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viernes, 14 de julio de 2017

Desaparecer y otros placeres




"En la ruta del sudeste que había tomado había satisfactorios indicios de lejanía y desolación."



A algunos de nosotros, en un  momento dado de nuestra vida, cierta inquietud muy parecida a la desesperación nos empuja a coger la mochila y, sin otro plan que el de alejarnos, nos lanza a la carretera. Es posible que esa inquietud no nos abandone ya más, y es también posible, sin embargo, que, tras este brote, no volvamos nunca a recaer. Tanto da: el virus del viaje no tiene cura y puede permanecer latente en nuestro cuerpo durante décadas. Cuando uno es viajero, lo es para toda la vida.

A orillas del Danubio, tras haber caminado casi dos mil kilómetros desde que salió de Inglaterra, Patrick Leigh Fermor aprovechó la llegada de la primavera y pasó su primera noche al raso. A la luz de una vela que había colocado en una roca, se puso a escribir su diario de viaje hasta que le entró la modorra. A continuación, con la música de fondo de ranas, gallinetas y avetoros, se tumbó a contemplar las constelaciones y dejó que vagaran entre él y el cielo las ideas y el entusiasmo de un mozalbete de 18 años.
¿Por qué la idea de que nadie sabía dónde me encontraba, como si huyera de una jauría de perros de presa o de unos coribantes empeñados en descuartizarme, era capaz de generar esta sensacion de triunfo?
Life is good

De entre todos los maravillosos párrafos que este extraordinario libro ofrece, se me ocurre que éste es uno de los más significativos. Tenemos en él condensados algunos de los rasgos inconfundibles de esta cima de la literatura de viajes (o de la literatura a secas): joie de vivre, referencias clásicas, vívidas imágenes y, sobre todo, el poder de comunicar de manera magistral sensaciones que apelan a los recuerdos del lector, o, por el contrario, de despertar en él la sed de perderse en el mundo y ver qué encontramos.

Además, cualquiera que haya vivido a fondo al menos una parte de su vida, lo cual no quiere decir hacer puenting y nadar con delfines, reconocerá en esas líneas la sensación de agradable alienación que nos embarga a los viajeros cuando menos lo esperamos. Recuerdo estar un día en el metro y fijarme en la persona de enfrente, ufana de haber encontrado un asiento para todo el trayecto y poder así enfrascarse a gusto en una apasionante sopa de letras. Con una condescendencia rayana en la piedad, le espeté en silencio mis pensamientos:

Tú no lo sabes, pero hace dos semanas regresé del otro confín del mundo.

Tierra de castillos

Entre los mochileros hay mucho más esnobismo del que se piensa, y yo no me libro de ello. Pero también me enorgullezco de coincidir con Fermor en que gran parte del placer del viaje radica en desaparecer. Así es. No radica en compartir momentos. Ni en contemplar puestas de sol. Ni en el indiscutible gozo de conocer gente nueva. Ni en colgar fotos en tu cuenta de facebook. Ni en encontrarte a ti mismo. Ni siquiera en escribir un blog de viaje.

Desaparecer. Lisa y llanamente. Y si no sabéis a qué me refiero con "desaparecer", os diré que, cuando fui a los Estados Unidos, mis padres se pensaron que me había secuestrado una secta. Sin coña. A eso me refiero.

(Y de paso, otro no: la gente no viaja más desde que llegaron los vuelos low-cost. Viaja muchísimo menos.)

El Salar de Uyuni. Y pensar que hay gente que recorre medio mundo para hacer esto...

Más de cuarenta años median entre el día en que Patrick Leigh Fermor llegó en barco a Holanda, decidido a recorrer Europa a pie hasta llegar a Constantinopla, y el momento en que empezó a escribir este libro. Son cuarenta años que lo llevan a través de juventud, madurez y veteranía hasta la sabiduría de la experiencia, años que Fermor, autor, historiador, destacado soldado, estudiante rebelde expulsado de The King's School por hacer manitas con la hija del verdulero, latinista y helenófilo autodidacta, vivió con una intensidad propia de otros siglos. Y son la experiencia y la erudición adquiridas en esa vida de leyenda las que permiten al autor recordar, revivir y narrar de principio a fin una aventura tan larga y lejana en el tiempo (ayudado, además, por la recuperación, veinte años más tarde, de un diario de viaje perdido en un castillo rumano).

La voz del viajero, pues, no es la de un adolescente. Uno de los grandes logros de Fermor en esta obra es el equilibrio que la voz narradora mantiene entre la ingenuidad de la juventud y la experiencia de la edad. En ese sentido hay que señalar, por ejemplo, los comentarios sobre sus lagunas culturales (!!) que, dice, le impedían sacarle todo el jugo a una conversación sobre Proust o a una visita a determinada ciudad. El Fermor sexagenario de El tiempo de los regalos y el septuagenario de Entre los bosques y el agua no han perdido un ápice de pasión, sed de vivir, hambre de conocimiento y, más importante, la voluntad de alcanzarlo.


Incidiendo sobre el esnobismo de los mochileros, hoy el adjetivo imprescindible es "auténtico". Puedes viajar a Londres, Bangkok o Tallin, pero si el instagramero que marca tendencia no te informa de dónde puedes encontrar el auténtico Londres, estás condenado a ser un simple turista. (Escupir). Por alguna razón que no se me oculta, esa autenticidad acostumbra encontrarse en la miseria. Así, parece que el auténtico Brasil es el de las favelas y la Cuba auténtica es la de las jineteras. Conocí a un hijo de diplomático suizo que, al tiempo que pagaba 400 euros a la semana por clases de español a las que no asistía, dormía en azoteas de la Barceloneta. Todo sea por la autenticidad.

Fermor, por su parte, pasa dos años cruzando Europa, pero no tiene tiempo para semejantes gilipolleces de pijo con complejo de clase. Disfruta tanto durmiendo al raso como en la mullida cama de la mansión de un noble húngaro. De hecho, uno de los aspectos más interesantes y envidiables de su viaje es la posibilidad, fecundamente aprovechada, que le brindan las nutridas bibliotecas de los castillos y mansiones donde de vez en cuando se aloja para saciar in situ su voracidad de conocimientos sobre historia, geografía, ictiología, lenguas o antropología. Mientras al viajero engreído, como servidor (ver más arriba), le encanta aleccionar a los demás sobre la auténtica forma de viajar, Fermor, por su parte, humilde ante el pastor que acepta su pan, agradecido al aristócrata que le ofrece copa tras copa de gran reserva, cautivado tanto por la belleza de una bandada cigüeñas como por el cuerpo de una campesina con la que retoza en un pajar, no podría estar más lejos del afán de aleccionar, ni al lector ni a nadie.

