domingo, 26 de septiembre de 2010

El Rey de las Dos Sicilias, de Andrzej Kusniewicz

Como Zweig, Roth, Musil o Broch, Kusniewicz es de esos escritores conscientes de que nacieron en otro siglo, en otra época y en otro mundo. Un mundo, como lo retrataba Zweig en El Mundo de Ayer, en que no existían los pasaportes, y la gente no tenía mayores dificultades para entrar a otro país. Un mundo dominado por imperios en decadencia, y donde uno podía nacer en un país y morir en otro sin salir de su pueblo. Kusniewicz, de nacionalidad polaca, nació en Galizia, en el Imperio Austro-Húngaro, en lo que es hoy Ucrania. Fue diplomático de profesión, estuvo internado en Mauthausen, y fue cónsul general polaco.
El Rey de las Dos Sicilias ha sido comparada, entre otras, con El Hombre sin Atributos. En efecto, en ambas tenemos un complejo retrato de un mundo, el Imperio Austro-Húngaro, que se acerca a su fin. Mientras en El Hombre... la historia se sitúa en los últimos días que preceieron a la Primera Guerra Mundial, en El Rey... es precisamente el magnicidio del archiduque Francisco Fernando lo que abre la novela. Esta, sin embargo, abarca un periodo mucho más amplio, ya que en ocasiones nos remontamos a 1859, fecha en que tiene lugar la célebre batalla de Solferino (que a su vez era el origen de la gloria del protagonista de otra de las grandes obras de la literatura centroeuropea, La Marcha Radetzky, de Joseph Roth).
No obstante, no nos encontramos frente a una novela histórica propiament dicha. Con El Rey... Kusniewicz intentó no sólo recrear ese mundo cuyos estertores finales presenció en su infancia, sino también retomar la tradición de la gran novela centroeuropea que tuvo su auge en el primer tercio del siglo veinte. Mucho más próxima a Musil o Broch que a Zweig, Roth o Schnitzler, El Rey... es una reflexión sobre la memoria, un experimento sobre el punto de vista, una afirmación sobre la imposibilidad de llegar a la verdad y la razón última de los hechos, y un intento de aprehender todo el tiempo pasado y presente en un solo instante.

"Así que entramos de puntillas al salón del apartamente del Stubenring y nos quedamos callados en un rincón. Podemos guardar nuestra propia personalidad para observar los acontecimientos desde nuestro punto de vista, o bien lo haremos a través de Emil R. Pero entonces nos será difícil dar testimonio objetivo de lo que está sucediendo."

Emil R., el personaje más prominente en una novela en la que el lugar central lo ocupa la Historia, es hijo de familia burguesa, oficial del ejército, aspirante a poeta y víctima de una obsesión incestuosa por su hermana mayor. Parte de esas intimidades las descubrimos en su diario, aunque la voz narradora, plural, extraña, anónima, nos convierte en testigos aún más directos de sus grandes pecados y el modo en  que su sádica hermana juega con él.
"Si eres obediente y haces todo lo que yo te ordene, ¿quién sabe?, a lo mejor seré tu mujer... Me lo pensaré... Y ahora lárgate de aquí, que ha venido mamá.

Y pasamos, en un magistral cambio de foco que se repite una y otra vez a lo largo de la novela, de la microhistoria a la Historia con mayúscuas.

"Cuando todo esto ocurrió, hace ya muchos, muchísimos años, Emil tenía once años y su hermana Elizabeth trece. Fue en mayo de 1904, excepcionalmente cálido y soleado. En el parque público de Hilmteich, las lilas y los jazmines florecieron más bellos que nunca. El tercer ejército japonés del general Nogi ha puesto sitio a Port Arthur. Unos combates encarnizados tienen lugar por la fortaleza Vodoprodovni. En la rada interior del puerto surgen del agua los mástiles y las chimeneas del acorazado Rietvizan (...), Blériot no sobrevolará el canal de la Mancha hasta dntro de cuatro años y medio (...) Estamos en el quincuagésimo sexto año del reinado de Francisco José (...) No sabemos exactamente si aún vive Swann, en cambio la princesa Oriana de Guermantes brilla como siempre por su belleza y su gracia.

Kusniewicz parece entender el mundo como una lucha entre la trivialidad del momento y la trascendencia de la historia, entre la singularidad de los hechos y su inabarcable multiplicidad.

"¡Apuntemos, apuntemos cuidadosamente, que nada se repetirá jamás! Todo es único e irreversiblemente primero y a la vez último en su forma y en su expresión."

