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miércoles, 26 de abril de 2017

La saga del rey Harald


Las muertes de reyes, las invasiones y las grandes batallas son acontecimientos concretos y, por lo menos para quienes los sufren, carnosamente palpables. Es por ello que resultan tan prácticos para poder dar principio y final a algo tan etéreo como son las diferentes eras históricas. La proclamación de Augusto como emperador nos permite fechar el nacimiento del Imperio Romano, y la abdicación de Rómulo Augusto ante el bárbaro, su final, o lo que es lo mismo, el comienzo de la Edad Media. Más difícil resulta, naturalmente, fechar determinados movimientos culturales. Así, nadie se ha puesto de acuerdo, por ejemplo, sobre cuándo comienza el Renacimiento, y, por no irnos tan lejos, sería difícil señalar en qué momento empieza la era tecnológica en la que vivimos. 

En la historia de Inglaterra, el año 1066 destaca por ser la fecha que marcó el destino del país para los diez siglos siguientes. De no ser por todo lo que sucedió en aquel año, la historia de Inglaterra, y por ende, la de toda Europa, habría sido muy diferente. Y qué decir de la lengua. Si el inglés os parece difícil, pensad que, de no haber sido por algunos de los personajes que veremos a continuación, hoy nuestros hijos estarían aprendiendo algo parecido al islandés en la academia. Sin embargo, 1066 no sólo acabó con el último de los reyes anglosajones e impuso el francés como lengua de la corte, sino que además se considera que puso fin a la era vikinga.

Snorri Sturluson, de Christian Krohg

La saga del rey Harald es sólo una de las quince sagas que forman el Heimskringla, obra histórica emprendida por Snorri Sturluson, en la que el poeta e historiador recogió la historia de los reyes noruegos hasta el año 1177. "El orbe del mundo, donde habita la humanidad...". De esta impresionante guisa se abre el Heimskringla, cuyo significado es precisamente el de esas cuatro palabras iniciales, y cuyas primeras líneas nos dan una idea del ambicioso proyecto de Sturluson.

Sturluson, a quien recordamos por la maravillosa saga de Egil Skallagrimsson, nos narra, pues, en esta obra la vida de Harald Sigurdsson, también conocido como Harald III de Noruega o, de manera algo más dramática, Harald el Despiadado. Y lo hace de una manera bastante diferente de lo que se estilaba entre las sagas. De entrada, nos ahorra esas interminables genealogías que acostumbran abrir este tipo de obras, y nos introduce en plena acción prácticamente desde la primera línea. Además, a diferencia de Egil y otras sagas muy representativas, La saga del rey Harald no gira alrededor de la poesía o la vida de un poeta, sino que toma la poesía como evidencia histórica para apoyar la narración. Así, la obra está repleta de citas de otros poetas que vienen a confirmar los hechos presentados. Los islandeses se tomaban muy en serio la poesía. La belleza es verdad, la verdad es belleza. La conocida cita de Keats podría haberla firmado cualquier poeta escaldo.

Muerte del rey Olaf en la batalla de Stiklestad

Así, decíamos que, a diferencia de la mayoría de las sagas islandesas, que se demoran en una detallada descripción de las credenciales de su protagonista, es decir, en quiénes fueron sus padres, hermanos y medio primos, la que nos ocupa comienza directamente en el meollo de la acción. Nos encontramos con un Harald de 15 años luchando al lado de su hermano en la Batalla de Stiklestad, una de las más famosas en la historia de Noruega. En ella murió el rey Olaf, hermano de Harald, y a las pocas horas de su muerte empezaron a obrarse milagros. El rey se convirtió en santo, venerado en toda Escandinavia, Europa occidental y hasta Inglaterra. Pero para hablar de Olaf, tenemos otra saga dedicada a él solito por el propio Sturluson. 

Es sabido que los cuernos de los cascos vikingos son un mito. También hay constancia, sobre todo gracias a las sagas, de que estos pueblos del norte de Europa llegaron al continente americano mucho antes que Colón. Menos conocidas, sin embargo, son las relaciones que establecieron con Rusia, ni sus posteriores andanzas en Constantinopla, el Mediterráneo e incluso Asia Menor. 

