jueves, 30 de diciembre de 2010

Restos de temporada (2)

¿Fue él?, de Stefan Zweig
Zweig siempre nos hace reencontrarnos con el placer de las historias bien escritas y, aunque suene filisteo, a la manera clásica, es decir, de personajes bien dibujados, historias bien desarrolladas, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, y donde el escritor se preocupa más del lector que de su propio ego. ¿Fue él? es una excelente historia de celos que consigue escapar del terreno acostumbrado para este tipo de historias (esposos, hijos, socios), y ofrecernos una nueva perspectiva (un perro). Uno se pregunta si Zweig era capaz de escribir algo malo (lo era: Los Ojos del hermano eterno era un tostón pretencioso, y El Candelabro Enterrado, otro tanto; como les sucede a tantos autores, se pierde cuando sale del terreno conocido). 
Hay que decir, sin embargo, que la publicación de este y otros cuentos en una colección sería beneficioso no sólo para el bolsillo del lector, sino también para apreciar el gran talento del escritor austriaco. Porque lo de Acantilado y Stefan Zweig es de escándalo. Con el éxito de aquellas ediciones de Carta de una desconocida o Veinticuatro horas en la vida de una mujer descubrieron que en Zweig tenían un auténtico filón. Desde entonces no han dejado de publicar hasta novela tras novela, biografía tras biografía, o, como en este caso, cuentecillo tras cuentecillo. Bien... si no fuera porque estos cuentecillos deberían publicarse reunidos en una colección. ¿Alguien se imagina publicar uno por uno los cuentos de cualquier otro escritor?

Ghost World, de Daniel Clowes
Buscando la imagen que acompaña al texto, me he dado cuenta de que se hizo una película de este libro, con una jovencísima y despampanante Scarlett Johansson, y no sólo eso, sino que además la vi hace unos cuantos años. Sí, ya me acuerdo. Steve Buscemi hacía el papel de Skeetes, que, la verdad, le iba que ni pintado. Sin embargo, mientras leía el libro, en ningún momento tuve la sensación de estar repitiendo. Quizá la película no fue tan memorable, quizá falla algo con mi memoria, quizá es algo absolutamente normal que le pasa a todo el mndo.
Divagaciones aparte, la verdad es que Ghost World es un excelente retrato de la adolescencia en el que Daniel Clowes, pese a tratar un tema tan trillado, es capaz de encontrar un tono fresco y entregarnos una historia diferente. Triste. Mucho más dura de lo que parece.

.
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, de A.G. Porta y Roberto Bolaño
Supongo que se debe a que he leído algo a Bolaño y nada a Porta, pero esta novela me parece 100 por 100 bolañesca, bolañiana y bolañil. Como tantas otras novelas primerizas reeditadas de manera semipóstuma (Porta sigue vivo, y espero que por muchos años), el mayor interés radica no en lo que es sino en lo que promete. Descaro, acción y pasión por la literatura.
Consejos... es, antes que nada, una novela muy entretenida que se lee de un tirón. El narrador, Andrés Ros, débil e inseguro aspirante a escritor, se ve arrastrado por su compañera Ana, frívola y cruel, a robar a la casera de esta y matarla. Empieza entonces su vida en la clandestinidad, que ambos saben sólo puede acabar mal. 
La breve historia que completa el libro, "Diario de Bar", es una pequeña maravilla.


Los Gitanos, de A.S. Pushkin
Uno de los sueños que tiene cualquiera a quien un día le da por estudiar ruso es llegar a leer algún día a Pushkin en el original. Pues servidor ha hecho realidad su sueño. Desde luego, mi nivel no me permite apreciar la belleza del estilo de Pushkin al cien por cien, pero creo que sí me ha permitido disfrutar de ese estilo más que si lo hubiera leído en una traducción. Porque ése es el principal motivo de que Pushkin no goce entre nosotros de la popularidad que se merecería. Aparte de Eugenio Oneguin, la obra de este poeta se considera como algo de rusos y para rusos (o estudiantes de), algo que de hecho sucede con la poesía en general. Su obra lírica, de una popularidad en su país incomparable con ninguno de nuestros poetas, pierde demasiados quilates con la traducción, por muy buena que ésta sea.
Los Gitanos narra una historia muy propia del romanticismo (es difícil imaginar a Pushkin sin Byron), con el hombre civilizado que anhela la pureza del buen salvaje.
Tengo en casa casi todas las grandes novelas en verso de Pushkin, en ruso, que compré en la todavía Unión Soviética allá por finales de 1990. A ver si un día de éstos me atrevo con Ruslán y Ludmila.



La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo
La historia del viejo que quiere echar una canita al aire con una ninfa, virgen, o cándida pastorcilla se ha contado en numerosas ocasiones. Me vienen a la mente ahora La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, o las Memorias de mis putas tristes (que no he leído), de García Márquez. Con la primera, aparte de la premisa básica, poco más tiene que ver.
Del buen viejo, que a ratos pierde el adjetivo, sabemos que es viudo, que trabaja en una oficina, que es probablemente un poderoso empresario a quien la Gran Guerra le está haciendo cada día más rico, lo cual no deja de corroerle la conciencia, y que se trata de una persona influyente, a quien acude la gente para que interceda por ellos y les consiga un puesto de trabajo.
Un día se cruza en su camino una cándida jovencita, y el buen viejo, halagado en su doble faceta de hombre poderoso y figura paternal, no puede resistirse a sus encantos y decide llevarla al huerto bajo la promesa de encontrarle un trabajo mejor. A partir de ese momento, el viejo se debate entre su conciencia,  su amor propio, que la jovencita no tardará en herir,  y las últimas pulsiones de su deseo.

"El deseo en él era virilmente sereno, pero total. Eso era algo indudable. No recordaba que en su juventud, como persona delicada que era, cada vez que había comenzado una aventura semejante a aquélla se había debatido entre los grandes problemas del bien y del mal. Ahora sólo veía un aspecto de la cuestión y le parecía que lo que él iba a coger le correspondía, cuando menos como una compensación por todo el tiempo que había estado privado de tanto gozo."

No tardará en darse cuenta de que ha caído en las delicadas garras de una pelandusca.
Y así, a través de esta historia tan vieja y manida, Svevo retrata con una maestría pasmosa la grandeza, la ingenuidad y la miseria del alma humana.


Mad Men, cuarta temporada.
Ya decía, en la reseña de la tercera temporada, que esta serie había cambiado algunos de sus planteamientos iniciales. Esta serie de cambios se han consolidado en esta temporada. Ha cobrado aún más importancia el trabajo actoral y el desarrollo de los actores, y la ha perdido el retrato de la época. De hecho, aparte de la guerra de Vietnam de fondo, pocas pistas nos indican que estamos en 1964. Los temas sociales, como el racismo, el sexismo, siguen presentes, pero cada vez  de forma más anecdótica. Por otra parte, algunos de los personajes, como Roger Sterling, se van convirtiendo cada vez más en esterotipos de sí mismos. Roger era un personaje interesante en las dos primeras temporadas; en ésta es bastante anodino. Y Pete Campbell, desde que se ha "hecho bueno", puede que haya ganado verosimilitud, pero ha perdido interés. En conclusión, sigue siendo una serie espléndida, aunque probablemente ésta sea la temporada más floja de las cuatro. 

Restos de temporada (1)

Mayormente, aquí he metido las lecturas, películas y otras cosas del saber que, a lo largo de este año, por falta de tiempo, ganas o talento no reseñé en su momento.


The Life and Opinions of Tristram Shandy, de Laurence Sterne
Qué voy a decir. Sterne se adelantó dos siglos a la literatura del siglo XX. En Tristram Shandy parece encontrarse todo lo que Joyce, Proust, Woolf, y hasta el postmodernismo crearían (o afirmarían crear). Aquí está el stream of consciousness, la inter-textualidad, y jueguecitos con el diseño de las páginas, entre otros. Divertido, irónico, despojado de pomposidad, y tremendamente original, moderno y sorprendente. ¿El problema? La novela no va a ninguna parte. O si va, no lo indica bien. O si lo indica bien, yo no me he enterado. Así que, en la página 300 me he dicho: genial, pero ya he captado la idea.


