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sábado, 10 de enero de 2015

¡Qué feliz era mi valle!


 A los americanos se les está acabando el monopolio de los thrillers y las historias de detectives. Es cierto que series como The wireBreaking Bad son ya un hito de la historia de la televisión, pero no es menos cierto que los rubicundos mocetones del norte de Europa y sus excelentes The bridge o The Killing vienen pegando muy fuerte. Pues bien, en los últimos tiempos se ha unido otro jugador a la partida, y es uno en el que no acostumbramos a pensar cuando hablamos de series policiacas.

La BBC es conocida por ese tipo de series televisivas que a algunos les gusta calificar como deliciosas, es decir, adaptaciones de novelas clásicas, con muchos salones de té, paseos por jardines impecables, pasión contenida, señores con espesas patillas, profusión de ironía y ancianitas tan venerables como ingeniosas. No asociamos la televisión inglesa con el thriller. De hecho, hubo una serie titulada The bill, producida por la ITV, que se transmitió con gran éxito en Gran Bretaña durante 16 años y que apenas se exportó a cuatro países. (Personalmente, creo que no os perdéis gran cosa).

Pero todo eso se acabó: Happy valley. Recordad bien ese nombre antes de que la compren los americanos y hagan su dichosa adaptación, porque ésta siempre será inferior al original.

 Será guapo, pero también un malo malísimo de los de verdad

En este valle feliz de Yorkshire encontramos una pequeña ciudad donde la droga causa estragos entre la juventud. Allí trabaja la sargento Catherine Cawood, cuya hija se suicidó hace unos años tras dar a luz a Ryan, fruto de una violación. Tommy Lee Royce, el hombre que la violó y que desconoce que tiene un hijo, acaba de salir de la cárcel, donde ha pasado ocho años por un delito de drogas. Por otra parte, Kevin Weatherill, un hombre algo amargado que trabaja de contable en una empresa donde se siente infravalorado, tiene la posibilidad de enviar a su hija a una de las mejores escuelas del país, pero para ello necesitará un sustancial aumento de sueldo. Su jefe, Nevison Gallagher, no parece demasiado dispuesto a concedérselo.

Happy valley nos acerca a la realidad de la vida en una comunidad pequeña, ni lo bastante urbana como para ofrecer oportunidades a la juventud, ni lo bastante rural para evitar su desarraigo. En el quehacer diario de los agentes del orden ocupan no poco lugar los adolescentes y veinteañeros que se pasan el día desvencijando coches y bebiendo en los parques. Es en uno de estos parques, en la primera escena, donde los guionistas dan con un modo muy efectivo y original de presentarnos a la agente Cawood y contarnos en cinco segundos la historia de su familia.


Hablaba más arriba de Breaking bad, cuya gigantesca sombra llega hasta este valle de Yorkshire, y son varios los puntos en común con la serie que puso Albuquerque en el mapa. (Otros apuntan como influencia mayor a Fargo, pero yo vi la película de los Coen cuando se estrenó, allá por ¡uf!, y no he visto la reciente adaptación televisiva). En primer lugar, naturalmente, tenemos el modo en que el negocio de la droga se arraiga en todos los estratos de la sociedad. Ahí está, por ejemplo, Ashley, el distribuidor de drogas de la zona, dueño de una especie de camping de caravanas bastante cutre que utiliza como tapadera al modo en que Gus utilizaba Los pollos hermanos. Hay que decir aquí que, en comparación con Breaking bad, todo en este valle sucede a una escala mucho menor, lo cual le da mayor verosimilitud. No hay aquí deus ex machina en forma de accidente de avión, ni ametralladoras que disparan con implacable precisión desde el maletero de un coche. La BBC se ha inclinado por un crudo realismo tanto en el argumento como en el retrato de personajes y sociedad. Este realismo ha motivado algunas críticas, en especial por la violencia de algunas imágenes, y es que el público de la BBC no está acostumbrado a según qué cosas.


 En segundo lugar, y aunque Kevin Weatherill no es el personaje principal, uno no puede dejar de compararlo con Walter White, un respetable padre de familia a quien la necesidad de dinero y el azar llevan a convertirse en criminal. Quizá podría reprocharse a Happy valley que la inagotable estupidez de Kevin va demasiado lejos en una obra de ficción, pero a ello podría responderse que dicha estupidez es superada día tras día en la vida real. En cualquier caso, el papel de Kevin no se limita a ser el desencadenante de la historia.