Tras haberse recuperado de sus heridas sufridas en Stiklestad, Harald llegó a la corte del rey Yaroslav, en Rusia, quien lo nombró capitán del ejército. Posteriormente, viajó a Constantinopla, donde también ascendió a comandante de la Guardia Varega. Este cuerpo de élite del ejército bizantino se había formado unos dos siglos antes, y se componía casi exclusivamente de anglosajones, germanos y pueblos nórdicos.

La Guardia varega del ejército bizantino

Durante todo este tiempo, como buen vikingo que era, Harald se dedicó al pillaje, y en Sicilia sometió una tras otra a las mayores y más prósperas ciudades de la isla. Sturluson nos da muestras de la astucia de nuestro héroe al relatar el modo en que éste rompió las defensas de la primera de esas ciudades. Hizo capturar a los pajaritos que anidaban en la ciudad cuando salían de ésta en busca de comida. A continuación, les ató virutas a la espalda, que luego embadurnó de cera y sulfuro y les prendió fuego. Los pobres bichos en llamas volvíeron desesperados a sus nidos y la ciudad entera acabó pasto del fuego. Evidentemente, esto suena más a leyenda que a hechos verídicos, pero en una obra escrita hace mil años y tan fiel en su mayor parte a los hechos históricos, supongo que se le pueden disculpar estas licencias épicas.

La emperatriz Zoé Porfirogéneta

Al cabo de un tiempo, Harald decidió regresar a su tierra. Le habían llegado noticias de que su sobrino Magnus Olafsson había accedido al trono de Noruega y Dinamarca, y se proponía disputárselo. Renunció a su puesto en la guardia varega, pero la decisión no fue del gusto de la Emperatriz Zoe Porfirogéneta, que lo acusó de traición y lo hizo arrestar. Según contaron las varegos a su regreso a Escandinavia, la ira de la emperatriz se debía a que Harald había rechazado casarse con ella. Sea como fuere, Harald fue llevado a la mazmorra, pero mientras era conducido allí, se le apareció su milagroso hermano Olaf, que le prometió ayuda. A la noche siguiente, una dama a quien San Olaf curó en una ocasión se presentó, acompañada de dos sirvientes, en la celda de Harald, al que liberó. Los varegos recibieron entre aclamaciones a su líder y, acto seguido, se dirigieron a la cámara del emperador para tomar cumplida venganza.
San Olaf, en la cultura popular

Milagros aparte, en este punto de la saga, como en algunos otros, los datos de Sturluson no son del todo precisos. No obstante, la historia es tan macabra que merece ser contada.

Dice el autor que los varegos le arrancaron los ojos al emperador Constantino Monómaco. Sin embargo, en aquel momento el emperador no era Constantino sino Miguel Calafates, hijo adoptivo de Zoé. En 1042, con el objetivo de gobernar en solitario, Miguel recluyó a Zoé en un convento, pero el pueblo y, con ellos, la guardia varega, permaneció fiel a la emperatriz. Miguel, derrotado, ingresó en un convento, pero Zoé, que ahora reinaba con su hermana Teodora, lo hizo arrestar. Miguel fue cegado en público, y según algunas wikipedias, castrado.

Harald Sigurdsson ha pasado a la historia como Harald Hardrada, es decir, el Despiadado. Sturluson nos presenta el retrato de un guerrero a ratitos noble; con más frecuencia, cruel, vengativo y traicionero, siempre astuto y un hombre al que, efectivamente, es mejor no contrariar. Sin ahondar en sus motivaciones personales, el autor consigue, mediante la acumulación de hechos históricos y la descripción de las relaciones de Harald con sus contemporáneos, ofrecernos un vívido retrato psicológico de nuestro héroe. Entre estos contemporáneos destacan su sobrino Magnus el Bueno, hijo bastardo de San Olaf (qué bien queda eso). Magnus, un joven impetuoso y arrogante, compartió con Harald el reino de Noruega, al que había accedido en ausencia de su tío. Magnus era también rey de Dinamarca, a cuyo trono accedió tras derrotar a Svein Ulfsson. La sorpresa llegó cuando, tras su temprana muerte a los 23 años, legó el trono de Dinamarca al propio Svein en lugar de su tío Harald, quien, por descontado, no se quedó de brazos cruzados sino que...

