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domingo, 5 de junio de 2022

El ángel de Múnich

Ahora que este blog va despacio, vamos a contar obviedades: el nazismo y todo lo que lo rodeó son un filón para la literatura. Personalmente, he de confesar que a algunas de las innumerables obras a que ha dado lugar les tengo cierta rabia. Me refiero en concreto a aquellas que lucen la palabra Auschwitz en el título, que no son pocas: La bibliotecaria de Auschwitz, El violín de Auschwitz, El tatuador de Auschwitz, El maestro de Auschwitz, El farmaceútico de Auschwitz...). Que alguna estará bien, seguro, pero el uso de ese comodín siniestro y facilón llena de pereza a este vampiro.

Otro tipo de obras que han proliferado a lo largo de las décadas son las que especulan con una historia alternativa, es decir, ese género, por llamarlo de alguna manera, del qué hubiera pasado si. Aquí sí encontramos obras notables, desde La conjura contra América (lectura muy disfrutada) hasta El hombre en el castillo (lectura pendiente), pasando por Eso no puede pasar aquí (lectura interruptus), entre, imagino, un par de decenas más.

Angela Maria Raubal, Geli

En los últimos años se han publicado una serie de obras que se inscriben en la novela histórica, aunque, como vimos en HHhH, no siempre se someten a la ortodoxia del género. De la de Binet ya hablamos hace unas semanas. En otro momento hablaré de La desaparición de Josef Mengele. Hoy voy a hablar de El ángel de Múnich, un apasionante thriller histórico.

Hay que agradecerle a Massimi, de entrada, que nos ahorre la palabra 'Hitler' en el título (y mira que habría sido fácil) y opte por el nombre de la capital bávara, que tanto nos puede hacer pensar en la Oktoberfest como en unas Olimpiadas. En fin, el ángel de Múnich se llamaba Angela Maria Raubal, Geli para los amigos y para su tío el Führer. En realidad Geli era hija de la hermanastra de Hitler, lo cual no sé hasta qué punto convertía en acceptable la relación que se rumoreaba mantenían los dos. Pero al margen de los rumores, es indudable que la suya fue mucho más que una relación entre tío y sobrina. De hecho, Hitler declaró más tarde que Geli fue la única mujer a la que amó.

Geli, entre Goebbels y Hitler
 
El 19 de septiembre de 1931 fue hallado el cuerpo sin vida de Geli en el apartamento que compartía con su tío. Aparentemente, se trataba de un suicidio. La joven se había matado de un disparo al corazón. Y es aquí donde comienza el misterio de un caso que, sin duda, podría haber cambiado el curso de la historia. De la mano del comisario Siegfried Sauer y el comisario adjunto Helmut Forster (los apellidos reales de los investigadores, si bien el autor no pudo averiguar los nombres de pila y tuvo que inventárselos), Fabiano Massimi se embarca en una investigación a gran escala, buceando entre miles de páginas y testimonios (aquí tenéis como ejemplo una interesante muestra extraída de las páginas de Flight from Terror, de Otto Strasser) a sabiendas de que su trabajo será tan fructífero como el de los que han investigado los crímenes de Jack el Destripador.

El apartamento del Führer en Prinzregentenplatz 16, Munich. Aquí sucedió todo.

El rumor principal a que dio pie la muerte de una chica que todos describían como alegre y llena de vitalidad era, evidentemente, el de que fue Hitler quien la asesinó o hizo asesinar. Es un hecho constatado que tía y sobrino tuvieron una fuerte discusión la noche del 18 de septiembre, como también lo es que el cadáver de Geli tenía la nariz rota y que la pistola que acabó con su vida era propiedad del Führer. El escándalo, como veis, estaba servido, a tan sólo dieciséis meses de las elecciones generales que Hitler aprovecharía para hacerse con el poder absoluto. Imaginad qué habría pasado si un escándalo de esta magnitud hubiera sido investigado como merecía. Y aunque parece difícil imaginar un delito de mayor gravedad para la carrera de un dictador en potencia que un asesinato, es probable que, de ser ciertas algunas de las especulaciones, lo que de verdad aterrorizaba a los jerifaltes nazis y amenazaba con acabar con su líder en la trena fuese no tanto el crimen como las filias de Adolf. Al fin y al cabo, un asesinato se puede disfrazar de accidente, pero otras cosas... no. 


Hitler: los años desaparecidos, de Ernst Hanfstaengl, una de las fuentes principales de la novela 
 
En sus notas finales, el autor expresa su esperanza de que la novela haga justicia a la vida de Geli.  Lo cierto es que la Historia no lo ha hecho. Como señala Ron Rosembaum en este interesantísimo artículo, donde podéis leer prácticamente todo lo que sabe del caso, Geli Raubal es apenas una nota a pie de página en la biografía de Hitler y su muerte ha merecido escasos libros o películas. La investigación del asesinato se inició el sábado posterior al hallazgo de su cadáver y se cerró ese mismo día por la tarde. Esto huele un poco, debió de pensar el que dio la orden, así que se reabrió el lunes por la mañana y se volvió a cerrar por la tarde. Alguien manejó muchos hilos, o los hilos justos, para silenciar el caso y, por si eso fuera poco, casi todas las personas que poseían información crucial al respecto fueron implacablemente eliminadas.

UN ASUNTO MISTERIOSO: LA SOBRINA DE HITLER SE SUICIDA, publicado en el Münchner Post, el principal periódico anti-nazi de Múnich

Una de esas víctimas colaterales fue Fritz Gerlich, el valiente periodista que desde el primer momento se opuso a Hitler. Gerlich investigó el caso en profundidad hasta que, en marzo de 1933, cuando estaba a punto de publicar el resultado en su semanario Der Gerade Weg (El Camino Recto), un grupo de camisas pardas entró en su redacción y, tras apalizarlo y requisar  todos sus documentos y manuscritos, lo arrestaron e internaron en el campo de Dachau, donde fue asesinado al cabo de un año durante La Noche de los Cuchillos Largos.  El mismo destino tuvo Bernhard Stempfle, el cura nazi que ayudó a Hitler a redactar Mein Kampf. Stempfle también sabía demasiado sobre la relación entre Geli y su tío. 

Emil Maurice, el chófer de Hitler, con quien Geli tuvo una relación. Para colmo, este inveterado nazi resultó tener ascendencia judía

El manto de silencio se ha mantenido a lo largo de la décadas, y la petición en  1992 de Hans Horváth, un historiador aficionado, de que se exhumaran los restos de Geli no fue bien recibida. Señala Rosembaum, mencionado en el párrafo anterior, que no podía ser de otra manera en un país que llevaba décadas intentando lavar su pasado y que hasta aquel año estaba presidido por un antiguo miembro del Partido Nazi.

