Siempre me ha gustado la prosaica y muy verosímil explicación de la leyenda de Rómulo y Remo, según la cual los dos gemelos no fueron amamantados por una loba sino por una puta (también llamada lupa en latín; de ahí nuestro lupanar). Montanelli, sin embargo, no va tan lejos, y nos dice que si los muchachos del barrio la llamaban loba era debido a su "carácter salvajino" y las muchas infidelidades que le propinaba al bueno de su marido. Informaos por ahí y veréis, no obstante, que la polémica sobre el honor de la señora Acca Laurentia no está del todo cerrada.
Acca Laurentia, escultura de Jacopo della Quercia
El reto de resumir la historia de Roma en unos pocos centenares de páginas, de una manera clara y amena que nos mantenga horas y horas atentos a las correrías de Silas, Agripinas, Marciales o Salustios lo superó Montanelli con creces. El absurdo reto de hacer un resumen del resumen, ni se me pasa por las meninges aceptarlo. Sencillamente, este libro es una maravilla por las razones ya mencionadas y porque, además, consigue algo que pocos libros (bueno, tampoco he leído tantos al respecto) habían conseguido: que este lector entienda lo que le cuentan y, cuando no entiende algo, se debe probablemente a que no es tan importante. Por fin, casi treinta años después de terminar secundaria, puedo decir algo sobre los etruscos, Aníbal, los idus de marzo, o ver un cuadro del rapto de las sabinas y saber de qué me están hablando.
El picassiano rapto de las sabinas
Huelga decir que entender no es lo mismo que absorber. Una vez hemos terminado esta aventura de más de mil años, pocos datos concretos podemos recordar. La gran virtud de este libro, sin embargo, es que consigue como pocos que el lector se lance a por otros relacionados con el tema. Verbigracia:
Me uno al coro de lectores e historiadores que, a lo largo de la historia, han lamentado la pérdida de casi la mitad de los libros de que constaban los Anales originalmente. Estos libros perdidos cubrían la vida y milagros nada menos que de Calígula y Claudio (aunque sí se salvaron las páginas correspondientes a los últimos años de Claudio), y cabe imaginar que habrían sido de lo más jugoso. Porque lo que hace Tácito con Tiberio tiene un mérito enorme.
Y es que existen los tiranos depravados y los tiranos monacales. Tiberio, que ocupa casi la mitad de lo que ha sobrevivido de la obra, pertenece a la segunda categoría. En las páginas de Tácito vemos fascinados cómo este personaje soso, oscuro y austero ("taciturno y casto", en palabras de Montanelli), instauró un régimen de terror, delaciones y persecución que ríete tú de Stalin. Sin embargo, resulta interesante contrastar los Anales con la opinión de Montanelli, quien nos dice que en sus primeros años Tiberio dirigió el imperio con "equidad y tino" y dejó las arcas del estado repletas, pero, como les sucedió a otros, ha pasado a la historia a través de los rencorosos retratos de Tácito y Suetonio.
Un personaje relativamente "menor" (léase, no llegó a imperar) fue Germánico, sobrino de Tiberio. Este gran líder militar nos brinda unas páginas absolutamente inolvidables, en las que se nos relata cómo las tropas romanas se adentraron en el bosque de Teutoburgo y, allí, entre tinieblas y esqueletos, consiguieron recuperar las águilas imperiales que Publio Quintilio Varo había perdido unos años antes en una ignominiosa derrota a manos de los germanos. Se sospecha que Germánico, muy popular y querido por el pueblo, murió envenenado por órdenes de su tío, pero, en cualquier caso, el crimen ha prescrito.
Así es el bosque de Teutoburgo, y así lo imagina uno leyendo a Tácito.
Si Tiberio era el tirano monacal, Nerón, junto con Calígula, Gadaffi, Mao Zedong y otros, se disputa el título de Tirano más Depravado de la Historia.
