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martes, 5 de enero de 2010

Una hungarita

Cuando fui a estudiar a la Unión Soviética, la primera noche Julio el dominicano nos aleccionó sobre qué tipo de chica nos convenía ligarnos:
"Una hungarita. Lo mejor es una hungarita. Cosa más noble una hungarita. Se enamoran de ti, no te exigen nada...". Hm. Me pregunto hasta qué punto Anna Édes, Anna la dulce, se ajusta a esa descripción.

Kosztolanyi (1885-1936) vivió, como los personajes de su novela, la breve revolución comunista de Béla Kun, que proclamó la Repúbica Soviética de Hungría; la huida de Kun y los otros dirigentes a Austria, la ocupación por parte del ejército rumano, y el posterior régimen "blanco" contrarrevolucionario. Fueron años de venganzas, delaciones, torturas y ejecuciones entre blancos y rojos, genuinos o reconvertidos. Todo ello se ve perfectamente reflejado en la novela, la historia de una chica de provincias que entra al servicio de los Vizy, un matrimonio de la alta burguesía que, con la huida de los comunistas, recuperan su antiguo nivel de vida, su casa, sus posesiones, sus joyas, y su poder sobre Ficsor, el conserje comunista que tan mal los trató durante el periodo soviético.
Béla Kun en acción
Anna, forzada a aceptar el trabajo por su pariente Ficsor,  sorprende desde el primer momento por ser, aparentemente, la criada ideal: eficiente, honrada y sacrificada. Pero tanta perfección tiene, para la señora Vizy, un lado oscuro, difícil de comprender y, por lo tanto, de dominar.

La novela habla, sobre todo, de las relaciones de poder entre las personas. Al contraste entre el campo y la ciudad de Budapest, o entre esta y Viena, se añade el enfrentamiento entre burguesía y proletariado, sirvientas y señores, o señoritos calaveras e inocentes doncellas. Como es habitual en él, Kosztolanyi huye de los lugares comunes, y el personaje de Jancsi, el señorito, pronto se revela como otra patética víctima de su tiempo y su clase.
La galería de personajes es fascinante, desde las criadas Etel y Stefi, hasta el doctor Moviszter, pasando por Druma, el abogado, o el amigo de juergas de Jancsi.
También tenemos toques absolutamente geniales, dignos de Buñuel o Berlanga, como la prostituta que tiene un libro donde los clientes pueden dejar un comentario.
Sin embargo, esta novela, que como he dicho parece la más personal de Kosztolanyi, es, quizá por ello mismo, la menos redonda, sin que esto signifique un defecto. A ver si me entiendo yo mismo. En la segunda mitad del libro, tras "el horror", cambia de forma perceptible el estilo. El narrador, con rabia, se implica mucho más en el desarrollo de los acontecimientos, como sucede en los comentarios sobre el doctor durante el juicio. Y aunque no se casa con nadie, y ataca por igual a explotados y explotadores, no oculta su simpatía por Moviszter ni su comprensión hacia Anna.
Y en la última escena, totalmente inesperada, nos encontramos con el periodista Kosztolanyi en persona, y con más juicios de valor sobre sus propios personajes.
Da la impresión de que la novela, al menos en su segunda parte, esté escrita contra alguien. Apenas he encontrado información sobre la vida del autor que pueda verter un poco de luz sobre este aspecto. Pero, qué queréis que os diga: ni falta que hace, es una novela excelente, apasionante, profunda, y de lectura compulsiva. A gozarla.

Y allá va una reseña, huelga decirlo, bastante mejor que la mía:

http://www.tinet.cat/~asgc/Publicacions/Rossell/quimera10.html

domingo, 3 de enero de 2010

Anna Édes (Anna la dulce), de Dezsö Kosztolanyi

Desde hace unos años, Salamandra está recuperando, con bastante éxito, las obras de Sandor Marai. Y a caballo de este éxito, otras editoriales están haciendo lo propio con otros autores húngaros contemporáneos o ya fallecidos. Lo curioso del caso es que, comparado con László Krasznahorkai, Ádam Bódor, Antal Szerb o Deszö Kosztolányi, (y sospecho que también con los Eszterhazy, Nadas, Zihaly, Konrad, Banffy, a los que voy a leer muy pronto), Sandor Marai es, en mi opinión un novelista algo sobrevalorado (sus memorias, no obstante, Confesiones de un burgués y ¡Tierra, tierra! sí son muy interesantes).


De Kosztolányi leí el año pasado Alondra y La cometa dorada, ambas unas novelas excelentes. En ellas, como en Marai, vemos a una burguesía provinciana y decadente, y a unos personajes que quieren moverse por la pasión, pero se ven a menudo dominados por la más vulgar triviliadad. A diferencia del tristón y repetitivo Marai, a Kosztolanyi no le importa salpicar sus novelas de humor, un humor que puede llegar a ser bastante negro. 


Anna la dulce (Anna Édes en la traducción catalana que estoy leyendo), es, como los otros dos, un libro fácil de apasionante lectura, fácil de leer y algo decadente, que espero poder terminar esta noche, con permiso de los niños. 


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