miércoles, 25 de noviembre de 2015

La balada del mar salado


¿Y esa suerte de la que presume le durará siempre?
Naturalmente, querida... Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces cogí la navaja de afeitar de mi padre y ¡ZAS!...me hice una a mi gusto.
La vida está llena de tantas maravillas que es difícil atraparlas todas. Pasan por nuestro lado, las oímos, escuchamos su eco, vemos la estela que dejan tras de sí, les dedicamos unos segundos de nuestra vida y pasamos a otra cosa, mariposa. Y mientras volvemos a enfrascarnos en nuestras lecturas, nuestro trabajo, nuestra cuenta de facebook o nuestra paella, esas maravillas siguen su camino, indiferentes a nuestra indiferencia. Por fortuna, no se trata de irrecuperables puestas de sol ni de unos labios que esperaban a los nuestros, sino de libros. Y de eso, las bibliotecas están llenas.

¿Por qué había dejado pasar a mi lado a Corto Maltés sin prestarle atención? Puede que se deba a su ubicuidad, y es que es difícil no haberse cruzado alguna vez con el personaje o su creador. En otras palabras, Corto Maltés carecía de esa aura de hallazgo y descubrimiento que tanto me atrae y que me hace pasar horas en bibliotecas y librerías. A los que vamos de culturetas, no nos suele gustar ver las películas de las que todo el mundo habla, ni leer a esos autores que todo el mundo ya conoce y admira, porque, ¿y si al final resulta que nos gustan, y hemos estado todo este tiempo sin enterarnos? Así, este largo rechazo cabe achacarlo en parte a la pedantería, y en parte a que tanto el estilo de los dibujos como la impresión que me causaba el personaje me recordaban a esos cómics "adultos" que mis compañeros de instituto leían con avidez, con nombres como Richard Corben, Milo Manara o Moebius, a los que yo, que no había superado todavía la etapa Mortadelo, cogí cierta manía.

 Un Corto Maltés todavía por definir y lejos del apolíneo truhán en que se convertirá

Bueno, ya me he flagelado lo suficiente. Ahora emprendo el camino de la redención, porque si nunca es tarde para arrepentirse, enamorarse o aprender un idioma, mucho menos lo es para descubrir a Hugo Pratt y esta genial creación llamada Corto Maltés.

La vida de Hugo Pratt, de origen sefardí y veneciano de adopción, y en especial su juventud, le dio material suficiente para las aventuras que luego escribiría y, sobre todo, le confirió ese desarraigo que caracteriza a Corto. Cuando Pratt tenía diez años, su familia se fue a Etiopía, a la sazón ocupada por Mussolini. Su padre, soldado profesional, fue capturado por las tropas británicas y murió de cáncer un año después. Su madre y él fueron internados en un campo de prisioneros, y parece ser que fue allí donde el pequeño Hugo empezó a aficionarse a los cómics, que compraba a los guardias. Y baste eso como aperitivo para quien quiera profundizar un poco más en la vida del autor, algo que los afortunados que den con él podrán hacer con su libro de memorias El deseo de ser inútil.
 

La balada del mar salado es la primera de la serie de Corto Maltés, y es una extraordinaria novela de aventuras que nos recuerda lo mejor de Stevenson o Conrad. De hecho, está situada en esos mares del sur, antaño remotos, donde acostumbraban recalar aquéllos que querían decir adiós al mundo sin por ello renunciar a la vida. Allí nos encontramos, por ejemplo, con Rasputín, un personaje perverso, traicionero y tan carismático con el monje prodigioso que contribuyó a la caída del último zar. Del Rasputín real toma este personaje no sólo el nombre sino también el rostro, en lo que, si no me equivoco, es una de las características de la obra de Pratt, es decir, esa mezcla de inventiva e imaginación combinada con una precisa situación histórica y geográfica.

 La balada del viejo marinero, vista por Gustavo Doré

Sin ir más lejos, Umberto Eco, gran admirador de Pratt, dedica la introducción de esta edición a divagar sobre la latitud y la longitud de los puntos geográficos mencionados en la novela, así como sobre la posible fecha de las ediciones de alguno de los libros que vemos a los personajes leer. Entre éstos, destaca La balada del viejo marinero, ese maravilloso y enigmático poema de Coleridge, así como Moby Dick y otras obras melvillianas como Omú o Typee. Desconozco estas dos últimas, que por lo visto transcurren en los mares del sur, pero cabe señalar un rasgo revelador sobre las dos primeras. Tanto La balada... como Moby Dick tienen, como eje central, el bíblico castigo que pesa sobre sus protagonistas y que, salvando las diferencias, los obliga a vagar hasta el fin de sus días en una eterna y vana búsqueda, uno, como el judío errante, contando una y otra vez su trágica historia; el otro, y perdóneseme esta simplificación de lo inabarcable, enloquecido por cumplir su venganza contra el Mal.