Estoy seguro de no ser el único que no puede pensar en Nerón sin que le venga a la mente la imagen del inolvidable Peter Ustinov en Quo Vadis. Según los historiadores, Nerón dejó tras de sí un caudaloso reguero de atrocidades, aunque hoy se piensa que no todas las acusaciones son ciertas. Es un hecho que hizo matar a su madre, que quemaba vivos a los de la secta de los cristianos para tener luz en sus fiestas nocturnas en el jardín; que mató a su su esposa Popea, embarazada, de una patada en el vientre; o que se encaprichó de un jovencito llamado Sporo, al que hizo castrar para poder casarse con él. Pero, en su defensa, hay que decir que, aunque el incendio de Roma le fue muy bien para renovar la ciudad y hacerse sitio para un palacio, no está demostrado que se pusiera a tocar la lira mientras la ciudad ardía.
Este entrañable personaje nos sirve de perfecto enlace para comentar el siguiente libro de romanos que me dio por leer.
Aunque el libro rodaba por casa desde hacía años (desconozco por completo de dónde salió), confieso que no tenía ni idea de quién era Lucano ni de qué trataba Farsalia. Además, la editorial Gredos es tan seria e impone tanto respeto que, al coger uno de sus libros, uno se siente como un estudiante de filología clásica en el último año de doctorado, que, cuando sus amigos lo llaman y le dicen "eh, ¿te vienes a tomar una birra con Salinger, Lovecraft y Boris Vian?", él responde, un tanto avergonzado, "no puedo, he quedado con Lucano". Pero en cuanto abre el libro y se introduce en la excelente introducción, vive la rédundance, de Antonio Holgado Redondo, se disipan sus temores. Dice la primera línea:
La vida de Marco Anneo Lucano tuvo las mismas características de un fuego fatuo: brevedad y fulgor.
El cordobés Lucano, sobrino de Séneca, tuvo, efectivamente, una juventud fulgurante que lo llevó, a sus tiernos 22 añitos, a codearse con el mismísimo Nerón, de quien era amigo íntimo. Para su desgracia, Nerón trataba a sus amigos íntimos como si fueran su madre. Y si además, como nos cuenta Tácito, un celoso "Nerón trataba de aminorar la fama de sus poemas y le había prohibido publicarlos, llevado por una rivalidad sin sentido", pues a nadie sorprenderá el final de nuestro autor. Curiosamente, Farsalia se abre con unas alabanzas de Nerón tan hiperbólicas que los críticos aún no se ponen de acuerdo sobre si el texto estaba escrito con intención irónica, y Lucano se estaba burlando de algunos rasgos físicos del emperador, o si no se trataba más que de un elogio protocolario.
Farsalia, también conocida como De Bello Civili, o Sobre la Guerra Civil, nos narra las luchas entre Julio César y las fuerzas del senado romano desde el momento en que aquél cruza el Rubicón, y que alcanzaron su momento culminante en la batalla de Farsalia. Montanelli se refiere a la obra con su habitual severidad, y la califica de "retórica y mediocre". Hombre, no nos engañemos: Lucano no era Virgilio, de acuerdo, pero es innegable que esta obra es interesantísima, que su influencia a lo largo de la historia ha sido enorme, y que contiene escenas verdaderamente memorables. Y desde luego, no todo el mundo es capaz de escribir una obra así a los 22 años.
La muerte de Catón, vista por Jean-Paul Leurens. La mayoría de artistas prefirió retratar el momento después
Ni César, que cuando no está guerreando tiene la sensación de estar perdiendo el tiempo, ni Pompeyo el Magno, a quien le sobraban años y grasa, y le faltaba vigor. Lucano detestaba tanto el Imperio como su personificación en César (o Nerón), y, a su pesar, veía a Pompeyo tan sólo como una especie de mal menor. Sus constantes elogios al Magno parecen más movidos por la buena voluntad que por la convicción, y en cualquier caso no compensan por las debilidades de un hombre tristón que, sombra de lo que fue, sencillamente, era incapaz de enfrentarse a César. Con Pompeyo y con el resto de personajes, Lucano se destaca por sus excelentes retratos psicológicos.