En palabras de Goebbels, Geli es como una esfinge del Belvedere, en Viena

Como he dicho antes, estamos hablando de un thriller con todas las de la ley que no tiene nada que envidiar a los grandes del género. Pero además de la investigación, con todos los elementos del mejor cine negro, El Ángel de Múnich cuenta con el atractivo de presentarnos a algunos de los personajes principales de aquella negra época. Así, todos los capitostes nazis se pasan por estas páginas como Pedro por su casa, incluido el mismísimo AH. Hay que recordar que, en aquel momento, Hitler no era todavía la figura sagrada, venerada e intocable en que se convertiría, sino nada más que el líder de un partido político, por lo que verlo respondiendo de manera melodramática a las preguntas de un investigador no requiere un gran esfuerzo de la imaginación. Menos aún si tenemos en cuenta que sus palabras, como la de los otros personajes, están en su gran mayoría extraídas de memorias, cartas, diarios y otros documentos.

Yo amaba a Geli -prosiguió Adolf Hitler, que parecía encontrar fuerza y convicción con cada nueva frase-. Y ella me amaba a mí. Era la única mujer con la que habría podido casarme. Ahora -concluyó con la voz rota-, mi esposa será Alemania.


Uno de los grandes aciertos de Massimi es que no se encorseta en ninguno de los dos géneros que dan forma a esta obra. Es novela histórica cuando tiene que serlo, y es thriller cuando toca. Y al decir thriller quiero decir giros inesperados a cada momento, investigadores que se enfrentan a su doble, y persecuciones que culminan en lo alto del campanario. ¿Que eso, al decir de algunos, quita credibilidad a la investigación histórica y le da a algunas escenas finales un aire demasiado peliculero? Pues a mí, plim, debe de pensar Massimi. 
 
Y como yo he disfrutado de lo lindo con esta lectura, pues a mí también plim.

Cuando Hitler llegó al poder, el mundo ganó un genocida y perdió al artista que pintó esto. 

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La balada del mar salado


¿Y esa suerte de la que presume le durará siempre?
Naturalmente, querida... Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces cogí la navaja de afeitar de mi padre y ¡ZAS!...me hice una a mi gusto.
La vida está llena de tantas maravillas que es difícil atraparlas todas. Pasan por nuestro lado, las oímos, escuchamos su eco, vemos la estela que dejan tras de sí, les dedicamos unos segundos de nuestra vida y pasamos a otra cosa, mariposa. Y mientras volvemos a enfrascarnos en nuestras lecturas, nuestro trabajo, nuestra cuenta de facebook o nuestra paella, esas maravillas siguen su camino, indiferentes a nuestra indiferencia. Por fortuna, no se trata de irrecuperables puestas de sol ni de unos labios que esperaban a los nuestros, sino de libros. Y de eso, las bibliotecas están llenas.

¿Por qué había dejado pasar a mi lado a Corto Maltés sin prestarle atención? Puede que se deba a su ubicuidad, y es que es difícil no haberse cruzado alguna vez con el personaje o su creador. En otras palabras, Corto Maltés carecía de esa aura de hallazgo y descubrimiento que tanto me atrae y que me hace pasar horas en bibliotecas y librerías. A los que vamos de culturetas, no nos suele gustar ver las películas de las que todo el mundo habla, ni leer a esos autores que todo el mundo ya conoce y admira, porque, ¿y si al final resulta que nos gustan, y hemos estado todo este tiempo sin enterarnos? Así, este largo rechazo cabe achacarlo en parte a la pedantería, y en parte a que tanto el estilo de los dibujos como la impresión que me causaba el personaje me recordaban a esos cómics "adultos" que mis compañeros de instituto leían con avidez, con nombres como Richard Corben, Milo Manara o Moebius, a los que yo, que no había superado todavía la etapa Mortadelo, cogí cierta manía.

 Un Corto Maltés todavía por definir y lejos del apolíneo truhán en que se convertirá

Bueno, ya me he flagelado lo suficiente. Ahora emprendo el camino de la redención, porque si nunca es tarde para arrepentirse, enamorarse o aprender un idioma, mucho menos lo es para descubrir a Hugo Pratt y esta genial creación llamada Corto Maltés.

La vida de Hugo Pratt, de origen sefardí y veneciano de adopción, y en especial su juventud, le dio material suficiente para las aventuras que luego escribiría y, sobre todo, le confirió ese desarraigo que caracteriza a Corto. Cuando Pratt tenía diez años, su familia se fue a Etiopía, a la sazón ocupada por Mussolini. Su padre, soldado profesional, fue capturado por las tropas británicas y murió de cáncer un año después. Su madre y él fueron internados en un campo de prisioneros, y parece ser que fue allí donde el pequeño Hugo empezó a aficionarse a los cómics, que compraba a los guardias. Y baste eso como aperitivo para quien quiera profundizar un poco más en la vida del autor, algo que los afortunados que den con él podrán hacer con su libro de memorias El deseo de ser inútil.
 

La balada del mar salado es la primera de la serie de Corto Maltés, y es una extraordinaria novela de aventuras que nos recuerda lo mejor de Stevenson o Conrad. De hecho, está situada en esos mares del sur, antaño remotos, donde acostumbraban recalar aquéllos que querían decir adiós al mundo sin por ello renunciar a la vida. Allí nos encontramos, por ejemplo, con Rasputín, un personaje perverso, traicionero y tan carismático con el monje prodigioso que contribuyó a la caída del último zar. Del Rasputín real toma este personaje no sólo el nombre sino también el rostro, en lo que, si no me equivoco, es una de las características de la obra de Pratt, es decir, esa mezcla de inventiva e imaginación combinada con una precisa situación histórica y geográfica.

 La balada del viejo marinero, vista por Gustavo Doré

Sin ir más lejos, Umberto Eco, gran admirador de Pratt, dedica la introducción de esta edición a divagar sobre la latitud y la longitud de los puntos geográficos mencionados en la novela, así como sobre la posible fecha de las ediciones de alguno de los libros que vemos a los personajes leer. Entre éstos, destaca La balada del viejo marinero, ese maravilloso y enigmático poema de Coleridge, así como Moby Dick y otras obras melvillianas como Omú o Typee. Desconozco estas dos últimas, que por lo visto transcurren en los mares del sur, pero cabe señalar un rasgo revelador sobre las dos primeras. Tanto La balada... como Moby Dick tienen, como eje central, el bíblico castigo que pesa sobre sus protagonistas y que, salvando las diferencias, los obliga a vagar hasta el fin de sus días en una eterna y vana búsqueda, uno, como el judío errante, contando una y otra vez su trágica historia; el otro, y perdóneseme esta simplificación de lo inabarcable, enloquecido por cumplir su venganza contra el Mal.