 El magistral comienzo de la novela nos viene a decir que no hay acontecimientos grandes ni pequeños, que todo está relacionado, y así, de alguna manera, el asesinato del archiduque está relacionado con el de la gitanilla Marika Huban. Este asesinato, de hecho, es, junto con la vida interior de Emil R. y los preparativos para la guerra, otro de los ejes principales de la novela. En mayor medida que en las breves descripciones de la vida en el ejército, este asesinato le sirve al autor para recrear el babel que era el Imperio Austro-húngaro, en el que dos súbditos del mismo rey y vecinos del mismo pueblo podían hablar lenguas mutuamente incomprensibles. Y quien habla de lenguas, naturalmente, habla de culturas. Húngaros, serbios, croatas, austríacos, judíos... En El Rey... están no sólo los Balcanes, sino también los gitanos que estos días del s. XXI son deportados a sus países.
En definitiva, El Rey de las Dos Sicilias es más que una novela; es una auténtica experiencia literaria (con la nada despreciable ventaja de que, a diferencia de las obras de Poust o Musil, es una novela relativamente breve, 307 páginas, de lectura compulsiva), inteligente, profunda, iluminadora e inagotable.

martes, 21 de septiembre de 2010

Mil grullas, de Yasunari Kawabata

Sorprende esta novela en su inicio por su lenguaje directo, sin tapujos, y por lo desagradable de algunas imágenes. Sin embargo, al mismo tiempo, nos escontramos con el escritor sutil y, diríase ahora, minimalista que ya conocemos, el Kawabata de la sublimación del momento por la belleza.
Mil Grullas, que ocupa poco más de 140 páginas de lectura aparentemente ligera, es no obstante un libro de lectura lenta. Kawabata despoja la escritura de todo aquello que sea superfluo, y nos queda entonces un libro de frases densas y pesadas, a la vez que de una sencillez pasmosa. Una narración que, a pesar de su abundante diálogo y sus brevísimos párrafos que, de una pincelada, describen un gesto, un olor o detalle de un kimono, debemos leer a ritmo de ceremonia del té.
Y la ceremonia del té es la metáfora central del libro. Sirva como consuelo para el lector (como yo) profano en la materia, que el personaje central de la novela está lejos de ser un experto en dicho ritual:
Kikuji no sabía nada de las flores para acompañar el té (...). Para el té de la mañana, sin embargo, le pareció que la campanilla era apropiada.
He dicho al principio que esta novela sorprende por su lenguaje directo a la vez que sutil, valga la paradoja. De hecho, la novela es sutilmente brutal. Kikuji, el protagonista, ve cómo Chikako, una suerte de bruja que tuvo una relación con su difunto padre, hace de Celestina y le sugiere que se case con la bella Inamura, ofrecimiento que ella considera irrechazable, pero que él no acepta. Kikuji no tardará en acostarse con la señora Ota, por quien su padre abandonó a Chikako, al tiempo que comienza a verse atraido por Fumiko, la hija de Ota. Como se puede ver, esto es más que un culebrón. Y enmedio de todo esto, la ceremonia del té, con sus tazas, tazones, colores y flores.
Esta maravillosa novela trata así el tema de la culpa, y parece referirse a la maldición bíblica de los hijos pagando la culpa de los padres. Y donde hay culpa, se implora perdón y se busca la redención, redención que sólo puede llegar con la muerte o, más concretamente, con el sacrificio.
Las tazas de té, que en sus 300 años de vida han visto tanta pasión y tanta muerte, guardan la marca indeleble de esta culpa que heredamos. Las tazas, la culpa, se pueden hacer añicos, pero ¿una marca en el pecho?
Metempsicótica novela para pensar, saborear y sobre todo disfrutar. Genial Kawabata.

