viernes, 30 de diciembre de 2011

Restos de temporada 2011

Esto de mantener un blog puede ser agotador. Quizá debería hacer como otros, que leen tanto o más que yo, pero publican menos entradas. Dicho de otra manera, sacrifican la cantidad por la calidad. Sin embargo, dado que, en el fondo, este blog no es más que mi diario de lecturas, me gusta consignar en él todo lo que leo. Así que aquí viene una lista de libros leídos este año a los que, por vagancia, falta de tiempo, o incapacidad de decir nada inteligente, no les he dedicado la entrada que merecían y tienen que conformarse, en algunos casos, con una triste línea.


Leer a Dostoievski me rejuvenece. Hubo un tiempo en que uno leía y se entusiasmaba y gritaba a los personajes: "¡sí! ¡es así! ¡yo te entiendo! ¡sé cómo te sientes!" Este libro nos devuelve a aquellos tiempos. Leyendo las desventuras del viejo funcionario Makar Alekséievich o las de la huerfanita Varinka es difícil no sentirse otra vez como un adolescente: triste y confundido, pero lleno de pasión.


Retrato de la vida en la ciudad soviética de los años 20. Toque de genio en breves relatos sobre funcionarios corruptos, antiguos aristócratas de incógnito, borrachines y odio entre vecinos. 


Con esta novela gráfica se dio a conocer Alfonso Zapico. Llegar y besar el santo, dado que con ella ganó el Prix BD Romanesque en Francia. Zapico, que es un enamorado de la gran novela rusa y francesa del XIX, creó una obra de gran interés y sencilla lectura sobre unos temas tan profundos como universales: el valor, la traición, el perdón, nuestra condición humana por encima de nacionalidades, y la cultura como la vía hacia nuestra plena realización como personas.
El dibujo de Zapico, sencillo, efectivo y sin florituras de diseño, me ha recordado a las ilustraciones de Hergé aunque con un trazo, ¿cómo decirlo?, algo más cálido y humano. Uno se da cuenta de que el autor siente verdadero cariño por sus personajes, en especial por Bertenev, el despistado profesor, liberal y humanista, incapaz de matar una mosca y reclutado prácticamente a la fuerza; pero también por el capitán Townsend, tan zafio como fiel a sus principios; o incluso por el despiadado Golitnicheff, el superior de Bertenev, que jura vengarse de la traición de su subordinado.
Una estupenda lectura.


Esta excelente recomendación de Ricardo empieza como una historia de amor en los años del nazismo y la guerra. Narrada con gran sensibilidad sin caer jamás en la sensiblería, tiene muchos puntos en común con Berlín, otra fascinante crónica del auge del nazismo.
Sólo se me ocurre un pero a esta novela gráfica: ésta es la primera parte, publicada en 2002, y a saber cuándo se publicarán en castellano los tomos restantes.


Como ya he dicho en alguna otra ocasión, leer la obra maestra de un autor antes que toda su obra anterior es un error: todo lo demás nos sabrá a obra menor. Me sucedió, entre otros, con Sebald y Austerlitz, con Murakami y la Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (aunque algunos dicen que 1q84 es mejor), y con Joe Sacco.  Palestina. En la franja de Gaza es una muy buena novela gráfica, pero no ha dejado de parecerme un preámbulo a la extraordinaria Notas al pie de Gaza. Como en esta última, Sacco nos ofrece unos retratos de los personajes con los que se encuentra y comparte vida, casa, café, chaparrones o comida, pero nunca calzoncillos, y los convierte, para el lector, casi en amigos de la familia. Y de nuevo, es de agradecer la ecuanimidad de Sacco al retratar el conflicto palestino-israelí, pese a en ningún momento ocultar su simpatía por la causa palestina. 
La fijación de Sacco por las dentaduras es quizá aquí más acusada que en Notas...


Llegué a este libro tras la lectura de El regreso del húligan; me parecía una manera interesante de seguir explorando la Rumanía de Manea, Eliade y Sebastian y su literatura. Desgraciadamente, y a juzgar por este libro, Eliade, como autor de ficción, me pareció, si no malo, sí bastante coñazo. Es una pena, porque la premisa inicial de algunas de las historias era bastante interesante. Sin embargo, la lectura se hace farragosa y tediosa por culpa de un estilo pomposo, sobrecargado, y lleno de un seudomisticismo bastante soso. De las cinco historias, me quedé a mitad de la segunda.


Sólo recuerdo dos cosas de este libro: que no entendí ni jota y que me gustó mucho.


En mi aún no tan lejana juventud leí El sueño de los héroes, libro que me maravilló. Esa novela y un par de colecciones de cuentos era todo lo que había leído de Bioy Casares, por lo que desde hacía tiempo tenía muchas ganas de leer el que nos ocupa. Se dice, además, que Borges calificó La invención de Morel como "una novela perfecta". Ahí es nada. Sin embargo, aunque no era muy aficionado a las boutades, me temo que aquí se le escapó una, tanto peor cuanto que viene del profeta de la reescritura infinita, que es otro modo de decir que no existe la obra perfecta.
Con una boutade hay suficiente, así que no voy a decir que La invención... no es una buena novela (aunque sí afirmo que está muy lejos de la "perfección"). Parte de una idea muy interesante, y es innegable que el trasfondo filosófico tiene mucha enjundia. ¿El problema? Pues que a pesar de su brevedad, se hace laaarga. La culpa de ello la tiene, en parte, la, para mí, imperdonable falta que comete Bioy Casares (pese a que son legión los escritores que tienen este vicio), a saber, regodearse en tediosas descripciones de lugares imaginarios, y en este caso, incluso de máquinas fantásticas. 
Mientras leía La invención... se me ocurría que, con tantos dobles atardeceres, con tantos paseos, con tantos encuentros sin palabras entre un hombre y una mujer, y con la ya mencionada enjundia filosófica, algún director de cine francés debió de llevar la novela al cine en los años 60. Bingo. Y no fue sólo uno sino dos, Alain Resnais y Claude-Jean Bonnardot. Porque el libro es así, como una peli de la nouvelle vague.


Una gota más de leche que Acantilado ha conseguido exprimir de la ubre Zweig. Breve historia que, con el tamaño de letra adecuado, puede alargarse hasta las 60 páginas que justifiquen la publicación de esta historia por separado. Se trata de una historia sobre el tema del doble, (en su variante opuestos-complementarios), que, por su trama, podría haber sido sacada del Decamerón. Narrada con la habitual maestría y profesionalidad de Zweig, no deja de ser, a mi juicio, una historia menor del autor vienés.


Fup, una especie de palabrota suavizada, en español se tradujo como Jop. Esta novelita (o, como la subtitula el autor, "fábula moderna") tiene un comienzo absolutamente desgarrador, aunque pronto se encauza por el camino de lo entrañable, con unos personajes divertidos e interesantes. Se trata de una historia original y sencilla, de ambiente rural y protagonizada por personajes al margen de la sociedad. Como se señala en la introducción, quizá "fábula" no es el término adecuado, y se acerca más a la parábola, aunque los escasos pero evidentes elementos sobrenaturales nos alejan también de ese género. Tenemos abundancia de detalles, símbolos, imágenes y sugerencias, desperdigados por aquí y por allá de manera tal que parecen iluminarnos el camino pero que, de hecho, lo hacen más enigmático e interesante. No me ha despertado el fervor casi religioso que inspira a la mayoría de sus lectores, pero creo que eso se debe a que no lo he leído en el momento adecuado.
Muy interesante prólogo, y una entretenida entrevista de Kiko Amat al autor. Muy cuidada edición de Captain Swing, con preciosas ilustraciones, donde, una vez más, la revisión de la traducción se la han encargado a la señora de la limpieza (con todos mis respetos; mi madre lo fue muchos años). Nombres propios que cambian, que a veces se traducen y a veces no, y un dolorosísimo "inflingido" del que todavía me estoy recuperando.

