En 1956, tres años después de la muerte de Stalin, tuvo lugar el histórico discurso de Nikita Jrushchov en el XX Congreso del PCUS, en el que reconocía y denunciaba algunas de las barbaridades cometidas por el Padrecito de los Pueblos. Ese momento marca el inicio de lo que se conoce como la época del deshielo, y que se caracterizó por una relativa liberalización y apertura al exterior. Algunas de las consecuencias inmediatas de dicha liberalización fueron el regreso de cientos de miles, si no millones, de presos políticos que llevaban años pudriéndose en el gulag, así como una notable relajación de la censura y de la represión cultural.
Salen a la luz entonces los stilyagi, un movimiento contracultural que en realidad había nacido a finales de los 40 y había sido reprimido bajo Stalin. Los stilyagi estaban fascinados con la moda y la música occidentales, sobre todo de Estados Unidos, cuya influencia aumentó cuando, en 1957, el VI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes culminó esta apertura de la URSS a la cultura moderna. Se puso fin a la prohibición oficial del jazz e hizo su aparición el rock de los 60. Paradójicamente, pues, con aquel festival empezó el declive de los stilyagi, que, ya creciditos, no tuvieron una generación que siguiera sus pasos. Hoy día, no obstante, se reconoce la enorme influencia que ese movimiento tuvo en las generaciones posteriores, y así lo reconocen muchos de los músicos rusos contemporáneos de mayor renombre.
En 2008 el cineasta Valery Todorovsky dirigió una comedia musical titulada, cómo no, Stilyagi, que en inglés se tradujo como Hipsters, y que fue bastante bien recibida en diferentes festivales de EEUU y Canadá. Todavía no la he visto, pero promete mucho. En esta escena, al ritmo de la canción "то, что надо", ("Lo que hace falta") veréis algunas de las frustraciones de un estiloso en aquella URSS de principios de los 50, y las peligrosas actividades a las que debía dedicarse.
Esta otra escena también nos da una idea de lo que significaba desmarcarse como miembro de un movimiento contracultural. El tema es del grupo Nautilus Pompilius, y el estribillo dice "encadenados por una misma cadena, atados por un mismo objetivo". Si habéis visto The Wall, de Alan Parker, esta escena probablemente os la recuerde.
No, no es la Complutense
En fin, éstas son algunas de las cosas que he aprendido en el curso que acabo de hacer sobre la música en la URSS y Rusia, y estoy todavía tan entusiasmado que quiero compartir con vosotros algunas de las canciones que he descubierto. Continuemos.
El deshielo jrushchoviano no sólo trajo muchachos estilosos; apareció también la figura del bardo, que viene a ser algo bastante parecido a nuestros cantautores. El bardo se consideraba, ante todo, poeta, y la voz, la melodía y la técnica a la guitarra a menudo jugaban un papel secundario en su obra. El gobierno del deshielo, lejos de impulsar la carrera de estos artistas, se limitó a tolerarla. En fin, algo es algo. Los bardos, por lo tanto, debían desarrollar su obra de manera pseudoclandestina, y sus canciones circulaban en discos de fabricación casera y en cintas de casete.
Bulat Okudzhava
No hay que deducir de todo ello, no obstante, que estos artistas fueran disidentes o estuvieran todos ejerciendo algún tipo de oposición al régimen. Tomemos como ejemplo a Bulat Okudzhava, uno de los bardos más apreciados y reconocidos. El padre de Okudzhava, un alto miembro del Partido en Georgia, había sido arrestado y ejecutado durante la Gran Purga del 37, mientras que su madre pasó 18 años en el gulag. Nada de ello fue óbice para que Okudzhava fuera un comunista convencido y miembro del Partido desde la rehabilitación de sus padres hasta la desintegración de la URSS.
Aparte de la poesía y el Partido, el otro gran amor de Okudzhava fue el barrio de Arbat, en Moscú, al que dedicó una de sus canciones más conocidas, "Canción del Arbat".