sábado, 18 de septiembre de 2010

País de Nieve, de Yasunari Kawabata

Como dice el viejo chiste, "me encanta jugar a póquer y perder..." Es la segunda vez que leo País de Nieve y, como en la primera ocasión, he disfrutado de una escritura bellísima, al tiempo que me he quedado con la sensación de haber apreciado tan sólo una fracción de esa belleza. 
Kawabata no es un autor fácil. De hecho, la literatura japonesa, por motivos culturales y lingüísticos obvios, no es una literatura "fácil" (si es que alguna lo es). El lector que se acerque a Kawabata sin haber leído otros autores japoneses, o sin haber visto nada de Ozu, Mizoguchi o Kitano, debe de sentirse muy perdido. Cuando menos, a los que hemos tenido la suerte de disfrutar de esos genios no nos sorprenderán tanto los silencios, la formalidad casi monárquica entre miembros de la misma familia, el carácter casi sagrado del teatro kabuki o la ceremonia del té. Y probablemente eso sea solo una parte del bagaje cultural necesario para apreciar esta novela u otras en todo su esplendor. Pero cuando el esplendor resplandece como... y no termino esta frase porque me saldrá cursi.
La aprehensión de la belleza es precisamente uno de los temas centrales de la novela. Otro parece ser el "esfuerzo inútil", concepto que de forma sutil aparece una y otra vez. La historia comienza en un tren que se dirige a través de la noche hacia el país de la nieve, y en ese vagón casi vacío Shimamura, el protagonista, ve, en el hueco que acaba de hacer en el vaho de la ventana, el reflejo del ojo de una pasajera, reflejo que a ratos se divide en dos planos y superpone la luz de una bombilla sobre el ojo. Naturalmente, Shimamura y Yoko, la pasajera, acompañada de Yukio, un joven a punto de morir al que ella está cuidando, se bajan en la misma estación, un balneario de montaña donde él va a descansar y a visitar a Komako, una geisha con la que en una anterior visita inició una relación.
El resto de la novela desarrolla la relación entre Shimamura y Komako, relación que se ve complicada, sin embargo, por el hecho de que ambos son los vértices de sendos triángulos amorosos: Shimamura-Komako-Yoko, y Komako-Yoko-Yukio.
Maravilla la forma en que se nos cuenta tanto en tan pocas páginas, y de una forma tan poética. Da la sensación en todo momento de que bajo la nieve del pueblo, y bajo la gelidez de los personajes, hay un fuego latente que de forma metafórica y literal amenaza con arrasarlo todo. Sólo Komako, con sus continuas borracheras, es capaz de dar salida a ese fuego. Pero en última instancia, cabe preguntarse si tanto la contención y frialdad de Shimamura, al cabo hombre casado, y la pasión de Komako son las dos caras de la misma moneda, el "esfuerzo inútil":
Tot i saber que ella l'estimava, no deixava de veure la seva vida com un esforç bell però inútil que l'arrossegava a ell cap a una mena de buit.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

La Vida de los Insectos, de Viktor Pelevin

Viktor Pelevin es poco menos que un autor de culto en Rusia, y La Vida de los Insectos, una de sus obras más significativas. ¿Qué decir de Pelevin? Sin duda se trata de una persona interesante, y no hay más que ver su fotografía para constatarlo. Pero además de tener una cara interesante, es un hombre de una imaginación y un ingenio más que notables. En su novela Babylon, una inscripción en la portada reza de esta guisa: Any thought that occurs in the process of reading this book is subject to copyright. Unauthorized thinking of it is prohibited.
Y La Vida de los Insectos es una buena muestra de esta imaginación e ingenio. Nos encontramos en un balneario de Crimea, en los años posteriores a la desintegración de la Unión Soviética, y aparecen los primeros personajes. Hablan y hacen esas cosas que hacen los personajes en las primeras páginas de una novela, cuando de repente se convierten en insectos. Esos tres hombres de negocios se convierten en mosquitos, aunque en ningún momento dejan de ser humanos. Y lo mismo sucede con los siguientes personajes, que son personas a la vez que son luciérnagas, cucarachas, escarabajos o chinches. Esta premisa, interesante en sí, permite al autor espectaculares cambios de punto de vista, donde el observador de repente se convierte en observado, o donde unos colegas que hablan de las chinches que hay en los porros se dan cuenta de que ellos también, como chinches que son, están a punto de ser fumados.
Las comparaciones con Kafka, si aparece una cucaracha, son inevitables. Por supuesto que Pelevin está influido por Kafka... como lo está cualquier escritor posterior al autor checo. Bueno, de acuerdo, no se trata sólo de la cucaracha; algunas de las situaciones podrían calificarse de kafkianas, vale. Un par de clichés no hacen daño a nadie.
El libro tiene un comienzo absolutamente genial. Tras la sorpresa que nos produce la metamorfosis del primer capítulo, nos encontramos con un segundo relato donde se revela la maestría en la técnica narrativa, y la profundidad que es capaz de alcanzar Pelevin.
El problema, en lo que a mí respecta, es que uno nunca llega a sentir nada por los personajes. Quizá esto tenga también algo de kafkiano (cuán fascinante puede llegar a ser El Castillo, y qué poco nos importan sus personajes), y no cabe duda de que esta frialdad en nuestra relación con los personajes responde a la intención del autor. 
Es, pues, La Vida... una novela de ideas. Pelevin ha creado en este balneario de Crimea un microcosmos,  o casi podría decirse una charca en la que ha soltado sus insectos para estudiarlos. En esta charca tenemos, desde una sátira de la ingenua sociedad post-soviética, tan atraída por el dinero fácil, como una parábola sobre el ser humano, pasando por mucha reflexión y filosofía budista.
Novela rara, sí, fría y, en ocasiones, tediosa, pero también con escenas magistrales, como esas chinches en el porro, o esa cigarra peleándose con su propio cadáver en una inolvidable escena final.

