Y al volver la vista atrás se ve la senda que alguna vez habrá que volver a pisar... o no. Porque, quién sabe, quizá el hecho de que algunas lecturas no dejen más recuerdo que una muesca en la culata no es una cruel injusticia, sino la ley de la literatura.
Constantinopla, de Isaac Asimov
Es inevitable utilizar el término "genio" al hablar de Asimov. Y si alguien lo pone en duda, no tiene más que echar un wikipédico vistazo a su obra y repasar sus logros literarios, académicos y cocienteintelectuales. De Asimov he leído varios libros de la impagable serie Historia universal, y este Constantinopla es otra maravilla. El problema es que me abrió el apetito por las grandes obras de la literatura bizantina, como La Alexiada, de Ana Comneno, y sobre todo Historia secreta, de Procopio, ambas prácticamente imposibles de encontrar por estos lares.
Nankin, de Nicolás Meylaender y Zong Kai
Uno de los genocidios más atroces (si es que en esto puede haber grados) es el cometido por el ejército japonés en la ciudad de Nanking en diciembre de 1937. Como parece ser que en el siglo XX sólo cabe un genocidio incontestable, todos los demás son constantemente matizados, relativizados, o abiertamente negados por los gobiernos de los países que los cometieron. Ahí está el genocidio de los armenios que perpetró Turquía a principios del pasado siglo, o esta indescriptible carnicería, en la que, entre otras barbaridades, dos generales japoneses compitieron por ver quién decapitaba antes a cien prisioneros, macabro duelo seguido de manera infame por la prensa nipona. Por ello, por mucho que el gobierno japonés aduzca que las cifras de la masacre están muy exageradas, uno puede imaginar hasta dónde podía llegar un ejército que se entretenía en semejantes competiciones. Baste decir que la población de Nanking sólo podía envidiar la suerte de aquéllos que morían por decapitación, y que la esvástica nazi se convirtió en un símbolo de libertad.
Esta sencilla novela gráfica nos cuenta la historia de una de las miles de víctimas, que, con la ayuda de un abogado, lucha por que se reconozca su sufrimiento.
Diálogos, de Luciano de Samósata
Uno se siente culpable cuando recuerda tan poco de una lectura tan amena como ésta. Menos mal que siempre hay tiempo para la relectura, y para inmortalizar ésta en una entrada memorable.
Calle Katilin, de Magda Szabo
Me quedé con la sensación de haber leído un muy buen libro. Sin embargo, en este caso también, su recuerdo, de manera probablemente injusta, se ha diluido entre otras lecturas del año.
Tela de sevoya, de Miriam Moscona
Uno de los libros más hermosos y sorprendentes de este año. Moscona, escritora mexicana de origen búlgaro sefardí, nos habla en este libro, que mezcla biografía, historia y ficción, del ladino, esa variante casi arcana del español, que se resiste a desaparecer. No os lo perdáis.
Los herederos, de Isaac Bashevis Singer
Segunda parte de La casa de Jampol, esa gran novela que reseñé aquí. La leí un par de meses después de haber terminado aquélla, y la verdad es que me costó retomar el hilo de tantas historias y personajes. No obstante, la maestría de Singer consigue engancharnos a este auténtico culebrón. Será una obra menor, pero entretiene.
Abdías, de Adalbert Stifter
Llegué a esta novela animado por Magris, que en El Danubio, hacía frecuentes referencias a su autor. Dado que me interesa tanto todo lo relacionado con la cultura y la historia de Europa central, en las ocasiones, como en este caso, en que el autor sitúa su historia en otro contexto no puedo dejar de sentirme un tanto engañado. Así y todo, y si la memoria no me falla, Abdías me dio la impresión de ser uno de esos libros algo engañosos, en el buen sentido de la palabra. Uno cree haber entendido la historia, pero no deja de preguntarse si eso es todo, sabiendo de antemano la respuesta: no.
El pobre músic, de Franz Grillparzer
A éste también llegué de la mano de Magris. No sé si será mejor o no que el de Stifter, pero sí respondió más a mis expectativas.Y de nuevo, recuerdo de él tan poco... Debo de sufrir, si no de voracidad, sí de gula lectora. Como y como (leo y leo) y no disfruto (no releo). Quizá sea éste uno de mis propósitos para el nuevo año: menos y mejor.
