martes, 27 de marzo de 2012

Las calles de arena, de Paco Roca


"Hoy es la última oportunidad que te doy. Si quieres vivir en la luna, será sin mí. ¿Entiendes?"

La vida es absurda. Mejor dicho, ¡la vida podría ser tan sencilla si no nos empeñáramos en hacerla absurda con nuestra estupidez! Esto ya lo han dicho jefes indios, locos sabios, ascetas, Budas y Kalil Gibranes a lo largo de los siglos, pero yo me quedo con el modo en que lo dice Paco Roca.
Un joven de apenas treinta años, enamorado de los cómics, olvida una importante cita que tenía con su novia para ir al banco y firmar la hipoteca del piso que van a comprar. Cuando ella lo llama al móvil, el chico se encuentra  hojeando Tintín en el Tibet en una librería, de donde sale comprando un modelo a escala natural de Corto Maltés. En su prisa por llegar al banco decide tomar un atajo a través del Barrio Viejo. Una vez dentro, se encuentra con calles que tuercen interminablemente, escaleras que suben y bajan, y constantes bifurcaciones, y naturalmente, se pierde. Anochece y llega al Hotel La Torre, donde decide pasar la noche. No tarda en descubrir que ha llegado a un mundo dominado por el absurdo...


...pero por el absurdo de lo normal, de lo cotidiano, de lo que apenas nos llama la atención en nuestros amigos, familiares o en nosotros mismos. El absurdo modo en que vivimos, prisioneros de nuestras propias cadenas, que arrastramos gustosa y resignadamente. Así también los personajes de Las Calles de Arena, que, todo hay que decirlo, aparte de metafóricos son absolutamente entrañables. Tenemos al hombre que se pasa la vida preparándolo todo con tanta meticulosidad que jamás pasa a la acción. Tenemos a otro que se la pasa preparándose para la muerte. Tenemos al hombre inmortal cuya propia inmortalidady la cantidad infinita de tiempo le provocan pereza y desidia, y no hace otra cosa que coleccionar recuerdos. Tenemos a la mujer enamorada de un hombre al que nunca ha visto y que desprecia al que está a su lado y la ama. Y unos pocos más. Y tenemos, por supuesto, al protagonista, hombre sin nombre, que se ve en la tesitura de atarse también las cadenas de la sociedad y hacer lo que se espera que haga, o de, por el contrario, renunciar a un trabajo estable, una esposa responsable y una larga y duradera hipoteca, y seguir en la luna. Todos ellos viven atrapados en un absurdo eterno al que se condenan ellos mismo por el miedo al paso del tiempo.
Y mientras continuamos resignados a nuestra impotencia frente al tiempo, nuestro doppelgänger se apropia de nuestro destino y se larga a otra dimensión a hacer todo aquello que tendríamos que estar haciendo nosotros. ¿Quień tiene la culpa de que yo a mis 43 años siga siendo un autor inédito, cuyo máximo logro literario es un claudicante blog? Y mientras tanto por ahí anda Vila-Matas, disfrutando de un éxito que no le pertenece.


En las numerosísimas reseñas que se pueden encontrar de esta obra, son constantes las referencias a Borges, Cortázar, Poe, Dostoievski, Carroll y Kafka, entre otros. Sí, todos los que están son, empezando por el borgiano título que nos remite a "El Libro de Arena", o la genial cita de Carroll que abre el libro. He encontrado, sin embargo, pocas menciones a las referencias visuales, y no olvidemos que hablamos de una novela gráfica. Pues bien, a mí el mundo de las imágenes de Roca se me ofrece de un modo mucho más personal y subjetivo que el literario, y seguramente meteré la pata si digo que ese hotel monstruoso me recuerda a la Babel de Brueghel el Viejo...



...o que esas calles sinuosas con escaleras en los sitios más inopinados me traen a la mente los dibujos de Escher, un Escher, no obstante, mucho más angustioso precisamente por ser lógico y coherente. 


Tampoco he podido dejar de pensar en After Hours, aquella inolvidable y hoy casi olvidada película de Scorsese, cuyo título en España fue traducido de manera infame como ¡Jo, qué noche!.