A Grief Observed, de C.S. Lewis
Quien más quien menos, todos recordamos la lacrimógena Tierras de Penumbra, con Anthony Hopkins en el papel de C.S. Lewis. La verdad es que, aparte del punto de partida, la película tiene bastante poco que ver con el libro. Éste es, ante todo, una reflexión sobre la fe cristiana y una descripción del conflicto espiritual del autor, devoto católico, cuando su mujer muere de cáncer. Una novelita donde las sucesivas fases de dicho conflicto y su resolución final, concentradas en menos de cien páginas, no dan respiro a nuestro intelecto. Profundo, conmovedor, inteligente y, por curioso que parezca, hasta cierto punto imprevisible. Se impone una urgente relectura.


The Classical World, de Robin Lane Fox
La verdad es que la historia de Roma es complicada. Bueno, de hecho ésta es la historia de la Grecia y Roma clásicas, aunque la de Grecia me parece más sencilla, con pueblos que se matan, pueblos que se alían, pueblos que se traicionan, pueblos que se empecinan, y el de todos conocido rey de Macedonia conquistando por ahí.
En Roma, sin embargo, entre plebeyos y nobles, divorcios y primas, tiranías y dictadores, la cosa es a menudo difícil de seguir. Fox construye su historia sobre lo que él considera los pilares básicos de la historia del mundo clásico: los conceptos de libertad, justicia y, curiosamente, lujo. Muy bien escrito y todo lo ameno que puede ser un libro de estas características. No apto para expertos en historia clásica.


The Story of India, BBC
Casi cualquier documental de la BBC vale la pena verlo. Si además está presentado por Michael Wood, es un crimen perdérselo. Ya había visto en Inglaterra otros documentales suyos, creo recordar que sobre la historia de Inglaterra y la conquista de América. Como en ellos, en The Story of India, Wood, que derrocha entusiasmo (da gusto verlo maravillarse ante las anécdotas que le cuentan, o frente a los restos, apenas reconocibles, de lo que fue parte de una muralla), consigue que presente y pasado vayan siempre de la mano. Wood no nos habla de la historia, sino que nos muestra el país y nos explica las razones históricas, siempre visibles si buscas bien, por las que las cosas son así.


El Anticristo, de Friedrich Nietzsche
¡Qué barbaridad! Y dicen que este libro lo escribió antes de volverse tarumba. La verdad es que el libro está perfectamente estructurado, organizado y, dentro de tanta bilis y vituperio, relativamente bien razonado. Nietzsche no era nazi, vale, y de hecho, nada en este libro puede sugerirlo. Sí es cierto que el nazismo se regocijó en la reflexión que hace el autor sobre el triunfo de los débiles y, en definitiva, la condena de la humanidad. Una lectura influyente, jugosa, y, probablemente, de lo más ameno que escribió Nietzsche.



Paisaje con grano de arena, de Wislawa Szymborska
¿Quién es esta señora?, nos preguntamos muchos cuando hace unos años le concedieron el Nobel. Pues es un pedazo de poeta como la copa de un pino. Ya hace tiempo que devolví el libro a la biblioteca, pero este volverá a entrar en casa y se quedará para siempre. Pocas veces he leído una poesía tan profunda, ingeniosa, divertida, trascendental, bella y fascinante como la de Szymborska. El libro acabó con las puntas de todas las páginas dobladas, y cada poema merecería una reseña especial. De hecho, creo que hubo sólo un poema que me sobró, en el que la autora fallaba a su propio estilo. Una absoluta joya.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La alegría, de Giuseppe Ungaretti

Feliz reencuentro con la poesía.
Ungaretti nació en Alejandría, de padres italianos, y pasó allí su infancia y adolescencia. Desde allí fue a estudiar a la Sorbona, y dos años más tarde, con el estallido de la guerra, se alistó en el ejército. En La alegría tanto Alejandría como París, las trincheras o la ciudad de Lucca, de donde eran sus padres, sirven de escenario a sus bellísimos poemas.
La alegría se compone de unos versos de una gran sencillez formal, y de una estructura del poema caracterizada por la "condensación o concentración expresiva", como la describe acertadamente Andrés Sánchez Robayna en su iluminadora introducción, "La nada anonadante de Giuseppe Ungaretti".
Fascinante la relación que establece Sánchez Robayna entre el estilo de La alegría y las poesías china y japonesa. Se refiere el autor a la técnica ideogramática y al uso de la phanopoeia (proyección en la mente de una imagen visual). Afirma que "no hay duda de que los poemas japoneses de Marone y Harukichi Shimoi le enseñaron (¿le confirmaron?) el esplendor silencioso, blanco, que surge de las imágenes en yuxtaposición." Cita a continuación a Marshall McLuhan, quien dijo que "el arte y la poesía del Zen crean envolvimiento por medio del intervalo, no por la conexión".
Más adelante, "la fuga de sentido parece operar, como en Mallarmé, en el espacio que aísla las estrofas (aquí los versos-estrofas); ese blanco es el receptor, por así decir, de un sentido al que remite el "negro sobre blanco" de los versos en la página, y que responde enteramente a la relación de vacío-lleno (...) enunciado por el autor del Coup de dés (...). El sentido está en el blanco o es el blanco, poblado de imágenes en el vacío. Las palabras representan una ruptura del silencio que sólo al silencio remiten, al blanco, al vacío del entorno: el blanco entre las estrofas y el blanco mayor de la página, el silencio total o el blanco absluto."
Aparte de la técnica ideogramática y el envolvimiento por conexión, también otro de los rasgos principales de La alegría parece provenir de la poesía oriental, a saber, la concentración o condensación antes mencionadas, que nos remiten en ocasiones al haiku.

ALFOMBRA

Cada color se expande y se recuesta
en los otros colores

Para estar más solo si lo miras


RECUERDO DE AFRICA

El sol rapta la ciudad

Ya no se ve

Ni siquiera las tumbas resisten demasiado

En esta nada anonadante de la que habla Sánchez Robayna, la nada de la que nacemos, en la que nos hallamos y a la que regresamos, en esta nada que todo lo pervade y todo lo cubre, Ungaretti descubre diminutos resquicios que le permiten un vislumbre de lo que hay al otro lado, llámese como se quiera llamar. En las propias palabras del autor, en sus notas a los poemas:

Exultancia que el instante, al acaecer, provoca porque es fugitivo, instante que sólo el amor puede arrancar al tiempo, el amor más fuerte que no pueda ser la muerte.

Es ésta pues, una poesía de instantes fugaces, de relaciones invisibles, ocultas en el blanco del papel, una poesía de destellos en un mar de negritud,

SERENO


Después de tanta
niebla
una
a una
 se revelan 
las estrellas


Respiro
el fresco
que me deja 
el color del cielo



jueves, 23 de diciembre de 2010

Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño (2)

Entiendo perfectamente a los que consideran a Bolaño un genio, a los que piensan que representa la voz más innovadora en lengua castellana de las últimas décadas, a los que dicen que ha marcado un antes y un después.
Pero también entiendo perfectamente a los que piensan que es un escritor más que sobrevalorado, a los que opinan que sus novelas carecen de un argumento capaz de interesar a nadie, a los que piensan que engancha palabra con palabra, frase con frase, página con página, e historia con historia para al final no decir nada, a los que se aburren con personajes que no hacen más que follar y leer poesía.
Los entiendo perfectamente a todos. ¿Y a qué se debe esta capacidad de comprensión? Pues a que yo estuve allí, y ahora estoy aquí. Estuve limpio mucho tiempo. Resistí. Me decían "¿Un poquito de Bolaño?" y yo decía "¡no!". Venga, que no pasa nada. ¡No!... Y ahora aquí me tenéis. Enganchado. Condenado.

Así empezó todo, con esta primera frase:

He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.

La frase es del narrador de la primera y tercera parte, Juan García Madero, personaje con mucho del autor. Más del autor tiene otro personaje, Arturo Belano, uno de los grandes nombres del real visceralismo. En cualquier caso, no hay duda de que la escritura de Bolaño mismo es visceral. Realista y visceral. Es visceral en el sentido de que el autor se vuelca, o mejor dicho, y por romper de paso el tópico, Bolaño se vomita a sí mismo sobre el papel. Quien lee a Bolaño, lo conoce. No puede ser de otra manera, después de pasar 600 páginas en compañía de sus vísceras.

¿Quieres ganar el Herralde? Pues te voy a dar un consejo: sé tú mismo.

