sábado, 27 de noviembre de 2010

Travessant Fronteres, de Czeslaw Milosz



La luz del día (1953) es el segundo de los libros recogidos en esta antología. En él se desarrollan los temas iniciados en Salvación.
En "Hijo de Europa", "nosotros" entonamos un mea culpa por la implicación de todo el continente en el horror que lo ha asolado. El tono de desolación adquiere al mismo tiempo matices de amarga ironía, y nos preguntamos si de verdad seremos capaces de aprender algo del holocausto.
Y de la ironía pasamos casi al cinismo.
Así, se nos dice en (3): sírvete de bellas palabras y conceptos abstractos, intenta así ocultar tu responsabilidad en el horror.
(4) Pero hasta el cinismo se revela débil cuando se muestra de manera explícita. Aun así, a pesar de su rastrera debilidad, vence.
(5) Las palabras, el lenguaje, el arma de los totalitarismos, con la que se justifica lo injustificable.
El poema va adquiriendo un tono didáctico.
(6) Siguen los consejos a un totalitario. Nos ofrece prohibiciones, mientras el lector-súbdito espera ahora las órdenes.
(7) La historia se precede. Muerto el tirano, muerta la dictadura, todos sus antiguos leales súbditos no sólo reniegan de ella sino, como bien sabemos en nuestro país, niegan su propio pasado y su constante y cobarde sumisión.
(8) Hemos alcanzado la condición de borregos encamionados.
En "retrat a mig segle xx" sigue la implacable ironía con la calculada ambigüedad del título. ¿Retrato de quién? ¿Del autor? ¿Del poder? ¿Del pueblo? Pero, ¿hay alguna distinción entre ellos?
El repelús que a muchos nos produce la palabra"nación" está perfectamente explicado en el poema del mismo nombre. Y qué decir del heroísmo nacional:

Gran nació, invencible, irònica nació
Sap reconèixer la veritat mantenint silenci

Hemos tocado fondo. Intentamos ascender de nuevo.
En "Naixement" y, sobre todo, "Sobre l'esperit de les lleis", el poeta anhela recuperar la esperanza y la fe en la humanidad, y hace frente al conflicto entre realidad y deseo, y lo que es más, a la fatal inoportunidad:

Blancs laboratoris de bebès alats
que creixen sempre en una època diferent

Pero la salvación sólo llegará con el reconocimiento de la culpa y con la aceptación de la verdad y de la historia. En "Llegenda", asistimos al conflicto entre leyenda e historia. La diferencia crucial no radica en su verdad, sino en que la primera nos conduce a la repetición del horror.
La leyenda nos acerca así a "Pensament sobre Àsia", donde el poeta evoca la milenaria civilización asiática, quizá como símbolo de la limpieza de espíritu de aquellos capaces de entablar una lucha contra un pasado cruel pero todavía humano.

Un voltor dona tombs en una xafogor sense núvols
Mentre el so de les roques antediluvianes es fum
de l'home, del seus déus i dimonis

En los siguientes poemas caemos de nuevo en la tentación de la venganza, si bien este deseo adquiere un tono más reflexivo en "Faust varsovià". Este horror es nuestro horror:

Qui no ha escrit en llengua polonesa altra cosa
que no fossin odes sensibles, inofensives
ha sentit algun cop altra cosa excepte odi?

Los ecos whitmanianos de "Mittelbergheim"

...Aquí i arreu
és la meva terra, arreu on em giri
i en qualsevol llengua que senti
la cançó d'un infant, una conversa d'amants.

tienen un tono aparentemente más esperanzado. Sólo la espera, la paciencia, la aceptación feliz de la vida, la sencillez,

Una mirada, un somriure, una estrella, la seda arrugada
en la línia del genolls.

 pueden llevarnos a vencer el odio, la envidia y, sobre todo, el miedo. El miedo a nosotros mismos. La esperanza se mezcla así con una suerte de resignación.

