viernes, 25 de febrero de 2011

Stitches. Una infancia muda, de David Small

Hermanos,
en el principio, fue el silencio. 

Me siento bíblico, mira por dónde.

No sé si será casualidad, pero si bien muchas de las novelas gráficas que he dado en leer últimamente parecen ser, ante todo, un ajuste de cuentas con el pasado del autor, en Stitches esta especie de catarsis, en el sentido más freudiano de la palabra, es llevada al extremo. Así, en uno de los momentos clave de la historia, vemos al protagonista en su encuentro con el psicólogo que le revelará la horrible y sencilla verdad que ningún niño puede concebir. Y ante la condena, una vez más, sólo a través del acto de creación puede el artista encontrar su salvación.
Sí, el psicólogo es el conejo de Alicia, y Alicia es un referente significativo en Stitches.
David Small, Alex Robinson, Dominique Goblet, Alison Bechdel, David B... ¿Por qué se presta tan bien la novela gráfica a esta función terapéutica? Se me ocurre que es debido a la diferencia fundamental que existe entre la palabra y el dibujo, a saber, que el segundo es el reino del niño. Los recuerdos del niño torturado, aterrorizado, olvidado, nos llegan más directamente en forma de dibujo, y el artista nos entrega así un sufrimiento más puro que el que nos podría dar la traducción a la palabra. Porque en Stitches, a David no lo persiguen las palabras, sino el silencio, el ajeno y el propio, el voluntario y el irremediable. Lo acosan las imágenes, lo aterroriza el feto en un frasco de formol.

Small nos habla de su infancia, que por cierto no le envidio. Nos muestra de ella un manojo de momentos, tristes, oscuros, solitarios, en los que la risa no aparece por ningún lado. El espíritu infantil, sin embargo, rebelde que encuentra fuerza en la resignación, ese espíritu nunca llega a ser aplastado completamente, probablemente porque nunca conoció otra cosa que el infierno. Y esta palabra nos trae de nuevo los ecos bíblicos de la historia, una historia en la que el niño paga la culpa de los padres, y éstos, la de los suyos, y donde sólo nos queda esperar que se detenga en él la maldición. Porque, de verdad, la historia es dura. Mirad otra viñeta,
una de las pocas ocasiones en que el trazo suelto y casi descuidado de Small se esmera en el realismo.
Historia dura y difícil de resumir sin revelar demasiado a sus posibles lectores. 
La culpa, nuestra culpa, la culpa de nuestros padres, y el rencor, la locura, y siempre las mentiras. Mentirijillas y mentiras superlativas, imposibles de aguantar, de decir y de escuchar. Imposible para un padre cargar con esa mentira. Mucho menos, con la otra, la que hay detrás, aún más espantosa.

Feliz lectura.

sábado, 12 de febrero de 2011

The Deportees, de Roddy Doyle

Roddy Doyle es una especie de icono en Irlanda. Se le considera uno de los autores que mejor retratan la Irlanda de nuestros días, los cambios sociales que han tenido lugar desde finales de los 80, así como la vida de su clase media-baja. He leído algunas novelas suyas y he visto varias películas basadas en otras y sí, de acuerdo, está bien. Pero este libro...¡ay!
The Deportees es una serie de ocho relatos que giran alrededor del tema de la inmigración en Irlanda. Nos dice el autor en el prefacio que en casi todas las historias nos encontramos con que alguien nacido en Irlanda conoce a alguien nacido fuera de Irlanda. Vamos, que podríamos llamarlo un libro de encuentros. Ah, y además, debido a que los escribió para una publicación semanal, las historias están organizadas en secciones de 800 palabras. Bueno, pues con esas dos premisas, ¡cualquiera se resiste a leerlo! 
Pero hay más. Nos confiesa Doyle que como tenía tanta presión para entregarlas en el plazo asignado, apenas tenía tiempo para revisar, o siquiera para planificar la escritura, y que por eso observaremos que algunos personajes desaparecen sin más, y que hay unas cuantas incoherencias.
Bueno. Pues el resultado no puede sorprender a nadie: The Deportees es malo. Muy malo. De las ocho historias, pueden llegar a salvarse dos: la primera, que no es más que un remake, escrito con relativa solvencia, de la película Adivina quién viene a cenar esta noche (no sé si con cierto descaro, o al estilo Francisco Rico diciendo que nunca ha fumado, el caso es que Doyle no cree necesario mencionar la concidencia absoluta de título y argumento); y la historia "New Boy", sobre un niño africano, refugiado, que en su país fue testigo del asesinato de su padre y que ahora tiene que enfrentarse a los matones de la clase. No es nada del otro jueves, pero el retrato y la voz del niño están logrados, consigue mantener la tensión, y está bien resuelta. 
El resto de historias, sin embargo, son malísimas. En la historia "The Deportees", secuela de la exitosísima The Commitments, tenemos de nuevo a Jimmy Rabbitte creando un grupo musical. Doyle lo intenta, pero la historia no tiene gracia. No nos hacen gracia las fobias musicales del protagonista, y el resto de personajes, muy variados, muy variopintos, muy extravagantes, no son más que caricaturas. Y ese recurso de juntar gente muy rara para hacer gracia lo hemos visto tantas veces que ya cansa.
Otras historias están basadas en buenas ideas. El aparato para medir la "irlandesidad" podía haber dado para una historia divertida e interesante. Pero realmente parece que Doyle la escribió de un tirón y no la revisó ni una sola vez. Confusa, absurda, tediosa, parece a ratos un boceto para una historia que el autor escribirá cuando tenga más tiempo.
Lo mismo sucede en "Home to Harlem". El argumento básico de la historia es muy interesante y se podría haber escrito una buena novela. Desgraciadamente, le sucede lo mismo que al resto del libro, a saber, que el señor Doyle piensa que su experiencia y sus ocurrencias bastan para escribir una buna historia. Y no.
The Deportees es una mancha negrísima en la bibliografía de Roddy Doyle.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Notas al Pie de Gaza, de Joe Sacco

