Duro sino el del bloguero aplicado: ¡tanto leído, tanto por reseñar! De modo que, un año más, me toca paliar lo mejor que pueda la injusticia de haber dejado pasar por mis manos un buen puñado de libros y no haberles dedicado ni una sola línea.
El motivo de no haberlo hecho, aparte de la falta de tiempo, es que algunos de ellos eran demasiado buenos y otros demasiado fáciles de olvidar. Me congratulo de no haber leído nada este año que me haya parecido verdaderamente malo. Y es que, con el tiempo, uno aprende a elegir bien sus lecturas.
Tierra inalcanzable, de Czeslaw Milosz
Prometo que algún día le dedicaré una entrada como se merece a este gran poeta. En los primeros días del blog ya hice un intento de reseña sobre una antología muy parecida a ésta, pero en catalán. A principios de año adquirí esta excelente edición, que me leí de una sentada y pronto volveré a hacerlo.
Como suele suceder con las antologías de un poeta, los primeros versos suelen ser un poco torpones, a veces incluso plúmbeos. Pero bien pronto, con sus poemas escritos durante la guerra, llegamos a lo bueno, una impresionante visión del conflicto y el horror que marcaron el siglo, una reflexión sobre la culpa, y no recuerdo qué más.
Michael Kolhaas, de Heinrich von Kleist
Heinrich von Kleist, excelente reportero. O por lo menos a mí me ha recordado mucho al García Márquez de Relato de un náufrago, o al Capote de True blood. En Michael Kolhaas von Kleist novela, de manera sorpredentemente objetiva y desapasionada en un autor romántico, un caso real que tuvo lugar en Sajonia en el siglo XVI, y que retrata la lucha por la justicia del individuo frente al poder.
Emilio, los chistes y la muerte, de Fabio Morábito
Este libro de Morábito fue una gratísima sorpresa. Este autor mexicano de origen italiano (de hecho aprendió el español a los quince años) narra aquí una excelente historia con unos personajes muy bien retratados, una historia inteligente y conmovedora, y un estilo sencillo y muy cuidado. A mi juicio, el desenlace de la historia es lo más flojo. El autor buscaba una imagen simbólica del paso de la infancia a la edad adulta, pero el resultado es demasiado confuso y rebuscado. No obstante, dejando de lado ese defecto, se trata de una lectura muy entretenida e interesante que me zampé en una mañana.
El Rey, de Donald Barthelme
Debí de comprar este libro hace casi veinte años, en el Círculo de lectores, y este año, finalmente, le llegó el turno.
Barthelme es uno de los autores más emblemáticos del posmodernismo, que servidor nunca ha tenido muy claro lo que significa, pero cree que es algo así como escribir "raro", cierto tono irreverente cuando no humorístico, vacilar de erudición, metaliteratura a mansalva, y saltarse las normas tradicionales. Pues sí, Barthelme es muy posmodernista.
La novela es, en verdad, muy divertida, aunque desde la primera línea el lector se da cuenta de que gran parte de ese humor se pierde en la traducción. El uso del inglés artúrico en pleno siglo XX es, desde luego, muchísimo más chocante en la versión original.
En cuanto a la historia, Barthelme le da la vuelta al clásico de Twain Un yanqui en la corte del Rey Arturo (aunque toda similitud termine ahí). Así, en este caso tenemos a los Caballeros de la Mesa Redonda, además de caballeros de todos los colores, en plena Segunda Guerra Mundial. Excelente obra de un autor apenas conocido en nuestro país.
La novela es, en verdad, muy divertida, aunque desde la primera línea el lector se da cuenta de que gran parte de ese humor se pierde en la traducción. El uso del inglés artúrico en pleno siglo XX es, desde luego, muchísimo más chocante en la versión original.
En cuanto a la historia, Barthelme le da la vuelta al clásico de Twain Un yanqui en la corte del Rey Arturo (aunque toda similitud termine ahí). Así, en este caso tenemos a los Caballeros de la Mesa Redonda, además de caballeros de todos los colores, en plena Segunda Guerra Mundial. Excelente obra de un autor apenas conocido en nuestro país.
El cuento de los siete mendigos, de Rabí Najmán de Bratslav
Este rabino fue el nieto de Baal Shem Tov, el fundador del hasidismo. Tuvo una vida dedicada a la espiritualidad, marcada por el estudio de la Cábala y la Torah, y por unos incuestionables delirios de mesianismo.
Confieso que de esta obra no recuerdo mucho; es una de esas historias clásicas con mucho de misticismo y una estructura de cuento popular, cargada de simbología, sorprendentemente fácil de leer y de gran interés... si te pilla en el momento adecuado.
Confieso que de esta obra no recuerdo mucho; es una de esas historias clásicas con mucho de misticismo y una estructura de cuento popular, cargada de simbología, sorprendentemente fácil de leer y de gran interés... si te pilla en el momento adecuado.
El invierno del dibujante, de Paco Roca
Ahora que los españoles estamos tan orgullosos de nuestros autores de novela gráfica, Paco Roca rinde homenaje en esta obra a los clásicos del cómic, o mejor dicho, del tebeo. A aquellos autores que no podían permitirse filigranas, porque bastante les costaba terminar a tiempo la plana para ganarse sus cuatro duros. Unos auténticos obreros del tebeo que los de mi generación, como Zapico, recordamos con inmenso cariño.
Arrugas, de Paco Roca
Tierna, divertida, inteligente: bu bodita. Otra gran obra de Paco Roca.
Tierna, divertida, inteligente: bu bodita. Otra gran obra de Paco Roca.
