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jueves, 4 de abril de 2013

Una lectura primeriza de Ulysses

Desde hace unos días, soy miembro de un club bastante selecto. He de decir que la pertenencia a este club no me llena de un especial orgullo, pues el ingreso en él no tiene demasiado mérito. El club, como ya habréis imaginado, es el llamado "Yo he leído Ulysses".
He descubierto que dentro del club hay diferentes categorías, aunque el modo en que éstas están organizadas todavía no lo entiendo muy bien. No he averiguado, por ejemplo, cuál es la categoría VIP ni cuál la de menor rango, si es que las hay; de hecho parece que se puede pertenecer a más de una a la vez. Yo, por ejemplo, tengo un carnet donde dice "no entendí ni papa", que es bastante fácil de conseguir. También tengo otro que reza "he disfrutado como un enano", aunque éste no te lo conceden tan fácilmente. Ahora estoy en trámites de que me entreguen uno donde ponga "lo voy a leer otra vez".

Como todas las grandes obras, el Ulysses sólo tenía un comienzo posible

Tonterías aparte, la verdad es que la lectura del Ulysses me ha dejado, como no podía ser de otra manera, con multitud de preguntas. Sin embargo, estas preguntas no se refieren a la trama, ni al estilo, ni al autor, ni a la revolución literaria que supuso esta obra. Las preguntas que me surgían son del tipo:

¿Puede un lector completar la lectura de una obra de mil páginas cuando en la 200 ya se ha perdido completamente?
Más interesante todavía me resulta ésta: ¿se puede disfrutar de una obra de la que no hemos entendido ni papa?

El Ulysses es para muchos lectores un "reto", una de esas obras que "hay que leer", y suele estar en las listas de propósitos para el nuevo año de muchos lectores. Parece que uno no puede considerarse lector si antes no ha tachado en su lista la obra de Joyce. Algo parecido sucede con el turista que cree que no puede irse de Barcelona sin haber visitado el Museo Picasso, o dejar Vienna sin haber asistido a un concierto de Mozart, cuando en realidad no le gusta el arte abstracto y aborrece la música clásica. ¿Y para qué te metes? Del mismo modo, del Ulysses, aunque no todos lo hayan leído, sí se sabe lo suficiente como para que nadie se sienta embaucado.
¿Y qué es lo que sabemos del Ulysses antes de leerlo? Sabemos que se trata de una obra "muy difícil", y que ha desanimado a los lectores más intrépidos. Sabemos también que en ella Joyce desarrolló (que no inventó) el flujo de conciencia y lo llevó hasta sus penúltimas consecuencias. Sabemos que la obra fue tildada, en muchos círculos, de obscena. Sabemos que está situada en Dublín, que transcurre a lo largo de veinticuatro horas, y que nos narra los acontecimientos, muchos de ellos aparentemente banales, de varios personajes. Y sabemos, finalmente, que hay un paralelismo entre la estructura de esta obra y La Odisea de Homero.

Algunas de estas verdades sobre el Ulysses merecen de mi parte una matización. Empecemos con las menores. ¿Qué hay del flujo de conciencia? Pues que es tan sólo uno más de los muchos flujos que discurren por la obra. En Ulysses los personajes cagan, mean, se hacen pajas, vomitan, se sacan los mocos y menstrúan. De ahí la obscenidad. Y esta irreverencia escatológica no es más que una muestra de una irreverencia mucho mayor: la de la literatura misma, la del concepto de cultura. Es ahí, mucho más que en su estilo, donde radica el carácter llámese innovador, radical, rupturista o visionario de la obra. Puede decirse que, entre muchísimas otras cosas, el Ulysses representa la cúspide de la desacralización de la tradición literaria. Es el modernismo, dicen.

Algunos dicen que el Ulysses es esto

En cualquier caso, la obra nos muestra por lo menos dos tipos de flujo de conciencia completamente diferentes entre sí. En el primero de ellos la voz del personaje se mezcla con la narración, descripción y diálogo, y el resultado, así, no difiere demasiado de lo que hicieron otros autores como Sterne, Poe, o incluso Chéjov y Tolstoi. En el conocidísimo monólogo final de Molly Bloom, por otra parte, nos encontramos con un stream of consicousness puro y duro, en el que la corriente del lenguaje, sin un solo punto ni una sola coma, con sus recuerdos, a veces inconexos, y sus asociaciones de ideas, arrastra al lector en un torrente imparable y fascinante.