 Y yo diría que he visto hasta a Amélie... 


Hacía tiempo que le tenía echado el ojo a las novelas del autor valenciano, pero fue el entusiasmo de la entrada de littleEmily la que me acabó de decidir. Paco Roca es ahora el autor de modaa raíz del estreno de la película Arrugas, basado en otra obra suya. En Las calles de arena, cuyo estilo, según dicen, tiene muy poco que ver con sus obras anteriores, se revela como un artista de desbordante imaginación, muchas cosas que contar, gran talento para contarlas, y un sentido del humor sencillo pero efectivo (ese vampiro siempre con una tirita en la cara, que se queja: "es irritante afeitarse sin poder verse en el espejo"). Como digo, ésta es la primera obra suya que leo, pero sin duda vendrán más. La verdad es que con autores como éste y Alfonso Zapico, la novela gráfica en nuestro país tiene un futuro esplendoroso.


martes, 20 de marzo de 2012

Trilogía Transilvana, de Miklós Bánffy (1): Los Días Contados



Los días contados eran los del Imperio Austro-Húngaro, naturalmente. Aquella unión monárquica creada tras la derrota de Austria en la Guerra Austro-Prusiana dio lugar en 1867 a un imperio cuyo nombre todavía hoy infunde respeto, el respeto de la grandeza que se hundió antes de enterarse de que ya no era grande. Los que de vez en cuando os pasáis por aquí sabéis de mi fascinación por la cultura y la historia de Europa Central. Probablemente no soy el único al que las palabras Imperio Austro-Húngaro le cautivan tanto como Prusia o Galitzia. Tanto, que me gustaría esbozar aquí una somera cronología de la creación de este imperio, pero, aparte de la falta de espacio y sobre todo de conocimientos, me resultaría harto difícil dada la larguísima concatenación de acontecimientos históricos y los maravillosos vericuetos por los que nos gustaría perdernos. ¿Nos remontamos a las invasiones turcas? ¿Nos recreamos en aquel maravilloso juguete llamado el Sacro Imperio Germánico? ¿Nos detenemos en la vida del periodista, agitador, Presidente de Hungría, fugitivo y conferenciante Lajos Kossuth, e intentamos hacernos una idea de la relevancia mundial que llegó a tener? Quizá en otro momento.

Miklós Bánffy (1873-1950)

La historia del redescubrimiento de este clásico nos resulta familiar. Miklós Bánffy, nacido apenas seis años después del Compromiso de 1867, en virtud del cual se fundaba el Imperio, fue un noble, escritor y político que llegó a ocupar el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores y que tuvo una vida apasionante reflejada en sus muy prometedoras memorias The Phoenix Land (todavía inéditas en español). En su faceta de Ministro, intentó sacar al país del segundo desastre que se cernía sobre él (el primero fue el Tratado de Trianon, por el que perdió gran parte de su territorio), para lo cual viajó a Bucarest a intentar persuadir al tirano Antonescu para que abandonaran el Eje, y rumanos y húngaros firmaran la paz con los Aliados. Parece ser que tuvo más éxito como novelista y dramaturgo, pues gozó en su día de gran prestigio en su país, y formó parte de la elite cultural húngara. Fue Director del Teatro Nacional Húngaro, y consiguió que por primera vez se interpretara la música de Bartok en Budapest. Con la llegada del comunismo, sus obras fueron prohibidas, y no fue hasta 1982 cuando el régimen se reblandeció un poco y pudo volver a publicarse. Su éxito internacional, sin embargo, tuvo que esperar hasta 1999, medio siglo tras su muerte, cuando su hija tradujo esta trilogía al inglés y le abrió, entre excelentes críticas, el camino al mercado anglosajón, favorecido además por la consolidada recuperación de otro húngaro como Márai, o el Nobel a Imre Kertész un par de años más tarde.