El único que de verdad emerge de la obra como un hombre lleno de dignidad, orgullo e integridad es Catón, quien prefirió quitarse la vida antes que vivir en el imperio de César. Catón era estoico, y aunque los romanos no necesitaban serlo para clavarse una espada en el vientre, quizá el estoicismo le ayudó a Catón a sacarse los intestinos él mismo tras fallar en el harakiri.
La llanura de Farsalia
Nos señala Holgado que Farsalia, concebida al modo de la Eneida de Virgilio, difiere de ésta en un aspecto fundamental. Mientras la Eneida nos narra la fundación de Roma muchos siglos atrás, Lucano canta una batalla ocurrida apenas unas décadas antes. Uno podría pensar que, en consecuencia, Lucano prefirió hacer una crónica a la manera de Tácito, en lugar de un poema épico, como hizo Virgilio. Sin embargo, no es así, y el libro de Lucano rebosa retórica por los cuatro costados. Además, Lucano no tiene inconveniente en inventarse los hechos si así le conviene al poema. Porque eso es Farsalia, un poema épico inspirado en una batalla crucial en el curso de la historia, y en ese sentido apenas difiere de la Eneida. La diferencia a la que me refería radica en que, a diferencia de la obra de Virgilio y de sus personajes, juguetes de los dioses, en Farsalia tenemos personajes movidos por sus pasiones y debilidades como personas, sobre cuyos actos los dioses poco tienen que decir.
La huida de Pompeyo, de Jean Fouquet
...por fin, se lleva con una cuerda al cuello el cuerpo elegido y, con un garfio prendido a los fúnebres lazos, por riscos y peñas arrastra al mísero cadáver destinado a volver a la vida (...) Entonces, lo primero, llena de sangre hirviente el pecho, tras abrirlo con nuevas heridas, limpia de podre las médulas y le suministra copiosamente virus lunar. A éste se mezcla todo lo que ha producido la naturaleza en parto monstruoso: no faltó la espuma de perros hidrófobos, ni las vísceras del lince, ni la vértebra nodal de la dura hiena (...) Cuando, tras pronunciar estas palabras, levantó su cabeza y su boca espumeante, ve allí en pie la sombra del cadáver echado en tierra, temerosa de los miembros sin vida y del odioso confinamiento de su antigua prisión. Le da pavor introducirse en un pecho y en unas entrañas abiertas...
Aunque nunca pasó de ser un personaje secundario, la fascinante figura de Erichtho (también Ericto y Erictón) ha protagonizado celebérrimos cameos en la literatura universal. Su siguiente aparición fue en La Divina Comedia y, posteriormente, en la segunda parte del Fausto de Goethe. Además, sirvió de clara inspiración a Shakespeare para las brujas de Macbeth y, dicen algunos, a Mary Shelley para la creación de su monstruo.
Erichtho, de John Hamilton
Farsalia es una obra inconclusa, que termina de manera brusca en el libro X. Curiosamente, el desenlace de la gran batalla tiene lugar en el VII, después de la aparición de Erichtho. Tras la derrota de Pompeyo, como había predicho la bruja, quizá Lucano pensaba concluir la obra con su otra predicción, a saber, el asesinato de César. Entre ambas muertes, la del Magno, presenciada por su horrorizada esposa, y la de César, a la que no llegamos, Lucano nos regaló todavía unas páginas extraordinarias, entre ellas, las que relatan la huida de Pompeyo, el reecuentro con su mujer, y su cobarde asesinato llevado a cabo por el eunuco Potino y ordenado por el niño rey Ptolomeo XIII, en un intento de congraciarse con el futuro emperador de Roma.
César contemplando la cabeza de Pompeyo, de Giambattista Tiepolo
A continuación ordena el asesinato de Anneo Lucano. Éste, cuando se fue desangrando, empezó a notar que se le enfriaban los pies y las manos y que la vida se le retiraba poco a poco de las extremidades mientras que su pecho aún estaba caliente y conservaba la conciencia; entonces, recordando un poema que había compuesto en el que narraba que un soldado herido moría de una muerte parecida, recitó aquellos mismos versos y ésas fueron sus últimas palabras.
Los versos en cuestión comienzan así:
Una mano de hierro, al trabar en la popa sus garfios atenazantes, enganchó a Lícides...