De acuerdo, la sinceridad no es necesariamente una virtud en la literatura. Todos sabemos de aquel poeta de refinadísima sensibilidad que resultó ser un simpatizante nazi, o de aquel novelista, tan comprometido con la libertad, que en sus ratos libres se dedica al castrismo. Y pese a que no por ello dejamos de admirarlos y tenerlos en altísima estima, la verdad es que tamaño descubrimiento no deja de sorprendernos ingratamente. Ergo la sinceridad sí puede ser una virtud, en tanto en cuanto que uno lee a Bolaño y sabe que no tendrá que hacer de tripas corazón por sus esqueletos en el armario. Hay lo que hay. Pasión enfermiza por la lectura, espíritu independiente, insumisión hacia los cánones, indiferencia ante el éxito, poesía a raudales, tanta erudición como candidez, y toda la vida del autor desgranada en sus personajes y sus incontables historias. Porque...

...en este autor es imposible separar su vida de su obra literaria. Toma ya lugar común. Pero con Bolaño es diferente. Los Detectives Salvajes es la vida de Bolaño. Por descontado esto no tiene nada que ver con una escritura autobiográfica. Bolaño es literatura, su vida es literatura, se alimentó de literatura y probablemente murió de lo mismo. Puedo verlo pasando las noches en vela leyendo, fumando y leyendo, encadenando un  libro con la colilla del anterior. Y Los Detectives... = Bolaño = literatura.


¿Cómo? ¿Que de qué trata Los Detectives Salvajes? Ah, bueno, y yo qué sé. Pues supogo que trata de...

(retiro temporalmente el resto de la reseña, que voy a presentar a un concurso que hay por ahí).

viernes, 17 de diciembre de 2010

Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño

Empecé Los Detectives Salvajes hará un par de años, y la dejé en la página ciento y pico por parecerme un soberano coñazo. Sería que no estaba maduro.
¿Pero cómo? ¿Inmaduro, yo? 
Como buen cateto que soy, tuve que ver cómo Bolaño se ha convertido en la sensación literaria en los EEUU, para decidirme a darle una segunda oportunidad. Bueno, sucedió eso y que leí algunas de sus obras menores en el interín. 
Después de El Gaucho Insufrible, Entre Paréntesis, y alguna otra de cuyo nombre, me había convertido en lector con fuertes inclinaciones Bolañistas. Deseaba, anhelaba que Los Detectives... me gustara. Mis sueños se han hecho realidad.
Hállome en la página 369, y todavía me faltan unas 240,de un libro gordo gordo gordo y apretao.  Y tengo que decir que a la incontenible verborrea de Bolaño no le sobra ni una palabra.
Continuará.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El Paraíso en la otra Esquina, de Mario Vargas Llosa


Con este libro, publicado hace ya siete años, Vargas Llosa continuaba explorando (como lo sigue haciendo ahora, con su reciente El Sueño del Celta) los sueños, obsesiones y delirios de algunos, ora destacados, ora pseudo-ignotos, utópicos de la historia (¿para cuándo una sobre...?). En este caso, la búsqueda del paraíso era la de Flora Tristán, pionera de la lucha obrera en la Francia de los años 1840, y Paul Gauguin, el agente de bolsa que a sus treinta y tantos tacos le dijo a su mamá que quería ser artista (en realidad se lo dijo a la danesa de su mujer, a la que le encalomó los 5 churumbeles que le había hecho y los dejó allí en Copenhague).
Como en otros de sus libros (estoy pensando en La Tía Julia...), El Paraíso... son dos historias separadas (Francia, Tahití, y 50 años por medio) narradas en capítulos alternos. En ellos, somos testigos de las tribulaciones de Flora Tristán, conocida como Madame-la-Colère, intentando ganar para su causa a una clase obrera tan embrutecida y degradada que parecía ni darse cuenta de la miseria en que vivía. Flora no tiene que enfrentarse tan sólo a la autoridad, a los patronos y empresarios, o a los reticentes y temorosos obreros, sino también a lo que ella considera absurdas teorías de sus teóricos correligionarios, a saber, fourieristas, falansteristas, y otras cosas del revolucionar.
Por su parte, Paul Gauguin, pintor de vocación tardía, descubierta su nueva pasión, rechaza su vida de burgués y, en Bretaña primero, en Tahití después, se lanza a la búsqueda de una sociedad "pura", libre de los prejuicios cristianos y burgueses.
Como ya he dicho anteriormente, el talento y el estilo de Vargas Llosa se bastan para hacer fascinante cualquier cosa que escriba, y El Paraíso... no es una excepción. Bien es cierto que no está a la altura de Conversación... o La Fiesta del Chivo, pero qué gusto da leerlo (y más después de la mala racha que he tenido con las últimas novelas que he leído).
¿Qué une a Tristán con Gauguin? La respuesta obvia es la sangre, ya que la primera es abuela del segundo. Más importante, por supuesto, es la búsqueda del paraíso que ambos emprenden. En este mundo. En la otra esquina, a la vuelta de la sociedad, como quien dice, que es donde lo busca Flora, o en el otro rincón, confín, rinconfín (toma Cabrera Infante que ha salido) del mundo, para donde enrumba (!!) Koke. Y de fondo, Perú, ah el Perú, siempre el Perú.
Impresionante trabajo de documentación de Vargas Llosa, que, como todo grande, sabe transmitir al lector la urgencia de ahondar en la historia, y andarse y perderse por las ramas. Flora Tristán no está en la Enciclopedia Británica (sí en wikipedia). Los foureristas. Los mahu. Google nos muestra las obras mencionadas de Gauguin. Gauguin el sifilítico. La sífilis ha tenido que debilitarse para sobrevivir, las horrorosas malformaciones físicas de su manifestaciones más graves impedían la expansión del virus, la supervivencia del más débil. Koke atraído por el canibalismo, símbolo de la regeneración de la vida, de la pureza primitiva. Gauguin y El Holandés Loco. El Perú independiente aferrado a las maneras coloniales. Flora y Marx, Marx y Flora...
La Historia, la fabulación, el dominio magistral de todas las técnicas literarias convierten este libro en una absoluta gozada. Y cuando llega la muerte, bellísima descripción de los últimos días de Koke, cruda crónica la de sus restos.
He aquí el enlace con una entrevista con el autor sobre la novela.
Gran novela.


Sin embargo, empero y ello no obstante, a ver si se enteran señores de Alfaguara, no sean pusilánimes ni catetos, incluso uno de los mayores escritores del siglo XX en cualquier lengua puede necesitar de una revisión por parte de la editorial. Porque ahí donde lo ven, el señor Vargas Llosa se empeña en poner una coma después de cada "pero":
Pero, no fue ese trabajo estúpido...
Pero, la razón por la que...
Se olvida preposiciones:
...convenció a los jóvenes discípulos de Paul que se metieran...
O escribe tonterías como:
Millones de personas se quedan viudos o viudas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Inolvidable (Too Cool to be Forgotten), de Alex Robinson


Andy, un cuarentón que quiere curarse de su adicciónal tabaco, se somete a una sesión de hipnosis. En cuanto entra en trance, vuelve al año 1985 y se encuentra de nuevo en su instituto de secundaria. Tenemos así a un privilegiado que vuelve a su adolescencia con todo la experiencia y conocimiento que (a algunos) da la madurez.
Huelga decir que Inolvidable (traducción bastante pobre y perezosa del original) no es una versión gráfico-novelada de aquellas inolvidables pelis tipo "despelote en el campamento". Cuando Andy regresa al instituto, es inevitable que piense en utilizar en su beneficio toda esa experiencia. Pronto, sin embargo, nos damos cuenta de que el asunto de fondo es más serio. El protagonista no tarda en descubrir que, si ha regresado a esa época, es para poder rechazar aquel primer cigarrillo que lo convirtió, con el tiempo, en un fumador empedernido. Andy es, pues, un privilegiado que va a disfrutar de la oportunidad de corregir sus errores. Y esos errores van más allá de la falta de valor para pedirle una cita a la chica de sus sueños.
Andy se da cuenta de lo sencillo que es plantar cara a los matones, de que la gente que más vale la pena conocer son aquellos "raros" de los que nos reímos; de que los líderes, por los que perdíamos el culo por que nos permitieran estar a su lado, no eran sólo cobardes y superficiales, sino también un soberano coñazo; Andy, sabedor de todo lo que de bueno tiene el destino que aguarda a esos chicos rarillos sin amigos, intenta darles ánimos, intenta hacerse su amigo, pero los tíos guays se ríen de él. En resumen, el hombre de 40 años, experimentado, maduro y conocedor del futuro, se esfuerza por evitar que los chicos con los que creció arruinen sus vidas o se la amarguen a los demás. Esfuerzos que caen en saco roto, por descontado. Y así debe ser. Porque el autor en ningún momento pretende dar un sermón. Es necesario hacer el idiota, nos dice, y ser, en ocasiones, un auténtico capullo. En eso consiste la juventud. En hacer oídos sordos a las palabras sabias de nuestros mayores, aun sabiendo que tienen razón. A veces hay que decidir si preferimos pasarlo bien hoy y amargarnos el futuro, o apretar los dientes, capear el temporal de nuestros 15 años, y esperar que el destino nos compense.
Asistimos así a una desmitificación de la adolescencia, una época que esconde una gran tragedia: los errores que cometemos entonces no tienen vuelta atrás, no se pueden corregir, y, por mucho que se piense que tenemos toda la vida por delante para hacerlo, nos equivocamos. Las consecuencias de esos errores, a diferencia de los que cometeremos en nuestra madurez, nos acompañarán toda la vida: ese miedo a que la chica se ría de nosotros, ese viaje al volante borracho, ese polvo sin condón, ese visceral rechazo del padre hasta que es demasiado tarde... Durísima escena final, conmovedora, inolvidable.

