jueves, 30 de diciembre de 2010

Restos de temporada (2)

¿Fue él?, de Stefan Zweig
Zweig siempre nos hace reencontrarnos con el placer de las historias bien escritas y, aunque suene filisteo, a la manera clásica, es decir, de personajes bien dibujados, historias bien desarrolladas, con su planteamiento, su nudo y su desenlace, y donde el escritor se preocupa más del lector que de su propio ego. ¿Fue él? es una excelente historia de celos que consigue escapar del terreno acostumbrado para este tipo de historias (esposos, hijos, socios), y ofrecernos una nueva perspectiva (un perro). Uno se pregunta si Zweig era capaz de escribir algo malo (lo era: Los Ojos del hermano eterno era un tostón pretencioso, y El Candelabro Enterrado, otro tanto; como les sucede a tantos autores, se pierde cuando sale del terreno conocido). 
Hay que decir, sin embargo, que la publicación de este y otros cuentos en una colección sería beneficioso no sólo para el bolsillo del lector, sino también para apreciar el gran talento del escritor austriaco. Porque lo de Acantilado y Stefan Zweig es de escándalo. Con el éxito de aquellas ediciones de Carta de una desconocida o Veinticuatro horas en la vida de una mujer descubrieron que en Zweig tenían un auténtico filón. Desde entonces no han dejado de publicar hasta novela tras novela, biografía tras biografía, o, como en este caso, cuentecillo tras cuentecillo. Bien... si no fuera porque estos cuentecillos deberían publicarse reunidos en una colección. ¿Alguien se imagina publicar uno por uno los cuentos de cualquier otro escritor?

Ghost World, de Daniel Clowes
Buscando la imagen que acompaña al texto, me he dado cuenta de que se hizo una película de este libro, con una jovencísima y despampanante Scarlett Johansson, y no sólo eso, sino que además la vi hace unos cuantos años. Sí, ya me acuerdo. Steve Buscemi hacía el papel de Skeetes, que, la verdad, le iba que ni pintado. Sin embargo, mientras leía el libro, en ningún momento tuve la sensación de estar repitiendo. Quizá la película no fue tan memorable, quizá falla algo con mi memoria, quizá es algo absolutamente normal que le pasa a todo el mndo.
Divagaciones aparte, la verdad es que Ghost World es un excelente retrato de la adolescencia en el que Daniel Clowes, pese a tratar un tema tan trillado, es capaz de encontrar un tono fresco y entregarnos una historia diferente. Triste. Mucho más dura de lo que parece.

.
Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, de A.G. Porta y Roberto Bolaño
Supongo que se debe a que he leído algo a Bolaño y nada a Porta, pero esta novela me parece 100 por 100 bolañesca, bolañiana y bolañil. Como tantas otras novelas primerizas reeditadas de manera semipóstuma (Porta sigue vivo, y espero que por muchos años), el mayor interés radica no en lo que es sino en lo que promete. Descaro, acción y pasión por la literatura.
Consejos... es, antes que nada, una novela muy entretenida que se lee de un tirón. El narrador, Andrés Ros, débil e inseguro aspirante a escritor, se ve arrastrado por su compañera Ana, frívola y cruel, a robar a la casera de esta y matarla. Empieza entonces su vida en la clandestinidad, que ambos saben sólo puede acabar mal. 
La breve historia que completa el libro, "Diario de Bar", es una pequeña maravilla.


Los Gitanos, de A.S. Pushkin
Uno de los sueños que tiene cualquiera a quien un día le da por estudiar ruso es llegar a leer algún día a Pushkin en el original. Pues servidor ha hecho realidad su sueño. Desde luego, mi nivel no me permite apreciar la belleza del estilo de Pushkin al cien por cien, pero creo que sí me ha permitido disfrutar de ese estilo más que si lo hubiera leído en una traducción. Porque ése es el principal motivo de que Pushkin no goce entre nosotros de la popularidad que se merecería. Aparte de Eugenio Oneguin, la obra de este poeta se considera como algo de rusos y para rusos (o estudiantes de), algo que de hecho sucede con la poesía en general. Su obra lírica, de una popularidad en su país incomparable con ninguno de nuestros poetas, pierde demasiados quilates con la traducción, por muy buena que ésta sea.
Los Gitanos narra una historia muy propia del romanticismo (es difícil imaginar a Pushkin sin Byron), con el hombre civilizado que anhela la pureza del buen salvaje.
Tengo en casa casi todas las grandes novelas en verso de Pushkin, en ruso, que compré en la todavía Unión Soviética allá por finales de 1990. A ver si un día de éstos me atrevo con Ruslán y Ludmila.