Magnus el Bueno con Hardecanute

Como veis, es bastante difícil seguir con detalle este verdadero y, qué queréis que os diga, para mí apasionante culebrón. En todo caso, la galería de personajes es de lo más atractiva y entretenida. Svein, una presencia constante y carismática, nos proporciona, en uno de sus enfrentamientos con Harald, una de las mejores escenas de la obra: la persecución de Harald en barco a lo largo de la costa danesa, en la que nuestro héroe, obligado a soltar lastre, se deshizo de la malta, la harina, el beicon, hasta que al final tuvo que tirar por la borda los prisioneros que había capturado.

Otro personaje de nombre inolvidable es Einar Tambarskjelve, es decir, Einar Barriga Vibrante. Einar, un noble noruego, esperaba, tras la batalla de Stiklestad, que el rey Canuto el Grande (hablando de nombres inolvidables) lo nombrara caudillo. Canuto no lo hizo, y Barriga Vibrante se dirigió a Rusia, donde se reunió y empezó a tramar con Magnus el Bueno. Con el tiempo, Einar consiguió convertirse en un influyente caudillo, hasta el punto de gobernar de facto Noruega. Huelga decir que el regreso de Harald de tierras bizantinas no auguraba nada bueno.

Canuto el Grande, en su legendario encuentro con las olas

La obra continúa así, entre tantas traiciones, pillaje y maquinaciones que es un auténtico placer, hasta que, habiendo matado, quemado o mutilado a todo aquel que tuviera alguna pretensión al trono u osara cuestionar su derecho a la corona, Harald, a falta de Dinamarca, se hizo con todo el poder en Noruega. Volvió entonces la vista a Inglaterra, cuyo trono había estado en manos de Canuto el Grande. Su hijo Hardecanute, rey de Dinamarca, había pactado con Magnus de Noruega que, en el caso de que cualquiera de los dos muriera sin dejar un heredero, su trono pasaría al otro. Este pacto fue invocado por Harald a la muerte de Magnus para reclamar la corona de Inglaterra, a la sazón en manos de Harold Godwinson. Un culebrón de primera.

 En este punto, Sturluson deja a un lado a nuestro héroe y se centra en Harold, su hermano Tostig y los enredos de éste para conseguir la ayuda de Svein, primero, y de Harald, luego, para derrocar a Harold. Todo conduce así a un Harald contra Harold, que la prensa deportiva de la época, por una vez sin caer en la hipérbole, calificó como el combate del milenio.

Los hermanitos Harold y Tostig Godwinson, en un preludio de lo que iba a ocurrir

Ese duelo tuvo un maravilloso prolegómeno, cuando Harold se presentó de incógnito ante su hermano Tostig y Harald para ofrecerle al primero el reino de Northumbria y así evitar la guerra. Tostig, que reconoció a su hermano pero decidió seguir el juego, le reprochó que este ofrecimiento llegara tan tarde, después de que se hubieran perdido tantas vidas. Aún así, preguntó al presunto emisario de Harold:

-Si acepto este trato, ¿qué le ofrecerá el rey a Harald?

Ante lo cual, el jinete respondió con unas palabras que son historia:

-Le daré seis pies de tierra inglesa. 

Tostig se negó a traicionar a Harald. Consideró más noble enfrentarse a su hermano.

