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domingo, 24 de abril de 2011

Dos cuentos de Dinesen

Me acerqué a Dinesen sin saber abolutamente nada de su obra. Allá por 1985, la película Memorias de África, que nunca he visto, antes que atraerme, más bien me alejó de sus libros, algo que tampoco cuesta mucho entender al ver el cartel.


Todavía no he leído la susodicha obra autobiográfica, pero se me ocurre que sus cuentos no pueden estar más alejados de lo que representa ese originalísimo y rompedor cartel.

Isak Dinesen, seudónimo de Karen Blixen, pertenecía a una familia aristocrática por parte de padre, y de la alta burguesía, por la materna. A los 28 años se casó con su primo segundo, un barón sueco que, cuando se fueron a vivir a África, empezó a ponerle los cuernos hasta que, el muy barón, consiguió contagiarle la sífilis. Hay quien dice que Blixen nunca llegó a curarse, pese a que los análisis médicos indicaban que, desde los 40 años, no volvió a sufrir la enfermedad. Blixen, sin embargo, mostró al mundo, sobre todo en sus últimos 15 años, un aspecto absolutamente cadavérico. Presumía, medio en broma, de ser la persona más flaca del mundo, y se dice que se alimentaba exclusivamente de ostras y champán. Otros dicen que de eso nada, que también comía espárragos.


A los 20 años empezó a escribir relatos para algunas publicaciones danesas, pero no fue hasta casi los 50 cuando publicó su primer libro, Seven Gothic Tales, seguido de Out of Africa, con los que se consolidó como una autora de primera.
Nos indica Javier Marías, en su excelente introducción a "Ehrengard", que cuando Blixen empezó a escribir "en serio", ya había depurado su técnica como contadora de historias, gracias en gran medida a aquellos años pasados en un entorno primitivo (en el buen sentido de la palabra) como el de su plantación de café en Kenya y sus trabajadores nativos, con quienes pudo practicar a su antojo el arte del cuento.

...aprendí a contar cuentos. Los blancos ya no son capaces de escuchar un cuento recitado. Se remueven o se adormecen. Pero los nativos todavía tienen oído. Yo les contaba cuentos continuamente, de todo tipo. Y todo tipo de disparates. Yo decía: "Había una vez un hombre que tenía un elefante con dos cabezas"... y al instante estaban deseosos de saber más. "¿Oh? Sí, pero, Mem-Sahib, ¿cómo lo encontró? ¿Y cómo se las arreglaba para darle de comer?", o lo que fuese. Les encantaba semejante invención.

Al leer un cuento de Dinesen, uno entra en un mundo a la vez misterioso y familiar. Sus cuentos tienen ese carácter intemporal de los cuentos tradicionales, a la vez que ese descaro que hace que todo sea no sólo posible sino verosímil. Son cuentos que se rigen por sus propias leyes, las leyes del cuento, y son ajenos por completo a modas y corrientes literarias. Surge entonces la pregunta, ¿dónde situamos a Dinesen en la historia de la literatura? De entrada, es difícil decidir en qué literatura situarla, dado que Dinesen, como otros pocos elegidos, escribió sus relatos en una lengua que no era la suya. Así que a la intemporalidad arriba mencionada, habría que añadir un carácter de... ¿universalidad? No, término muy trillado y que no significa más que "le gusta a todo el mundo". Digamos, mejor, deslocalización, que es más moderno. El caso es que, sucedan en Noruega, África o China, sus cuentos pertenecen tanto a la tradición del relato gótico como a las Mil y Una Noches, son tan contemporáneos como clásicos, en ellos podemos encontrarnos a Fausto o a la Cenicienta.


Dicho todo esto, pasemos a los dos cuentos que nos ocupan. "Ehrengard" es una buena historia, pero desde luego es sensiblemente inferior a "El festín de Babette". Hojeando hoy el volumen de los Cuentos Completos de Dinesen, publicado por Alfaguara, me ha llamado la atención que "Ehrengard", uno de los últimos que escribió, no estaba incluido en él. Por lo visto, la misma autora no estaba demasiado satisfecha con el resultado, y decidió no publicarlo. Aparte de confirmarse así mi impresión de que el cuento no estaba a la altura de "El festín..." o "La historia inmortal",  nos damos cuenta del nivel de autoexigencia de Dinesen, porque, en honor a la verdad, desde un punto de vista técnico "Ehrengard" es impecable. En él Dinesen muestra un dominio absoluto de todo tipo de técnicas narrativas, la seguridad del autor que sabe qué quiere contar y cómo hay que contarlo, así como la soltura y la confianza de quien ya no tiene nada que demostrar. El problema es que, a diferencia de las otras dos historias mencionadas, en "Ehrengard" la autora se impone a narrador, historia y personajes. Tenemos la impresión de encontrarnos ante un magistral teatro de marionetas, con un marionetista capaz de hacer tocar el arpa a sus criaturas. Impresionante, sí, pero los personajes en todo momento son eso, marionetas, carecen de vida propia y están ahí obedeciendo a las órdenes de la autora.