Tiene este libro un par de características que lo hacen único. En primer lugar, está escrita por un maltés. Y en segundo lugar, es la primera novela gráfica de reportaje periodístico que servidor ha leído (aunque no he leído las anteriores del señor Sacco).
Notas al Pie de Gaza nos cuenta la historia, olvidada cual simple nota a pie de página, de las matanzas de Khan Younis y Rafah, cuando, en 1956, cientos de palestinos indefensos fueron fusilados o apaleados hasta la muerte por el ejército israelí. Al mismo tiempo, nos describe la situación actual en Gaza, siempre desde el punto de vista de un extranjero. Y por último, nos sitúa en los escenarios de las matanzas durante el tiempo en que estuvo allí el periodista, otro personaje más, para así mostrarnos el proceso de recopilación de datos y testimonios que llevarán a la obra final. Éstos son los tres pilares sobre los que está construida la obra. Una obra impresionante, por cierto.

Joe Sacco no engaña a nadie. Su postura no es imparcial: simpatiza abiertamente con la causa palestina. Y partiendo de ahí, dejando desde un principio las cosas bien claras, la novela es, como ya he dicho, un ejercicio de periodismo de investigación. Con el fin de determinar exactamente qué sucedió, Sacco no sólo consulta (y nos los muestra en parte) documentos oficiales del ejército israelí, de la ONU, entrevistas con militares israelíes y documentos del Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel. También, y de manera abrumadora, entrevista a decenas y decenas, si no centenares, de testimonios y víctimas de los sucesos. Tenemos aquí a familiares de los asesinados, e incluso personas a quienes se dio por muertas y que milagrosamente lograron sobrevivir. Asimismo, Sacco se ve obligado a rechazar muchísimos testimonios que él mismo considera razonablemente creíbles, pero que adolecen de cierta incoherencia al contrastarlos con los de otros testigos.


Uno de los aspectos más interesantes del libro es la reación de los palestinos cuando, una y otra vez, el autor les explica su proyecto. En la inmensa mayoría de los casos, la reacción es de indignación. ¿A quién le puede interesar lo que sucedió hace 50 años? ¡Mira lo que está pasando ahora! ¡Mira cómo vivimos! ¿Por qué te remontas al 56? La respuesta de Sacco, que de hecho es una de sus premisas, es que si la historia es un continuo, lo es mucho más en el caso de Oriente Medio, donde las noticias de hoy, como nos dice en la página 5, podrían ser las noticias de hace una semana, un mes, un año o 50.


Desde el punto de vista de las ilustraciones, la obra me ha parecido absolutamente extraordinaria. El estilo de Sacco es realista, con impresionante destreza en el retrato, predilección por los dibujos a vista de pájaro, y gran creatividad en la composición de las viñetas (disculpad mi ignorancia en cuanto a terminología de dibujo). También destaca su gusto por las escenas abigarradas de personajes y con infinidad de detalles, aunque me imagino que es difícil retratar de otra manera los campamentos de refugiados.