 Damas y caballeros, con ustedes Corto Maltés

Una atmósfera parecida permea esta historia, donde, en más de un sentido, los personajes parecen ir a la deriva. En apariencia, la mayoría de ellos se mueven por dinero, pero uno no deja de intuir que la búsqueda del "gran golpe" que les permitirá pasarse el resto de sus días tumbado a la bartola como un Rajá no es más que una excusa, necesaria por otra parte, para poder seguir bregando, con nobleza o vileza, en esa mezcla de limbo y purgatorio que es el mar de la Polinesia. De la mayoría de los personajes no sabemos apenas nada, y sólo en las historias sucesivas nos permitirá Pratt ir atando algunos cabos. La primera aparición de Corto Maltés ante el mundo, por ejemplo, nos lo muestra en mitad del mar, crucificado sobre una precaria balsa. Ahí es nada. ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? Un motín, se nos dice, sin más. ¿Y quién es, en el fondo, Rasputín? ¿Y qué decir de ese personaje de doscientos años de edad, mitificado por los nativos y llamado El Monje? 
Aventuras a porrillo

Al presentar esta obra, Umberto Eco, como hemos señalado, se centra (o se pierde gustosamente) en divagaciones cartográficas, pero La balada... da mucho juego para perderse por donde uno quiera. El camino más obvio es el de la guerra. Esta historia da comienzo justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y transcurre durante los dos primeros años de la contienda. En este rincón perdido nos encontramos, por así decirlo, en la trastienda de aquella guerra, donde el Monje y sus discípulos se dedican al pirateo para hacerse con carbón que venden luego a los alemanes. Pero también podríamos desviarnos un poquito y, explorando la relación de poder entre las grandes potencias y las comunidades nativas, adentrarnos en el tema del colonialismo y sus consecuencias. Fijaos en este diálogo entre Corto y Cráneo, el líder indígena a las órdenes de Rasputín.
-Escucha, Corto: desde que los blancos habéis venido a estos mares, las cosas van de mal en peor. Vuestra presencia es ya inevitable. Lo que no admito es ver a mi gente mezclada en vuestras guerras. Estáis consiguiendo que los melanesios se sientan unidos por primera vez.
-Vaya, vaya. No sabía que fueras nacionalista.
-Llámalo nacionalismo, pero ya va siendo hora de crear una gran patria melanesia.
-¿Melanesia? ¿Y los polinesios?
-Ellos también.
Si supiera algo al respecto, me gustaría también hablar de aspectos más técnicos en la obra de Pratt, tales como su uso del claroscuro o su creatividad en la composición de las imágenes, pero una de éstas valdrá mucho más que mis palabras.


Se podría leer también como una historia de iniciación, donde Caín y Pandora Groovesnore, secuestrados por Rasputín, entran por la fuerza en un mundo descreído y cruel al tiempo que romántico. La evolución de ambos, desde su cándida malicia y testarudez inicial hasta su plena comprensión de lo sórdido que es este juego, revela una complejidad psicológica que hace de esta obra mucho más que una novela de aventuras. Por su parte, y tomando sólo uno más de los numerosos e irresistibles personajes, en el trágico capitán Slütter se oculta, sospechamos, alguien mucho más interesante que el arquetípico "malo bueno". Cualquiera de ellos, en fin, podría estar sacado de una novela de los siempre mencionados Conrad, Stevenson o Melville, pero tambien de Maugham. La balada... es gran literatura en viñetas.

Toda la serie de Corto Maltés, en la que volveremos a encontrarnos con muchos de estos personajes, abarca desde 1913, cuando sucede la historia que nos ocupa, hasta 1925, con un flashback a 1904-05 en que se nos narrará la juventud de Corto. Se me hace la boca agua al saber que, a diferencia de aquellos incondicionales que desde esta primera Balada... se entregaron a nuestro héroe en cuerpo y alma, servidor no va a tener que esperar años para leerlos. Alguna ventaja tenía que tener llegar tarde a la fiesta. Y si a los que no lo conocéis no he conseguido aún abriros el apetito, aquí os dejo con las primeras líneas de esta joya:

Soy el Océano Pacífico. El mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho. Pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de ésas que los hombres llaman barcos...
...Sí, este que veis no sé cómo consiguió librarse. Quizá porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji, o quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1913.

viernes, 25 de julio de 2014

Germanistas con maleta y reporteros con mochila


M. era una amiga que conocí en la universidad. Era una chica de vastísima cultura que, sin embargo, huía siempre del elitismo intelectual. Era una persona apreciada por igual por sus colegas - profesores universitarios y catedráticos- y por el mendigo con el que era capaz de sentarse en un banco a compartir un bocadillo. Era, en pocas palabras, la persona más abierta, cordial y libre de prejuicios que he conocido. Y sin embargo, lejos de pensar que recorrer mundo ensancha la mente, M. odiaba viajar. Todo viaje, según ella, era una huida. A diferencia de los que pensamos que viajar es una manera de aprender y, por ende, ser más felices, M. pensaba que el viaje no es más que un desesperado y vano intento de, a lo sumo, ser menos desgraciados.

Sigo pensando que, en líneas generales, tenía razón yo. Viendo mis grandes viajes con la distancia de más de dos décadas, me pregunto, sin embargo, si hoy los emprendería con el mismo afán de disfrutar. La lectura de El Danubio y Fantasmas balcánicos despiertan en todo lector y viajero no sólo unas ganas incontenibles de hacer la mochila y comprar un billete de ida, sino que también le descubren una nueva dimensión al acto de viajar. Así, a la pregunta de qué buscamos en el viaje, hoy probablemente yo respondería de manera muy diferente a como lo hubiera hecho hace quince o veinte años. No se trata simplemente de disfrutar, desde luego, y tampoco exactamente de aprender. Se trata, más bien, de... ¿vivir? ¿Ser? ¿O simplemente, estar? Permitidme que deje las palabras entre interrogantes. No quiero, en homenaje a M., ponerme demasiado trascendental.

¿No os apetece un viajecito?

Dos son las irresistibles tentaciones que se le presentan a cualquiera que vaya a hablar de El Danubio: la geografía y la historia. Soy consciente de que no seré capaz de evitar, si no caer en ellas, cuando menos tropezar, pero intentaré que sean tropiezos bien empleados.

Desde su publicación, allá por 1986, El Danubio se ha convertido en un clásico contemporáneo. Su mezcla de historia, antropología y diario de viaje, vertida en un lenguaje culto, en ocasiones barroco, pero nunca inaccesible, y empapada de principio a fin de la incontenible erudición del autor, deslumbró a la crítica y, me atrevo a aventurar, cambió de manera definitiva nuestro concepto de literatura de viajes. Tanta es su relevancia y tan profundo es su análisis de la Mitteleuropa, que poco importa que el mundo en que se escribió haya dejado de existir. Literalmente. Fijaos si no en la lista de estrellas invitadas: RFA, Austria, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía. Casi la mitad de esos estados hoy no son más que historia, y la mayoría de los que quedan están hoy irreconocibles. Pero, como para Magris en este caso la geografía se limita al inmutable Danubio, y como la historia, inabarcable, puede saltar de Napoleón a los nibelungos, de Rudolf Hoess a Virgilio, o del asesinato de Sissí al Sacro Imperio Romano, pues el libro es hoy de tanta o tan poca actualidad como el día en que se publicó.