Silencio Sepulcral, de Arnaldur Indridason
No sé si lo he dicho ya en otra ocasión, pero me gusta leer novela negra de vez en cuando para deintoxicarme de obras más sesudas. Y la verdad es que las dos novelas que he leído de Indridason son impecables en su género, cumplen todos los requisitos y no tienen ni un cliché de más. Muy buena.
Situada en la Primera Guerra Mundial, esta primera parte de, según creo, una trilogía es entretenida, aunque no me pareció especialmente memorable. Algunas de los personajes y las escenas son un tanto estereotípicas, y no me parece que aporte demasiado a la novela gráfica.
La segunda parte la disfruté mucho más, dado que estaba situada en la Rusia de los días de la Revolución y la leí poco después de El orientalista, y de ver Reds.
Mi abuelo llegó esquiando, de Daniel Katz
Más Revolución Rusa, con este clásico moderno de la literatura finesa. Un libro agradable, divertido, interesante, y que vale la pena leer.
Cartas a Stalin, de Mijaíl Bulgákov y Evgeni Zamiatin
El plural debería aplicarse sólo a Bulgákov, que le escribió numerosas cartas al padrecito de los pueblos, implorándole que le dejara salir del país. En estas cartas vemos a un Bulgákov que se va hundiendo poco a poco en un humillante servilismo al tiempo que pierde completamente el juicio. Stalin, que era un declarado admirador de su obra, no le contestó nunca.
Zamiatin, por su parte, se lo jugó todo a una carta, valga la metáfora. Con eso, con mucho coraje y con el apoyo de Gorki, consiguió que Stalin accediera y le permitiera abandonar el país. La carta que le escribió es impresionante y hace que el lector grite "¡pero qué haces, loco!"
El faro, de Paco Roca
Una interesante obra menor de Paco Roca.
Curso de literatura europea, de Vladimir Nabokov
Le sobra lo de "europea". De hecho, todo lo que escribió Nabokov, sea ficción o ensayo, puede considerarse un curso de literatura. Este clásico, en concreto, es sobre todo, un curso de lectura.
Si este libro es una joya no lo es sólo por el lúcido, siempre original, valiente y en ocasiones implacable análisis que hace de las obras que nos presenta. Lo es también porque nos enseña a apreciar la belleza. Para Nabokov la literatura es bella o no es literatura. ¿Mensaje? ¿Realismo? ¿Convincente retrato de una época? ¿Denuncia? ¿Emoción? Nada de ello da valor a una obra de arte si ésta no es bella. La belleza es el mensaje, la arquitectura de la obra es lo que emociona, y los detalles, ¡¡¡los detalles!!!, son su vida.
A veces uno lee blogs por ahí donde se dicen cosas como a mí Ana Karenina no me gustó porque es una sosa, y demás tonterías del mismo calibre. Pues bien, Nabokov define de la manera más precisa y exacta esa infantil forma de leer: pueril. ¿Se puede calificar de manera más certera? Otelo es una chorrada, porque nadie puede ser tan celoso y al mismo tiempo tan crédulo. ¡Cállate, no seas pueril!
Las marismas, de Arnaldur Indridason
Igual de recomendable que la otra.
La abadesa de Crewe, de Muriel Spark
Como les sucede a muchos lectores que pillan esta novelita sin saber muy bien de qué va, esta Spark me desconcertó mucho más de lo habitual. Trata de un convento donde la abadesa tiene micrófonos por todas partes para espíar a las monjas, y donde tienen lugar un par de líos. Es una novela tan inteligente como es habitual en esta autora, y muy divertida también, con ese sentido del humor que es mucho más divertido al recordarlo que al leerlo. El problema, sin embargo, es que Spark en este caso pecó de falta de ambición, al ceñirse a una sátira sobre el caso Watergate, sátira de la que, además, el lector desinformado no es consciente.
Dublinés, de Alfonso Zapico
No he leído todavía, y subrayo el todavía, la biografía de Joyce que escribió Richard Ellmann, pero esta gran novela gráfica de Alfonso Zapico sin duda le debe mucho. Un retrato fascinante de una época, de una familia, de una generación de escritores, y una imagen, que yo desconocía, de Joyce como borrachín, putero y sablista.
Crónicas de Jerusalén, de Guy Delisle
Si todavía no te has estrenado con Guy Delisle, este libro te encantará. Por el contrario, si, como a mí, te maravilló Pyongyang o te entretuvieron las Crónicas birmanas, creo que tras la lectura de Crónicas de Jerusalén no podrás quitarte de encima una pesada sensación de dejà vu.
Al igual que en sus anteriores obras, Delisle se trasladó a su residencia temporal, en este caso Jerusalén, acompañando a su mujer, coordinadora de Médicos sin Fronteras, y sus hijas. Pasaron allí un año, (durante el cual tuvo lugar la Operación Plomo Fundido) y eso es lo que Delisle nos cuenta aquí.
¿Tiene un autor la obligación de ser fiel a su público? ¿Y ser fiel significa repetir la fórmula una y otra vez? Por otra parte, ¿la repetición de una fórmula es justificable cuando estamos ante una denuncia (como hace Joe Sacco), mientras que el tono desenfadado de Delisle la tolera peor? No sé muy bien cómo responder a estas preguntas, pero me inclino a pensar que la fórmula se le empieza a agotar al autor. Además, ese tono de constante sorpresa e incredulidad del cronista funciona estupendamente en Corea del Norte, y bastante bien en China o Birmania. Pero en Israel, que culturalmente es una sociedad occidental, ya es más difícil de justificar.
Sin embargo, y para ser justos, hay que decir que, en cualquier caso, se trata de una lectura amena, interesante, y que hará disfrutar de lo lindo al que todavía no haya leído Pyongyang.
¡Feliz año y prósperas lecturas!