Os deseo un feliz fin de año y que 2012 sea mejor para todos. 

viernes, 23 de diciembre de 2011

Jardines de Kensington, de Rodrigo Fresán


Hay una generación de escritores hispanoamericanos, en la que se encuentran, por citar unos nombres, César Aira, Juan Villoro, Rodrigo Fresán, Rodrigo Rey Rosa o Jorge Volpi, que goza hoy de gran prestigio entre los autores en lengua española. Quizá con el paso del tiempo estamos empezando a ver a Roberto Bolaño como, no sólo la figura más destacada de dicha generación, sino también su alma mater; desde luego, los ecos de su influencia son de largo alcance, y además se trata del único que ha logrado, de manera póstuma, un mayor reconocimiento y popularidad en otros mercados (o dicho de otra manera, tiene a sus difuntos pies a mercado, público y crítica anglosajona). Me da la impresión, sin embargo, de que no son pocos los lectores de mi generación (es decir, de los que mamamos del boom) que se miran a estos escritores con cierto recelo, cuando no rencor, como diciendo "por muy bien que escribáis, nunca seréis tan buenos como ah mi adorado Garcíamárquezcortázarfuentesdonosovargasllosa." Confieso que yo mismo me he acercado a ellos con mucha prudencia, y en algún caso he salido escaldado, como cuando, espoleado por los elogios de Bolaño a Juan Villoro, decidí darle a éste una oportunidad (= un libro) y, sencillamente, no pude con él. 


Otro de los autores elogiadísimos por Bolaño es el argentino Rodrigo Fresán. Así que el otro día en la biblioteca, huérfano de lecturas como estaba tras La novela de Ferrara, me cogí este libro suyo junto a otros cinco de otros variopintos autores y géneros, me senté a hojearlos y a ver qué pasaba. Y como nada sienta tan bien como soltar un cliché con convicción, aquí va éste: Jardines de Kensington me enganchó desde la primera página y ya no lo pude dejar. Esta novela, sencillamente, me ha deslumbrado.

La estatua de Peter Pan en Kensington Gardens, erigida con nocturnidad, nunca dejó de desagradar a Barrie, porque, según él, no mostraba al diablo que Peter lleva dentro

Simplificando mucho, se podría decir que Jardines... narra la vida de J.M. Barrie, el autor de Peter Pan, desde el punto de vista de Peter Hook (así se llama, nada menos, el narrador), ficticio autor de literatura infantil y creador de la saga de Jim Yang. Desde el primer momento queda claro el paralelismo no sólo entre los dos personajes, Peter Pan y Yang, sino entre sus autores, así como, algo menos obvio, las dos épocas en que transcurre la historia, la época victoriana y los 60. 
Peter Hook, hijo de un matrimonio que formó un grupo de música tan olvidable como curioso (el padre se empeñó en reivindicar, en pleno esplendor de la beatlemanía, los valores victorianos a través de su música), crece, huérfano desde su más tierna, en una enorme residencia llamada Neverland, es decir la residencia que Barrie creó con su imaginación. Así, más que un paralelismo entre las dos vidas, lo que tenemos es el haz y el reverso de la misma. (Naturalmente, a Neverland le corresponde un siniestro Alwaysland). Este juego de diferentes perspectivas tiene un tono decididamente oscuro: la historia principal tiene lugar a lo largo de una noche, y Hook no se dirige al lector, sino, gran acierto de Fresán, a Keiko Kai, un niño que lo acompaña en unas circunstancias que no voy a revelar aquí.
Es cierto que la elección de los nombres, de tan significativa que es, peca de obvio. Peter Hook es, huelga decirlo, resultado de unir Peter Pan y el Capitán Garfio (Hook), mientras que Jim Yang, el niño eterno que atraviesa el tiempo en una cronocilceta, representa el yin y el yang. Sin embargo, aunque los nombres quizá nos sugieran más de lo necesario, eso no resta ni un ápice de interés y profundidad a la novela.
Se han escrito y filmado numerosas recreaciones del mito de Peter Pan, y quiero dejar claro que ésta no es una más. Fresán es muy consciente de que lo que está haciendo va mucho más allá. Así, ha cogido el mito, lo ha estudiado, desmontado, ha analizado sus  componentes y los ha vuelto a combinar con una fórmula distinta. El resultado es una apasionante reflexión sobre la infancia, la inocencia, el peso del pasado, la familia, la culpa, la imaginación y la lectura como salvación, la escritura, la muerte, la gloria efímera y la condena de la eternidad... con momentos inolvidables, como el encuentro entre Yang y Peter Pan, una escena brevísima, pero de una increíble fuerza y maravillosamente perturbadora.

Tres de los hermanos Llewelyn Davies, objeto de la devoción de Barrie

Sorprende no sólo el impresionante trabajo de documentación que ha llevado a cabo Fresán, y que resulta en un fascinante relato de la vida de Barrie, sino también que en una obra que debe tanto a una biografía real, destaque de la manera que lo hace la fabulosa imaginación del autor. Esto se debe, a mi juicio, no sólo a la brillantez de los elementos claramente ficticios, sino sobre todo al magistral uso de la voz narradora. En efecto, otro de los grandes aciertos literarios del autor ha sido la elección de un narrador como Hook, complejo, oscuro y plenamente consciente de ser una especie de alter ego mutante  de Barrie, con el interesante foco que un personaje así nos ofrece sobre el aún más interesante autor de Peter Pan

Barrie y su San Bernardo Porthos

No voy a extenderme aquí sobre Barrie, porque desde luego su vida merece mucho más espacio. Sí señalaré, no obstante, que hoy nos cuesta imaginar la popularidad de la que llegó a gozar (llegó a ser nombrado Caballero del Reino), las amistades que llegó a cultivar (George Bernard Shaw, Chesterton, A.A. Milne, Arthur Conan Doyle, P.G. Woodehouse, Robert Louis Stevenson -a quien nunca llegó a conocer en persona-, o incluso a la actual reina Isabel II o su hermana Margaret, a las que, de niñas, les contaba cuentos), la expectación que levantaban los estrenos de sus obras teatrales, lo prolífico que llegó a ser, y el nivel de vida del que le permitió disfrutar su obra más conocida. Su vida estuvo marcada, además de por la muy temprana muerte de su hermano David, por la relación que mantuvo con la familia Llewelyn Davies, relación que dio lugar, entre secretos, pecadillos, traumas, frustraciones y un amor desmedido, al libro que cambió la vida de Barrie y de todos los Llewelyn Davies. Todo ello y más, narrado con maestría por Fresán en esta, insisto, gran obra de ficción.

martes, 13 de diciembre de 2011

La novela de Ferrara, de Giorgio Bassani


Ésta es una de esas obras maestras que nadie parece haber leído. Naturalmente, no es la única (ahí está el incombustible Proust), pero en este caso hay una pequeña diferencia, y es que además, nadie parece haber oído hablar de ella. La publicó Lumen hace unos años, y recientemente DeBolsillo ha hecho lo propio con una edición más asequible. La he leído con un enorme y casi interminable placer (casi mil páginas de vellón) y, por más que busco reseñas en publicaciones y otros blogs, las referencias que hay son relativamente escasas. No sé si esto se debe a un fallo de márketing por parte de la editorial, si les ha fallado el boca-oreja (¿no se decía antes "de boca a boca?; esto del boca-oreja me suena a fetiche poco excitante), o si es que, con Calvino, Buzatti, Eco y Baricco, ya tenemos lleno el cupo de autores italianos. Pues no sabe la gente lo que se pierde. 