La intención de Fermor era escribir una trilogía, pero tras El tiempo de los regalos (1977) y Entre los bosques y el agua (1986), nunca llegó a publicar la tercera parte, The broken road (en español El último tramo). Fueron la escritora Artemis Cooper y el también viajero y autor Colin Thubron quienes, tras años de trabajo en el diario de viaje del autor, publicaron en 2013 el último volumen de esta trilogía. A juzgar por las críticas, parece que hicieron un trabajo soberbio.

Gitanos húngaros con su oso bailarín

A pesar de los millones de muertos de la Primera Guerra Mundial y de la caída casi simultánea de tres imperios, podría decirse que en la Europa de 1933 reinaba aún cierta inocencia. Al fin y al cabo, guerras había habido desde siempre y, pese a su magnitud, en aquélla las víctimas "inocentes" (entiéndase civiles) fueron una minoría, a diferencia de lo que lleva ocurriendo desde 1939. No cabe duda de que un mundo que no conoce los nombres de Auschwitz, Hiroshima ni Kolyma se nos antoja hoy idílico. Y en efecto, la Europa central que recorre Fermor, esa Holanda que reconoce por las pinturas de los museos, ese territorio Grimm que son los bosques de Baviera, esas noches rumanas de gitanos y hogueras con el oso bailarín al fondo, esos cafés de Bratislava con la ruidosa presencia de estudiantes talmúdicos debatiendo en yiddish, esas reverberaciones del aullido de los lobos en el bosque, o esa isla de Ada Kaleh, hoy hundida bajo las aguas, hacen de aquella Europa un paraíso donde la creciente presencia de unos nazis a los que nadie se tomaba en serio y los rumores acerca de campos de concentración no eran más que unos nubarrones que se prometían pasajeros.

En las cartas que, a modo de sendos prólogos, escribe a su amigo Xan Fielding, Fermor reconoce la suerte que tuvo de conocer ese mundo antes de que la década posterior lo barriera para siempre. Pero la tragedia que estaba por venir también se cobra sus víctimas entre algunos de los incontables y, aun así, inolvidables personajes que pueblan estas páginas. Así, topamos de vez en cuando con una nota a pie de página que nos informa de la triste suerte que corrió años más tarde esa persona con la que ahora comparte charla, chimenea y copa.

La isla de Ada Kaleh, una comunidad turca en el Danubio rumano. Fue hundida en 1970 para dar paso a una central hidroeléctrica, y Fermor la retrata en unas inolvidables páginas finales

Bastarían los retratos que nos ofrece el autor, las digresiones para hablar de un sufijo de la lengua húngara, el repaso a la historia de los hunos y los magiares, o el maravilloso relato de la escapada con su amigo Istvan y su amada Angéla por los montes de Transilvania para hacer de estos libros una fuente de placer lector sin fin. Pero es sin duda el modo en que Fermor, cuarenta y cincuenta años después de la experiencia, reflexiona y enriquece sus vivencias; la lengua que emplea, directa y sencilla, al tiempo que cultísima; la pasión y la alegría, sin pizca de sentimentalismo, de haber vivido esos días; sus reflexiones, erradas o certeras, siempre atrevidas; o la erudición sumada a una inagotable y contagiosa sed de conocimiento, lo que hacen de estos libros una obra maestra absoluta.

Las Puertas de Hierro del Danubio, el paso de Rumanía a Serbia donde concluye Entre los bosques y el agua

Hay por ahí un bloguero que, el día menos pensado, va a desaparecer.

miércoles, 26 de abril de 2017

La saga del rey Harald


Las muertes de reyes, las invasiones y las grandes batallas son acontecimientos concretos y, por lo menos para quienes los sufren, carnosamente palpables. Es por ello que resultan tan prácticos para poder dar principio y final a algo tan etéreo como son las diferentes eras históricas. La proclamación de Augusto como emperador nos permite fechar el nacimiento del Imperio Romano, y la abdicación de Rómulo Augusto ante el bárbaro, su final, o lo que es lo mismo, el comienzo de la Edad Media. Más difícil resulta, naturalmente, fechar determinados movimientos culturales. Así, nadie se ha puesto de acuerdo, por ejemplo, sobre cuándo comienza el Renacimiento, y, por no irnos tan lejos, sería difícil señalar en qué momento empieza la era tecnológica en la que vivimos. 

En la historia de Inglaterra, el año 1066 destaca por ser la fecha que marcó el destino del país para los diez siglos siguientes. De no ser por todo lo que sucedió en aquel año, la historia de Inglaterra, y por ende, la de toda Europa, habría sido muy diferente. Y qué decir de la lengua. Si el inglés os parece difícil, pensad que, de no haber sido por algunos de los personajes que veremos a continuación, hoy nuestros hijos estarían aprendiendo algo parecido al islandés en la academia. Sin embargo, 1066 no sólo acabó con el último de los reyes anglosajones e impuso el francés como lengua de la corte, sino que además se considera que puso fin a la era vikinga.

Snorri Sturluson, de Christian Krohg

La saga del rey Harald es sólo una de las quince sagas que forman el Heimskringla, obra histórica emprendida por Snorri Sturluson, en la que el poeta e historiador recogió la historia de los reyes noruegos hasta el año 1177. "El orbe del mundo, donde habita la humanidad...". De esta impresionante guisa se abre el Heimskringla, cuyo significado es precisamente el de esas cuatro palabras iniciales, y cuyas primeras líneas nos dan una idea del ambicioso proyecto de Sturluson.

Sturluson, a quien recordamos por la maravillosa saga de Egil Skallagrimsson, nos narra, pues, en esta obra la vida de Harald Sigurdsson, también conocido como Harald III de Noruega o, de manera algo más dramática, Harald el Despiadado. Y lo hace de una manera bastante diferente de lo que se estilaba entre las sagas. De entrada, nos ahorra esas interminables genealogías que acostumbran abrir este tipo de obras, y nos introduce en plena acción prácticamente desde la primera línea. Además, a diferencia de Egil y otras sagas muy representativas, La saga del rey Harald no gira alrededor de la poesía o la vida de un poeta, sino que toma la poesía como evidencia histórica para apoyar la narración. Así, la obra está repleta de citas de otros poetas que vienen a confirmar los hechos presentados. Los islandeses se tomaban muy en serio la poesía. La belleza es verdad, la verdad es belleza. La conocida cita de Keats podría haberla firmado cualquier poeta escaldo.

Muerte del rey Olaf en la batalla de Stiklestad

Así, decíamos que, a diferencia de la mayoría de las sagas islandesas, que se demoran en una detallada descripción de las credenciales de su protagonista, es decir, en quiénes fueron sus padres, hermanos y medio primos, la que nos ocupa comienza directamente en el meollo de la acción. Nos encontramos con un Harald de 15 años luchando al lado de su hermano en la Batalla de Stiklestad, una de las más famosas en la historia de Noruega. En ella murió el rey Olaf, hermano de Harald, y a las pocas horas de su muerte empezaron a obrarse milagros. El rey se convirtió en santo, venerado en toda Escandinavia, Europa occidental y hasta Inglaterra. Pero para hablar de Olaf, tenemos otra saga dedicada a él solito por el propio Sturluson. 

