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sábado, 9 de julio de 2022

Después del Reich, de Giles MacDonogh

 


Hoy inician los aliados las negociaciones. La radio escupe discursos, rebosa de las bellas palabras con las que nuestros ex enemigos se rinden mutuo homenaje. Yo únicamente entiendo que nosotros, los alemanes, estamos perdidos y entregados, somos una colonia. (Una mujer en Berlín)

Las guerras no terminan con la firma de la capitulación del bando perdedor. Continúan cobrándose víctimas de otra manera durante años, y a veces décadas. Si sabremos de eso los españoles.

La Segunda Guerra Mundial no es una excepción a esta regla. No concluyó ni con el suicidio de Hitler en su búnker ni el día en que Wilhelm Keitel firmó la rendición incondicional. Tampoco lo hizo con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Algunos dirán que empezó a acabarse en la Batalla de Stalingrado; otros, que el principio del fin llegó con Pearl Harbor y la consiguiente entrada de los EEUU en guerra; y los de más allá, que el final de verdad llegó casi cuarenta años más tarde con la caída del Muro. Pero viendo cómo está el patio, uno llega a la inevitable conclusión de que llevamos desde los años 30 en una guerra permanente que simplemente cambia de vez en cuando de escenario.

El mariscal de campo Wilhelm Keitel, acompañado de oficiales soviéticos, antes de firmar la rendición incondicional de Alemania

Sea como sea, la Historia necesita fechas, así que daremos por buena la del 8 de mayo de 1945. Poco, muy poco, sucedió aquella noche. Unos señores importantes firmaron un documento que estipulaba quiénes eran vencedores y quiénes vencidos. Y fijaos la relevancia que tiene la fecha que unos países celebran la victoria el 8 de mayo mientras otros lo hacen el 9.

 History

No pasa nada, dirá Giles MacDonogh. Lo verdaderamente importante abarca un periodo que empieza unos años antes (¿cuándo? Véase más arriba) y termina unos años después, en prisiones y patíbulos repartidos por Europa, así como a lo largo de una línea que empezó a dividir el continente en dos partes. Y a eso verdaderamente importante se dedica en este abrumador y apasionante libro al que va a resultar difícil hacer justicia. 

Después del Reich es un recorrido por un espacio y unos años que, hasta cierto punto, han quedado arrinconados y barridos bajo la alfombra de la Historia. Diríase que lo que vino justo antes fue tanto y tan gordo que no había espacio en los libros ni interés en los lectores para culminar el relato con un epílogo que sería cualquier cosa menos feliz.

Compra y venta en las calles de Berlín, octubre de 1945

Pero este epílogo de más de ochocientas páginas da para mucho, y aunque en ningún momento puede ser una lectura alegre, sí va más allá de una mera descripción de barbaridades y tribulaciones colectivas. Leyéndolo, recuerda uno en más de un momento esas viñetas satíricas de los periódicos de antaño, con estereotipos de diferentes países repartiéndose un pastel, sea África, Asia o, en este caso, Alemania. Se horroriza con los testimonios de violación sistemática de mujeres por parte del Ejército Rojo, crimen al que no fue ajeno el ejército aliado. Asiste a esa tragedia tan de nuestro tiempo, la de millones de desplazados, en este caso alemanes, que fueron atacados, humillados y expulsados de países donde llevaban viviendo desde hacía generaciones. Se asombra con el hecho de que la moneda más sólida y fiable de aquellos años no fuera el dólar, la libra ni el franco, sino... el paquete de tabaco. No puede por menos de sonreírse ante el papel de víctima que pretende (¡y consigue!) interpretar Austria. Se sorprende estrechando la mano de un campechano verdugo que tan pronto te sirve una pinta de cerveza como te ahorca. Se siente intrigado con el mito de los Werewölfe, que no eran licántropos sino nazis incapaces de asumir la caída del Reich. Y uno, en definitiva, disfruta como un señor bajito.

 

Soldados soviéticos camino de Viena pasan junto a la casa incendiada de un funcionario nazi

En un continente devastado, sembrado de cadáveres y ciudades arrasadas, quizá la imagen que mejor puede resumir la situación del escenario tras la batalla es la del caos. Un caos que hemos visto en los libros de Primo Levi y en las películas de Rossellini, un caos que hace aún más difícil dar respuesta a la pregunta fundamental que planea sobre el libro de principio a fin: ¿acaso era posible impartir justicia? 

Este libro no pretende excusar a los alemanes, pero no duda en poner en evidencia a los Aliados victoriosos por el modo en que trataron al enemigo en tiempos de paz, pues en la mayoría de los casos no se violó, mató de hambre, torturó o apaleó hasta la muerte a los criminales, sino a mujeres, niños y ancianos. Lo que documento y, a veces, cuestiono aquí es cómo algunos comandantes militares e, incluso, ministros de gobiernos permitieron a mucha gente tomar venganza; y el hecho de que, en muchas ocasiones, al ejercer su venganza, esa gente no mató a los culpables sino a inocentes. Los verdaderos asesinos murieron con demasiada frecuencia en la cama.

Tras la liberación de Dachau, estos reclusos se disponen, pala en mano, a tomarse su venganza. La inminente víctima es probablemente un kapo.