La novela de Ferrara es la obra magna de Bassani, y consta de seis libros que éste fue publicando a lo largo de más de 30 años. Como su propio título indica, todas las historias suceden en Ferrara, que, a pesar del tono marcadamente autobiográfico que tiene el libro, no es la ciudad natal del boloñés Bassani. 
Aparte del primer libro, Cinco historias ferraresas (título con el que se publicó, a mi juicio más acertado que Intramuros, que tenemos aquí), en el que en ocasiones nos remontamos a finales del s. XIX, la novela, en su mayor parte sucede en el periodo que va desde mediados de los años 30 hasta los inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una época que, para el autor, judío, y su familia y amigos, no está tan marcada por la guerra en sí (por ejemplo, apenas se habla de personajes que fueron a luchar al frente), como por las terribles Leyes Raciales promulgadas por Mussolini en 1938, así como por el constante enfrentamiento entre fascistas y comunistas, y las venganzas que tuvieron lugar con los vaivenes en el poder.

A modo de curiosidad, mencionaré un par de las bases del manifiesto sobre las Leyes Raciales:

-  Existe ahora una pura "raza italiana". (Las comillas no son mías. Me maravilla ese genial "ahora").

- Es hora de que los italianos se proclamen francamente racistas. (No sé si será debido a la traducción, pero ese "francamente", ¿no está a la altura del "ahora" del punto anterior?)

En su histórico discurso en Trieste, en 1938, Mussolini anunció la instauración de las Leyes Raciales

Bassani combina de manera ejemplar las pequeñas historias de su familia y de Ferrara con la historia de Italia en la primera mitad del s. XX. Y cuando uno empieza a investigar los nombres y referencias históricas que aparecen, se encuentra con personajes como Giacomo Matteotti, líder del Partido Socialista y visceral antifascista, que, tras un histórico discurso en el que denunciaba las ilegalidades que habían llevado al partido fascista a la victoria, fue secuestrado, torturado y asesinado por seis squadristi fascistas. Este suceso provocó tal conmoción que estuvo a punto de acabar con Mussolini. De la noche a la mañana, dejaron de verse distintivos fascistas, y el despacho del Duce dejó de recibir visitas. La oposición abandonó la cámara durante varios meses en la llamada "secesión aventina", pero no tuvo fuerza, valor o tenacidad para dar un paso más, y todo quedó en un gesto. Lejos de verse perjudicado, Mussolini aprovechó la debilidad de las fuerzas opositoras para dar un golpe de efecto y consolidar su poder. En primer lugar, como lider del movimiento fascista, reconoció su responsabilidad en el asesinato (aunque no admitió nunca haber dado la orden), y a continuación retó a quien se atreviera a llevarlo a juicio. Ante la enclenque resistencia que se le opuso, poco después abandonaba toda idea de trabajar con el Parlamento e instauraba su régimen autoritario.
El hallazgo del cadáver de Giacomo Matteotti

Como decía anteriormente, La novela de Ferrara consta de seis libros. Cada uno de ellos puede leerse por separado, pero juntos forman un impresionante retrato histórico-social, con el placer añadido que siempre supone para el lector ver cómo determinados personajes, o sus ecos, reaparecen aquí y allá, lo que confiere a la obra un sentido de unidad y continuidad que quien los lea por separado no apreciará.
Bassani, que vivió de forma discreta, dedicado a la literatura y sin meterse con nadie, pero que tuvo la desgracia de que a su muerte, en 2000, su familia lo estropeara todo con feas disputas por un devuélveme allá esa herencia, Bassani, decía, fue un extraordinario narrador. Las historias que conforman el libro primero, Intramuros (también publicado como Cinco historias de Ferrara), son de lo mejorcito que he leído en mucho tiempo. La capacidad de observación, el retrato psicológico, el cuidado por el detalle, la escritura clara y transparente pese a la abundancia de largas frases y digresiones, son las de un grande de las letras. Algunas de estas historias son absolutamente inolvidables, como la que nos retrata el regreso de Geo Josz del campo de concentración, o la vida clandestina de Clelia Trotti, o la de la matanza que pudo ver desde su balcón el farmacéutico Pino Barilari, matanza que se entrelaza de manera magistral con su sorprendente matrimonio con la despampamnante Anna Repetto, o el magistral comienzo de la historia sobre el doctor Corcos. 
Asombra la capacidad de Bassani de ofrecernos casi mil páginas de historias con tantos elementos en común, y al mismo tiempo tan diferentes estilísticamente. El lector nota que, cuando escribió Intramuros, Bassani todavía no había concebido el gran ciclo de Ferrara. Estas primeras historias, breves, de unas 40 o 50 páginas, todas centradas en diferentes personajes, distan mucho de las siguientes. Con Los lentes de oro, la conmovedora y trágica historia del doctor Fadigati, Bassani empieza a encontrar su estilo, de frases más sencillas y clásicas que en el primer libro; Detrás de la puerta a primera vista se nos antoja la historia que más flojea, aunque uno piensa que el libro hace honor a su título y sugiere más de lo que revela; La garza, extraordinaria crónica de un día en la vida del terrateniente Limentani, desencantado de la vida, atemorizado por el creciente envalentonamiento de los campesinos, y que se ha cansado de dejarse llevar; o El olor del heno, donde nos encontramos con unos relatos mucho menos "tradicionales", que a veces dan la sensación de no ser más que bocetos, como si el autor quisiera decirnos "podría escribir mil páginas más si quisiera; material no me falta", y donde también nos ofrece un interesantísimo comentario sobre las novelas que acabamos de leer.


