Con Muriel Spark, siempre es como la primera vez. No es de extrañar que inspire un culto que, en nuestro país, es casi clandestino, dado el trato que le dispensan las editoriales. Tras éste mi tercer título de la Spark, una vez más me encuentro con una historia la mar de sencilla, y una vez más vuelvo a preguntarme de qué trata el libro, qué es lo que de verdad nos cuenta la autora con su extraordinaria capacidad narrativa, su facilidad para cautivar al lector y su estilo entre sobrio y dicharachero.
Londres, 1954
Como sucedía con Las señoritas de escasos medios, el título pierde fuerza en la traducción. Lejos de Kensington no refleja el juego de palabras que tiene en inglés, donde "A far cry" puede y debe entenderse también en sentido literal: hay un grito lejos de Kensington que resulta crucial en el desarrollo de la historia.
Pero los parecidos con aquella gran novela no se quedan ahí. Nos encontramos en la misma época, el Londres de los 50, donde está a punto de terminar la época del racionamiento y, entre solares por fin limpios de escombros, vamos a entrar en la era de la prosperidad.
No estamos aquí en una residencia para jovencitas, sino en una casa con habitaciones de alquiler, donde, cual si fuera nuestra 13 Rue del Percebe, nos encontramos con un variopinto gajo de la sociedad. Entre los inquilinos, tenemos a la protagonista y narradora, la Sra. Hawkins. Se trata de una simpática y joven viuda de guerra, que, según ella, debido a su obesidad inspira una absoluta confianza a todo bicho viviente, por lo que se convierte en receptora de todas sus confidencias. Al igual que Joan, en Las señoritas..., Nancy (sólo la llamarán así cuando, dieta de por medio, se lo haya ganado) trabaja en el mundo editorial, y tiene de nuevo que vérselas con un más que mediocre aspirante a escritor, Hector Bartlett, siniestro y ridículo personaje, practicante de la radiónica, (y, como muy bien nos informa Óscar, inspirado en su otrora colega y amante Derek Stanford) al que la narradora humilla una y otra vez con el gracioso apelativo de pisseur de copie, que viene a ser algo así como "meador de prosa". (Me sorprende que no hayamos importado una expresión tan útil). La novela nos cuenta el modo en que la vida de los inquilinos se entrecruza con el deambular editorial de la narradora, y cómo aquellos meses del 54 y el 55 marcaron, de manera a veces trágica, feliz, mezquina y en ocasiones, incluso merecida, el destino de algunos de ellos.
Esta va a ser mi obra cumbre
La señora Spark nos habla sobre los principios, tanto los éticos como los literarios, nos dice Claire Tomalin en la contraportada. Se agradece la observación. Uno está tan desconcertado (y siempre fascinado) que por un rato se agarra a ese comentario para verter un poco de luz sobre un libro que, en apariencia, no tiene nada de desconcertante. La perplejidad de este lector resulta, sobre todo, del modo en que la autora inserta, aunque sin tomárselo muy en serio, el tema de la radiónica, así como una historia pseudodetectivesca (el misterio de los mensajes anónimos a Wanda) en lo que, por lo demás, parece una sencilla historia basada en experiencias personales de la autora. Una sabia combinación de lo cotidiano y lo rebuscado que me hace pensar, por poner un ejemplo, en un bloguero que escribe su reseña desde un locutorio paquistaní mientras a su lado un escuchimizado cincuentón visita porno a mansalva.
Así que ¿por qué no?, quizá esta novela nos esté hablando de principios. Yo sospecho, no obstante, que Spark, felizmente, no tiene un concepto tan instrumental de la literatura como para decir "quiero hablar de los principios y para ello voy a escribir una historia como la que sigue". De ahí, la posible frustración de algún lector: ¡Ah, las intenciones! ¡¡El mensaje!! ¿Cuál es el mensaje?
Así que ¿por qué no?, quizá esta novela nos esté hablando de principios. Yo sospecho, no obstante, que Spark, felizmente, no tiene un concepto tan instrumental de la literatura como para decir "quiero hablar de los principios y para ello voy a escribir una historia como la que sigue". De ahí, la posible frustración de algún lector: ¡Ah, las intenciones! ¡¡El mensaje!! ¿Cuál es el mensaje?
Con Muriel Spark, me da la impresión (todavía no la he leído lo suficiente), a uno más le vale guardarse de hacer afirmaciones tajantes sobre las intenciones de la autora. Es más lista que nosotros, sin que ello sirva de crítica. Sabemos, sí, que hay una clara intención de recrear una época y un lugar muy concretos. Intuimos que la narradora, tanto Nancy como Joan en Las señoritas..., tienen mucho de Spark. Estamos convencidos de que la construcción, estructura, desarrollo y lenguaje de la obra son por lo menos tan importantes como las "intenciones", y eso es lo que nos hace disfrutar. Y, ¿aparte de eso? Podemos, si somos muy osados, sugerir que Nancy tiene algo de bruja, por su afición a echar el "mal de palabra", por su invulnerabilidad ante la radiónica, o por su facilidad para cambiar de aspecto casi a su antojo. Más allá, sin embargo, todo son conjeturas, felices conjeturas que nos hacen buscar desesperadamente a alguien que también haya leído el libro y podamos preguntarle de qué trata.