Pese a la belleza de sus poemas musicados, la discreta forma de cantar de Okudzhava ha limitado siempre su popularidad más allá de Rusia. Más probable es que el rusófilo de hoy conozca por lo menos el nombre del bardo Vladimir Vysotski. Nacido en el terrorífico 1938 y fallecido en 1980 víctima de su adicción al tabaco, alcohol y drogas, Vysotski es una auténtica leyenda de la música soviética. Al igual que Okudzhava, de quien decía que era su padre espiritual, Vysotski se consideraba ante todo poeta, y sus melodías, como en el caso del georgiano, son también muy sencillas. Vysotski, sin embargo, no tiene nada del lirismo de Okudzhava. Por el contrario, sus letras son desgarradas, irónicas, apasionadas, divertidas, provocadoras, innovadoras, o, por decirlo en una palabra, geniales. Con frecuencia tenían forma de diálogo, podían estar protagonizadas por presidiarios, veteranos de guerra, boxeadores, maridos calzonazos o esposas marujonas, y el uso de argot las hace muy difíciles de traducir. Pero lo que de verdad distingue a Vysotski, no sólo de Okudzhava sino de cualquier otro cantante, es su voz y su inimitable forma de cantar. De él se me hace imposible escoger sólo una canción, así que os voy a poner tres. Si nunca habéis oído a Vysotski, escuchad por lo menos una. La primera se titula "Кони привередливые", más o menos "Caballos caprichosos".
En el siguiente vídeo Vysotski interpreta, en un programa de la televisión francesa, una de sus canciones más emblemáticas, "охота на волков"("Cacería de lobos"). Como veréis, pese a que aún no había cumplido los cuarenta, está ya bastante desmejorado, aunque, guitarra en mano, conserva al cantar toda su energía y carisma.
La siguiente canción, "Balada de la infancia", viene con subtítulos en inglés. Os daréis cuenta, no obstante, de su dificultad y de la cantidad de alusiones a aspectos políticos y sociales de la URSS que incluso a muchos rusos jóvenes les resultarán hoy difíciles de entender. El vídeo merece la pena verse también por las imágenes, que constituyen un breve y a veces desagradable paseo por las décadas más duras del estalinismo, y que incluye fotos de Vysotski de niño.
La muerte de Vysotski sigue envuelta en cierto misterio, aunque lo más probable es que fuese víctima de sí mismo, de sus malas compañías, y de su frenética actividad entre narcóticos y conciertos. Con motivos de los Juegos Olímpicos de Moscú, la distribución de drogas y alcohol estaba en aquellos días fuertemente controlada por las autoridades, y algunas noches los alaridos del cantante, en su desesperación, se podían oír por todo el edificio donde vivía. Rodeado de buitres y médicos sin escrúpulos que se enriquecieron a su costa, Vysotski murió, oficialmente, de un infarto de miocardio. Su muerte apenas mereció una brevísima nota en la prensa, pero a su funeral, en un Moscú tomado por las tropas, asistieron centenares de miles de personas, tantas, que los eventos olímpicos de aquel día registraron una asistencia notablemente menor que otros días.
Imágenes del multitudinario funeral de Vysotski
Pero la vida seguía, también para los bardos. Apenas un par de años tras la muerte de Vysotski, hacía su aparición Aleksandr Rosenbaum, un gran músico de estilo completamente diferente al de los bardos que hemos visto. La música de Rosenbaum, que posee una gran técnica como guitarrista y compositor, se caracteriza, observaréis, por melodías mucho más complejas y originales. Sus letras son también poéticas y con frecuencia bastante deprimentes, y destaca como músico de chanson, que en Rusia es un género que se asocia con presidiarios, gángsteres, delincuentes y personas de baja estofa. La siguiente canción, "гоп стоп", que significa algo así como "Atraco callejero", versa (si no la he entendido mal) sobre un par de gángsters de la mafia judía de Odesa que se cargan a una amante infiel.
Rosenbaum es un pacifista convencido, y no pocos de sus temas tienen como motivo los desastres de la guerra. Esta bella y tristísima canción se titula "Чёрный тюльпан" ("Tulipán negro"), que es como llamaban a los ataúdes que llegaban a Rusia con los cadáveres de los muchachos que morían en Afganistán. Las imágenes corresponden a la película La novena compañía, de Fyodor Bondarchuk.