Nos cuenta el autor en el prólogo que, al visitar el monumento a la Primera Guerra Mundial en Berlín, observó que la inscripción había sido eliminada con un cincel. Los alemanes habían perdido el derecho a tener héroes. La conciencia de ser culpables de iniciar la guerra y haber cometido las atrocidades que conocemos llevó al pueblo alemán a aceptar con sorprendente docilidad la culpa colectiva. Se les iba a privar de derechos y de soberanía nacional. 

Quedarían a merced de los Aliados hasta que sus conquistadores hubiesen decidido qué hacer con ellos. Y, entretanto, no podrían protestar por el trato que se les daba.

 Entre estos presos que celebran la liberación, vemos al de la pala de la foto anterior

 En Gran Bretaña, al principio fue fácil respaldar esas intenciones, pues estaban en la línea de lo que desde hacía tiempo se conocía como vansittartismo. El vansittartismo, llamado así por Robert Gilbert Vansittart, diplomático británico y feroz germanófobo, era una doctrina que sostenía que, desde el siglo XIX, la agresiva política militar de Alemania había contado con el apoyo incondicional de la población, y abogaba, por tanto, por una Alemania permanentemente desmilitarizada y aislada políticamente para evitar futuras agresiones.

En mayor o menor medida, esta germanofobia continúa vigente en el Reino Unido. 

It's high time we stopped mentioning the war | Comedy | The Guardian

Una amiga inglesa de mi edad me dijo un día que jamás pisaría Alemania, por lo que hicieron en la guerra. Recuerdo algunos ingleses, alumnos míos de español, algo mayores, que decían cosas parecidas. ¿Se puede justificar esa actitud? Bueno, es difícil explicarle a alguien que vivió el Blitz en sus carnes que su germanofobia es un poco exagerada.

Pero no nos desviemos, que me conozco.

Otro acto de venganza tras la liberación de Dachau

El odio a Alemania y la sed de venganza contra el país se manifestó también al otro lado del Atlántico, donde Henry Morgenthau Jr., Secretario del Tesoro, presentó a Roosevelt un programa (las hojas de ruta todavía no existían) para la Alemania post-capitulación. El Plan Morgenthau, como dio en llamarse, ilustraba perfectamente el escenario que se le presentaba a Alemania: desmilitarización total, partición de Alemania "en cuatro estados de naturaleza casi totalmente agraria", desmantelamiento de la industria en la cuenca del Ruhr, y restitución y reparaciones en forma de trabajos forzados o confiscación de todo tipo de bienes fuera del país, entre otros. El plan fue presentado en 1944 y recibió el apoyo del presidente Roosevelt. Finalmente no se implementó, si bien su influencia, aunque fuera debida al rechazo que provocó, se hizo notar.

Soldados americanos ejecutando sumariamente a guardianes de Dachau. 

Se ha dicho miles de veces que la Historia la escriben los vencedores. Como muestra, un par de botones. En febrero de 1944, cuando ya se atisbaba el fin de la guerra, Churchill dijo ante la Cámara de los Comunes: "La rendición incondicional significa que los vencedores tienen carta blanca. (...) Si algo nos constriñe es nuestra propia conciencia de la civilización".

Puede que algunos consideren que las dos frases se contradicen mutuamente, pero es que en caliente se dicen muchas cosas. Unos meses más tarde, Roosevelt soltó lo siguiente: "hay que enseñar al pueblo alemán su responsabilidad por la guerra, y durante mucho tiempo deberían tener sólo sopa para desayunar, sopa para comer y sopa para cenar." Unos meses más tarde, media Alemania habría sido feliz simplemente con sopa para merendar.

Grupo de asalto soviético a punto de tomar el Reichstag

Mientras tanto, Francia y la URSS iban también a intentar sacar tajada. Francia exigía sanciones ejemplares para Alemania y reparaciones a gran escala en forma de carbón y coque. Al mismo tiempo, y pese al escasamente glorioso papel que jugó su ejército, buscaba su reconocimiento como gran potencia. Uno piensa en ese tipo que, cuando la pelea ha terminado, llega agitando el puño y gritando ¿dónde está, que lo mato?

Stalin, por su parte, "quería mantener las fronteras occidentales de Rusia tal como las había fijado el pacto de 1939 que él mismo había rubricado con Hitler". Debe de ser eso que llaman desnazificar.

El Teniente Coronel Felix L. Sparks intenta detener la matanza

Pero en ese sentido, el que esté libre de pecado ya sabe lo que tiene que hacer. El historiador Raoul Hilberg, por ejemplo, cuestiona la nobleza de la que los Aliados invistieron a posteriori sus objetivos: "la liberación de los supervivientes fue casi por entero un subproducto de la victoria. Los Aliados podían armonizar con su esfuerzo de guerra todo tipo de denuncias contra los alemanes, pero no estaban dispuestos a desviarse de sus objetivos militares para liberar a los judíos". Desde luego, no lo estaba la Unión Soviética, donde aún se recordaban los pogromos del Imperio Ruso y todavía estaba por llegar el Complot de los Médicos.

Ningún ruso me ha reprochado hasta ahora la persecución de los alemanes contra los judíos (Una mujer en Berlín)

Durante varios meses, el grito "¡que vienen los rusos!" se oyó de uno al otro confín de Europa, a veces con alegría, más frecuentemente con espanto. Con el ejército alemán en retirada, el avance soviético desde el este era imparable. Los rusos iban liberando ciudades, lo que en la jerga del ejército rojo quiere decir robar, saquear y violar salvajemente a toda mujer que se les pusiera por delante. 

