"Cuentos" y "relatos" son dos términos que, con determinados autores, los editores a veces emplean como sinónimos. Así, se habla tanto de los cuentos de Faulkner como de sus relatos. La cosa es más simple en inglés, donde ambos son simplemente "stories", con la palabra "tale" reservada más bien para los cuentos de hadas (¿¿relatos de hadas??) o de Canterbury. Con los autores que nos ocupan, al hablar de Wilde suele utilizarse más "cuentos", mientras que con Stevenson yo diría que "relatos" es más habitual.
Sin entrar en definiciones o teorías literarias, que personalmente me aburren, algunas de las diferencias entre estos términos parecen ser la longitud (el cuento es más breve), la veracidad (el cuento siempre es ficticio; el relato, no necesariamente), la temática (el relato suele asociarse con las aventuras), o la función (el cuento acostumbra a tener una moraleja, mientras que el relato puede limitarse a la presentación de unos hechos). Los niños tienen clarísima la diferencia. ¿Alguien ha oído alguna vez a un niño decir "papá, cuéntame un relato"?
Y hablando de niños, Stevenson es de esos autores que los padres podían comprar a sus hijos con la certeza de estar haciendo lo correcto. La isla del tesoro o La flecha negra se consideraban y siguen considerándose novelas para niños. Por el contrario, a Wilde, en general, no se le ha puesto esa etiqueta, o no es la primera que nos viene a la mente. ¿Quizá se debe esto a la vida privada del autor? Sin embargo, la vida de Stevenson, autor apto para todos los públicos, no estuvo tampoco ajena al escándalo. Claro que se trataba de escándalos más tolerables, como liarse con señoras maduritas y casadas.
El debate sobre qué es una novela para niños la dejo para otro momento, aunque a modo de anécdota, diré que en un concurso en que participé, a los 11 o 12 años, me entregaron como premio Los niños terribles, de Cocteau. Quizá pensaban que era un libro al estilo de Guillermo el travieso. Pero volviendo a Wilde, la verdad es que cuesta imaginar cuentos más apropiados para los niños que los de El Príncipe Feliz y otros cuentos, preciosos, conmovedores, herederos de Andersen, o los de Una casa de Granadas, también bellísimos, si bien sensiblemente más sofisticados.
En "Una casa de granadas", uno de los cuentos que destacan es, si duda, "El pescador y su alma", y destaca no tanto por su gran calidad, que la tiene, sino por unos aspectos formales que la diferencian del resto de relatos (¡uy!). En primer lugar, su longitud, más del doble que cualquier otro, y sobre todo, sus largas descripciones de paisajes y reinos lejanos, exóticos y fantásticos. Esas descripciones y evocaciones, esos ambientes cargados de lujo y rebosantes de sensualidad y exotismo a mí no han dejado de recordarme al maravilloso poema "Kubla Khan", de Coleridge, escrito casi cien años antes:
A stately pleasure-dome decree:
Where Alph, the sacred river, ran
Through caverns measureless to man
Down to a sunless sea.
So twice five miles of fertile ground
With walls and towers were girdled round:
And here were gardens bright with sinuous rills,
Where blossomed many an incense-bearing tree;
And here were forests ancient as the hills,
Enfolding sunny spots of greenery...
(En Xanadú, Kubla Khan
mandó levantar su cúpula señera:
allí donde discurre Alfa, el río sagrado
por cavernas que el hombre jamás ha sondeado,
hacia una mar que el sol no alcanza nunca.
Dos veces cinco millas de tierra muy feraz
ciñeron de altas torres y murallas:
y había allí jardines con brillo de arroyuelos
donde, abundoso, el árbol de incienso florecía,
y bosques viejos como las colinas
cercaban los rincones de verde soleado...)
"El Pescador y su alma", que en algunos lectores provoca un cierto rechazo, debido a sus largas y aparentemente irrelevantes descripciones, es, a mi juicio, una fascinante exploración del subconsciente (recordemos aquí la historia del poema de Coleridge, quien contaba que el origen del poema era un sueño que tuvo tras una noche de opio), así como, de nuevo (recordemos El retrato de Dorian Gray), un conflicto entre dos ¿entidades? aparentemente opuestas: alma y cuerpo. El autor se ayuda para ello de la más obvia imaginería cristiana, y crea con ella una inteligente paradoja: la del pescador de almas que entra en conflicto con la suya propia. Se han realizado fascinantes estudios sobre este cuento, cuya inagotable riqueza de significados está a la altura del mejor Wilde.