Observaréis que, en este somerísimo repaso, me he dejado El jardín de los Finzi-Contini, la más conocida de las obras de Bassani, considerada por muchos su obra maestra, y que la adaptación de Vittorio de Sica contribuyó a popularizar todavía más. Supongo que no le falta nada para ser obra maestra: está exquisitamente bien escrita, tiene unos personajes interesantes, complejos, creíbles, retratados con sensibilidad y está maravillosamente bien estructurada. Se abre con un conmovedor prólogo en el que el narrador visita el cementerio de los Finzi-Contini y nos desvela el trágico final de la familia. Todo lo que viene a continuación, hasta el epílogo, es un soberbio flashback, que culmina en una conversación de padre a hijo desarrollada de manera impecable y en el momento justo para conducirnos al tramo final de la historia. En suma, es todo un modelo de cómo se escribe un libro, y sin embargo, y aunque la he disfrutado muchísimo, no me ha dado tanto placer como Intramuros, Los lentes de oro o La garza. ¿Por qué? En primer lugar, por cuestiones ajenas al libro, mi lectura ha sido bastante fragmentada. En segundo lugar, y como señalo, me ha parecido que es una novela que tiene todas las características de una obra maestra, ha respondido plenamente a las altísimas expectativas que tenía, y quizá por ello, paradójicamente, no me ha sorprendido tanto como las otras. Y es que esto de la lectura, sobre todo con libros de esta envergadura, puede producir depresión postcoital.
Y si de la obra maestra de Bassani digo que no me ha gustado tanto como las otras novelas del ciclo, lo que quiero decir es que este libro es una auténtica joya.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Música klezmer

Hace algunos años, cuando mi mujer volvió de Jerusalén, de la boda de un familiar (a la que, maldita sea mi suerte, yo no pude asistir), vino contando maravillas de la música que amenizó el evento (¡con lo poco musical que es mi mujer!). Así que yo me dirigí a ese paraíso de la música que es la pequeña tienda Etnomusic de Barcelona (c/ Bonsuccés, 6) y le pedí al dueño que me recomendara algo del tipo de música judía que suele tocarse en las bodas, para regalárselo a mi mujer. El dueño, un argentino cuyo nombre no recuerdo, auténtico experto en lo que se ha dado en llamar con el estúpido nombre de world music, me dijo "tú lo que buscas es música klezmer". Y de este modo conocí al argentino Giora Feidman, uno de los mejores clarinetistas del mundo, a quien, según luego descubrí, ya había oído en La lista de Schindler. Compré su álbum Yiddish Soul, del sello World Network, que nunca falla, se lo regalé a mi mujer, y desde entonces es una de las joyas de mi colección personal.
Y así comenzó mi idilio con el klezmer.


Según algunas definiciones, la música klezmer nació cuando los judíos del este de Europa emigraron a América, en las últimas décadas del s. XIX y principios del XX, llevando allí su música, mientras que otros sostienen que el encuentro con el jazz representó su evolución, y no su origen. De acuerdo con estas últimas opiniones, el klezmer ya estaba plenamente desarrollado cuando los klezmorim, los músicos judíos askenazíes, amenizaban con su música diversos tipos de festividades en Rusia, Ucrania, Polonia y otras zonas de la Europa central y del este.
Dave Tarras, probablemente el músico klezmer más famoso del s. XX, es un ejemplo perfecto de esta historia del klezmer. Nacido en Ucrania en 1884, emigró en 1921 a Nueva York, donde, tras una temporada trabajando en una fábrica, se incorporó a una de las muchas bandas de klezmorim de la ciudad y comenzó así su carrera como músico profesional.
El extraordinario grupo Bratsch, a quienes ya he mencionado en alguna otra entrada, continuador de las diferentes tradiciones musicales de Europa central y oriental, interpreta en esta ocasión uno de los temas más conocidos de Tarras, su "Freilach"(en realidad, y como habréis observado en el anterior vídeo, el freilach, "festivo" en yidish, es uno más de los muchos bailes klezmer).


Sea como fuere, el encuentro entre música yidish tradicional y jazz se produjo, y me imagino que se habrán escrito libros sobre la influencia del klezmer en el género del musical americano.
Una de las canciones klezmer más populares y que ha tenido más versiones en los EEUU es "Bei mir bist du schein" (también schön, scheyn, schayn...), que aquí podéis disfrutar en la voz de Ella Fitzgerald.


Y aquí tenéis la versión clásica yidish, interpretada por André Ochodlo, de quien hablaré más adelante.


El klezmer adoptó ritmos de Rusia, Hungría, Ucrania, Bulgaria o Polonia, pero sobre todo fue influida por la música gitana de Rumanía, de la que en ocasiones es difícil distinguirla. En la siguiente pieza, de Abe Schwartz, ritmo y melodía podrían encajar perfectamente en el repertorio de cualquier banda de música gitana rumana, y sólo el clarinete, típico del klezmer, poco habitual en la música gitana, nos da la clave.


De esta convivencia e influencia mutua entre gitanos y judíos, qué mejor ejemplo que este fragmento de la película Tren de vida (que espero poder conseguir muy pronto), de nuevo con banda sonora del gran Bregovic. Duelo musical entre gitanos y judíos.


Naturalmente, el klezmer no es únicamente una música festiva. De hecho tiene un fuerte componente religioso, dado que en sus orígenes se basó, en parte, en la música litúrgica de la sinagoga. Sus melodías, profundamente evocativas y llenas de sentimiento y pasión, pueden llegar a ser tristísimas, o pasar del éxtasis al lamento en unas pocas notas, como en esta bellísima pieza, otra vez, del gran Giora Feidman.


Kroke (Cracovia en yidish) es un trío polaco de música klezmer. Ellos mismos dicen de su música que está profundamente arraigada en la tradición judía, influida por la música de los Balcanes, y posteriormente enriquecida a partir de la tradición oriental, de la India en particular, así como del jazz (en estos últimos años, sin embargo, han decidido volver a la pureza de los orígenes). Su música es absolutamente cautivadora y verlos en directo debe de ser algo increíble.


Hace unos años, mi mujer y yo hicimos un inolvidable viaje por Europa central, en el que lo que más nos impresionó y fascinó fue Polonia. Entre otras cosas, nos llamó la atención el intento de revitalización de la cultura judía, desde Cracovia hasta Varsovia, pasando por Zamosc o Lublin, y el modo en que dicho intento parece condenado a quedarse en eso nada más. Había restaurantes judíos, museos judíos, música judía... pero ¿judíos? La verdad es que fuera de las pocas sinagogas activas que había, no nos dio la impresión de que hubiera una comunidad judía significativa. Y nos preguntamos, ¿volverán los judíos de nuevo a Polonia, o tendremos que admitir que el señor del bigotito ganó parte de su gran cruzada, una Polonia sin judíos?
El caso es que estábamos en uno de esos restaurantes judíos, cuando yo oí una música hermosa, melancólica, muy triste. Fui al camarero y le pregunté qué música era y él me enseñó la carátula del álbum Shalom, de André Ochodlo, que luego busqué sin parar hasta que por fin lo encontré en Varsovia.
André Ochodlo, nacido en Alemania, es, además de actor y director de teatro, un cantante dedicado a recuperar la música yidish polaca, y tiene canciones tan bonitas como ésta, "A lid fun Sholem", un clásico del klezmer.



Me cuesta poner un límite a los vídeos que enlazo, pero llegó el final. Termino con otra pieza de Kroke y Nigel Kennedy, extraordinario violinista inglés y, por lo que averigua uno leyendo por ahí, una persona muy interesante y nada convencional. Kennedy trabajó durante varios años trabajó con Kroke y fruto de su colaboración fue el álbum East meets West. Aquí los tenéis actuando juntos en el Festival de Cultura Judía (también llamado "la Varsovia de Singer", en honor al gran escritor en lengua yidish Isaac Bashevis Singer). Shalom.



viernes, 25 de noviembre de 2011

Breve glosario de clichés

Observemos cómo la nieve cubre el paisaje con su manto blanco. Todo un marco incomparable.