Soldados del Ejército Rojo acosando a una mujer Alemana en Leipzig, 1945

Una de estas atrocidades tuvo lugar en octubre de 1944, en Nemmersdorf (hoy, Mayakóvskoye), donde los soviéticos violaron y asesinaron a decenas de personas. Hubo matanzas mayores, pero pocas alcanzaron la crueldad de aquella, que posteriormente fue explotada por el Ministerio de Propaganda de Goebbels. Los testimonios hablan de víctimas crucificadas sobre la puerta del granero, y las fotos que no publico muestran niños con el cráneo reventado. Naturalmente, no todo el mundo acepta la veracidad de dichas fotos y testimonios. Pero en cualquier caso, fuera o no exagerada y aprovechada por Goebbels, la matanza ocurrió, y en no poca medida contribuyó a ella el célebre escritor y periodista Iliá Ehrenburg. 

«Los alemanes no son seres humanos [...] No debemos hablar más. No debemos emocionarnos. Debemos matar. Si no has matado al menos un alemán en un día, has derrochado ese día [...] Si no puedes matarlo con una bala, mátalo con una bayoneta. Si tu sector del frente está tranquilo, o estás esperando para un gran ataque, mata un alemán mientras tanto. Si dejas un alemán vivo, él matará a un ruso, violará a una rusa. Si ya has matado a un alemán, mata a otro. Nada nos es más grato que un montón de cadáveres de alemanes. No cuentes los días. No cuentes los kilómetros. Cuenta solamente el número de alemanes que has matado. Mata al alemán, es lo que te pide tu abuela. Mata al alemán, es lo que te pide tu hijo. Mata al alemán, es lo que te pide tu patria. No lo olvides. No lo dejes pasar. Mata.»

Masacre de Nemmersdorf

Ehrenburg publicó estas incendiarias líneas en un panfleto titulado "Guerra", pero, como suele suceder con las cosas feas que hacían los soviéticos, muchos lo ponen en duda. No fue eso lo que dijo Ehrenburg, aseguran, sino que se trata de una burda manipulación por parte de los nazis, explicación que todavía hoy esgrime el invasor de turno ante las acusaciones de masacres de civiles. ¡Qué harían los sátrapas sin el comodín Goebbels!


 Después del libro de MacDonogh, he leído Una mujer en Berlín, testimonio anónimo de la vida en el Berlín tomado por los rusos, hoy convertido en un clásico. Cuando se publicó por primera vez en Alemania, en 1959, el libro cosechó tan acerbas críticas que su autora se negó a publicarlo otra vez mientras viviera. ¿Y a qué se debían esas críticas? Pues a que el libro enfrentaba a la sociedad con uno (en realidad, varios) de sus grandes tabúes: las violaciones en masa que sufrieron las alemanas durante aquellas semanas, a raíz de las cuales se calcula que nacieron 150.000 y 200.000 bebés "rusos". Por si eso fuera poco, desafiaba dicho tabú con un tono no sólo desapasionado, sino a veces incluso humorístico. Añádase a ello que el anonimato de ese título (compárese, por ejemplo, con El Diario de Ana Frank) dejaba bien a las claras que no se trataba de una historia personal, sino de una tragedia colectiva. En 1959 apenas habían transcurrido quince años desde aquel horror. Quizá la sociedad alemana no estaba preparada para reconocer su parte de sufrimiento.

A pesar de todo, las tres estuvimos muy divertidas, nos fuimos superando una y otra vez en lo relativo a los chistes sobre violaciones (Una mujer en Berlín)

 Adolf Hitler Nazi Germany Berlin World War II

Abril de 1945. La Cancillería del Reich. Hitler ve cerca el fin.

 Tras la cena desacostumbradamente opulenta me sentía apasionada y con ganas de travesuras. Pero por la noche me encontré de nuevo fría como el hielo en los brazos de Gerd. Me alegré cuando me dejó. Estoy echada a perder para el hombre (...) Si yo estaba de buen humor y me ponía a contar historias de las que nos tocó vivir durante las últimas semanas, entonces se montaba una buena, con muchas voces. Gerd: "Os habéis vuelto desvergonzadas como las perras, todas aquí en esta casa." (Una mujer en Berlín)


 Pero el Ejército Rojo no se dedicó sólo a violar, sino que se entregaron a la rapiña a todos los niveles. Así, tras el paso de los rusos apenas quedó un reloj en Berlín, tanta era la fascinación que aquellos objetos causaban a los soldados. Lo mismo sucedió con gramófonos o bicicletas, que no habían montado nunca. Aparte de objetos de uso personal, también arrasaron con las camas de hospital y con los raíles del tren, así como con monumentos e industrias y, ya puestos, debieron de pensar, con científicos, a los que secuestraban por decenas y se llevaban a la URSS.

En Praga, ciudadanos alemanes obligados por la Guardia Revolucionaria a desmantelar las barricadas

Mientras los berlineses, y sobre todo las berlinesas, sufrían entre las ruinas de sus casas, los millones de alemanes que vivían en otros lugares de Europa pagaban también su participación en la culpa colectiva.

Más civiles alemanes en tareas de reconstrucción

En un escenario político en el que la vileza está tan cerca de la heroicidad, uno de los personajes más interesantes es Edvard Beneš, el presidente de Checoslovaquia. Fue precisamente el gobierno en el exilio de Beneš quien organizó la Operación Antropoide, de la que hablábamos aquí. Dicha operación garantizaba a Beneš un merecido lugar en el Salón de la Fama de la Guerra. Lástima que luego decidiera estropearlo con sus vengativos decretos.