Otra corriente dentro de la música soviética es la conocida con el curioso nombre de Эстрада ("Estrada"). Aquí ya no hablamos de cantautores, sino de intérpretes de cancioncillas cómodas, agradables, en absoluto reivindicativas, y que, uno imaginaría, contarían con el visto bueno del régimen. La Эстрада y sus figuras recuerdan mucho la música con que nos deleitaban nuestras queridas Concha Velasco o Marisol, y comprenderéis que no me entusiasme tanto como para colgar más que un par de vídeos. No obstante, dentro de esta corriente hay auténticas maravillas como ésta, titulada "Течëт река волга" ("Fluye el Volga"), interpretada por Liudmila Zykina. Cuenta la historia de una adolescente y sus románticos sueños, que un día se hace mayor. Disfrutad de una melodía y una voz bellísimas, dignas de un aria de Puccini.
Decía que uno podría pensar que estos artistas y sus canciones tan poco reivindicativas estarían bien vistas por el régimen. Al fin y al cabo, ¿a quién le puede molestar una cancioncilla como la siguiente? Pues con este vídeo y otros parecidos llegó el escándalo. Observadlo bien a ver si encontráis pruebas de la actividad antisoviética de Larisa Mondrus.
No, no se trata del peinado ni de la longitud de la falda. Si no lo habéis encontrado, seguid leyendo.
Estamos a mediados de la década de los 60. Los años de Jrushchov al frente de la URSS han quedado atrás, y su sucesor, el cejisevero Brezhnev, tiene un concepto diferente (¿o podríamos decir "gélido"?) de lo que debía ser la música y la cultura en general. Por ello, una de las primeras medidas que toma al respecto es rodearse de un excelente equipo de censores, encabezado por el temido Serguéi Lapin. A partir de ese momento, cantar al amor y a la felicidad se hace sospechoso, por lo menos cuando las causas de esa felicidad son simplemente las cartas que nos trae el cartero o los pajaritos con su pío pío, y no el carné del Partido o el orgullo de ser miembro del Komsomol. Pero había otro motivo algo menos confesable, y era el feroz antisemitismo de Lapin. Así, a muchísimas de las estrellas de la Эстрада, sobre todo a las de origen judío, se las empezó a estrangular, de manera figurada, al impedirles tanto la grabación de álbumes como la actuación en conciertos, al tiempo que los artistas como Lenin manda triunfaban con canciones de marcado tono político y patrioteril.
La censura brezhneviana alcanzaba también a la terminología. Por ello, dado que el término rock era demasiado occidental y decadente, los grupos "oficiales" de esa música que quizá en las pesadillas de Lapin pudiera llamarse rock recibían el nombre de ВИА (VIA), que son las siglas de de Agrupación Vocálico-Instrumental.
Permitid ahora que os muestre el horror, pues se trata de un horror bastante divertido. En 1972 la ВИА Samotsvety lanzó "Мой адрес Советский Союз", es decir "Mi dirección es la Unión Soviética", una entrañable cancioncita que retrata el quehacer diario del ciudadano soviético. Su pegajoso -más que pegadizo- estribillo reza: "mi dirección no es un número ni una calle; mi dirección es la Unión Soviética", y es todo un clásico del rock... perdón, del ВИА oficial soviético. Se trata, para entendernos, de una especie de "Que viva España" en el que se sustituyen las castañuelas por la hoz y el martillo. Pero qué queréis que os diga, yo me quedo con Manolo Escobar.
El vídeo, de todas formas, es interesante por determinados conceptos, como se decía en mi época. A los componentes de las VIA sólo se les permitía vestir traje, ropas folklóricas o uniforme militar. No sé en cuál de las tres categorías entra la ropa que veréis en el vídeo. Pero fijaos, sobre todo, en el estatismo casi hierático de todos los músicos. Eso de moverse por el escenario, y no digamos ya hacer aspavientos como un sucio capitalista, no gustaba ni un pelo a las autoridades. De ahí que Larisa Mondrus, en el vídeo que habéis visto más arriba fuera, durante mucho tiempo, la primera y última cantante que osó bailar al son de su propia música.
Ojo, que el que se mueva...
La escandalosa Larisa Mondrus
No, no se trata del peinado ni de la longitud de la falda. Si no lo habéis encontrado, seguid leyendo.