¿Qué hay de los paralelismos con La Odisea? Están ahí, supongo, aunque hace muy bien Declan Kiberd en su brillante introducción al advertirnos de que la búsqueda de dichos paralelismos es (o fue) más un juego de eruditos que otra cosa. "¡Anda, mira! Aquí hay un eco de Circe. Y ésta es la Escila" "¡Yo he encontrado a Telémaco!". Hoy se pueden encontrar todos esos ecos en la red. A algunos lectores les divierte mucho ese tipo de juegos que los modernos llaman "guiños". A mí no. Y por otra parte, ¿no se dice de incontables novelas que son una recreación de los temas universales y primigenios presentes en la obra de Homero?

¿Pero es que ningún otro famoso lo ha leído? Os reto a que lo encontréis

Y finalmente, ¿es verdaderamente tan difícil como dicen? Sí y no. Porque cuando una obra es tan extremadamente compleja que el lector no se entera de nada, tiene lugar una reacción química que la convierte en una lectura de lo más fluida y sencilla. Sencillamente, nos dejamos llevar, que es lo mejor que se puede hacer cuando la corriente es demasiado fuerte para nadar contra ella.

Naturalmente, exagero un poco (pero muy poquito) cuando digo que no me he enterado de nada. Algunas escenas son relativamente fáciles de seguir, por lo menos en términos de qué está pasando y quién es este personaje. Como ya he señalado, las primeras ciento y pico páginas siguen un camino narrativo más o menos "tradicional". Llega, sin embargo, un momento en que el intrépido lector se pregunta: ¿dónde te has metido, imprudente? Yo, que me consideraba lo bastante "maduro" para abordar esta obra, ¿lo estaba?

Dibujo de Leopold Bloom por Joyce

Hacía mucho tiempo que este libro figuraba entre mis propósitos de lectura para el nuevo año (sí, yo también), pero fue Nabokov, con el apasionante análisis que hace de la obra en su Curso de literatura europea, que leí hace unos meses, quien me dio el empujoncito definitivo para meterme de lleno en esta lectura. Y cuando al final lo hice, tomé antes un par de decisiones que han sido cruciales en el placer que me ha proporcionado. La primera de ellas era simplemente la de seguir adelante en todo momento,  por muy perdido que estuviera. ¿Por qué tomé esa decisión, cuando ya hace tiempo que perdí el miedo a abandonar libros, por muy obras maestras que sean? No lo sé, la verdad. Quizá a veces las recomendaciones entusiastas surten resultado.

La segunda era no utilizar en ningún momento una "guía de lectura" de ésas que ayudan al lector a saber qué esta pasando. Habría sido muy fácil ir a wikipedia (o volver al libro de Nabokov) y ver dónde estaba situada la escena que estaba leyendo y qué ocurría en ella. Pero, la verdad, me habría sentido bastante tonto recurriendo a alguien para que me interpretara lo que estaba leyendo, y la lectura se habría vuelto mucho más pesada. Como señalo en el título, la mía ha sido una lectura primeriza, y en éstas, en mi opinión, el lector debe enfrentarse a la obra con lo puesto. ¿Que no he entendido nada? Es posible, pero he conseguido algo de lo que no todos pueden presumir: he disfrutado desde la primera hasta la última página, he sido testigo del momento en que la literatura cambió para siempre, y lo he hecho de un modo parecido a como lo hizo un lector cualquiera en 1922; me he sumergido en una obra con incontables y, todavía hoy, sorprendentes recursos estilísticos y, sobre todo, en la que el autor despliega una creatividad lingüística infinita; y por último, he experimentado el inmenso placer de sentirme sometido y humillado por una inteligencia superior. Sí, leer el Ulysses tiene algo de sado-masoquismo.

En la o las lecturas segundonas que llegaren, y que llegarán,  ya habrá tiempo para consultar esas guías. Quizá la película también pueda ayudar.

