con estos últimos además siempre a merced de sus propias supersticiones e intransigente ortodoxia. Y por otra parte, la vida de los judíos emigrados a los Estados Unidos a raíz de la persecución nazi, y el modo en que nunca dejaron de ser víctimas de ella, todo ello narrado por un judío nada autocomplaciente que vive su fe (o mejor dicho, su condicion de judío) con agonía.
La destrucción de Kreshev es, como introducción al Singer del shtetl, excelente. Breve, de fácil lectura, con unos personajes y una población que viven sobre la borrosa línea que separa el escrupuloso seguimiento de la Torah de la irracionalidad del fanatismo, esta novelita gustará a cualquiera que esté interesado en la religión, la historia reciente de Europa, y quiera leer una historia bien contada.
¿El problema? Que todo esto, a saber, una historia sobre fanatismo, odio y superstición sobre la devastación que trae a una pequeña comunidad la idolatría a Sabbatai Zeví, aquel histórico falso mesías que acabó convirtiéndose al Islam, Singer ya lo contó, y mejor, en Satán en Goray, la primera novela que publicó. Por descontado, Singer tiene, como cualquier hijo de vecino, todo el derecho del mundo a contarnos otra vez la misma historia. Hay que decir, además, que La destrucción... se publicó en una colección de relatos (no he podido averiguar cuál), y que, por tanto, lo que Acantilado nos presenta como una de las grandes obras del autor no era más que una historia menor en una colección de relatos.


Éste no es la clase de libro que yo acostumbro leer, dicho sea sin ánimo de ser pedante. Como profesor de inglés para adultos, decidimos mis compañeros y yo que el libro del señor Stewart (quien, por cierto, está hasta las narices de que le pregunten por su efímero paso por la banda Genesis) podría ser una buena lectura para el nivel avanzado. Así que, si los alumnos lo van a leer, lo mínimo que puedo hacer servidor es leerlo también, ¿no? Bueno, pues fue una lectura muy provechosa, porque pocas cosas son de tanto provecho como pasárselo bien con un libro totalmente intrascendente.
En Driving over lemons Chris Stewart nos cuenta la historia de cómo y por qué un día decidió vender todo lo que tenía en Inglaterra y venirse con su mujer a vivir a la piel de toro, más concretamente a la Alpujarra.
El libro se centra en las peripecias por las que pasan los dos para conseguir que el cortijo medio derruido que ha comprado por lo que parecía un buen precio llegue a ser habitable. Si de paso puede echar al antiguo propietario, mejor que mejor. Naturalmente, los intentos por parte de este guiri de hacer que algo funcione, y de llegar a entender el modo de ver la vida de los lugareños da lugar a situaciones muy divertidas. El mayor mérito del libro radica en el equilibrio del tono que emplea el autor. Stewart consigue no caer en tópicos, no ofrecernos el retrato de la España de pandereta cuya chapucería saca de quicio una y otra vez al flemático señorito inglés, y al mismo modo, evita la bucólica descripción de una gente sencilla y pura, alejados del mundanal ruido y viviendo en plena armonía con la naturaleza. Es además capaz de captar el absurdo de algunos personajes arquetípicos perfectamente reconocibles, y ofrecernos algunas escenas francamente divertidas. Como lectura sin pretensiones, francamente recomendable.



Un viaje a Ucrania para recabar información para una novela sobre Chéjov derivó (nunca mejor dicho) en esta extraordinaria novela gráfica (pronto hará que crear otro término para referirse a obras como ésta o Notas al pie de Gaza, que tienen más de testimonio que de novela ). Cuenta en una entrevista el autor, el italiano Igor Tuveri, más conocido como Igort, que la idea inicial era hablar de Chéjov a través de sus casas, y que dado que su Casa Blanca en Crimea es bastante conocida, quería empezar por ahí. Al poco tiempo, lo que vio en Ucrania le dejó tan impresionado que cambió de idea y decidió contar lo que estaba viendo. 
En Cuadernos ucranianos se proponía el autor contar cómo se vivía en Ucrania en tiempos de la Unión Soviética y cómo en la república independiente. Tenemos, pues, referencias a la mafia, a Chernóbil, a la nostalgia por Stalin y su mano de hierro, al odio a Gorbachov, tan adorado en occidente como denostado en la URSS, y, sobre todo, tenemos la historia del holodomor, término acuñado para referirse a la matanza de millones de ucranianos provocada por el padrecito de los pueblos a base de provocar terroríficas hambrunas. Las autoridades rusas todavía se niegan a reconocer la responsabilidad de Rusia en dicho genocidio, que el presidente Medvédev califica como una "desgracia común" de todos los habitantes de la extinta URSS. 
El libro está basado, por una parte, en entrevistas realizadas a personas que encontró malviviendo en aldeas y ciudades ucranianas, algunos de ellos intentando vender las pocas y míseras pertenencias que les quedaban, y alguna pidiendo un par de kopeks a quien quiera pesarse en su vieja báscula. Así, aparte del libro de Sacco mencionado más arriba, estos Cuadernos nos recuerdan al impresionante The whisperers (Los que susurran), el colosal e inolvidable libro de Orlando Figes sobre la vida durante el estalinismo, basado casi exclusivamente en entrevistas a víctimas de la represión (qué término más suave es éste para hablar de aquella época infernal). Por otra parte, estos cuadernos utilizan los documentos de la época redactados por los propios oficiales soviéticos, y gracias a ellos constatamos que la conocidísima foto sobre el canibalismo en Ucrania, recreada aquí por Igort,


no reflejaba ni mucho menos un caso aislado. Según nos informa el camarada Rozánov, del OGPU de Ucrania:
 "del 9 de enero al 12 de marzo nos hemos topado con 69 casos de canibalismo y 54 de necrofagia en la región de Kiev. Pero, como es obvio, esas cifras están por debajo de la realidad, ya que nuestros servicios no pueden registrar todos los casos."
Estos Cuadernos, en resumen, constituyen un libro extraordinario en todos los aspectos, desde las ilustraciones, con un amplio registro de estilos, hasta la estructura, con un uso perfecto del punto de vista y un excelente manejo del tiempo, pasando, cómo no, por las impresionantes y conmovedoras historias que se nos cuentan.


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