La narración del duelo final es tan apasionante como el resto de la obra, no sólo por la escritura siempre ágil y sin florituras del autor, en línea con el estilo habitual de las sagas islandesas, sino sobre todo por su significado histórico. Como decíamos al principio, la batalla de Hastings, en 1066, se considera el episodio más importante en la historia de Inglaterra. Sin embargo, esa batalla fue influida en gran medida por otra que tuvo lugar unos días antes y que Sturluson relata de manera magistral: la batalla de Stamford Bridge.

El trono de Inglaterra tenía en aquel momento en el duque Guillermo de Normandía a otro poderoso pretendiente. Harold esperaba la invasión francesa comandada por el duque, futuro Guillermo el Conquistador, que debía llegar por el sur. Harald aprovechó la circunstancia para atacar Yorkshire, en el norte. Las tropas de Harold se dirigieron ipso facto al norte y derrotaron sin excesiva dificultad a nuestro héroe, que murió de un flechazo en la garganta. El relato de la batalla por parte de Sturluson no es del todo fiel a los hechos, pero como literatura épica no tiene desperdicio. 

La batalla de Hastings y la flecha que mató a Harold

La saga del rey Harald no concluye con la muerte del héroe. Tres días después de Stamford Bridge tuvo lugar al fin la invasión normanda. Harold se vio obligado a regresar a toda prisa a Sussex, en el sur, y, apenas tres semanas más tarde, entablar batalla con las tropas de Guillermo. Sturluson, que se toma muy en serio su trabajo como cronista, nos narra los hechos más importantes que tuvieron lugar a continuación, desde la derrota y muerte -también de un flechazo- de Harold y el acceso al trono de Guillermo el Conquistador hasta un obituario de Harald, pasando por la retirada de las tropas noruegas de Inglaterra, o una comparación, a la manera de Plutarco, entre Harald y su hermano Olaf. No se olvida el autor de incluir en su descripción física de Harald un detalle sobre una de sus cejas, como hacía también al hablar de Egil Skallagrimson, Cada uno tiene sus fetiches, supongo.

Mucho se ha especulado sobre cuál habría sido el desenlace de la batalla de Hastings de no haberse producido la invasión vikinga, pues es evidente que las tropas de Harold habrían estado en mejores condiciones para luchar. ¿Qué habría sucedido si Harold no hubiera perdido esa batalla? Se trata, sin duda, de uno de esos momentos en que la Historia llega a un cruce de caminos y, antes de decidir cuál de ellos tomar, se pone una venda en los ojos y da varias vueltas sobre sí misma. La historia es una sucesión de gallinitas ciegas.

Y mientras unos escribían sagas, otros bordaban tapices.

jueves, 10 de enero de 2013

La saga de Egil Skallagrimsson, de Snorri Sturluson



Un día, a la edad de siete años, Egil estaba jugando con unos niños, cuando uno de ellos hizo trampa. Egil abadonó el juego, fue a su casa, cogió un hacha, volvió y le partió la cabeza hasta los dientes al tramposo. Pues bien, el pequeño Egilito llegó a ser el más grande poeta medieval escandinavo, el fundador, dicen, de la poesía lírica nórdica, y uno de los más grandes escaldos de la época. Los escaldos eran poetas y guerreros de las cortes noruega e islandesa que alcanzaron su mayor esplendor durante la época vikinga. Y vikingo, poeta y guerrero son las palabras que definen a nuestro héroe.

La verdad es que, tras unas pocas epopeyas y otras obras clásicas, pensaba que estaría algo más preparado para enfrentarme a las sagas islandesas, pero nada más lejos de la realidad. La lectura de esta saga, así como la de Eirik el Rojo, me han sorprendido no sólo por su carácter completamente diferente de la literatura que se estilaba más algo más al sur, sino, sobre todo, por la engañosa apariencia de sencillez que las cubre.

El retrato más conocido de Egil, en un manuscrito del s.XVII

Esta aparente sencillez se encuentra, en primer lugar, en su falta de retórica y su carácter directo y prosaico. Los capítulos empiezan con frases del tipo "había un guerrero llamado Kveldulfr que tuvo tres hijos", y pasan a referírsenos las respectivas genealogías, ocupaciones, bodas y milagros. No hay misterios ni sutileza estilística. Todo sucede en estricto orden cronológico, pero la constante aparición de nuevos personajes y la interrupción de historias que no se reanudan hasta diez capítulos más adelante empiezan a complicarle la vida al lector.