Aquellos emperadores y sus severos bigotes

Los Días Contados es la primera parte de esta trilogía, y hay que decir que es todo un novelón al que no le falta de nada. Desde la primera escena, absolutamente magistral, hasta el final, trágico, romántico, balzaquiano y, naturalmante, abierto, uno no deja de pasar las páginas embobado y, a ratos, agradablemente confundido ante la apabullante cantidad de personajes. Muchos de esos personajes y sus respectivas historias aparecen ya en la, como digo, genial escena inicial. En ella vemos a Bálint Abády, uno de los tres protagonistas principales, dirigiéndose en un viejo simón a una fiesta con baile que se va a celebrar en uno de esos palacetes de la nobleza húngara. A medida que se acerca, lo adelantan otros simones, carrozas, faetones y landós, lo que permite a Abády lanzar una mirada y a duras penas un saludo a sus ocupantes, mientras el autor nos los va presentando y narrándonos sus respectivas historias.


Abády acaba de volver del extranjero, donde ha estado al frente de misiones diplomáticas, y ahora entre todos lo convencen para dedicarse a la política en una Hungría donde las tensiones externas e internas crecen cada día. El resentimiento hacia lo que se percibe como un desequilibrio entre los dos reinos que conforman el imperio es cada vez mayor. Resulta curioso, en este sentido, y sumamente revelador, que una de las principales reivindicaciones sea que en el ejército se instaure la voz de mando en húngaro. Por otra parte, el desequilibrio más claro se daba en la propia Hungría, donde rumanos, eslovacos, serbios, rutenos o croatas, entre otros, veían sus derechos lingüísticos pisoteados en beneficio del húngaro, lengua mayoritaria aunque hablada por poco más del 50 % de la población. A diferencia de Austria, que proclamaba la igualdad de las diferentes lenguas, comunidades y culturas del Imperio, en Hungría los no húngaros eran prácticamente ciudadanos de segunda. Tanto es así que nuestro protagonista, húngaro de la cabeza a los pies, verá cómo en Budapest le miran por encima del hombro por proceder de esa tierra de lobos y osos como es Transilvania. 

El uniforme de húsar las vuelve loquitas

 Son incontables las historias que se nos narran en las casi 700 páginas de esta primera parte. Entre ellas destacan, por supuesto, los amores imposibles entre condes y señoras casadas víctimas de un marido despiadado, militares sinvergüenzas agobiados por las deudas de juego que intentan agenciarse a una rica heredera, y por supuesto, el descenso a los infiernos de Lászlo Gyeroffy, el primo de Balint que estaba llamado a ser gran músico y... tampoco hay que revelar demasiado. A veces uno puede perderse en los entresijos y tejemanejes de Parlamento, oposición y corona, aunque lo que nos queda claro es que 1904-05 fueron años muy convulsos en la política de Hungría.

Orquesta militar del ejército austro-húngaro. Así se pierde un imperio.

Bánffy tiene esa escritura clara y sencilla que es tan difícil de conseguir, y que puede ocultar a veces su finísima ironía. Nos describe relaciones apasionadas y tormentosas sin caer en ningún momento en el sentimentalismo. Combina de forma sutil los diferentes puntos de vista, y sólo muy de vez en cuando nos muestra el suyo propio, el punto de vista del momento en el que escribe. Pero el autor húngaro destaca sobre todo por su retrato psicológico. Bánffy nos muestra unos personajes de tradición muy tolstoiana, pero a través de unos retratos tamizados por el desencanto, cuando no la desesperanza, de los años 30 del siglo pasado. Las imperfecciones del héroe no son consecuencia de una noble pasión imposible de refrenar, como le podía pasar a Pierre Bezukhov, sino que son resultado de esa vena cínica y calculadora que hasta el hombre más idealista puede ocultar dentro de sí. Es innegable que el amor de Abády por Adrienne es sincero, noble y apasionado, y, sin embargo, sus desesperados intentos por beneficiársela, que lo llevan a urdir astutos planes, no tienen nada que envidiar a los de servidor de ustedes o cualquiera de sus amigotes en sus años mozos. 


