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martes, 16 de febrero de 2016

Petróleo y sangre en oriente



El índice de Petróleo y sangre en oriente es una auténtica fiesta. Ved si no qué títulos: "El último templo de Zaratustra", "Príncipes del petróleo", "La revuelta de los leprosos", "Los judíos salvajes", "La ciudad del agua roja", "La tumba de Tamerlán el tullido y la capital Samarkanda", o "Con los adoradores del diablo", por mencionar sólo unos pocos.

Otro motivo de celebración es que por fin alguien se haya decidido a reeditar algunas de las obras de Kurban Said, Lev Nussimbaun o Essad Bey, que, como ya dijimos en algún momento, son la misma persona. Hace poco hablábamos de Ali y Nino, publicada por Libros del Asteroide, pero de la reedición de la obra que nos ocupa y, próximamente, de su biografía de Stalin, se ha decidido encargar la editorial Renacimiento, que servidor desconocía y que tiene, la verdad, un catálogo de lo más interesante.

Así pues, regocijémonos por doble motivo.

 Éstos amenazan con convertirse en habituales de este blog

Petróleo y sangre... cuenta, en esencia, la historia que nos contaba Tom Reiss en la primera parte de su monumental biografía, con la diferencia de que aquí dicha historia se nos narra de primera mano. Estamos, por tanto, ante unas memorias con algo de fabulación por parte de un autor siempre huidizo y enigmático. En ellas, Bey, extraordinario contador de historias, nos cautiva desde la primera línea con su sencilla pero evocadora descripción de la ciudad que lo vio nacer, y que nos conduce al día en que su padre, magnate del petróleo, conoció y se casó con su madre, revolucionaria a la sazón encarcelada por sembrar la agitación entre los obreros. La historia comienza de esta guisa:

Hace cuarenta años, Bakú no era más que una pequeña ciudad perdida en el desierto. No existían aún las calles europeas, y hubiera sido inútil querer buscar un refugio contra los rayos implacables del sol bajo la sombra raquítica de algún árbol agostado por la sequía.

A partir de ese momento, Bey combina el canto de tono elegiaco a Azerbaiyán con el progresivo avance del bolchevismo, que amenazaba directamente a su familia, y con la huida del autor y su padre a través del Cáucaso hasta llegar a Berlín. Curiosamente, después del primer capítulo, la revolucionaria madre no vuelve a ser mencionada en toda la historia.

Una calle de Bakú en los años 20

Lo más fascinante de este libro es, sin duda, el retrato apasionado que hace el autor de su tierra, retrato en el que, a modo de un moderno Heródoto, Bey mezcla hechos verídicos con historias que ha oído y con viejas leyendas, sin llegar nunca a separar claramente las tres categorías. El mundo que nos presenta es el de un Azerbaiyán que ya entonces era una tierra casi mítica, pues pocos occidentales se habían aventurado por ella más allá de Bakú. Así, si bien, por la mencionada mezcla de historia y leyenda, muchos tildan Petróleo y sangre...  y otras de sus obras de documentos poco rigurosos, para este lector la obra representa, además de un gran relato de aventuras, una fuente de apasionante información sobre una tierra, unos pueblos, costumbres y mitos de los que, de otra manera, jamás habría tenido conocimiento. Y esto es a veces frustrante para el lector que quiere adentrarse un poco más en esas historias, sean verídicas o legendarias, qué más da.

El problema que se nos presenta al buscar más información radica, posiblemente, en la fantasía de Bey, pero también, en parte, en la transcripción de algunos términos de origen turco, azerbaiyano o armenio. Aun así, he buscado de todas las maneras posibles información al respecto, por ejemplo, de los jassaien, pero, con una excepción (un estudio alemán titulado "Las amazones del cáucaso. La verdadera historia y el mito"), los escasos resultados nos remiten a este libro o al de Reiss. Tampoco cabe extrañarse, si lo que dice Bey es cierto:

Los jassaien habitan al norte del territorio de Sakataly; pero el angosto defiladero donde están establecidos no tiene nombre conocido. Los vecinos llaman simplemente a los jassaien "la tribu de las doncellas", o "el pueblo que no conoce su origen", ya que una de las más extrañas particularidades de esta raza es la total ignorancia de su pasado, quizá porque carecen totalmente de él.