Ulysses (1967), de Joseph Strick


Y si andáis un poco justos de tiempo, aquí tenéis una versión condensada. El Ulysses en cinco minutos


domingo, 10 de julio de 2011

Cuentos de Wilde, relatos de Stevenson


"Cuentos" y "relatos" son dos términos que, con determinados autores, los editores a veces emplean como sinónimos. Así, se habla tanto de los cuentos de Faulkner como de sus relatos. La cosa es más simple en inglés, donde ambos son simplemente "stories", con la palabra "tale" reservada más bien para los cuentos de hadas (¿¿relatos de hadas??) o de Canterbury. Con los autores que nos ocupan, al hablar de Wilde suele utilizarse más "cuentos", mientras que con Stevenson yo diría que "relatos" es más habitual.
Sin entrar en definiciones o teorías literarias, que personalmente me aburren, algunas de las diferencias entre estos términos parecen ser la longitud (el cuento es más breve), la veracidad (el cuento siempre es ficticio; el relato, no necesariamente), la temática (el relato suele asociarse con las aventuras), o la función (el cuento acostumbra a tener una moraleja, mientras que el relato puede limitarse a la presentación de unos hechos). Los niños tienen clarísima la diferencia. ¿Alguien ha oído alguna vez a un niño decir "papá, cuéntame un relato"?
Y hablando de niños, Stevenson es de esos autores que los padres podían comprar a sus hijos con la certeza de estar haciendo lo correcto. La isla del tesoro o La flecha negra se consideraban y siguen considerándose novelas para niños. Por el contrario, a Wilde, en general, no se le ha puesto esa etiqueta, o no es la primera que nos viene a la mente. ¿Quizá se debe esto a la vida privada del autor? Sin embargo, la vida de Stevenson, autor apto para todos los públicos, no estuvo tampoco ajena al escándalo. Claro que se trataba de escándalos más tolerables, como liarse con señoras maduritas y casadas.

El debate sobre qué es una novela para niños la dejo para otro momento, aunque a modo de anécdota, diré que en un concurso en que participé, a los 11 o 12 años, me entregaron como premio Los niños terribles, de Cocteau. Quizá pensaban que era un libro al estilo de Guillermo el travieso. Pero volviendo a Wilde, la verdad es que cuesta imaginar cuentos más apropiados para los niños que los de El Príncipe Feliz y otros cuentos, preciosos, conmovedores, herederos de Andersen, o los de Una casa de Granadas, también bellísimos, si bien sensiblemente más sofisticados.

En "Una casa de granadas", uno de los cuentos que destacan es, si duda, "El pescador y su alma", y destaca no tanto por su gran calidad, que la tiene, sino por unos aspectos formales que la diferencian del resto de relatos (¡uy!). En primer lugar, su longitud, más del doble que cualquier otro, y sobre todo, sus largas descripciones de paisajes y reinos lejanos, exóticos y fantásticos. Esas descripciones y evocaciones, esos ambientes cargados de lujo y rebosantes de sensualidad y exotismo a mí no han dejado de recordarme al maravilloso poema "Kubla Khan", de Coleridge, escrito casi cien años antes:

In Xanadu did Kubla Khan
A stately pleasure-dome decree:
Where Alph, the sacred river, ran
Through caverns measureless to man
Down to a sunless sea.

So twice five miles of fertile ground
With walls and towers were girdled round:
And here were gardens bright with sinuous rills,
Where blossomed many an incense-bearing tree;
And here were forests ancient as the hills,
Enfolding sunny spots of greenery...




(En Xanadú, Kubla Khan
mandó levantar su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado
por cavernas que el hombre jamás ha sondeado,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.

Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercaban los rincones de verde soleado...)

"El Pescador y su alma", que en algunos lectores provoca un cierto rechazo, debido a sus largas y aparentemente irrelevantes descripciones, es, a mi juicio, una fascinante exploración del subconsciente (recordemos aquí la historia del poema de Coleridge, quien contaba que el origen del poema era un sueño que tuvo tras una noche de opio), así como, de nuevo (recordemos El retrato de Dorian Gray), un conflicto entre dos ¿entidades? aparentemente opuestas: alma y cuerpo. El autor se ayuda para ello de la más obvia imaginería cristiana, y crea con ella una inteligente paradoja: la del pescador de almas que entra en conflicto con la suya propia. Se han realizado fascinantes estudios sobre este cuento, cuya inagotable riqueza de significados está a la altura del mejor Wilde. 
Los Cuentos completos de Wilde se completan con El crimen de Lord Arthur Savile y otras historias, El retrato de Mr W. H., y la maravillosa colección de Poemas en prosa. Sorprende el conjunto por su variedad de estilos, por la maestría de Wilde al manipular diferentes géneros (cuento de hadas, de fantasmas, fábulas, parábolas bíblicas, o juegos metaliterarios al más puro estilo de Nabokov), y sobre todo por su extraordinaria calidad, de buenos a excelentes a obras maestras, que merecerían, todos y cada uno de ellos, una reseña específica. Una auténtica joya.