La crítica literaria tiene en los suplementos culturales su versión clase business, mientras que reserva para las contraportadas y solapas de los libros un carácter más bien de viaje organizado. A mí, desde hace tiempo, lo que me van son los blogs, por su espíritu mochilero. (No podréis decir que no me he currado el símil, ¿eh?). En los dos primeros casos, se nos ofrece un irresistible viaje por el maravilloso mundo de los lugares comunes, y no he podido resistirme a recoger aquí y comentar algunos de ellos que harían las delicias de Flaubert.
(Y por favor, que nadie se enfade si se reconoce en uno de ellos; los clichés están para usarlos, y yo soy el primero cuya escritura está plagada de tics).

deliciosa: suele utilizarse este adjetivo al hablar de novelas breves, bien escritas, sin aparentes grandes pretensiones, con personajes entrañables y que hacen que te sientas bien con el mundo.

novela coral: dícese de la novela con muchos personajes. Este término apareció hace unos 15 o 20 años, así que la pregunta es obvia: ¿qué expresión se utilizaba antes para referirse a Guerra y Paz, Manhattan Transfer, Los Miserables...?
Nota: hace unos días leí que el Barça hace fútbol coral.

Lo mismo para un roto que para un descosido

Proust y Joyce: uno de mis favoritos. Se recurre a estos autores, a los que puede añadirse Musil en caso de urgencia, cuando estamos ante una novela larga y sesuda, llena de monólogos y que recrea toda una época, preferentemente situada en Europa. Pueden ser novelas corales, pero raramente serán deliciosas.

Proust y Joyce, versión Arguiñano: una variedad del anterior. Aquí la gracia está en combinar características de diferentes autores como si se tratara de una receta. Tiene la ventaja de que no hay límites en cuanto al tipo de autores. Ejemplo: "la profundidad de Mann mezclada con la sensibilidad de Woolf, servidas en un argumento de Borges y sazonado con la ironía de Vila-Matas..."

universos: cuando un autor tiene un estilo muy marcado, acostumbra utilizar los mismos personajes, o sitúa sus historias siempre en el mismo escenario, sea éste real o ficticio, diremos de él que "ha creado un universo propio".


novela de ideas: novela de escaso argumento y grandes dosis de Hegel, Kant y marxismo.

lleno de matices: entiéndase lo contrario de "plano"; también sinónimo de "complejo" o "impredecible". Así, cuando tenemos un personaje que en una página dice "coño" y "joder", y en la siguiente pide un café "por favor", diremos de él que es un personaje lleno de matices.


¿Tú también eres kafkiano?


kafkiano: dícese del relato en el que suceden cosas raras con pétreos burócratas de por medio.

tour de force: me pregunto cuánto tardaremos en importar esta expresión. Se utiliza mucho en las publicaciones anglosajonas, y viene a querer decir "novela larga y complicada".

¿Necesita un cambio en su vida?

me cambió la vida: éste no aparece en la crítica profesional, aunque sí podría hacerlo en una contraportada, en forma de "este libro le cambiará la vida". Digámoslo claro: la literatura puede cambiar una vida. Leer puede cambiar una vida. Los libros pueden cambiar una vida. Pero UN libro no puede cambiarte la vida. Me temo que las únicas personas que aseguran que sí es la gente que no lee mucho. De hecho, siempre que la he oído, la frase completa era "uy, oh, ah, a mí El Alquimista, de Paulo Coelho, me cambió la vida".

viernes, 18 de noviembre de 2011

El regreso del húligan, de Norman Manea


Hace unos años tuve ocasión de leer el Diario (1935-1944) de Mihail Sebastian, uno de esos libros que uno lee y no olvida jamás. En él, Sebastian tenía palabras no muy halagüeñas sobre Mircea Eliade, el célebre historiador de la religiones y uno de los intelectuales más interesantes del s. XX. Sebastian, periodista y escritor judío cuyo verdadero nombre era Iosif Hechter, lamentaba el apoyo de su hasta entonces amigo a la Guardia de Hierro, el movimiento de extrema derecha, filonazi y antisemita de Rumanía. Asimismo, nos ofrecía un retrato del país como un auténtico infierno para los judíos, situación que se agravó bajo el mandato, de1940 a 1944, del Conducator y genocida Ion Antonescu. El diario de Sebastian se publicó por primera vez en 1996, cincuenta años después de su muerte, atropellado por un camión, y causó una enorme polémica que se extendía mucho más allá de los círculos literarios. Parece que el pueblo rumano, que apenas llevaba unos años en democracia tras haber ajusticiado a Nicolae Ceaucescu y acabado con su régimen comunista, no estaba del todo preparado para recordar algunos episodios ignominiosos de su historia. El mismo autor del libro que nos ocupa, Norman Manea, fue también duramente criticado por haber publicado, en 1991, una serie de artículos bajo el título de "Felix Culpa", en el que se recordaba la relación de Eliade con el Movimiento Legionario, que es como se conocía a la Guardia de Hierro.

Mihail Sebastian, el húligan original

A lo largo de El regreso del húligan no deja ni un momento de sentirse la presencia de Sebastian. Sin ir más lejos, el título está inspirado en uno de sus libros, concretamente el también polémico Cómo me convertí en húligan, cuya historia merece la pena contarse, dado que no nos aleja del título que nos ocupa, y nos ayuda a hacernos una idea de cómo estaba el patio en Rumanía años 30. En 1935, Sebastian escribió Desde hace dos mil años, un libro sobre la condición de judío en Rumanía, y le pidió a su amigo y periodista Nae Ionescu que escribiera el prólogo. Ionescu dijo que claro hombre, que para qué están los amigos, y escribió un prólogo que desbordaba antisemitismo y en el que se afirmaba,  por ejemplo, que ser rumano es incompatible con ser judío. Sebastian decidió incluir el prólogo en el libro y aquello fue Troya: el autor fue atacado tanto por judíos (que lo veían como un cobarde y renegado) como por la extrema derecha, que no necesitaba ninguna excusa para atacar a ese agente sionista y traidor a la patria. Sebastian se convirtió así en lo que en rumano se denomina un húligan, algo así como un elemento subsersivo, y de ahí surgió Cómo me convertí.... Lo mismo le sucedió a Norman Manea, exiliado desde el 86 y vilipendiado por atacar, desde su cómodo apartamento de Nueva York y mientras el país se hundía cada día más en la miseria más absoluta, a una de las figuras sagradas de Rumanía, Eliade. (Por cierto, cómo se parece esto a la historia de la polémica sobre Doce anillos y su supuesta ofensa a la memoria de Bogdan-Igor Antonich; me pregunto si existe en nuestro país alguna figura tan sagrada como éstas).