Los Cuentos completos de Wilde se completan con El crimen de Lord Arthur Savile y otras historias, El retrato de Mr W. H., y la maravillosa colección de Poemas en prosa. Sorprende el conjunto por su variedad de estilos, por la maestría de Wilde al manipular diferentes géneros (cuento de hadas, de fantasmas, fábulas, parábolas bíblicas, o juegos metaliterarios al más puro estilo de Nabokov), y sobre todo por su extraordinaria calidad, de buenos a excelentes a obras maestras, que merecerían, todos y cada uno de ellos, una reseña específica. Una auténtica joya.
Mientras los cuentos de Wilde acostumbran a tener moraleja, los relatos de Stevenson no sólo carecen de ella, sino también de cualquier espíritu de ejemplaridad. Gracias a ello se ganó la admiración de aquellos autores que rechazan la función ética de la literatura, o que postulan que en la literatura, la estética constituye la ética, tales como Nabokov (cuentos), Borges (cuentos), o Chesterton, entre muchos otros.
Stevenson es un autor para niños (hablamos de los tiempos en que la infancia duraba hasta los 18 años) porque ama el arte de narrar y consigue cargar de interés y tensión la historia más sencilla. Tanto en Las nuevas mil y una noches como en Noches en la Isla, el retrato psicológico, central en La isla del tesoro como en el Doctor Jeckyll, cede el paso al relato puro, al qué pasó entonces, la razón primordial del arte de contar. Y de ahí el título homenaje a Las Mil y una noches, con el que, aparte de esta pasión narradora, comparte el enlazamiento de las historias y un supuesto "narrador árabe" que nos suena más a pitorreo que a otra cosa.
La influencia de Stevenson es más evidente en algunos de sus devotos que en otros. No se percibe claramente en Nabokov, es algo más clara en Borges, y es del todo palpable en Chesterton. ¿Acaso no nos recuerda ese metomentodo de Florizel de Bohemia al Padre Brown y su candor? ¿Acaso es posible leer la historia "El club de los suicidas" sin que nos venga a la mente El hombre que fue jueves?
Pero la influencia de Stevenson es de aún más largo alcance. Quizá diréis que estoy obsesionado, pero el relato "El pabellón de las marismas" me ha parecido puro Bolaño...
Clara nos abrió la puerta del pabellón. Me sorprendió la perfección con que tenían preparada la defensa. Pese a que había una gran barricada, se podía liberar fácilmente y mantenía la sujeción de la puerta contra cualquier violencia del exterior. Las contraventanas del salón estaban también fortificadas incluso de forma más compleja. Fui conducido directamente hacia allí; les iluminaba la débil luz de una lámpara.--
...palabrota más o menos. Pero reconozco que lo mío con Bolaño empieza a tomar tintes enfermizos.
Y siendo la característica principal de Stevenson la pasión por narrar, no podía por menos de rendir homenaje a una de las grandes tusitalas del siglo XX. Isak Dinesen, naturalmente. Así, aunque Stevenson escribió "El diablo embotellado" y "La isla de las voces" unos cuantos años antes de que naciera la gran autora danesa, no me cabe duda de que ambos relatos, tan dinesenianos ellos y -tanto por su atmósfera mágica como por ser cuentos- diferentes del resto, constituyen un sentido y brillante homenaje a la escritora que recogería el testigo del arte de contar cuentos, quiero decir, relatos.
Como veis, leer a Stevenson, aparte de garantía de pasárselo pipa, es hacer un repaso a la mejor literatura del siglo XX.
Veo que también te has dejado hechizar por ese maravilloso cuento de Wilde que tiene tantas lecturas. Oscar Wilde sí que pretendió escribir cuentos para niños y demostrado está que logró algunos de los más bellos de la literatura, gracias a su elegante prosa y a la sensibilidad innata para la belleza.
