miércoles, 31 de agosto de 2011

Minireseñas


Isaac Bashevis Singer es un escritor que me ha atraído desde la primera vez que vi su nombre en una biblioteca mancuniana. Creo que la primera novela que leí de él fue The king of the fields, de cuya trama recuerdo poco, pero cuyos escenarios y línea argumental básica estaban muy acordes con mis intereses históricos y literarios. Sucedía la historia en una época indeterminada, aunque se adivina la Polonia de hace unos siglos, tierra invadida una y otra vez ora por rusos ora por suecos ora por cualquier otro vecino, y en ella se narraban, a modo de novela histórica, los orígenes del pueblo polaco, inseparable de la ancestral persecución del pueblo judío. Luego leí otras excelentes novelas suyas (El mago de Lublin, El esclavo o Enemies: a love story, entre otras) hasta que por fin me lancé a esa obra maestra que es, a mi juicio, Sombras sobre el Hudson. A grandes rasgos, éstos son los dos grandes temas de Singer: por una parte, la vida en el shtetl, siempre a la sombra del odio y el miedo entre católicos y judíos, con estos últimos además siempre a merced de sus propias supersticiones e intransigente ortodoxia. Y por otra parte, la vida de los judíos emigrados a los Estados Unidos a raíz de la persecución nazi, y el modo en que nunca dejaron de ser víctimas de ella, todo ello narrado por un judío nada autocomplaciente que vive su fe (o mejor dicho, su condicion de judío) con agonía.
La destrucción de Kreshev es, como introducción al Singer del shtetl, excelente. Breve, de fácil lectura, con unos personajes y una población que viven sobre la borrosa línea que separa el escrupuloso seguimiento de la Torah de la irracionalidad del fanatismo, esta novelita gustará a cualquiera que esté interesado en la religión, la historia reciente de Europa, y quiera leer una historia bien contada.
¿El problema? Que todo esto, a saber, una historia sobre fanatismo, odio y superstición sobre la devastación que trae a una pequeña comunidad la idolatría a Sabbatai Zeví, aquel histórico falso mesías que acabó convirtiéndose al Islam, Singer ya lo contó, y mejor, en Satán en Goray, la primera novela que publicó. Por descontado, Singer tiene, como cualquier hijo de vecino, todo el derecho del mundo a contarnos otra vez la misma historia. Hay que decir, además, que La destrucción... se publicó en una colección de relatos (no he podido averiguar cuál), y que, por tanto, lo que Acantilado nos presenta como una de las grandes obras del autor no era más que una historia menor en una colección de relatos.


Éste no es la clase de libro que yo acostumbro leer, dicho sea sin ánimo de ser pedante. Como profesor de inglés para adultos, decidimos mis compañeros y yo que el libro del señor Stewart (quien, por cierto, está hasta las narices de que le pregunten por su efímero paso por la banda Genesis) podría ser una buena lectura para el nivel avanzado. Así que, si los alumnos lo van a leer, lo mínimo que puedo hacer servidor es leerlo también, ¿no? Bueno, pues fue una lectura muy provechosa, porque pocas cosas son de tanto provecho como pasárselo bien con un libro totalmente intrascendente.
En Driving over lemons Chris Stewart nos cuenta la historia de cómo y por qué un día decidió vender todo lo que tenía en Inglaterra y venirse con su mujer a vivir a la piel de toro, más concretamente a la Alpujarra.
El libro se centra en las peripecias por las que pasan los dos para conseguir que el cortijo medio derruido que ha comprado por lo que parecía un buen precio llegue a ser habitable. Si de paso puede echar al antiguo propietario, mejor que mejor. Naturalmente, los intentos por parte de este guiri de hacer que algo funcione, y de llegar a entender el modo de ver la vida de los lugareños da lugar a situaciones muy divertidas. El mayor mérito del libro radica en el equilibrio del tono que emplea el autor. Stewart consigue no caer en tópicos, no ofrecernos el retrato de la España de pandereta cuya chapucería saca de quicio una y otra vez al flemático señorito inglés, y al mismo modo, evita la bucólica descripción de una gente sencilla y pura, alejados del mundanal ruido y viviendo en plena armonía con la naturaleza. Es además capaz de captar el absurdo de algunos personajes arquetípicos perfectamente reconocibles, y ofrecernos algunas escenas francamente divertidas. Como lectura sin pretensiones, francamente recomendable.



Un viaje a Ucrania para recabar información para una novela sobre Chéjov derivó (nunca mejor dicho) en esta extraordinaria novela gráfica (pronto hará que crear otro término para referirse a obras como ésta o Notas al pie de Gaza, que tienen más de testimonio que de novela ). Cuenta en una entrevista el autor, el italiano Igor Tuveri, más conocido como Igort, que la idea inicial era hablar de Chéjov a través de sus casas, y que dado que su Casa Blanca en Crimea es bastante conocida, quería empezar por ahí. Al poco tiempo, lo que vio en Ucrania le dejó tan impresionado que cambió de idea y decidió contar lo que estaba viendo. 
En Cuadernos ucranianos se proponía el autor contar cómo se vivía en Ucrania en tiempos de la Unión Soviética y cómo en la república independiente. Tenemos, pues, referencias a la mafia, a Chernóbil, a la nostalgia por Stalin y su mano de hierro, al odio a Gorbachov, tan adorado en occidente como denostado en la URSS, y, sobre todo, tenemos la historia del holodomor, término acuñado para referirse a la matanza de millones de ucranianos provocada por el padrecito de los pueblos a base de provocar terroríficas hambrunas. Las autoridades rusas todavía se niegan a reconocer la responsabilidad de Rusia en dicho genocidio, que el presidente Medvédev califica como una "desgracia común" de todos los habitantes de la extinta URSS. 
El libro está basado, por una parte, en entrevistas realizadas a personas que encontró malviviendo en aldeas y ciudades ucranianas, algunos de ellos intentando vender las pocas y míseras pertenencias que les quedaban, y alguna pidiendo un par de kopeks a quien quiera pesarse en su vieja báscula. Así, aparte del libro de Sacco mencionado más arriba, estos Cuadernos nos recuerdan al impresionante The whisperers (Los que susurran), el colosal e inolvidable libro de Orlando Figes sobre la vida durante el estalinismo, basado casi exclusivamente en entrevistas a víctimas de la represión (qué término más suave es éste para hablar de aquella época infernal). Por otra parte, estos cuadernos utilizan los documentos de la época redactados por los propios oficiales soviéticos, y gracias a ellos constatamos que la conocidísima foto sobre el canibalismo en Ucrania, recreada aquí por Igort,


no reflejaba ni mucho menos un caso aislado. Según nos informa el camarada Rozánov, del OGPU de Ucrania:
 "del 9 de enero al 12 de marzo nos hemos topado con 69 casos de canibalismo y 54 de necrofagia en la región de Kiev. Pero, como es obvio, esas cifras están por debajo de la realidad, ya que nuestros servicios no pueden registrar todos los casos."
Estos Cuadernos, en resumen, constituyen un libro extraordinario en todos los aspectos, desde las ilustraciones, con un amplio registro de estilos, hasta la estructura, con un uso perfecto del punto de vista y un excelente manejo del tiempo, pasando, cómo no, por las impresionantes y conmovedoras historias que se nos cuentan.


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