La humillación pública de los ciudadanos alemanes fue sólo una parte de la venganza.

Ya vimos en HHhH  cómo las gastaron los alemanes en Checoslovaquia. Por ello, es fácil entender que, al cambiar las tornas, la situación no se caracterizaría por una voluntad de reconciliación. "¡Ay, ay, ay, tres veces ay para los alemanes!, ¡vamos a liquidaros!", exclamó Beneš muy a lo Ehrenburg en una emisión de radio. De hecho, los Decretos de Beneš, que es como se conocen, resultan difícil de diferenciar de las Leyes Antijudías. Así, con el apoyo del Ejército Rojo y la vista gorda de los Aliados occidentales, se adoptaron medidas tales como las siguientes: los alemanes sólo podían salir a la calle en determinados momentos del día; estaban obligados a portar brazaletes blancos que, a veces, tenían estampada una "N", de la palabra checa Nemec, "alemán"; se les prohibía utilizar el transporte público o caminar por las aceras, y otras medidas por el estilo. Y, si una cosa ha demostrado la Historia, es que cuando estas decisiones están inscritas en un marco legal, las consecuencias prácticas son infinitamente más violentas.

Beneš, aclamado a su llegada a Pilsen en 1945

"...Una mujer auxiliar de la Wehrmacht fue lapidada y ahorcada; otro miembro de la SS fue colgado de una farola por los pies y quemado. Muchos testigos dieron fe de cómo se colgó y quemó a alemanes como 'antorchas vivientes', y no sólo a soldados sino también a chicos y chicas jóvenes..."

Los Decretos venían acompañados del Programa de Kosice. En dicha ciudad, ya liberada por el ejército soviético, se trazaron algunas de las principales líneas políticas, económicas y sociales que determinarían el futuro del país. En líneas generales, este programa, elaborado por el Partido Comunista de Checoslovaquia y definido con la siniestra combinación de palabras "programa de revolución nacional y democrática",  ponía al país de cara al este, de donde vendrían las instrucciones, las órdenes y, dos décadas más tarde, los tanques. Asimismo, subrayaba la culpa colectiva de los partidos de derechas, así como de las poblaciones alemana y húngara por la ocupación nazi de Checoslovaquia.


 Alemanes a la espera de ser expulsador de Checoslovaquia. Esas esvásticas en la frente...

Algunas de las medidas del Programa de Kosice eran el establecimiento de un sistema político basado en el Frente Nacional del que se excluía a la oposición, restricciones a la propiedad privada, la desnaturalización de los ciudadanos alemanes y húngaros residentes en el país, y la formación del ejército checoslovaco sobre los principios del Ejército Rojo, con la introducción de oficiales de propaganda. Ahí es nada.

Alemanes de los Sudetes obligados a ver los cadáveres de mujeres judías que murieron de hambre.

Para hacernos una idea de la magnitud de las expulsiones y los desplazamientos, baste decir que para el año 1947 los americanos habían recibido casi un millón y medio de solicitudes de alemanes checos para asentarse en su zona, con otros casi 800.000 acogidos por la URSS. Huelga decir que, aparte del drama humano, las consecuencias económicas para el país fueron desastrosas. Mientras tanto, la minoría suaba era expulsada de Hungría, y Rumanía y Yugoslavia se deshacían también de sus ciudadanos alemanes. 

 Königsberg Castle before World War I

El Castillo de Königsberg, en una foto anterior a la I Guerra Mundial

Con los desplazamientos de estos millones de ciudadanos, el mapa de Europa iba variando. Hoy la ciudad de Kaliningrado aparece en las noticias debido a la decisión de Lituania de aplicar sanciones a las mercancías rusas que pasen por su territorio. Y es que, si miráis el mapa, veréis que Kaliningrado es un enclave ruso que se encuentra entre Polonia y Lituania. Hasta 1945 se llamaba Königsberg, y había sido siempre una ciudad alemana. En aquel año fue destruida y anexionada por el Ejército Rojo, que a continuación utilizó a los civiles como mano de obra esclava antes de expulsarlos al año siguiente. También cayó Danzig, hoy Gdansk, si bien en este caso la ciudad fue reintegrada a Polonia, y sus ciudadanos varones de entre dieciséis y cincuenta y cinco años, enviados a trabajos forzados a la URSS.

 Albert Pierrepoint, con cara de no haber ahorcado a nadie en su vida

El concepto de culpa colectiva, como vemos, condenó a millones de inocentes. Y los verdaderos culpables no siempre recibieron el castigo que merecieron. Sin embargo, sí se intentó al menos. Hubo sumarios, juicios y condenas, y hasta el día de hoy cualquiera que estuviera implicado en las atrocidades nazis ha corrido el riesgo de ser obligado a responder de sus actos (aquí una noticia del 28 de junio de este mismo año). Con aquellas sentencias se consiguió dar a la retribución un aspecto más parecido a la justicia que a la mera venganza. No obstante, dado que la mayoría de las ejecuciones se llevó a cabo por medio de la horca y no el fusilamiento, se hizo necesaria la participación de un verdugo. Entra entonces en escena Albert Pierrepoint, hijo y sobrino de verdugos, quien, hasta su nombramiento como verdugo oficial, había combinado el trabajo en su tienda de verduras con su actividad como verdugo asistente. 

