¿Y esa suerte de la que presume le durará siempre?
Naturalmente, querida... Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces cogí la navaja de afeitar de mi padre y ¡ZAS!...me hice una a mi gusto.
La vida está llena de tantas maravillas que es difícil atraparlas todas. Pasan por nuestro lado, las oímos, escuchamos su eco, vemos la estela que dejan tras de sí, les dedicamos unos segundos de nuestra vida y pasamos a otra cosa, mariposa. Y mientras volvemos a enfrascarnos en nuestras lecturas, nuestro trabajo, nuestra cuenta de facebook o nuestra paella, esas maravillas siguen su camino, indiferentes a nuestra indiferencia. Por fortuna, no se trata de irrecuperables puestas de sol ni de unos labios que esperaban a los nuestros, sino de libros. Y de eso, las bibliotecas están llenas.
¿Por qué había dejado pasar a mi lado a Corto Maltés sin prestarle atención? Puede que se deba a su ubicuidad, y es que es difícil no haberse cruzado alguna vez con el personaje o su creador. En otras palabras, Corto Maltés carecía de esa aura de hallazgo y descubrimiento que tanto me atrae y que me hace pasar horas en bibliotecas y librerías. A los que vamos de culturetas, no nos suele gustar ver las películas de las que todo el mundo habla, ni leer a esos autores que todo el mundo ya conoce y admira, porque, ¿y si al final resulta que nos gustan, y hemos estado todo este tiempo sin enterarnos? Así, este largo rechazo cabe achacarlo en parte a la pedantería, y en parte a que tanto el estilo de los dibujos como la impresión que me causaba el personaje me recordaban a esos cómics "adultos" que mis compañeros de instituto leían con avidez, con nombres como Richard Corben, Milo Manara o Moebius, a los que yo, que no había superado todavía la etapa Mortadelo, cogí cierta manía.
Un Corto Maltés todavía por definir y lejos del apolíneo truhán en que se convertirá
Bueno, ya me he flagelado lo suficiente. Ahora emprendo el camino de la redención, porque si nunca es tarde para arrepentirse, enamorarse o aprender un idioma, mucho menos lo es para descubrir a Hugo Pratt y esta genial creación llamada Corto Maltés.
La vida de Hugo Pratt, de origen sefardí y veneciano de adopción, y en especial su juventud, le dio material suficiente para las aventuras que luego escribiría y, sobre todo, le confirió ese desarraigo que caracteriza a Corto. Cuando Pratt tenía diez años, su familia se fue a Etiopía, a la sazón ocupada por Mussolini. Su padre, soldado profesional, fue capturado por las tropas británicas y murió de cáncer un año después. Su madre y él fueron internados en un campo de prisioneros, y parece ser que fue allí donde el pequeño Hugo empezó a aficionarse a los cómics, que compraba a los guardias. Y baste eso como aperitivo para quien quiera profundizar un poco más en la vida del autor, algo que los afortunados que den con él podrán hacer con su libro de memorias El deseo de ser inútil.
La balada del mar salado es la primera de la serie de Corto Maltés, y es una extraordinaria novela de aventuras que nos recuerda lo mejor de Stevenson o Conrad. De hecho, está situada en esos mares del sur, antaño remotos, donde acostumbraban recalar aquéllos que querían decir adiós al mundo sin por ello renunciar a la vida. Allí nos encontramos, por ejemplo, con Rasputín, un personaje perverso, traicionero y tan carismático con el monje prodigioso que contribuyó a la caída del último zar. Del Rasputín real toma este personaje no sólo el nombre sino también el rostro, en lo que, si no me equivoco, es una de las características de la obra de Pratt, es decir, esa mezcla de inventiva e imaginación combinada con una precisa situación histórica y geográfica.
La balada del viejo marinero, vista por Gustavo Doré
Sin ir más lejos, Umberto Eco, gran admirador de Pratt, dedica la introducción de esta edición a divagar sobre la latitud y la longitud de los puntos geográficos mencionados en la novela, así como sobre la posible fecha de las ediciones de alguno de los libros que vemos a los personajes leer. Entre éstos, destaca La balada del viejo marinero, ese maravilloso y enigmático poema de Coleridge, así como Moby Dick y otras obras melvillianas como Omú o Typee. Desconozco estas dos últimas, que por lo visto transcurren en los mares del sur, pero cabe señalar un rasgo revelador sobre las dos primeras. Tanto La balada... como Moby Dick tienen, como eje central, el bíblico castigo que pesa sobre sus protagonistas y que, salvando las diferencias, los obliga a vagar hasta el fin de sus días en una eterna y vana búsqueda, uno, como el judío errante, contando una y otra vez su trágica historia; el otro, y perdóneseme esta simplificación de lo inabarcable, enloquecido por cumplir su venganza contra el Mal.
