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sábado, 20 de noviembre de 2010

La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón

Después de leer La ofensa, y como hago casi siempre antes de escribir una reseña, me he paseado por la red para leer otros blogs y ver qué les había parecido a los demás esta novela. Salvo alguna pequeña discrepancia, bastante bien argumentada por cierto, casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que nos hallamos ante una gran novela o, cuando menos, ante un autor que está dejando ya de ser una promesa para convertirse en uno de nuestros mejores narradores.
La ofensa, al igual que Derrumbe, es una novela muy corta, de apenas 140 páginas de letra bastante grande. En ella se nos narra la vida y tribulaciones de Kurt Crüwell, un sastre alemán que de la noche a la mañana se ve enrolado en el ejército nazi, se despide para siempre de su novia, judía, se convierte en el favorito de su superior, asciende a cabo y participa en la invasión de Francia. Allí, en un pueblo llamado Mieux, será testigo de una horrible matanza que lo condena a una extraña enfermedad: una absoluta insensibilidad.
Del desarrollo de esta enfermedad, de su tratamiento a cargo de un médico francés, Lasalle, y una enfermera británica, Ermelinde, nos habla la segunda parte, mientras que en la tercera vemos cómo se cierra el círculo que se abre con aquella cámara que filma la masacre, y cómo el pasado atrapa a Kurt y le hace rendir cuentas.
Se dice que la novela hace referencia a El corazón de las tinieblas de Conrad. Efectivamente, en un interesante juego de espejos, nuestro personaje central, Kurt, que se derrumba o, casi literalmente, se desintegra en su humanidad ante la masacre del pueblo de Mieux, comparte (casi) el nombre del personaje conradiano responsable de"el horror, el horror". La novela se sitúa, así, en el centro de esta dualidad inocencia-maldad. Del mismo modo, cobran gran relevancia otros temas conradianos como la carga de la culpa y el anhelo e imposibilidad de su expiación.
A mí La ofensa me ha parecido irregular. La primera parte está muy bien narrada, y tanto el estilo como la historia me han recordado al Joseph Roth de La Marcha Radetzky. Hay alguna inconsistencia, como por ejemplo, la ignorancia por parte de Kurt del futuro que le espera a su novia. No había alemán en 1939, y menos aún si tenía una relación con una judía, que no supiera lo que tarde o temprano le iba a suceder a ésta. Esta inconsistencia, sin embargo, no chirría demasiado dada la poca relevancia de Rachel, la novia del protagonista. Más discutible puede parecer el giro final de la novela.
Evidentemente, el autor no tiene la intención de contar una historia verosímil, sino que está utilizando una imagen simbólica. Así, aunque haya ido demasiado lejos al utilizar la casualidad, aunque el reencuentro final de Kurt con su antiguo superior, en el momento preciso de la proyección de la película, resulte del todo inverosímil, todo ello no importa, se nos sugiere, porque no estamos sino frente a una imagen que resume una de las ideas centrales de la novela. ¿Y cuál es esta idea? Toda su vida, Kurt se ha dejado arrastrar,  por la familia, por los acontecimientos, por la vida, por su sensibilidad; acepta y cumple, callado; no cuestiona; nunca toma las riendas. Y en la escena final, no sabemos hasta qué punto es consciente de que se dirige al reencuentro con su pasado, aunque esa consciencia haría más "disculpable" la casualidad. Menéndez Salmón (¿cómo querrá este señor que lo llamen?), parece plantearnos cuestiones sobre la fatalidad, sobre nuestro destino y el modo en que lo buscamos al tiempo que intentamos eludirlo. Aun así, da la sensación de que el autor "se ha pasado". En cualquier caso, estas ideas me parecen más interesantes que el concepto del "cuerpo" como frontera entre nosotros y el mundo, concepto en el que se centra la segunda parte de la novela.
Otra cosa que no acaba de convencerme es el papel del narrador, aunque supongo que aquí intervienen mis gustos personales. Me parece que el punto de vista no está del todo conseguido. Por lo menos, a mí no me acaban de gustar esas intrusiones del autor, y a uno le da la sensación de que Menéndez Salmón no ha sabido trazar una línea clara entre autor y narrador. La enfermedad, a la que el médico francés que lo trata, Lasalle, se refiere como "la metáfora", impulsa al autor quitarle el micro al narrador y ofrecernos párrafos cargados de filosofía. A mi juicio, esos párrafos sobran. Una novela puede "ser filosófica" sin recurrir a tantas preguntas retóricas y un tanto pretenciosas. Coincido con la crítica citada anteriormente en que estos párrafos parecen dirigidos a halagar el ego del lector. También le sobran a la novela unos kilitos de retórica, con esas repeticiones entre lapidarias y de político discurseando.
Con todo, y pese a sus imperfecciones, La ofensa es una novela recomendable, entretenida, con anhelo de profundidad, e interesante tanto en sí misma como en la trayectoria de un novelista que, para mí, todavía tiene que dar lo mejor de sí.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón

Fue a raíz de alguna entrevista con Menéndez Salmón, leída por ahí, que me decidí a leer algo de este señor. Parecía un tipo interesante, inteligente, alguien a quien le interesa bien poco la fama y mucho la literatura. Así que en cuanto vi este libro en la biblio, cortito, de Seix Barral, me dije "a por él".
En su primera parte, Derrumbe parece ser un thriller, aunque no muy al uso. Nos encontramos con un despiadado asesino en serie, y con un detective sagaz, culto, y en plena crisis matrimonial. Hasta aquí, lo normal. También hay un grupo pseudo-terrorista, Los Arrancadores, que se dedica a ir sembrando el terror por medio de sabotajes tales como introducir agujas en los alimentos, carece de reivindicaciones políticas y no persigue otro objetivo que el de sembrar el terror. No obstante, el estilo de esta primera parte no es el habitual en lo que sería un thriller convencional. La intercalación de breves escenas, el hábil cambio de punto de vista; el magistral uso de la elipsis; el lenguaje, a ratos poético, a ratos crudo, así como el tono retórico, nos indican que se trata de otra cosa.
La segunda parte de la novela es la que, por lo menos a mí, más me desconcierta. No porque sea confusa o esté mal escrita, sino porque me pregunto si el autor no habrá ido demasiado lejos al dar rienda suelta a su imaginación. En Promenadia, la ciudad imaginaria creada por Menéndez Salmón, se encuentra Corporama, un parque temático sobre el cuerpo humano, construido sobre un gigantesco modelo, cuyas entrañas pueden recorrer los vsitantes, conocido popularmente como El Hermafrodita. Es allí donde tres jóvenes, Menezes, cultísimo niño de papá rico, y los gemelos Humberto y Hugo, conciben el primero de sus sabotajes. Ahora dejamos de lado el thriller policial y entramos en una historia de jóvenes con demasiado tiempo, demasiado dinero, asqueados de la sociedad y resueltos a llevar a cabo una hecatombe e irse al infierno con los demás.
La tercera parte recupera a Manila, el inspector, y a Mortenblau, el asesino en serie. El título de esta tercera parte, "Padres sin hijos", es bien elocuente. Parece ser ésta una reflexión sobre el dolor de ser padre, sobre los tenues, o casi inexistentes, vínculos que unen a padres e hijos. Manila, Valdivia (uno de los personajes centrales, que aparece en la segunda parte) y el mismo Mortenblau nos muestran diferentes aspectos de este vacío emocional y de este abismo generacional que separa a unos y otros.
Paz. Paz. Paz, es todo lo que uno de los padres puede implorar al final, sabedor de que sólo hay una forma ancestral y terrible de encontrarla.
No sé si Derrumbe es una "gran" novela. En esto de la grandeza siempre hay grados. Es, desde luego, muy interesante, original, arriesgada, y además se lee de un tirón, cosa que no siempre sucede con las novelas cortas. A mí me ha descubierto a un autor al que pienso seguir leyendo, y cuya novela anterior, La ofensa, la tengo ya esperando en una pila de libros.
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