Otra de las dificultades es de orden cultural, o, podríamos decir, onomástico: no sólo tenemos multitud de personajes, sino que éstos tienen nombres como Thorir, Throlf, Thorfinn, Thord, Thordis, Thorgerd, Thorstein, por mencionar sólo los que empiezan por Thor. Decidme cuáles son nombres de hombre y cuáles de mujer.

Cráneo afectado por enfermedad de Paget. Se cree que la fealdad de Egil pudo deberse a esta dolencia

Esto, acompañado de numerosos paralelismos entre las vidas de personajes del mismo nombre, sin duda representa un festival para el lector enamorado de elaborar esquemas, diagramas y árboles genealógicos al tiempo que va leyendo, pero para el lector conformista y gandul resulta un tanto abrumador. En consecuencia, lo mejor, por lo menos en mi caso, es admitir que no somos Borges y que aun así, o precisamente por eso, la mejor manera de disfrutar de esta lectura es dando rienda suelta a nuestra ingenuidad y superficialidad lectora. Concentrémonos en la anécdota, el detalle, el episodio concreto, y dejemos para más adelante, o para nunca, la visión de conjunto. Perdámonos de vez en cuando en la enciclopedia, recreémonos en la Historia, en este rey, en aquella batalla, en la refinada barbarie de Egil, y gozaremos, una vez más, de un clásico que nos rejuvenece como lectores. Qué me decís, por ejemplo,  de esta escena:

"Egil se dio cuenta de que no podía continuar [bebiendo]; se levantó entonces y cruzó el pasillo hasta donde estaba Armód; le puso las manos sobre los hombros y le empujó hacia atrás, contra la pared. Egil descargó entonces un gran vómito, que cayó sobre la cara de Armód, en los ojos, la nariz y la boca; le cayó por el pecho, y Armód quedó sin respiración; y cuando recuperó el aliento, vomitó también."

A mí, la verdad, lo que me desarmó fue la reacción de los presentes:

"Y todos los hombres de Armód que estaban allí dijeron que Egil era un miserable, y que era un malvado por lo que había hecho, que debería haber salido afuera si quería vomitar, en vez de dar el espectáculo en la sala." 

Naturalmente, alguien de la exquisita sensibilidad poética de Egil no podía dejar pasar la ocasión, así que, aún tambaleante, y quitándose de los labios los restos de vómito con el dorso de la mano, se sentó y recitó un poema sobre el episodio:

.... hay testigos
de que caminar aún puedo,
por tu asilo, con mi esputo;
(...) a Armód, de cerveza
vómito cayó en las barbas.

Egil en su duelo con Berg-Onund, de Johannes Flintoe

Y este pringao, nunca mejor dicho, de Armód tuvo el privilegio de inspirar todavía otro poema a nuestro héroe, quien, cuando estaba a punto de rebanarle el pescuezo, se enternece ante los ruegos de su mujer e hija y accede a perdonarle la vida:

Se aprovecha el rufián
del ruego de la esposa,
al que al combate acude
no temo, y también de su hija;
no pensaréis que debe
pagar por el convite
de mejor modo el vate,
partiré en largo viaje.

Entonces, Egil le cortó la barba desde el mentón; luego le arrancó el ojo con el dedo, de forma que lo dejó colgando sobre la mejilla; luego, Egil y sus compañeros se marcharon.

Tras estas reveladoras pinceladas sobre el carácter de Egil, pasemos a su descripción física:

"Frente ancha, cejas espesas, nariz corta pero extremadamente ancha, barbilla ancha y larga, mentón muy ancho al igual que la mandíbula, cuello macizo y hombros más anchos que los de cualquier hombre, pelo gris como de lobo, y  espeso, aunque se había quedado pronto calvo; mientras estaba allí entado como arriba se escribió, bajaba una ceja hasta la barbilla, y la otra subía hasta la raíz de los cabellos; Egil era cetrino, con ojos negros".