Josef Kramer e Irma Grese

Tras la liberación del campo de Bergen-Belsen y el proceso a los oficiales, Pierrepoint fue enviado a Hamelin, donde ejecutó a once de los condenados a muerte. Entre ellos estaba la infame Irma Grese, también conocida como "La hiena de Auschwitz" o "La bestia bella". Más adelante, entre 1948 y 1949 Pierrepoint llegó a ejecutar a más de doscientas personas, aunque no tuvo el "privilegio" de encargarse de los condenados en Nuremberg. Por algún motivo, ese trabajo recayó en un verdugo americano que, por lo visto, era bastante menos eficaz en la tarea. 


Irma Grese, con unos kilos menos, se dirige a su cita con Albert Pierrepoint

Otro de los insignes ejecutados del señor Pierrepoint fue William Joyce, más conocido como Lord Haw Haw. Joyce, miembro desde 1932 de la Unión Británica de Fascistas de Oswald Mosley y nacionalizado alemán en 1940, se hizo famoso por sus retransmisiones radiofónicas, que siempre empezaban con las palabras "Germany calling, Germany calling!". Sus retransmisiones, que contaban con el apoyo del Ministerio de Propaganda nazi, tenían como primer objetivo desmoralizar a las tropas norteamericanas, británicas, canadienses y australianas, así como a la población del Reino Unido. 

La última alocución de un audiblemente borracho Lord Haw Haw, 30 de abril de 1945

Su segundo objetivo era conseguir un acuerdo de paz entre aliados y nazis que dejara a éstos en el poder. Curiosamente, dado que en sus boletines informaba sobre el hundimiento de barcos y el derribo de aviones del ejército británico, muchos ciudadanos de este país escuchaban sus boletines con la esperanza de averiguar algo acerca del destino de sus seres queridos.

Lord Haw Haw, herido y arrestado por las tropas británicas

Ironías del destino, la popularidad de su programa y de su voz fue su condena. Joyce había huido junto a su mujer y estaba refugiado en una posada cercana a la frontera danesa. Un día vio a unos oficiales británicos buscando leña, y se ofreció a ayudarles. Les dijo en francés dónde podían encontrar algunos leños, y luego añadió unas palabras para sí en inglés. En ese momento, uno de los oficiales reconoció su voz. Cuando Joyce se llevó la mano al bolsillo para mostrarles su pasaporte falso, el oficial le disparó a la pierna.

 
Göring, uno de los que, a su manera, escapó a la justicia
 
 Se hace tarde y estoy cansado, así que voy a dejarme muchas cosas en el tintero. Pero os aseguro que el resto no tiene desperdicio: la vida en una Alemania en la que los americanos tenían prohibido confraternizar con los alemanes. La aparición de una nueva clase privilegiada desde el momento en que se pone fin a esa prohibición: alemanes que trabajan para los americanos. La campaña del editor judío británico Victor Gollancz contra la severidad del castigo al pueblo alemán. Los entresijos de los juicios de Nuremberg. Las maquinaciones de la URSS para ocupar puestos estratégicos con los llamados "moscovitas", es decir, comunistas alemanes que volvían de su exilio en la URSS, entre ellos el siniestro Walter Ulbricht, de quien ya hablé aquí. El nuevo objetivo prioritario de los EEUU: combatir el comunismo. La creación de la Stasi y la Juventud Libre Alemana, siguiendo los modelos de la Gestapo y las Juventudes Hitlerianas. La tensión entre las diferentes zonas ocupadas, y las primeras señales de una división del país. La apertura de las puertas de la OTAN a Alemania. La creación de la RDA y el inicio de la Guerra Fría...

Dresden, 1946.

Mientras esperaba bajo la lluvia al tranvía para el regreso, hablé con una pareja de refugiados, hombre y mujer, que llevan dieciocho días huidos. Venían de Checoslovaquia, traían noticias terribles. "El checo le quita al alemán la camisa y le azota con el rebenque", dice el hombre. Y la mujer, cansada, sentencia: "No nos podemos quejar. Nos lo hemos buscado". (Una mujer en Berlín)

Refugiados alemanes, civiles y militares, expulsados de Polonia y Checoslovaquia, se agolpan en la estación de tren  de Berlín.

Después del Reich es una lectura apasionante, larga e intensa, pero en absoluto agotadora. Giles MacDonogh consigue con este libro eso tan difícil que es escribir para el experto en Historia, para el bloguero diletante, y para el lector que simplemente quiere complementar sus conocimientos de la Historia con el lado menos conocido de esta.

Icónica imagen de la derrota. Hans Georg Henke, artillero de 16 años, al ser arrestado por el ejército americano. 

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Del rey Arturo, el travestismo y otras cosas del viajar


A veces sucede con los planes vacacionales lo mismo que con esos planes lectores del 1 de enero que algunos gustan de hacer. El año pasado, por estas fechas, me prometía que este verano aprovecharía mi viaje anual a las Cotswold para visitar Slad, la aldea de Laurie Lee, y también que pasaría un día en Lyme Regis, el pueblo de La mujer del teniente francés, buscando fósiles con mi hijo. Pero en un caso por falta de tiempo (una semana menos), y en otro, por una confabulación del destino, esos y otros planes han tenido que volver a posponerse, por lo que, como veréis, mis paseos veraniegos no han encontrado esta vez tantos ecos literarios como el año pasado. Lo que significa que el que viene los emprenderemos con más ganas, si cabe.