Por su parte, la nobleza  húngara, como le había pasado a la rusa, se había encerrado en su mundo de carreras y bailes, y no veía la que se le venía encima. Era un mundo, aquél que terminó con la Gran Guerra, que cada vez se nos hace más extraño y difícil de imaginar, con figuras como la del "primer bailarín", una especie de galán encargado de animar las grandes fiestas, dirigir los bailes y asegurarse de no había fémina que se quedara con las ganas de bailar, o con instituciones como los Tribunales de Honor, que regulaban los duelos. En uno de los párrafos más significativos, citado también en el excelente prólogo de Mercedes Monmany (y añadamos de paso que la traducción de Éva Cserháti y Antonio Manuel Fuentes Gaviño es impecable), nos dice el narrador:
"Entre los miembros de la alta sociedad de Budapest, sólo unos pocos se dedicaban en cuerpo y alma a la política. Había otros asuntos más importantes, o al menos igual de importantes. Por ejemplo, la competición hípica, que era tan interesante y apasionante como la cacería otoñal. Para convocar el Parlamento, una reunión de partidos o al comité del casino, en verano había que tener en cuenta la caza de la perdiz, en septiembre la del ciervo, a principios de invierno la del faisán, y en primavera los días de carrera, para poder intercalar las asambleas entre estos acontecimientos..."
En otros lugares que yo me sé, las fechas de las elecciones suelen estar condicionadas por el calendario de liga.
En definitiva, me lo he pasado tan bien con este libro como la nobleza húngara se lo pasaba en sus fiestas con alcohol, baile, apuestas y violinistas cíngaros. ¡Y todavía me quedan dos volúmenes más!

Caerán imperios, pero la buena música sobrevivirá

martes, 13 de marzo de 2012

Magnitud imaginaria, de Stanislaw Lem


"Yo te engañaré y tú me lo agradecerás; yo te haré una promesa solemne, sin pensar siquiera en cumplirla, y tú quedarás satisfecho, o por lo menos fingirás, con una maestría digna de la causa, que lo estás. Y a los lerdos que pretendan anatemizarnos a ambos, les dirás que se habían extraviado en el espíritu de nuestra época y caído en los vertederos de vetusteces escupidas por la Realidad que no tiene tiempo que perder."
Esta cita podría ser un acertado resumen de la relación que existe, en cualquier libro de ficción, entre autor y lector. En Magnitud Imaginaria, sin embargo, tiene más que ver con los conceptos de fantasía, imaginación y, más propiamente, creatividad. Lem hace mucho más que imaginar. La imaginación no es para el autor polaco sinónimo de fantasear, sino que la entiende en un sentido mucho más borgiano: imaginar es crear, y, en su caso, llevar la creación de los universos imaginados hasta las últimas consecuencias. Eso es lo que hace en este inclasificable, maravilloso, genial e inolvidable libro, que destruye los esquemas de la ciencia ficción y que, sin embargo, ...


... podría ser el hermanito pobre de Solaris. Como casi todo quisqui, yo conocía a Lem sobre todo por aquella novela sobre el recuerdo, la metafísica y las formas vivas del planeta Solaris. De ella dicen los entendidos que es una de las cumbres de la ciencia ficción, y quién soy yo para negarlo... Y no obstante, a mí, Magnitud Imaginaria, pese a su dificultad, o precisamente por ello, se me antoja un libro quizá más ambicioso, probablemente más imaginativo y, de manera incuestionable -y aquí radica su pecado-, divertido. Y todos sabemos que entre un libro serio y uno divertido, cuál lleva las de perder en la carrera del prestigio. Pero yo ¡qué bien me lo he pasado leyendo este libro!

Magnitud Imaginaria, que forma parte de un proyecto llamado Biblioteca del siglo XXI, al que pertenecen, además, Vacío Perfecto y Golem XIV, consiste en una colección de prólogos a obras inexistentes. Señala Roberto Valencia en su excelente prólogo que la idea es deudora de Borges y Rabelais. Desconozco hasta qué punto el genial y escatológico francés escribió algo parecido, pero sí es evidente la relación con "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", así como con "Funes, el memorioso". Así, en su maravillosa reivindicación de una prologología de libros jamás escritos, en la que de manera brillante recurre a fuentes como la Biblia, la historia del Arte o a Witold Gombrowicz, nos dice Lem:
"¿No nos amenaza un diluvio informativo? ¿Y no consiste su monstruosidad en el hecho de que aplasta la belleza con lo bello y anula la verdad con lo verdadero? Y así es, en efecto, porque la voz de un millón de Shakespeares provocaría el mismo infernal estruendo que la de una manada de búfalos en la estepa (...) De la misma forma, una ingente cantidad de significados en conflicto traen al pensamiento no el honor, sino la perdición. Y ante tal fatalidad, ¿no será el Silencio la única salutaria Arca de la Alianza posible entre Creador y Lector, puesto que el primero gana en mérito absteniéndose de idear cualquier tema, y el segundo, aplaudiendo esa manifestación de renuncia? (...) Por tanto, mis prólogos son anucios de unos pecados que no voy a cometer".