...Tranquil, observant
he d'anar a lesmuntanyes en la suau resplendor del dia
sobre les aigües, les ciutats, els camins, els costums.
Foc, poder, força, tu, que a mi
m'agafes pel palmells de la mà on els solcs
són com enormes congosts, pentinats
pel vent del migdia. Tu, que dónes seguretat
en l'hora de la por, en la setmana del dubte,
és encara massa aviat, que el vi maduri,
que els viatgers dormin a Mittelbergheim.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Todo fluye, de Vasili Grossman

Esta fluidez me ha dejado con sentimientos dispares. Sabía de antemano que no estaría a la altura de Vida y Destino, pero aun así esperaba más. Claro que, por otra parte, no se le podía haber pedido más a un Grossman que terminó el libro poco antes de morir.
Pero vayamos por partes. Todo fluye tiene, desde luego, párrafos magistrales y escalofriantes:

Entonces  lo comprendí: todos los hambrientos son, en cierto sentido, caníbales. Consumen su propia carne, sólo les quedan huesos, devoran su grasa hasta el último grano. Luego se les enturbia la razón: también se han comido el cerebro. Se han devorado por completo.

y algunas imágenes inolvidables, como la del fanático bolchevique arrestado por traidor, convertido ahora en un perro fiel repudiado por su amo; o la del juicio a los acusadores y delatores. Huelga decir que Grossman sabe de lo que está hablando, y que la historia tiene la fuerza de la verdad y el valor del testimonio.

Todo fluye gira alrededor del retorno de Iván Grigórievich a Moscú, tras 30 años en campos de prisioneros por supuesta traición a la patria (aquel cruel sarcasmo que era el artículo 58 del código penal soviético), destino que sufrieron decenas, si no centenares de miles de compatriotas. Otros tantos fueron aún menos afortunados. Este regreso y el consiguiente reencuentro con su primo, que no hizo nada por defenderlo; su nueva vida como inquilino en casa de una viuda enferma de cáncer, así como su trabajo en una cooperativa, dan pie al autor para reflexionar sobre la vida en los campos, la deskulakización y los activistas que se encargaron de ejecutarla (terroríficas descripciones, tanto más cuanto que uno se imagina a tantas personas de nuestras sociedad en ese papel), la vida en una sociedad donde sobrevivía el que acusaba a su vecino antes de que éste le acusara a él, la historia de Rusia, su literatura, la revolución traicionada, y los retratos de sus protagonistas.
El retrato de Stalin, por ejemplo, a quien dedica todo un capítulo, puede resumirse en un certero párrafo:
Y es verdaderamente sorprendente que Stalin, aun habiendo aniquilado por completo la libertad, siguiera teniéndole miedo. Tal vez fuese aquel miedo el que hizo que Stalin mostrara una hipocresía sin precedentes.

El libro está escrito con gran talento literario, sentimiento, emoción y sinceridad. Entonces, ¿dónde falla? Pues yo diría que tras la lectura, uno no sabe muy bien qué ha leído. ¿Memorias, ficción, ensayo, historia? La vida en las prisiones y los campos de trabajo soviéticos los retrató como nadie Solzhenitzin, y no he leído mejor y más emotivo retrato de la vida en la Rusia estalinista y tras la muerte del monstruo que Los que susurran, de Orlando Figes. En comparación, y aunque en muchos aspectos sea un libro impresionante, Todo Fluye nos sabe a poco. Da la sensación de que aquí hay algo inacabado, lo cual, por otra parte, y dadas las circunstancias en que fue escrito, es perfectamente comprensible y más que perdonable. 

