miércoles, 23 de octubre de 2013

Genealogía y genocidio


Hay libros que merecen el curioso elogio de ser interminables. Bien sea porque, una vez cerrados, la historia sigue dando vueltas en la mente del lector; sea porque la búsqueda que constituye su eje central termina inconclusa; o sea porque se trata de una obra tan extraordinaria que desearíamos no terminara nunca. Pues bien, La casa de nogal lo es por esos tres motivos.

La mejor foto de la portada que he podido encontrar

Allí se recordaba durante siglos quién estaba loco en la familia, se transmitía la memoria de los niños retrasados que habían muerto sin cumplir los siete años, se sabía de quién era hermano el que había violado a una niña de catorce y la había arrojado a un hoyo más arriba de Popovo polje, y qué bisabuela se había fugado con un turco y por las callejuelas de Esmirna se había bajado las bragas, acostándose con comerciantes franceses y aventureros; se recordaba a todos los bastardos nacidos desde los tiempos en que aquello no era ni ciudad, sino un montón de piedras asomadas al mar...



En el verano de 1989 conocí a Daniela, una chica de Zagreb. Un día estábamos hablando de la vida en nuestros respectivos países, cuando me dijo, con una mirada triste, pero también con la mayor tranquilidad y resignación imaginables: " en mi país va a haber una guerra civil".

Todos recordamos el horror que asoló un rincón de Europa y acaparó a ratos nuestras pantallas en los 90. En un principio, si no recuerdo mal, la prensa se refería al conflicto como la Guerra de los Balcanes. Hoy, sin embargo, el término más preciso es Guerras Yugoslavas, para así distinguirlas de los conflictos que tuvieron lugar en la península de los Balcanes en 1912 y 1913. Cuando, ante la repetición de los genocidios en Europa, historiadores y otros expertos intentaban dar una explicación a lo que estaba ocurriendo, con frecuencia se remontaban a aquellas primeras guerras y al modo en que, con la caída de los imperios otomano y austro-húngaro, había surgido el Reino de Yugoslavia, que unía el Estado de los Eslovenos, Croatas y Serbios con el Reino de Serbia, que a su vez previamente se había anexionado el Reino de Montenegro. Y si esto parece complicado, en realidad lo es mucho más.


La historia de los diferentes pueblos que un día formaron el estado de Yugoslavia es apasionante. Este extraordinario libro, que, digámoslo ya, es una novela monumental y no tiene un ápice de tratado de historia, me ha hecho llenar un poquito las volcánicas lagunas de mi ignorancia. Suele suceder, por lo menos conmigo, que uno ve la vida pasar a su lado, oye nombres y términos que no conoce, lee alguna noticia por aquí, enlaza mal una cosa con otra y ya se cree lo bastante bien informado incluso como para emitir juicios. Apenas era un niño cuando murió Tito. Recuerdo los telediarios llenos de información sobre alguien que debía de ser muy importante, pese a tener nombre de payaso, futbolista o salsero. Recuerdo a los zagrebinos que conocí en EEUU, que se indignaban cuando los americanos se referían a Yugoslavia como un país soviético. Recuerdo que de repente Europa pareció llenarse de pueblos recién nacidos: Bosnia, Herzegovina, Eslovenia. Recuerdo que la gente te preguntaba tú que opinas y que probablemente yo, sin titubeo alguno, respondía pues esto. 

Los funerales de Tito, recordados en Underground de Emir Kusturica. Faltaron Jimmy Carter y, curiosamente, Fidel Castro.