El resto del libro lo constituyen los propios prólogos, tan delirantes en su fantasía como escrupulosos hasta la obsesión en su minuciosa descripción de los sucesivos mundos creados. El primero de ellos, Necrobias, nos introduce a la obra de Strzybisz, creador de los conocidos Pornogramas, que, como su propio nombre sugiere, son radiografías pornográficas, es decir, gente en posturas eróticas de quienes vemos tan sólo el retrato radiográfico.
 "Strzybisz acierta a mostrar (...) el medieval Totentantz holbeiniano que permanece dentro de nosotros intacto, idéntico, no afectado por el tumulto de nuestra civilización relumbrnte: la comunión de la muerte con la vida".
Pero la obra de Strzybisz va más allá de los pornogramas. Otro fragmento:
"Si tuviera que decir cuál de sus desnudos me parece más notable, señalaría sin vacilar "La Embarazada" (pág. 128), una futura madre con su criatura encerrada en el seno. Esos dos esqueletos, uno dentro del otro..."
Seguro que éstas son más elocuentes que alguno de mis alumnos

El segundo prólogo es el de la obra La Erúntica, de Reginald Gulliver, el genial filósofo-diletante que consiguió enseñar inglés a una colonia de bacterias. Este prólogo es tan divertido como absolutamente apabullante en su descripción de los procesos por los que llega a tan genial resultado.
"Los cortos poemitas compuestos por el bacilus coli eran muy triviales y, además, no servían para ser recitados en voz alta, ya que, por razones obvias, las bacterias no tiene idea de la fonética inglesa. Debido a esto, sólo podían dominar la métrica del verso, pero no los principios del ate de rimar. La poesía bacteriana no producía nada mejor que dípticos como éste: "Agar agar is my love as were (1) stated above".
(1) Error debido a las bacterias.

Historia de la Literatura Bítica nos habla de la literatura no humana ni bacteriana, sino creada por máquinas. El prólogo es un ejemplo aún mejor de la erudición del genial autor polaco, y su familiaridad con la ciencia. Resulta difícil dar una idea aproximada de este prólogo, y el resultado podría ser disuasorio, porque servidor no se siente cómodo entre términos del calibre de "homotropía", "intertropía", "heterotropía", "paralexia", "semáutica", "terafísica", "ontomaquia" o "semolalia". Por ello, me desviaré un poco del tema y felicitaré a Jadwiga Maurizio por su extraordinaria traducción. Verbigracia:
" Las máquinas producen también neologismos en los llamados ejes semánticos; en esta clase de creación escogemos unos ejemplos fáciles de comprender sin consultar el diccionario:
(...)
"embrutido", fiambre en malas condiciones;
"alameta", finalista;
"piolencia", fanatismo religioso;
Este prólogo va seguido de un prólogo a la segunda edición, donde se nos habla de algunas de las obras más recientes de la literatura bítica, así como del creciente interés en la Literatura Teobítica. Los breves párrafos sobre la Teología Informática, Teología Matemática y Teología Fisicalista no tienen desperdicio, y sería un crimen que yo intentara siquiera esbozar un miniresumen. La búsqueda de Dios nunca ha sido más interesante y divertida.