Tras la muerte de su hermano Thorolf, un furioso y amenazador Egil acepta del rey Ethelstan una ajorca de oro que éste le ofrece sobre la punta de su espada. El poderoso movimiento de cejas de Egil ha pasado a la historia de la literatura.

Me diréis que no es el arquetipo del guaperas nórdico. Cierto. Y es que, por decirlo de una manera clara, los personajes de La saga de Egil Skallagrimsson se pueden dividir entre feos y guapos. Los feos son Kveld-Ulf, su hijo Skalla-Grim, y el hijo de éste, Egil. Éstos son, y cito de la introducción, "feos, morenos, con tendencia a la calvicie, violentos y valerosos". Asimismo, tanto Skallagrim como Egil ponen constantemente de manifiesto su tacañería y su apego a las riquezas.

En el lado de los guapos están los dos Thórolf, el hermano de Skallagrim y el hermano de Egil. Ambos comparten el nombre, pero también muchas características personales. Los dos son, y sigo citando, "extremadamente apuestos, nobles y valerosísimos guerreros, pero no exageradamente violentos; no desdeñan las riquezas -un vikingo no podría hacerlo- pero tampoco son avariciosos ni mezquinos."

Como nos dice Enrique Bernárdez en su completísima y fascinante introducción, en todo esto puede verse una doble rama familiar: unos descendientes de noruegos de pura cepa, y otros de origen probablemente lapón. Propio de éstos es el ser morenos y, para los cánones noruegos de belleza, feos. Pero también, y mucho más importante, los lapones son los brujos. Y la brujería de Egil es muy oportuna para arreglar las chapuzas que hacen otros:

"El hijo del campesino intentó seducirla, pero ella no accedió; entonces decidió grabar runas de amor, pero no sabía, y las que grabó fueron las que causaron la enfermedad"

La curación de Helga por parte de Egil revela una influencia directa del Nuevo Testamento. No sólo eso, sino que además tanto Kveld-Ulf como Skalla-Grim o su hijo Egil son capaces de hacer predicciones que se cumplen fatalmente. Sin embargo, en un rasgo más propio de la brujería que de los evangelios, los tres tienen mucho de  berserkir.

Las famosas piezas de ajedrez de las Islas Hébridas datan del s. XII. En  ellas se ven berserkir mordiendo su escudo poseídos por la furia

Existe en inglés la expresión "go berserk", que significa algo así como desquiciarse, volverse loco y agresivo. Descubro, pues, en la saga, que dicha expresión procede del islandés, donde literalmente quiere decir "(portador de) una camisa de piel de oso". Los berserkers eran una especie de cuerpo especial de luchadores, una casta guerrera que se caracterizaba por la incontrolable furia y violencia con la que luchaban, así como por su resistencia, cuando no invulnerabilidad, al hierro y al fuego. Hoy en día se especula con que estos guerreros entraban en estado de trance mediante la ingestión de hongos alucinógenos, grandes cantidades de alcohol, o quizá la violencia era consecuencia de una enfermedad, como alguna forma de epilepsia. En cualquier caso, con los berserkers uno no se metía. Y cuidadito con distraerse siquiera un segundo:


Thrand dice: "Ahora verás, Thorstein, si tengo miedo a tus amenazas."
Entonces, Thrand se sentó para atarse los zapatos, y Thorstein alzó el hacha y golpeó con fuerza sobre el cuello de Thrand, de tal forma que la cabeza quedó colgando sobre el pecho..."

