sábado, 21 de octubre de 2017

Eso es todo, amigos



El ciclo de vida de las libélulas, desde la fase de huevo hasta la muerte en edad adulta, abarca de seis meses a seis o siete años, nos dice wikipedia. Los alces viven algo más de veinte años, mientras que los elefantes pueden alcanzar los sesenta. Y digo yo, ¿y los blogs?

Y ya que estamos con las preguntas retóricas, aquí viene otra: ¿por qué hay gente que escribe blogs? Bien, ésta la puedo contestar. En mi caso, todo empezó con un blog que había por ahí, con el que en ocasiones me entretenía y con frecuencia me indignaba, hasta que, tras repetidas visitas, un buen día me dije, "oye, yo puedo hacerlo mejor". Fue un parto así de fácil.

Bueno. Ya veis por dónde van los tiros hoy. Y aunque no quiero ponerme estupendo ni sentimental, ni, por supuesto, pretender que esto tiene la más mínima importancia, sí que es cierto que hay un puñadito de personas que me siguen con relativo interés, y como yo siempre he lamentado que algunos de mis blogs favoritos languidecieran en su abandono sin una triste palabra de despedida, pues aquí viene la mía.


Me lo he pasado bien escribiendo este blog, y, como he dicho en más de una ocasión, el proceso de redacción de las entradas me hacía reflexionar y, sobre todo, disfrutar mucho más de los libros. Pero si voy a colgarme yo mismo una medalla, no será por la discutible calidad de lo que pueda haber escrito, sino por otros motivos. El más importante de ellos es no haber hecho enemigos... creo. En efecto, no me he dejado llevar por mis fobias ni por el tuit del día, y he conseguido preservar este blog como un espacio libre de malos rollos. Si conocierais mi cuenta personal de facebook y supierais la cantidad de gente que me ha eliminado de su lista de amigos, veríais que esto tiene un mérito enorme.

Tampoco he dedicado demasiado tiempo a poner a bajar de un burro libros y autores que no me han gustado. ¿Para qué? (No obstante, sí me habría gustado dedicarle cuatro líneas al fenómeno Karl Ove Knausgard). Por el contrario, creo que he conseguido transmitir un poquito de la pasión que algunas obras me han hecho sentir, y si eso ha llevado a otros a asomarse a esas obras, podré presumir de haber plantado unas cuantas semillitas por ahí.

Pero un blog proporciona muchas otras satisfacciones. En la que considero la época más feliz de éste que leéis, se formó una pequeña, muy pequeña, comunidad de blogueros que nos seguíamos mutuamente. Cada uno esperaba la publicación del otro, y allí entrábamos no sólo a comentar, sino a hacer algo tan aparentemente sencillo como charlar sobre libros, que, como sabéis, es ese tipo de conversación que tan difícil es tener con amigos o compañeros de trabajo. Poco a poco, por desgracia, de aquella comunidad de blogueros uno abandonó, otro desapareció y un tercero convirtió sus entradas en un acontecimiento anual. Mientras tanto, el niño vampiro seguía su camino, inasequible al desaliento, sí, pero sintiéndose un poco más solo.


Es sin duda la relación personal que, de manera paradójica, nos proporciona internet, la que brinda al bloguero sus mayores satisfacciones. Así, a alguno (o mejor dicho, a alguna) de vosotros, os he conocido en persona, y con otros me he escrito y todavía me escribo. Además, he tenido también la satisfacción de recibir gratos comentarios de un conocido escritor, la gratitud del autor de un libro que reseñé, mensajes de algunas traductoras, y libros regalados por editoriales, no para que los reseñe, sino en agradecimiento por alguna entrada que les gustó. Será poca cosa, me diréis, pero para alguien como yo, cuya vida social lleva años en franca decadencia, por no decir en la UCI, esas cosas me han alegrado el día más de una vez. De hecho, uno de mis proyectos más locos, y que a veces lamento no haber llevado a cabo, era invitar a todo aquel que quisiera a pasarse un domingo, día de mercadillo librero, por el Tres Tombs, el bar que hay justo al lado del Mercado de Sant Antoni, para tomarse una cerveza y charlar. A ratos imaginaba que podría allí nacer una entrañable cofradía de lectores y amigos, mientras que en mis fases de lucidez me aterrorizaba la visión de tres bichos raros como yo sentados en silencio alrededor de una cerveza, evitando mirarnos a los ojos. Al final se impuso la lucidez... ¿o quizá la cobardía?


Entonces, si tantas satisfacciones me da el blog, ¿por qué lo dejo? Quizá se deba, como decía al principio, a que un blog tiene, como los ciempiés y los tejones, su propio ciclo vital. Quizá, a que uno tiene su propio estilo al hablar de libros, y, dado que dicho estilo tiene sus limitaciones, al cabo de ocho años se empezaba a hacer difícil sacudirse de encima esa sensación de "te estás repitiendo". La verdad es que cada vez se me hacía más cuesta arriba ponerme siquiera a pensar en empezar una entrada. Corría, pues, el peligro de hundirme lentamente en mi propio desánimo y agotamiento, de ir posponiendo una y otra vez la siguiente entrada hasta emprenderla con desgana y al final, inevitablemente, ver un resultado que me dejaría más insatisfecho y desanimado aún. No. Más vale una retirada digna a tiempo.

Imagino que hay otros blogueros que se ponen a escribir y no hay quien los pare, y a algunos incluso les sale bien. A servidor, sin embargo, si no se ha pasado previamente unas cuantas horas buscando información, opiniones, historia y fotos, le sale un churro, francamente. Y al final eso cansa. Quizá he sido víctima de mi propio afán de currarme tanto las entradas. Publicar con regularidad implica muchas horas frente a la pantalla, muchas horas intentado descifrar la letra minúscula de mis propias notas, y muchas horas releyendo y corrigiendo entradas. Pues bien: esas horas las voy a pasar ahora leyendo, paseando, escuchando música, o visitando exposiciones (David Bowie y De Chirico en una sola semana, ¿qué os parece?). O quién sabe, quizá, torero yo, aproveche para recuperar fuerzas y volver más adelante.

Un abraz@ a todos.


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