Los libros de viajes suelen ser de lectura sencilla, pero ya os he dicho que éste no es un libro de viajes al uso. En otras palabras, no es el libro que yo me llevaría en un crucero por el Danubio. Lo que Magris nos ofrece en este libro no es el retrato de un mundo. Es, como todo viaje, una búsqueda:

Al contemplar las aguas jóvenes y sutiles del recién nacido Danubio, me pregunto si, siguiéndolo hasta el delta, entre pueblos y gentes diferentes, nos adentramos en un terreno de sanguinarios encuentros o en el coro de una humanidad, pese a todo, unitaria en la variedad de sus lenguas y sus civilizaciones. 

Magris parece preguntarse si lo que busca es la esencia o, por el contrario, los restos de la Mitteleuropa, aquel mundo forjado a lo largo de los siglos que para el autor se sitúa siempre alrededor de dos ejes con frecuencia antagónicos: el Danubio y el Rin, Austria y Prusia; la vieja guardia representada por los Habsburgo o la modernidad encarnada en Napoleón. Y ante una modernidad tan peculiar como la que trajo el Bonaparte, Magris el germanista reivindica las ideas de Franz Grillparzer, el dramaturgo vienés cuyo nombre aparece una y otra vez a lo largo de la obra. Según Grillparzer:

Napoleón es (...) el símbolo de una época que ve cómo la subjetividad (nacional, revolucionaria, popular) se distancia de la religio de la tradición y provoca, con la nacionalización de las masas, el final del cosmopolitismo setecentista, racionalista y tolerante.

Como veis, la actualidad del libro no podía ser más rabiosa. Pobre Europa, no la mittel sino la de más al süd.


Y es que Magris, ahí donde lo veis, tan civilizado y culto, es un gran provocador, algo que, por otra parte, es lo que debe hacer siempre la cultura. Sus ideas, sus reflexiones y, sobre todo, sus juicios jalonan El Danubio de principio a fin, y no le duelen prendas, por ejemplo, en calificar a Pablo Neruda de "pomposo", algo con lo que cualquier lector de Confieso que he vivido estará de acuerdo. Otro ejemplo bastante más jugoso de este espíritu provocador es el que lo lleva a enfrentar a humanistas y naturalistas. Dice al respecto: 

El demócrata es humanista; el naturalista -incluso si permanece inmune a las inclinaciones pseudonazis perceptibles en el pasado de Lorenz- difícilmente cree en la "religión de la humanidad", porque en ésta descubre una -aunque sea la más evolucionada-  de las formas vivas y considera probablemente, como aquel personaje de Musil, que si Dios se ha hecho hombre, podría o debería hacerse también gato o flor.  (...) [El naturalista] está dispuesto a justificar la ley que sitúa, fatalmente, a un bando contra otro -y el bando, según la constelación histórica, puede ser la ciudad, el partido, la clase, la tribu, la nación, la raza, Occidente o la Revolución mundial-. En el momento de la lucha no valen los principios generales, sino que impera el sentido instintivo de la pertenencia al bando, en nombre del cual es lícito y obligado atacar...

Y por cierto, tan interesante como la comparación en sí es el modo en que ésta surge en la mente del viajero:

En mi viaje encuentro demasiadas veces veces la heráldica águila bicéfala y demasiado poco el águila real o la marina, que vuelan sobre las aguas danubianas; Musil, Francisco José, la Media Luna y el Café Central hacen ensombrecer a los habitantes más antiguos y legítimos de la Mitteleuropa, olmos y hayas jabalíes y garzas.

Magris, pues, no se limita a lo que ve ni a su historia, sino que deja que un detalle, una palabra o un gesto prendan una chispa que encienda conexiones insospechadas entre sus ideas, sus observaciones y su bagaje cultural. 

Aquí no es azul

Decía más arriba que el hecho de que las fronteras de Europa hayan cambiado no le resta a El Danubio un ápice de actualidad. Iría más lejos, sin embargo, y añadiría que, en cierto modo, y dejando de lado la maestría de Magris, es precisamente el haber sido escrito en vísperas de aquel famoso, falso y fukuyamesco "fin de la historia" (toma aliteración) lo que confiere a este libro su carácter de clásico contemporáneo, sin obviar que Magris de hecho intuía algunos de los cambios que se avecinaban, como la caída del comunismo y la disgregación de Yugoslavia. El Danubio, en fin, confirma que las fronteras que traza el hombre siempre serán efímeras, y que las raíces de los pueblos se hunden mucho más hondo de lo que la fecha de una batalla puede indicar.

El libro proporciona una cantidad ingente de hilos que al lector inquieto le entusiasmará seguir, desde autores como Grillparzer, Stifter, Peter Jaros o Jean Paul, las memorias de Rudolf Hoess, el atroz martirio de György Dozsa, el falso zar Franz Fekete, la irlandesa Lola Montez, la abuelita revolucionaria Baba Tonka, y así docenas y docenas de historias, algunas tan anecdóticas como inolvidables (qué decir del cazador que trabaja en un cementerio) que Magris salpica con sus reflexiones sobre la gloria literaria, la estupidez del mal, la vida como carencia y, siempre, el viaje. No me veo con fuerzas para escribir al respecto, pero, para compensar, incluiré una cita más, que os dará una idea de cómo llega a escribir Magris:

El viandante avanza en el atardecer, cada paso le adentra en el crepúsculo y le conduce más allá de la franja inflamada que se apaga. El viajero, escribe Jean Paul, es semejante al enfermo, está en equilibrio entre dos mundos. El camino es largo, aunque sólo nos desplacemos de la cocina a la habitación que contempla occidente y en cuyos cristales se incendia el horizonte, porque la casa es un reino vasto y desconocido y una vida no basta para la odisea entre la habitación de niño, el dormitorio, el pasillo por el que se persiguen los hijos, la mesa del comedor sobre la cual los tapones de las botellas disparan salvas como un piquete de honores  y el escritorio con unos cuantos libros y unos cuantos papeles, que intentan explicar el significado de este ir y venir entre la cocina y el comedor, entre Troya e Itaca.


Dejemos ahora el apacible Danubio y adentrémonos en una tierra algo más agitada, por lo menos en los últimos tiempos, léase siglos. Decía al principio de esta entrada que, si hoy tuviera de nuevo la posibilidad de coger la mochila y desaparecer dos o tres meses, probablemente me tomaría el viaje con una actitud muy diferente. Lo cierto es que mi último viaje largo, solitario y mochilero lo emprendí con este espíritu. Así, cuando fui a Cuba, no me interesaba lo más mínimo disfrutar de sus espectaculares playas de agua cristalina ni llenar el carrete (Dios mío, ¿tanto tiempo hace?) de fotos que hicieran morir de envidia a mis amigos, sino, sencillamente, conocer a la gente y, más que hablar, dejarles hablar a ellos. Y si así lo hice, ¿por qué no pude escribir un libro como el de Kaplan?