La historia del buen viejo y la bella muchacha, de Italo Svevo
La historia del viejo que quiere echar una canita al aire con una ninfa, virgen, o cándida pastorcilla se ha contado en numerosas ocasiones. Me vienen a la mente ahora La casa de las bellas durmientes, de Kawabata, o las Memorias de mis putas tristes (que no he leído), de García Márquez. Con la primera, aparte de la premisa básica, poco más tiene que ver.
Del buen viejo, que a ratos pierde el adjetivo, sabemos que es viudo, que trabaja en una oficina, que es probablemente un poderoso empresario a quien la Gran Guerra le está haciendo cada día más rico, lo cual no deja de corroerle la conciencia, y que se trata de una persona influyente, a quien acude la gente para que interceda por ellos y les consiga un puesto de trabajo.
Un día se cruza en su camino una cándida jovencita, y el buen viejo, halagado en su doble faceta de hombre poderoso y figura paternal, no puede resistirse a sus encantos y decide llevarla al huerto bajo la promesa de encontrarle un trabajo mejor. A partir de ese momento, el viejo se debate entre su conciencia,  su amor propio, que la jovencita no tardará en herir,  y las últimas pulsiones de su deseo.

"El deseo en él era virilmente sereno, pero total. Eso era algo indudable. No recordaba que en su juventud, como persona delicada que era, cada vez que había comenzado una aventura semejante a aquélla se había debatido entre los grandes problemas del bien y del mal. Ahora sólo veía un aspecto de la cuestión y le parecía que lo que él iba a coger le correspondía, cuando menos como una compensación por todo el tiempo que había estado privado de tanto gozo."

No tardará en darse cuenta de que ha caído en las delicadas garras de una pelandusca.
Y así, a través de esta historia tan vieja y manida, Svevo retrata con una maestría pasmosa la grandeza, la ingenuidad y la miseria del alma humana.


Mad Men, cuarta temporada.
Ya decía, en la reseña de la tercera temporada, que esta serie había cambiado algunos de sus planteamientos iniciales. Esta serie de cambios se han consolidado en esta temporada. Ha cobrado aún más importancia el trabajo actoral y el desarrollo de los actores, y la ha perdido el retrato de la época. De hecho, aparte de la guerra de Vietnam de fondo, pocas pistas nos indican que estamos en 1964. Los temas sociales, como el racismo, el sexismo, siguen presentes, pero cada vez  de forma más anecdótica. Por otra parte, algunos de los personajes, como Roger Sterling, se van convirtiendo cada vez más en esterotipos de sí mismos. Roger era un personaje interesante en las dos primeras temporadas; en ésta es bastante anodino. Y Pete Campbell, desde que se ha "hecho bueno", puede que haya ganado verosimilitud, pero ha perdido interés. En conclusión, sigue siendo una serie espléndida, aunque probablemente ésta sea la temporada más floja de las cuatro. 

Restos de temporada (1)

Mayormente, aquí he metido las lecturas, películas y otras cosas del saber que, a lo largo de este año, por falta de tiempo, ganas o talento no reseñé en su momento.


The Life and Opinions of Tristram Shandy, de Laurence Sterne
Qué voy a decir. Sterne se adelantó dos siglos a la literatura del siglo XX. En Tristram Shandy parece encontrarse todo lo que Joyce, Proust, Woolf, y hasta el postmodernismo crearían (o afirmarían crear). Aquí está el stream of consciousness, la inter-textualidad, y jueguecitos con el diseño de las páginas, entre otros. Divertido, irónico, despojado de pomposidad, y tremendamente original, moderno y sorprendente. ¿El problema? La novela no va a ninguna parte. O si va, no lo indica bien. O si lo indica bien, yo no me he enterado. Así que, en la página 300 me he dicho: genial, pero ya he captado la idea.


A Grief Observed, de C.S. Lewis
Quien más quien menos, todos recordamos la lacrimógena Tierras de Penumbra, con Anthony Hopkins en el papel de C.S. Lewis. La verdad es que, aparte del punto de partida, la película tiene bastante poco que ver con el libro. Éste es, ante todo, una reflexión sobre la fe cristiana y una descripción del conflicto espiritual del autor, devoto católico, cuando su mujer muere de cáncer. Una novelita donde las sucesivas fases de dicho conflicto y su resolución final, concentradas en menos de cien páginas, no dan respiro a nuestro intelecto. Profundo, conmovedor, inteligente y, por curioso que parezca, hasta cierto punto imprevisible. Se impone una urgente relectura.