Al lado de los traficantes, violadores, secuestradores y asesinos con los que se mezcla, podría uno pensar que Kevin no es más que un pringao que ha cometido una tontería. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar: Kevin es un personaje absolutamente despreciable, y es su verosimilitud lo que lo que lo convierte en, además de despreciable, siniestro. ¿No conocemos todos a alguien capaz de racionalizar cualquier falta o delito que cometa? "Me cuelo en el metro, sí, pero es que es muy caro". "Robé esto en el Corte Inglés, pero es que ellos explotan a sus trabajadores". Kevin es incapaz de admitir su culpa, y no deja de insistir en que todo ha sido un cúmulo de circunstancias desafortunadas. La droga es ubicua en nuestra sociedad, pero el verdadero problema son los Kevin que tenemos por vecinos.


El ritmo de esta serie llega a ser de taquicardia, y recuerdo que al final del cuarto episodio estaba temblando de la tensión como no recuerdo haberlo hecho nunca antes. A partir de ese momento, quizá dicha tensión baja un poquito, y la serie pasa a centrarse más en los dramas de las respectivas familias: la de la policía, la del criminal, la del inductor y la de la víctima. Ahondamos entonces en las miserias de la vida familiar de Catherine, y en la durísima relación que tienen todos con Ryan, el niño de ocho años, hijo del criminal al que toda la policía anda buscando. En estos dos últimos episodios, que, como digo, tienen algo de anticlímax tras el ataque de nervios que ha sufrido el espectador, se ahonda en una idea que, por obvia y manida que pueda parecer, no deja de ser una gran verdad: tus actos tienen consecuencias para la vida de los demás.

Trailer de Happy valley

Happy valley tiene en Tommy Lee Royce a uno de los malos más malos que he visto en mucho tiempo, pero el personaje, sobre todo hacia el final, va mucho más allá de la mera maldad. Algunos, tanto espectadores como los mismos personajes, se preguntan si Tommy es un psicópata. Ésa es, sin duda, la impresión que da en los primeros episodios. Más adelante, sin embargo, si bien lejos de llegar a sentir comprensión por él, el espectador sí entrevé en él una dimensión más humana, en el sentido más siniestro de la palabra. En todo caso, el duelo entre Catherine y Tommy se convierte también en un duelo entre actores. Impecables, magníficos, extraordinarios los dos, como de hecho todos los demás (marca BBC), en este duelo es difícil juzgar quién sale vencedor, pues Sarah Lancashire, que interpreta a Catherine, es una consagradísima actriz, mientras que James Norton (Tommy) acaba de empezar, como quien dice. Pero recordad también su nombre, porque el chico va a dar que hablar.

Kevin y las malas compañías

Volviendo a comparar entre la televisión americana y la británica, otra notable diferencia es que estos últimos saben muy bien cuando hay que parar. Recordad si no Fawlty Towers, una de las mejores comedias de la historia de la televisión británica, de la que se hicieron sólo doce miserables episodios. Y qué decir de The office, una de las series más influyentes de los últimos años (aunque demasiado inteligente para determinados países) y de la que también se hicieron tan sólo dos temporadas. Esta contención tan británica es especialmente sangrante en el caso de Happy valley, dado que sólo se han hecho seis episodios, si bien en términos de ritmo, argumento y desenlace, no sobra ni falta un minuto. Pero uno se queda con ganas de más. Afortunadamente, la BBC ha anunciado ya una segunda temporada.

En resumen, permanezcan atentos a sus pantallas y no se pierdan esta gran serie.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Restos de temporada (1)

Mayormente, aquí he metido las lecturas, películas y otras cosas del saber que, a lo largo de este año, por falta de tiempo, ganas o talento no reseñé en su momento.


The Life and Opinions of Tristram Shandy, de Laurence Sterne
Qué voy a decir. Sterne se adelantó dos siglos a la literatura del siglo XX. En Tristram Shandy parece encontrarse todo lo que Joyce, Proust, Woolf, y hasta el postmodernismo crearían (o afirmarían crear). Aquí está el stream of consciousness, la inter-textualidad, y jueguecitos con el diseño de las páginas, entre otros. Divertido, irónico, despojado de pomposidad, y tremendamente original, moderno y sorprendente. ¿El problema? La novela no va a ninguna parte. O si va, no lo indica bien. O si lo indica bien, yo no me he enterado. Así que, en la página 300 me he dicho: genial, pero ya he captado la idea.


A Grief Observed, de C.S. Lewis
Quien más quien menos, todos recordamos la lacrimógena Tierras de Penumbra, con Anthony Hopkins en el papel de C.S. Lewis. La verdad es que, aparte del punto de partida, la película tiene bastante poco que ver con el libro. Éste es, ante todo, una reflexión sobre la fe cristiana y una descripción del conflicto espiritual del autor, devoto católico, cuando su mujer muere de cáncer. Una novelita donde las sucesivas fases de dicho conflicto y su resolución final, concentradas en menos de cien páginas, no dan respiro a nuestro intelecto. Profundo, conmovedor, inteligente y, por curioso que parezca, hasta cierto punto imprevisible. Se impone una urgente relectura.