Desfile de la Guardia de Hierro

Aunque consta de cuatro secciones, el libro se organiza en tres partes claramente diferenciadas. La primera gira alrededor de las dudas y temores de Manea ante la perspectiva de volver de visita a su país, de donde se exilió 9 años atrás. Esta primera parte me enganchó desde la primera línea, con las referencias a la historia del Mihail Sebastian, Mircea Eliade y al asesinato de Ioan Petru Culianu, un profesor universitario que fue asesinado de un tiro en la cabeza en el lavabo de la universidad de Chicago donde trabajaba. Este asesinato nunca ha sido esclarecido. Hay quien lo relaciona con tramas ocultistas; otros, con el anticomunismo del autor, mientras algunos sospechan de la Guardia de Hierro, por la intención de Culianu de someter a crítica algunos aspectos del pasado de Eliade, quien de hecho había sido su mentor. Un libro de memorias no puede tener un comienzo más prometedor.
Al cabo de un rato, sin embargo, esta primera parte adolece de un tono demasiado solemne y pomposo, y abundan las oscuras referencias a lo que va a venir 100 o 200 páginas más adelante. Y en ese momento, uno se pregunta, ¿para quién escribió Manea este libro?, y empieza a pensar lo peor: para sí mismo.
Afortunadamente, perseveré, y esta primera parte acabó un poquito antes que mi paciencia. Y entonces llega la segunda parte, que son un pedazo de memorias de las que a mí me gustan.

El Conducator Ion Antonescu, camino del paredón

Como cualquier niño de familia judía nacido en Europa Central en los años 30, Manea tuvo una infancia trágica, si bien a él le cupo la suerte de vivir para contarlo. A los cinco años fue deportado junto con su familia al campo de concentración de Transnistria del que regresó en 1945, tras la liberación soviética, valga el oxímoron. El resto de la historia cabe imaginarla: la vida de un joven judío, con inquietudes intelectuales, en Rumanía, dictadura comunista hasta el 89, con uno de los regímenes más represivos de la historia reciente de Europa. Y aquí Manea se revela como un narrador magistral. Con gran sensibilidad y nada de sensiblería, con una autocrítica a veces rayana en la violencia, con una escritura densa, con abundancia de reflexiones sobre todo tipo de cuestiones, (reflexiones que, como debe ser, no llegan a ninguna conclusión), con la angustia de un judío ateo desesperado por salir del "gueto" (entiéndase la memoria del holocausto y el victimismo de la madre), con inolvidables escenas e historias (su experiencia como líder de los pioneros hasta que tuvo que denunciar públicamente y expulsar a un amigo; la visita a su padre en prisión; la muerte de su abuelo, que presenció de niño, y la visión, segundos después y con el cadáver aún calentito, de la segunda esposa de aquél arreglándose el cabello frente al espejo) y sobre todo, con unos magistrales saltos hacia adelante y atrás en el tiempo (muy al estilo de esa otra monumental autobiografía, Una historia de amor y oscuridad, de Amos Oz), Manea nos cuenta su vida, la historia de su familia y la de más de medio siglo de su país.

"El dios que alumbró a Augusto el Tonto [como se autodenomina el autor] fue una mujer. No soporté su adoración ni sus preocupaciones, tampoco tengo con qué reemplazarlas. Bajó a lo más hondo y se elevó a los árboles y a las flores efímeras y al cielo opaco. Ya no está en ninguna parte, ni siquiera en la piedra fría que sin darme cuenta estoy tocando."


El histórico último discurso de Nicolae Ceaucescu, en el que fue abucheado

En la tercera parte Manea, acompañado de León Botstein (un muy interesante personaje -auténtico, huelga decirlo-, amigo del autor, director de orquesta y rector de la universidad neoyorquina donde trabaja Manea), se sube al avión y parte rumbo a Bucarest. Lo que sigue es la crónica de los once días que pasa allí. De nuevo me surge la pregunta de para quién escribe el autor. Y confirmo mis mejores augurios (¿había dicho lo peor?): para sí mismo.
Manea nos lleva de aquí para allá, visitando a antiguos amigos, calles de su juventud, nuevos restaurantes, nos apabulla con sus recuerdos, nos confunde, consigue que nos interesen hasta sus sueños, o, de manera más habitual, sus pesadillas mientras echa la siesta en el gigantesco hotel donde se aloja. Su escritura, de nuevo, bordea la pomposidad. Manea empuja al lector hacia la jaula donde sus monstruos personales se pelean con su estilo personal e intransferible, pero en el último momento se lanza él solo adentro. No le sobra ni una página. Soberbio.

"La humillación de que te definan por la negación colectiva y por una catástrofe colectiva no es algo nimio, doctor Freud. Pero no somos sólo catástrofes colectivas, cualesquiera que éstas sean. Diferentes unos de otros, somos más que eso, más y otra cosa, más y otra cosa.  (...) El sufrimiento no nos hace mejores ni héroes. El sufrimiento corrompe, como todo lo que es humano, pero el sufrimiento exhibido públicamente corrompe de manera irremediable. Sin embargo, al honor de ser vejado no se puede renunciar, y tampoco al honor del destierro. ¿Qué otra cosa poseemos salvo el destierro? El destierro de antes y de después del destierro. Las desposesiones no son deplorables, sólo preparativos para la última desposesión."

El Niño Vampiro frente al Palacio del pueblo, uno de los edificios más grandes del mundo, obra de Ceaucescu

Me fascina Rumanía (como me fascina toda Europa Central), un país cuya capital gozó de una prosperidad difícil de imaginar hoy (merced, todo sea dicho, al troceamiento y reparto de antiguos imperios que tuvo lugar tras la I Guerra Mundial), que tuvo una vida cultural riquísima, cuya capital se conocía en los años 30 como "el París de los Balcanes", y que ha dado literatos e intelectuales de la talla de Ionesco, Cioran, Eliade, Celan o el ya mencionado Sebastian. Visité Bucarest en un viaje relámpago, en 1990, camino de la Unión Soviética. Nueve meses tras el ajusticiamiento de Ceaucescu y su esposa, la ciudad me pareció el lugar más triste del mundo. Aunque yo no había viajado mucho hasta entonces, y aunque, una vez más, era probablemente demasiado joven para aprovechar culturalmente aquella increíble ocasión, jamás olvidaré la miseria, la resignación, la tristeza de la gente (excepto nuestro guía, Gigi, tan culto y alegre, que nos cantaba "Allá en el rancho grande" en el autocar), aquel monstruoso y mastodóntico hotel (¿sería el mismo en el que se alojó Manea?) donde apenas había dos huéspedes más; aquella cantidad ingente de Renault 12, el único modelo de coche que se veía; la absoluta oscuridad de las calles, los niños descalzos peleándose por un kleenex usado... La Rumanía de la que huyó Manea, espero que vea mejores días.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Música gitana de los Balcanes (y alrededores)


Como muchísimos aficionados a la música gitana centroeuropea, debo en parte mi pasión por ella a las películas de Emir Kusturica y sus deslumbrantes bandas sonoras, casi siempre a cargo de Goran Bregovic. Recuerdo la impresión que me causó la excesiva, abrumadora, apabullante y felliniana Underground, no sólo por su tema central (la guerra de los Balcanes), el modo en que lo trataba, y sus inolvidables imágenes, sino también y sobre todo por esa música que jamás antes había oído. Vitalista, rítmica, llena a la vez de joie de vivre y melancolía, interpretada por lo que parecen virtuosos músicos callejeros (virtuosos lo son siempre, callejeros con frecuencia). Como muestra un botón: la maravillosa escena inicial de la película con el tema ya clásico de "Kalashnikov".