Mientras los cuentos de Wilde acostumbran a tener moraleja, los relatos de Stevenson no sólo carecen de ella, sino también de cualquier espíritu de ejemplaridad. Gracias a ello se ganó la admiración de aquellos autores que rechazan la función ética de la literatura, o que postulan que en la literatura, la estética constituye la ética, tales como Nabokov (cuentos), Borges (cuentos), o Chesterton, entre muchos otros.
Stevenson es un autor para niños (hablamos de los tiempos en que la infancia duraba hasta los 18 años) porque ama el arte de narrar y consigue cargar de interés y tensión la historia más sencilla. Tanto en Las nuevas mil y una noches como en Noches en la Isla, el retrato psicológico, central en La isla del tesoro como en el Doctor Jeckyll, cede el paso al relato puro, al qué pasó entonces, la razón primordial del arte de contar. Y de ahí el título homenaje a Las Mil y una noches, con el que, aparte de esta pasión narradora, comparte el enlazamiento de las historias y un supuesto "narrador árabe" que nos suena más a pitorreo que a otra cosa.


La influencia de Stevenson es más evidente en algunos de sus devotos que en otros. No se percibe claramente en Nabokov, es algo más clara en Borges, y es del todo palpable en Chesterton. ¿Acaso no nos recuerda ese metomentodo de Florizel de Bohemia al Padre Brown y su candor? ¿Acaso es posible leer la historia "El club de los suicidas" sin que nos venga a la mente El hombre que fue jueves
Pero la influencia de Stevenson es de aún más largo alcance. Quizá diréis que estoy obsesionado, pero el relato "El pabellón de las marismas" me ha parecido puro Bolaño...

Clara nos abrió la puerta del pabellón. Me sorprendió la perfección con que tenían preparada la defensa. Pese a que había una gran barricada, se podía liberar fácilmente y mantenía la sujeción de la puerta contra cualquier violencia del exterior. Las contraventanas del salón estaban también fortificadas incluso de forma más compleja. Fui conducido directamente hacia allí; les iluminaba la débil luz de una lámpara.--

...palabrota más o menos. Pero reconozco que lo mío con Bolaño empieza a tomar tintes enfermizos. 
Y siendo la característica principal de Stevenson la pasión por narrar, no podía por menos de rendir homenaje a una de las grandes tusitalas del siglo XX. Isak Dinesen, naturalmente. Así, aunque Stevenson escribió "El diablo embotellado" y "La isla de las voces" unos cuantos años antes de que naciera la gran autora danesa, no me cabe duda de que ambos relatos, tan dinesenianos ellos y -tanto por su atmósfera mágica como por ser cuentos- diferentes del resto, constituyen un sentido y brillante homenaje a la escritora que recogería el testigo del arte de contar cuentos, quiero decir, relatos.
Como veis, leer a Stevenson, aparte de garantía de pasárselo pipa, es hacer un repaso a la mejor literatura del siglo XX.


miércoles, 15 de junio de 2011

The picture of Dorian Gray, de Oscar Wilde



Sucede a veces que el escritor da con una idea poderosa y la convierte en una historia memorable. Y sucede de vez en cuando que esta historia memorable puede resumirse en una sencilla imagen. Es entonces cuando nace el clásico, es decir, esa obra que todo el mundo conoce aun sin haberla leído. Del Quijote tenemos la imagen del caballero de la triste figura atacando, lanza en ristre, los molinos; de Gulliver, el protagonista atado de pies y manos en el país de Liliput; de Robinson Crusoe, Viernes y las huellas en la arena; del Doctor Jeckyll, el humeante brebaje en el londinense sótano; y de Dorian Gray, el efebo sin alma frente a su decadente retrato. Así, Wilde, en esta obra, dio con la idea perfecta para crear una obra que, lejos de ser impecable, sí es inmortal.