La vida secreta de Walter Mitty, de James Thurber
No es normal encontrarse un libro de Acantilado casi nuevecito en el Punt Verd del barrio, allí donde la gente lleva zapatos viejos, aceite usado y transistores para reciclar. Pocos meses antes se había estrenado la película del mismo título, con Ben Stiller, y uno se pregunta si fue la decepción ("la peli está bien, pero el libro no se parece en nada"), el afán de compartir el placer con el próximo, o simplemente la casualidad lo que hizo que este libro acabara en la antesala de la basura.
El relato que da título a la colección es, desde que se publicó, todo un clásico, aunque se podría discutir si es el mejor. De lo que sí estoy seguro es de que los guionistas tuvieron que emplear a fondo su imaginación para poder estirar un puñadito de páginas hasta convertirlo en una película de casi dos horas.
Thurber, en cualquier caso, se revela como un auténtico maestro en el retrato del hombrecillo insignificante, poquitacosa y cobardón, que se debate entre el esforzado convencimiento de que su vida encadenado a un barrio residencial y a su trabajo de oficina es el sueño al que siempre había aspirado, y la trágica convicción de que tiene que haber algo más.
Vanity Fair, de William S. Thackeray
El libro del verano, que apenas me dejó tiempo para nada más.
El título de este clásico del XIX, aparte del dudoso honor de dar nombre a una conocida revista, ha servido para definir perfectamente el concepto de la sociedad que tanto disgustaba a Thackeray, y que tanto asquito nos da a algunos en este siglo ya no tan nuevo. En un mundo donde pronto reconoceréis a un imbécil por el palito para el selfie, donde la apariencia es todo y la esencia, nada, y donde el meme de facebook tiene más poder que la lógica y el conocimiento, uno se pregunta cómo hubiera retratado el autor inglés a la sociedad en la que vivimos.
Sería exagerado decir que las 900 páginas de La feria de las vanidades se nos hacen cortas, pero sí es cierto que en nigún momento dejan de ser amenas. Y es que Thackeray consigue hacer de Becky Sharp una de esas malas malísimas que tanto nos gusta odiar. Becky es la niña de una familia empobrecida que tiene que abrirse paso en la vida a base de ingenio, picaresca y malas artes. Por su parte, Amelia, su amiga del alma, buena como el pan y cándida como un niño, es decir, sosa como la sopa de hospital, ve cómo la fortuna se vuelve en su contra. Naturalmente, la cosa se enreda bastante más, y, por ejemplo, aparte de mansiones, bodas, casinos y buques a la India, la novela nos lleva a Bruselas en vísperas de la batalla de Waterloo, en unas páginas interesantísimas sobre el modo en que se hacía la guerra en aquellos tiempos.
Con una obra escrita en el XIX y de estas dimensiones, las comparaciones o referencias a Dickens son inevitables. Vanity Fair tiene el subtítulo de "Una novela sin héroe", pues parece ser que la intención de Thackeray era hacer hincapié en los defectos no tanto de la sociedad como ente abstracto, como de las personas que la forman. Ahí radica una de las diferencias fundamentales con Dickens: en Thackeray ni los buenos son buenísimos, ni los malos están más allá de toda redención. Ojalá esto último fuera así también en nuestro mundo.
The fall and rise of Reginald Perrin, de David Nobbs
Como tantos otros de mi generación, recuerdo Auge y caída de Reginald Perrin, la serie televisiva basada en este libro, como fuente de constantes y estruendosas carcajadas. Un nuevo vistazo a la serie, sin embargo, así como la lectura del libro, me demuestran, una vez más, el modo en que el paso del tiempo endulza los recuerdos. Y no porque el libro no sea divertido, ojo, sino porque se trata de un humor agridulce, cuando no completamente amargo. Incluso me atrevería a ir más lejos: Auge y caída... no es una comedia agridulce, sino una tragedia. Una tragedia divertida. La tragedia del hombre moderno encadenado a un trabajo absurdo en el que la persona no puede desarrollar más que su mediocridad. ¿Os suena? Supongo que he dicho algo parecido al hablar de La vida secreta de Walter Mitty.
Black dogs, de Ian McEwan
Cuando vayas a Inglaterra, lee libros ingleses. Así, tras Thackeray y Nobbs, le tocó el turno a Ian McEwan, uno de esos autores que nunca nos defrauda. Este Perros negros es, como dice el cliché, McEwan en estado puro. Original, un tanto extraño, turbador y ese adjetivo inglés, haunting, que según el diccionario, significa inolvidable, evocador, persistente, obsesionante, agobiante, acechador. Pues no es nada de eso. Es haunting.