Es sabido que los cuernos de los cascos vikingos son un mito. También hay constancia, sobre todo gracias a las sagas, de que estos pueblos del norte de Europa llegaron al continente americano mucho antes que Colón. Menos conocidas, sin embargo, son las relaciones que establecieron con Rusia, ni sus posteriores andanzas en Constantinopla, el Mediterráneo e incluso Asia Menor. 

Tras haberse recuperado de sus heridas sufridas en Stiklestad, Harald llegó a la corte del rey Yaroslav, en Rusia, quien lo nombró capitán del ejército. Posteriormente, viajó a Constantinopla, donde también ascendió a comandante de la Guardia Varega. Este cuerpo de élite del ejército bizantino se había formado unos dos siglos antes, y se componía casi exclusivamente de anglosajones, germanos y pueblos nórdicos.

La Guardia varega del ejército bizantino

Durante todo este tiempo, como buen vikingo que era, Harald se dedicó al pillaje, y en Sicilia sometió una tras otra a las mayores y más prósperas ciudades de la isla. Sturluson nos da muestras de la astucia de nuestro héroe al relatar el modo en que éste rompió las defensas de la primera de esas ciudades. Hizo capturar a los pajaritos que anidaban en la ciudad cuando salían de ésta en busca de comida. A continuación, les ató virutas a la espalda, que luego embadurnó de cera y sulfuro y les prendió fuego. Los pobres bichos en llamas volvíeron desesperados a sus nidos y la ciudad entera acabó pasto del fuego. Evidentemente, esto suena más a leyenda que a hechos verídicos, pero en una obra escrita hace mil años y tan fiel en su mayor parte a los hechos históricos, supongo que se le pueden disculpar estas licencias épicas.

La emperatriz Zoé Porfirogéneta

Al cabo de un tiempo, Harald decidió regresar a su tierra. Le habían llegado noticias de que su sobrino Magnus Olafsson había accedido al trono de Noruega y Dinamarca, y se proponía disputárselo. Renunció a su puesto en la guardia varega, pero la decisión no fue del gusto de la Emperatriz Zoe Porfirogéneta, que lo acusó de traición y lo hizo arrestar. Según contaron las varegos a su regreso a Escandinavia, la ira de la emperatriz se debía a que Harald había rechazado casarse con ella. Sea como fuere, Harald fue llevado a la mazmorra, pero mientras era conducido allí, se le apareció su milagroso hermano Olaf, que le prometió ayuda. A la noche siguiente, una dama a quien San Olaf curó en una ocasión se presentó, acompañada de dos sirvientes, en la celda de Harald, al que liberó. Los varegos recibieron entre aclamaciones a su líder y, acto seguido, se dirigieron a la cámara del emperador para tomar cumplida venganza.
San Olaf, en la cultura popular

Milagros aparte, en este punto de la saga, como en algunos otros, los datos de Sturluson no son del todo precisos. No obstante, la historia es tan macabra que merece ser contada.

Dice el autor que los varegos le arrancaron los ojos al emperador Constantino Monómaco. Sin embargo, en aquel momento el emperador no era Constantino sino Miguel Calafates, hijo adoptivo de Zoé. En 1042, con el objetivo de gobernar en solitario, Miguel recluyó a Zoé en un convento, pero el pueblo y, con ellos, la guardia varega, permaneció fiel a la emperatriz. Miguel, derrotado, ingresó en un convento, pero Zoé, que ahora reinaba con su hermana Teodora, lo hizo arrestar. Miguel fue cegado en público, y según algunas wikipedias, castrado.

Harald Sigurdsson ha pasado a la historia como Harald Hardrada, es decir, el Despiadado. Sturluson nos presenta el retrato de un guerrero a ratitos noble; con más frecuencia, cruel, vengativo y traicionero, siempre astuto y un hombre al que, efectivamente, es mejor no contrariar. Sin ahondar en sus motivaciones personales, el autor consigue, mediante la acumulación de hechos históricos y la descripción de las relaciones de Harald con sus contemporáneos, ofrecernos un vívido retrato psicológico de nuestro héroe. Entre estos contemporáneos destacan su sobrino Magnus el Bueno, hijo bastardo de San Olaf (qué bien queda eso). Magnus, un joven impetuoso y arrogante, compartió con Harald el reino de Noruega, al que había accedido en ausencia de su tío. Magnus era también rey de Dinamarca, a cuyo trono accedió tras derrotar a Svein Ulfsson. La sorpresa llegó cuando, tras su temprana muerte a los 23 años, legó el trono de Dinamarca al propio Svein en lugar de su tío Harald, quien, por descontado, no se quedó de brazos cruzados sino que...

Magnus el Bueno con Hardecanute

Como veis, es bastante difícil seguir con detalle este verdadero y, qué queréis que os diga, para mí apasionante culebrón. En todo caso, la galería de personajes es de lo más atractiva y entretenida. Svein, una presencia constante y carismática, nos proporciona, en uno de sus enfrentamientos con Harald, una de las mejores escenas de la obra: la persecución de Harald en barco a lo largo de la costa danesa, en la que nuestro héroe, obligado a soltar lastre, se deshizo de la malta, la harina, el beicon, hasta que al final tuvo que tirar por la borda los prisioneros que había capturado.

Otro personaje de nombre inolvidable es Einar Tambarskjelve, es decir, Einar Barriga Vibrante. Einar, un noble noruego, esperaba, tras la batalla de Stiklestad, que el rey Canuto el Grande (hablando de nombres inolvidables) lo nombrara caudillo. Canuto no lo hizo, y Barriga Vibrante se dirigió a Rusia, donde se reunió y empezó a tramar con Magnus el Bueno. Con el tiempo, Einar consiguió convertirse en un influyente caudillo, hasta el punto de gobernar de facto Noruega. Huelga decir que el regreso de Harald de tierras bizantinas no auguraba nada bueno.

Canuto el Grande, en su legendario encuentro con las olas

La obra continúa así, entre tantas traiciones, pillaje y maquinaciones que es un auténtico placer, hasta que, habiendo matado, quemado o mutilado a todo aquel que tuviera alguna pretensión al trono u osara cuestionar su derecho a la corona, Harald, a falta de Dinamarca, se hizo con todo el poder en Noruega. Volvió entonces la vista a Inglaterra, cuyo trono había estado en manos de Canuto el Grande. Su hijo Hardecanute, rey de Dinamarca, había pactado con Magnus de Noruega que, en el caso de que cualquiera de los dos muriera sin dejar un heredero, su trono pasaría al otro. Este pacto fue invocado por Harald a la muerte de Magnus para reclamar la corona de Inglaterra, a la sazón en manos de Harold Godwinson. Un culebrón de primera.