Se me ocurre que ésta podría ser una buena idea para una entrada: cuáles de las grandes obras de la literatura se pueden representar en una imagen icónica, y cuáles no. Homero da para más de una; Dickens, también; Dante, menos. En cambio, Faulkner no se presta al juego en absoluto; Dostoievsky; algo; Tolstoy, poco. En fin, si nadie recoge el guante, quizá me ocupe de esto en otra ocasión.
Pero esta icónica imagen es sólo una de las razones por las que El retrato de Dorian Gray es un clásico. Entre las otras muchas...

...tenemos aquí a un Wilde maduro, en la cúspide de su narrativa - inmediatamente después se dedicaría de lleno a las obras teatrales - y con el equilibrio perfecto entre ingenio y pasión. En cuanto al ingenio, el libro, de hecho, y sobre todo cuando habla el cínico de Lord Henry Wotton, es una sucesión de aforismos, muchos de los cuales han pasado a la historia. Y en cuanto a la pasión, qué mejor ejemplo que ese antológico prefacio, donde Wilde expone sus teorías sobre arte y belleza ("El artista es el creador de cosas bellas"), y donde, sobre todo, planta cara a esa respetabilísima sociedad victoriana, siempre dispuesta a escandalizarse ante un hombre que se negaba a hacer encajar su moral en la horma de la época: "No existe eso que se llama un libro moral o inmoral. Existen libros bien escritos y mal escritos".

Dorian Gray abarca varios de los eternos temas de la literatura. Verbigracia, la dualidad bien y mal, con un planteamiento que nos recuerda al de su admiradísimo Stevenson en El Doctor Jeckyll... No obstante, en la obra que nos ocupa, dicha dualidad parece plantearse más bien en términos de conflicto entre la ética y la estética, un conflicto presente en Wilde desde sus primerísimos cuentos, como "El Príncipe feliz" o "El ruiseñor y la rosa". ¿Puede el mal ser hermoso?
Este conflicto nos lleva a otro de los temas centrales del libro, y que, con frecuencia, queda relegado en favor de otros más evidentes. Se trata de la fisiognomía, la ciencia según la cual es posible determinar la personalidad a partir de los rasgos faciales. La fisiognomía nació en la Grecia clásica, y a lo largo de la historia tuvo épocas de esplendor y otras de oscuridad. En la Inglaterra victoriana estaba una vez más en boga, y, como tuve ocasión de ver en una memorable exposición en Londres hace unos años, incluso las instituciones policiales de la época estaban familiarizadas con la ciencia en cuestión. En El retrato... leemos una y otra vez que una persona de la belleza de Dorian no puede ser mala.

¿Criminales o monjes franciscanos? La respuesta, en la fisiognomía

Numerosos son los críticos que, al analizar Dorian Gray, hablan, en primer lugar, del tema faustiano, asociación que al lector le parece evidente. No en vano, Gray ofrece su alma a cambio de la juventud eterna y, para su desgracia, su deseo se hace realidad. Y aquí es donde se plantea, a mi juicio, la pregunta más interesante: en este pacto faustiano, ¿quién interpreta el papel de Mefistófeles? El primero que nos viene a la cabeza es Lord Henry. Sin embargo, este personaje se nos antoja más cínico ("me gustan las personas más que los principios, pero lo que más me gusta son las personas sin principios") que realmente diabólico. Además, ¿qué gana él con el pacto?
Por ello, y ante la inquietante ausencia de candidatos claros al satánico papel, nos remitimos a otro de los grandes temas del libro: la influencia. Nos dice María Moliner que influencia es el "poder que ejerce alguien sobre la voluntad de otro". Tras haber conversado apenas un rato con Henry, el hasta ahora bastante soso e inocente Dorian se descompone: "Lord Henry Wotton tiene toda la razón. La juventud es lo único que merece la pena en esta vida. Cuando me sienta envejecer, me mataré". Tenemos así un círculo de viciosa influencia, en el que la belleza de Dorian influye en el cuadro de Basil ("... porque, mientras lo pintaba, Dorian estaba sentado a mi lado. Una sutil influencia pasó de él a mí..."), que a su vez influye en Henry, quien a su vez vuelve a influir en Dorian y su terrible anhelo. Pero además, este círculo vicioso se ve arrastrado bajo otro satánico influjo: el de la misteriosa, venenosa y decadente novela francesa que Henry presta a Dorian.