Aquella república que aunaba a pueblos que llevaban generaciones conviviendo y masacrándose con regularidad, que con mano implacable Tito consiguió mantener unida y fuera de la esfera soviética, empezó a desintegrarse tras la muerte de éste. En La casa de nogal, Jergovic no se propone ofrecernos su teoría sobre las raíces del conflicto. Quizá intuye, acertadamente, que nunca se podrá llegar a la verdadera raíz de ese horror, o quizá se niega a aceptar la descorazonadora conclusión de que la causa original es nuestra condición humana. En todo caso, el autor, sabedor de que no va a llegar a ningún lado, se zambulle en esa búsqueda histórica con el ánimo, quizá, de sacar a la luz tanto crímenes como actos nobles de unos y otros , y acercarse un poquito a algo parecido a una reconciliación.

Josip Broz Tito y su esposa Jovanka, fallecida el 20 de octubre de este año

Por tanto, esta novela decepcionará a quienes busquen en ella una "explicación" de las guerras en la antigua yugoslavia, pero cautivará a los amantes de la buenas historias y la gran literatura. En algún blog que he visitado por ahí, comparan esta novela con Cien años de soledad. Es cierto que ambas comparten la narración de tono épico estructurada alrededor de una saga familiar. En La casa de nogal Jergovic, no obstante, sustituye el componente mágico del realismo por el histórico. A mí, como a tantos otros, la novela icono del boom me deslumbró en su momento, pero la verdad es que, recordado García Márquez y recién leído Jergovic, tengo muy claro quién gana hoy en la comparación. Tanto me ha gustado.

Draza Mihailovic, líder de los chetniks, en el juicio que lo condenó a muerte

Martin Amis tiene una novela titulada La flecha del tiempo, que en mi opinión es bastante fallida, en la que nos narra una historia hacia atrás en el tiempo. No se trata exactamente de flashbacks, sino de que la narración avanza, literalmente hacia atrás. La gente trabaja de la tarde a la mañana, se acuesta con la salida del sol, vomitan la comida en el plato, algunos devuelven la vida a los muertos aspirando las balas con el revólver, y cosas así. Jergovic también nos cuenta su historia hacia atrás, pero, afortunadamente, y a diferencia de Amis, no pretende deslumbrarnos con un ejercicio de estilo. Los quince capítulos de que consta la novela son, sencillamente, quince momentos de la historia de Bosnia, que comprenden desde aquellos trágicos años 90 hasta finales del s. XIX,  pasando por la muerte de Tito, de Stalin, la II Guerra Mundial, la caída del Hindenburg, la muerte de Rodolfo Valentino, o la derrota del Imperio Otomano.

El asesinato de Alejandro I de Yugoslavia

La novela se centra en el personaje de Regina Delavale, a quien conocemos en el capítulo inicial, el XV, cuando está al borde la muerte, y cuya vida vamos remontando hasta llegar a los años previos a su gestación y nacimiento. El capítulo final es, pues, el primero, y la historia se detiene aquí porque desaparece Regina y porque, desgraciadamente, todos los libros, incluso éste, deben tener un punto final. Pero esa búsqueda de una respuesta concluyente a la cuestión del origen está condenada al fracaso desde el comienzo, pues, como sucedía en la maravillosa escena final de aquel clásico del cine de los años cincuenta titulado El increíble hombre menguante, cuando llegamos al centro, a la raíz, al núcleo, se abre de nuevo ante nosotros el abismo del infinito.


Si es importante que en todas las guerras haya malos, en una guerra civil lo es más todavía, ¿verdad? Por eso, durante las Guerras de Yugoslavia, se extendió entre occidente la idea, tácitamente aceptada, de que los serbios eran los malos, y cualquiera que se atreviera a sostener que las cosas no eran tan sencillas era inmediatamente criticado, cuando no condenado al ostracismo. (Tengo que reconocer que, para mi vergüenza, yo mismo participé de ese odio a los serbios, y me indigné de que no los expulsaran de por vida de las competiciones internacionales de baloncesto). Son conocidos, por ejemplo, los casos de Peter Handke o de Emir Kusturica. Ambos, Kusturica sobre todo a raíz de su inmensa y polémica película Underground, fueron duramente criticados por ser, lagarto lagarto, pro-serbios. Y aunque en algunos lugares aceptamos que en las guerras civiles todo está muy pero que muy clarito, tenemos que admitir que puede suceder que en otros lugares las cosas sean más complicadas.