Mi Madre, de Richard Ford

La vida de la señora Ford no tuvo mucho de destacable, fue una vida como la de millones de personas. La vida del padre de Marcos Giralt Torrente fue bastante más interesante. Pero Richard Ford sabe que la buena literatura no necesita de personas fascinantes. Por eso Mi Madre es buena literatura, mientras que Tiempo de Vida no.

Mi madre se llamaba Edna Akin y nació en el lejano rincón noroccidental del estado de Arkansas. (...) Sólo diez años antes ladrones y forajidos poblaban el paisaje. (...) No hago hincapié en estas circunstancias por sus posibilidades novelísticas (...) sino por la impresión que dan de pertenecer a una época remota y un lugar lejano e inaccesible.


La parte de la vida de nuestros padres que compartimos los hijos no suele ser especialmente fascinante, y si lo es, no nos lo parece, puesto que para nosotros es lo normal. La parte de su vida que desconocemos sí es interesante, aunque no tenga nada de especial. Es una parte de nuestra vida (en la medida en que somos parte de nuestros padres) en la que no estamos presentes. De ahí la fascinación que ejercen sobre nosotros aspectos como la infancia de nuestros padres.
Eso es lo que hace Richard Ford en este libro: escarbar en el vínculo entre su pasado (tierra de ladrones y forajidos) y aquello en lo que él se ha convertido. Al contrario que Giralt Torrente, no intenta explicar nada, no intenta ahondar en las complejidades de su relación con su madre. El autor nos dice que este libro es un acto de amor a su madre. En vida le dijo "te quiero", y se lo vuelve a decir ahora.
Ford no siente remordimientos por lo que hizo o dejó de hacer. Sabe que su relación con su madre tuvo poco de especial y, como buen escritor que es, sabe transformar ese carácter corriente y moliente de su relación en literatura.
No le duelen prendas en admitir


Casi desde el principio tuve la sensación de que la muerte de mi padre me entregaba al menos tanto como me quitaba. Me dejaba vivir mi vida de acuerdo con mis propios proyectos, me dejaba tomar mis propias decisiones. Peores cosas podían sucederle a un muhacho que perder a su padre -incluso un buen padre- precisamente cuando el mundo empieza a desplegarse a su alrededor.


Convertir lo normal, lo que cualquier adolescente en su situación podría haber sentido (porque los sentimientos de Ford son normales, aunque sólo él se atreva a darles voz; el amor a su padre es incuestionable), en universal, eso es lo que este escritor sabe hacer. Convertir lo excepcional en tedio es lo que hace el autor de Tiempo de Vida.
Mientras Giralt Torrente nos abruma y aburre con la cronología de sus viajes, mudanzas y exposiciones, Ford escoge cuidadosamente sus recuerdos, y no intenta darles una explicación. ¿Por qué recuerda tan vívidamente el día que el coche se estropeó en un puente? No lo sabe, ni intenta averiguarlo. Sabe qu el lector reconocerá el misterio de la memoria.

Y conocí con ella ese momento que todos querríamos conocer, el momento de decir: "Sí, las cosas son así". Un acto de conocimiento que confirma el amor. Conocí eso. Conocí muchísimos momentos como ése con ella, los conocí incluso en el instante en que ocurrieron. Y ahora. Y, supongo, los conoceré siempre.

Tiempo de Vida, de Marcos Giralt Torrente


Qué libro más malo. Más rematadamente malo. Y dicen los entendidos que Giralt Torrente es uno de los más firmes valores de la narrativa española.

Por partes. Tiempo de Vida trata de un tema emotivo y universal, como es la relación entre padre e hijo, y lo que queda de esa relación tras la muerte del primero. Giralt nos cuenta su experiencia personal tras perder, hace muy pocos años, a su propio padre. Y lo hace de una manera sincera, sin obviar más que lo estrictamente necesario por razones de buen gusto o, en ocasiones, legales (me refiero, claro está, a la amiga que su pade conoció en Brasil).
El comienzo es prometedor, con el autor hablándonos de la dificultad de escribir este libro, de sus lecturas relacionadas con el tema, y de la forma en que comienzan esos libros. Interesante y ameno, este comienzo se lee casi como una obra en proceso.
A las pocas páginas, sin embargo, comienza la historia, y decimos "jooodeeeer".
Porque lo que de verdad caracteriza a esta obra son sus ABSOLUTAMENTE INSUFRIBLES repeticiones. Un ejemplo: en las páginas 56-57 tenemos once párrafos. Pues bien, todos y cada uno de ellos empieza con "entre 1984 y 1990". En las páginas siguientes, hay algunos (3) que empiezan con "En 1985", y cuando éstos acaban, vienen los de "En 1986" (otros 3), seguidos de 4 con "En 1987" para, a continuación... ¿Hace falta seguir? Va, un poco más: entre las páginas 155-156, tenemos un párrafo que ocupa casi una página entera. Pues bien, en él TODAS LAS FRASES (14) empiezan con "nos atascamos". Este estilo desolador se repite constantemente a lo largo de la novela, pero en algunas ocasiones ataca con especial virulencia. En p. 163 le toca el turno a "Me arrepiento". No bien ha agotado el autor ese "Me arrepiento" cuando empieza con "No me arrepiento". Incluso hacia el final, cuando el desenlace, aunque esperado, no deja de ser emotivo, tuve ganas de tirar el libro por la ventana. Página 196: he contado 26 "He visto una exposición" en el escaso espacio de una página. 26. Veintiséis. Twenty-six.
Pero en los escasos momentos en que deja de repetirse y decide utilizar otros recursos estilísticos para indagar en la compleja relación con su padre, el resultado es el siguiente:
Yo sí le reproché, en ocasiones, que cuando me regalaba algo lo hiciera a escondidas; yo sí le reproché, en ocasiones, que sólo nos viéramos para comer y casi siempre en martes, cuando a él le resultaba más fácil esconder nuestras citas; y él mismo debía de ser consciente de que alguna razón tenía, porque, cuando se quedaba solo en Madrid, rompía todas las rutinas impuestas y hacía lo posible por verme más tiempo del habitual. Tedio. Torpeza expresiva. Banalidad. Lenguaje anodino. Así una página tras otra. Todo ello, por supuesto, siguiendo una estricta progresión cronológica lineal. Primero sucedió esto, luego aquello, y entonces lo de más allá. ¡El tedio!
El señor Giralt parece buena persona. Es inteligente, queda bien en las entrevistas. Acaba de ser padre. Por eso me duele en el alma repetir lo rematadamente malo que es este libro.
No he leído nada más de él, y dudo que lo haga. Pero me imagino que un escritor no se labra su prestigio con obras como ésta. Quiero pensar que sus libros anteriores son legibles. A veces se ha quejado, como hacen otros en una situación parecida, de que ser nieto de Torrente Ballester le ha supuesto más un obstáculo que una puerta abierta. No sé qué pensar. Pero sé que si no lo hubiera escrito él, este libro no se habría publicado jamás. No recuerdo el refrán exactamente, pero es algo así como "crea fama y échate a descansar". A un escritor ya premiado, nieto de su abuelo, y que escribe sobre un tema como éste, ¿quién le niega la gloria? Porque aún peor que el libro ha sido la recepción de la crítica. Unánimes elogios. Conmovedor retrato. Me ha emocionado. Una gran obra.
Los críticos en este país están programados. Diles de qué trata la obra, quién la ha escrito, introduce los datos en su ordenador y bzzzzz te sale una crítica fetén. ¿O a lo mejor todo depende de lo que diga la primera, de quién la haga, y luego todos siguen en fila india?
Seamos generosos y aceptemos la posibilidad de que Giralt Torrente se precipitó al escribir este libro con la muerte de su padre aún tan reciente, sin la perspectiva ni el tiempo de reflexión necesarios. Espero que haya sido eso. Porque ni la literatura ni, sobre todo, un padre se merecen un libro como éste. Malo de solemnidad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Rey Blanco, de György Dragomán