Estamos a mediados de la década de los 60. Los años de Jrushchov al frente de la URSS han quedado atrás, y su sucesor, el cejisevero Brezhnev, tiene un concepto diferente (¿o podríamos decir "gélido"?) de lo que debía ser la música y la cultura en general. Por ello, una de las primeras medidas que toma al respecto es rodearse de un excelente equipo de censores, encabezado por el temido Serguéi Lapin. A partir de ese momento, cantar al amor y a la felicidad se hace sospechoso, por lo menos cuando las causas de esa felicidad son simplemente las cartas que nos trae el cartero o los pajaritos con su pío pío, y no el carné del Partido o el orgullo de ser miembro del Komsomol. Pero había otro motivo algo menos confesable, y era el feroz antisemitismo de Lapin. Así, a muchísimas de las estrellas de la Эстрада, sobre todo a las de origen judío, se las empezó a estrangular, de manera figurada, al impedirles tanto la grabación de álbumes como la actuación en conciertos, al tiempo que los artistas como Lenin manda triunfaban con canciones de marcado tono político y patrioteril.
Leónid Brezhnev. Con él volvió el hielo
La censura brezhneviana alcanzaba también a la terminología. Por ello, dado que el término rock era demasiado occidental y decadente, los grupos "oficiales" de esa música que quizá en las pesadillas de Lapin pudiera llamarse rock recibían el nombre de ВИА (VIA), que son las siglas de de Agrupación Vocálico-Instrumental.
Permitid ahora que os muestre el horror, pues se trata de un horror bastante divertido. En 1972 la ВИА Samotsvety lanzó "Мой адрес Советский Союз", es decir "Mi dirección es la Unión Soviética", una entrañable cancioncita que retrata el quehacer diario del ciudadano soviético. Su pegajoso -más que pegadizo- estribillo reza: "mi dirección no es un número ni una calle; mi dirección es la Unión Soviética", y es todo un clásico del rock... perdón, del ВИА oficial soviético. Se trata, para entendernos, de una especie de "Que viva España" en el que se sustituyen las castañuelas por la hoz y el martillo. Pero qué queréis que os diga, yo me quedo con Manolo Escobar.
El vídeo, de todas formas, es interesante por determinados conceptos, como se decía en mi época. A los componentes de las VIA sólo se les permitía vestir traje, ropas folklóricas o uniforme militar. No sé en cuál de las tres categorías entra la ropa que veréis en el vídeo. Pero fijaos, sobre todo, en el estatismo casi hierático de todos los músicos. Eso de moverse por el escenario, y no digamos ya hacer aspavientos como un sucio capitalista, no gustaba ni un pelo a las autoridades. De ahí que Larisa Mondrus, en el vídeo que habéis visto más arriba fuera, durante mucho tiempo, la primera y última cantante que osó bailar al son de su propia música.
Ahora, un poco de cine.
Pese a que en España el musical nunca ha gozado de gran popularidad, recordaréis cómo durante el franquismo se perpetraron a mansalva esos bodrios seudocostumbristas con Joselito o los ya mencionados Escobar y Marisol, que tenían como objetivo, aparte del encumbramiento de tan patrios artistas, hacernos creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. La calidad de nuestros por fortuna escasos musicales no ha mejorado con la democracia, y aún se me cae el alma al suelo cada vez que recuerdo la megataquillera El otro lado de la cama. Por otra parte, tanto en la Unión Soviética como en la Rusia de hoy, la afición a los musicales ha sido siempre enorme y, como podéis juzgar por los dos primeros vídeos de esta entrada, de una calidad que aquí ya nos gustaría. Y al hablar de musicales rusos, hay que hablar de Aleksandr Zatsepin. Es poco probable que su nombre os diga nada, y ésa fue, de hecho, la gran ambición nunca realizada de este gran compositor: llegar a triunfar en occidente. Zatsepin es uno de los compositores rusos de música popular de mayor renombre, y en mi opinión tiene poco que envidiar a músicos de la talla de Burt Bacharach o Ennio Morricone. Personalmente, estoy absolutamente convencido de que, de haber tenido un poco más de suerte y no haber tropezado con los impedimentos que le pusieron Brezhnev y compañía, hoy su nombre estaría entre los grandes compositores de Hollywood.