The Classical World, de Robin Lane Fox
La verdad es que la historia de Roma es complicada. Bueno, de hecho ésta es la historia de la Grecia y Roma clásicas, aunque la de Grecia me parece más sencilla, con pueblos que se matan, pueblos que se alían, pueblos que se traicionan, pueblos que se empecinan, y el de todos conocido rey de Macedonia conquistando por ahí.
En Roma, sin embargo, entre plebeyos y nobles, divorcios y primas, tiranías y dictadores, la cosa es a menudo difícil de seguir. Fox construye su historia sobre lo que él considera los pilares básicos de la historia del mundo clásico: los conceptos de libertad, justicia y, curiosamente, lujo. Muy bien escrito y todo lo ameno que puede ser un libro de estas características. No apto para expertos en historia clásica.


The Story of India, BBC
Casi cualquier documental de la BBC vale la pena verlo. Si además está presentado por Michael Wood, es un crimen perdérselo. Ya había visto en Inglaterra otros documentales suyos, creo recordar que sobre la historia de Inglaterra y la conquista de América. Como en ellos, en The Story of India, Wood, que derrocha entusiasmo (da gusto verlo maravillarse ante las anécdotas que le cuentan, o frente a los restos, apenas reconocibles, de lo que fue parte de una muralla), consigue que presente y pasado vayan siempre de la mano. Wood no nos habla de la historia, sino que nos muestra el país y nos explica las razones históricas, siempre visibles si buscas bien, por las que las cosas son así.


El Anticristo, de Friedrich Nietzsche
¡Qué barbaridad! Y dicen que este libro lo escribió antes de volverse tarumba. La verdad es que el libro está perfectamente estructurado, organizado y, dentro de tanta bilis y vituperio, relativamente bien razonado. Nietzsche no era nazi, vale, y de hecho, nada en este libro puede sugerirlo. Sí es cierto que el nazismo se regocijó en la reflexión que hace el autor sobre el triunfo de los débiles y, en definitiva, la condena de la humanidad. Una lectura influyente, jugosa, y, probablemente, de lo más ameno que escribió Nietzsche.



Paisaje con grano de arena, de Wislawa Szymborska
¿Quién es esta señora?, nos preguntamos muchos cuando hace unos años le concedieron el Nobel. Pues es un pedazo de poeta como la copa de un pino. Ya hace tiempo que devolví el libro a la biblioteca, pero este volverá a entrar en casa y se quedará para siempre. Pocas veces he leído una poesía tan profunda, ingeniosa, divertida, trascendental, bella y fascinante como la de Szymborska. El libro acabó con las puntas de todas las páginas dobladas, y cada poema merecería una reseña especial. De hecho, creo que hubo sólo un poema que me sobró, en el que la autora fallaba a su propio estilo. Una absoluta joya.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La alegría, de Giuseppe Ungaretti

Feliz reencuentro con la poesía.
Ungaretti nació en Alejandría, de padres italianos, y pasó allí su infancia y adolescencia. Desde allí fue a estudiar a la Sorbona, y dos años más tarde, con el estallido de la guerra, se alistó en el ejército. En La alegría tanto Alejandría como París, las trincheras o la ciudad de Lucca, de donde eran sus padres, sirven de escenario a sus bellísimos poemas.
La alegría se compone de unos versos de una gran sencillez formal, y de una estructura del poema caracterizada por la "condensación o concentración expresiva", como la describe acertadamente Andrés Sánchez Robayna en su iluminadora introducción, "La nada anonadante de Giuseppe Ungaretti".
Fascinante la relación que establece Sánchez Robayna entre el estilo de La alegría y las poesías china y japonesa. Se refiere el autor a la técnica ideogramática y al uso de la phanopoeia (proyección en la mente de una imagen visual). Afirma que "no hay duda de que los poemas japoneses de Marone y Harukichi Shimoi le enseñaron (¿le confirmaron?) el esplendor silencioso, blanco, que surge de las imágenes en yuxtaposición." Cita a continuación a Marshall McLuhan, quien dijo que "el arte y la poesía del Zen crean envolvimiento por medio del intervalo, no por la conexión".
Más adelante, "la fuga de sentido parece operar, como en Mallarmé, en el espacio que aísla las estrofas (aquí los versos-estrofas); ese blanco es el receptor, por así decir, de un sentido al que remite el "negro sobre blanco" de los versos en la página, y que responde enteramente a la relación de vacío-lleno (...) enunciado por el autor del Coup de dés (...). El sentido está en el blanco o es el blanco, poblado de imágenes en el vacío. Las palabras representan una ruptura del silencio que sólo al silencio remiten, al blanco, al vacío del entorno: el blanco entre las estrofas y el blanco mayor de la página, el silencio total o el blanco absluto."
Aparte de la técnica ideogramática y el envolvimiento por conexión, también otro de los rasgos principales de La alegría parece provenir de la poesía oriental, a saber, la concentración o condensación antes mencionadas, que nos remiten en ocasiones al haiku.