El último prólogo del libro es el que corresponde a la Extelopedia Vestrand, una enciclopedia de la historia venidera.
"VESTRAND BOOKS se sienten felices de poder ofrecerle a usted, señor(a), la suscripción a la
MÁS FUTURA 
Extelopedia que jamás se haya editado. (...) Las enciclopedias tradicionales, de uso universal desde hace dos siglos, entraron en una Grave Crisis en los años setenta debido al hecho de que las informaciones que contenían eran anticuadas ya en el momento de terminar de imprimirse."(...)
¿POR QUÉ ES TAN EXACTA?
¿Por qué puede usted tener una confianza tan absoluta en la presente edición? Porque para confeccionarla nos hemos servido (anticipándonos a todo el mundo) de dos Nuevos Métodos de Sondeo del Porvenir, el Método SUPLEXIVO y..."
Huelga decir que la explicación del proceso de redacción y las instrucciones de uso de la extelopedia son tan detalladas, precisas, imaginativas, deslumbrantes y cabales, que por un momento uno se ve tentado de buscar en internet dónde la puede comprar.
Una lectura inolvidable.

martes, 6 de marzo de 2012

Leningrad Cowboys go America, de Aki Kaurismaki


"Yo hago el cine que me da la gana" es algo que le gusta decir a todo director que se precie. A mi me gustaría encontrar a alguno que dijera "yo hago el cine que me obligan a hacer". Se ganarían con ello mi eterna admiración. Porque de Almodóvar, Spielberg, Scorsese, incluso Allen o Loach, la verdad, no me lo creo. El que no es esclavo de su productor, lo es de su prestigio, del público, o de unos amos aún más tiránicos: su propia filmografía y su estilo. En este sentido, es verdad que algunos directores son un pelín más sinceros y dicen que hacen el cine que le gusta a la gente, aunque no nos revelan si ellos mismos pagarían por ver sus propias películas.


En mi menguante (hasta que los niños crezcan un poco) conocimiento del cine actual, se me ocurren muy pocos nombres de directores que puedan afirmar sin rubor "que hacen el cine que les da la gana", que, a mi modo de entender, significa que no les preocupa (por lo menos no excesivamente; el mundo es el que es) la taquilla, la crítica o la posteridad. Estos directores son el japonés Takeshi Kitano, autor de algunas de las películas más hermosas que he visto en mi vida, el italiano Moretti, el norteamericano Jim Jarmusch, y el finlandés Aki Kaurismaki.
De este último he visto apenas tres películas, a cual mejor. Nubes pasajeras, excelente, y Un hombre sin pasado, magistral, y la que nos ocupa. Leningrad Cowboys go America fue, en realidad, una de las primeras que hizo, en 1989, y la que le reportó fama mundial. Bueno, con el cine finlandés, lo de fama mundial es siempre relativo. En fin, mirad la escena inicial y decidme si no es absolutamente genial. (Y no os preocupéis por vuestro nivel de finés; hablan poco y lo más importante es en inglés)


A partir de ahí, comienza una atípica versión del sueño americano a la finlandesa. Y es que el argumento no puede ser más sencillo: los chicos que veis en esta escena inicial deciden partir a los Estados Unidos en busca de éxito. Una vez allí, con más moral que el Alcoyano, no pararán hasta conseguirlo.
Tras aprender inglés en el avión, llegan a su destino y se ponen a dar bolos aquí y allá. Nadie siente demasiado entusiasmo por ellos, y los dueños de los locales se los quitan de encima augurándoles en gran éxito en México. Viajan acompañados por el ataúd que contiene el cuerpo congelado de uno de sus miembros, ese que habéis visto en la escena inicial. Camino de la frontera, van alternando éxitos sonados en pequeños locales con fracasos que arruinan al empresario que les da una oportunidad.
La banda al completo actúa en todo momento, sobre el escenario y fuera de él, como un solo personaje. No ha lugar a matices ni individualidades. Son un bloque homogéneo y sin fisuras. Sin embargo, el representante de la banda, que no se separa de su abrigo de piel ni en mitad del desierto, es un tirano que los explota sin piedad y les roba sus escasas ganancias. Hay un tercer personaje que los sigue desde Finlandia escondido en el avión. Se trata del tonto del pueblo, un pobre diablo con tan poco pelo que vive atormentado por no poder hacerse un tupé como Dios manda.