Pese a que en España el musical nunca ha gozado de gran popularidad, recordaréis cómo durante el franquismo se perpetraron a mansalva esos bodrios seudocostumbristas con Joselito o los ya mencionados Escobar y Marisol, que tenían como objetivo, aparte del encumbramiento de tan patrios artistas, hacernos creer que vivíamos en el mejor de los mundos posibles. La calidad de nuestros por fortuna escasos musicales no ha mejorado con la democracia, y aún se me cae el alma al suelo cada vez que recuerdo la megataquillera El otro lado de la cama. Por otra parte, tanto en la Unión Soviética como en la Rusia de hoy, la afición a los musicales ha sido siempre enorme y, como podéis juzgar por los dos primeros vídeos de esta entrada, de una calidad que aquí ya nos gustaría. Y al hablar de musicales rusos, hay que hablar de Aleksandr Zatsepin. Es poco probable que su nombre os diga nada, y ésa fue, de hecho, la gran ambición nunca realizada de este gran compositor: llegar a triunfar en occidente. Zatsepin es uno de los compositores rusos de música popular de mayor renombre, y en mi opinión tiene poco que envidiar a músicos de la talla de Burt Bacharach o Ennio Morricone. Personalmente, estoy absolutamente convencido de que, de haber tenido un poco más de suerte y no haber tropezado con los impedimentos que le pusieron Brezhnev y compañía, hoy su nombre estaría entre los grandes compositores de Hollywood.
Zatsepin en su estudio de grabación, el más moderno de su época en toda la URSS
Esta divertida escena pertenece a la comedia Iván Vasílievich cambia de profesión (1972), basada en una obra de Mijaíl Bulgákov, y que tuvo un éxito arrollador (y eso significa decenas de millones de espectadores, que se dice pronto). Cuenta la historia de un ingeniero que inventa una máquina del tiempo. Por uno de esos accidentes, la máquina transporta a uno de los personajes a la corte de Iván el Terrible, y a éste, a la URSS del 73. Zatsepin, autor de toda la banda sonora, lo borda aquí con una melodía moderna pero perfectamente anclada en la tradición de los cosacos. No os perdáis esas coletas-helicópteros del final.
La siguiente escena es bastante peculiar. Pertenece al musical televisivo en dos partes titulado 31 de junio, basado en una historia de J.B. Priestley del mismo título, y cuya banda sonora también corrió a cargo de Zatsepin. En cuanto oigáis las primeras notas pensaréis "qué poco ruso suena esto", y lo cierto es que la banda sonora causó sensación -o incluso conmoción- entre todos los espectadores y un soponcio a las autoridades. Por ello, y por la posterior huida a los Estados Unidos de uno de los actores, la película fue retirada el día después de su estreno.
Una vez más, y qué curioso es esto, la historia trata de viajes en el tiempo, con unos protagonistas que se mueven entre el siglo XII y el XXI. No os sorprenderá demasiado, por tanto, esa fotografía sobre la chimenea en una corte medieval. Y es que en general, fuera de contexto, la escena causa, cuando menos, confusión. Quizá os cueste, por ejemplo, tomaros en serio a ese galán rubio, de nombre nada menos que Aleksandr Godunov, que por cierto es quien, con su huida a América, provocó un incidente diplomático entre los dos países. También la coreografía es de lo más llamativo, pero al mismo tiempo tiene un noséqué muy acertado y atractivo. En todo caso, el magnetismo que la escena tiene para mí se debe al rostro entre glacial y sensual de Natalia Trubnikova, a la impresionante voz de Tatiana Antsiferova, y a la potente melodía, que se me antoja muy en la línea de Donna Summer o Bonnie Tyler.
Cualquier ruso que me lea, me acusará poco menos que de sacrilegio si no hablo con cierto detenimiento de la auténtica diosa de la música pop rusa de las últimas décadas, Alla Pugachova. Pese a sus 250 millones de discos vendidos, lo que la convierte en una de las artistas que más discos ha vendido en solitario en toda la historia, es difícil hacerse una idea aproximada de la relevancia y la influencia que ha tenido Pugachova en la música rusa a lo largo de los últimos cuarenta años. De hecho, no se me ocurre ningún artista nuestro que se le pueda comparar en cuanto a popularidad y que, al mismo tiempo, goce de respeto y admiración por parte de jóvenes, mayores, obreros, políticos e intelectuales. Julio Iglesias puede ser más popular, pero sólo se lo toman en serio los horteras; Joan Manuel Serrat goza de respeto universal, pero su obra es mucho menos festiva y dicharachera que la de Pugachova.