ALFOMBRA

Cada color se expande y se recuesta
en los otros colores

Para estar más solo si lo miras


RECUERDO DE AFRICA

El sol rapta la ciudad

Ya no se ve

Ni siquiera las tumbas resisten demasiado

En esta nada anonadante de la que habla Sánchez Robayna, la nada de la que nacemos, en la que nos hallamos y a la que regresamos, en esta nada que todo lo pervade y todo lo cubre, Ungaretti descubre diminutos resquicios que le permiten un vislumbre de lo que hay al otro lado, llámese como se quiera llamar. En las propias palabras del autor, en sus notas a los poemas:

Exultancia que el instante, al acaecer, provoca porque es fugitivo, instante que sólo el amor puede arrancar al tiempo, el amor más fuerte que no pueda ser la muerte.

Es ésta pues, una poesía de instantes fugaces, de relaciones invisibles, ocultas en el blanco del papel, una poesía de destellos en un mar de negritud,

SERENO


Después de tanta
niebla
una
a una
 se revelan 
las estrellas


Respiro
el fresco
que me deja 
el color del cielo



jueves, 23 de diciembre de 2010

Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño (2)

Entiendo perfectamente a los que consideran a Bolaño un genio, a los que piensan que representa la voz más innovadora en lengua castellana de las últimas décadas, a los que dicen que ha marcado un antes y un después.
Pero también entiendo perfectamente a los que piensan que es un escritor más que sobrevalorado, a los que opinan que sus novelas carecen de un argumento capaz de interesar a nadie, a los que piensan que engancha palabra con palabra, frase con frase, página con página, e historia con historia para al final no decir nada, a los que se aburren con personajes que no hacen más que follar y leer poesía.
Los entiendo perfectamente a todos. ¿Y a qué se debe esta capacidad de comprensión? Pues a que yo estuve allí, y ahora estoy aquí. Estuve limpio mucho tiempo. Resistí. Me decían "¿Un poquito de Bolaño?" y yo decía "¡no!". Venga, que no pasa nada. ¡No!... Y ahora aquí me tenéis. Enganchado. Condenado.

Así empezó todo, con esta primera frase:

He sido cordialmente invitado a formar parte del realismo visceral. Por supuesto, he aceptado. No hubo ceremonia de iniciación. Mejor así.

La frase es del narrador de la primera y tercera parte, Juan García Madero, personaje con mucho del autor. Más del autor tiene otro personaje, Arturo Belano, uno de los grandes nombres del real visceralismo. En cualquier caso, no hay duda de que la escritura de Bolaño mismo es visceral. Realista y visceral. Es visceral en el sentido de que el autor se vuelca, o mejor dicho, y por romper de paso el tópico, Bolaño se vomita a sí mismo sobre el papel. Quien lee a Bolaño, lo conoce. No puede ser de otra manera, después de pasar 600 páginas en compañía de sus vísceras.

¿Quieres ganar el Herralde? Pues te voy a dar un consejo: sé tú mismo.

De acuerdo, la sinceridad no es necesariamente una virtud en la literatura. Todos sabemos de aquel poeta de refinadísima sensibilidad que resultó ser un simpatizante nazi, o de aquel novelista, tan comprometido con la libertad, que en sus ratos libres se dedica al castrismo. Y pese a que no por ello dejamos de admirarlos y tenerlos en altísima estima, la verdad es que tamaño descubrimiento no deja de sorprendernos ingratamente. Ergo la sinceridad sí puede ser una virtud, en tanto en cuanto que uno lee a Bolaño y sabe que no tendrá que hacer de tripas corazón por sus esqueletos en el armario. Hay lo que hay. Pasión enfermiza por la lectura, espíritu independiente, insumisión hacia los cánones, indiferencia ante el éxito, poesía a raudales, tanta erudición como candidez, y toda la vida del autor desgranada en sus personajes y sus incontables historias. Porque...

...en este autor es imposible separar su vida de su obra literaria. Toma ya lugar común. Pero con Bolaño es diferente. Los Detectives Salvajes es la vida de Bolaño. Por descontado esto no tiene nada que ver con una escritura autobiográfica. Bolaño es literatura, su vida es literatura, se alimentó de literatura y probablemente murió de lo mismo. Puedo verlo pasando las noches en vela leyendo, fumando y leyendo, encadenando un  libro con la colilla del anterior. Y Los Detectives... = Bolaño = literatura.


¿Cómo? ¿Que de qué trata Los Detectives Salvajes? Ah, bueno, y yo qué sé. Pues supogo que trata de...