Helenendorf, un trocito de Alemania en el Cáucaso

Algo parecido sucede con la tribu de los aisoren (aicoren en la versión del traductor), transcripción que proporciona muy pocos resultados relevantes, pero los suficientes como para sugerir que el autor no nos habla de aves fénix ni de hombres de dos cabezas, sino de hechos con una base real a los que, paradójicamente, resulta mucho más difícil llegar a conocer que aquéllos. Al respecto de estos aicoren, nos dice Bey:

También hacia el sur, junto a la frontera persa y en un lugar despreciado por los turistas, esconden sus costumbres maravillosas muchas razas singulares apenas conocidas de la humanidad. Allí vegetan los aicoren, que no pasan de mil, y que son considerados como los últimos y únicos descendientes verdaderos de los poderosos asirios. Hablan un purísimo dialecto semita; son nestorianos (antigua secta cristiana), tienen un tipo marcadamente judío y son los seres más dulces y pacíficos de oriente.

 Templo yazedí en Lalesh, al norte de Irak

Lejos de dar rienda suelta a la fabulación más extraordinaria y sensacionalista, en el caso de los "adoradores del diablo", Bey, por el contrario, resiste esa enorme tentación y nos presenta una descripción justa y bastante precisa. Así habla el autor de los yazidíes:

Esta religión no tiene nada que ver con las misas negras y satanismo europeo. Los jeziden son gente sencilla y pacífica; temen al sol y adoran al demonio en forma de un dorado pavo real.

Hoy se considera que esta deidad en forma de pavo real no representa para los yazedíes la figura del diablo, sino un ángel rebelde al que ellos reverencian por su carácter independiente. Su nombre es Melek Taus, uno de los siete arcángeles a los que, según la tradición yazedí, Dios encargó el cuidado de su creación. Cuando, más tarde, Dios creó a Adán, ordenó que los arcángeles se postraran ante él. Melek Taus se negó a ello, en un episodio casi idéntico al de Shaytán, el diablo en el Islam, lo que contribuyó a su estigmatización y persecución a lo largo de los siglos. Hoy los yazedíes están siendo masacrados por Isis, que los siguen considerando adoradores del diablo.


Oficiales de la División Salvaje

En ocasiones, las gentes de las que nos habla Bey son, como en el caso de los yazedíes, bien conocidas de los historiadores, aunque algunos de los hechos que les achaca son más difíciles de documentar. A este respecto, hay que hablar de la temible División Salvaje. Era ésta una división del Ejército Imperial Ruso compuesta casi exclusivamente por voluntarios musulmanes procedentes de Chechenia, Ingusetia, Daguestán o Azerbaiyán entre otros, y que permaneció fiel al zar durante la Revolución rusa. Pues bien, hablándonos de un amigo suyo, nos dice Bey:

Memed fue al colegio, se hizo un gran estudiante y la ciencia, sin duda, le empujó a la más negra melancolía. En el año 1918, al poco de estallar la revolución soviética, abandonó la escuela para ingresar en la división de los Salvajes. Estaba formada por los hijos de las mejores familias de Azerbaiyán, y era famosa porque los soldados atacaban a mordiscos a sus enemigos.
Todos ellos tenían la rara habilidad de desgarrar a dentelladas la garganta de sus víctimas. Ni que decir tiene que pertenecer a ese glorioso regimiento era mi sueño dorado, y que envidiaba sinceramente a Memed...

 La División Salvaje enfrentándose al ejército austriaco en la Gran Guerra

Que la División Salvaje era despiadada nadie lo cuestiona, pero no he encontrado más referencias a sus habilidades dentales. En todo caso, la proximidad de este regimiento a la ciudad es señal de lo feas que pintaban las cosas para los Nussimbaum.

Muy cerca de la ciudad acampaban los restos desmovilizados del ejército ruso, sobre los que ejercían, y no sin resultados,su perniciosa propaganda los comunistas del barrio obrero. Pronto empezó a verse por las calles de Bakú a soldados desharrapados, provistos de armas nuevecitas, contemplando descaradamente los palacios de los magnates del petróleo, o borrachos perdidos en las tabernas, dando mueras al capitalismo. Los nacionalistas armenios, a las órdenes de Adronik y Stepa Lalai, habían formado un ejército disciplinado que se hallaba muy interesado en que el Gobierno llevara a cabo su plan de barrere derusos el país. Así las cosas, llegó a la ciudad la división de los Salvajes (...). Tres eran, pues, los peligros que amenazaban a la ciudad en forma de tres ejércitos antagónicos.