 En este punto, Sturluson deja a un lado a nuestro héroe y se centra en Harold, su hermano Tostig y los enredos de éste para conseguir la ayuda de Svein, primero, y de Harald, luego, para derrocar a Harold. Todo conduce así a un Harald contra Harold, que la prensa deportiva de la época, por una vez sin caer en la hipérbole, calificó como el combate del milenio.

Los hermanitos Harold y Tostig Godwinson, en un preludio de lo que iba a ocurrir

Ese duelo tuvo un maravilloso prolegómeno, cuando Harold se presentó de incógnito ante su hermano Tostig y Harald para ofrecerle al primero el reino de Northumbria y así evitar la guerra. Tostig, que reconoció a su hermano pero decidió seguir el juego, le reprochó que este ofrecimiento llegara tan tarde, después de que se hubieran perdido tantas vidas. Aún así, preguntó al presunto emisario de Harold:

-Si acepto este trato, ¿qué le ofrecerá el rey a Harald?

Ante lo cual, el jinete respondió con unas palabras que son historia:

-Le daré seis pies de tierra inglesa. 

Tostig se negó a traicionar a Harald. Consideró más noble enfrentarse a su hermano.

La narración del duelo final es tan apasionante como el resto de la obra, no sólo por la escritura siempre ágil y sin florituras del autor, en línea con el estilo habitual de las sagas islandesas, sino sobre todo por su significado histórico. Como decíamos al principio, la batalla de Hastings, en 1066, se considera el episodio más importante en la historia de Inglaterra. Sin embargo, esa batalla fue influida en gran medida por otra que tuvo lugar unos días antes y que Sturluson relata de manera magistral: la batalla de Stamford Bridge.

El trono de Inglaterra tenía en aquel momento en el duque Guillermo de Normandía a otro poderoso pretendiente. Harold esperaba la invasión francesa comandada por el duque, futuro Guillermo el Conquistador, que debía llegar por el sur. Harald aprovechó la circunstancia para atacar Yorkshire, en el norte. Las tropas de Harold se dirigieron ipso facto al norte y derrotaron sin excesiva dificultad a nuestro héroe, que murió de un flechazo en la garganta. El relato de la batalla por parte de Sturluson no es del todo fiel a los hechos, pero como literatura épica no tiene desperdicio. 

La batalla de Hastings y la flecha que mató a Harold

La saga del rey Harald no concluye con la muerte del héroe. Tres días después de Stamford Bridge tuvo lugar al fin la invasión normanda. Harold se vio obligado a regresar a toda prisa a Sussex, en el sur, y, apenas tres semanas más tarde, entablar batalla con las tropas de Guillermo. Sturluson, que se toma muy en serio su trabajo como cronista, nos narra los hechos más importantes que tuvieron lugar a continuación, desde la derrota y muerte -también de un flechazo- de Harold y el acceso al trono de Guillermo el Conquistador hasta un obituario de Harald, pasando por la retirada de las tropas noruegas de Inglaterra, o una comparación, a la manera de Plutarco, entre Harald y su hermano Olaf. No se olvida el autor de incluir en su descripción física de Harald un detalle sobre una de sus cejas, como hacía también al hablar de Egil Skallagrimson, Cada uno tiene sus fetiches, supongo.

Mucho se ha especulado sobre cuál habría sido el desenlace de la batalla de Hastings de no haberse producido la invasión vikinga, pues es evidente que las tropas de Harold habrían estado en mejores condiciones para luchar. ¿Qué habría sucedido si Harold no hubiera perdido esa batalla? Se trata, sin duda, de uno de esos momentos en que la Historia llega a un cruce de caminos y, antes de decidir cuál de ellos tomar, se pone una venda en los ojos y da varias vueltas sobre sí misma. La historia es una sucesión de gallinitas ciegas.

Y mientras unos escribían sagas, otros bordaban tapices.

viernes, 7 de abril de 2017

Literatura de buen rollo



No acaba de convencerme lo del buen rollo. Esta expresión ha adquirido un matiz banal y un tanto despectivo que estropea lo que, de otra manera, sería la traducción perfecta de feel good. Un libro feel good, una película feel good es como se llama en inglés a esas obras en las que no hay grandes tragedias ni personajes malos, y de las que salimos alegres, casi felices, y con un sentimiento de reconciliación con el mundo que el propio mundo no tardará en aguarnos. Esa es mi definición, y por supuesto es la correcta, y se equivocan esas listas que incluyen, por ejemplo, Matar un ruiseñor, donde, por muy feliz que sea el final, no olvidemos lo mal que hemos pasado hasta entonces; o las novelas de Harry Potter, pues el mundo con el que el buen rollo nos ha de reconciliar debe ser real, no mágico.

Gamberro entrañable


Los libros de buen rollo, en el sentido menos banal y despectivo posible de la expresión, son patrimonio casi exclusivo de la literatura inglesa, si bien podría hacerse alguna concesión a los suecos. Es natural que la mayoría de los libros de buen rollo pertenezcan al ámbito de lo que se considera literatura infantil, pero es importante subrayar que sólo determinados libros infantiles pueden incluirse en el susodicho género. Así, mientras las historias del osito Winnie Pooh consituyen la sublimación del buen rollo, Alicia en el país de las maravillas es demasiado sofisticado y hasta turbador para hacernos sentir bien. Del mismo modo, las inocentes travesuras de Guillermo el travieso son buen rollo, pero la justiciera crueldad de Roald Dahl, no. Y si cruzamos el charco, podríamos decir que Las aventuras de Tom Sawyer inaguran el buen rollo americano, a diferencia de las de Huckleberry Finn, algo más oscuras y de mayor calado.


Tampoco es de extrañar que la literatura de buen rollo abarque, en su mayor parte, el mundo de la infancia. La adolescencia es, probablemente, el peor mal rollo que se ha inventado, y en la edad adulta ya tenemos los ojos demasiado abiertos y la desconfianza a flor de piel como para creer en la bondad innata del ser humano. Sin embargo, aún quedan algunos libros que, a nuestros años, consiguen que cuestionemos nuestro cinismo y suspicacias. Cuando eso sucede, podemos afirmar que estamos ante una obra maestra del buen rollo, como por ejemplo el clásico Mi familia y otros animales, un libro venerado en Inglaterra como quizá sólo lo esté Sidra con Rosie, otro relato autobiográfico de infancia.

Los protagonistas de The Durrells

De niño cogí una gran manía a este libro. Recuerdo a mi madre estallar en carcajadas mientras lo leía, y supongo que algo edípico en mí me hacía sentir celos del señor Durrell. He tardado muchos años en vencer, en primer lugar, ese resentimiento, y, en segundo lugar, la pereza de leer un libro que no iba a contribuir en nada a mi colección de motivos para el pesimismo. Me ha animado a ello, como habrá sucedido con muchos lectores ingleses, la reciente adaptación de la novela a la televisión. En este caso, tras dos versiones de la BBC, una de 1987 y otra de 2005, la adaptación ha corrido a cargo del canal ITV, con un resultado que no ha satisfecho a los adoradores de la obra de Durrell, y que además se tomaba muchas licencias artísticas, pero tanto a mí como a mis hijos nos pareció la mar de simpatiquillo.