Respecto a Slad y el destino, nada más prosaico y, al mismo tiempo, incitante. Con un día libre por delante, dado que los suegros se iban a celebrar su aniversario de bodas en Londres con la representación de dos minióperas de Ravel (!), me dije "hoy vamos a Slad". Así que cogí un mapa, y dos y tres. No eran mapas a escala 1:2, de acuerdo, pero sí mapas locales. Por ello, no deja de sorprenderme que en ninguno de ellos figurara el valle de Slad. ¿Será un valle fantasma? ¿Consiguió Lee detener en el tiempo aquel pequeño valle hasta el punto de que ha desaparecido de los mapas? El año que viene saldremos de dudas. Porque además volveré con pasión renovada, dado que este verano me ha traído en la maleta la segunda parte de la trilogía autobiográfica de Lee, As I walked out one midsummer morning.

 El patio del New Inn, en Gloucester

Con Slad sin cartografiar y el día algo encapotado, decidimos aventurarnos hasta Gloucester, donde nunca habíamos estado y que, al fin y al cabo, está bien cerca de Nailsworth. Poco sabía yo de Gloucester, y el nombre, quizá porque lo asocio con el pobre personaje de El rey Lear al que le arrancan los ojos, no me daba buenas sensaciones. Es más, la tenía por una ciudad gris, feúcha y aburrida. Y una vez más, salgo de mi ignorancia y descubro otro motivo más (y van) para visitar Gloucestershire (conste que no trabajo para la oficina de turismo del lugar). Gloucester es una ciudad estupenda para pasar un día, y tiene una catedral la mar de chula con unos claustros impresionantes que habréis visto en las pelis de Harry Potter. Paseando por sus calles, se topa uno con preciosas casas de la época Tudor, y si atraviesa la entrada del pub New Inn, se encontrará con el patio medieval con galerías mejor conservado de toda Gran Bretaña. Se cree que Shakespeare y su compañía llegaron a actuar en ese patio. ¿Representarían allí El rey Lear?

Uno de los claustros de la Catedral

El puerto de Gloucester es otro de sus grandes atractivos. Es muy parecido al puerto de Liverpool, y al igual que éste, se ha convertido en un importante centro comercial y de ocio, y los antiguos almacenes son hoy bares, restaurantes, apartamentos y tiendas. Entre estas últimas, destaca una preciosa tienda de antigüedades, donde podéis encontrar de todo. Se podía comprar hasta un semáforo.

Los almacenes de la zona portuaria, hoy convertidos en apartamentos

Al igual que hizo la ciudad de Bristol con Gromit hace un par de años, cuando sembró la ciudad de enormes esculturas pintadas por diferentes artistas para así incitar a los visitantes a descubrir rincones fuera de las rutas habituales, en Gloucester éste fue el verano de Scrumpty. De aquí a unos días dará comienzo el mundial de rugby, y Gloucester será una de las sedes. Scrumpty, la mascota, es un balón de rugby y sus esculturas, desperdigadas por toda la ciudad, las han decorado los alumnos de diferentes escuelas. Mi hija la pequeña se lo pasó pipa buscándolas todas.

Un Scrumpty en la zona del puerto

Los ingleses tienen unas formas de pasárselo pipa que no abundan mucho por aquí. Para empezar, el cricket. George Mikes era un autor cómico inglés cuyo origen húngaro le permitía ver a los británicos con cierto distanciamiento. Decía Mikes, comparando a los ingleses y a los "continentales", es decir, los europeos: "many continentals think life is a game; the English think cricket is a game". Supongo que, en el terreno deportivo, mi sangre inglesa no podría estar más diluida, pues nunca entenderé el atractivo de un coñazo tan soberano como el cricket. Por favor, un deporte que se juega con chaleco de lana... Y por eso no fuimos a ver un partido de cricket, sino a una jornada de eventing, que por lo visto tiene traducción y todo: concurso completo. En fin, si estáis tan perdidos como yo, se trata de caballos. Caballos corriendo, caballos saltando, niños jinetes, carreras de carros, y toda las cosas que se os ocurran que se pueden hacer a cuatro patas. O casi todas. Hay gente que llega a acampar, ya que el concurso dura hasta tres días. Es, en fin, uno de esos entretenimientos tan puramente británicos que no veréis un solo turista.


Como ya señalé el año pasado, cada vez se ven más turistas españoles en Nailsworth, que tiene un centro tan pequeñito que es inevitable encontrarse con ellos. Son, de momento, bastante inofensivos, sin duda por su espíritu pionero. Dicho espíritu, sin embargo, todavía no los lleva sinuosa y empinada carretera arriba, hasta el precioso pueblo de Minchinhampton, famoso sobre todo por su common, o tierra comunal. Este inmenso common forma parte del National Trust, es decir, es un lugar de interés histórico o belleza natural, y merece la pena visitarse para pasear y disfrutar de las impresionantes vistas con un helado de la furgoneta que siempre hay por ahí. Eso sí, id con buen calzado, porque el suelo está plagado de regalos vacunos. Y es que en este common, las vacas mandan, y los jugadores de golf tienen que someterse a ellas.