 Damas y caballeros, con ustedes Corto Maltés

Una atmósfera parecida permea esta historia, donde, en más de un sentido, los personajes parecen ir a la deriva. En apariencia, la mayoría de ellos se mueven por dinero, pero uno no deja de intuir que la búsqueda del "gran golpe" que les permitirá pasarse el resto de sus días tumbado a la bartola como un Rajá no es más que una excusa, necesaria por otra parte, para poder seguir bregando, con nobleza o vileza, en esa mezcla de limbo y purgatorio que es el mar de la Polinesia. De la mayoría de los personajes no sabemos apenas nada, y sólo en las historias sucesivas nos permitirá Pratt ir atando algunos cabos. La primera aparición de Corto Maltés ante el mundo, por ejemplo, nos lo muestra en mitad del mar, crucificado sobre una precaria balsa. Ahí es nada. ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? Un motín, se nos dice, sin más. ¿Y quién es, en el fondo, Rasputín? ¿Y qué decir de ese personaje de doscientos años de edad, mitificado por los nativos y llamado El Monje? 
Aventuras a porrillo

Al presentar esta obra, Umberto Eco, como hemos señalado, se centra (o se pierde gustosamente) en divagaciones cartográficas, pero La balada... da mucho juego para perderse por donde uno quiera. El camino más obvio es el de la guerra. Esta historia da comienzo justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y transcurre durante los dos primeros años de la contienda. En este rincón perdido nos encontramos, por así decirlo, en la trastienda de aquella guerra, donde el Monje y sus discípulos se dedican al pirateo para hacerse con carbón que venden luego a los alemanes. Pero también podríamos desviarnos un poquito y, explorando la relación de poder entre las grandes potencias y las comunidades nativas, adentrarnos en el tema del colonialismo y sus consecuencias. Fijaos en este diálogo entre Corto y Cráneo, el líder indígena a las órdenes de Rasputín.
-Escucha, Corto: desde que los blancos habéis venido a estos mares, las cosas van de mal en peor. Vuestra presencia es ya inevitable. Lo que no admito es ver a mi gente mezclada en vuestras guerras. Estáis consiguiendo que los melanesios se sientan unidos por primera vez.
-Vaya, vaya. No sabía que fueras nacionalista.
-Llámalo nacionalismo, pero ya va siendo hora de crear una gran patria melanesia.
-¿Melanesia? ¿Y los polinesios?
-Ellos también.
Si supiera algo al respecto, me gustaría también hablar de aspectos más técnicos en la obra de Pratt, tales como su uso del claroscuro o su creatividad en la composición de las imágenes, pero una de éstas valdrá mucho más que mis palabras.


Se podría leer también como una historia de iniciación, donde Caín y Pandora Groovesnore, secuestrados por Rasputín, entran por la fuerza en un mundo descreído y cruel al tiempo que romántico. La evolución de ambos, desde su cándida malicia y testarudez inicial hasta su plena comprensión de lo sórdido que es este juego, revela una complejidad psicológica que hace de esta obra mucho más que una novela de aventuras. Por su parte, y tomando sólo uno más de los numerosos e irresistibles personajes, en el trágico capitán Slütter se oculta, sospechamos, alguien mucho más interesante que el arquetípico "malo bueno". Cualquiera de ellos, en fin, podría estar sacado de una novela de los siempre mencionados Conrad, Stevenson o Melville, pero tambien de Maugham. La balada... es gran literatura en viñetas.

Toda la serie de Corto Maltés, en la que volveremos a encontrarnos con muchos de estos personajes, abarca desde 1913, cuando sucede la historia que nos ocupa, hasta 1925, con un flashback a 1904-05 en que se nos narrará la juventud de Corto. Se me hace la boca agua al saber que, a diferencia de aquellos incondicionales que desde esta primera Balada... se entregaron a nuestro héroe en cuerpo y alma, servidor no va a tener que esperar años para leerlos. Alguna ventaja tenía que tener llegar tarde a la fiesta. Y si a los que no lo conocéis no he conseguido aún abriros el apetito, aquí os dejo con las primeras líneas de esta joya:

Soy el Océano Pacífico. El mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho. Pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de ésas que los hombres llaman barcos...
...Sí, este que veis no sé cómo consiguió librarse. Quizá porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji, o quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1913.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Judas y familia

Torcido, como todo en esta familia

Decía un ruso que, mientras todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera. De ser esto así, sería un alivio saber que la desdicha de los Golovliov es única e intransferible.