Lo verdaderos Durrell. De izquierda a derecha, Margo, Nancy, Larry, Gerry y Louise

Gerald Durrell nos narra en este libro las vivencias de su familia en la isla de Corfú, durante los cuatro años en que vivieron allí, desde 1935 a 1939. La madre, Louisa Dixie Durrell, viuda desde hacía siete años, decidió que toda la familia fuera a hacer compañía a su hijo mayor, el novelista Lawrence, y su esposa Nancy, que llevaban un tiempo viviendo en la isla. Gerald escribió Mi familia... en 1955, es decir, casi dos décadas después de Corfú, y no tiene reparos en manipular los hechos a su antojo. El libro no pretende ser rigurosamente fiel a los hechos, sino recrear la visión del mundo de un niño de diez años que crece en una familia un poco tarumba y que no deja de maravillarse ante el mundo y sus escarabajos. Por eso, poco importa que en el libro Larry viva con el resto de su familia, que su esposa, sencillamente, no exista, o que la guerra, el motivo que puso fin a su estancia en Corfú, tampoco se mencione.

El inolvidable Stephanides, amigo y mentor de Gerry

Los años que Gerald pasó de niño en Corfú fueron absolutamente idílicos. Imaginemos una isla mediterránea antes de que se hubiera inventado el turismo, y podremos hacernos una idea aproximada. Si además eres, como Durrell, una persona que se siente mejor en compañía de tortugas y sapos que rodeado de otros niños, Corfú, con su benigna fauna, debía de ser un auténtico paraíso. Y para coronar el placer, el niño no tardó en conocer a Theodore Stephanides, un devoto, como él, de las ciencias naturales y un hombre que se relacionaba con Gerry de naturalista a naturalista, sin un ápice de condescendencia. El autor recrea de manera excepcionalmente vívida esa sensación de libertad y arrobo, pero lo que hace grande este libro es, como acostumbra suceder con las obras maestras, el tono que adopta el narrador. Durrell encuentra el punto justo entre la inocencia de un niño deslumbrado por la vida, y la sutil ironía de un adulto conocedor de las debilidades humanas. Sabe recorrer con maestría la línea que separa la una de la otra, y en ningún momento cae en el gran peligro que ambas presentan: de una parte, la cursilería; de otra, el cinismo. Lejos de ello, el narrador nos muestra las excentricidades de su familia con esa seriedad británica que es tan divertida y tan poco resabida. Y es ese estilo y esos impagables diálogos los que, una y otra vez, me hicieron estallar en carcajadas, quizá más sonoras aún que las de mi madre.

Gerald Durrell y sus amigos, en 1936
 
El retrato que el autor nos hace de cada uno de los miembros de su familia puede parecer, de entrada, algo caricaturesco. De hecho, ésa fue la impresión que me dio la versión televisiva. Larry se nos muestra como un arrogante esnob obsesionado con sus historias y novelas; Leslie, como un tarugo que no piensa más que en sus escopetas; Margo, como una adolescente con preocupante tendencia al descarriamiento. Sin embargo, es justo decir que esa caricaturización contribuye en gran medida a la vividez con que vemos el mundo a través de los ojos de Gerry. Y en segundo lugar, es posible que la exageración no sea tal. La innegable obsesión de Gerry con sus bichos es la prueba de que estamos ante una familia de miembros monotemáticos.

La única foto que he podido encontrar de Spiro, aquí con Gerry.

Aparte de Theodore Stephanides, quien de hecho fue un verdadero polímata y un prestigioso poeta, Durrell consigue que personajes como el taxista Spiros hayan pasado a la historia de la literatura universal. Más difícil, y todavía más memorable, es lo que consigue hacer con los animales. Así, el duelo entre Cicely, una mantis, y Geronimo, una salamanquesa, constituye una escena absolutamente épica en la que el autor se detiene a lo largo de varias páginas. Y qué decir del retrato psicológico de la tortuga Achilles, o de las Magenpies, dos urracas a cual más sinvergüenza, o de Roger, el perro que acompaña al joven Gerry en sus paseos y exploraciones por la isla. Tanto es el detalle y el esmero con que Durrell se emplea al describir a los animales que el lector cree conocer a algunos de ellos mejor que a la propia madre o a la hermana del autor.

Un hombre tan encantador como el niño que fue

Mi familia y otros animales es, como decía más arriba, uno de esos libros queridos y hasta adorados por lectores de todo el mundo. Posteriormente, Durrell publicó dos obras más situadas en aquel período, que constituyen la Trilogía de Corfú. Su amor por la naturaleza y, en particular, los animales, no decayó, y de hecho nuestro amigo es tan conocido o más por su actividad como zoólogo y naturalista que por su obra literaria. Sin embargo, el epílogo a esta encantadora novela no fue precisamente lo que Durrell hubiera deseado. Como suele decirse en inglés, este libro "puso Corfú en el mapa", es decir, dictó la sentencia de muerte al paraíso que los Durrell habían conocido. Así lo veía, por lo menos, el propio Durrell, que lamentaría amargamente el modo en que la isla se entregó, sumisa, al turismo de masas. "Nunca regreses a un lugar donde fuiste feliz", cuenta el autor que le dijo una vez su hermano Larry (plagiando a Agatha Christie). Mí no haber estado nunca en Corfú, pero después de leer este gran libro, creo que mi decepción sería mayor aún que la de Gerald Durrell.





viernes, 4 de noviembre de 2016

El paraíso perdido


Seis fichas con notas he llenado con este libro. Y muchas, muchas horas. Y las que me esperan ahora para preparar una entrada medio decente. Son cosas que pasan cuando te da por leer un clásico de aquí te espero, escrito en una lengua que nunca existió y, por si fuera poco, intentar que no quede ninguna frase por entender, si no captando toda su profundidad, sí por lo menos identificando sujeto y predicado.

No sé hasta qué punto son accesibles las traducciones al español de este clásico. ¿Habrán intentado los traductores conservar la extraña gramática miltoniana, o, por el contrario, habrán optado por desgongorizar invocaciones, peroratas y exortaciones, y ofrecer al lector un texto elegante pero relativamente sencillo? Si alguien tiene experiencia u opinión al respecto, se lo agradeceré.