El Corrector, de Ricardo Menéndez Salmón

¿Inane? ¿Ultraconvencional? ¿Autocomplaciente? ¿Predecible? ¿Políticocorrectísima? ¿Superficial? ¿Aburrida? ¿Vacua? No quiero ser tan severo como para aplicar todos estos adjetivos a esta novela, pero más de uno de ellos le van que ni pintados.
El Corrector es muchas cosas, pero sobre todo es un excelente ejemplo de libro escrito cuando no se tiene nada que decir. Todos y cada uno de nosotros tenemos nuestra propia crónica de aquel infausto 11-M, por lo que, de entrada, un autor que se limite a contarnos la suya debería aportar algo diferente, un nuevo punto de vista, una reflexión interesante, un estudio del cómo, el porqué o el quién. Nada de eso. Ricardo Menéndez Salmón ha decidido que su crónica, que en nada se diferencia de la de millones de españoles, merece la pena ser leída ¿por? Ése debe de ser el único misterio de ese atentado sobre el que, según el autor, "lo sabemos todo".
Naturalmente, nos está vendiendo una novela, así que hay que aderezarla con algunos elementos novelísticos. El protagonista es un corrector de pruebas en una editorial, lo que le da la posibilidad de introducir a Dostoyevski, de quien está revisando una traducción de Los Demonios. Tenemos Dostoyevski a mansalva. Pero en una novela que quiera vender hacen falta también otros personajes (las novelas de un solo personaje son muy aburridas, ya sabéis). Por eso tenemos a su mujer, Zoe, restauradora de obras de arte; a su editor, a un amigo que vive en Madrid, y a un hijo ilegítimo cuya existencia Zoe ignora. Zoe y, sobre todo, el niño no pintan absolutamente nada en la trama, y están ahí para dar pie al autor (y a un, me imagino, agradecidísimo redactor de textos de contraportada) a decir que estamos ante "una confesión a los seres que amamos".
Lo mejor que tiene El Corrector es su brevedad. De lo contrario, se me habría caído de las manos no sé cuántas veces. Como no sé cuántas fueron las veces que miré hacia adelante: "a ver cuánto dura este capítulo, ¡bieeen! es de los que acaban en la página de la derecha, al principio de la página, ¡y luego viene una en blanco!"
Tengo que decir que el libro me predispuso muy mal ya al principio, con esa afirmación de que "lo sabemos todo" sobre el 11-M. Yo soy de esos (tontos, locos, fachas o, si preferís, las tres cosas a la vez) que creen que no sabemos absolutamente nada, y que desgraciadamente nunca lo sabremos. Pero creo que la novela también aburrirá a cualquier lector que crea a pie juntillas la versión oficial y tenga un mínimo de buen gusto literario. De verdad, que a estas alturas alguien nos venga a contar su historia del bigote de Aznar, del peinado de Acebes, o de los tontos tan tontos que dijeron "ha sido ETA", se me antoja un absoluto misterio. ¿Qué buscaba Menéndez Salmón con este libro? ¿Ser uno de los primeros escritores que literaturizaron el 11-M? ¿Entrar con alfombra roja en el club de nuestros escritores más mediáticos, "comprometidos" y sumisos? ¿O simplemente es que tiene un contrato con Seix Barral que le obliga a escribir un libro al año?
En fin, gran decepción, y mi adiós, por un largo tiempo, a Menéndez Salmón.