Golf y vacas

El Minchinhampton common es también, todos los veranos, el lugar donde se instala el Giffords Circus, un circo que en pocos años se ha labrado un enorme y merecido prestigio. El Giffords monta excelentes y divertidísimos espectáculos con títulos como "Guerra y Paz", espectáculo que narraba la desastrosa entrada de Napoleón en Moscú desde el punto de vista de una familia de aristócratas; o "Lucky 13", sobre una refinada ópera en la que irrumpe un ruidoso grupo de titiriteros transilvanos. El espectáculo que fuimos a ver el años pasado giraba alrededor de la mitología griega, y el de este año se llamaba "Moon songs". Si en verano andáis por allí, no os los perdáis. Aunque sólo sea por ver al genial payaso Tweedy en acción, un payaso de los que hacen reír. Que no todos saben.


Una semana menos no significa sólo menos días para hacer cosas y explorar, sino que además los compromisos familiares están mucho más apretujados. Para Lyme Regis, sencillamente, no hubo tiempo. No obstante, uno de los planes que teníamos, el de visitar la abadía de Glastonbury, sí lo hemos llevado a cabo, y es altísimamente recomendable. Así que dejemos las Cotswold y emprendamos rumbo al sur, a Somerset.
 
Una preciosa imagen antigua de la abadía de Glastonbury

Ya en mi entrada del año pasado mencioné el aspecto hippy, mágico y espiritual de Glastonbury, que hace de sus escaparates un paraíso de elfos, druidas, Morganas y hierbas curalotodo. Ello se debe a la relación de la ciudad con las leyendas artúricas, leyendas que en última instancia se remontan al bíblico José de Arimatea.

José de Arimatea lleva el grial a Inglaterra

José de Arimatea es ese misterioso personaje que aparece de manera casi fugaz en los cuatro evangelios canónicos, y que, según éstos, hizo descender el cuerpo de Cristo para darle sepultura. Otras fuentes, como los evangelios apócrifos, apuntan que además conservó el sudario de Cristo y recogió su sangre en el Santo Grial. Cuenta el Evangelio según Nicodemo que José, encarcelado por los judíos por haber enterrado el cuerpo de Jesús, recibe la milagrosa ayuda de éste para escapar de su encierro. De allí, parte hacia occidente para, años más tarde, recalar en Glastonbury, adonde lleva el grial y donde funda la primera iglesia consagrada a la virgen. (Algunas versiones son aún más fantasiosas, pues cuentan que antes José visitó Glastonbury acompañado de Jesús cuando éste era un niño). Y el grial, naturalmente, es esencial en el ciclo artúrico, si bien no apareció hasta que lo introdujo Chrétien de Troyes.

El Pozo del cáliz, en Glastonbury, donde José de Armiatea escondió el Santo Grial

 Pues bien, la abadía de Glastonbury, que hemos visitado este verano, y donde se puede pasar, tan grande e interesante es, todo un día, es el lugar donde, se nos dice, en 1191 los monjes encontraron los cuerpos de Arturo y Ginebra junto a la capilla. Casi un siglo más tarde, los trasladaron, en presencia de Eduardo I, al interior de la abadía, donde su tumba permaneció hasta que en 1539, en virtud de la disolución de los monasterios, iniciada bajo el reinado de Enrique VIII, se confiscaban todas las propiedades de la iglesia. ¿Qué harían Cromwell y compañía con esa tumba?
  

El último abad de Glastonbury, Richard Whiting, acusado de traición por su lealtad a Roma, padeció el castigo reservado a los condenados por traición: fue ahorcado, arrastrado y descuartizado en Glastonbury Tor. Su cabeza fue expuesta en la desierta abadía, y sus miembros, en las principales ciudades de Somerset. Como veis, cada brizna de hierba de este rincón de Inglaterra emana historia. Y mientras tanto, mi lectura del verano era Wolf Hall, que transcurre justo en esos días.

El espino de Glastonbury, antes de que lo destruyeran unos gamberros

Otras de las historias que se cuentan sobre José de Arimatea en estas tierras es la del espino de Glastonbury, un tipo de espino común que florece dos veces al año. Según la leyenda, José se tumbó en la tierra para dormir y dejó el cayado a su lado. Para asombro de los lugareños, el cayado echó raíces y floreció. Este tipo de espino se ha conservado desde la antigüedad gracias a la propagación mediante injertos, y todos los años se cortaba una ramita y se enviaba a Buckingham Palace para la mesa de Navidad de la Familia Real. El espino que se plantó en la colina de Wearyall para reemplazar al árbol original, destruido durante la Revolución inglesa, corrió hace cinco años la misma suerte a manos de unos vándalos, en un acto que causó consternación en la ciudad.

El niño del vestido, inédito en España

Este verano ha sido también el de la consolidación de David Walliams como uno de los autores de cabecera de mis hijos. Probablemente hayáis visto sus libros en nuestras librerías, y supongo que se estarán vendiendo con merecido éxito. Pero la verdad es que en Inglaterra Walliams es un auténtico fenómeno de ventas. Desde 2008 ha publicado siete libros y está a punto de salir el octavo. Los tenemos todos en casa y los dos mayores no paran de leerlos y releerlos. Naturalmente, cuando un autor infantil tiene un éxito tan grande, es inevitable que prensa y mundillo editorial lo aclamen y etiqueten como el nuevo Roald Dahl, y más si las ilustraciones, como en el libro del que os voy a hablar, corren a cargo de Quentin Blake. Ahora, ¿son justas esas comparaciones? Pues a mi juicio son, aparte de odiosas, tontas, pero dan una idea de la relevancia que tiene Walliams en este momento. Lo cierto es se trata de unos libros muy divertidos que transmiten valores fundamentales de respeto sin caer nunca en el sermón ni la cursilería. El paso del tiempo dirá qué lugar debe ocupar Walliams en la literatura infantil, aunque dudo que éste esté cerca de Dahl. A diferencia de éste, cuyos libros son intemporales, y se disfrutan hoy tan bien como hace cuarenta años, Walliams se dirige claramente a una audiencia infantil del siglo XXI. Y esta contemporaneidad es un arma de doble filo.