(retiro temporalmente el resto de la reseña, que voy a presentar a un concurso que hay por ahí).

viernes, 17 de diciembre de 2010

Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño

Empecé Los Detectives Salvajes hará un par de años, y la dejé en la página ciento y pico por parecerme un soberano coñazo. Sería que no estaba maduro.
¿Pero cómo? ¿Inmaduro, yo? 
Como buen cateto que soy, tuve que ver cómo Bolaño se ha convertido en la sensación literaria en los EEUU, para decidirme a darle una segunda oportunidad. Bueno, sucedió eso y que leí algunas de sus obras menores en el interín. 
Después de El Gaucho Insufrible, Entre Paréntesis, y alguna otra de cuyo nombre, me había convertido en lector con fuertes inclinaciones Bolañistas. Deseaba, anhelaba que Los Detectives... me gustara. Mis sueños se han hecho realidad.
Hállome en la página 369, y todavía me faltan unas 240,de un libro gordo gordo gordo y apretao.  Y tengo que decir que a la incontenible verborrea de Bolaño no le sobra ni una palabra.
Continuará.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El Paraíso en la otra Esquina, de Mario Vargas Llosa


Con este libro, publicado hace ya siete años, Vargas Llosa continuaba explorando (como lo sigue haciendo ahora, con su reciente El Sueño del Celta) los sueños, obsesiones y delirios de algunos, ora destacados, ora pseudo-ignotos, utópicos de la historia (¿para cuándo una sobre...?). En este caso, la búsqueda del paraíso era la de Flora Tristán, pionera de la lucha obrera en la Francia de los años 1840, y Paul Gauguin, el agente de bolsa que a sus treinta y tantos tacos le dijo a su mamá que quería ser artista (en realidad se lo dijo a la danesa de su mujer, a la que le encalomó los 5 churumbeles que le había hecho y los dejó allí en Copenhague).
Como en otros de sus libros (estoy pensando en La Tía Julia...), El Paraíso... son dos historias separadas (Francia, Tahití, y 50 años por medio) narradas en capítulos alternos. En ellos, somos testigos de las tribulaciones de Flora Tristán, conocida como Madame-la-Colère, intentando ganar para su causa a una clase obrera tan embrutecida y degradada que parecía ni darse cuenta de la miseria en que vivía. Flora no tiene que enfrentarse tan sólo a la autoridad, a los patronos y empresarios, o a los reticentes y temorosos obreros, sino también a lo que ella considera absurdas teorías de sus teóricos correligionarios, a saber, fourieristas, falansteristas, y otras cosas del revolucionar.
Por su parte, Paul Gauguin, pintor de vocación tardía, descubierta su nueva pasión, rechaza su vida de burgués y, en Bretaña primero, en Tahití después, se lanza a la búsqueda de una sociedad "pura", libre de los prejuicios cristianos y burgueses.
Como ya he dicho anteriormente, el talento y el estilo de Vargas Llosa se bastan para hacer fascinante cualquier cosa que escriba, y El Paraíso... no es una excepción. Bien es cierto que no está a la altura de Conversación... o La Fiesta del Chivo, pero qué gusto da leerlo (y más después de la mala racha que he tenido con las últimas novelas que he leído).
¿Qué une a Tristán con Gauguin? La respuesta obvia es la sangre, ya que la primera es abuela del segundo. Más importante, por supuesto, es la búsqueda del paraíso que ambos emprenden. En este mundo. En la otra esquina, a la vuelta de la sociedad, como quien dice, que es donde lo busca Flora, o en el otro rincón, confín, rinconfín (toma Cabrera Infante que ha salido) del mundo, para donde enrumba (!!) Koke. Y de fondo, Perú, ah el Perú, siempre el Perú.
Impresionante trabajo de documentación de Vargas Llosa, que, como todo grande, sabe transmitir al lector la urgencia de ahondar en la historia, y andarse y perderse por las ramas. Flora Tristán no está en la Enciclopedia Británica (sí en wikipedia). Los foureristas. Los mahu. Google nos muestra las obras mencionadas de Gauguin. Gauguin el sifilítico. La sífilis ha tenido que debilitarse para sobrevivir, las horrorosas malformaciones físicas de su manifestaciones más graves impedían la expansión del virus, la supervivencia del más débil. Koke atraído por el canibalismo, símbolo de la regeneración de la vida, de la pureza primitiva. Gauguin y El Holandés Loco. El Perú independiente aferrado a las maneras coloniales. Flora y Marx, Marx y Flora...
La Historia, la fabulación, el dominio magistral de todas las técnicas literarias convierten este libro en una absoluta gozada. Y cuando llega la muerte, bellísima descripción de los últimos días de Koke, cruda crónica la de sus restos.
He aquí el enlace con una entrevista con el autor sobre la novela.
Gran novela.