Stjepan Filipovic, partisano croata y héroe nacional a títutlo póstumo, momentos antes de ser ahorcado por los nazis

La casa de nogal está poblado por ustachas. El término puede que no nos diga mucho, y sin embargo, estamos hablando de una de las organizaciones más despiadadas y genocidas de todo el siglo XX. Fundada en 1930, funcionó siempre más bien como una organización terrorista de ideología pseudo fascista y ultraconservadora que contó con la bendición de la iglesia católica. Con la anexión de Yugoslavia por las Potencias del Eje, los ustachas, dirigidas por el infame Ante Pavelic, fueron designados por los nazis para gobernar el recién creado Estado Independiente de Croacia, que fue, de hecho, una nación títere del III Reich. Los ustachas aceptaron con entusiasmo la misión de limpiar el país de elementos indeseables, pero, curiosamente, fueron mucho más tolerantes con el Islam que con los ortodoxos, es decir los serbios, a quienes estaban dispuestos a aniquilar. La limpieza étnica viene de muy lejos. Así, en junio de 1941, apenas dos meses después de hacerse con el poder, crearon el campo de concentración de Jasenovac.

Para que os hagáis una idea, ésta es una de las fotos menos crudas del Campo de Jasenovac. 

Auschwitz. Sí. Majdanek. Mauthausen. Dachau. Treblinka. Quien más quien menos, todo el mundo conoce esos nombres. En la historia, Jasenovac se quedó entre las últimas filas del horror, cuando, en realidad, estamos hablando de uno de los mayores campos de exterminio de toda Europa, y donde, si es que en esto puede haber grados, la crueldad humana alcanzó límites tan inimaginables que los oficiales nazis de Auschwitz que lo visitaron salieron horrorizados.

Tras la guerra, los oficiales del campo corrieron distinta suerte. Algunos emigraron a Argentina y fueron posteriormente extraditados; hubo quien, como Ante Pavelic, recibió asilo político en la España de Franco; otros fueron ejecutados al final de la guerra por los partisanos, de alguno se perdió el rastro, y uno de ellos, Vjekoslav Luburic, fue asesinado en 1969 en Carcaixent, Valencia. Sigue siendo un misterio quién ordenó el asesinato.


Fascinante. Espeluznante.

Pero los ustachas son tan sólo una de las muchas caras del horror. Los serbios tenían en los chetniks, con Draza Mihailovic a la cabeza, a su organización paramilitar y asesina. Los Partisanos de Tito, por su parte, pese a haberse ganado cierta aura heroica por su lucha contra las Potencias del Eje, no dudaron también, tanto durante la guerra como tras el fin de ésta, en lanzarse a asesinar a diestro y siniestro a quienes consideraban colaboracionistas.

Y si mi curioseo sobre la historia de Yugoslavia se ha centrado sobre todo en la segunda mitad del pasado siglo, la novela, como ya he dicho, va mucho más allá, y llega, si no recuerdo mal, hasta 1873. Capítulo tras capítulo, los personajes centrales van y vienen hasta que, con su nacimiento, desaparecen, mientras sus incontables historias, algunas de las cuales darían para toda una novela, se entrelazan con los acontecimientos históricos con la misma naturalidad con que para nosotros ciertas noticias son inseparables del lugar donde las recibimos.


De Miljenko Jergovic leí hace unos meses Buick Rivera, una historia donde el conflicto de los Balcanes es tan sólo el telón de fondo de una historia situada en los EEUU. Me pareció una muy buena novela, y por ello me lancé con entusiasmo a la que nos ocupa. Un entusiasmo innecesario, por otra parte, ya que la historia nos atrapa desde la primera línea. Tengo ahora esperándome Los Karivan, que parece compartir algunos aspectos con con La casa... Mejor esperar un poco.