martes, 14 de septiembre de 2010

El desencantado, de Budd Schulberg

Hay libros buenos y libros buenos. Hay libros grandes y libros grandes. Hay clásicos universales cuya lectura supuestamente nos enriquece, y hay clásicos modernos, como El Desencantado, cuya lectura no sólo nos enriquece, sino que además nos hace disfrutar como enanos.
El Desencantado cuenta la historia de Shep Stearns, un joven idealista, simpatizante del comunismo y aspirante a escritor, que ve su guión aceptado por Victor Milgrim, prestigioso productor de cine. Este, sin embargo, contrata a Manley Halliday, prestigioso novelista que lleva unos años sin publicar nada y sufriendo problemas de alcoholismo, para que, con la colaboración del joven guionista, intente convertir en algo aceptable el mediocre guión de Stearns. En lugar de ofenderse, Stearns se siente honrado de poder trabajar junto a Halliday, escritor por quien siempre ha sentido la más profunda admiración.
Y a partir de ese momento, asistimos al progresivo desencanto de Stearns. Su admirado novelista se muestra incapaz de aportar apenas alguna idea para el guión, se pasa el rato recordando su época de esplendor, los dorados años 20, y, lo que espeor, vuelve a caer en el alcoholismo.

La novela es divertida, profunda y apasionante. Schulberg (hijo de productor, y guionista, entre otras películas, de La Ley del Silencio) pinta un nada complaciente retrato del mundo del guión como refugio de escritores en crisis creativas y económicas. Es también una historia de amor, con la fascinante relación de Halliday con Jere y con Ann, dos personalidades totalmente antagónicas. Novela también política, con el contraste y, en ocasiones, enfrentamiento, entre Stearns, definido de manera poco afortunada en la traducción como "progre", y Halliday, amante del lujo, los coches y el champán. Novela de inciación, para Stearns. Iniciación a la vida, a la realidad, al fin de los ideales, al desencanto, a la caída de los ídolos, a su humillación.
Poco importa, poco me importa a mí, que la novela esté basada prácticamente en hechos reales. Fue el mismo Schulberg quien tuvo que trabajar con su admirado Fitzgerald, y vio cómo su admirado escritor caía en picado hasta convertirse en una ruina humana. Y aunque sea interesante saberlo, esta novela es tan grande que está más allá de hechos reales o ficticios. Respira cine, con esos diálogos tan ingeniosos como memorables, y respira realidad, con unos personajes, desde el primero hasta el último, tan creíble como impredecible.
Un pedazo de novelón.