ResponderEliminarYo utilizo indistintamente la nomenclatura de cuento y relato para la narración breve, aunque tomo nota de tus atinados apuntes al respecto.
Respecto a Stevenson, ya sabes de mi pasión por él y por lo tanto considero su lectura fuente de placer permanente, tanto en formato breve como largo. Las dos colecciones que has leído no tienen desperdicio y, para mí, no hay distinción de literatura juvenil y adulta en este caso. Stevenson abarca todas las edades sin dificultad y es un autor querido por todos y una buena relectura siempre. Creo que es uno de los escritores más apreciados y reconocidos por los de su ramo. En todo caso hay que leer a Stevenson. Un saludo.
Personalmente (muy personalmente) me he acostumbrado a casi no usar la palabra "cuento" (muy especialmente como bien dices, desde que empecé a leer inglés y afortunadamente todo se volvieron "Stories"). Si separamos el cuento dirigido primariamente a la infancia, en los relatos (por ejemplo los de Oscar Wilde), siempre he tenido la (subjetiva) impresión de que el término se usa semi despectivamente ("es algo tan. tan sencillo que hasta un niño lo entendería"). De hecho tengo una edición antigua de Faulkner que engloba como cuento "El oso".
ResponderEliminarOscar Wilde es un gran autor en casi todo lo que se puso. Sus relatos, su novela, su teatro y no olivedemos sus ensayos. Y sobre Stevenson, que puedo decir, con este si que es verdad que crecí. Lo lei todo (lo entonces publicado en castellano) en las ediciones y traducciones (aun las conservo) mas peregrinas, pero que bien me lo pasé con él.
Valdemar me hizo un hombre cuando empecé a comprar sus ediciones magníficas de Stevenson. Como disfruté con "Bajamar", madre mía. Lo que voy a decir es casi un sacrilegio, pero me gustó casi como "La isla del tesoro".
Saludos.
Gracias por tu comentario, Carlos.
ResponderEliminarEn efecto, "El pescador y su alma" es de esos cuentos para leer y releer, y que se quedan contigo mucho tiempo.
Desde luego, Wilde se propuso escribir cuentos infantiles propiamente dichos. Por eso me sorprende que, al hablar de autores para niños y jóvenes, entre los nombres de Stevenson, Carroll, Verne, Salgari, London, Andersen o Dickens, casi nunca figure el de Wilde.
En cuanto a los términos "cuento" o " relato", nada más lejos de mi intención que pontificar, ni sugerir que uno es más correcto que otro. Me limito a recoger unas características muy generales sobre el uso habitual de un término y el otro. Te invito a que guglees "cuentos de Borges" y "relatos de Borges", (o Dinesen, o Nabokov) o "cuentos de aventuras" y "relatos de aventuras".
De todas formas, y esto sí es importante, como muy bien dices hay que leer a Stevenson: como con todos los grandes, con él no hay distinción de literatura juvenil y adulta. Yo, como ya he dicho, he disfrutado de lo lindo con estos dos libros.
Saludos.
Y mientras redactaba ese comentario, se ha publicado el tuyo, Óscar. Gracias también. Solamente añadiré que en literatura no hay sacrilegios: lo que nos hace disfrutar más no es necesariamente lo de más calidad literaria (y perdón por la obviedad). Uno de los libros de mi infancia que recuerdo más vívidamente es "El castillo de los Cárpatos", de Verne.
ResponderEliminarUn saludo.
Que bueno, "El castillo de los Cárpatos". Como lo disfruté también yo.
ResponderEliminarHoy le he comprado a un chico (contacto internet) "El castillo de los Cárpatos" en una preciosa edición de Círculo. Yo no lo he leído, pero lo recuerdo muy vivamente de aquellas versiones en cómic de "Joyas literarias juveniles". Le tengo muchas ganas porque también tengo ese recuerdo (diferente) en mi infancia. Me alegra la coincidencia con vosotros dos.
ResponderEliminarPor cierto Oscar, las ediciones de Stevenson en Valdemar son una maravilla. Es mi editorial de cabecera y realmente la obra de Stevenson ha sido muy bien tratada allí. Yo destaco otra magnífica historia de dobles en versión hermanos, "El señor de Ballantree". Saludos.