Génesis, de Robert Crumb
Al llevar a la novela gráfica el libro del Génesis, Crumb se guió por un principio elemental e irrenunciable: ser estrictamente fiel al texto escrito. Dicho así, no parece una gran hazaña, así que lo diré de otra forma: Crumb ha reproducido fielmente, en todas y cada una de sus palabras, el primer libro de la Biblia.
Cualquiera que haya leído siquiera las primeras páginas de, para muchos, EL Libro -que, como nos recuerda Crumb, no es la palabra de Dios, sino de los hombres- se habrá dado cuenta de las flagrantes contradicciones en aspectos tan cruciales como la creación del hombre, o de detalles tan curiosos como la diabólica serpiente, que no se convirtió en serpiente hasta que Dios la condenó. Crumb, de quien hace mucho tiempo hablé ya aquí, refleja dichas contradicciones, se recrea en sus habituales mujeres pechugonas y de firmes nalgas, y no elude siquiera las interminables genealogías. Respecto a esto último, tiene además el generoso detalle de darles a todos ellos un rostro. ¿No es eso una hazaña?
Naturalmente, si habéis leído la Biblia, convendréis conmigo en que, por fascinante que sea, el ritmo narrativo decae en ocasiones. También sucede eso en esta versión, pero para eso está el genio del autor, para deleitarnos con sus ilustraciones.
Rubicón, de Tom Holland
Por fortuna, se ha convertido en lugar común la idea de que los libros de historia, y de historia clásica en especial, no tienen por qué ser aburridos. Es más, hoy nadie le perdona a un libro de divulgación que no sea ameno. Y eso es lo que no le perdono yo a Rubicón: el tedio que me produjo (a la larga, eso sí; la primera mitad del libro es muy interesante). Y no por un excesivo academicismo, ni por el exceso de datos, ni por emplear un estilo demasiado serio y rimbombante. Todo lo contrario: el problema con este libro es que a Tom Holland se le notan demasiado las ganas por contar la historia de una manera amena sin emplear un estilo serio y rimbombante. Qué quisquilloso, diréis. La verdad es que no sabría decir qué fue exactamente lo que me irritó del libro. Quiero creer que fue el excesivo hincapié en el cotilleo, aunque de hecho, ahora mismo, al revisar las notas que fui tomando durante la lectura, no veo más que ideas interesantes.
La Gran Guerra, de Joe Sacco
Sacco es, desde hace ya unos años, uno de los maestros consagrados del reportaje gráfico, o, para ser menos ambiguos, del reportaje en forma de novela gráfica.
En La Gran Guerra Sacco decide dar una vuelta de tuerca a su obra y nos ofrece el relato del primer día de la batalla del Somme en un libro sin palabras formado por un dibujo despelegable. Es decir, que se puede 'leer' en un minuto, o demorarse uno durante horas. Vuelta de tuerca o rizo del rizo, el caso es que Sacco crea escuela, abre caminos, hace arte.
Apocryphal stories, de Karel Capek
Un libro genial a ratos, excelente en sus momentos más flojos, de un autor que yo creía más que olvidado, pero de quien compruebo que se han ido reeditando sus obras, incluida ésta. Prometo reseña.
La mujer silenciosa, de Monika Zgustova
Zgustova es una de esas personas que me inspiran gran admiración. Políglota, gran traductora, y experta en la literatura de Europa central y oriental, destaca también por su producción literaria, y es por lo visto una experta en Bohumil Hrabal. Tenía, por tanto, muchas ganas de leer una novela suya, pero lamento decir que no me enganchó lo suficiente como para terminarla. Bien escrita, sin duda, pero con una sensación constante de esto ya me lo han contado antes.
El retorno del profesor de baile, de Henning Mankell
Sólo ha habido un Mankell este año, pero ha sido uno de los mejores. Todo lo que se le puede pedir a un thriller.
Los surcos del azar, de Paco Roca
Como casi todos nosotros, el maestro valenciano jamás había oído la historia de La Nueve, división del ejército francés formada por soldados españoles. Y de las historias anónimas como la de Miguel Ruiz, militante de dicha división, es de donde, cuando uno menos se lo espera, surge la obra maestra.
En Siberia, de Colin Thubron
Qué lástima. Mira que pinta bien el libro, mira que tenía ganas de leerlo, mira que estaba en el momento propicio (ya sabéis que todos los libros tienen un momento propicio para leerlos)... y me toca una de las peores traducciones que he padecido en mucho tiempo.
Altaïr es una gran librería de viajes, pero como editorial (en colaboración con Península), debería gastarse un poco más de dinero en la traducción, y no encargársela a ese chico del almacén que ha viajado mucho y que domina el inglés mogollón.