Bukhara


Como ya he mencionado más arriba, el libro combina el retrato del Azerbaiyán más indómito con la huida de narrador y su padre a través de desiertos y montañas, a veces salvados y a veces a punto de ser ejecutados por el pachá o el bandolero de turno. Algunas de sus peripecias, naturalmente imposibles de comprobar y por lo tanto merecedoras del descrédito de los historiadores, son no obstante dignas de la mejor novela de aventuras, y es precisamente su propio carácter absurdo, cuando no surrealista, lo que les confiere más credibilidad. Deléitense con este fragmento de la narración del secuestro del autor:

Las negociaciones entre los armenios y mi padre duraron cinco días. Al principio pidieron mis carceleros el medio millón de rublos, petición que, como es natural, fue rechazadade plano.Entonces el jefe de la banda se presentó de nuevo para rogarme que escribiera otra carta al autor de mis días, pues si éste insistía en su actitud, tendrían que matarme. Cuando hube escrito la importante misiva, el gordo me propuso cortarme una orjea para enviársela a mi padre, y así hacer que accediera a mis pretensiones; como podía suponerse, en ese punto me negué en redondo a complacerle.

Y así siguen las aventuras del narrador, en un crescendo paralelo a la progresiva desaparición del viejo Azerbaiyán, con historias como la de Ármin Vámbery (quien, al igual que el autor, era un judío orientalista) a punto de ser decapitado por el último emir de Bujara; con la revuelta de Ganja contra el avance bolchevique; con la descripción de Helenendorf, un pedazo de Alemania en pleno Cáucaso; y con incontables y fascinantes historias y personajes que hacen de esta lectura una auténtica gozada. Os dejo con un caramelito más.

Abandonamos los territorios de Yafar Kan con la firme esperanza de llegar rápidamente a Enseli, donde obtendríamos noticias frescas de Bakú. Nuestra caravana había aumentado considerablemente, pues se nos unió una familia rusa que venía huyendo del Turquestán. Una grave contrariedad nos salió al paso; el territorio estaba asolado por la revuelta de los Dschengelis a las órdenes del apóstol revolucionario, Mirza Kutschuk Kan...



miércoles, 9 de diciembre de 2015

Érase una vez el Cáucaso


A lo largo de nuestra vida lectora, nuestra razón de leer sufre diversos cambios. Es evidente que a los cuarenta años no buscamos en los libros lo mismo que a los veinte o a los diez. De niños, queremos ante todo entretenimiento y diversión. En la tardía adolescencia, cuando nuestra capacidad de aguante y una sed de conocimiento no exenta de pedantería están en su punto álgido, muchos buscamos algún tipo de iluminación intelectual o, dicho de otra forma, una fuente de citas. Son esos años en que vemos los libros leídos como muescas en el revólver y, así, nos tragamos lo que nos echen, sin importarnos la extensión o el disfrute. De hecho, a veces, cuanto más aburrido sea el libro, más tenemos la sensación de estar en una vía de aprendizaje y purificación. (Sólo así se explica que pudiera acabar Una meditación, de Juan Benet). Hoy, desde mis largos cuarenta, y como ya he dicho en alguna ocasión, hace ya tiempo que me interesa más cómo me cuentan una historia que la propia historia en sí. Pero al igual que me sucedió hace cuatro días con Corto Maltés, con ciertas novelas uno vuelve brevemente a esos años en que las páginas de un libro nos absorbían con una historia de amor en la que el amor es lo que menos cuenta, una historia que es de amistad, de odio, de crueldad, de entrega, y de hombres y mujeres al borde de ese precipicio que es la antesala de la vida adulta, cuando dejamos de tragar lo que nos dan y tenemos que decidir qué vamos a hacer tragar a los demás.

 Bakú a principios del siglo XX

Eso es lo que sucede con Alí y Nino. Durante su lectura, uno recuerda esa idea, no por manida menos cierta, de que uno lee para viajar, para conocer otros mundos y épocas, para meterse en la piel de personajes que saltan de una encrucijada a otra y hacer de ellos un modelo que nos guíe en las encrucijadas de nuestra vida, para encontrar un sabio que nos explique el mundo, o para descubrir por adelantado algunos de los placeres y horrores que nos vamos a encontrar en este valle.
Ésas son, en fin, algunas de las ideas que uno creía olvidadas junto a la crema antiespinillas y que le vuelven a la cabeza con libros como éste.

 Las ediciones en inglés de Alí y Nino, así como la que publicó Debate en España en el año 2000, tienen el innecesario y engañoso subtítulo de Una historia de amor. (No sé si el título original también era así, aunque con la historia de la controvertida autoría de la novela, bastante misterio y polémica tenemos). Parece que algunos, por razones de márketing, han intentado vendernos este libro como lo que no es. Y no es una versión caucásica de Romeo y Julieta. No creáis tampoco a los que dicen que éste es un libro donde ellos encontrarán guerra y aventuras, y ellas, un apasionado romance que vence todos los obstáculos de la vida  y que hará que se le salten las lagrimillas. No los creáis porque aparte de machistas son unos embusteros. Este libro es, sencillamente, una extraordinaria historia de iniciación situada en un contexto de conflicto militar, político, cultural y religioso en una zona del mundo remota, pero clave, y en un momento de la historia cuyas consecuencias aún resuenan: 1917. Bakú, capital petrolera del mundo.