La publicación de la obra, en 2009, fue todo un acontecimiento literario, y fue elegida Mejor Novela Gráfica por The Observer, así como uno de los cien mejores libros, según Publishers Weekly. Como es fácil de imaginar, tratándose de Oriente Medio, la publicación no ha estado exenta de controversia, y se le han hecho las críticas que cabía imaginar. No obstante, a mí personalmente me ha parecido que es un libro que cualquiera interesado en el tema, sea cual sea su postura (casi: fanáticos abstenerse), encontrará interesante y podrá disfrutar de 4 ó 5 horas de muy buena lectura.  
Os dejo aquí el enlace a Newsnight Review, de BBC2, donde comentaron la obra.



lunes, 7 de febrero de 2011

Memorias de Ultratumba, de François René de Chateaubriand

Concluida la lectura de estas Memorias, cualquier otra lectura que he iniciado me ha parecido un pecado. Tengo la sensación de que hay que saborear bien a Chateaubriand, digerirlo con cuidado y delectación, y no estropear el regusto del caviar con helado barato. Este prolongación del saboreo se puede hacer de varias formas: volviendo a leerla desde el principio (pero hay tantos libros que se amontonan en la estantería), releyendo las páginas marcadas (lo cual en este caso significa prácticamente volver a leerlo en su totalidad), o perderse en las ramificaciones históricas y literarias de la obra (podríamos ir desde Racine a Rousseau, pasando por Torquato Tasso, Silvio Pellico, Benjamin Constant, el Duque de Saint-Simon, Madame de Staël o Tocqueville).
Me temo, sin embargo, que, de momento, cualquier lectura relacionada con el tema nos sabrá a poco, por lo que servidor ha decidido limitarse a algunas incursiones en la enciclopedia.
Pero, ¿cómo hacer una reseña de Memorias de Ultratumba, pardiez? ¿Cómo reseñar casi 2.800 páginas de tan exquisita calidad literaria, páginas rebosantes de la intensísima, quizá a su pesar, vida del autor, que tras su paso por el regimiento de caballería, su viaje a los nacientes Estados Unidos, su naufragio al regresar a Europa y su paso por la indigencia, llegó a ser una de las personas más influyentes en la Europa del siglo XIX, se codeó con papas, reyes y emperadores, y que además y sobre todo, tenía para escribir el talento de los elegidos?
Me niego. Me rindo. Me declaro insolvente.

Bueno, venga, que no se diga. Si al fin y al cabo esto no lo lee casi nadie.
François René de Chateuabriand, hijo de un noble venido a menos, creció en un castillo medio en ruinas en Bretaña, rodeado de robledales, halcones y cuervos. Pedigrí de romántico no le faltaba. Ved, si no, este retrato suyo, quizá el más conocido.
Era el de Chateaubriand un romanticismo bastante sui generis, todo hay que decirlo. Devoción a la iglesia católica y defensa a casiultranza de la legitimidad monárquica no son las características habituales del espíritu romántico. Es más bien en su desencanto de la vida, en su melancolía, en sus descripciones de la naturaleza, sea en el Nuevo Mundo, en su Bretaña natal, o en los Alpes suizos; en su introspección, así como en la arrebatadora pasión con que defiende sus convicciones, pasión que en este caso tan bien marida con su absoluta indiferencia por la vida, donde, dicen, nace el romanticismo francés, que continuarían Hugo o Stendhal.
Tienen estas memorias bien poco de confesión, aunque es imposible desligarlas del modelo de las Confesiones de Rousseau, a quien Chateaubriand no deja de referirse. Sin embargo, ya nos advierte el autor en las primeras páginas que él no irá más allá de lo que permita el buen gusto. No soy un santo, admite don François, pero revelarnos sus pecadillos no es el objetivo de su obra. Es decir, quien busque descubrir algún comportamiento innoble de don François (persona, para qué nos vamos a engañar, sobrada de falsa modestia), o asomarse a su vida sentimental, tendrá que poner bastante de su parte. Aun así, no es difícil llegar a ciertas conclusiones, a saber, que su mujer, descrita en la Enciclopedia Británica como "insípida", con quien se casó por no contrariar a sus padres, y de quien se pasaba lustros separado, llegó a tener unos cuernos como los de un óryx cimitarra. La pasión, la devoción al fair sex, se las reservaba el autor para Madame de Beaumont, Madame de Custine, la inglesa Charlotte, y, sobre todo, la beldad Madame de Récamier, anfitriona de uno de los salones literarios de más ringorrango de la época.


