¿Cómo se hace una revolución? Pues verás, la primera parte es fácil. No hay revolución sin tirano, así que antes de nada, asegúrate de tener un zar, rey o dictador al que derrocar. Luego necesitas una población empobrecida, casi esclavizada, y que esté hasta los mismísimos de la situación. Y en tercer lugar, tienes que ir plantando, poquito a poquito, quizá durante décadas, las semillas de la subversión. Haz lo que te digo y, tarde o temprano, la revolución está garantizada. Lo difícil viene luego, cuando toca llenar el vacío en el poder. Y precisamente del luego más inmediato es de lo que se ocupa este impresionante libro de John Reed, un periodista de raza (a la revolución le encantan los clichés).
Reed y Bryant
John Reed fue todo un personaje. Periodista, poeta y activista comunista, era el prototipo del reportero que se apunta a un bombardeo. Arrestado en numerosas ocasiones, cronista de la Revolución Mexicana, en la Gran Guerra y, por supuesto, en la Revolución Rusa, Reed se codeó con la flor y nata de la extrema izquierda y acabó casándose con Louise Bryant, periodista como él, escritora y anarquista. Su fascinante vida ha dado para más de un libro, inspiró la película Reds, y merecería una entrada en exclusiva. Pero vayamos a lo que nos ocupa.
El zar y sus hijas Olga, Anastasia y Tatiana, en su exilio en los Urales, durante el invierno de 1917...
...que sería el último invierno de la familia Romanov (foto de Romanov Collection, General Collection, Beinecke Rare Book and Manuscript Library, Yale University)
Nos encontramos en un Petrogrado en el que ya no zarea el Zar, que había sido obligado a abdicar en marzo. El poder está ahora en manos del Gobierno Provisonal, al frente del cual está Alexander Kerenski. La situación, tras la caída del zar, es caótica. En septiembre, un general llamado Lavr Kornilov intenta dar un golpe de estado que fracasa en parte por la influencia de los bolcheviques sobre las redes telegráfica y ferroviaria. Lenin regresa en aquel histórico tren de Finlandia. Hay hambre en las calles. Kerensky, cada vez más debilitado, intenta unir a todas las fuerzas políticas, pero le sale el tiro por la culata. Cada día, por la Avenida Nevski campan bolcheviques, mencheviques, cadetes, cosacos, junkers y una impresionante gama de revolucionarias matizaciones, desde los maximalistas hasta los mencheviques internacionalistas, pasando por los Revolucionarios Socialistas de Izquierdas o el Partido Revolucionario Socialista (¿a que parece lo mismo? Pues no lo es), y me dejo unos cuantos. Aparte de los que permanecen leales al zar, el resto se pasan el día desgañitándose en juramentos a favor de la Revolución. ¡Que la Revolución la defiendo yo! ¡No, la defiendo yo, tú la traicionas! En definitiva, el aire se puede cortar con una hoz.
Días de julio
No me propongo narrar aquí los hechos, pues para eso están las enciclopedias, otros blogs más documentados que el mío, y sobre todo este libro. Me limitaré a intentar transmitir un poquito del gozo que me ha proporcionado esta lectura. Y para abrir el apetito, o, como ha sido mi caso, para poner la guinda, os recomiendo este extraordinario documental, una coproducción soviético-británica de 1967, doblada al español (la narración en la versión original corría a cargo nada menos que de Orson Welles). Como en la mítica película de Eisenstein, Octubre, basada en Diez días que estremecieron al mundo (que de hecho era parte del títutlo), aquí, una vez más, el libro de Reed es el referente primordial. El documental se hizo a partir de imágenes de la época y recreaciones del cine soviético posterior, incluida la mencionada obra de Eisenstein. La verdad es que no tiene precio oír hablar a esas personas que conocieron a Nicolás II o trataron a Lenin cuando éste vivó en Londres.
Es difícil encontrar información sobre este documental, pero en cualquier caso, me resulta curioso que, siendo como es tan entusiasta con la revolución, el doblaje tenga ese aire de los años del franquismo.