 Bakú. Pozos petrolíferos de los hermanos Nobel


Dicen que un buen libro presenta su idea central en las primeras líneas. Si esto es así, el primer párrafo de la novela, con el profesor discurriendo sobre los límites geográficos de Europa, Asia y Transcaucasia en particular, no podría ser más revelador. De esta guisa concluye dicho párrafo:

Así que en cierto modo depende de cómo os comportéis vosotros, niños, que nuestra ciudad haya de pertenecer a la avanzada Europa o a la atrasada Asia.

Alí Khan Shirvanshir, estudiante de familia noble musulmana, está enamorado de Nino Kipiani, princesa georgiana, y decidido a casarse con ella. Islam frente a cristianismo, sí, pero sobre todo, oriente frente a occidente. Observad el siguiente párrafo, ya en el meollo de la historia, y decidme si se le puede pedir más actualidad a esta historia:

... y como va a ser todo muy distinto, no necesitamos mendigar el favor de nadie. Gane quien gane esta guerra, saldrá débil del combate, cubierto de muchas heridas, y entonces nosotros, que no estamos débiles ni heridos, podremos exigir en lugar de pedir. Somos un país islámico, chiíta, y de la casa Romanov y de la casa Osman esperaremos lo mismo: independencia en todas las cosas que nos conciernen. Cuanto más débiles sean las potencias después de la guerra, más cerca estaremos de la libertad. Esta libertad brotará de nuestras fuerzas intactas, de nuestro dinero y de nuestro petróleo. Porque no lo olvidéis: el mundo nos necesita a nosotros más que nosotros al mundo.
 Enver Pashá, en un periódico inglés de la época

Muchos  explican la triste situación del mundo actual a partir de la fundación del estado de Israel o, remontándose más atrás, a raíz del movimiento sionista liderado por Herzl, pero lo cierto es que el fanatismo asesino podía perfectamente haber tomado el camino del Cáucaso:

Estaría bien asesinar a todos los rusos del país. Y no sólo a los rusos.  A todos los extranjeros, que hablan de modo distinto, rezan de modo distinto y piensan de modo distinto. En el fondo es lo que queremos todos, pero sólo yo me atrevo a decirlo. ¿Y después? Por mí puede gobernar Feth Alí. Aunque prefiero a Enver. Pero antes, el exterminio.

Hay que señalar, no obstante, que el autor huye de todo maniqueísmo. En las primeras páginas, Nino le expresa a Alí sus recelos ante su compromiso y su temor a que él la obligue a ponerse el velo y a pasarse las horas encerrada en un harén. Cuando el estallido de la Gran Guerra amenaza a su relación, el temor se hace aún mayor, y la propia Nino advierte:

¡Pobre de ti si me raptas!

Sin embargo, el acto que Alí comete y que, de manera paralela a los acontecimientos históricos, desencadena el principio de la tragedia, un acto noble y, sin embargo, despojado de cualquier tipo de heroísmo, lo causa la inesperada traición cometida por Nachararyan, armenio y cristiano.

 Bakú, a finales del s. XIX

El verdadero conflicto, pues, no es simplemente una guerra entre religiones, sino que tiene otras dos vertientes mucho más marcadas. Una es el conflicto personal de Alí, dividido entre su fidelidad a su fe y su amor por Nino. En realidad, Alí no parece especialmente fervoroso en su devoción, y su fe con frecuencia se confunde con el orgullo por su estirpe y con su amor a la ciudad de Bakú. En cuanto a su amor por Nino, no cabe duda de que es sincero, si bien en ella Alí parece amar sobre todo a la mujer independiente, culta y libre. Pero no hay que ver en ello un rechazo explícito de la fe islámica ni una rendición a los encantos occidentales. Más bien, se revela aquí el anhelo por parte del autor de una sociedad abierta y multicultural, a pesar de que Said (damos aquí por buena la teoría más aceptada al respecto de la autoría) fue un judío convertido al islamismo, en el que encontró un baluarte tanto contra el bolchevismo como contra la decadencia moral de Occidente. He dicho a pesar de, y no sé si debería ser debido a.

El Día de Ashura
¡Persia! ¿Debería quedarme aquí? ¿Entre eunucos y príncipes, derviches y locos? ¿Construir carreteras asfaltadas, crear ejércitos, ayudar a que Europa entrar un poco más en el interior de Asia?
 El conflicto de Alí se manifiesta sobre todo durante su estancia en Teherán, y en particular, en su participación en la ashura, el homenaje que los chiítas rinden a su mártir Hussein y durante el cual algunos se azotan, se flagelan brutalmente y se hacen cortes con machetes. La otra vertiente es mucho más prosaica y sucia: dinero y petróleo.