Miljenko Jergovic, bosnio de nacimiento, croata de adopción, tiene, además de pinta de buen tío, una gran cualidad: no es nacionalista. Pues sí, señores, parece ser que fuera de nuestras fronteras, incluso en una tierra como los Balcanes, no sólo hay gente que tiene la habilidad o el coraje de declararse no nacionalista, sino que incluso los demás se lo toleran. Es más, pareceque incluso le creen. Quiero emigrar.

La casa de nogal, en suma, es una de las novelas más impresionantes y que más me han hecho disfrutar en mucho tiempo. Espero que haya quedado claro que el interés de la obra no se limita a su aspecto histórico. Jergovic es un narrador extraordinario, capaz de crear unos personajes tan épicos como verosímiles; capaz de hacernos pasar casi sin darnos cuenta de una historia a otra sin perder jamás el hilo; de recorrer la historia de su país y, lejos de abrumarnos, tenernos completamente absortos, y, siendo difícil elegir, capaz de brindarnos unas úlltimas y orsonwellesianas páginas que son de auténtica antología.


lunes, 7 de octubre de 2013

El humor en los tiempos del NEP


La primera vez que oí hablar de Zóschenko fue cuando estudiaba en la Unión Soviética. En clase de literatura, el primer día el profesor nos preguntó qué autores conocíamos. Mientras le recitábamos toda la lista del XIX, su rostro se iba descomponiendo en sucesivas muecas de desazón. "Sí -dijo-, Turguénev, Gógol, muy bien, pero ¿literatura soviética? ¿No conocéis ningún autor soviético?". Nos quedamos todos en blanco. Si por lo menos en ese momento hubiera preguntado por Pasternak o Bulgákov, podríamos haber salvado nuestra dignidad. Pero cuando preguntó, un tanto airado: "¿Zóschenko? ¿No habéis oído hablar de Zóschenko?", sólo pudimos responder con el más embarazoso y filisteo de los silencios. Mal inicio de curso.


No es de extrañar la indignación de aquel entrañable profesor llamado Grigorii. Mijaíl Zóschenko fue, desde la creación de la Unión Soviética, uno de los autores más queridos y populares en el país, popularidad que, sin embargo, apenas si llegó a occidente. Se conoce a Zóschenko sobre todo como autor satírico, aunque, nos dice wikipedia, tal consideración peca de superficial. Zóschenko fue un gran cuentista, y la sátira (palabra que a mí me resulta demasiado fuerte para describir sus relatos) ocupa tan sólo una pequeña parte de su producción. En cualquier caso, es por sus escritos satíricos por los que destaca y con ellos, además, entronca con la gran tradición rusa que va desde Gógol hasta Bulgákov o Ilf y Petrov, por quedarnos en el NEP.

"De la Rusia del NEP nacerá la Rusia socialista"

La mayoría de relatos recogidos en Matrimonio por interés y otros relatos (1923-1955) pertenece a ese periodo de la entonces recién nacida Unión Soviética, en que, a instancias de Lenin, que ya se había dado cuenta del desastre económico que, más que cernirse, asolaba ya a todo el país, decidió llevar a cabo una tímida flexibilización de la política económica. Dicha flexibilización, conocida como el NEP (novaya ekonomícheskaya politika) o "capitalismo de estado", tenía como objetivo estimular la pequeña empresa, mientras el estado seguía controlando la gran industria, la banca y el mercado exterior. Todavía hoy se discute si el balance de esta política económica fue positivo o no, dado que, junto a la nueva prosperidad y el enriquecimiento de pequeños y medianos empresarios y cooperativas, volvieron las grandes desigualdades y un terrible aumento del desempleo. En definitiva, mucho dinero y muy mal repartido, mucho nuevo rico y muchísimos viejos pobres.