Su majestad Gunnhild, entre hachas, borrachos y un gato negro

Como veis, es todo un gustazo perderse uno a su antojo por los senderos antropo-etimológicos que nos muestra este libro. Y todavía no he hablado de la Historia. En líneas muy generales, esta saga nos habla de la colonización de Islandia por parte del clan familiar de Kveld-Ulf, que huía de las injusticias cometidas hacia él por parte del Rey Harald de Noruega. Una vez ahí, el viejo se retira a una granja, mientras sus hijos crecen, se reproducen y "salen a vikingo" (maravillosa expresión). Se nos narra, entre muchas otras historias, la invasión vikinga de Inglaterra, el regreso de Egil a Noruega, su relación con el rey Eric Hacha Sangrienta y el modo en que la esposa de éste, Gunnhild, instiga a su marido a matar a Egil. La historia de esta señora, envuelta en misterio, no tiene desperdicio, desde su controvertido parentesco hasta su muerte asesinada en una turbera, pasando por su reputación de bruja o el falso hallazgo de su momia en 1835.

Uno de los momentos álgidos de la obra es, sin lugar a dudas, la lectura  del poema elegiaco "La irreparable pérdida de los hijos", que compone Egil tras la muerte de su hijo Bödvar. El poema se extiende a lo largo de casi cinco páginas, y es bellísimo, tanto por la originalidad de sus imágenes como por la sencillez del tema o la altísima complejidad formal de la lengua (irremediablemente perdida en la traducción).

La lengua se resiste
a alzarse en mi boca,
no puedo levantar
la balanza del verso,
no encuentro placer
en el néctar de Odín,
no es fácil que surja
de su hogar en mi pecho

... Mi linaje ya se hunde
en la decadencia,
es un bosque repleto
de árboles caídos;
hondo dolor sufre
quien saca del lecho
al pariente querido
y lo lleva a su tumba

... Compensación, dicen
que nunca se logra
por el hijo muerto;
queda engendrar sólo
otro hijo más
que diga la gente
que era igual de bueno
que el hermano perdido...

Egil con el cadáver de su hijo Bödvar

En fin, una vez más me encuentro con un clásico cuya lectura me confunde un poco, y que hay que dejar madurar unas semanas. Y ahora que me pongo a escribir la entrada, me faltan teclas para contaros todo lo que esta obra tiene que ofrecer. ¡Pero si ni siquiera he dicho nada del autor! Bueno, al que le interese, que lo busque aquí, o aún mejor, acá, que los ingleses siempre son más generosos al dar información.

Uno de los aspectos más interesantes (y son muchos) de esta saga es la llegada del cristianismo a tierras islandesas, el modo en que durante un tiempo convivió con la mitología nórdica, y la forma en que adoptó algunos de los ritos paganos. Uno de éstos era la festividad de Jol (o Yule), que coincide con el solsticio de invierno, es decir nuestra Navidad, y en la que era ya costumbre hacer regalos.

Por otra parte, cuando Egil y su hermano van a Inglaterra a ofrecerse como mercenarios, el rey Ethelstan el Creyente les pide que acepten el bautismo preliminar, una especie de trámite rapidito que permitía a los cristianos hacer tratos con los paganos. Este bautismo preliminar (o prima signatio) consistía en hacer la señal de la cruz sobre el pagano que la recibía, para así limpiarlo de los malos espíritus. Ofrecía la ventaja de que no suponía ningún compromiso por parte del pagano para adoptar el cristianismo.

El camino al Fiordo de Borg, uno de los muchos que Egil exploró

En conclusión, una vez uno se hace al estilo, La saga de Egil Skallagrimsson es una lectura apasionante, como lo es el carácter ambivalente de Egil, exquisito poeta y salvaje vikingo, y lo que su personaje representa como conflicto y síntesis de dos mundos. Estos dos mundos serían, por una parte, uno de nobles guerreros, y por otra, uno de campesinos tacaños y apegados a la tierra; uno, el mundo de Odín, dios del guerrero vikingo, y otro, el de Thor, dios del campesino; dios aristocrático frente a dios popular. Así, mientras Egil, al mismo tiempo campesino y vikingo, parece representar la unión ( o la ruptura) de estos dos mundos, su hijo Thorstein será solamente campesino, cristiano y buen creyente. Y además guapo.

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