Sin embargo, empero y ello no obstante, a ver si se enteran señores de Alfaguara, no sean pusilánimes ni catetos, incluso uno de los mayores escritores del siglo XX en cualquier lengua puede necesitar de una revisión por parte de la editorial. Porque ahí donde lo ven, el señor Vargas Llosa se empeña en poner una coma después de cada "pero":
Pero, no fue ese trabajo estúpido...
Pero, la razón por la que...
Se olvida preposiciones:
...convenció a los jóvenes discípulos de Paul que se metieran...
O escribe tonterías como:
Millones de personas se quedan viudos o viudas.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Inolvidable (Too Cool to be Forgotten), de Alex Robinson


Andy, un cuarentón que quiere curarse de su adicciónal tabaco, se somete a una sesión de hipnosis. En cuanto entra en trance, vuelve al año 1985 y se encuentra de nuevo en su instituto de secundaria. Tenemos así a un privilegiado que vuelve a su adolescencia con todo la experiencia y conocimiento que (a algunos) da la madurez.
Huelga decir que Inolvidable (traducción bastante pobre y perezosa del original) no es una versión gráfico-novelada de aquellas inolvidables pelis tipo "despelote en el campamento". Cuando Andy regresa al instituto, es inevitable que piense en utilizar en su beneficio toda esa experiencia. Pronto, sin embargo, nos damos cuenta de que el asunto de fondo es más serio. El protagonista no tarda en descubrir que, si ha regresado a esa época, es para poder rechazar aquel primer cigarrillo que lo convirtió, con el tiempo, en un fumador empedernido. Andy es, pues, un privilegiado que va a disfrutar de la oportunidad de corregir sus errores. Y esos errores van más allá de la falta de valor para pedirle una cita a la chica de sus sueños.
Andy se da cuenta de lo sencillo que es plantar cara a los matones, de que la gente que más vale la pena conocer son aquellos "raros" de los que nos reímos; de que los líderes, por los que perdíamos el culo por que nos permitieran estar a su lado, no eran sólo cobardes y superficiales, sino también un soberano coñazo; Andy, sabedor de todo lo que de bueno tiene el destino que aguarda a esos chicos rarillos sin amigos, intenta darles ánimos, intenta hacerse su amigo, pero los tíos guays se ríen de él. En resumen, el hombre de 40 años, experimentado, maduro y conocedor del futuro, se esfuerza por evitar que los chicos con los que creció arruinen sus vidas o se la amarguen a los demás. Esfuerzos que caen en saco roto, por descontado. Y así debe ser. Porque el autor en ningún momento pretende dar un sermón. Es necesario hacer el idiota, nos dice, y ser, en ocasiones, un auténtico capullo. En eso consiste la juventud. En hacer oídos sordos a las palabras sabias de nuestros mayores, aun sabiendo que tienen razón. A veces hay que decidir si preferimos pasarlo bien hoy y amargarnos el futuro, o apretar los dientes, capear el temporal de nuestros 15 años, y esperar que el destino nos compense.
Asistimos así a una desmitificación de la adolescencia, una época que esconde una gran tragedia: los errores que cometemos entonces no tienen vuelta atrás, no se pueden corregir, y, por mucho que se piense que tenemos toda la vida por delante para hacerlo, nos equivocamos. Las consecuencias de esos errores, a diferencia de los que cometeremos en nuestra madurez, nos acompañarán toda la vida: ese miedo a que la chica se ría de nosotros, ese viaje al volante borracho, ese polvo sin condón, ese visceral rechazo del padre hasta que es demasiado tarde... Durísima escena final, conmovedora, inolvidable.

Mi Madre, de Richard Ford

La vida de la señora Ford no tuvo mucho de destacable, fue una vida como la de millones de personas. La vida del padre de Marcos Giralt Torrente fue bastante más interesante. Pero Richard Ford sabe que la buena literatura no necesita de personas fascinantes. Por eso Mi Madre es buena literatura, mientras que Tiempo de Vida no.

Mi madre se llamaba Edna Akin y nació en el lejano rincón noroccidental del estado de Arkansas. (...) Sólo diez años antes ladrones y forajidos poblaban el paisaje. (...) No hago hincapié en estas circunstancias por sus posibilidades novelísticas (...) sino por la impresión que dan de pertenecer a una época remota y un lugar lejano e inaccesible.