Acantilado publicó este volumen en 2005, es de suponer que con escaso éxito, ya que desde entonces no ha vuelto a publicar a este prolífico y excelente autor ruso. Y es que el humor de Zóschenko parece bastante difícil de trasladar al lector español contemporáneo. En primer lugar, está la dificultad de la lengua. En aquellos años no sólo se estaba construyendo un nuevo país, sino también un nuevo hombre. Tan ambiciosos proyectos suponían, evidentemente, una tentación irresistible para cualquiera que quisiera pitorrearse de la tesitura. Pero además, todos sabemos que no hay sociedad nueva sin lengua nueva. Zóschenko juega con estos aspectos en proceso de transformación, donde la lengua de la calle (que en ruso tiene una cantidad de registros que se me antoja muy superior al español) intenta acercarse a la grandilocuencia de los nuevos tiempos con resultados grotescos, y muy difíciles de reflejar en un español de hoy.

Uno de los muchos cuentos sobre Lenin que escribió Zóschenko 

Otro obstáculo para apreciar la comicidad de estos relatos se debe a la que es, probablemente, la seña de identidad de Zóschenko. Nuestro autor recomendaba que sus relatos fueran leídos en voz alta, y parece ser que él mismo ofrecía lecturas públicas en los que el público se desternillaba. Su estilo serio y seco, que contrastaba enormemente con el absurdo de sus historias, así como el modo en que jugaba con los diferentes registros, hacen de nuestro autor una especie de Eugenio (mucho ruso en Rusia) de la época. De hecho, muchos de estos relatos parecen monólogos de un cómico.

Los baños
Queridos ciudadanos, dicen que en América los baños son magníficos.
Allí, por ejemplo, llega un ciudadano...

Caído de la luna
En los últimos dos años la vida ha cambiado mucho.
Y, ante todo, resulta curioso señalar que los robos casi han desaparecido.
La gente se ha vuelto como quien dice...

Europa
A los rusos les encanta hablar mal de su propio país. Que si esto está mal, que si aquello no les gusta. En cambio en Europa, mire usted por dónde, todo es fantástico...

La foto
Este año necesité una foto para un carné. No sé cómo debe ser en otras ciudades, pero en la nuestra, en provincias, retratarse para una foto no es cosa sencilla ni habitual.

De hecho, las características ya mencionadas de oralidad, uso del argot, contraste entre diferentes registros y narración en primera persona dirigida a un lector-oyente, constituyen los rasgos fundamentales del сказ. El skaz es un estilo de narración típicamente ruso, procedente posiblemente de la tradición oral, pero el término en sí se aplicó por primera vez a las obras de Gógol, con quienes Zóschenko y Bulgákov tenían tanto en común.

Casa museo de Mijaíl Zóschenko

Todos los relatos de este volumen de Acantilado son excelentes en su planteamiento y desarrollo, pero, para el lector actual, quizá adolecen en su desenlace de cierta ingenuidad, por lo menos si en ellos buscamos ese humor genial por el que se le recuerda en Rusia. Claro que, bien mirado, en esa ingenuidad radica también parte de su encanto. En cualquier caso, a mi juicio, es el carácter tan popular de este autor lo que hace que, al lector de hoy, Zóschenko le parezca mucho más interesante y agudo que estrictamente divertido. Da la impresión de que Zóschenko quería asegurarse de que todo el mundo, hasta el último mujik, fuera capaz de entender sus relatos, por lo cual hacia el final de éstos cae en la obviedad. En otras palabras, en más de una ocasión el autor nos "explica el chiste". Hoy, en una época tan cínica y listilla como la nuestra, creo que Zóschenko les cortaría el final a muchos de sus relatos.