Fantasmas balcánicos fue inicialmente rechazado por hasta catorce editoriales, y cuando por fin se publicó, en 1993, no fue precisamente un éxito de ventas. Sin embargo, estamos ante uno de esos libros de los que puede decirse que, si no lo cambiaron, sí influyeron profundamente en el curso de la historia. Y eso sucedió el día en que se vio a Bill Clinton con el libro en cuestión bajo el brazo. Clinton estaba en aquellos días sopesando la intervención en Bosnia, y cuentan los que conocen a Mr President que el libro jugó un papel relevante en la decisión final de no intervenir. Kaplan, por su parte, niega que ésa fuera su intención y afirma que, de hecho, desde el primer momento se mostró a favor de una intervención armada contra los serbiobosnios. El libro, en cualquier caso, se convirtió gracias a Clinton en todo un éxito de ventas, y del presunto mal uso que se hizo de él Kaplan se benefició no sólo económicamente, sino sobre todo en términos de prestigio e influencia. Y es que desde entonces Kaplan ha pasado de ser un reportero a convertirse en, según algunas publicaciones, uno de los cien pensadores globales (sea eso lo que sea) más importantes, además de ostentar cargos de influencia relativos a seguridad en EEUU.


El olfato  de Kaplan le ha llevado a adelantarse siempre a la noticia, o, por utilizar una imagen más dramática, a meterse en el ojo de la tormenta antes de que ésta estalle. Así, tras su primer libro, sobre la hambruna en Etiopía, publicó Soldados de Dios: con los muyahidines en Afganistán, y se publicó en 1990, es decir, años antes de que muyahidín se convirtiera  en un término de uso cotidiano y cuando Afganistán no era más que una torpeza de la URSS. Y luego vino el que nos ocupa, donde advertía del desastre que se avecinaba en los Balcanes y al que, según el autor, los gobiernos occidentales hacían oídos sordos.

A decir de algunos, ese olfato de reportero y su capacidad de anticiparse a la noticia se le han subido un poco a la cabeza, y parece ser que en obras más recientes abusa de esa imagen y se presenta como una especie de gurú de la política internacional. La verdad, no estoy al corriente de las últimas publicaciones ni declaraciones del señor Kaplan, pero una cosa sí que sé: sean cuales sean los defectos achacables a Fantasmas balcánicos (y le han achacado muchos), el libro no tiene desperdicio. Kaplan nos cuenta en esta obra el viaje que hizo en 1990 por la península de los Balcanes, y que lo llevó de Yugoslavia a Grecia pasando por Albania, Rumanía, Bulgaria y Moldavia. A diferencia de Magris, que viajó en compañía de amigos y, presumo, en primera clase y con maleta, Kaplan emprendió el viaje solo, con mochila, y en trenes y autocares verdaderamente balcánicos.

Rebecca West, autora de Cordero negro, halcón gris

Al igual que con el libro de Magris, la sed de lecturas que despierta Fantasmas... es prácticamente imposible de saciar, y confirmando de nuevo que la buena literatura de viajes es intemporal, se centra en el clásico de Rebecca West, Cordero negro, halcón gris: un viaje al interior de Yugoslavia, un mamotreto de casi mil páginas escrito nada menos que en 1941. Desconocía a esta autora, pero un vistazo a la wiki nos revela una persona absolutamente fascinante, y ese Cordero negro... está en el primer lugar de mi lista para mi inminente viaje anual a Inglaterra.

Otra de las referencias de Kaplan es el libro La guerra en Europa oriental, del no menos apasionante periodista John Reed, de cuyo clásico sobre la Revolución Rusa ya hablamos aquí. Y hay más, desde luego, pero me haría falta algo más que media vida para poder aplacar las ansias de leer que me han entrado con el libro de Kaplan. Y cuando digo que me haría falta algo más, me refiero a que algunos de los libros mencionados parece ser que sencillamente no se han publicado jamás en España. Tal es el caso de La guirnalda de la montaña, un clásico de la literatura serbia escrito por el Príncipe-Obispo de Montenegro, filósofo y poeta Petar II Petrovic Njegos.

Y quizá aún cambiará más

Centrándonos de nuevo en el libro y los viajes de Kaplan, a nadie sorprenderá que Fantasmas balcánicos levante tantas suspicacias entre los habitantes de la península balcánica como entusiasmo entre los legos en balcanismo como yo. Uno de los ejemplos lo tenemos en el infernal campo de exterminio de Jasenovac, al que ya me referí en mi entrada sobre La casa de nogal. Dado que, tanto étnica como lingüísticamente, serbios y croatas son imposibles de distinguir, el método infalible es preguntar cuánta gente murió en Jasenovac. Si te responden que 700.000, tu interlocutor es serbio. 60.000, estás hablando con un croata. 

Uno de los personajes más relevantes en la historia moderna del conflicto entre serbios y croatas fue Aloysius Stepinac, Cardenal y Arzobispo de Zagreb entre 1937 y 1960, excluyendo los cinco años que pasó en prisión. La figura de Stepinac fue tremendamente controvertida, y su juicio, tachado de farsa por el Vaticano, el gobierno británico y organizaciones cristianas y judías, alcanzó repercusión mundial. Durante la guerra, el cardenal había apoyado abiertamente a los ustachas, el movimiento fascista que colaboraba con los nazis y emulaba sus atrocidades con gran entusiasmo. Pero Stepinac contaba en su haber con dos grandes y heroicas virtudes a ojos de occidente: era un furibundo anticomunista, y se mostró siempre en contra de la persecución a los judíos. Sobre las matanzas de serbios, limitaba sus críticas a sus momentos más íntimos. Stepinac fue beatificado por Juan Pablo II y es hoy venerado en su tierra. 

El cardenal Stepinac durante su juicio por colaboración con los nazis, entre otros cargos

Uf, y estamos todavía en la página 20... No tengo fuerzas para siquiera resumir alguna otra de los cientos de historias de las que este libro rebosa. Kaplan combina, a mi juicio de manera soberbia, la historia de los lugares que visita con su devenir mochilero en vagones de tercera, hoteles de supuesto lujo que son nidos de prostitutas, charlas con monjas, políticos, religiosos, chóferes, y la experiencia que le brinda el haber vivido siete años en Grecia. Fascinante es, por ejemplo, recordar la figura de Ali Agca y la posible implicación de las fuerzas de seguridad búlgara en el fallido asesinato de Juan Pablo II; cómo al regreso de China de un antiguo zapatero llamado Ceaucescu los cines rumanos dejaron de proyectar Butch Cassidy and the Sundance Kid (Dos hombres y un destino); la historia de un líder revolucionario macedonio llamado Gotse Delchev; cómo Carol I de Rumanía entró de incógnito en el país sobre el que iba a reinar; y sigue y sigue y sigue, hasta llegar al último capítulo, genial como casi todos, dedicado a Grecia, donde tenemos a Melina Mercuri, a Hemingway y, sobre todo, un nombre que oí mucho durante mi infancia y del que sin embargo hasta ahora no sabía ni papa: Andreas Papandreu.