Naturalmente, hay vídeos en los que se puede escuchar mejor la canción, pero me parece que imagen y música combinan a la perfección en esta escena. De todas formas, aquí tenéis la versión completa:


Probablemente tengan razón los que dicen que Bregovic ofrece una versión de la música gitana un tanto descafeinada y muy al gusto occidental. Si queréis escuchar el estilo de música en el que se inspiró Bregovic, es decir grandes orquestas de viento con ritmo festivo y algo machacón, combinado con melodías llenas de añoranza, de aire a veces oriental, a veces de pasodoble, escuchad cualquier tema de Kocani Orkestar o de Fanfare Ciocarlia. No obstante, y aunque es cierto que desde que le di a la música balcánica hardcore escucho mucho menos a Bregovic, estaré eternamente agradecido a éste por haberme descubierto esta música.

Y siguiendo con la música gitana hardcore de verdad, a ver qué os parece la que escuché al año siguiente de Underground, en la añorada Festa de la Diversitat que se celebraba en Barcelona (y que el ayuntamiento se cargó tres o cuatro años más tarde para intentar dar un poco de estímulo y quitar competencia a la ruinosa horterada del Fórum  Universal de las Culturas). En ella tuve el privilegio de poder ver en directo a la banda rumana Taraf de Haidouks. En mi vida había visto una pandilla de abueletes con menos dientes y más carisma y energía que éstos. Aquí podéis ver una formación bastante más joven y menos numerosa de lo que yo vi (yo recuerdo haber visto a ocho o diez tipos como el violinista, el legendario Culai, que de hecho murió seis años después), pero de la misma altísima calidad musical.


Los estereotipos y la imagen festiva y dicharachera que ofrecen estas bandas no deben hacernos olvidar que se trata, en algunos casos, de músicos verdaderamente virtuosos. Y como no os quiero abrumar con vídeos, me limitaré a mencionar un par de nombres: Serguei Erdenko, del trío Loyko, que está considerado uno de los mejores violinistas del mundo, y Ion Albesteanu, que fue admirado por el mismísimo Yehudi Menuhin.

La música gitana es muy monárquica, y sería difícil contar el número de músicos que han sido coronados reyes y reinas. (Curiosamente, en el Reino de España nuestra mayor representante era una Faraona). Una de estas reinas es la legendaria macedonia Esma Redzepova (que por lo visto es también desde hace años candidata al Nobel de la Paz). El siguiente tema, "Chaje Sukarije", es uno de sus más conocidos. Sacha Baron Cohen lo utilizó para su hilarante película Borat, según Redzepova, sin su consentimiento, por lo que le interpuso una demanda por un millón de dólares. El caso se resolvió con una compensación de 26.000 dólares, dado que, por lo visto, los productores sí habían dado su consentimiento, pero se habían olvidado de informar a la cantante. That's Kazakhstan for you. 
Lo que me fascina de este tema es el modo en que parece condensar en tres minutos el periplo milenario del pueblo gitano: empieza la canción y tienes la sensación de estar oyendo un tema de Bollywood que bien pronto, sin embargo, deriva a una melodía con mucho de rumba catalana. Y seguro que los musicólogos podrán apreciar el resto de ritmos e influencias que hay entre los dos extremos.
Circulan por youtube múltiples versiones de este tema, a cual más surrealista. Si al final me he inclinado por éste es porque no me he podido resistirme al hechizo de esos gansos. En cualquier caso, si vencéis las comprensibles reticencias ante un vídeo con una estética propia de la televisión búlgara de los años 70, disfrutaréis de una canción muy hermosa y evocadora.


La formación Ando Drom, de Hungría, nació a raíz de un proyecto iniciado por Jeno Zsigó, fundador del grupo. Zsigó se embarcó en un proyecto social para ayudar a niños gitanos a través de la música, al ver que la cultura gitana en Budapest se estaba desintegrando, con las consecuencias sociales y culturales que eso comportaba. El grupo no tiene el carácter festivo de bandas como Taraf de Kaidouks o Kocani Orkestar, y se dedica más bien, según las palabras del propio fundador, a conservar la tradición musical gitana mediante una interpretación notablemente más urbana y contemporánea. Y crean canciones como ésta:


Una de las más conocidas piezas musicales de la cultura gitana de los Balcanes es "Ederlezi". Existen más de 2000 versiones en youtube, y parece que es una especie de tortilla de patatas musical: todo el mundo afirma saber cuál es la interpretación más auténtica, genuina y fiel al espíritu de la canción. He escuchado unas cuantas. La del grupo Dikanda, de Polonia (no me consta que sean gitanos) me gusta mucho, pero ninguna me maravilla tanto como la versión del grupo francés Bratsch, uno de los grupos más interesantes (qué poco me gusta esta palabra para referirse a una música que es vida y pasión) de música centroeuropea. Quizá os daréis cuenta de que la cantante es la misma que la del tema anterior, Mónika Juhász Miczura, "Mitsou", una voz que, sobre todo en esta bellísima canción, parece de otro planeta. Llegar al cielo debe de ser muy parecido a escuchar esta canción por primera vez.


Una de las formaciones más originales y creativas es, a mi parecer, la Sandy Lopicic Orkestar, liderada por el pianista bosnio que da nombre a la orquesta. Lopicic utilizó la introducción de "Ederlezi", la combinó con "Ljuba", canción tradicional rusa, le dio una interpretación jazzística y creó una pequeña joya que por momentos nos recuerda a Pink Floyd y su "The Great Gig in the Sky". Espero que os guste.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Doce anillos, de Yuri Andrujovich


Hay personas a las que les gusta hablar de las claves de una novela, una especie de descodificador literario sin el cual nuestro disfrute de una obra se ve seriamente mermada. Andrujovich es uno de esos raros autores que, tanto aquí como en Recreaciones, nos concede el raro privilegio de adjuntar a la historia una especie de epílogo donde se supone que nos revela algunas de dichas claves. En Doce anillos este epílogo se titula "Orfeo crónico (intento de autocomentario)". Afortunadamente para el lector gandul y superficial que soy yo, que prefiero disfrutar de la lectura aunque no la entienda al 100% (y que de hecho tengo miedo de que un descodificador me revele que no he entendido na de na, porque donde veía una cara había una cafetera, y lo que parecía un turgente busto no era más que una tórtola disecada), las susodichas claves que nos proporciona el autor no nos aclaran demasiado, y es él mismo quien nos señala que el acento ha de ponerse en el autocomentario, o dicho de otro modo, que se trata del comentario del autor para el autor. Pero empecemos por el principio...

Bogdan-Igor Antonich, hoy

Andrujovich (a quien supongo que, contra natura, tendremos que acentuarle la última sílaba) toma como base para esta historia un recurso conocido y explotado por la literatura y el cine: un grupo variopinto de personajes que no se conocen entre sí son convocados en un hotel por un enigmático magnate del que no saben nada, y que no termina de hacer su aparición. De alguna manera, todos tienen un vínculo con Bogdan-Igor Antónich, uno de los grandes poetas ucranianos del siglo XX, vínculo que puede ser real y evidente, o de naturaleza digamos metafísica y permanecer oculto hasta el final. Y aquí es donde al lector español le surge la pregunta: ¿qué hacer con una novela que tiene como uno de sus ejes centrales la vida y milagros de un poeta de quien no sólo jamás había oído hablar, sino al que, además, a duras penas conseguirá leer? (En inglés hay publicadas, por lo menos, dos antologías de este, dicen, grandísimo poeta; no me consta ninguna publicación en español). La respuesta, más adelante, si me acuerdo.