Me parece que voy a ser de los pocos blogueros que no cantan las maravillas de este libro. Enorme decepción la que me ha provocado.
¿Motivos por los que este libro prometía tanto? 1) Literatura húngara, me gusta. 2) Libro alabado a diestro y siniestro por críticos y blogueros. 3) El nombre: Dragomán, con resonancias mazingerianas, ¡pero real!
Sin embargo, el gran atractivo del autor para mí se queda en eso, en su nombre y biografía.
Nacido en Rumanía, pero perteneciente a la minoría húngara. Joven, nacido en 1973. En el libro, claramente autobiográfico, relata su experiencia como niño de acontecimientos tales como la explosión en Chernobil, o los últimos años del régimen comunista.
¿Motivos por los que el libro me ha decepcionado? 1) La historia, que tiene un buen comienzo, se queda en una colección de anécdotas o, a lo sumo, en un relato costumbrista de la vida en el tardocomunismo. El señor Dragomán tuvo unas vivencias que podrían dar mucho de sí desde un punto de vista literario. Sin embargo, su falta de talento le impide hacerlo, y no va más allá de unas historias que pueden suscitar cierto interés en una charla entre amigos. El libro no nos revela nada, no nos descubre nada, no nos muestra el desarrollo de la personalidad de los protagonistas, no nos atrapa con la tensión de sus historias. ¿Y cuál es entonces el secreto de su éxito? La verdad, no sé a qué se puede deber. El Rey Blanco nos recuerda a esos libros que vienen a veces de algún país en vías de desarrollo, y que por tener unas historias sencillitas y un narrador medio apañado, nos entusiasmamos con él y nos creemos descubridores de nuevas literaturas. 
"Ahí va, cómo vivía la gente en el comunismo, fíjate, la gente hacía cola para todo, a veces sin saber qué se vendía, cuánto estoy aprendiendo cn este libro".
2) Un libro puede permitirse tener un narrador torpe, con un estilo plano y repetitivo, cuando ofrece algo a cambio, una historia interesante, unos personajes complejos, ideas profundas y atrevidas. Aquí, en cambio, el estilo cansino y anodino acompaña a unas historias sosas cuando no vacuas.
Un húngaro muy mal aprovechado.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Travessant Fronteres, de Czeslaw Milosz



La luz del día (1953) es el segundo de los libros recogidos en esta antología. En él se desarrollan los temas iniciados en Salvación.
En "Hijo de Europa", "nosotros" entonamos un mea culpa por la implicación de todo el continente en el horror que lo ha asolado. El tono de desolación adquiere al mismo tiempo matices de amarga ironía, y nos preguntamos si de verdad seremos capaces de aprender algo del holocausto.
Y de la ironía pasamos casi al cinismo.
Así, se nos dice en (3): sírvete de bellas palabras y conceptos abstractos, intenta así ocultar tu responsabilidad en el horror.
(4) Pero hasta el cinismo se revela débil cuando se muestra de manera explícita. Aun así, a pesar de su rastrera debilidad, vence.
(5) Las palabras, el lenguaje, el arma de los totalitarismos, con la que se justifica lo injustificable.
El poema va adquiriendo un tono didáctico.
(6) Siguen los consejos a un totalitario. Nos ofrece prohibiciones, mientras el lector-súbdito espera ahora las órdenes.
(7) La historia se precede. Muerto el tirano, muerta la dictadura, todos sus antiguos leales súbditos no sólo reniegan de ella sino, como bien sabemos en nuestro país, niegan su propio pasado y su constante y cobarde sumisión.
(8) Hemos alcanzado la condición de borregos encamionados.
En "retrat a mig segle xx" sigue la implacable ironía con la calculada ambigüedad del título. ¿Retrato de quién? ¿Del autor? ¿Del poder? ¿Del pueblo? Pero, ¿hay alguna distinción entre ellos?
El repelús que a muchos nos produce la palabra"nación" está perfectamente explicado en el poema del mismo nombre. Y qué decir del heroísmo nacional:

Gran nació, invencible, irònica nació
Sap reconèixer la veritat mantenint silenci

Hemos tocado fondo. Intentamos ascender de nuevo.
En "Naixement" y, sobre todo, "Sobre l'esperit de les lleis", el poeta anhela recuperar la esperanza y la fe en la humanidad, y hace frente al conflicto entre realidad y deseo, y lo que es más, a la fatal inoportunidad:

Blancs laboratoris de bebès alats
que creixen sempre en una època diferent

Pero la salvación sólo llegará con el reconocimiento de la culpa y con la aceptación de la verdad y de la historia. En "Llegenda", asistimos al conflicto entre leyenda e historia. La diferencia crucial no radica en su verdad, sino en que la primera nos conduce a la repetición del horror.
La leyenda nos acerca así a "Pensament sobre Àsia", donde el poeta evoca la milenaria civilización asiática, quizá como símbolo de la limpieza de espíritu de aquellos capaces de entablar una lucha contra un pasado cruel pero todavía humano.

Un voltor dona tombs en una xafogor sense núvols
Mentre el so de les roques antediluvianes es fum
de l'home, del seus déus i dimonis

En los siguientes poemas caemos de nuevo en la tentación de la venganza, si bien este deseo adquiere un tono más reflexivo en "Faust varsovià". Este horror es nuestro horror:

Qui no ha escrit en llengua polonesa altra cosa
que no fossin odes sensibles, inofensives
ha sentit algun cop altra cosa excepte odi?

Los ecos whitmanianos de "Mittelbergheim"

...Aquí i arreu
és la meva terra, arreu on em giri
i en qualsevol llengua que senti
la cançó d'un infant, una conversa d'amants.

tienen un tono aparentemente más esperanzado. Sólo la espera, la paciencia, la aceptación feliz de la vida, la sencillez,

Una mirada, un somriure, una estrella, la seda arrugada
en la línia del genolls.

 pueden llevarnos a vencer el odio, la envidia y, sobre todo, el miedo. El miedo a nosotros mismos. La esperanza se mezcla así con una suerte de resignación.

...Tranquil, observant
he d'anar a lesmuntanyes en la suau resplendor del dia
sobre les aigües, les ciutats, els camins, els costums.
Foc, poder, força, tu, que a mi
m'agafes pel palmells de la mà on els solcs
són com enormes congosts, pentinats
pel vent del migdia. Tu, que dónes seguretat
en l'hora de la por, en la setmana del dubte,
és encara massa aviat, que el vi maduri,
que els viatgers dormin a Mittelbergheim.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Todo fluye, de Vasili Grossman

Esta fluidez me ha dejado con sentimientos dispares. Sabía de antemano que no estaría a la altura de Vida y Destino, pero aun así esperaba más. Claro que, por otra parte, no se le podía haber pedido más a un Grossman que terminó el libro poco antes de morir.
Pero vayamos por partes. Todo fluye tiene, desde luego, párrafos magistrales y escalofriantes:

Entonces  lo comprendí: todos los hambrientos son, en cierto sentido, caníbales. Consumen su propia carne, sólo les quedan huesos, devoran su grasa hasta el último grano. Luego se les enturbia la razón: también se han comido el cerebro. Se han devorado por completo.

y algunas imágenes inolvidables, como la del fanático bolchevique arrestado por traidor, convertido ahora en un perro fiel repudiado por su amo; o la del juicio a los acusadores y delatores. Huelga decir que Grossman sabe de lo que está hablando, y que la historia tiene la fuerza de la verdad y el valor del testimonio.