Alla Pugachova
Sabido es que, desde sus primeros días, la ciudad de San Petersburgo siempre tuvo un carácter abierto a Occidente y una mentalidad (permitidme los clichés y las generalizaciones) más "progresista"que la oscura y monacal Moscú. No es de extrañar, pues, que fuera allí donde nació el rock ruso. Y es que, junto con los bardos, la Estrada y el musical, el otro gran hito en la historia de la música popular soviética lo constituye la creación, en 1981, del Ленинградский Pок-Kлуб, es decir, del Club de Rock de Leningrado.
Esta institución se concibió como algo parecido a las conocidas Casas de la Cultura, o a la Unión de Compositores Soviéticos. Probablemente el camarada Brezhnev pensaba que era preferible fundar una institución donde pudiera tener controlada a la juventud más melenuda, antes que dejarlos corretear y conspirar por los callejones. Recordemos asimismo que tan sólo un año antes se habían celebrado los Juegos Olímpicos, y que la proximidad de Leningrado a Finlandia hacía ya imparable la influencia cultural de occidente. Y así nació este histórico local, que, como es natural, desde el primer día estuvo controlado por el KGB y en el que se prohibió la entrada a los grupos más radicales del momento.
El número 13 de la Calle Rubinstein en su época dorada
En el ЛРК se dieron a conocer la mayoría de las grandes bandas de rock ruso de los 80 y los 90, e incluso de unas pocas que aun hoy sigue en activo. Los nombres de Kino, Zoopark, Televizor, Akvarium o DDT se dieron a conocer en ese histórico club. Vamos con algunos de ellos.
Fundado en 1972, Akvarium es uno de los grupos más veteranos de la música rusa, y su líder, Boris Grebenshikov, está considerado el "abuelo del rock ruso". Esta canción, titulada "Ciudad de oro", forma parte de la banda sonora de la película Assa, compuesta en su totalidad por Akvarium. Mirad qué cosa más bonita.
He hablado ya de Vysotski y de Pugachova los amos, respectivamente, de la canción de autor y del pop rusos. Pues bien, también el rock ruso tiene su leyenda y se llama Viktor Tsoi, líder del grupo Kino y fallecido a los 28 años en un accidente de coche que conmocionó a todo el país. El Muro de Tsoi, en el moscovita barrio del Arbat, y que podéis ver en la primera foto de esta entrada, sigue siendo lugar de peregrinación de sus seguidores.
Tsoi -que, como podéis deducir por su apellido, no era de origen ruso sino coreano- revolucionó el rock soviético por su estilo potente e innovador así como por el contenido político de sus letras. Su primera grabación, realizada en su apartamento, circuló en casetes de mano en mano primero por Leningrado y luego por todo el país. Con la llegada de Gorbachov al poder, Tsoi y su banda, Kino, se encontraron con muchos menos obstáculos y su popularidad pudo por fin despegar de manera espectacular. Sus conciertos se hicieron multitudinarios y en ellos empezaron a verse por primera vez en Rusia los mecheros encendidos.
Viktor Tsoi, líder del grupo Kino
Tsoi no sólo era admirado como músico, sino también muy querido por las masas por ser, pese a que sus maneras en el escenario puedan apuntar en otro sentido, un chico de lo más sencillo y modesto que, incluso en la cúspide de su fama, seguía con su trabajo en el cuarto de la caldera de un bloque de pisos. Era, en fin, una de esas personas que caen bien a todo el mundo. La siguiente es la escena final de Assa, y la canción, "Перемен" ("Cambios"), se convirtió en todo un himno para una juventud cada día más harta y más necesitada de libertad.
Otro de los grupos que, como Akvarium, dieron sus primeros pasos en el ЛРК y siguen aún hoy en activo es DDT, que es como decir el grupo de Yuri Shevchuk. Desde su fundación en 1980 hasta la llegada de Gorbachov, DDT se movió entre el círculo de músicos más o menos "oficiales" y la clandestinidad. Pero en 1984, tras la grabación de su álbum Periferia, pasaron a engrosar una lista negra y empezaron a ser vigilados por el KGB hasta que, sencillamente, la banda fue prohibida, con lo que su música llegó a todos los rincones del país.