 Joris-Karl Huysmans, de ángel caído a arrepentido

Como si fuera una bruja a la que la Santa Inquisición obliga a confesar que ha copulado con el diablo, Wilde, en el juicio contra él celebrado en 1895, se vio obligado a admitir que aquel misterioso libro era À rebours, del francés Joris-Karl Huysmans. Con el libro como una de tantas pruebas incriminatorias, Wilde fue encarcelado. Y entre los libros que pidió en prisión, estaba nada menos que En route, donde Kuysmans relataba su conversión al catolicismo.
Y con ello se cierra un gran círculo virtuoso, el de esta grandísima novela, sencilla, pero rica y sugerente como pocas.

sábado, 12 de febrero de 2011

The Deportees, de Roddy Doyle

Roddy Doyle es una especie de icono en Irlanda. Se le considera uno de los autores que mejor retratan la Irlanda de nuestros días, los cambios sociales que han tenido lugar desde finales de los 80, así como la vida de su clase media-baja. He leído algunas novelas suyas y he visto varias películas basadas en otras y sí, de acuerdo, está bien. Pero este libro...¡ay!
The Deportees es una serie de ocho relatos que giran alrededor del tema de la inmigración en Irlanda. Nos dice el autor en el prefacio que en casi todas las historias nos encontramos con que alguien nacido en Irlanda conoce a alguien nacido fuera de Irlanda. Vamos, que podríamos llamarlo un libro de encuentros. Ah, y además, debido a que los escribió para una publicación semanal, las historias están organizadas en secciones de 800 palabras. Bueno, pues con esas dos premisas, ¡cualquiera se resiste a leerlo! 
Pero hay más. Nos confiesa Doyle que como tenía tanta presión para entregarlas en el plazo asignado, apenas tenía tiempo para revisar, o siquiera para planificar la escritura, y que por eso observaremos que algunos personajes desaparecen sin más, y que hay unas cuantas incoherencias.
Bueno. Pues el resultado no puede sorprender a nadie: The Deportees es malo. Muy malo. De las ocho historias, pueden llegar a salvarse dos: la primera, que no es más que un remake, escrito con relativa solvencia, de la película Adivina quién viene a cenar esta noche (no sé si con cierto descaro, o al estilo Francisco Rico diciendo que nunca ha fumado, el caso es que Doyle no cree necesario mencionar la concidencia absoluta de título y argumento); y la historia "New Boy", sobre un niño africano, refugiado, que en su país fue testigo del asesinato de su padre y que ahora tiene que enfrentarse a los matones de la clase. No es nada del otro jueves, pero el retrato y la voz del niño están logrados, consigue mantener la tensión, y está bien resuelta. 
El resto de historias, sin embargo, son malísimas. En la historia "The Deportees", secuela de la exitosísima The Commitments, tenemos de nuevo a Jimmy Rabbitte creando un grupo musical. Doyle lo intenta, pero la historia no tiene gracia. No nos hacen gracia las fobias musicales del protagonista, y el resto de personajes, muy variados, muy variopintos, muy extravagantes, no son más que caricaturas. Y ese recurso de juntar gente muy rara para hacer gracia lo hemos visto tantas veces que ya cansa.
Otras historias están basadas en buenas ideas. El aparato para medir la "irlandesidad" podía haber dado para una historia divertida e interesante. Pero realmente parece que Doyle la escribió de un tirón y no la revisó ni una sola vez. Confusa, absurda, tediosa, parece a ratos un boceto para una historia que el autor escribirá cuando tenga más tiempo.
Lo mismo sucede en "Home to Harlem". El argumento básico de la historia es muy interesante y se podría haber escrito una buena novela. Desgraciadamente, le sucede lo mismo que al resto del libro, a saber, que el señor Doyle piensa que su experiencia y sus ocurrencias bastan para escribir una buna historia. Y no.
The Deportees es una mancha negrísima en la bibliografía de Roddy Doyle.
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