Todo fluye gira alrededor del retorno de Iván Grigórievich a Moscú, tras 30 años en campos de prisioneros por supuesta traición a la patria (aquel cruel sarcasmo que era el artículo 58 del código penal soviético), destino que sufrieron decenas, si no centenares de miles de compatriotas. Otros tantos fueron aún menos afortunados. Este regreso y el consiguiente reencuentro con su primo, que no hizo nada por defenderlo; su nueva vida como inquilino en casa de una viuda enferma de cáncer, así como su trabajo en una cooperativa, dan pie al autor para reflexionar sobre la vida en los campos, la deskulakización y los activistas que se encargaron de ejecutarla (terroríficas descripciones, tanto más cuanto que uno se imagina a tantas personas de nuestras sociedad en ese papel), la vida en una sociedad donde sobrevivía el que acusaba a su vecino antes de que éste le acusara a él, la historia de Rusia, su literatura, la revolución traicionada, y los retratos de sus protagonistas.
El retrato de Stalin, por ejemplo, a quien dedica todo un capítulo, puede resumirse en un certero párrafo:
Y es verdaderamente sorprendente que Stalin, aun habiendo aniquilado por completo la libertad, siguiera teniéndole miedo. Tal vez fuese aquel miedo el que hizo que Stalin mostrara una hipocresía sin precedentes.

El libro está escrito con gran talento literario, sentimiento, emoción y sinceridad. Entonces, ¿dónde falla? Pues yo diría que tras la lectura, uno no sabe muy bien qué ha leído. ¿Memorias, ficción, ensayo, historia? La vida en las prisiones y los campos de trabajo soviéticos los retrató como nadie Solzhenitzin, y no he leído mejor y más emotivo retrato de la vida en la Rusia estalinista y tras la muerte del monstruo que Los que susurran, de Orlando Figes. En comparación, y aunque en muchos aspectos sea un libro impresionante, Todo Fluye nos sabe a poco. Da la sensación de que aquí hay algo inacabado, lo cual, por otra parte, y dadas las circunstancias en que fue escrito, es perfectamente comprensible y más que perdonable. 

El Corrector, de Ricardo Menéndez Salmón

¿Inane? ¿Ultraconvencional? ¿Autocomplaciente? ¿Predecible? ¿Políticocorrectísima? ¿Superficial? ¿Aburrida? ¿Vacua? No quiero ser tan severo como para aplicar todos estos adjetivos a esta novela, pero más de uno de ellos le van que ni pintados.
El Corrector es muchas cosas, pero sobre todo es un excelente ejemplo de libro escrito cuando no se tiene nada que decir. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia crónica de aquel infausto 11-M, por lo que, de entrada, un autor que se limite a contarnos la suya debería aportar algo diferente, un nuevo punto de vista, una reflexión interesante, un estudio del cómo, el porqué o el quién. Nada de eso. Ricardo Menéndez Salmón ha decidido que su crónica, que en nada se diferencia de la de millones de españoles, merece la pena ser leída ¿por? Ése debe de ser el único misterio de ese atentado sobre el que, según el autor, "lo sabemos todo".
Naturalmente, nos está vendiendo una novela, así que hay que aderezarla con algunos elementos novelísticos. El protagonista es un corrector de pruebas en una editorial, lo que le da la posibilidad de introducir a Dostoyevski, de quien está revisando una traducción de Los Demonios. Tenemos Dostoyevski a mansalva. Pero en una novela que quiera vender hacen falta también otros personajes (las novelas de un solo personaje son muy aburridas, ya sabéis). Por eso tenemos a su mujer, Zoe, restauradora de obras de arte; a su editor, a un amigo que vive en Madrid, y a un hijo ilegítimo cuya existencia Zoe ignora. Zoe y, sobre todo, el niño no pintan absolutamente nada en la trama, y están ahí para dar pie al autor (y a un, me imagino, agradecidísimo redactor de textos de contraportada) a decir que estamos ante "una confesión a los seres que amamos".
Lo mejor que tiene El Corrector es su brevedad. De lo contrario, se me habría caído de las manos no sé cuántas veces. Como no sé cuántas fueron las veces que miré hacia adelante: "a ver cuánto dura este capítulo, ¡bieeen! es de los que acaban en la página de la derecha, al principio de la página, ¡y luego viene una en blanco!"
Tengo que decir que el libro me predispuso muy mal ya al principio, con esa afirmación de que "lo sabemos todo" sobre el 11-M. Yo soy de esos (tontos, locos, fachas o, si preferís, las tres cosas a la vez) que creen que no sabemos absolutamente nada, y que desgraciadamente nunca lo sabremos. Pero creo que la novela también aburrirá a cualquier lector que crea a pie juntillas la versión oficial y tenga un mínimo de buen gusto literario. De verdad, que a estas alturas alguien nos venga a contar su historia del bigote de Aznar, del peinado de Acebes, o de los tontos tan tontos que dijeron "ha sido ETA", se me antoja un absoluto misterio. ¿Qué buscaba Menéndez Salmón con este libro? ¿Ser uno de los primeros escritores que literaturizaron el 11-M? ¿Entrar con alfombra roja en el club de nuestros escritores más mediáticos, "comprometidos" y sumisos? ¿O simplemente es que tiene un contrato con Seix Barral que le obliga a escribir un libro al año?
En fin, gran decepción, y mi adiós, por un largo tiempo, a Menéndez Salmón.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón

Después de leer La ofensa, y como hago casi siempre antes de escribir una reseña, me he paseado por la red para leer otros blogs y ver qué les había parecido a los demás esta novela. Salvo alguna pequeña discrepancia, bastante bien argumentada por cierto, casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que nos hallamos ante una gran novela o, cuando menos, ante un autor que está dejando ya de ser una promesa para convertirse en uno de nuestros mejores narradores.
La ofensa, al igual que Derrumbe, es una novela muy corta, de apenas 140 páginas de letra bastante grande. En ella se nos narra la vida y tribulaciones de Kurt Crüwell, un sastre alemán que de la noche a la mañana se ve enrolado en el ejército nazi, se despide para siempre de su novia, judía, se convierte en el favorito de su superior, asciende a cabo y participa en la invasión de Francia. Allí, en un pueblo llamado Mieux, será testigo de una horrible matanza que lo condena a una extraña enfermedad: una absoluta insensibilidad.
Del desarrollo de esta enfermedad, de su tratamiento a cargo de un médico francés, Lasalle, y una enfermera británica, Ermelinde, nos habla la segunda parte, mientras que en la tercera vemos cómo se cierra el círculo que se abre con aquella cámara que filma la masacre, y cómo el pasado atrapa a Kurt y le hace rendir cuentas.
Se dice que la novela hace referencia a El corazón de las tinieblas de Conrad. Efectivamente, en un interesante juego de espejos, nuestro personaje central, Kurt, que se derrumba o, casi literalmente, se desintegra en su humanidad ante la masacre del pueblo de Mieux, comparte (casi) el nombre del personaje conradiano responsable de"el horror, el horror". La novela se sitúa, así, en el centro de esta dualidad inocencia-maldad. Del mismo modo, cobran gran relevancia otros temas conradianos como la carga de la culpa y el anhelo e imposibilidad de su expiación.
A mí La ofensa me ha parecido irregular. La primera parte está muy bien narrada, y tanto el estilo como la historia me han recordado al Joseph Roth de La Marcha Radetzky. Hay alguna inconsistencia, como por ejemplo, la ignorancia por parte de Kurt del futuro que le espera a su novia. No había alemán en 1939, y menos aún si tenía una relación con una judía, que no supiera lo que tarde o temprano le iba a suceder a ésta. Esta inconsistencia, sin embargo, no chirría demasiado dada la poca relevancia de Rachel, la novia del protagonista. Más discutible puede parecer el giro final de la novela.
Evidentemente, el autor no tiene la intención de contar una historia verosímil, sino que está utilizando una imagen simbólica. Así, aunque haya ido demasiado lejos al utilizar la casualidad, aunque el reencuentro final de Kurt con su antiguo superior, en el momento preciso de la proyección de la película, resulte del todo inverosímil, todo ello no importa, se nos sugiere, porque no estamos sino frente a una imagen que resume una de las ideas centrales de la novela. ¿Y cuál es esta idea? Toda su vida, Kurt se ha dejado arrastrar,  por la familia, por los acontecimientos, por la vida, por su sensibilidad; acepta y cumple, callado; no cuestiona; nunca toma las riendas. Y en la escena final, no sabemos hasta qué punto es consciente de que se dirige al reencuentro con su pasado, aunque esa consciencia haría más "disculpable" la casualidad. Menéndez Salmón (¿cómo querrá este señor que lo llamen?), parece plantearnos cuestiones sobre la fatalidad, sobre nuestro destino y el modo en que lo buscamos al tiempo que intentamos eludirlo. Aun así, da la sensación de que el autor "se ha pasado". En cualquier caso, estas ideas me parecen más interesantes que el concepto del "cuerpo" como frontera entre nosotros y el mundo, concepto en el que se centra la segunda parte de la novela.
Otra cosa que no acaba de convencerme es el papel del narrador, aunque supongo que aquí intervienen mis gustos personales. Me parece que el punto de vista no está del todo conseguido. Por lo menos, a mí no me acaban de gustar esas intrusiones del autor, y a uno le da la sensación de que Menéndez Salmón no ha sabido trazar una línea clara entre autor y narrador. La enfermedad, a la que el médico francés que lo trata, Lasalle, se refiere como "la metáfora", impulsa al autor quitarle el micro al narrador y ofrecernos párrafos cargados de filosofía. A mi juicio, esos párrafos sobran. Una novela puede "ser filosófica" sin recurrir a tantas preguntas retóricas y un tanto pretenciosas. Coincido con la crítica citada anteriormente en que estos párrafos parecen dirigidos a halagar el ego del lector. También le sobran a la novela unos kilitos de retórica, con esas repeticiones entre lapidarias y de político discurseando.
Con todo, y pese a sus imperfecciones, La ofensa es una novela recomendable, entretenida, con anhelo de profundidad, e interesante tanto en sí misma como en la trayectoria de un novelista que, para mí, todavía tiene que dar lo mejor de sí.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón

Fue a raíz de alguna entrevista con Menéndez Salmón, leída por ahí, que me decidí a leer algo de este señor. Parecía un tipo interesante, inteligente, alguien a quien le interesa bien poco la fama y mucho la literatura. Así que en cuanto vi este libro en la biblio, cortito, de Seix Barral, me dije "a por él".
En su primera parte, Derrumbe parece ser un thriller, aunque no muy al uso. Nos encontramos con un despiadado asesino en serie, y con un detective sagaz, culto, y en plena crisis matrimonial. Hasta aquí, lo normal. También hay un grupo pseudo-terrorista, Los Arrancadores, que se dedica a ir sembrando el terror por medio de sabotajes tales como introducir agujas en los alimentos, carece de reivindicaciones políticas y no persigue otro objetivo que el de sembrar el terror. No obstante, el estilo de esta primera parte no es el habitual en lo que sería un thriller convencional. La intercalación de breves escenas, el hábil cambio de punto de vista; el magistral uso de la elipsis; el lenguaje, a ratos poético, a ratos crudo, así como el tono retórico, nos indican que se trata de otra cosa.
La segunda parte de la novela es la que, por lo menos a mí, más me desconcierta. No porque sea confusa o esté mal escrita, sino porque me pregunto si el autor no habrá ido demasiado lejos al dar rienda suelta a su imaginación. En Promenadia, la ciudad imaginaria creada por Menéndez Salmón, se encuentra Corporama, un parque temático sobre el cuerpo humano, construido sobre un gigantesco modelo, cuyas entrañas pueden recorrer los vsitantes, conocido popularmente como El Hermafrodita. Es allí donde tres jóvenes, Menezes, cultísimo niño de papá rico, y los gemelos Humberto y Hugo, conciben el primero de sus sabotajes. Ahora dejamos de lado el thriller policial y entramos en una historia de jóvenes con demasiado tiempo, demasiado dinero, asqueados de la sociedad y resueltos a llevar a cabo una hecatombe e irse al infierno con los demás.
La tercera parte recupera a Manila, el inspector, y a Mortenblau, el asesino en serie. El título de esta tercera parte, "Padres sin hijos", es bien elocuente. Parece ser ésta una reflexión sobre el dolor de ser padre, sobre los tenues, o casi inexistentes, vínculos que unen a padres e hijos. Manila, Valdivia (uno de los personajes centrales, que aparece en la segunda parte) y el mismo Mortenblau nos muestran diferentes aspectos de este vacío emocional y de este abismo generacional que separa a unos y otros.
Paz. Paz. Paz, es todo lo que uno de los padres puede implorar al final, sabedor de que sólo hay una forma ancestral y terrible de encontrarla.
No sé si Derrumbe es una "gran" novela. En esto de la grandeza siempre hay grados. Es, desde luego, muy interesante, original, arriesgada, y además se lee de un tirón, cosa que no siempre sucede con las novelas cortas. A mí me ha descubierto a un autor al que pienso seguir leyendo, y cuya novela anterior, La ofensa, la tengo ya esperando en una pila de libros.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cambio de rumbo. Crónica de una vida, de Klaus Mann


Cuando se es hijo de uno de los mayores escrtores del siglo XX, es difícil, si no imposible, que no te consideren "el hijo de". Klaus Mann llegó a acostumbrarse a ello, aunque reconoce que le creo más de un problema, y le impidió, sobre todo en sus inicios, que lo tomaran en serio como escritor. Yo mismo sabía bien poco de él: hijo de Thomas Mann, autor de Mefisto y El Volcán, y suicida. Pues bien, esta autobiografía nos revela a una persona fascinante, apasionada, que vivió la vida con volcánica intensidad, y que, desde antes de nacer, parecía abocada al suicidio, pues, aparte de ser una persona reflexiva, con tendencia a la depresión, y sufrir el destino de vivir dos guerras mundiales, a lo largo de su vida vio cómo se quitaban la vida, uno tras otro, su tía, sus amigos y sus escritores más admirados.

No sé qué es lo que más me atrae de las autobiografías como esta. ¿La persona o el periodo histórico? Creo que en libros como Cambio de Rumbo tiene lugar una feliz combinación de ambas. No se trata de un libro apasionante sólo por todas las vicisitudes de la vida de Mann, es decir, no sólo por lo mucho que le sucedió y le tocó vivir, sino porque el mismo Mann se revela como un hombre con un talento fuera de lo común para narrarlo. Es cierto, no obstante, que hacia el final del libro el estilo se hace un tanto monótono, y empezamos a cansarnos de tantos nombres (nombres cuya entrada en la Historia es, en muchas ocasiones, posterior a su aparición en la vida de Mann, verbigracia, la aparición, en una fiesta, de una fascinante y desconocida joven con aires de diva. La joven se llamaba Greta Garbo). Pero en ese momento, Mann decide dejar a un lado la narración autobiográfica y cambia de tercio.
Cambio de Rumbo, al igual que la ya comentada Kaputt y Suite Francesa, nos ofrece en su parte final, un retrato de la guerra sobre la marcha. El penúltimo capítulo, "Decisión", lo componen pasajes de su diario, mientras que el último, "Cambio de Rumbo", consiste exclusivamente en las cartas que escribió a su familia y amigos durante el periodo de instrucción en el ejército, y posteriormente en la guerra. Estas dos partes finales no tienen desperdicio, y uno tiene la sensación de estar viviendo de pleno aquellos años. Mann preocupado por su familia en Europa, por sus amigos escritores, Mann recibiendo conmocionado la noticia del suicidio de Stefan Zweig, Mann juzgando severamente a su país, cegado desde hace años ante el monstruo, Mann deseando la muerte, expresando su fe en Dios, peleándose con la lengua inglesa, deshaciéndose en elogios hacia Picasso, continuamente esbozando proyectos para revistas culturales y obras de teatro, Mann en el norte de África, alistado en el ejército estadounidense, descubriendo a Roberto Rosellini, una promesa del cine italiano, regresando a su Múnich natal y viitando su casa en ruinas, donde se encuentra con una extraña joven, atemorizada, que le revela que su casa se había convertido en una "Fuente de la vida" (algo así como un criadero de nazis), Mann entrevistándose con Richard Strauss, insigne y enésimo representante de esa inmensa Alemania que ahora afirmaba que siempre estuvo en contra de Hitler, hablando con Göring en prisión, Mann abogando por una unión entre el bloque soviético y occidente, para que jamás se repita la historia...  En resumen, uno de esos libros que te absorben, te obsesionan, te engullen. Joya de principio a fin.