La desgracia parece cernirse sobre algunas familias. Esto sucede sobre todo con la pequeña nobleza esparcida por toda Rusia, sin nada que hacer, alienados del flujo de la vida, y sin capacidad alguna de liderazgo. Bajo el régimen de servidumbre conseguían malvivir, pero ahora simplemente se quedan sentados en sus dilapidadas haciendas a la espera de que llegue el fin.

A Mijaíl Saltykov-Shchedrín se le define como un maestro de la sátira. Uno identifica dicho género literario con la crítica más cáustica y con el afán de ridiculizar determinados vicios personales o sociales. Unos ejemplos obvios serían Catch-22, la película Borat o Las aventuras del buen soldado Svejk, es decir, obras en las que -por lo menos a primera vista- prima el humor sobre todo lo demás. Por ello es difícil describir la obra maestra de Saltykov como sátira, pues la crítica a la sociedad, a la hipocresía, a la mojigatería, a la codicia, al despotismo y a la familia es de lo más oscuro y desolador que he leído en mucho tiempo.

No obstante, es posible que en la versión original sí fuera más evidente el carácter satírico de la obra, y que éste se haya perdido en la traducción (en mi caso, como veis por la foto que abre esta entrada, se trata de una versión algo antigua). De hecho, si os fijáis en las ilustraciones para la obra que a lo largo del tiempo se han hecho en Rusia, se observa un marcado tono caricaturesco y hasta grotesco en los retratos de los personajes.

Stepán, derrotado, humillándose ante su madre

Las dificultades de la traducción se hacen evidentes con el nombre del protagonista principal, Iúdushka, diminutivo de Judas. Dado que en español no existe dicho diminutivo, el traductor debe, bien inclinarse por dejarlo en Judas, como en mi versión en inglés; bien optar por "pequeño Judas", más fiel, pero que no es lo mismo (los matices y eso), o bien dejarlo en el original, que quizá sea lo más acertado. En todo caso, es incuestionable que este Juditas (¿veis qué mal suena?), comparado por algunos con Uriah Heep o Tartufo, es una de las más grandes creaciones de la literatura rusa del XIX, uno de esos personajes que acaban haciéndose más grandes que la propia novela que les dio la vida. Arnold Bennet iba más lejos y calificaba Los Golovliov como una de las diez mejores novelas universales. Esto de los rankings sabéis que no va conmigo, y menos si son tan hiperbólicos, pero no exagero si digo que ésta es una novela grandiosa, indiscutiblemente a la altura de los otros rusos.

A título de curiosidad, vale la pena señalar que la relevancia del personaje de Iúdushka, tanto en la literatura com en la sociedad rusa, fue tan grande que su nombre acabó siéndole endosado a Lev Davidovich Bronstein. Fue el propio Lenin quien consideró que el modo que tenía Trotski de solucionar los conflictos, con una cháchara untuosa e hipócirta, era muy parecida a las maneras de nuestro Judas, cuya falsa santurronería y hueca palabrería saca de quicio a cualquiera que pasa cinco minutos con él. Sin embargo, en el último momento Lenin, y quizá debido a las connotaciones antisemitas del nombre, se lo pensó dos veces, pues el artículo en cuestión no fue publicado y sólo se descubrió en 1932. Para entonces, con el Padrecito de los Pueblos en el poder, el temor a ser tachado de antisemita había dejado de ser un obstáculo, y Trotski cargó con el sobrenombre hasta el fin de sus días.

Nacido para traidor. Pero, ¿traidor a quién?¿A Cristo o a la revolución?


Los Golovliov narra los avatares de una familia de terratenientes dominada por la cicatería, el egoísmo, el rencor y la desidia. La hacienda familiar se encuentra en un lugar no precisado, pero se nos antoja un paraje remoto y desolado, al que nadie quiere ir si no es para morir. Sólo Arina Petrovna, la gélida e implacable matriarca, y su hijo Porfiry, el Juditas, también conocido como el Chupasangre, que son quienes con más grandilocuencia y aspavientos hablan de la Familia, sienten cierto apego por la casa y las tierras familiares. No se trata de un apego sentimental, desde luego, si no, más bien, fruto de la convicción de que, fuera de su ataúd, de un cadáver no queda ni la memoria. Por eso el resto de la familia no ve el momento de abandonar por siempre la casa: porque no es sino una tumba para muertos en vida.
Y Golovlovo era la muerte misma. La muerte cruel y voraz que acecha eternamente a su víctima.
No se trata, sin embargo, de una novela "rural", aunque sí podría describirse como una historia "de provincias". La historia de las dos huérfanas, por ejemplo, que se van de Golovliov para abrirse camino en el mundo del teatro nos muestra la otra cara de la pequeña nobleza rusa. Vemos entonces un mundo que apesta a vanidad y hedonismo, un hedonismo tan estúpido e irresponsable como la falsa religiosidad de Judas y que, en su caída, arrastra a las hermanas por teatros y pensiones de mala muerte, hasta concluir en una escena terrible.