sábado, 20 de noviembre de 2010

La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón

Después de leer La ofensa, y como hago casi siempre antes de escribir una reseña, me he paseado por la red para leer otros blogs y ver qué les había parecido a los demás esta novela. Salvo alguna pequeña discrepancia, bastante bien argumentada por cierto, casi todo el mundo parece estar de acuerdo en que nos hallamos ante una gran novela o, cuando menos, ante un autor que está dejando ya de ser una promesa para convertirse en uno de nuestros mejores narradores.
La ofensa, al igual que Derrumbe, es una novela muy corta, de apenas 140 páginas de letra bastante grande. En ella se nos narra la vida y tribulaciones de Kurt Crüwell, un sastre alemán que de la noche a la mañana se ve enrolado en el ejército nazi, se despide para siempre de su novia, judía, se convierte en el favorito de su superior, asciende a cabo y participa en la invasión de Francia. Allí, en un pueblo llamado Mieux, será testigo de una horrible matanza que lo condena a una extraña enfermedad: una absoluta insensibilidad.
Del desarrollo de esta enfermedad, de su tratamiento a cargo de un médico francés, Lasalle, y una enfermera británica, Ermelinde, nos habla la segunda parte, mientras que en la tercera vemos cómo se cierra el círculo que se abre con aquella cámara que filma la masacre, y cómo el pasado atrapa a Kurt y le hace rendir cuentas.
Se dice que la novela hace referencia a El corazón de las tinieblas de Conrad. Efectivamente, en un interesante juego de espejos, nuestro personaje central, Kurt, que se derrumba o, casi literalmente, se desintegra en su humanidad ante la masacre del pueblo de Mieux, comparte (casi) el nombre del personaje conradiano responsable de"el horror, el horror". La novela se sitúa, así, en el centro de esta dualidad inocencia-maldad. Del mismo modo, cobran gran relevancia otros temas conradianos como la carga de la culpa y el anhelo e imposibilidad de su expiación.
A mí La ofensa me ha parecido irregular. La primera parte está muy bien narrada, y tanto el estilo como la historia me han recordado al Joseph Roth de La Marcha Radetzky. Hay alguna inconsistencia, como por ejemplo, la ignorancia por parte de Kurt del futuro que le espera a su novia. No había alemán en 1939, y menos aún si tenía una relación con una judía, que no supiera lo que tarde o temprano le iba a suceder a ésta. Esta inconsistencia, sin embargo, no chirría demasiado dada la poca relevancia de Rachel, la novia del protagonista. Más discutible puede parecer el giro final de la novela.
Evidentemente, el autor no tiene la intención de contar una historia verosímil, sino que está utilizando una imagen simbólica. Así, aunque haya ido demasiado lejos al utilizar la casualidad, aunque el reencuentro final de Kurt con su antiguo superior, en el momento preciso de la proyección de la película, resulte del todo inverosímil, todo ello no importa, se nos sugiere, porque no estamos sino frente a una imagen que resume una de las ideas centrales de la novela. ¿Y cuál es esta idea? Toda su vida, Kurt se ha dejado arrastrar,  por la familia, por los acontecimientos, por la vida, por su sensibilidad; acepta y cumple, callado; no cuestiona; nunca toma las riendas. Y en la escena final, no sabemos hasta qué punto es consciente de que se dirige al reencuentro con su pasado, aunque esa consciencia haría más "disculpable" la casualidad. Menéndez Salmón (¿cómo querrá este señor que lo llamen?), parece plantearnos cuestiones sobre la fatalidad, sobre nuestro destino y el modo en que lo buscamos al tiempo que intentamos eludirlo. Aun así, da la sensación de que el autor "se ha pasado". En cualquier caso, estas ideas me parecen más interesantes que el concepto del "cuerpo" como frontera entre nosotros y el mundo, concepto en el que se centra la segunda parte de la novela.
Otra cosa que no acaba de convencerme es el papel del narrador, aunque supongo que aquí intervienen mis gustos personales. Me parece que el punto de vista no está del todo conseguido. Por lo menos, a mí no me acaban de gustar esas intrusiones del autor, y a uno le da la sensación de que Menéndez Salmón no ha sabido trazar una línea clara entre autor y narrador. La enfermedad, a la que el médico francés que lo trata, Lasalle, se refiere como "la metáfora", impulsa al autor quitarle el micro al narrador y ofrecernos párrafos cargados de filosofía. A mi juicio, esos párrafos sobran. Una novela puede "ser filosófica" sin recurrir a tantas preguntas retóricas y un tanto pretenciosas. Coincido con la crítica citada anteriormente en que estos párrafos parecen dirigidos a halagar el ego del lector. También le sobran a la novela unos kilitos de retórica, con esas repeticiones entre lapidarias y de político discurseando.
Con todo, y pese a sus imperfecciones, La ofensa es una novela recomendable, entretenida, con anhelo de profundidad, e interesante tanto en sí misma como en la trayectoria de un novelista que, para mí, todavía tiene que dar lo mejor de sí.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón

Fue a raíz de alguna entrevista con Menéndez Salmón, leída por ahí, que me decidí a leer algo de este señor. Parecía un tipo interesante, inteligente, alguien a quien le interesa bien poco la fama y mucho la literatura. Así que en cuanto vi este libro en la biblio, cortito, de Seix Barral, me dije "a por él".
En su primera parte, Derrumbe parece ser un thriller, aunque no muy al uso. Nos encontramos con un despiadado asesino en serie, y con un detective sagaz, culto, y en plena crisis matrimonial. Hasta aquí, lo normal. También hay un grupo pseudo-terrorista, Los Arrancadores, que se dedica a ir sembrando el terror por medio de sabotajes tales como introducir agujas en los alimentos, carece de reivindicaciones políticas y no persigue otro objetivo que el de sembrar el terror. No obstante, el estilo de esta primera parte no es el habitual en lo que sería un thriller convencional. La intercalación de breves escenas, el hábil cambio de punto de vista; el magistral uso de la elipsis; el lenguaje, a ratos poético, a ratos crudo, así como el tono retórico, nos indican que se trata de otra cosa.
La segunda parte de la novela es la que, por lo menos a mí, más me desconcierta. No porque sea confusa o esté mal escrita, sino porque me pregunto si el autor no habrá ido demasiado lejos al dar rienda suelta a su imaginación. En Promenadia, la ciudad imaginaria creada por Menéndez Salmón, se encuentra Corporama, un parque temático sobre el cuerpo humano, construido sobre un gigantesco modelo, cuyas entrañas pueden recorrer los vsitantes, conocido popularmente como El Hermafrodita. Es allí donde tres jóvenes, Menezes, cultísimo niño de papá rico, y los gemelos Humberto y Hugo, conciben el primero de sus sabotajes. Ahora dejamos de lado el thriller policial y entramos en una historia de jóvenes con demasiado tiempo, demasiado dinero, asqueados de la sociedad y resueltos a llevar a cabo una hecatombe e irse al infierno con los demás.
La tercera parte recupera a Manila, el inspector, y a Mortenblau, el asesino en serie. El título de esta tercera parte, "Padres sin hijos", es bien elocuente. Parece ser ésta una reflexión sobre el dolor de ser padre, sobre los tenues, o casi inexistentes, vínculos que unen a padres e hijos. Manila, Valdivia (uno de los personajes centrales, que aparece en la segunda parte) y el mismo Mortenblau nos muestran diferentes aspectos de este vacío emocional y de este abismo generacional que separa a unos y otros.
Paz. Paz. Paz, es todo lo que uno de los padres puede implorar al final, sabedor de que sólo hay una forma ancestral y terrible de encontrarla.
No sé si Derrumbe es una "gran" novela. En esto de la grandeza siempre hay grados. Es, desde luego, muy interesante, original, arriesgada, y además se lee de un tirón, cosa que no siempre sucede con las novelas cortas. A mí me ha descubierto a un autor al que pienso seguir leyendo, y cuya novela anterior, La ofensa, la tengo ya esperando en una pila de libros.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Cambio de rumbo. Crónica de una vida, de Klaus Mann


Cuando se es hijo de uno de los mayores escrtores del siglo XX, es difícil, si no imposible, que no te consideren "el hijo de". Klaus Mann llegó a acostumbrarse a ello, aunque reconoce que le creo más de un problema, y le impidió, sobre todo en sus inicios, que lo tomaran en serio como escritor. Yo mismo sabía bien poco de él: hijo de Thomas Mann, autor de Mefisto y El Volcán, y suicida. Pues bien, esta autobiografía nos revela a una persona fascinante, apasionada, que vivió la vida con volcánica intensidad, y que, desde antes de nacer, parecía abocada al suicidio, pues, aparte de ser una persona reflexiva, con tendencia a la depresión, y sufrir el destino de vivir dos guerras mundiales, a lo largo de su vida vio cómo se quitaban la vida, uno tras otro, su tía, sus amigos y sus escritores más admirados.