miércoles, 3 de noviembre de 2010

The Squid and the Whale (Una Historia de Brooklyn), de Noah Baumbach


Nos encontramos en mitad de un partido de tenis, en el que se enfrentan hermano mayor y padre contra hermano menor y madre. Palabrotas, pelotazos al cuerpo del contrincante y susurros furiosos. Unas pocas escenas más adelante, los padres ya se han separado, y los hijos se tienen que enfrentar a su confusión y, peor aún, se ven obligados a tomar partido. Así, tan in media res, empieza la película.
Los Berkman son una familia de clase media, donde las peculiaridades de cada uno no son precisamente extremas. El hijo mayor parece ser un lector voraz, admirador de la obra de su padre y prometedor músico. El menor de vez en cuando se mete anacardos por la nariz. Y el padre Bernard, reconocido novelista, ha ido perdiendo popularidad y se ha ido viendo más y más eclipsado por su mujer, que ha descubierto un insospechado talento para la escritura. Sospechamos que esto tiene mucho que ver con el deterioro de sus relaciones, pero poco a poco iremos descubriendo que la cosa venía de lejos.
Todos los Berkman, pues, parecen encontrarse en una encrucijada, en un momento de transformación al que no se ven capaces de enfrentarse. Walt, el adolescente, se revela como un impostor que pontifica sobre libros que no ha leído y que presenta a un concurso una canción de Pink Floyd. Su admiración por su padre se traduce en una suerte de desprecio  por las mujeres, empezando por su propia madre.
A su hermano Frank, de doce años, la separación de sus padres le ha hecho pasar de la inocencia infantil a unas actividades sexuales que se podrían calificar como sórdidas, cuando menos. Frank, que desde el primer momento se coloca del lado de Joan, su madre, de manera agresiva reniega del futuro que su padre imagina para él y reivindica su carácter de filisteo.
Y mientras tanto, Bernard y Joan intentan continuar con sus vidas cada uno por su cuenta y protegiendo a los niños en la medida de lo posible. Pero en este loable intento el padre se lleva la peor parte, y queda retratado como un capullo, para qué negarlo. También para su hijo Walt, quien en el despacho del psicólogo y evocando su infancia se sorprende ante la ausencia de su padre en sus recuerdos. Y así llegamos al final, que nos sorprende de nuevo in media res.
En resumen, The Squid and the Whale (2005), cuyo título fue víctima, en nuestro país, de una de esas traducciones de antaño, es otra excelente muestra de cine independiente norteamericano. Estupendo guión a cargo del mismo director, Noah Baumbach, en lo que parece ser una historia bastante autobiográfica, y fantástico reparto, donde no desentona absolutamente nadie, desde el padre hasta el último secundario. Y lo más difícil de todo, un retrato de una familia que es sincero, profundo, real, trágico, entrañable y divertido.

viernes, 29 de octubre de 2010

Un poco de todo


Algo ha cambiado en esta temporada. Ni para mejor, ni para peor, pero ha cambiado. Las dos primeras me sorprendieron por su sutileza, su ritmo lento y denso, y esa sensación de qué poco pasa y cuánto sucede. Esta, en cambio, me ha parecido más directa, menos sutil, más televisiva, sin que nada de ello sirva de crítica.
Estamos en 1963. En Sterling & Cooper, adquirida (al final de la temporada anterior) por una multinacional británica, continúa el ajetreo para todos menos para los cada vez más ociosos socios. Algunos secretos empiezan a dejar de serlo: Don es testigo accidental de las inclinaciones seuales de Salvatore, mientras ve cómo Betty desvela el grandísimo secreto de su vida. El matrimonio Draper consuma su hundimiento. Joanie va conociendo mejor a su marido, que al final de la temporada anterior la violó. Lee Harvey Oswald, o quien sea, cambia el curso de la historia. Y ante la perspectiva de que Sterling & Cooper vuelva a ser vendida a una multinacional impersonal e inhumana, los personajes más interesantes se autodespiden y, de manera casi clandestina, fundan su propia empresa, con oficina central en una habitación de hotel.
IComo de costumbre, ipresionante trabajo de actores, guión inteligente, y personajes creíbles y siempre impredecibles.
Pronto, la cuarta.

"Las Soledades no se leen, se estudian", parece ser que dijo Cernuda. Pues el niño vampiro no sólo se niega a estudiarlas, sino que además las ha leído en tiempo récord. Y de ellas ha entendido tanto como debió de entender el "amigo de Don Luis de Góngora que le escribió acerca de sus Soledades", carta atribuida a Lope de Vega y escrita en tono más bien jocoso. 
Bastante mejor ha entendido la introducción de John Beverley, que nos regala una interesante interpretación marxista de la obra. Ahí es nada.
Seth, un ilustrador que anda medio perdido por la vida, incapaz de mantener una relación duradera, y que parece tener un único amigo, se pasa las horas muertas rebuscando entre comics antiguos en librerías de viejo. De este modo da un día con una viñeta de Kalo, un ilustrador del que jamás había oído hablar y que, a partir de ese momento, se va a convertir en su obsesión. En su busca de todo lo poquísimo que Kalo publicó, y en el intento de averiguar más sobre el enigmático personaje, Seth se enfrenta con sus fracasos, sus miserias y sus obsesiones. Un libro sencillo, bello, profundo y conmovedor.
Debería haber sospechado al ver esas FX mayúsculas. Y es que la cadena marca la diferencia. Y después de ver algunas de las joyas de HBO, Justified es como volver hacia atrás. En algún aspecto, los guionistas mismos son conscientes de ello. Un ejemplo: tanto en Los Soprano como The Wire, Six Feet Under, o incluso las series más comerciales y populares como Heroes o Prison Break, hace ya mucho tiempo que se abandonó la estructura de un episodio - una historia. Con la adopción de un estilo basado en una multiplicidad de historias que se alargan, entrecruzan o funden, las series de televisión han evolucionado hacia una imitación de la vida, en los mejores casos, o de la reality, en los peores. Incapaces, por el motivo que sea, de adaptarse a los tiempos televisivos, los guionistas de Justified intentan mantener cierta apariencia de continuidad, con la aparición en las primeras escenas de algún persoaje del episodio anterior, al mismo tiempo que se niegan a renunciar a los largos resúmenes al principio de cada episodio, que en este caso, son totalmente irrelevantes (debo confesar que no tengo la total certeza de que esto sea así: sólo vi tres episodios, ¿quién sabe? A lo mejor todo tiene su porqué al final). 
Pero lo peor no es eso, sino la historia del sheriff superchulo y poco ortodoxo al que, por haberse cargado a un perverso traficante en el que el criminal "desenfundó primero", envían a una ciudad de mala muerte de la América profunda. Diantre, ¿pues no me parece que eso yo lo he visto antes?
Lolita Bosch es uno de los referentes de la literatura catalana contemporánea. Una mujer interesante, a juzgar por sus artículos. No había leído ninguno de sus libros y con Qui vam ser, un librito de apenas 90 páginas, con aparencia de pastiche entre memorias, ficción, poesía y fotografías al estilo Sebald, me las prometía yo muy felices. ¡Helás, no fue así! La promesa, me refiero. El libro, efectivamente, consiste en un pastiche como el que esperaba, pero su supuesta originalidad no pasa de ahí.
A todos nos interesa la historia de nuestras relaciones. Todos nos sentimos fascinados por cómo conocimos a fulanita, qué nos dijimos la primera vez que hablamos, cuántas veces pensé en decirle aquello antes de decírselo de verdad, y cuántas entradas de cine guardo de películas que fuimos a ver juntos. El problema es que este tipo de historias deja de parecernos tan fascinante cuando se trata de las relaciones de otra persona. Y eso es lo que le pasa a este libro. Lolita Bosch ha escrito un libro sincero, apasionado y, para mí, carente de interés. En ocasiones, he tenido la sensación de estar leyendo el diario de un adolescente, con un lenguaje que sorprende por su pobreza. 
Un libro que se salva por los poemas incluidos en él de Oliverio Girondo, Francisco Villaurrutia o Sor Juana Inés de la Cruz.
Cuando uno termina de leer y disfrutar un largo novelón, se queda huérfano de lectura, una orfandad que puede durar de unas horas a unos días. Buscamos y buscamos un libro que esté a la altura del que acabamos de leer, o que de alguna manera continúe esa lectura, bien sea porque es del mismo autor, o del mismo país, o de un tema parecido. Pero también puede suceder lo contrario, que busquemos un libro totalmente diferente, que dé carpetazo a nuestra anterior lectura
Supongo que fue por este último motivo que, tras The Corrections, escogí Lluvia Negra para llenar ese hueco de ¿y ahora qué leo? que deja un libraco de 600 páginas.  Y si no fue una elección acertada, no es por culpa del libro. Me consta que es una gran novela. Pero la literatura es amor, y el amor, ya se sabe, de donde no hay, no se puede sacar. 
Volveré a intentarlo, a su debido momento.
Y esto es lo que estoy leyendo ahora. La autobiografía de Klaus Mann, novelista, hijo de grandísimo novelista. Más de 600 páginas de literatura, historia, saga familiar, envidias, Hitler, suicidios...
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...