El carnet de la Unión de Escritores Soviéticos. La diferencia entre comer y morirse de hambre

Pese a su retrato satírico de la joven Unión Soviética, Zóschenko fue durante mucho tiempo el autor favorito de las clases dirigentes, que veían en su obra la denuncia del filisteísmo burgués y la burla del antiguo régimen. Después de la guerra, sin embargo, Stalin decidió que esa burla estaba yendo demasiado lejos, pues parecía que ni siquiera el divino Vladímir Ylich iba a estar a salvo. Así que se acabó lo que se daba. De la noche a la mañana, Zóschenko se convirtió en un decadente propagador de putrefactas ideas apolíticas, por lo que, en 1946, junto con Anna Akhmátova, fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos. Se le privó de la cartilla de racionamiento, sus libros dejaron de editarse, los teatros cancelaron las representaciones de sus obras, y nuestro autor cayó prácticamente en la indigencia. No fue hasta cuatro meses después de la muerte de Stalin cuando Zóschenko fue admitido de nuevo en la Unión de Escritores.

Aquí podéis leer tres breves y muy interesantes autobiografías que escribió Zóschenko en diversos momentos de su vida

Bulgákov antes de hundirse

Una de las llamadas telefónicas más conocidas de la historia de la literatura es la que hizo Stalin, en abril de 1930, a Mijaíl Bulgákov. El padrecito de los pueblos telefoneó el día después del entierro de Mayakovski, y quieren algunos creer que Stalin, sabedor de que Bulgákov no aguantaba más en el paraíso de los proletarios (célebre es también la carta que le había escrito el escritor, rogándole que le dejara salir del país), quería evitar el suicidio de otro autor, por quien, además, y pese a tratarlo como a un perro, sentía una profunda admiración.

¿Cómo se piden las cosas? "Pido al Gobierno de la URSS que me ordene con toda urgencia abandonar las fronteras de la URSS"

Durante esa breve conversación, sucedió que, de buenas a primeras, Stalin le dijo a nuestro autor:

¿Y bien? ¿Quizá convenga que se marche usted al extranjero? ¿De verdad tan harto está de nosotros?

A lo que un Bulgákov suspicaz y comprensiblemente acobardado respondió:

He reflexionado mucho al respecto y he comprendido que un escritor ruso no puede vivir fuera de sun país...

No volvieron a hablar jamás, pese al "ya quedaremos" de Stalin, y Bulgákov se pasó el resto de su vida dándose con una piedra en la espinilla y gritándose "¡burro, burro, más que burro!".

Bulgákov, poco antes de morir

Como ya he mencionado más arriba, los años del NEP trajeron una relativa prosperidad que hizo pensar a algunos que eso del comunismo puro y duro tenía los días contados. Quizá fue esta esperanza, mezclada con su desprecio por el régimen y con su intención de convertirse en un escritor odioso al gobierno, lo que en 1925 animó a Bulgákov a escribir la obra. No contento con ello, una vez quedó claro que su publicación era rechazada, la volvió a escribir en una adaptación para el teatro. Vana esperanza, la de Mijaíl. La representación de la obra se canceló y el manuscrito fue confiscado por la policía secreta. La censura soviética no pudo impedir que la obra circulara en samizdat, pero para su publicación legal en la URSS, Corazón de perro tuvo que esperar más de 60 años. Eso sí, en ese momento, 1987, esta despiadada sátira se convirtió en todo un fenómeno cultural.

 y el Nuevo Hombre Soviético se hizo carne

Como señalaba más arriba, la Revolución no trajo consigo sólo la creación de un nuevo estado y una nueva sociedad. El aspecto crucial, más ambicioso y, a ojos de hoy, grotesco, de aquel proyecto era, sencillamente, la creación de un nuevo hombre, conocido como el Nuevo Hombre Soviético. Decía Trotsky en Literatura y Revolución:”La especie humana, el perezoso Homo sapiens, ingresará otra vez en la etapa de la reconstrucción radical y se convertirá en sus propias manos en el objeto de los más complejos métodos de la selección artificial y del entrenamiento psicofísico (léase lavados de cerebro y campos de reeducación). El hombre logrará su meta (...) para crear un tipo sociobiológico superior, un superhombre (Übermensch), si se quiere”. ¿Os recuerda a algo? Trotsky es también el autor de la nada rimbombante afirmación de que “bajo el comunismo un hombre medio podría llegar a ser un Marx, un Aristóteles o un Goethe, y por encima de tales picos, cumbres aún mayores”. Quizá se refería al pico que acabó abriéndole su insigne cabeza.