domingo, 12 de septiembre de 2010

Berlín, de Jason Lutes

La República de Weimar representa uno de los capítulos más interesantes de la historia de Europa en el siglo XX. Con una Alemania derrotada en la Guerra Mundial, y con la amenaza de que la revolución marxista prendiera en el país, con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht agitando a las masas, y con una república proclamada sin permiso ni autorización por un Philip Scheidemann, no es de extrañar que Lutes se sintiera fascinado por este periodo de la historia que había de llevar a un país a sufrir la mayor inflación de la historia (una barra de pan costaba 20.000 marcos por la mañana y 5.000.000 por la tarde; los precios en los restaurantes subían durante la comida, y a los obreros se les tenía que pagar dos veces al día), que iba a ser testig del apogeo de figuras como Brecht o Fritz Lang, y que, finalmente, iba a ver el ascenso al poder de Hitler.
La novela, de la que hasta el momento se han publicado las dos primeras partes, es lo que suele llamarse una "novela coral". Desfilan ante nosotros todo tipo de personajes: periodistas, estudiantes, sindicalistas, mendigos, músicos, policías, niños, prostitutas, etc. Los personajes pueden asomarse al relato en las primeras páginas, desaparecer y surgir de nuevo en el segundo volumen. Otros surgen de la nada, y adquieren un papel tan importante como efímero. Tenemos, sí, unos personajes centrales, como son Kurt Severing y Marthe Müller. Él, periodista. Ella, chica de provincias que llega a la gran ciudad con el vago objetivo de estudiar arte. Qué mejores personajes para ofrecernos el rtrato de una época. Por una parte, un periodista desencantado que asiste con horror a la degradación ética y moral de su país, no sólo por el ascenso del nazismo, sino también por la nada deseable alternativa bolchevique (aunque el autor no esconde sus simpatías por estos últimos). Por otra, una chica que se queda desde el primer momento maravillada ante esta ciudad en la que descubrirá el arte, nuevas e insospechadas experiencias sexuales, el jazz, la drogas y, en sus propias palabras reflejadas en su diario, la vida. Marthe adopta Berlín, y se negará a abandonarlo incluso para ver a su padre enfermo.
Los trazos de Lutes son realistas, con pocas licencias poéticas (salvo en las dos últimas páginas de  "Ciudad de Piedras"), y gusta de recrearse en grandes escenarios tales como manifestaciones y desfiles. En su voluntad de ofrecernos un retrato total del periodo, utiliza su lápiz a modo de cámara. Así, a partir de una toma con "gran angular", va acercando el objetivo poco a poco, para finalmente permitir que acompañemos a un personaje desconocido al interior de su casa, donde, sin palabras, lo dejamos en compañía de su familia.  
"Ciudad de humo" concluye en septiembre de 1930, con las elecciones generales y el ascenso imparable de los nacionalsocialstas. No sé hasta qué momento de la historia de la República se propone llegar Lutes, pero desde luego es una pena que sólo quede una tercera entrega pendiente.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson

Viene a decirnos Malcolm Cowley, en la introducción a la edición de Penguin, que Anderson no era un gran escritor, o cuando menos, no un gran novelista. Parece ser que siempre tuvo la sensación de que escribir una gran novela era su asignatura pendiente.
"Time as a logical succession of events was Anderson's greatest difficulty in writing novels or even long stories. He got his tenses confused and carried his heroes ten years forward or back in a single paragraph. His instinct was to present evrything together, as in a dream."
Esto es así, sin duda, también en la novela que nos ocupa. Hay párrafos donde los tiempos verbales no parecen los más acertados. La novela está estructurada de tal forma que no sigue una progresión cronológica, sino que más bien cada capítulo está centrado en un personaje diferente, con algunos que reaparecen en mayor o menor medida. Tan solo George Willard, trasunto del autor, puede considerarse como el personaje principal, el elemento unificador, y el que da al libro una entidad de novela de la que, de otra forma, carecería.
Así pues, Anderson no era un gran escritor de novelas. Y sin embargo, sucede a veces que un autor se ve tocado por una especie de gracia, y todo le sale redondo. Como decía aquel personaje de Amanece que no es poco, me puse a escribir y me salió Faulkner.
Winesburg, Ohio es un retrato de la vida en una pequeña comunidad en la América provinciana de principios del siglo XX. Como ya he dicho, en líneas generales cada capítulo está centrado en un personaje. Anderson nos lo muestra desde lejos, su cámara se va acercando, y finalmente nos dice algo como "the story of Wing Biddlebaum's hands is worth a book in itself", o "the story of Doctor Reefy and his courtship of (...) is a very curious story."
Los personajes más insignificantes tienen una historia. Aquí está la semilla e inspiración de Faulkner, Hemingway, Saroyan, o Steinbeck. En Anderson empieza a disiparse el gran sueño americano, América está llena de perdedores. Uno se pasará toda la vida lamentándose por vivir en una ciudad de mala muerte, pero nunca intentará salir de allí. Otro jamás conocerá el amor. Otro se arrepentirá por haberse dejado embaucar en un matrimonio condenado al fracaso. Otro verá como la bondad puede bien poco frente al puritanismo más fanático. Otro lo tuvo todo, y mira cómo acabó.
Cuenta Anderson que escribió "Hands", la primera historia del libro, en un arrebato de inspiración. Es una de las mejores. Tanto esta como otras merecerían estar en cualquier antología del cuento. Véase, si no, "Adventure", "The strength of God", "Queer" or "The untold lie". Winesburg, Ohio no es una obra mestra. Ni falta que le hace. El libro está tocado por la gracia de la sinceridad, y tiene la frescura que nace de la convicción, por parte del autor, de que lo que contamos es verdadero, es bello, y nos gusta.
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