 El pequeño Judas, cuando aún no se ha hecho con el poder.

Resulta interesante comparar esta novela con Apuntes de un cazador, de Turguénev, publicada un cuarto de siglo antes. Pese a que ambas obras tienen como telón de fondo la servidumbre y su abolición, no puede menos de sorprender el profundo humanismo de la obra de Turguénev, escrita de hecho antes de dicha abolición, y ver cómo, veinte años más tarde, otro autor nos ofrecía una visión tan decadente y deshumanizada de toda la sociedad, deshumanización de la que no se libran los, ayer, siervos, hoy criados. Otro de los aspectos que contrastan fuertemente en las dos obras es el retrato lírico y casi edénico de la naturaleza en Apuntes..., mientras que en Golovliovo no hay más que nieve y campos baldíos. Parece que, como sucede a menudo con los cambios sociales más profundos y trascendentales, la realidad, en este caso la incapacidad de la nobleza rusa para amoldarse a un sistema de producción agrícola racional, no tardó más que un par de décadas en hundir por completo aquellos sueños y esperanzas que inundaban la obra de Turguénev.

Judas Golovliov en la versión cinematográfica de Aleksandr Ivanovski (que por cierto podéis ver aquí. En ruso, конечно)

Mijaíl Yevgráfovich Saltykov acostumbraba firmar sus obras con el seudónimo Nikolái Shchedrín, y de ahí le quedó el apellido compuesto por el que se le conoce, un apellido que, me atrevo a sugerir, jugó en detrimento de la popularidad del autor en occidente. Y es que, al lado de Tolstói, Dostoievski, Gógol o Turguénev, no me negaréis que Saltykov-Shchedrín suena muy poco comercial. Quizá por ello, la versión española de Nevsky Prospects optó por dejarlo en Schedrín. En todo caso, llámese como quieran llamarlo, nuestro autor puso mucho de su propia vida en esta su obra maestra. Nunca ocultó, por ejemplo, que el irresistiblemente repulsivo Iúdushka estaba basado en su hermano Dmitri. Del mismo modo, y al igual que sucede con Arina  Petrovna al comienzo de la novela, la despótica madre de Saltykov tenía aterrorizado a su marido y a toda la servidumbre (en esto, bien poco se diferencia de la violenta y cruel madre de Turguénev). Al pequeño Mijaíl apenas se le permitía salir de casa, por lo que se pasaba los días encerrado. Consecuencia de ello fue, como hemos visto, que la naturaleza esté ausente de su obra, y que el niño fuera testigo constante de las condiciones de vida de los siervos. Fue probablemente entonces cuando arraigó uno de los motivos principales de toda su obra: en palabras del propio Saltykov, "el devastador efecto de la esclavitud legal sobre la psique humana".

Judas y la no menos arrebatadora Ulita

La lectura de esta novela depara más de una sorpresa, tanto en lo que se refiere al argumento como a su estructura. Ésta, por ejemplo, se nos antoja mucho más moderna de lo que algunos esperan de una novela del XIX, y quizá ello se deba al modo en que fue publicado. El autor publicó los cinco primeros capítulos de que consta hoy en forma de relatos separados, como parte de un ciclo titulado Discursos bienintencionados, y sólo después decidió reunirlos en forma de novela y añadir dos capítulos más. Y como vimos en Un héroe de nuestro tiempo, a veces este modo casi improvisado de publicar una obra le da a ésta un aire de modernidad muy poco decimonónico.

En cuanto a los inesperados giros que da el argumento, aquí el autor nos sorprende con el cruel modo en que los personajes sufren unas caídas tan duras y crueles sin siquiera haber gozado antes de una subida a unas alturas dignas de tal nombre. Ésta es una novela llena de hijos pródigos que, en lugar de abrazos, reciben de su progenitor una severa admonición, y que, en lugar de novillo cebado, han de conformarse con un plato de setas o un trago de vodka. Es una historia también de padres desnaturalizados que en vez de dar amor, ayuda y comprensión, limitan sus obligaciones paternas a tirarle un "hueso" al tarambana de su hijo. Y es, en definitiva, una novela que culmina de un modo, si no inevitable, sí coherente, el camino abierto por Goncharov y, en cierto modo, por Turguénev o incluso Dostoievski. Y por último, es también, sin duda, una obra que prefigura tanto a Chéjov como algunas de las grandes sátiras de la literatura soviética. Porque, después de todo, creo que sí, que, aunque negra como boca de lobo, esto es una sátira.

Póster de Iúdushka Golovliov

En definitiva, una novela impresionante, épica en su pesimismo, con antihéroes inolvidables e impredecibles y que demuestra, una vez más, lo inagotable que fue el siglo XIX en Rusia.


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