 Los ángeles acaídos explorando el infierno, de Gustavo Doré

A diferencia de otros clásicos de obligada pero cada vez más difícil lectura, que por ello son objeto de "traducciones" a una lengua moderna, el inglés de Milton se me antoja extraordinariamente complicado de suavizar. Pocos estudiantes ingleses leen hoy el texto original de Los cuentos de Canterbury, con su extraña mezcla de francés y anglosajón que se nos antoja impronunciable, cuando, en realidad, su lectura no precisa más que una edición bien anotada y un poquito de determinación. Asimismo, cabe imaginar (y lamentar) que llegará el día en que el propio Shakespeare necesitará de adaptaciones a un inglés contemporáneo para ser medianamente comprensible por las futuras generaciones de lectores. La relativa dificultad del bardo, sin embargo, se limita al vocabulario, fácilmente adaptable, o a las alusiones, probablemente más oscuras con cada siglo que pasa. Pero la dificultad de El paraíso perdido no se debe al paso del tiempo. Así, mientras que la lengua de Shakespeare no presentaba dificultad alguna a los espectadores que abarrotaban The Globe para asistir al estreno mundial de El rey Lear, el lector actual puede consolarse con la convicción de que los primeros lectores de Milton (que de hecho vino al mundo poco antes de que Shakespeare muriera) necesitaron de tanto tiento, paciencia y ganas de reordenar palabras como ha necesitado servidor.

 Satanás observa a los ángeles ascender al cielo, de John Martin

Lo que hace del inglés de esta obra una lengua sensiblemente complicada es el modo en que Milton latinizó la gramática. Ya en tiempos de Shakespeare la gramática inglesa era, en lo esencial, la misma que hoy, pero nuestro autor optó por cambiar el orden de las palabras, dejando los sujetos en suspenso hasta el final. Únanse a ello las infinitas alusiones tanto a los clásicos como a la política del momento, así como el vocabulario a ratos erudito, a ratos arcaico, y tenemos como resultado una lectura densa, lenta, exigente, pero también rica, relajada y sosegada, con permiso de Satanás.

Parece ser que Milton no sabía muy bien lo que iba a escribir, y tan sólo tenía claro que sería una obra maestra. ¿De qué género? Pues al principio, y hablamos de su tierna juventud, dudó entre una épica a la altura de Homero, Virgilio o Tasso, o una tragedia que nada tuviera que envidiar a Esquilo, Sófocles o Eurípides. Antes de cumplir los veinte, ya se había inclinado por la primera, y se propuso escribir una épica que abarcara todo el tiempo y el espacio. No, ambición no le faltaba. Para el tema de la obra, nuestro poeta estuvo durante un tiempo calibrando centrarla en Inglaterra, y durante un tiempo consideró que las guerras sajonas podrían darle bastante jugo. Sin embargo, Milton, hombre de mundo y, como hemos visto, con una amplitud de miras universal, acabó considerando, en primer lugar, que centrar su épica en Inglaterra sería un tanto provinciano; en segundo lugar, que el rey Arturo era un personaje demasiado fabuloso para una épica seria; y en tercer lugar, le entraron los escrúpulos antimonárquicos. ¿Qué relevancia habría tenido una épica del rey Arturo tras la Guerra Civil Inglesa de 1642?



No se sabe con certeza en qué momento decidió centrar su poema en el pecado original, pero parece ser que mientras rumiaba sobre una épica arturiana, preparaba una tragedia sobre el tema. Sin embargo, le costaba imaginar la infinita extensión del universo, desde el cielo hasta el infierno, dentro de los límites de un escenario. Así que poco a poco, la balanza se fue inclinando hacia una épica sobre el más universal de los temas. Fueron, como vemos, una concepción y un parto lentos y largos, muy acordes con el ritmo de lectura que esta impresionante obra exige.

El propio autor nos habla de ello en el libro IX:

 Since first this Subject for Heroic Song [ 25 ]
Pleas'd me long choosing, and beginning late;
Not sedulous by Nature to indite
Warrs , hitherto the onely Argument
Heroic deem'd, chief maistrie to dissect
With long and tedious havoc fabl'd Knights [ 30 ]
In Battels feign'd; the better fortitude
Of Patience and Heroic Martyrdom
Unsung; or to describe Races and Games,
Or tilting Furniture, emblazon'd Shields,
Impreses quaint , Caparisons and Steeds; [ 35 ]
Bases and tinsel Trappings, gorgious Knights
At Joust and Torneament; then marshal'd Feast
Serv'd up in Hall with Sewers, and Seneshals;
The skill of Artifice or Office mean,
Not that which justly gives Heroic name [ 40 ]
To Person or to Poem
Este asunto me agradó siempre para un canto heroico, fijé mi elección hace mucho tiempo y lo comencé muy tarde.  La Naturaleza no me ha dotado de suficiente aptitud para referir los combates, mirados hasta aquí como el único asunto digno de un poema heroico.  ¡Qué obra maestra la de relatar largamente el enojoso estrago de fabulosos caballeros en batallas fingidas, mientras que nadie se ocupa de un valor más noble, de la paciencia, de la constancia sublime del martirio!  Describir carreras y juegos, aprestos bélicos, escudos blasonados, divisas ingeniosas, caparazones y lujosos arneses, ricas gualdrapas y toda la pompa caballeresca de las justas y torneos; y luego los banquetes magníficos servidos bajo bóvedas suntuosas por coperos y senescales!  En cuanto a mí, no creo que esa habilidad del arte, consagrada a una obra mezquina, pueda dar fama justa y heroica al autor o al poema.
 
Satanás, el Pecado y la Muerte, de William Blake

Con lo cual viene a decirnos que los temas tradicionales de la épica no le convencían del todo. En todo caso, Milton ha elegido el momento cumbre de la obra para hablarnos de sus intenciones poéticas, pues nos acercamos, ya en el libro IX, al momento en que Satanás tienta a Eva.

Como es sabido, la Biblia no nos ofrece muchos detalles de estos episodios que han marcado el devenir de la humanidad. Semejante vacío es, desde luego, un regalo divino para cualquiera con un mínimo de imaginación que desee presentarnos un cuadro de dichos episodios. En lo que respecta a la escena que conduce al momento del pecado, los miltonianos Adán y Eva deciden, a instancia de ésta y pese a los recelos de aquél, ocuparse de su jardincito por separado. Antes de ello, Adán, que ha sido advertido de que el Maligno puede estar rondando por ahí, le expresa sus temores a Eva. Añade que Satanás actúa movido por la envidia, y sospecha que de todos sus placeres, ninguno excita tanto dicha envidia como el placer conyugal. Más que esta referencia al sexo, me parece interesante la motivación que busca Adán para el comportamiento de Satanás: la envidia.

 Satanás cede ante Gabriel

Y de hecho, parece una observación acertada, pues el Satanás que vemos en este momento en el Paraíso (el Edén parece ser un barrio del primero) se nos antoja un personaje melancólico, afligido, consciente del error que cometió. Sólo si consigue que el hombre caiga como cayó él, podrá aliviar el dolor que le produce la envidia.

