Heydrich, por su parte, era más difícil de caricaturizar. Alto, rubio, ojiazul, fornido y atlético, el Carnicero de Praga, como se le conocía (sus otros motes eran El Verdugo, la Bestia Rubia o, en palabras de Hitler, "el hombre con el corazón de hierro), encarnaba el ideal ario, a pesar de que toda la vida le persiguió el rumor de que tenía sangre judía (lo que, a decir de algunos, explicaba el tamaño de su nariz).
Quizá fue por eso por lo que se distinguió en su encarnizamiento contra los judíos, o quizá simplemente fue porque era un nazi. En todo caso, Heydrich organizó, junto a otros, la Noche de los Cristales Rotos y fue uno de los grandes promotores de la Solución Final. En 1941 fue nombrado Reichsprotektor de Bohemia y Moravia (en realidad, era "vice protector", pero el Protector nominal, Neurath, a quien el Führer consideraba demasiado blandito, tuvo que aceptar un permiso y ceder todo el poder de facto a Heydrich). Su misión, "germanizar a las alimañas checas", acabar con la resistencia y garantizar que nada entorpeciera la producción de armas y motores checos, cruciales para Alemania.
Heydrich se puso manos a la obra, es decir, proclamó la ley marcial, empezó a fusilar a diestro y siniestro, y aquellos a los que no fusiló los envió a campos de concentración. Tenía además el objetivo a medio plazo de vaciar la región de checos, fuera mediante la expulsión o mediante el exterminio, y así conquistar un poco más de ese tan ansiado Lebensraum. Quizá por un prurito de conservar las formas (ya ves tú, a esas alturas), dejaron al checo Emil Hácha en la presidencia, que hizo lo que se esperaba de él, a saber, ser un títere que se prestó a colaborar con la persecución a los judíos.
Tan seguro de su poder y tan encantado de haberse conocido estaba Heydrich que se paseaba por la ciudad en un Mercedes descapotable, a menudo sin siquiera escolta. Eso en griego se llama hybris, y es el paso previo a la némesis, que, como sabéis, suele presentarse con abundancia de sangre. Pues bien, a Heydrich le bajó la némesis el 27 de mayo de 1942, cuando culminó la heroica Operación Antropoide.
HHhH, que narra la gestación, planificación y ejecución del atentado, así como sus secuelas inmediatas, se publicó en 2010. Recuerdo haber visto por todas partes esas cuatro haches, que vienen a significar Himmlers Hirn heißt Heydrich, o sea, "el cerebro de Himmler se llama Heydrich", y haber leído alguna que otra encomiástica crítica. Hoy, terminada su lectura, constato que mi norma de no leer jamás libros escritos por ningún autor que se llame Laurent podría no estar del todo justificada. Porque HHhH es apasionante, y consigue, como hacía El hombre que amaba a los perros, que una novela sobre un acontecimiento histórico que sabemos cómo acaba se lea como un thriller.
Hace unas semanas hice un viaje a Praga con mi hija. Para prepararme como a mí me gusta, busqué algún libro relacionado con la ciudad. Parecía una elección fácil, con tanto Kafka, Kundera o Hasek como hay por ahí, pero me apetecía más algo que no hubiera leído y que, por una vez, no tuviera una k. Así que, gugleando por aquí y por allá, me encontré con Gottland, del polaco Mariusz Szczygiel. Prometía mucho: un libro de pequeños ensayos, ensalzado por la crítica, que nos cuenta la historia de ese país (bueno, de Checoslovaquia, más bien) a lo largo del siglo XX. Me acompañó a lo largo de aquellos cuatro días, pero lo abandoné en cuanto volví. Todavía lo tengo por casa, aunque no sé si lo retomaré. No acabó de gustarme precisamente por su estilo tan factual y seco que su enorme carga de sutil ironía no podía paliar. Le faltaba, en definitiva, el elemento que más he apreciado de HHhH: el narrador, que es el fet diferencial de esta novela.
En el primer boceto, había escrito: 'se embutió en un uniforme azul'. No sé por qué imaginé que sería azul (...) No estoy seguro de si este escrúpulo tiene mucho sentido en esta fase.
Por lo visto, esa presencia constante del autor molesta a algunos lectores, que no toleran esas intromisiones (¿tú te imaginas, dirán, a Waltari interrumpiendo la historia del egipcio para decir "jo, qué difícil es escribir sobre algo que ocurrió hace tres mil años"?), o, quién sabe, quizá consideran que el problema es que quien rompe las normas es un advenedizo como Binet.
Personalmente, es esa frescura y esa cercanía lo que más me ha gustado de HHhH. Binet, como he dicho más arriba, no se propuso escribir una obra maestra, y eso siempre se agradece. Escribe sin pomposidad; sus reflexiones, bien formuladas, no vuelan demasiado alto y su modestia no fingida hace pensar más en un bloguero que en un novelista o historiador.
Curiosamente, del atentado contra Heydrich sabemos más que de otros atentados mucho más recientes cometidos en la presunta era de la información. De él se han hecho varias películas (doña Wiki menciona hasta ocho), entre ellas Antropoide, que vi en cuanto terminé el libro y que me pareció muy buena, con grandes actores, fiel a los hechos, y además filmada en Praga. Aquí tenéis una escena.
No hay viajes suficientes para tanto libro. Uno de mis objetivos al ir a Praga era visitar Terezin, la ciudad convertida en gueto y campo de concentración de la que nos hablaba Sebald en Austerlitz. Lo visitamos y a mi hija le impresionó tanto como a mí. Sin embargo, si hubiera leído este libro antes del viaje, habríamos tenido que añadir a la lista de castillos, catedrales, barrios judíos y casas danzantes unos cuantos lugares por los que el turista no avisado suele pasar de largo. De hecho, existen varios tours especializados en esta historia. Una de las visitas obligadas es, por supuesto, la catedral de San Cirilo y Metodio, donde Kubis, Gabcik y compañía se refugiaron durante varios días, hasta que fueron traicionados por un compañero de misión. Allí fueron sitiados por más de 700 hombres de las SS, que llegaron a emplear mangueras con el fin de ahogarlos. Todo conduce a un final épico como merece esta historia.