martes, 21 de febrero de 2023

El triunfo de la ñoñería


Será porque la estupidez colectiva en la que estamos sumidos ha alcanzado un nivel intolerable de fetidez, será porque la triste y dolorosa situación familiar por la que estoy pasando me hace ver las cosas muy negras, o será porque nunca había visto a mi hijo tan indignado. Será por lo que sea, pero no he podido por menos de recuperar, no sé si excepcionalmente, mi querido blog y lanzar un munchiano grito al mundo.

 Fue precisamente mi hijo quien me dio la noticia. ¡Qué asco!, le oí decir. Y no es para menos: los libros de su infancia, los libros de su autor fetiche, los libros con los que él, sus hermanas y mi mujer y yo pasamos tantas horas tan gratas (ellos los leían y releían, y en nuestros viajes en coche, toda la familia los escuchábamos una y otra vez en aquellas cosas raras llamadas CDs), van a ser "adaptados" a los tiempos que algunos llamarán modernos, y que a mí me parecen puritanos y reaccionarios como hacía décadas que no veía el mundo.

Una joya ahora más valiosa que nunca

 Porque la gracia de Roald Dahl radica, en gran parte, en esa combinación de candidez y mala uva, en la creación de un mundo en el que los malos son feos, en el que la bondad se premia, en el que el egoísmo se castiga, y en el que, a pesar de todo ello, hay sitio para la sorpresa y la magia. Es un mundo que apela a ese anhelo que nos define como seres humanos y que dio lugar a los cuentos folklóricos: el anhelo de justicia. 

Aparte de horas de diversión, el niño encuentra (¿encontraba?) en Dahl consuelo ante las injusticias del mundo. En él veía cómo los poderosos son en el fondo más dignos de pena que de envidia, cómo la belleza externa no vale nada si tu corazón está podrido, y cómo no es el destino lo que marca tu vida, sino tus propias decisiones: está en tus manos ser bruja y buena persona.


Diría uno, pues, que la moralidad del Dahl infantil (luego están sus excelentes relatos no infantiles, pero eso es otra historia, a la cual se une el hecho de que el señor Dahl también tenía sus cosas, y su familia ha tenido que disculparse por ellas) es perfectamente compatible con una sociedad que promueve los valores de la igualdad, la justicia, la libertad y la ética, ¿no? Pues parece que, o bien hay algo en alguno de esos conceptos que rechina con las élites biempensantes, o bien es que utilizamos diccionarios diferentes.

El caso, para ir al grano, es que la editorial Puffin ha decidido reescribir (sí, esa es la palabra) los libros de Dahl con el fin de "retirar" de sus libros (¿no pensáis que este término, "remove" en inglés, es aún más siniestro que "eliminar"?) el lenguaje considerado ofensivo. Y a tal fin, ha contratado, ojo al dato, a "lectores de sensibilidad" para reescribir partes del texto y así asegurarse de que "todo el mundo puede seguir disfrutando de esos libros". 

Enorme

Las primeras víctimas han sido las palabras "gordo" y "feo", que han desaparecido de todas las nuevas ediciones. Así, Augustus Gloop, el golafre de Charlie y la fábrica de chocolate, ya no es gordo sino "enorme". La señora Twit ya no es "ugly and beastly", sino sencillamente "beastly" (desconozco cómo estaba traducido al español).

Pero a veces cambiar o retirar una palabra no es suficiente garantía de que nuestros niños vayan a ser dignos paladines de la ñoñez mundial. A veces hay que explicarles algunas cosas que, de otro modo, podrían conducirles a peligrosísimas conclusiones, y como Dahl no estaba por la labor, pues también hay que añadir tales explicaciones. Así, en Las Brujas, tras informarnos de que, bajo sus pelucas, las brujas son calvas, la nueva edición nos dice amorosamente que "hay muchas razones por las que una mujer puede llevar una peluca, y no hay nada malo en ello". ¿Qué es eso? ¿Oigo vuestras arcadas?

Os voy a lavar la lengua con jabón

Ya sé que nada de esto es nuevo. Mark Twain, Harper Lee y otros han sido víctimas de esta censura. Y sabemos también que gracias a ello desapareció el racismo en los EEUU. Así que admito que esta diatriba puede estar motivada por mis actuales circunstancias personales, y que quizá mañana vea las cosas de otra manera. Pero, joder, reescribir Roald Dahl...







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