Pues sólo en la destrucción encuentro alivio
a mis implacables pensamientos. (libro IX 129-30)

Esos implacables pensamientos los tenemos, por ejemplo, al principio del libro IV, con Satanás lamentando su error, y reconociendo que Dios no merecía su ingratitud.

Till Pride and worse Ambition threw me down [ 40 ]
Warring in Heav'n against Heav'ns matchless King:
Ah wherefore! he deservd no such return
From me, whom he created what I was
In that bright eminence, and with his good
Upbraided none; nor was his service hard. [ 45 ]
What could be less then to afford him praise,
The easiest recompence, and pay him thanks,
How due! yet all his good prov'd ill in me,
And wrought but malice (libro IV)

Me perdieron el orgullo y la más perversa ambición, al hacer en el cielo la guerra contra el monarca sin par que domina en él. ¡Ah!, ¿por qué fui tan insentsato? ¿Debía yo corresponder así a quien me puso en tan sublime altira, a quien jamás me echó en cara sus beneficios? ¿Tan dura era su servidumbre? ¿Qué menos podía yo hacer que tributarle alabanzas, siendo tan merecidas, y mostrarle una gratitud, que tan justa era? 

Adán poniendo nombre a los animales, de William Blake


Sin embargo, un arrepentimiento sincero es imposible, incluso aunque se ganara con él el perdón divino, pues su orgullo, ambición y vanidad le llevarían a volver a caer.

But say I could repent and could obtaine
By Act of Grace my former state; how soon
Would higth recall high thoughts, how soon unsay [ 95 ]
What feign'd submission swore: ease would recant
Vows made in pain, as violent and void.

Y sobre todo, lo que viene a continuación:

 For never can true reconcilement grow
Where wounds of deadly hate have peirc'd so deep

(Pues jamás podrá nacer una reconciliación sincera
allí donde tan hondo han llegado las heridas de un odio mortal)

Este libro IV es tan interesante como el XI, o los dos primeros, o el último, o... la verdad es que todos son una gozada. En el IV, en todo caso, Satanás visita por primera vez el Paraíso. Para ser más precisos, se cuela como un vulgar caco, tras saltar el muro. Una vez allí, toma la forma de un cormorán, símbolo de la rapacidad humana, y se sienta en lo alto del árbol del bien y del mal. Todo está listo para la entrada en escena de nuestros primeros padres, y la verdad es que, con su belleza y casi celestial perfección dejan a Satanás patitieso.

 O Hell! what doe mine eyes with grief behold,
Into our room of bliss thus high advanc't
Creatures of other mould, earth-born perhaps, [ 360 ]
Not Spirits, yet to heav'nly Spirits bright
Little inferior; whom my thoughts pursue
With wonder, and could love, so lively shines
In them Divine resemblance, and such grace
The hand that formd them on thir shape hath pourd

"Sólo ligeramente inferiores a los espíritus celestiales", dice, para añadir a continuación que la felicidad de la parejita tiene las horas contadas.

 Ah gentle pair, yee little think how nigh
Your change approaches, when all these delights
Will vanish and deliver ye to woe,
More woe, the more your taste is now of joy

Además de advertir a Eva del peligro que acecha entre la exuberancia del paraíso, Adán reflexiona en sus palabras a su compañera sobre la incuestionable bondad del Creador, tan generoso para con ellos dos, que nada han hecho para merecerlo, y a quienes tan sólo se les exige que no prueben del fruto del Árbol del Conocimiento.

Sole partner and sole part of all these joyes,
Dearer thy self then all; needs must the Power
That made us, and for us this ample World
Be infinitly good, and of his good
As liberal and free as infinite, [415]
That rais'd us from the dust and plac't us here
In all the¡is happiness, who at his hand
Have nothing merited, nor can performe
Aught whereof hee hath need, hee who requires
From us no other service then to keep [420]
This one, this easie charge, of all the Trees
In Paradise that bear deliciuous Fruit
So various, not to taste that onely Tree
Of knowledge

y ahora viene lo interesante

planted by the Tree of Life,
So neer grows Death to Life, what ere Death is, [425]
Som dreadful thing no doubt

(Plantado junto al Árbol de la Vida,
tan cerca de la Vida está la Muerte, sea ésta lo que sea,
algo sin duda terrible)



Satanás pensando "acabo de encontrar el disfraz perfecto"

No sé si porque el hombre es como es, o es la Iglesia la que es, el caso es que con frecuencia se ha relacionado el conocimiento adquirido por Adán y Eva con el sexo y, más concretamente, con la vergüenza que de repente les produce su cuerpo desnudo, algo de lo que hablaremos más adelante. Pero, ¿no es acaso más crucial para la condición humana la conciencia de la muerte? Si el hombre es el único animal que sabe que va a morir, ¿podemos decir que el pecado nos sacó de un estado animal? La Iglesia, por su parte, siempre prefirió verlo por el lado del sexo: el hombre es el único animal que puede -y debe- controlar el impulso de la carne.

Veamos qué sucede en los instantes anteriores y posteriores al pecado.

Se acerca el momento, y Adán nos regala unas palabras que, una vez descifradas, me parece que resumen a la perfección la gran contradicción acerca del libre albedrío y el conocimiento por parte de Dios de todo lo que va a suceder. Ya sabéis, si Dios sabe que voy a pecar, ¿tengo la libertad de no hacerlo?

O Woman, best are all things as the will
Of God ordain'd them, his creating hand
Nothing imperfet or deficient left [ 345 ]
Of all that he Created, much less Man,
Or aught that might his happie State secure,
Secure from outward force; within himself
The danger lies, yet lies within his power:
Against his will he can receave no harme. [ 350 ]
But God left free the Will, for what obeyes
Reason, is free, and Reason he made right

Que viene a ser algo así como "somos perfectos, PERO tenemos libre albedrío". No me digáis que no tiene jugo. Y aún se le podría sacar más si, por ejemplo, quisiéramos ver en esas palabras una crítica a la monarquía. Milton, como hemos dicho más arriba, era un furibundo antimonárquico y aplaudió la ejecución de Carlos I. En Paradise Lost, sin embargo, que es vista por muchos como el relato de una guerra civil celestial, entre el monarca y el revolucionario parece (nótese la cursiva) tomar parte por el reino de aquél, si bien no le duelen prendas en describir y adjetivar a este Dios de forma no siempre halagüeña. En el libro II, sin ir más lejos, y si bien son los ángeles caídos quienes hablan, se describe a Dios como "el Torturador".