La parte de la vida de nuestros padres que compartimos los hijos no suele ser especialmente fascinante, y si lo es, no nos lo parece, puesto que para nosotros es lo normal. La parte de su vida que desconocemos sí es interesante, aunque no tenga nada de especial. Es una parte de nuestra vida (en la medida en que somos parte de nuestros padres) en la que no estamos presentes. De ahí la fascinación que ejercen sobre nosotros aspectos como la infancia de nuestros padres.
Eso es lo que hace Richard Ford en este libro: escarbar en el vínculo entre su pasado (tierra de ladrones y forajidos) y aquello en lo que él se ha convertido. Al contrario que Giralt Torrente, no intenta explicar nada, no intenta ahondar en las complejidades de su relación con su madre. El autor nos dice que este libro es un acto de amor a su madre. En vida le dijo "te quiero", y se lo vuelve a decir ahora.
Ford no siente remordimientos por lo que hizo o dejó de hacer. Sabe que su relación con su madre tuvo poco de especial y, como buen escritor que es, sabe transformar ese carácter corriente y moliente de su relación en literatura.
No le duelen prendas en admitir


Casi desde el principio tuve la sensación de que la muerte de mi padre me entregaba al menos tanto como me quitaba. Me dejaba vivir mi vida de acuerdo con mis propios proyectos, me dejaba tomar mis propias decisiones. Peores cosas podían sucederle a un muhacho que perder a su padre -incluso un buen padre- precisamente cuando el mundo empieza a desplegarse a su alrededor.


Convertir lo normal, lo que cualquier adolescente en su situación podría haber sentido (porque los sentimientos de Ford son normales, aunque sólo él se atreva a darles voz; el amor a su padre es incuestionable), en universal, eso es lo que este escritor sabe hacer. Convertir lo excepcional en tedio es lo que hace el autor de Tiempo de Vida.
Mientras Giralt Torrente nos abruma y aburre con la cronología de sus viajes, mudanzas y exposiciones, Ford escoge cuidadosamente sus recuerdos, y no intenta darles una explicación. ¿Por qué recuerda tan vívidamente el día que el coche se estropeó en un puente? No lo sabe, ni intenta averiguarlo. Sabe qu el lector reconocerá el misterio de la memoria.

Y conocí con ella ese momento que todos querríamos conocer, el momento de decir: "Sí, las cosas son así". Un acto de conocimiento que confirma el amor. Conocí eso. Conocí muchísimos momentos como ése con ella, los conocí incluso en el instante en que ocurrieron. Y ahora. Y, supongo, los conoceré siempre.

Tiempo de Vida, de Marcos Giralt Torrente


Qué libro más malo. Más rematadamente malo. Y dicen los entendidos que Giralt Torrente es uno de los más firmes valores de la narrativa española.