Me diréis que soy demasiado severo, y es cierto que he soportado libros en traducciones quizá peores, pero mira, esta vez no me apetecía. Algunas de las perlas de esta traducción: en un momento se nos dice que el sótano donde Nicolás II fue asesinado junto con la zarina y sus cinco hijos tenía una superficie de 1,20 metros. Hombre, sería pequeño, pero la familia imperial, médico, criadas y un pelotón de fusilamiento, ¿todos dentro de un trastero donde apenas cabrían dos bicicletas para niños? Parece que el traductor tiene un problema con las medidas, ya que luego, al hablar del Transiberiano, pone en labios de Thubron que "con casi novecientos kilómetros desde los Urales a Vladivostok, recorría la que era con mucha diferencia la línea férrea más larga del mundo" No sé, pero el Barcelona-La Coruña debe de andar por ahí. Sin embargo, los horrores de esta traducción van más allá. Qué me decís de esta descripción de la más pequeña de las hijas de Nicolás: "el marimacho rechoncho de Anastasia". Y no hemos llegado a la página 30. Ahí lo dejé.
Exposición de primavera, de György Spiró
Una gran novela sobre la represión estalinista en Hungría durante la revolución del 56, si no recuerdo mal. Habré olvidado los detalles, pero lo que cuenta, el relato de un hombre que se ve condenado por una insignificante nota de prensa, es pavoroso, y, pese a unas pocas páginas algo farragosas llenas de nombres que bien poco dicen al lector español, Spiró nos lo cuenta con gran talento.
Coraline, de Neil Gaiman
Sé que puede parecer absurdo, sobre todo por mi nivel de inglés, modestia aparte, pero este libro lo leí en ruso. ¿Motivo? Empezaba mi nueva etapa de lanzarme a leer libros en ruso no adaptados a estudiantes, y mi experiencia me dice que los libros para niños son ideales en ese sentido.
Coraline es, sencillamente, una excelente historia sobre padres e hijos, sobre la búsqueda de la identidad, sobre el amor, sobre el miedo... y qué miedo. Creo que si hubiera leído este libro en mi tierna infancia, hubiera disfrutado de unas pesadillas de agárrate y no te menees.
Nine suitcases, de Béla Zsolt
Esta iba a ir en la misma entrada que la de Spiró, para hablar del sufrimiento de los húngaros bajo los nazis y luego bajo los comunistas. Y quizá todavía me anime, porque si Exposición de primavera es buena, ésta es magistral. Durísima, evidentemente, como tienen que serlo las memorias de un judío húngaro condenado a trabajos forzados en Ucrania y luego esperando la deportación a los campos de exterminio. Carente de victimismo, pero escrito con una resignada desolación y humor amargo, Nueve maletas, que en España publicó la editorial Taurus, está hoy descatalogado. Suerte de las charities inglesas.
El almanaque de mi padre, de Jiro Taniguchi
Hace poco hablé de dos obras geniales de Taniguchi, el autor que, por lo menos en lo que a mí respecta, ha hecho de la palabra manga un señuelo difícil de resistir. Otra prueba de ello la tenemos en esta novela, donde, una vez más, el protagonista emprende, mediante el recuerdo, un viaje al pasado en busca de su padre. Emotivo, sencillamente profundo, y magistral.
Diario ruso, de Anna Politkóvskaya
Y yo que sueño con volver algún día a Rusia... Pues si alguien más tiene ese sueño, que no lea este libro. Apasionante de principio a fin, este diario transcurre durante los terribles años de la Segunda Guerra Chechena, con bombas en Moscú, el trágico secuestro del teatro Dubrovka y la espantosa matanza en una escuela de Beslán. El cuadro de la siempre apaleada democracia rusa que nos pinta la malograda periodista es escalofriante, como lo es el retrato de Ramzán Kadírov, señor de la guerra checheno y títere de Moscú, con quien la autora se entrevistó en un escenario digno de Sacha Baron Cohen. Pero de este diario emerge sobre todo la siniestra figura de Putin, a quien Politkóvskaya dibuja como un dictador en toda regla.
Cuánto se echa de menos a Politkóvskaya, periodista libre y valiente que sabía muy bien el precio que se puede llegar a pagar en Rusia por esas cualidades. ¿Cómo nos hubiera explicado ella el conflicto entre Rusia y Ucrania?
Y bien, me dejo algunas en el teclado, con la buena intención de reseñarlas como Dios manda algún día de éstos.
Feliz añ@ nuevo a todos, mucha salud y buenas lecturas.