Andreas Papandreu, en un retrato digno de Kaplan

Kaplan niega el tópico según el cual Grecia es algo así como la cuna de Europa, y afirma que se trata de un país no sólo plenamente balcánico, sino tirando más bien a oriental. Como ya he señalado, Kaplan, además de estar casado con una griega, vivió sus buenos siete años en Grecia, años que coincidieron en buena parte con el mandato de Papandreu. Fueron años en que Grecia se enemistó con buena parte de occidente; en que Papandreu, un niño de papá educado en Harvard que vivió hasta los cuarenta y tantos en campus de los EEUU, se entregó al populismo, cultivó una imagen casi de mafioso, se apoderó de los medios de comunicación, se entregó a una fraternal amistad con Castro, Gadaffi o el antropófago Idi Amin Dada, se cruzó de brazos ante el terrorismo, dado que éste sólo mataba a extranjeros, y llevó a la ruina a la industria del turismo. Como veis, nada que no se pudiera arreglar con una, ¡ay!, cadena humana por la paz alrededor de la Acrópolis. En fin, todo un personaje, este Andreas, digno colofón de esta joya de libro que desde su publicación ha soliviantado a más de un fantasma.

¡Balcanes, allá voy! (aunque sea a bordo de un libro)


martes, 13 de diciembre de 2011

La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani


Ésta es una de esas obras maestras que nadie parece haber leído. Naturalmente, no es la única (ahí está el incombustible Proust), pero en este caso hay una pequeña diferencia, y es que además, nadie parece haber oído hablar de ella. La publicó Lumen hace unos años, y recientemente DeBolsillo ha hecho lo propio con una edición más asequible. La he leído con un enorme y casi interminable placer (casi mil páginas de vellón) y, por más que busco reseñas en publicaciones y otros blogs, las referencias que hay son relativamente escasas. No sé si esto se debe a un fallo de márketing por parte de la editorial, si les ha fallado el boca-oreja (¿no se decía antes "de boca a boca?; esto del boca-oreja me suena a fetiche poco excitante), o si es que, con Calvino, Buzatti, Eco y Baricco, ya tenemos lleno el cupo de autores italianos. Pues no sabe la gente lo que se pierde. 


La novela de Ferrara es la obra magna de Bassani, y consta de seis libros que éste fue publicando a lo largo de más de 30 años. Como su propio título indica, todas las historias suceden en Ferrara, que, a pesar del tono marcadamente autobiográfico que tiene el libro, no es la ciudad natal del boloñés Bassani. 
Aparte del primer libro, Cinco historias ferraresas (título con el que se publicó, a mi juicio más acertado que Intramuros, que tenemos aquí), en el que en ocasiones nos remontamos a finales del s. XIX, la novela, en su mayor parte sucede en el periodo que va desde mediados de los años 30 hasta los inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una época que, para el autor, judío, y su familia y amigos, no está tan marcada por la guerra en sí (por ejemplo, apenas se habla de personajes que fueron a luchar al frente), como por las terribles Leyes Raciales promulgadas por Mussolini en 1938, así como por el constante enfrentamiento entre fascistas y comunistas, y las venganzas que tuvieron lugar con los vaivenes en el poder.

A modo de curiosidad, mencionaré un par de las bases del manifiesto sobre las Leyes Raciales:

-  Existe ahora una pura "raza italiana". (Las comillas no son mías. Me maravilla ese genial "ahora").

- Es hora de que los italianos se proclamen francamente racistas. (No sé si será debido a la traducción, pero ese "francamente", ¿no está a la altura del "ahora" del punto anterior?)

En su histórico discurso en Trieste, en 1938, Mussolini anunció la instauración de las Leyes Raciales

Bassani combina de manera ejemplar las pequeñas historias de su familia y de Ferrara con la historia de Italia en la primera mitad del s. XX. Y cuando uno empieza a investigar los nombres y referencias históricas que aparecen, se encuentra con personajes como Giacomo Matteotti, líder del Partido Socialista y visceral antifascista, que, tras un histórico discurso en el que denunciaba las ilegalidades que habían llevado al partido fascista a la victoria, fue secuestrado, torturado y asesinado por seis squadristi fascistas. Este suceso provocó tal conmoción que estuvo a punto de acabar con Mussolini. De la noche a la mañana, dejaron de verse distintivos fascistas, y el despacho del Duce dejó de recibir visitas. La oposición abandonó la cámara durante varios meses en la llamada "secesión aventina", pero no tuvo fuerza, valor o tenacidad para dar un paso más, y todo quedó en un gesto. Lejos de verse perjudicado, Mussolini aprovechó la debilidad de las fuerzas opositoras para dar un golpe de efecto y consolidar su poder. En primer lugar, como lider del movimiento fascista, reconoció su responsabilidad en el asesinato (aunque no admitió nunca haber dado la orden), y a continuación retó a quien se atreviera a llevarlo a juicio. Ante la enclenque resistencia que se le opuso, poco después abandonaba toda idea de trabajar con el Parlamento e instauraba su régimen autoritario.
El hallazgo del cadáver de Giacomo Matteotti