De Diez días... se ha dicho que es el mejor testimonio jamás escrito de una revolución. De acuerdo, es una de esas cosas que se dicen. Pero de entrada, y a diferencia de otras historias de la revolución, como por ejemplo la de Trotski, escrita también, huelga decirlo, por un testigo directo de los acontecimientos, la que nos ocupa tiene la ventaja de haber sido escrita por alguien de fuera, que, como se suele decir, tiene una perspectiva más amplia de los acontecimientos. Eso no significa que se trate de un testigo imparcial, más bien todo lo contrario. Reed deja bien claro ya en el prólogo que simpatiza abiertamente con los bolcheviques. Su visión de Lenin no se aleja mucho de la iconografía soviética posterior, y posiblemente dicha iconografía deba mucho a las páginas de este libro, a sus retratos de los héroes de la Revolución y a los discursos que en él se recogen. Sin embargo, al autor no le abandona su conciencia de periodista, y así, en las escasas ocasiones en que reconoce la veracidad de las denuncias sobre los demanes de los bolches, cumple con el deber de afearles la conducta, eso sí, sin levantar demasiado la voz.
El Batallón de Mujeres luchó contra los bolcheviques. Reed niega que sufrieran malos tratos por parte de éstos.
No debería pensarse que este libro está indicado sólo para eslavófilos recalcitrantes y obsesos de la Revolución Rusa. Éstos disfrutarán horrores, pero también lo hará cualquier persona con un mínimo interés en la Historia. Es cierto que la cantidad de Comités, Congresos, adjetivos que van delante o detrás de Socialista, comunicados, discursos, declaraciones, notas de prensa, promulgaciones y derogaciones puede parecer abrumadora, pero muchas de las extensas notas pueden pasarse por alto, y la retórica bolchevique de los discursos invita a una lectura en diagonal. ¡Adelante, pues! El espíritu de los tiempos no tolera ese sentimentalismo burgués según el cual toda palabra escrita es sagrada.
Porque si hay algo que diferencia a este libro de cualquier otro escrito sobre la Revolución es que aquí, aparte de un breve capítulo inicial, apenas tenemos descripciones de la vida bajo el zar, no tenemos decembristas, no tenemos a Lenin exiliado en Suiza, no tenemos la Guerra Ruso-Japonesa. Lo que tenemos son días de revolución pura y dura. Barricadas, sóviets, asaltos a palacios, facciones enfrentadas. El título no engaña. Y por eso mismo, Diez días... es un libro de lectura relativamente sencilla, ágil, ameno, que encandila al lector gracias al encanto de Reed, a su entusiasmo, su pasión, y su talento en el papel de escriba de las voces de Lenin, Trotski, Kerensky o Kamenev. El lector acompaña a Reed al Palacio Smolny, antigua academia para señoritas y, en aquellos días, sede central del Partido Bolchevique; se parapeta con él tras las barricadas, acude con él a los congresos, visita las comisarías, viaja a un Moscú donde, se rumorea, están destruyendo el Kremlin, al Palacio de Invierno. Lo vemos a punto de ser fusilado por unos guardas rojos analfabetos, ante los cuales de poco le sirve su salvoconducto. Lo vemos subirse a un coche con los bolcheviques y expropiando otro a punta de pistola. Lo vemos abalanzándose junto con los transeúntes hacia el chico de los periódicos, devorando las noticias y transcribiéndolas a la luz de un quinqué, sabedor de que estaba viviendo un momento histórico y asumiendo orgulloso la responsabilidad de dejar constancia. La colección de discursos, artículos, pasquines y estadísticas, recogidos en el apéndice, constituyen un impresionante documento histórico tan valioso como el libro mismo.
El equipo vencedor se acerca al palco para recoger la copa
Poco después de la publicación del libro en su país, Reed fue acusado de espionaje y se vio obligado a huir de los Estados Unidos y buscar refugio en la nueva Unión Soviética. Tuvo la suerte de contraer tifus y poder morir antes de ver en qué acababa la Revolución. Considerado un héroe, muerto joven tras una vida apasionante, fue enterrado en el Kremlin con todos los honores.
Durante años, este libro fue un referente ineludible en la Historia de la Revolución, tanto dentro como fuera de la Unión Soviética. Sucedió, sin embargo, que un día Stalin llegó al poder. A diferencia de Lenin, que le dedicó grandes elogios, a Iósif Djugashvili nunca le había hecho demasiada gracia el libro de Reed, en el que su papel en aquellos días de octubre queda reducido a la mínima expresión. De hecho su nombre aparece únicamente en dos ocasiones, y además en una lista junto a otros cargos del Partido Bolchevique, como quien aparece en letra pequeña en los últimos créditos de una película. A partir de ese momento, es fácil imaginar el destino del libro en el país que vio nacer la Revolución Bolchevique, revolución que nadie supo narrar como John Reed.
Funeral de John Reed