En este grupo hay también un triángulo amoroso. Se trata del formado por (1) el fotógrafo Karl-Joseph Zumbrunnen, con raíces ucranianas y enamorado de (2) su intérprete Roma Vorónych, viuda de un etnógrafo mucho mayor que ella, y actual esposa de (3) Artur Pepa, escritor y calavera que pasa por la crisis de los 37. Estos tres personajes se nos muestran en toda su complejidad e inconsistencia humanas, y las relaciones entre ellos, así como su evolución, siempre imprevisible (en algún caso, incluso los acompañamos en su viaje al otro mundo), son de lo mejorcito de este libro, que, digámoslo ya, es entretenimiento, es imaginación, y es literatura pura y dura. El resto del grupo, a saber, el golafre director de cine, las putas baratas que sueñan con ser putas de lujo, el profesor seguidor (sería clave, aquí sí, saber la palabra exacta y sus significados en ucraniano) de Antónich, y la hija de Roma, arisca doncella con las hormonas a flor de piel, y en quien cobra sentido el título del libro; el resto del grupo, como digo, está retratado con menos sutileza y el autor tan sólo resalta de cada uno de ellos la característica que le interesa. Sin embargo, no se trata de personajes planos ni de caricaturas, sino de personajes que están ahí única y exclusivamente al servicio del autor y de la obra. Andrujovich es de esos autores que parece decirnos "mira, ahora voy a hacer que este personaje se comporte así,¿qué te parece?". Y de este modo, desde el primer momento y hasta ese epílogo con autocomentario, lo que se desarrolla en las páginas es, entre otras muchísimas cosas, una obra en progreso, con un autor que comparte con nosotros sus dudas ante, por ejemplo, la elección de un adjetivo, y confiesa la arbitrariedad de la decisión final, o se extraña y decepciona ante el lugar común con el que nos acaba de obsequiar. 

Héroes de los negocios

Supongo que en algún momento tendré que contar algo del argumento. Hm. En estas situaciones lo mejor es salirse por la tangente y abrir uno de esos grandes cajones de sastre literarios. Abro el de "novela de ideas" y lo vuelvo a cerrar. Creo que encajará mejor en el de "novela de búsqueda". Doce anillos narra una búsqueda, en este caso la búsqueda de la identidad ucraniana, de sus raíces y de su destino. Como yo y mis cajones, Andrujovich ha metido en la novela botones sueltos, carretes de hilo medio usados, dedales, un cojín para agujas, y con ellos y su talento ha creado esta gran novela y ha llevado a cabo esa búsqueda. 
Por una parte está el ya mencionado Karl-Joseph Zumbrunnen (nombre de obvias resonancias habsbúrgicas y apellido que significa "hacia las fuentes"), fotógrafo incapaz de dejar de visitar por largas temporadas la tierra de su bisabuelo, al que le encargan un reportaje fotográfico sobre los Cárpatos que tendrá como título La patria del masoquismo. Por otra parte, tenemos esa curiosa colección de personajes reunidos en un "Programa Humanitario 'de los héroes de los negocios a los héroes de la cultura'". Tenemos la omnipresente figura y versos de Antónich; tenemos a los gitanos, rodeados del aura de leyenda negra que aún los envuelve en la zona; tenemos la corrupción policial; tenemos la indescripiblemente hortera sumisión al capitalismo; tenemos, finalmente, el balneario mismo, un escenario surrealista (a la manera de los muy reales museos soviéticos) y onírico donde se amontonan sin ton ni son todo tipo de objetos, artilugios y cachivaches en salas con letreros como MATADERO DE PÁJAROS, SALA DE ACUMULADORES, SALA PRIMAVERAL DE BILLAR o DO NOT MASTURB (sic) PLEASE.  

¿Hutsules? Y yo que pensaba que eran de Galicia

Pero el cajón de "novela de búsqueda" no puede contener esta inmensa novela. La mítica Mitteleuropa, los Cárpatos, Galicia, la tierra de fronteras y, por otra parte, el destino del hombre y del arte, su recuerdo, o lo que es lo mismo, lo efímero, ¿la banalidad?, llenan la novela a rebosar de ideas y preguntas. Por no hablar del folklore. A lo largo de la novela son incontables las plajta, sardaka, keptar, postoli, drymbas, tobivkas, floyar, djolomia, banush, por citar sólo unos pocos de los términos referentes a ropa, calzado, comida o instrumentos musicales que adornan la novela, salpicada, por otra parte, de estrofas de canciones pop contemporáneas rusas o ucranianas. En cuanto a los diferentes grupos culturales que pueblan la zona, uno se maravilla ante la silenciosa y ubicua presencia de los hutsules, cuya existencia desconocía por completo. Y se pone uno a investigar en la red y se aturde con la abundancia de nombres y etnias de resonancias casi míticas: polesios, boikos, lemkos, rutenos...
Andrujovich escribió Doce anillos en 2003, es decir once años después de que se publicara la polémica Recreaciones. Si en esta última reflejaba, entre otras cosas, el desconcierto de un esclavo al que de pronto sueltan en medio del bosque, en el libro que nos ocupa se advierte una desazón si cabe aún mayor. El autor y la sociedad ya ven el rumbo que ha tomado el país. Son conscientes de todo lo que están destruyendo en aras de una prosperidad y felicidad occidentales. El retrato de Ucrania es aún más descorazonador que en Recreaciones. Mafia, prostitución, banalización de lo que deberían ser los pilares de un país que se precie: la historia, la cultura, la tierra. Y sin embargo, no vino por ahí esta vez la polémica, sino por lo que se entendió como una burla al gran poeta nacional. Cuenta Andrujovich en su "intento de autocomentario": 

"El invierno del 95 al 96 lo pasé junto a Antónich. Me da vergüenza reconocerlo, pero estaba escribiendo la tesis doctoral sobre él. Era una prueba y, por cierto, doble. Primero, la prueba de mi amor juvenil hacia su poesía (¿lo conservaré?); segundo, la prueba de mi propia capacidad de escribir en un ordenador."

En otras entrevistas ha sido más claro y unívoco al expresar su admiración por Antónich, pero por lo visto la comparación con Jim Morrison y las referencias a borracheras y burdeles tocaron algo sagrado. Parece que no fueron pocos los libreros que se negaron a vender el libro. Y yo que pensaba que aquí teníamos la piel muy fina.

En resumen, extraordinario libro de un excelente y fascinante autor, y buena traducción de Oksana Gollyak y F. Guerrero Solé, traducción que, no obstante, se habría beneficiado muchísimo de una buena revisión. Con lo que cuida Acantilado sus publicaciones, me sorprende sobremanera la abundancia de descuidos que hay en ésta. A lo largo de las primeras 200 páginas, creo que no hay ni un sólo "cómo" acentuado correctamente. También llama la atención el modo en que la transcripción de nombres propios puede cambiar de una página a otra, y duelen los constantes catalanismos que ha encontrado el catalán que esto escribe, desde "delante nuestro" hasta "hacer campana", pasando por el que más rabia me da: "explicar historias". Descuidos que, no obstante, para nada empañan la gran lección de creatividad, imaginación, talento y literatura de Doce anillos.
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