Rafael advierte a Adán y Eva, de William Blake

Pero sigamos con la escena cumbre. Nuestros amigos se han separado, y la serpiente se ha dicho "ésta es la mía". Se aproxima a la débil hembra y empieza a engatusarla. Eva, que será pecadora pero no es idiota, le expresa el temor que le infunde la prohibición divina, a lo que la serpiente replica de esta guisa:

O Sacred, Wise, and Wisdom-giving Plant,
Mother of Science, Now I feel thy Power [ 680 ]
Within me cleere, not onely to discerne
Things in thir Causes, but to trace the wayes
Of highest Agentsdeemd however wise.
Queen of this Universe, doe not believe
Those rigid threats of Death; ye shall not Die: [ 685 ]
How should ye? by the Fruit? 

Ay, Reina del Universo, chiquilla, no te creas esas mentiras. No vas a morir.


it gives you Life
To Knowledge, By the Threatner? look on mee,
Mee who have touch'd and tasted, yet both live,
And life more perfet have attaind then Fate
Meant mee, by ventring higher then my Lot. [ 690 ]
Shall that be shut to Man, which to the Beast
Is open? or will God incense his ire
For such a petty Trespass, and not praise
Rather your dauntless vertue, whom the pain
Of Death denounc't, whatever thing Death be, [ 695 ]
Deterrd not from atchieving what might leade
To happier life, knowledge of Good and Evil;

Mírame a mí, que también probé del fruto, y no sólo no morí, signifique lo que signifique eso de morir, sino que además todo me ha ido muy bien desde entonces. Haz lo que te digo y verás cómo Dios estará orgulloso de tu valor y tu iniciativa.

Of good, how just? of evil, if what is evil
Be real, why not known, since easier shunnd?
God therefore cannot hurt ye, and be just; [ 700 ]
Not just, not God; 

Si el mal existe, ¿por qué no conocerlo, para así mejor evitarlo?

 Añadamos un poco de color: La mujer, el hombre y la serpiente.

Atención: spoiler. Eva cae en la tentación.

Lo que sucede a partir de ese momento no tiene desperdicio, y algunas escenas sorprenden por su carácter cinematográfico.

Thus Eve with Countnance blithe her storie told;
But in her Cheek distemper flushing glowd.
On th' other side, Adam, soon as he heard
The fatal Trespass don by Eveamaz'd,
Astonied stood and Blank, while horror chill [ 890 ]
Ran through his veins, and all his joynts relax'd;
From his slack hand the Garland wreath'd for Eve
Down drop'd, and all the faded Roses shed:
Speechless he stood and pale, till thus at length
First to himself he inward silence broke. [ 895 ]

¿Verdad que podéis ver le rostro de Adán congelado por el horror ante la revelación de Eva? ¿Y qué me decís de ese ramo de flores que se le cae de las manos?

Luego pasa lo que tiene que pasar, y Adán acaba probando del fruto también, pero atención, que lo hace por amor a Eva. Milton adelantándose siglo y medio al Romanticismo.

El primer efecto del fruto es la lujuria, y no os perdáis lo que Adán le dice a continuación a Eva:

 I the praise [ 1020 ]
Yeild
thee, so well this day thou hast purvey'd.
Much pleasure we have lost, while we abstain'd
From this delightful Fruit, nor known till now
True relish, tasting; if such pleasure be
In things to us forbidden, it might be wish'd, [ 1025 ]
For this one Tree had bin forbidden ten.

En otras palabras, ¡esto es una maravilla! ¿Por qué hemos tardado tanto en pecar? ¡Si tanto placer hay en lo prohibido, desearía que por este árbol prohibido hubiera diez más!

Pues sí, todos sabemos que el sexo en pecado da mucho más gustirrinín.

Pero como si se tratara de una resaca de champán y martini, al despertar de su noche de vicio han perdido todo vestigio de inocencia, y les invade la vergüenza.

 Satanás ocupando el trono del infierno

Cada línea de este libro es una joya, y está lleno de reflexiones tan interesantes que me podría estar citando línea tras línea. Pero la verdad es que con lo dicho hasta ahora, el lector que no haya leído El Paraíso perdido debe de estar haciéndose una idea muy equivocada de lo que es esta obra. ¿Adán y Eva? ¿Dónde está aquí la épica? Pues épica hay, de verdad, y mucha. Impresionantes batallas entre ángeles y demonios, caídas  del cielo al infierno atravesando todo un infinito, y escenas arquetípicas de todos los grandes poemas épicos.

En el libro II, por ejemplo, tenemos a los demonios entretenidos en sus juegos atléticos y competiciones musicales, mientras Satanás se va de viaje en una misión de reconocimiento, una escena que os podría recordar a Homero. En el libro V, vemos al ángel mensajero, Rafael, que llega al campamento militar de los ángeles con una noticia que todos intuyen de gran relevancia. Dejan lo que están haciendo y se levantan para oír lo que tiene que decir.

Like Maia's son he stood, [ 285 ]
And shook his Plumes, that Heav'nly fragrance filld
The circuit wide. Strait knew him all the Bands
Of Angels under watch; and to his state,
And to his message high in honour rise;
For on Som message high they guessd him bound.


Podríamos hablar también del final de este libro V. En él, Rafael narra a Adán y Eva la rebelión contra el poder de Dios que encabezó Satanás, y les refiere cómo Abdiel, seguidor de Satanás, se negó a seguir adelante con la rebelión y fue el único de sus seguidores que al final se mantuvo fiel a Dios. Satanás le ordena entonces que se marche y que informe a Dios de su decisión de gobernarse ellos mismos y medir sus fuerzas contra Él. No hace falta señalar que, en esta primera parte del libro, la actitud de Milton hacia Satanás es, cuando menos, ambivalente. La interpretación política de fragmentos como éste está fuera de toda duda, y no sorprende que muchos hayan visto en ellos una reivindicación de la figura de Satanás. Mucho menos ambivalente, desde luego, es esa misma actitud en la segunda mitad del libro, donde queda más patente la intención declarada del autor al escribir este libro: justificar los caminos de Dios.

Paradise lost es un libro infinito, y por tanto aquí no he hablado más que de una fracción de todas las imágenes, ideas y reflexiones de todo tipo que plantea. Y naturalmente, comentar un libro infinito es agotador. Leerlo, una gozada. Así que, por hoy, basta. Os dejo, eso sí, con los maravillosos versos finales, con Adán y Eva echando la vista atrás, al paraíso que abandonan por siempre jamás. Obra divina.

They looking back, all th' Eastern side beheld
Of Paradise, so late thir happie seat,
Wav'd
over by that flaming Brand, the Gate
With dreadful Faces throng'd and fierie Armes:
Som
natural tears they drop'd, but wip'd them soon; [ 645 ]
The World was all before them, where to choose
Thir
place of rest, and Providence thir guide:
They hand in hand with wandring steps and slow,
Through Eden took thir solitarie way.

Algunas lágrimas naturales derramaron, pero pronto las enjugaron;
El Mundo entero pasó delante de ellos, para elegir
su lugar de descanso, y a la Providencia como guía:
Con pasos errantes y lentos, de la mano,
a través del Edén tomaron su camino solitario. (XII 645-649)
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