 La ejecución de los 26 Comisarios de Bakú, de Isaak Brodsky

Como ya he señalado más arriba, Bakú, antes de la Gran Guerra, era la capital mundial del petróleo. Era por ello todo un caramelo para las grandes potencias, desde un Imperio Otomano ya en clara decadencia hasta Gran Bretaña, pasando, por descontado, por la rusia de Nicolás II, de la que a la sazón Azerbaiyán formaba parte hasta su efímera independencia, capítulo perfectamente narrado en la novela. No es de extrañar, pues, que, junto a Alí, Nino, los Shirvanshir y los Kipiani, surjan constantemente en la novela nombres como los hermanos Nobel, Enver Pashá, el último gran líder de los otomanos; el Gran Duque Nicolás Nikoláievich, tío del zar y gobernador en el Cáucaso; o, por escoger uno al azar, el más que interesante Stepán Shaumian. Ante la posibilidad de que los musulmanes deban unirse a los armenios en su lucha contra los rusos, nos dice un personaje:

¿Quiénes son estos rusos? Un hatajo harapiento, anarquistas, ladrones. Su líder se llama Stepán Shaumián y es armenio. Un anarquista armenio y un nacionalista armenio se pondrán de acuerdo mucho más rápidamente que un nacionalista musulmán y un nacionalista armenio.

En efecto, Shaumián fue uno de los dirigentes del movimiento bolchevique en el Cáucaso, y, desde los altos cargos que ejerció, estuvo implicado en matanzas étnicas en retribución por el genocidio armenio. La llegada de los ingleses, que tiene lugar hacia el final de la novela y significó el fin de los 26 Comisarios de Bakú,  estuvo provocada por el propio Shaumián, que rechazó la ayuda británica para combatir a los otomanos, y que al final perdió la vida ante un pelotón de fusilamiento, a la espera de un telegrama que llegó tarde. Todo esto es sólo un pedacito de una historia complejísima y confusa que la maestría de Kurban Said nos deja lamer y nos invita a saborear con más deleite. Y bien vale la pena hacerlo...

Shusha, otro escenario de la novela. Aquí, en 1920, destruida tras el pogromo contra la población armenia

... porque historia, política, cultura y ficción se entrelazan de manera brillante en las páginas de Said, y cuanto más se pone uno a tirar de cada hilo, más se pasa las horas yendo de un enlace a otro. Cuando el armenio Nachararyan intenta mediar entre las dos familias para favorecer el matrimonio de Alí y Nino, ésta le narra a su amado las conversaciones en las que el armenio recuerda a los Kipiani los lazos que unen a musulmanes y cristianos, a Azerbaiyán y Georgia. En una de dichas conversaciones, surge el nombre del poeta Ilia Chavchavadze, bisabuelo de Nino, y uno se acuerda entonces de aquella magistral biografía del joven Stalin, en la que se nos hablaba del papel que jugó el poeta nacional georgiano en la vida y obra del futuro dictador, y de las sospechas sobre éste acerca del asesinato de su mentor.

 Griboyédov, quinto por la izquierda, en la firma del Tratado de Turkmanchái

Otra de estas escalofriantes y apasionantes historias que abundan en estas páginas es la del escritor ruso Griboyédov, el autor de El mal de la razón
Días después encontraron trozos de piel a las afueras de Teherán. Y una cabeza mordisqueada por los perros. Eso fue todo lo que quedó de Aleksander Griboyédov
Griboyédov, cuya esposa, hija del príncipe Chavchavadze, se llamaba precisamente Nino, era el embajador ruso en Persia. El Tratado de Turkmanchái, de 1828, en virtud del cual Persia cedía a Rusia el control de Armenia, Azerbaiyán y otros territorios del sur del Cáucaso, desató la ira del pueblo, que, enfurecido, sitió, atacó y saqueó la embajada, mató a toda la legación, y se ensañó en particular con Griboyédov, cuyo cuerpo acabó como hemos visto. La buena noticia es que Nikita Mikhalkov va a rodar una serie televisiva sobre Griboyédov, en la cual defenderá su tesis de que el autor ruso no fue linchado por una turba de musulmanes enloquecidos, sino que se trató de un complot organizado por los británicos. Dejando de lado las dotes detectivescas de un cineasta respecto a un crimen cometido hace dos siglos, Mikhalkov detrás de una cámara siempre es motivo de celebración. En todo caso, especulaciones aparte, la obra, si se lleva a cabo, está destinada a provocar controversia, dadas las actuales relaciones entre Rusia y las repúblicas caucásicas; la propia figura de Griboyédov, popular entre los armenios, pero no así entre los azeríes; las ideas políticas de Mikhalkov, ferviente defensor de Vladimir Putin, así como el hecho de que la presencia de los rusos en esa región a lo largo del XIX, como vemos desde el primer momento en Alí y Nino, siempre estuvo considerada por los rusos como una misión "civilizadora". Por si eso fuera poco, Mikhalkov se ha propuesto rodar en Nagorno-Karabakh, territorio disputado por Armenia y Azarbaiyán que se proclamó república independiente en 1991 y cuyo estatus como tal no ha sido reconocido por ningún estado hasta ahora.