Los Leningrad Cowboys, que en ningún momento se separan del ataúd con el cuerpo de uno de sus miemrbos, el que habéis visto en la escena inicial, cantan lo que le echen, desde canciones cosacas hasta corridos mexicanos, pasando por country, aunque no todo el mundo sabe apreciar su arte.


 La letra de esta canción es absolutamente hilarante, mezclando la imaginería de la América profunda y la Rusia soviética. El estribillo dice tal que así:

Es un vaquero de Leningrado
que cría ganado en las escaleras (?),
ponle otro vaso de vodka
porque quiere beber para olvidar

Desconocía la amistad de Jarmusch y Kaurismaki, pero en cierto modo la imaginaba. Es difícil que dos directores tan apartados del cine convencional no sientan una simpatía mutua. Aquí tenéis el cameo de Jarmusch en la película.


Road movie, musical, parodia de géneros, caricatura de estereotipos, delirio juerguista y, sobre todo, el cine que le da la gana hacer a Kaurismaki, un cine despojado de artificios y pretenciosidad.
Aunque no tiene mucho sentido hablar de spoilers en una película como ésta, aquí queda esta ADVERTENCIA: la que vais a ver es la escena final.


No es la primera vez en la historia que sucede. Una banda ficticia aparece en una película y tiene tal éxito que la banda cobra vida y echa a andar. En este caso, además, no lo olvidemos, hablamos de músicos de un notable talento.
Los Leningrad Cowboys, a quienes en España apenas conocen más que quienes hayan tenido la suerte de ver esta película, han llegado a actuar en galas de MTV, y sus conciertos en Helsinki, Belgrado o Berlín son absolutamente multitudinarios. Es difícil resistirse, en especial, a sus ANTOLÓGICAS actuaciones (y ojo, que servidor no se prodiga en el uso de mayúsculas) junto a los Coros del Ejército Ruso, una combinación que produce un espectáculo que me faltan palabras para describir. Sólo puedo decir: qué divertida puede llegar a ser la vida a veces.


Y de propina, otra del mismo concierto, con la que se me saltan las lágrimas ante semejante derroche de alegría de vivir y esos destellos de una paz y armonía universales.


jueves, 1 de marzo de 2012

El profesor Unrat, de Heinrich Mann

Nos cuenta esta novela una vieja historia, y lo hace de una manera inteligente y amena. Ahora, la pregunta es a ver cuánto tiempo aguanto sin establecer odiosas comparaciones.
Raat es profesor de literatura en un instituto de enseñanza secundaria de una pequeña ciudad alemana de provincias. Desde hace años, se le conoce en todo el instituto y en la ciudad como Unrat, que significa "basura". Sus alumnos se lo pasan bomba diciendo en su presencia cosas como "aquí huele a basura que apesta", y otras lindezas por el estilo. Pero no nos precipitemos con nuestra compasión. Mann consigue en las primeras páginas algo bastante difícil, a saber, presentarnos al protagonista como víctima de un cruel desprecio colectivo y, al mismo tiempo, invitarnos a participar de ese sentimiento de desprecio, al hacer de Unrat un personaje absolutamente odioso. Porque Unrat se nos presenta no sólo como un tirano, sino también como un personaje patético, un profesor de estilo e ideas carpetovetónicas, que se puede pasar un curso entero obligando a sus alumnos a memorizar pasajes de La doncella de Orleans, de Schiller, y que en sus ratos libres escribe una obra sobre "las partículas de Homero", que, confía don Basura, le ganará prestigio y gloria eternos.

"¿Quién es mi basurita, eh? Mmmmmm ¿Quién es mi basurita?"