The Classical World, de Robin Lane Fox
La verdad es que la historia de Roma es complicada. Bueno, de hecho ésta es la historia de la Grecia y Roma clásicas, aunque la de Grecia me parece más sencilla, con pueblos que se matan, pueblos que se alían, pueblos que se traicionan, pueblos que se empecinan, y el de todos conocido rey de Macedonia conquistando por ahí.
En Roma, sin embargo, entre plebeyos y nobles, divorcios y primas, tiranías y dictadores, la cosa es a menudo difícil de seguir. Fox construye su historia sobre lo que él considera los pilares básicos de la historia del mundo clásico: los conceptos de libertad, justicia y, curiosamente, lujo. Muy bien escrito y todo lo ameno que puede ser un libro de estas características. No apto para expertos en historia clásica.


The Story of India, BBC
Casi cualquier documental de la BBC vale la pena verlo. Si además está presentado por Michael Wood, es un crimen perdérselo. Ya había visto en Inglaterra otros documentales suyos, creo recordar que sobre la historia de Inglaterra y la conquista de América. Como en ellos, en The Story of India, Wood, que derrocha entusiasmo (da gusto verlo maravillarse ante las anécdotas que le cuentan, o frente a los restos, apenas reconocibles, de lo que fue parte de una muralla), consigue que presente y pasado vayan siempre de la mano. Wood no nos habla de la historia, sino que nos muestra el país y nos explica las razones históricas, siempre visibles si buscas bien, por las que las cosas son así.


El Anticristo, de Friedrich Nietzsche
¡Qué barbaridad! Y dicen que este libro lo escribió antes de volverse tarumba. La verdad es que el libro está perfectamente estructurado, organizado y, dentro de tanta bilis y vituperio, relativamente bien razonado. Nietzsche no era nazi, vale, y de hecho, nada en este libro puede sugerirlo. Sí es cierto que el nazismo se regocijó en la reflexión que hace el autor sobre el triunfo de los débiles y, en definitiva, la condena de la humanidad. Una lectura influyente, jugosa, y, probablemente, de lo más ameno que escribió Nietzsche.



Paisaje con grano de arena, de Wislawa Szymborska
¿Quién es esta señora?, nos preguntamos muchos cuando hace unos años le concedieron el Nobel. Pues es un pedazo de poeta como la copa de un pino. Ya hace tiempo que devolví el libro a la biblioteca, pero este volverá a entrar en casa y se quedará para siempre. Pocas veces he leído una poesía tan profunda, ingeniosa, divertida, trascendental, bella y fascinante como la de Szymborska. El libro acabó con las puntas de todas las páginas dobladas, y cada poema merecería una reseña especial. De hecho, creo que hubo sólo un poema que me sobró, en el que la autora fallaba a su propio estilo. Una absoluta joya.

viernes, 15 de enero de 2010

Cranford

Esta miniserie está basada en tres novelas de Elizabeth Gaskell, a saber, Cranford, My Lady Ludlow y Mr Harrison's Confessions. Como toda producción de la BBC, Cranford es una producción de exquisita factura, ambientación e interpretación.
La vida en un pequeño pueblo del noroeste de Inglaterra se rige por el escrupuloso cumplimiento de las más respectabilísimas tradiciones, y se piensa que cualquier tipo de cambio sólo podrá traer la tragedia al pueblo. Así, la mera mención de la posibilidad de que el tren llegue al pueblo es poco menos que anatema. Por otra parte, el pueblode Cranford tiene una particularidad, y es que es prácticamente una sociedad matriarcal, dominado por el cotilleo, las viudas y las solteronas, de todas las formas y edades. Entre ellas, destaca Miss Jenkins, una figura que al principio se nos antoja como el paradigma de la intolerancia y la mojigatería, aunque pronto veremos que también tiene su corazoncito. Este personaje, sin duda el más interesante por su complejidad, muere en el segundo episodio, y creo que la historia se resiente de ello.

En general, creo que la serie adolece de un ritmo excesivamente rápido, algo, por otra parte, lógico, si tenemos en cuenta que se han condensado tres novelas en tan sólo 5 horas de metraje. Y hay que decir que, aparte del personaje de Miss Jenkins, el resto de personajes no destaca por su complejidad, y la mayoría son bastante unidimensionales.
Eso no significa que la serie no tenga sus méritos. Es más, yo creo que es una pequeña delicia, por los factores arriba mencionados de realización e interpretación. Es también un interesante retrato de una pequeña comunidad provinciana que pretende mantenerse inmutable en el tiempo, y que al final verá sus colinas dinamitadas para dar paso al ferrocarril.
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