Alí y Nino, del director Asif Kapadia


Más cine. Hace ya más de tres años (¡hay que ver cómo pasa...!), hablaba aquí de ese apasionante libro titulado El orientalista, en una entrada que prácticamente coincidía con la publicación de Alí y Nino en Libros del Asteroide. Recuerdo que os hablaba entonces también de la palabra "serialidad", acuñada por mi padre. Pues bien, hoy, otra de esas casualidades de la bloguería, esta entrada coincide con el inminente estreno de la película del mismo título, rodada en el mismo Bakú, y que llegará al Festival de Sundance en enero de 2016. Pura serialidad.

 La "estatua móvil" de Alí y Nino, en Batumi (Georgia)

 En definitiva, y volviendo al libro: venganzas, sangre, política, petróleo, guerras religiosas, fanatismo, matanzas, y una ventana abierta a las raíces de tantos conflictos actuales. Todo eso es Alí y Nino. Bueno, y también tiene un poquito de amor.

domingo, 22 de julio de 2012

El orientalista, de Tom Reiss


Pues va a resultar que al final los textos de contraportada sí van a servir para algo. Porque si no, dudo que hubiera sacado de la biblioteca el libro de un autor de nombre un tanto anodino y del que no había oído hablar jamás. (En realidad, sí acostumbro a sacar muchos libros de autores para mí desconocidos, pero sus nombres tienen que tener muchas consonantes juntas y como mínimo una k). Pero le eché un vistazo, mis antenas registraron Lenin, Nicolás II, Odesa, Bakú y República de Weimar, y dije "al saco".

No es Lev Nussimbaum, sino Kurban Said

En español no está aceptada la palabra "serialidad", pero a mi padre, que era extranjero, le gustaba y la empleaba con mucha frecuencia. Se refería con ella a ese fenómeno que todos conocemos y que consiste en la aparición de repente, y en cualquier momento y lugar, de constantes referencias y alusiones a algo cuya existencia desconocíamos hasta ese momento, o que sencillamente habíamos olvidado. Así, por ejemplo, si vemos en una película a un actor al que hacía años que no veíamos, ahora se nos aparecerá en tres o cuatro películas seguidas. Del mismo modo, apenas había empezado yo a leer este apasionante libro sobre el misterioso autor de un libro llamado Ali y Nino cuando, voilà, en la FNAC me encuentro con el libro en cuestión, publicado recientemente por Libros del Asteroide.

No es Lev Nussimbaum, sino Essad Bey

La serialidad continuó cuando descubrí que en el maravilloso blog Poemas del Río Wang (una mina de oro para los enamorados de la cultura eslava y de Europa Central y Oriental) ya había una excelente entrada, como son todas las de ese blog, (y a la que, me temo, poco tengo que añadir con la mía.)

Principios del siglo XX. Los pozos petrolíferos de Bakú abastecían a medio mundo

La gestación del libro se remonta a 1998, cuando el autor, periodista norteamericano, viajó a Bakú para escribir sobre el nuevo boom petrolero de la ciudad, y un amigo le recomendó la ya mencionada Ali y Nino como introducción a la ciudad y a la cultura del Cáucaso en general. Una vez allí, se encontró con que la novela en cuestión era considerada la obra cumbre de la literatura azerí, y que su guía era capaz de citar fragmentos enteros, y mostrarle lugares donde antaño se levantaban edificios mencionados en la obra.


Y como suele pasarnos a los lectores, al leer el libro Reiss quiso saber quién lo había escrito. Se encontró con que el nombre de Kurban Said estaba envuelto en misterio y leyendas. Sin ir más lejos, muchos hoy en día siguen negando que Kurban Said fuera el pseudónimo de Lev Nussimbaum, y a lo largo de los años se han barajado diversos nombres como el verdadero autor. Así que Reiss se puso a investigar por su cuenta. A partir de ese momento, y a través de la crónica de dicha investigación, el lector se embarca en un viaje que va desde el Bakú de las torres de petróleo, los Rothschild y los hermanos Nobel hasta la Italia de Mussolini, pasando por la Revolución Bolchevique en Rusia, la República de Weimar, el sionismo, el orientalismo e incluso la etnografía.