Tuve en B.U.P. una de las peores profesoras de historia de la ídem, y de la Revolución Francesa no recuerdo más que jacobinos, girondinos, Robespierre o los sans-culottes, palabras que nos lanzaba sin molestarse siquiera en decirnos quiénes eran los buenos y los malos. Memorias... ha contribuido a llenar algunas de mis numerosísimas lagunas históricas. Y algo más interesante, vemos cómo la actitud de Chateaubriand ante la Revolución lo aleja una vez más del estereotipo de escritor romántico, que celebró jubiloso la caída de la monarquía y la toma del poder por parte del pueblo. Chateaubriand, que con el tiempo se haría monárquico hasta la médula, vivió el comienzo de la Revolución con relativa indiferencia, escapándose al teatro y haciendo planes para su viaje a América. Por el contrario la época del Terror, que afectó directamente a su familia, le hizo sentir desde aquel momento verdadero horror por cualquier movimiento revolucionario. Así, hacia el final del libro, en su análisis de los movimientos sansimonianos, fourieristas, falansterianos y otros, el autor anticipa de manera pasmosamente certera algunos de los monstruosos totalitarismos que se iban a abatir sobre Europa en el siglo XX. La imagen de Chateaubriand, por tanto, ha sido con frecuencia, y por parte de los sectarios de siempre, asociada a la Europa más feudal y reaccionaria. Sin ir más lejos, Jean Paul Sartre, cuenta Simone de Beauvoir en sus memorias, orinó sobre la tumba de nuestro autor. Sin duda, Chateaubriand lo habría vivido como un triunfo póstumo y se habría sentido orgulloso del heroico acto de semejante personaje.


Las ideas políticas de Chateaubriand, a quien muchos consideran un puente entre el Antiguo Régimen y la República, no se ajustan a ningún molde, principalmente porque están guiadas en todo momento por la coherencia y la lealtad a sus principios, algo que se aviene muy mal con la ideología. Nuestro autor era profundamente monárquico, pero eso no le impedía ver la torpeza de Carlos X, a quien defendió tanto como criticó, ni le quitó el convencimiento de que la monarquía tenía los días contados y que el futuro de nuestra sociedad había que buscarlo en la república. Más fuerte que sus ideas monárquicas era su anhelo de una sociedad libre, y más poderoso que este anhelo era su oposición a una sociedad igualitaria, en el sentido más radical del término. Su convicción de la superioridad moral del cristianismo, y de que sólo éste pueda conducir a una sociedad libre, se reflejó en el libro El Genio del Cristianismo, que causó sensación en la época y que impresionó tanto a Napoleón que éste lo nombró secretario de la embajada francesa en Roma.
Este idilio entre el emperador y nuestro amigo no iba a durar mucho. El secuestro en el extranjero, la farsa de juicio y la inmediata ejecución del Duque de Enghien, todo ello basado en una serie de rumores, envidias y falsas acusaciones, conmocionó a toda Europa e hizo que Chateaubriand dimitiera de su puesto, se centrara en su carrera literaria, y escribiera un durísimo artículo contra Bonaparte. Y al general convertido en cónsul convertido en emperador convertido en tirano, personaje cuya grandeza Chateaubriand, pese a todo, es incapaz de negar, le dedica más de 400 páginas que, como todo el resto del libro, se nos hacen cortas.


Y eso es sólo el primer volumen, del que apenas os he contado nada. Vienen luego otras más de 1.300 páginas en las que, como el mismo autor nos advierte, se produce al principio un cierto anticlímax. Después de relatarnos hechos de la vida de Napoleón como la campaña de Rusia, el exilio en Elba, los Cien Días, Waterloo y el destierro en Santa Elena, las Memorias se centran en duquesas, marquesas, disquisiciones literarias, declaraciones de intenciones y... ¿aburrido? Persevera, lector de las Memorias. Ha decaído el ritmo, y tardará unas cuantas páginas en recuperarlo. Pero ten por seguro que pronto tendremos a monsieur, mal que le pese, cortando el bacalao en palacio, codeándose de nuevo con reyes usurpadores, reyes legítimos en el exilio, príncipes herederos, maquiavélicos medradores; lo tendremos haciendo una crónica en directo del cólera que llegó a París; lo tendremos haciendo de correo entre París, Praga, Ratisbona y Roma, describiendo las aldehuelas en las que se ve obligado a hacer parada; narrando la Revolución de julio, la nueva caída de un rey...

Tras todo esto, quizá dé la impresión de que la grandeza de esta obra reside en su valor como testimonio histórico. Nada más lejos de la realidad. Es la escritura de Chateaubriand lo que hace inolvidable esta lectura. Nunca he leído a nadie que escriba con tanta elegancia, con tanta pasión, o que sea capaz de utilizar tantos registros poéticos y narrativos sin caer jamás en la cursilería o en la pomposidad. Uno va marcando párrafos, doblando los picos de las páginas, y se da cuenta de que le habría sido más fácil marcar las que no quiere releer. Así pues, que nadie se equivoque: las Memorias de Ultratumba son grandísima Literatura.

He intentado, al escribir esta reseña, no caer en los lugares comunes que tan ciertos habrían sido en esta ocasión. No, tampoco caeré ahora. Pero eso sí:
¡Cuánto me va a doler devolver este libro a la biblioteca!
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