"Hoy es la última oportunidad que te doy. Si quieres vivir en la luna, será sin mí. ¿Entiendes?"
La vida es absurda. Mejor dicho, ¡la vida podría ser tan sencilla si no nos empeñáramos en hacerla absurda con nuestra estupidez! Esto ya lo han dicho jefes indios, locos sabios, ascetas, Budas y Kalil Gibranes a lo largo de los siglos, pero yo me quedo con el modo en que lo dice Paco Roca.
Un joven de apenas treinta años, enamorado de los cómics, olvida una importante cita que tenía con su novia para ir al banco y firmar la hipoteca del piso que van a comprar. Cuando ella lo llama al móvil, el chico se encuentra hojeando Tintín en el Tibet en una librería, de donde sale comprando un modelo a escala natural de Corto Maltés. En su prisa por llegar al banco decide tomar un atajo a través del Barrio Viejo. Una vez dentro, se encuentra con calles que tuercen interminablemente, escaleras que suben y bajan, y constantes bifurcaciones, y naturalmente, se pierde. Anochece y llega al Hotel La Torre, donde decide pasar la noche. No tarda en descubrir que ha llegado a un mundo dominado por el absurdo...
...pero por el absurdo de lo normal, de lo cotidiano, de lo que apenas nos llama la atención en nuestros amigos, familiares o en nosotros mismos. El absurdo modo en que vivimos, prisioneros de nuestras propias cadenas, que arrastramos gustosa y resignadamente. Así también los personajes de Las Calles de Arena, que, todo hay que decirlo, aparte de metafóricos son absolutamente entrañables. Tenemos al hombre que se pasa la vida preparándolo todo con tanta meticulosidad que jamás pasa a la acción. Tenemos a otro que se la pasa preparándose para la muerte. Tenemos al hombre inmortal cuya propia inmortalidady la cantidad infinita de tiempo le provocan pereza y desidia, y no hace otra cosa que coleccionar recuerdos. Tenemos a la mujer enamorada de un hombre al que nunca ha visto y que desprecia al que está a su lado y la ama. Y unos pocos más. Y tenemos, por supuesto, al protagonista, hombre sin nombre, que se ve en la tesitura de atarse también las cadenas de la sociedad y hacer lo que se espera que haga, o de, por el contrario, renunciar a un trabajo estable, una esposa responsable y una larga y duradera hipoteca, y seguir en la luna. Todos ellos viven atrapados en un absurdo eterno al que se condenan ellos mismo por el miedo al paso del tiempo.
Y mientras continuamos resignados a nuestra impotencia frente al tiempo, nuestro doppelgänger se apropia de nuestro destino y se larga a otra dimensión a hacer todo aquello que tendríamos que estar haciendo nosotros. ¿Quień tiene la culpa de que yo a mis 43 años siga siendo un autor inédito, cuyo máximo logro literario es un claudicante blog? Y mientras tanto por ahí anda Vila-Matas, disfrutando de un éxito que no le pertenece.
En las numerosísimas reseñas que se pueden encontrar de esta obra, son constantes las referencias a Borges, Cortázar, Poe, Dostoievski, Carroll y Kafka, entre otros. Sí, todos los que están son, empezando por el borgiano título que nos remite a "El Libro de Arena", o la genial cita de Carroll que abre el libro. He encontrado, sin embargo, pocas menciones a las referencias visuales, y no olvidemos que hablamos de una novela gráfica. Pues bien, a mí el mundo de las imágenes de Roca se me ofrece de un modo mucho más personal y subjetivo que el literario, y seguramente meteré la pata si digo que ese hotel monstruoso me recuerda a la Babel de Brueghel el Viejo...
...o que esas calles sinuosas con escaleras en los sitios más inopinados me traen a la mente los dibujos de Escher, un Escher, no obstante, mucho más angustioso precisamente por ser lógico y coherente.
Tampoco he podido dejar de pensar en After Hours, aquella inolvidable y hoy casi olvidada película de Scorsese, cuyo título en España fue traducido de manera infame como ¡Jo, qué noche!.
Y yo diría que he visto hasta a Amélie...
Hacía tiempo que le tenía echado el ojo a las novelas del autor valenciano, pero fue el entusiasmo de la entrada de littleEmily la que me acabó de decidir. Paco Roca es ahora el autor de moda, a raíz del estreno de la película Arrugas, basado en otra obra suya. En Las calles de arena, cuyo estilo, según dicen, tiene muy poco que ver con sus obras anteriores, se revela como un artista de desbordante imaginación, muchas cosas que contar, gran talento para contarlas, y un sentido del humor sencillo pero efectivo (ese vampiro siempre con una tirita en la cara, que se queja: "es irritante afeitarse sin poder verse en el espejo"). Como digo, ésta es la primera obra suya que leo, pero sin duda vendrán más. La verdad es que con autores como éste y Alfonso Zapico, la novela gráfica en nuestro país tiene un futuro esplendoroso.