David Walliams, a su aire

Walliams trata algunos temas poco habituales en la literatura infantil, y hace referencias a la cultura de masas, la telebasura y la sexualidad, todo ello con gran desparpajo y naturalidad. Ésa es, como digo, su gran virtud, aunque, como es de esperar, escandalice a algunos padres. Su primer libro, sin ir más lejos, toca el tema del travestismo mientras nos cuenta la historia de Dennis, un niño que vive con su padre, camionero deprimido tras su divorcio, y su hermano mayor. Dennis, que añora terriblemente a su madre, siente pasión por el fútbol y es la estrella del equipo de la escuela, pero también tiene una pasión oculta: las revistas de moda para mujeres. El libro se titula The boy in the dress, "El niño del vestido", y, como digo, integra con absoluta naturalidad el tema del travestismo en lo que no es más que una historia de iniciación divertida, muy bien narrada, con momentos emotivos y personajes entrañables, sobre ese difícil momento de la vida, justo antes de la adolescencia, en que no sabemos quiénes somos, y preferimos morir a pasar vergüenza. ¿Un libro para niños que habla del travestismo? Puede ser sorprendente, sí. Os sorprenderá bastante menos saber que en cierto país se han publicado todos los libros de Walliams menos éste. Y es que aquí somos mu machos.

Fotograma de la adaptación de la BBC

El autor se permite bromear sobre sí mismo cuando habla de los tacones altos. "Es muy difícil andar con tacones", dice, "aunque eso, querido lector, yo no lo sé por propia experiencia, claro está". Walliams, de hecho, es conocido por su afición al travestismo, no sólo en su faceta de actor en Little Britain, sino también en su vida privada. Asimismo, hace unos meses se divorció, tras cinco años de matrimonio, de la modelo Lara Stone, quien adujo que la causa de la ruptura había sido el afeminamiento de su señor esposo. Los heterosexuales a los que no nos interesa la vida sexual de los demás solemos desconocer muchas cosas al respecto. Servidor, por ejemplo, pensaba que el travestismo era una actividad propia de homosexuales, y resulta que más bien todo lo contrario. Como digo, la vida privada de los otros no es un tema que me interese especialmente, así que a otra cosa, mariposa (no pun intended).

Un rinconcito del bookbarn, donde todos los libros están a una libra

Mi recorrido por las charities y el bookbarn este año contaba con algunas restricciones, siempre difíciles de poner en práctica. Peso y espacio se convierten en un verdadero problema cuando tienes que hacer maletas para dos adultos y tres niños en un circuito Barcelona-Bristol-Alicante-Almería-Barcelona, así que las compras este año han sido bastante reducidas. Helas aquí.


Empezando por abajo:

- I, Claudius y Claudius the god. Es decir, en inglés y en un volumen. Por una libra no está mal, ¿no?

- On the shores of the Mediterranean, de Eric Newby. Newby es uno de los grandes de la literatura de viajes. No lo he leído jamás, pero su nombre siempre aparece en cualquier estantería inglesa.

- We were the Mulvaneys (traducida en español como ¿Qué fue de los Mulvaney?), de Joyce Carol Oates, una novela muy buena que ya me he leído y de la que supongo que caerá reseña.

- The handmaid's tale, de Margaret Atwood. No he leído nada de esta autora, tan elogiada por todos.

- Strange life of Ivan Osokin, de P.D. Ouspensky. ¡Cómo me gusta descubrir autores rusos de los que jamás había oído hablar! Este libro cuenta la historia de un hombre que, ¿dichoso él?, tiene la oportunidad de volver a vivir su vida y corregir los errores cometidos. Qué ganas tengo de hincarle el diente.

- The collector, de John Fowles. Junto con El mago y La mujer del teniente francés, ésta es una de las grandes obras de Fowles, y muchos la conoceréis por la película que se hizo.

- The Goloviovs, de Mikhail Saltykov-Shchedrin, un clásico ruso del XIX que hasta ahora no he tenido ocasión de leer.

- As I walked out one midsummer morning, de Laurie Lee. Como ya os he dicho más arriba, ésta es la segunda parte de la trilogía autobiográfica de Lee. En este volumen nos habla, entre otras cosas, de las andanzas del autor en España justo antes de la Guerra Civil.


Y esos libros de lomo negro que hay a la derecha:

- Sagas vikingas varias, de ésas que es tan difícil encontrar aquí. Aparte de King Harald's saga, que compré el año pasado, los otros los vi todos juntitos en el bookbarn. Irresistible. Se prevé una temporada vikinga.

- The mabinogion. Otra joya de Penguin Classics. Jamás había oído hablar de esta obra magna de la literatura galesa, que además es nada menos que la primera obra literaria en prosa de Gran Bretaña. Y tiene una pinta estupenda.

En fin, que entre aviones, Enrique VIII, la campiña inglesa y tierras almerienses, este verano no ha dado para más.

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