Como decía anteriormente, La novela de Ferrara consta de seis libros. Cada uno de ellos puede leerse por separado, pero juntos forman un impresionante retrato histórico-social, con el placer añadido que siempre supone para el lector ver cómo determinados personajes, o sus ecos, reaparecen aquí y allá, lo que confiere a la obra un sentido de unidad y continuidad que quien los lea por separado no apreciará.
Bassani, que vivió de forma discreta, dedicado a la literatura y sin meterse con nadie, pero que tuvo la desgracia de que a su muerte, en 2000, su familia lo estropeara todo con feas disputas por un devuélveme allá esa herencia, Bassani, decía, fue un extraordinario narrador. Las historias que conforman el libro primero, Intramuros (también publicado como Cinco historias de Ferrara), son de lo mejorcito que he leído en mucho tiempo. La capacidad de observación, el retrato psicológico, el cuidado por el detalle, la escritura clara y transparente pese a la abundancia de largas frases y digresiones, son las de un grande de las letras. Algunas de estas historias son absolutamente inolvidables, como la que nos retrata el regreso de Geo Josz del campo de concentración, o la vida clandestina de Clelia Trotti, o la de la matanza que pudo ver desde su balcón el farmacéutico Pino Barilari, matanza que se entrelaza de manera magistral con su sorprendente matrimonio con la despampamnante Anna Repetto, o el magistral comienzo de la historia sobre el doctor Corcos. 
Asombra la capacidad de Bassani de ofrecernos casi mil páginas de historias con tantos elementos en común, y al mismo tiempo tan diferentes estilísticamente. El lector nota que, cuando escribió Intramuros, Bassani todavía no había concebido el gran ciclo de Ferrara. Estas primeras historias, breves, de unas 40 o 50 páginas, todas centradas en diferentes personajes, distan mucho de las siguientes. Con Los lentes de oro, la conmovedora y trágica historia del doctor Fadigati, Bassani empieza a encontrar su estilo, de frases más sencillas y clásicas que en el primer libro; Detrás de la puerta a primera vista se nos antoja la historia que más flojea, aunque uno piensa que el libro hace honor a su título y sugiere más de lo que revela; La garza, extraordinaria crónica de un día en la vida del terrateniente Limentani, desencantado de la vida, atemorizado por el creciente envalentonamiento de los campesinos, y que se ha cansado de dejarse llevar; o El olor del heno, donde nos encontramos con unos relatos mucho menos "tradicionales", que a veces dan la sensación de no ser más que bocetos, como si el autor quisiera decirnos "podría escribir mil páginas más si quisiera; material no me falta", y donde también nos ofrece un interesantísimo comentario sobre las novelas que acabamos de leer.


Observaréis que, en este somerísimo repaso, me he dejado El jardín de los Finzi-Contini, la más conocida de las obras de Bassani, considerada por muchos su obra maestra, y que la adaptación de Vittorio de Sica contribuyó a popularizar todavía más. Supongo que no le falta nada para ser obra maestra: está exquisitamente bien escrita, tiene unos personajes interesantes, complejos, creíbles, retratados con sensibilidad y está maravillosamente bien estructurada. Se abre con un conmovedor prólogo en el que el narrador visita el cementerio de los Finzi-Contini y nos desvela el trágico final de la familia. Todo lo que viene a continuación, hasta el epílogo, es un soberbio flashback, que culmina en una conversación de padre a hijo desarrollada de manera impecable y en el momento justo para conducirnos al tramo final de la historia. En suma, es todo un modelo de cómo se escribe un libro, y sin embargo, y aunque la he disfrutado muchísimo, no me ha dado tanto placer como Intramuros, Los lentes de oro o La garza. ¿Por qué? En primer lugar, por cuestiones ajenas al libro, mi lectura ha sido bastante fragmentada. En segundo lugar, y como señalo, me ha parecido que es una novela que tiene todas las características de una obra maestra, ha respondido plenamente a las altísimas expectativas que tenía, y quizá por ello, paradójicamente, no me ha sorprendido tanto como las otras. Y es que esto de la lectura, sobre todo con libros de esta envergadura, puede producir depresión postcoital.
Y si de la obra maestra de Bassani digo que no me ha gustado tanto como las otras novelas del ciclo, lo que quiero decir es que este libro es una auténtica joya.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Restos de temporada (2)

¿Fue él?, de Stefan Zweig
Zweig siempre nos hace reencontrarnos con el placer de las historias bien escritas y, aunque suene filisteo, a la manera clásica, es decir, de personajes bien dibujados, historias bien desarrolladas, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, y donde el escritor se preocupa más del lector que de su propio ego. ¿Fue él? es una excelente historia de celos que consigue escapar del terreno acostumbrado para este tipo de historias (esposos, hijos, socios), y ofrecernos una nueva perspectiva (un perro). Uno se pregunta si Zweig era capaz de escribir algo malo (lo era: Los Ojos del hermano eterno era un tostón pretencioso, y El Candelabro Enterrado, otro tanto; como les sucede a tantos autores, se pierde cuando sale del terreno conocido). 
Hay que decir, sin embargo, que la publicación de este y otros cuentos en una colección sería beneficioso no sólo para el bolsillo del lector, sino también para apreciar el gran talento del escritor austriaco. Porque lo de Acantilado y Stefan Zweig es de escándalo. Con el éxito de aquellas ediciones de Carta de una desconocida o Veinticuatro horas en la vida de una mujer descubrieron que en Zweig tenían un auténtico filón. Desde entonces no han dejado de publicar hasta novela tras novela, biografía tras biografía, o, como en este caso, cuentecillo tras cuentecillo. Bien... si no fuera porque estos cuentecillos deberían publicarse reunidos en una colección. ¿Alguien se imagina publicar uno por uno los cuentos de cualquier otro escritor?

Ghost World, de Daniel Clowes
Buscando la imagen que acompaña al texto, me he dado cuenta de que se hizo una película de este libro, con una jovencísima y despampanante Scarlett Johansson, y no sólo eso, sino que además la vi hace unos cuantos años. Sí, ya me acuerdo. Steve Buscemi hacía el papel de Skeetes, que, la verdad, le iba que ni pintado. Sin embargo, mientras leía el libro, en ningún momento tuve la sensación de estar repitiendo. Quizá la película no fue tan memorable, quizá falla algo con mi memoria, quizá es algo absolutamente normal que le pasa a todo el mndo.
Divagaciones aparte, la verdad es que Ghost World es un excelente retrato de la adolescencia en el que Daniel Clowes, pese a tratar un tema tan trillado, es capaz de encontrar un tono fresco y entregarnos una historia diferente. Triste. Mucho más dura de lo que parece.

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Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, de A.G. Porta y Roberto Bolaño
Supongo que se debe a que he leído algo a Bolaño y nada a Porta, pero esta novela me parece 100 por 100 bolañesca, bolañiana y bolañil. Como tantas otras novelas primerizas reeditadas de manera semipóstuma (Porta sigue vivo, y espero que por muchos años), el mayor interés radica no en lo que es sino en lo que promete. Descaro, acción y pasión por la literatura.
Consejos... es, antes que nada, una novela muy entretenida que se lee de un tirón. El narrador, Andrés Ros, débil e inseguro aspirante a escritor, se ve arrastrado por su compañera Ana, frívola y cruel, a robar a la casera de esta y matarla. Empieza entonces su vida en la clandestinidad, que ambos saben sólo puede acabar mal. 
La breve historia que completa el libro, "Diario de Bar", es una pequeña maravilla.