Por partes. Tiempo de Vida trata de un tema emotivo y universal, como es la relación entre padre e hijo, y lo que queda de esa relación tras la muerte del primero. Giralt nos cuenta su experiencia personal tras perder, hace muy pocos años, a su propio padre. Y lo hace de una manera sincera, sin obviar más que lo estrictamente necesario por razones de buen gusto o, en ocasiones, legales (me refiero, claro está, a la amiga que su pade conoció en Brasil).
El comienzo es prometedor, con el autor hablándonos de la dificultad de escribir este libro, de sus lecturas relacionadas con el tema, y de la forma en que comienzan esos libros. Interesante y ameno, este comienzo se lee casi como una obra en proceso.
A las pocas páginas, sin embargo, comienza la historia, y decimos "jooodeeeer".
Porque lo que de verdad caracteriza a esta obra son sus ABSOLUTAMENTE INSUFRIBLES repeticiones. Un ejemplo: en las páginas 56-57 tenemos once párrafos. Pues bien, todos y cada uno de ellos empieza con "entre 1984 y 1990". En las páginas siguientes, hay algunos (3) que empiezan con "En 1985", y cuando éstos acaban, vienen los de "En 1986" (otros 3), seguidos de 4 con "En 1987" para, a continuación... ¿Hace falta seguir? Va, un poco más: entre las páginas 155-156, tenemos un párrafo que ocupa casi una página entera. Pues bien, en él TODAS LAS FRASES (14) empiezan con "nos atascamos". Este estilo desolador se repite constantemente a lo largo de la novela, pero en algunas ocasiones ataca con especial virulencia. En p. 163 le toca el turno a "Me arrepiento". No bien ha agotado el autor ese "Me arrepiento" cuando empieza con "No me arrepiento". Incluso hacia el final, cuando el desenlace, aunque esperado, no deja de ser emotivo, tuve ganas de tirar el libro por la ventana. Página 196: he contado 26 "He visto una exposición" en el escaso espacio de una página. 26. Veintiséis. Twenty-six.
Pero en los escasos momentos en que deja de repetirse y decide utilizar otros recursos estilísticos para indagar en la compleja relación con su padre, el resultado es el siguiente:
Yo sí le reproché, en ocasiones, que cuando me regalaba algo lo hiciera a escondidas; yo sí le reproché, en ocasiones, que sólo nos viéramos para comer y casi siempre en martes, cuando a él le resultaba más fácil esconder nuestras citas; y él mismo debía de ser consciente de que alguna razón tenía, porque, cuando se quedaba solo en Madrid, rompía todas las rutinas impuestas y hacía lo posible por verme más tiempo del habitual. Tedio. Torpeza expresiva. Banalidad. Lenguaje anodino. Así una página tras otra. Todo ello, por supuesto, siguiendo una estricta progresión cronológica lineal. Primero sucedió esto, luego aquello, y entonces lo de más allá. ¡El tedio!
El señor Giralt parece buena persona. Es inteligente, queda bien en las entrevistas. Acaba de ser padre. Por eso me duele en el alma repetir lo rematadamente malo que es este libro.
No he leído nada más de él, y dudo que lo haga. Pero me imagino que un escritor no se labra su prestigio con obras como ésta. Quiero pensar que sus libros anteriores son legibles. A veces se ha quejado, como hacen otros en una situación parecida, de que ser nieto de Torrente Ballester le ha supuesto más un obstáculo que una puerta abierta. No sé qué pensar. Pero sé que si no lo hubiera escrito él, este libro no se habría publicado jamás. No recuerdo el refrán exactamente, pero es algo así como "crea fama y échate a descansar". A un escritor ya premiado, nieto de su abuelo, y que escribe sobre un tema como éste, ¿quién le niega la gloria? Porque aún peor que el libro ha sido la recepción de la crítica. Unánimes elogios. Conmovedor retrato. Me ha emocionado. Una gran obra.
Los críticos en este país están programados. Diles de qué trata la obra, quién la ha escrito, introduce los datos en su ordenador y bzzzzz te sale una crítica fetén. ¿O a lo mejor todo depende de lo que diga la primera, de quién la haga, y luego todos siguen en fila india?
Seamos generosos y aceptemos la posibilidad de que Giralt Torrente se precipitó al escribir este libro con la muerte de su padre aún tan reciente, sin la perspectiva ni el tiempo de reflexión necesarios. Espero que haya sido eso. Porque ni la literatura ni, sobre todo, un padre se merecen un libro como éste. Malo de solemnidad.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El Rey Blanco, de György Dragomán

Me parece que voy a ser de los pocos blogueros que no cantan las maravillas de este libro. Enorme decepción la que me ha provocado.
¿Motivos por los que este libro prometía tanto? 1) Literatura húngara, me gusta. 2) Libro alabado a diestro y siniestro por críticos y blogueros. 3) El nombre: Dragomán, con resonancias mazingerianas, ¡pero real!
Sin embargo, el gran atractivo del autor para mí se queda en eso, en su nombre y biografía.
Nacido en Rumanía, pero perteneciente a la minoría húngara. Joven, nacido en 1973. En el libro, claramente autobiográfico, relata su experiencia como niño de acontecimientos tales como la explosión en Chernobil, o los últimos años del régimen comunista.
¿Motivos por los que el libro me ha decepcionado? 1) La historia, que tiene un buen comienzo, se queda en una colección de anécdotas o, a lo sumo, en un relato costumbrista de la vida en el tardocomunismo. El señor Dragomán tuvo unas vivencias que podrían dar mucho de sí desde un punto de vista literario. Sin embargo, su falta de talento le impide hacerlo, y no va más allá de unas historias que pueden suscitar cierto interés en una charla entre amigos. El libro no nos revela nada, no nos descubre nada, no nos muestra el desarrollo de la personalidad de los protagonistas, no nos atrapa con la tensión de sus historias. ¿Y cuál es entonces el secreto de su éxito? La verdad, no sé a qué se puede deber. El Rey Blanco nos recuerda a esos libros que vienen a veces de algún país en vías de desarrollo, y que por tener unas historias sencillitas y un narrador medio apañado, nos entusiasmamos con él y nos creemos descubridores de nuevas literaturas. 
"Ahí va, cómo vivía la gente en el comunismo, fíjate, la gente hacía cola para todo, a veces sin saber qué se vendía, cuánto estoy aprendiendo cn este libro".
2) Un libro puede permitirse tener un narrador torpe, con un estilo plano y repetitivo, cuando ofrece algo a cambio, una historia interesante, unos personajes complejos, ideas profundas y atrevidas. Aquí, en cambio, el estilo cansino y anodino acompaña a unas historias sosas cuando no vacuas.
Un húngaro muy mal aprovechado.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...