Hay que hacer un aparte sobre el término "orientalismo", que en 1978 dio título a la obra de otro Said, Edward. Por resumirlo de manera muy sucinta, este intelectual y activista palestino fallecido hace pocos años definía el orientalismo como la actitud condescendiente de occidente para con oriente, y lo consideraba consecuencia de una mentalidad imperialista que aún pervive. No voy a entrar en ese tema, pero sí diré que Lev Nussimbaum (¿he dicho ya que Essad Bey, Kurban Said y Lev Nussimbaum fueron la misma persona?) y otros entendían el término de manera muy diferente. Su postura venía a ser no muy diferente de la de aquellos rusos eslavófilos tan del XIX, es decir, personas de "oriente" que quieren apartarse de la influencia corrompedora y materialista de occidente, y abrazar una cultura y espiritualidad común que tiene sus raíces en el levante, al este del Cáucaso, o allende Estambul. Aquí hay que hacer hincapié más en el "común" que en la "espiritualidad". De ese modo entenderemos más fácilmente que un judío como Nussimbaum no tuviera ningún problema ni escrúpulo en convertirse al Islam. En aquel Bakú de principios del siglo XX (donde Stalin empezaba a desarrollar su carrera de bandolero y extorsionador), una musulmana amiga de la infancia de Lev señalaba que no le sorprendía la conversión de éste al Islam y nos daba un ejemplo más concreto de aquel orientalismo:


"Ser musulmán como lo era mi familia significaba tener una religión universal, respeto por la tradición, pero nunca un dogma".

A diferencia de tiempos más modernos, Nussimbaum, junto con el resto de orientalistas, ensalzaba lo que une a judíos y musulmanes, que no es sólo el profeta Abraham, sino sobre todo las mismas raíces semitas. Y hablando de Stalin, de quien Nussimbaum escribió una biografía (Stalin: la carrera de un fanático): la madre de Lev, una revolucionaria radical que acabó quitándose la vida, quizá desgarrada entre su ideología y su familia (el padre de Lev, Abraham Nussimbaum, era un magnate del petróleo), fue amiga de Iósif Vissariónovich y se dice que incluso colaboró con él y sufragó sus actividades.


Tom Reiss se ha basado en innumerables fuentes, pero sobre todo tuvo la enorme fortuna de localizar el rastro de la última editora de Nussimbaum, quien le preguntó si había leído "la otra novela que [Nussimbaum] escribió con el pseudónimo de Kurban Said". ¿No? Pues aquí se la dejo. Seis cuadernos escritos con letra microscópica que Nussimbaum escribió en su lecho de muerte y que constituían no una novela, sino nada menos que sus memorias.

Los Judíos de las Montañas, originarios de Persia y asentados en el Cáucaso desde el s. V. El terror de los nazis era que los judíos pudieran ser tan arios como ellos

El Cáucaso es esa parte del mundo que a todos nos suena (una buena parte, si no la mayor, de los que leéis esto probablemente seáis "caucasianos") y que pocos acertaríamos a situar en el mapa. Reiss nos introduce de una manera clara y cautivadora en su historia, y ensambla los aspectos políticos, geográficos, étnicos, religiosos y económicos con pasmosa claridad. Tenemos por un lado esa especie de oasis de libertad y tolerancia religiosa, Azerbayán, adonde se dirigían los judíos que huían del siniestro Territorio de Asentamiento en que el zarismo los tenía confinados. Pocos años más tarde, esos mismos judíos eran capaces de amasar inmensas fortunas gracias a la floreciente industria petrolera. Por otra parte, tenemos los inicios de la revolución, y el terreno idóneo para que Stalin y sus esbirros hicieran de las suyas con sus asaltos y "expropiaciones". Está también el retrato de las diferentes etnias que habitan la región, desde azeríes hasta georgianos, pasando por armenios o las fascinantes comunidades de Judíos de las Montañas. Y qué decir de esas descripciones de los fuegos espontáneos que brotaban a lo largo de la costa de Azerbayán, tierra rebosante de petróleo y gas natural, fuegos que antaño atraían a adoradores del fuego de toda Asia. (Es en ese momento cuando uno se pone a investigar sobre la conexión de esos fuegos naturales y la religión, y llega al Zoroastrismo, y... eso sucede  en casi cada página; éste es uno de esos libros que despiertan una curiosidad voraz).