Los Gitanos, de A.S. Pushkin
Uno de los sueños que tiene cualquiera a quien un día le da por estudiar ruso es llegar a leer algún día a Pushkin en el original. Pues servidor ha hecho realidad su sueño. Desde luego, mi nivel no me permite apreciar la belleza del estilo de Pushkin al cien por cien, pero creo que sí me ha permitido disfrutar de ese estilo más que si lo hubiera leído en una traducción. Porque ése es el principal motivo de que Pushkin no goce entre nosotros de la popularidad que se merecería. Aparte de Eugenio Oneguin, la obra de este poeta se considera como algo de rusos y para rusos (o estudiantes de), algo que de hecho sucede con la poesía en general. Su obra lírica, de una popularidad en su país incomparable con ninguno de nuestros poetas, pierde demasiados quilates con la traducción, por muy buena que ésta sea.
Los Gitanos narra una historia muy propia del romanticismo (es difícil imaginar a Pushkin sin Byron), con el hombre civilizado que anhela la pureza del buen salvaje.
Tengo en casa casi todas las grandes novelas en verso de Pushkin, en ruso, que compré en la todavía Unión Soviética allá por finales de 1990. A ver si un día de éstos me atrevo con Ruslán y Ludmila.



La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo
La historia del viejo que quiere echar una canita al aire con una ninfa, virgen, o cándida pastorcilla se ha contado en numerosas ocasiones. Me vienen a la mente ahora La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, o las Memorias de mis putas tristes (que no he leído), de García Márquez. Con la primera, aparte de la premisa básica, poco más tiene que ver.
Del buen viejo, que a ratos pierde el adjetivo, sabemos que es viudo, que trabaja en una oficina, que es probablemente un poderoso empresario a quien la Gran Guerra le está haciendo cada día más rico, lo cual no deja de corroerle la conciencia, y que se trata de una persona influyente, a quien acude la gente para que interceda por ellos y les consiga un puesto de trabajo.
Un día se cruza en su camino una cándida jovencita, y el buen viejo, halagado en su doble faceta de hombre poderoso y figura paternal, no puede resistirse a sus encantos y decide llevarla al huerto bajo la promesa de encontrarle un trabajo mejor. A partir de ese momento, el viejo se debate entre su conciencia,  su amor propio, que la jovencita no tardará en herir,  y las últimas pulsiones de su deseo.

"El deseo en él era virilmente sereno, pero total. Eso era algo indudable. No recordaba que en su juventud, como persona delicada que era, cada vez que había comenzado una aventura semejante a aquélla se había debatido entre los grandes problemas del bien y del mal. Ahora sólo veía un aspecto de la cuestión y le parecía que lo que él iba a coger le correspondía, cuando menos como una compensación por todo el tiempo que había estado privado de tanto gozo."

No tardará en darse cuenta de que ha caído en las delicadas garras de una pelandusca.
Y así, a través de esta historia tan vieja y manida, Svevo retrata con una maestría pasmosa la grandeza, la ingenuidad y la miseria del alma humana.


Mad Men, cuarta temporada.
Ya decía, en la reseña de la tercera temporada, que esta serie había cambiado algunos de sus planteamientos iniciales. Esta serie de cambios se han consolidado en esta temporada. Ha cobrado aún más importancia el trabajo actoral y el desarrollo de los actores, y la ha perdido el retrato de la época. De hecho, aparte de la guerra de Vietnam de fondo, pocas pistas nos indican que estamos en 1964. Los temas sociales, como el racismo, el sexismo, siguen presentes, pero cada vez  de forma más anecdótica. Por otra parte, algunos de los personajes, como Roger Sterling, se van convirtiendo cada vez más en esterotipos de sí mismos. Roger era un personaje interesante en las dos primeras temporadas; en ésta es bastante anodino. Y Pete Campbell, desde que se ha "hecho bueno", puede que haya ganado verosimilitud, pero ha perdido interés. En conclusión, sigue siendo una serie espléndida, aunque probablemente ésta sea la temporada más floja de las cuatro. 

viernes, 24 de diciembre de 2010

La alegría, de Giuseppe Ungaretti

Feliz reencuentro con la poesía.
Ungaretti nació en Alejandría, de padres italianos, y pasó allí su infancia y adolescencia. Desde allí fue a estudiar a la Sorbona, y dos años más tarde, con el estallido de la guerra, se alistó en el ejército. En La alegría tanto Alejandría como París, las trincheras o la ciudad de Lucca, de donde eran sus padres, sirven de escenario a sus bellísimos poemas.
La alegría se compone de unos versos de una gran sencillez formal, y de una estructura del poema caracterizada por la "condensación o concentración expresiva", como la describe acertadamente Andrés Sánchez Robayna en su iluminadora introducción, "La nada anonadante de Giuseppe Ungaretti".
Fascinante la relación que establece Sánchez Robayna entre el estilo de La alegría y las poesías china y japonesa. Se refiere el autor a la técnica ideogramática y al uso de la phanopoeia (proyección en la mente de una imagen visual). Afirma que "no hay duda de que los poemas japoneses de Marone y Harukichi Shimoi le enseñaron (¿le confirmaron?) el esplendor silencioso, blanco, que surge de las imágenes en yuxtaposición." Cita a continuación a Marshall McLuhan, quien dijo que "el arte y la poesía del Zen crean envolvimiento por medio del intervalo, no por la conexión".
Más adelante, "la fuga de sentido parece operar, como en Mallarmé, en el espacio que aísla las estrofas (aquí los versos-estrofas); ese blanco es el receptor, por así decir, de un sentido al que remite el "negro sobre blanco" de los versos en la página, y que responde enteramente a la relación de vacío-lleno (...) enunciado por el autor del Coup de dés (...). El sentido está en el blanco o es el blanco, poblado de imágenes en el vacío. Las palabras representan una ruptura del silencio que sólo al silencio remiten, al blanco, al vacío del entorno: el blanco entre las estrofas y el blanco mayor de la página, el silencio total o el blanco absluto."
Aparte de la técnica ideogramática y el envolvimiento por conexión, también otro de los rasgos principales de La alegría parece provenir de la poesía oriental, a saber, la concentración o condensación antes mencionadas, que nos remiten en ocasiones al haiku.

ALFOMBRA

Cada color se expande y se recuesta
en los otros colores

Para estar más solo si lo miras


RECUERDO DE AFRICA

El sol rapta la ciudad

Ya no se ve

Ni siquiera las tumbas resisten demasiado

En esta nada anonadante de la que habla Sánchez Robayna, la nada de la que nacemos, en la que nos hallamos y a la que regresamos, en esta nada que todo lo pervade y todo lo cubre, Ungaretti descubre diminutos resquicios que le permiten un vislumbre de lo que hay al otro lado, llámese como se quiera llamar. En las propias palabras del autor, en sus notas a los poemas:

Exultancia que el instante, al acaecer, provoca porque es fugitivo, instante que sólo el amor puede arrancar al tiempo, el amor más fuerte que no pueda ser la muerte.

Es ésta pues, una poesía de instantes fugaces, de relaciones invisibles, ocultas en el blanco del papel, una poesía de destellos en un mar de negritud,

SERENO


Después de tanta
niebla
una
a una
 se revelan 
las estrellas


Respiro
el fresco
que me deja 
el color del cielo



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