Damas y caballeros, con ustedes Corto Maltés
Una atmósfera parecida permea esta historia, donde, en más de un sentido, los personajes parecen ir a la deriva. En apariencia, la mayoría de ellos se mueven por dinero, pero uno no deja de intuir que la búsqueda del "gran golpe" que les permitirá pasarse el resto de sus días tumbado a la bartola como un Rajá no es más que una excusa, necesaria por otra parte, para poder seguir bregando, con nobleza o vileza, en esa mezcla de limbo y purgatorio que es el mar de la Polinesia. De la mayoría de los personajes no sabemos apenas nada, y sólo en las historias sucesivas nos permitirá Pratt ir atando algunos cabos. La primera aparición de Corto Maltés ante el mundo, por ejemplo, nos lo muestra en mitad del mar, crucificado sobre una precaria balsa. Ahí es nada. ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? Un motín, se nos dice, sin más. ¿Y quién es, en el fondo, Rasputín? ¿Y qué decir de ese personaje de doscientos años de edad, mitificado por los nativos y llamado El Monje?
Aventuras a porrillo
Al presentar esta obra, Umberto Eco, como hemos señalado, se centra (o se pierde gustosamente) en divagaciones cartográficas, pero La balada... da mucho juego para perderse por donde uno quiera. El camino más obvio es el de la guerra. Esta historia da comienzo justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y transcurre durante los dos primeros años de la contienda. En este rincón perdido nos encontramos, por así decirlo, en la trastienda de aquella guerra, donde el Monje y sus discípulos se dedican al pirateo para hacerse con carbón que venden luego a los alemanes. Pero también podríamos desviarnos un poquito y, explorando la relación de poder entre las grandes potencias y las comunidades nativas, adentrarnos en el tema del colonialismo y sus consecuencias. Fijaos en este diálogo entre Corto y Cráneo, el líder indígena a las órdenes de Rasputín.
-Escucha, Corto: desde que los blancos habéis venido a estos mares, las cosas van de mal en peor. Vuestra presencia es ya inevitable. Lo que no admito es ver a mi gente mezclada en vuestras guerras. Estáis consiguiendo que los melanesios se sientan unidos por primera vez.-Vaya, vaya. No sabía que fueras nacionalista.-Llámalo nacionalismo, pero ya va siendo hora de crear una gran patria melanesia.-¿Melanesia? ¿Y los polinesios?-Ellos también.
Si supiera algo al respecto, me gustaría también hablar de aspectos más técnicos en la obra de Pratt, tales como su uso del claroscuro o su creatividad en la composición de las imágenes, pero una de éstas valdrá mucho más que mis palabras.
Se podría leer también como una historia de iniciación, donde Caín y Pandora Groovesnore, secuestrados por Rasputín, entran por la fuerza en un mundo descreído y cruel al tiempo que romántico. La evolución de ambos, desde su cándida malicia y testarudez inicial hasta su plena comprensión de lo sórdido que es este juego, revela una complejidad psicológica que hace de esta obra mucho más que una novela de aventuras. Por su parte, y tomando sólo uno más de los numerosos e irresistibles personajes, en el trágico capitán Slütter se oculta, sospechamos, alguien mucho más interesante que el arquetípico "malo bueno". Cualquiera de ellos, en fin, podría estar sacado de una novela de los siempre mencionados Conrad, Stevenson o Melville, pero tambien de Maugham. La balada... es gran literatura en viñetas.
Toda la serie de Corto Maltés, en la que volveremos a encontrarnos con muchos de estos personajes, abarca desde 1913, cuando sucede la historia que nos ocupa, hasta 1925, con un flashback a 1904-05 en que se nos narrará la juventud de Corto. Se me hace la boca agua al saber que, a diferencia de aquellos incondicionales que desde esta primera Balada... se entregaron a nuestro héroe en cuerpo y alma, servidor no va a tener que esperar años para leerlos. Alguna ventaja tenía que tener llegar tarde a la fiesta. Y si a los que no lo conocéis no he conseguido aún abriros el apetito, aquí os dejo con las primeras líneas de esta joya:
Soy el Océano Pacífico. El mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho. Pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de ésas que los hombres llaman barcos...
...Sí, este que veis no sé cómo consiguió librarse. Quizá porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji, o quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1913.