Por el contrario, "El Festín de Babette" es, como "La historia inmortal", una absoluta obra maestra del género. Por seguir con la metáfora, aquí Dinesen corta las cuerdas de los títeres, lo que les da vida propia. Dinesen es como el buen padre que ha luchado por darles lo mejor a sus hijos, pero sabe que ha llegado el momento de y no sigo porque me estoy poniendo de un cursi... Digamos que Dinesen es capaz no sólo de crear unos personajes complejos, redondos e interesantes, sino también de contarnos sus historias personales y dar un trasfondo casi épico al relato. Entre otra muchas cosas, "El festín..." plantea la pregunta de qué es lo que da sentido a la vida: nuestra relación con Dios, o para ser más exactos, el modo de vivir la religión, o por el contrario, la creación artística, lo cual, además, emparenta este cuento con "La historia inmortal". Es una historia, además, sobre el arrepentimiento por lo que hicimos y, sobre todo, por lo que no hicimos; una historia sobre lo que pudo haber sido y no fue, y además así debió ser; una historia sobre el perdón, y el autoengaño y... Las historias de Dinesen son de una riqueza inagotable. Y "El Festín de Babatte" es una historia original, conmovedora e inolvidable, que tiene lo que me parece el inconfundible toque Dinesen, esa sensación de que hay algo en el relato que se le escapa a la autora misma.

jueves, 31 de marzo de 2011

La historia inmortal, de Isak Dinesen

Isak Dinesen, por Richard Avedon

Atención: relato de gran calado. Se trata de una historia aparentemente sencilla: un anciano comerciante inglés, Mr Clay, afincado desde hace décadas en Cantón, tan envidiado por toda la población, por su inmensa riqueza, como odiado por el modo en que la amasó, hundiendo y arruinando sin ningún tipo de escrúpulos a socios y competidores por igual, decide un buen día hacer realidad una historia que había oído a un marinero cincuenta años antes y que, según acaba de descubrir, no era más que una leyenda. Esta leyenda, que, se nos dice, conoce todo hombre de mar, cuenta cómo hace tiempo, en una ciudad portuaria, un anciano se acercó a un joven marinero y le preguntó si quería ganarse 5 guineas. El joven acepta y acompaña al anciano, quien resulta ser un hombre rico que vive en una mansión. Tras una opípara cena, le detalla el trato al desconcertado marino: el anciano se siente cercano a la muerte, y no tiene nadie a quien quiera dejar su inmensa fortuna. Por ello, le pide al joven que entre en una habitación contigua, donde se encontrará con una hermosa doncella. A cambio de las 5 guineas, el marinero tendrá que proporcionarle un heredero.


Esa es, a muy grandes rasgos, la esencia de la historia original, que en realidad no es sino la historia dentro de la historia, "the kernel", como se decía en El corazón de las tinieblas. Pero quiero hacer hincapié en lo de los grandes rasgos, porque una de las característica de este relato (lo confieso, el primero que leo de Dinesen; vendrán todos los demás) es que cada frase parece remitirnos a otra historia, cada frase tiene un significado semioculto, una referencia que se nos muestra, a veces de manera  clara, otras, más esquiva, pero que no logramos hacer encajar del todo en una "interpretación." Como debe ser. Hablamos de literatura.

El judío errante, de Gustavo Doré

Pongamos por ejemplo las constantes referencias a Mr Clay como "creador", omnipotente", sin olvidar que su nombre en inglés significa "arcilla", y a quien, según cuenta la leyenda, nadie podía mirar a los ojos. Fijémonos en su empleado, al que se le atribuyen algunas curiosas características, como por ejemplo un exhaustivo conocimiento de los caballos heredado de un antepasado. Este empleado, Elishama, es definido por uno de los personajes como "el judío errante", y durante un tiempo cumple un papel que parece una parodia de Sheherezade. Elishama desencadena esta postrera obsesión de su superior cuando, al preguntarle éste si conoce otro tipo de libros, "libros que no trataban de compras y ventas, sino de otras cosas, que alguien hubiera puesto por escrito y otra gente leyera", Elishama le muestra un papel que había guardado toda su vida en una cajita roja. Este papel le había sido entregado en su infancia por un hombre muy viejo, que lo había sacado de Polonia en su huida del pogromo, y al que habían enterrado deprisa y corriendo al lado del camino. Cuando el niño aprendió a leer se dio cuenta de que las letras de ese papel amarillento no eran las que él conocía: era hebreo, y el texto, un fragmento de las profecías de Isaías. ¿Las qué? Sorprendido por la ocupación principal de los profetas, profetizar acontecimientos que nunca ocurren, Mr Clay decide que, a diferencia de ese incompetente de Isaías, él sí va a hacer realidad una historia leyenda profecía, en un acto que para don Arcilla será un acto de expiación, mientras que para Virginie, que deja su dignidad a un lado para, a cambio de 300 guineas, volver a la casa de su infancia, significa la posibilidad de tomar cumplida venganza del hombre que arruinó a su padre.


"La historia inmortal" se resiste a interpretaciones claras. Y eso es precisamente lo que la hace inagotable, infinita, como Las mil y una noches, a las que sin duda nos remite. Está tan preñada de sugerencias, misterio y ecos literarios, que el genio de Orson Welles no pudo resistirse y la convirtió en película, hoy casi inencontrable en las tiendas y huidiza en la red, mas no cejaré en mi empeño.
Releída en el acto.
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