Corazón de perro es un regalo para los ilustradores

Corazón de perro es una evidente sátira del Nuevo Hombre Soviético, así como una demoledora crítica de la ingeniería social (volvemos a las palabras de Trotsky) tan propia de aquel sistema. Todo comienza con un chucho callejero al que un vil cocinero, concretamente el cocinero de la cantina de los empleados del Soviet Central de Economía Nacional, acaba de escaldar con agua hirviendo. Sharik es un chucho con conciencia de clase, pues sabe distinguir entre camaradas, ciudadanos y señores. Naturalmente considera a los últimos la categoría superior, y lamenta que su destino esté en manos de los primeros.

Entre todos los proletarios, los porteros son la gentuza más abominable. Son los desechos de la humanidad, la categoría más baja.

Por fortuna para nuestro amigo, ese mismo día es recogido por un elegante caballero que lo engatusa con una salchicha. El elegante caballero, que resulta ser un eminente científico, se lleva a Shárik a su casa, donde, al cabo de unos días de observación, le implanta una glándula pituitaria y unos testículos humanos. El resultado, que debería ser un ser superior, poseedor además de la tan anhelada eterna juventud, no es sino un tiparraco zafio, sucio, violento y vengativo, un bolchevique hasta la médula que abomina ahora de su salvador por ser un repugnante burgués.

Ha nacido una estrella
(fotograma de la adaptación de Corazón de perro para la televisión soviética)

La desafortunada metamorfosis del perro en revolucionario de pro se debe a que, según se nos explicará más adelante, las partes humanas se habían extraído de un proletario borracho. No puede extrañar, por tanto, que se acusara a la obra de respirar "un desprecio infinito hacia el orden soviético". Las desventuras del atribulado científico Preobrazhenski y su ayudante Bormenthal, así como la integración del chucho Shárik, reconvertido en un revolucionario Poligraf Poligrafovich Sharikov, en la sociedad soviética, nos brindan momentos de un humor absurdo con aire de farsa. Apenas un año después de su publicación en la URSS, Vladimir Bortko hizo una adaptación para la televisión soviética. La siguiente escena, que en realidad no existe en la novela, os dará una idea bastante aproximada de esta sátira llena de absurdo.


Bulgákov evidentemente no escribió esta obra con la misma ambición y tesón que dedicó más tarde a El maestro y margarita. Corazón de perro no aspira a ser una obra maestra de la literatura, y sin embargo lo es: una obra maestra de la sátira, un brillante ejemplo de la literatura como arma y como desahogo, y una muestra de que nada como la burla es capaz de tocarle las perrunas gónadas al tirano.

Y mientras tanto, el Nuevo Hombre Soviético siguió su evolución natural, brindándonos una generación tras otra de Aristóteles y Goethes. Algunos expertos, sin embargo, consideran que el ciudadano de los últimos años de la URSS pertenecía ya a otra especie claramente diferenciada, y fue un autor soviético, Aleksandr Zinóviev, quien, a principios de los 80, bautizó a dicha especie con el acertado nombre de homo sovieticus, cuyos principales rasgos se describen aquí. Puede resultar curioso que la wikipedia rusa no tenga entradas para el Nuevo Hombre Soviético ni para el Sovieticus, pero más curioso es que Zinóviev, tras la caída de la URSS, se convirtió en el más leninista de todos los estalinistas habidos y por haber. Quién sabe si el mismo Bulgákov, de haber vivido más, habría sido capaz de tamaña evolución.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...