Un buen día, uno de sus alumnos, Lohman, a quien Unrat odia por sus aires de superioridad, su indiferencia y, sobre todo, porque jamás ha tenido la decencia de llamarlo "basura", deja por ahí un absurdo poema sobre una pelandusca. Unrat decide investigar el asunto para poder "atrapar" a Lohman, pero el cazador resulta cazado: entra en acción Rosa Fröhlich.
Se ha dicho que Rosa encarna a la típica mujer fatal, y hay que recordar aquí que la actriz que dio vida al personaje en la celebrada película de von Sternberg, El Ángel Azul, fue Marlene Dietrich. Yo diría, sin embargo, que Rosa encarna más bien el magdalenesco mito de la santa puta, o por lo menos es así como la ve Unrat. Es decir, la mujerzuela dulce, pura, incomprendida y moradora de las alturas celestiales, que sólo el amor puro de un alma sensible como la de Unrat es capaz de ver. Y así, de la mano, en este caso talentosa y firme, de Mann, el lector descubre el lado noble del señor Basura.
Mann acierta al situar la historia en una pequeña ciudad de provincias donde Unrat ha sido profesor durante casi tres décadas. Consigue así crear un contexto ideal para los acontecimientos que van a tener lugar. Así, toda la ciudad lo conoce, todos conocen su mote, todos han pasado por su clase, todos se han burlado de él. Unrat odia a toda la ciudad y sólo sueña con "atrapar" en el acto a los alumnos que se ríen de él, y arruinar la vida de aquellos ciudadanos a los que en su día no pudo atrapar. Y la verdad es que, si lo que se propone es sacar a la luz los trapos sucios de una sociedad pacata e hipócrita, escoge el camino adecuado porque, a pesar de la pluma a veces un tanto torpe de Mann, el argumento, y sobre todo el clímax hacia el que se dirige la historia, nos proporciona momentos muy logrados y memorables.


Heinrich Mann era el reverso de su hermanito (¡qué alivio, ya no me podía aguantar!). Frente al comportamiento siempre respetable de Thomas, que vivía atormentado por sus inconfesables pecadillos, Heinrich prácticamente se jactaba de sentirse como en casa en cabarets y burdeles. Además, Heinrich era, por así decirlo, de izquierdas, lo que le llevó a ser ensalzado en la RDA, donde a Thomas, por el contrario, se le consideraba un peligroso representante de los valores burgueses más decadentes. (Huelga decir que a Heinrich el verdadero socialismo no le atraía demasiado y que, para su exilio, no tuvo ningún problema, como su hermano, en elegir los Estados Unidos). Por último, mientras Thomas era de escritura meticulosa, perfeccionista y sesuda, Heinrich se curraba sus obras en pocas semanas. Thomas siempre trató con bastante desdén las novelas de su hermano, y sólo al cabo de muchos años se corrigió y afirmó que El profesor Unrat se había avanzado a su tiempo y, sobre todo, había anticipado el desastre que se cernía sobre Alemania. En su interesantísimo epílogo, nos dice Luis Fernando Moreno Claros que "los nazis (...) fueron herederos directos de aquella sociedad guillermina cuya hipocresía desenmascaró Heinrich Mann", y que "aquel reino de cinismo y anarquía que instruyeron los nazis, mofándose del humanismo con pomposos rituales vacíos y criminales, parecía ya establecido de manera profética" en obras como Unrat.

 Mucha pinta de golfo no tenía

Tengo mis reservas en este punto, y creo que sólo la retrospectiva nos puede hacer ver un pronóstico de ese tipo. Eso sí, como no podía ser de otra manera, al haber sido escrita en 1905, la novela se presta a entrar en esa categoría de "obras que marcan el fin de una época". Sin duda algo de eso hay, aunque a mi modo de ver, ese cambio de época se refleja más bien en el estilo de la novela, que se resiente de ello. A mi juicio, Mann no salió del todo airoso al combinar las diferentes corrientes literarias que se dan cita en la obra: el realismo y naturalismo decimonónicos por un lado, y la novela psicológica o el modernismo, por otro. A la mayoría de las escenas, de un innegable magnetismo, y sobre todo a las del Cabaret, les falta una mano maestra que les dé ese toque de soltura, fluidez y credibilidad que tienen las grandes novelas. No cuestiono que el aire grotesco y de pesadilla que permea la obra fuera intencionado, pero sí creo que la precipitación al escribirla se nota.  Únasele a ello la larga sombra de su hermanito y sus Buddenbrook por ahí...
En definitiva, una buena novela que probablemente sería aún mejor si la hubiera escrito un hijo único.
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