El fuego permanente de Yanar Dag ("Montaña de fuego"), en la península de Absheron

La historia de los Nussimbaum padre e hijo propiamente dicha no tiene desperdicio y los episodios, a través de mares y desiertos, con escenarios como Bujara, Persia o el Mar Caspio, con encuentros con bandoleros, mencheviques o caravanas de camellos, se suceden a cuál más extraordinario e inverosímil. Reiss no oculta que la desbordante imaginación de Lev se prestaba a la exageración, pero en cualquier caso, la vida de nuestro amigo fue una aventura constante en huida de revoluciones y persecución.




Antes de poder ganarse la vida con sus libros, Nussimbaum pudo ir tirando, viajar y estudiar gracias a las "almas muertas" que vendía su padre. Estas almas muertas eran el gogoliano nombre con el que se conocía en Europa el mercado de valores extranjeros, más concretamente los pozos petrolíferos expropiados por los bolcheviques. Tan confiados estaban los mercados en que el comunismo tenía los días contados que el valor de dichas almas muertas, mientras les quedó alguna por vender, permitió a los Nussimbaum un nivel de vida relativamente acomodado. Cuando se les acabaron, o cuando se vio que el experimento marxista tenía cuerda para rato y, por tanto, las almas muertas se convirtieron en parcelas en la luna, Lev comenzaba su exitosa carrera periodística y literaria. Las penurias de Lev todavía tenían que esperar.


Nussimbaum fue un escritor prolífico, que en sus apenas 36 años de vida publicó casi una veintena de libros, entre ensayos, novelas y biografías (a la ya mencionada de Stalin, añádanse las de Lenin, Nicolás II, el Shah de Persia o el profeta Mahoma). Cuesta hacerse a la idea de la celebridad que llegó a alcanzar Nussimbaum en Europa o Estados Unidos, siendo como es hoy un autor prácticamente desconocido en todo occidente, pero lo cierto es que fue un autor de gran éxito en todo el mundo.




En su huida constante, Nussimbaum nunca dejó de forjar su propia leyenda. Mientras tanto, su sueño orientalista se veía, por fuerza, limitado ante la certeza de que occidente era el mejor baluarte contra el comunismo. Su odio al bolchevique lo llevó a tontear con el totalitarismo de signo contrario. (En sus acuciantes problemas posteriores, Ezra Pound, el poeta filonazi, hizo todo lo que pudo por ayudar a Lev. No sabía que su verdadero apellido era Nussimbaum). Lev no llegó tan lejos como para cerrar los ojos ante la que se avecinaba en Alemania (aunque aguantó allí mucho tiempo), y tras el anschluss abandonó Viena a toda prisa y se marchó a Italia. Sin embago, allí sí cometió el error de creer que Mussolini defendería a los judíos frente a Hitler. Lev intentó por todos los medios convertirse en el biógrafo oficial del Duce, y cuando quiso darse cuenta de su error y huir de nuevo, esta vez a los Estados Unidos, era ya demasiado tarde. Se le habían cerrado las puertas de salida, y las autoridades comenzaban a investigar su origen étnico.

A la izquierda, un decrépito Lev de 35 años. A la derecha, Giamil Vacca-Mazzara, un personaje digno de su imaginación

Los últimos meses de su vida fueron para Lev un auténtico infierno. Separado de su padre (que fue deportado y murió probablemente en Treblinka) por las vueltas que da la vida, Lev se encontró con el consuelo y la ayuda de unos pocos -aunque fieles- amigos, en Positano, Italia. Allí desarrolló una rara enfermedad conocida como el Síndrome de Raynaud, que lo mantuvo en agonía e implorando morfina hasta el fin de sus días.


El orientalista resulta absolutamente fascinante desde la primera hasta la última página, y es preciso aclarar que no he mencionado aquí más que una pequeñísima parte de todo lo que este libro tiene que ofrecer. Como ya he dicho, uno se ve impelido a consultar la enciclopedia una y otra vez, y no puede evitar perderse en ella, para luego volver al libro con renovado placer. También hay que señalar que Reiss tiene mucho más de periodista que de "novelista", lo que supongo que en este caso se puede considerar una virtud. Quiero decir con esto que el autor no se considera una figura lo bastante relevante como para recrearse en el proceso de investigación, o intentar hallar un vínculos entre la historia de Nussimbaum y la suya, como sí habría hecho un "escritor". Pero he de insistir en que eso es aquí una virtud, y que el estilo de Reiss, si bien no es brillante, sí es absolutamente claro, efectivo y ameno; se le nota madera de gran periodista. En definitiva, se agradece al autor no sólo que haya escrito un libro apasionante, sino también que lo haya hecho con humildad y sin alaracas.
Uno de mis libros del año. Y ahora sólo me queda ir a por Ali y Nino.

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