En sus letras, Shevchuk utiliza unos símbolos tan primordiales como las estaciones del año, el agua o las tormentas. En esta estupenda canción, Shevchuk canta a la lluvia, que es precisamente la traducción del título, "Дождь". Un aguacero primaveral da lugar a una riada torrencial que arrasa con lo que encuentra y brinda así la posibilidad de una renovación.
Shevchuk es una de las figuras más contestatarias e incómodas en el régimen putinista. En esta casi legendaria reunión del presidente con algunas figuras de la cultura, Shevchuk, con mucha educación y sutileza y no poco desparpajo, se atrevió a decirle cuatro cositas a Putin. No hay subtítulos, pero el lenguaje corporal es tan elocuente que no hacen falta. De todas formas, si os interesa, aquí tenéis (en inglés) la transcripción completa de la entrevista. A partir del minuto uno, Shevchuk habla de libertad. En el minuto dos se observan ciertos signos de impaciencia en Putin. Justo antes de responder a Shevchuk, en el minuto 3:40, éste le hace entrega de un papel que ha escrito con sus colegas en el que le expresan su opinión de lo que está pasando en el país. A Putin no le hace gracia.
Todavía hoy los rusos no se ponen de acuerdo sobre quién ganó el debate. Sí quedaron claras las maneras chulescas del presidente, quien, cuando Shevchuk le empieza a plantear la pregunta, le espeta "disculpe, ¿cómo se llama usted?", como si Shevchuk se hubiera colado allí y su presencia no contara con el beneplácito del propio Putin. Shevchuk no ha vuelto jamás a ser invitado por Putin.
Venga, más.
La verdad es que, lógicamente, a medida que se acorta la distancia en el tiempo, más me cuesta dar una visión general como he intentado hacer al principio. Puede decirse que, a partir de la desintegración de la URSS, el rock ruso se diversificó como nunca antes, y, que entonces, más que hablar de influencia de la música occidental, sería más correcto hablar del rock ruso como parte de esa música. No obstante, insisto, nos falta (o por lo menos me falta a mí) la perspectiva que me permita ver ciertas líneas comunes entre los muchísimos grupos surgidos a lo largo de estos años. Parece ser que durante las últimas dos décadas no han dejado de oírse voces que afirman que, cual si se tratara de La Novela, el rock ruso ha llegado a su fin. El uso y abuso de internet, así como la banalización de la música en fenómenos de masas como el Festival de Eurovisión y la televisión basura, no ofrecen un futuro muy halagüeño, es cierto. Pero también es cierto que de catastrofistas está la historia llena.
Así que, a la espera de lo que nos traigan los próximos años, os dejo con un par o tres de las canciones que más me han gustado y que ejemplifican de maravilla la gran variedad de la música rusa contemporánea (aunque las tres tienen ya unos años).
Esta canción, "Делфины" ("Delfines") es del grupo Mumiy Troll, originario de Vladivostok y que, como veréis, hacen una música que suena muy occidental. Tienen unas letras prácticamente incomprensibles y el cantante, Ilya Lagutenko, aparte de tener una sonrisa siniestra y andrógina, tiene una forma algo peculiar de cantar.
Veréis qué bien suena esto.
Lo que viene ahora sí que os sonará mucho más ruso. Se trata del grupo Liubé, procedentes de Liuberski, Moscú. Su líder, Nikolái Rastorguyev, gusta de actuar ataviado con uniforme militar, y en sus canciones, influidas, entre otros, por el folklore y la chanson rusas, canta a la estepa, a los abedules, a los caballos, y a todo aquello que puede representar a su madre patria. No os sorprenderá la enorme admiración que se profesan mutuamente Rastorguyev y Putin.
En este caso, la canción "Конь" ("Caballo") habla de un paseo a caballo por el campo ruso. Servidor, que está vacunado contra todo tipo de nacionalismo, confiesa que, con esta melodía, esas voces y ese escenario (Crimea, nada menos), le entran ganas de hacer algo que nunca ha hecho: enarbolar una bandera. Rusa, por supuesto. La vacuna contra la hoz y el martillo es aún más fuerte.
¿Y qué me decís de esta maravilla titulada "Небо Лондона" ("Cielo de Londres"), de la cantante Zemfira? Impresionante voz y una melodía preciosa y casi perfecta, a la que, a mi juicio, sólo le sobra la última nota...
... y que me viene de perlas para despedirme.