No sé qué es lo que más me atrae de las autobiografías como esta. ¿La persona o el periodo histórico? Creo que en libros como Cambio de Rumbo tiene lugar una feliz combinación de ambas. No se trata de un libro apasionante sólo por todas las vicisitudes de la vida de Mann, es decir, no sólo por lo mucho que le sucedió y le tocó vivir, sino porque el mismo Mann se revela como un hombre con un talento fuera de lo común para narrarlo. Es cierto, no obstante, que hacia el final del libro el estilo se hace un tanto monótono, y empezamos a cansarnos de tantos nombres (nombres cuya entrada en la Historia es, en muchas ocasiones, posterior a su aparición en la vida de Mann, verbigracia, la aparición, en una fiesta, de una fascinante y desconocida joven con aires de diva. La joven se llamaba Greta Garbo). Pero en ese momento, Mann decide dejar a un lado la narración autobiográfica y cambia de tercio.
Cambio de Rumbo, al igual que la ya comentada Kaputt y Suite Francesa, nos ofrece en su parte final, un retrato de la guerra sobre la marcha. El penúltimo capítulo, "Decisión", lo componen pasajes de su diario, mientras que el último, "Cambio de Rumbo", consiste exclusivamente en las cartas que escribió a su familia y amigos durante el periodo de instrucción en el ejército, y posteriormente en la guerra. Estas dos partes finales no tienen desperdicio, y uno tiene la sensación de estar viviendo de pleno aquellos años. Mann preocupado por su familia en Europa, por sus amigos escritores, Mann recibiendo conmocionado la noticia del suicidio de Stefan Zweig, Mann juzgando severamente a su país, cegado desde hace años ante el monstruo, Mann deseando la muerte, expresando su fe en Dios, peleándose con la lengua inglesa, deshaciéndose en elogios hacia Picasso, continuamente esbozando proyectos para revistas culturales y obras de teatro, Mann en el norte de África, alistado en el ejército estadounidense, descubriendo a Roberto Rosellini, una promesa del cine italiano, regresando a su Múnich natal y viitando su casa en ruinas, donde se encuentra con una extraña joven, atemorizada, que le revela que su casa se había convertido en una "Fuente de la vida" (algo así como un criadero de nazis), Mann entrevistándose con Richard Strauss, insigne y enésimo representante de esa inmensa Alemania que ahora afirmaba que siempre estuvo en contra de Hitler, hablando con Göring en prisión, Mann abogando por una unión entre el bloque soviético y occidente, para que jamás se repita la historia...  En resumen, uno de esos libros que te absorben, te obsesionan, te engullen. Joya de principio a fin.


miércoles, 3 de noviembre de 2010

The Squid and the Whale (Una Historia de Brooklyn), de Noah Baumbach


Nos encontramos en mitad de un partido de tenis, en el que se enfrentan hermano mayor y padre contra hermano menor y madre. Palabrotas, pelotazos al cuerpo del contrincante y susurros furiosos. Unas pocas escenas más adelante, los padres ya se han separado, y los hijos se tienen que enfrentar a su confusión y, peor aún, se ven obligados a tomar partido. Así, tan in media res, empieza la película.
Los Berkman son una familia de clase media, donde las peculiaridades de cada uno no son precisamente extremas. El hijo mayor parece ser un lector voraz, admirador de la obra de su padre y prometedor músico. El menor de vez en cuando se mete anacardos por la nariz. Y el padre Bernard, reconocido novelista, ha ido perdiendo popularidad y se ha ido viendo más y más eclipsado por su mujer, que ha descubierto un insospechado talento para la escritura. Sospechamos que esto tiene mucho que ver con el deterioro de sus relaciones, pero poco a poco iremos descubriendo que la cosa venía de lejos.
Todos los Berkman, pues, parecen encontrarse en una encrucijada, en un momento de transformación al que no se ven capaces de enfrentarse. Walt, el adolescente, se revela como un impostor que pontifica sobre libros que no ha leído y que presenta a un concurso una canción de Pink Floyd. Su admiración por su padre se traduce en una suerte de desprecio  por las mujeres, empezando por su propia madre.
A su hermano Frank, de doce años, la separación de sus padres le ha hecho pasar de la inocencia infantil a unas actividades sexuales que se podrían calificar como sórdidas, cuando menos. Frank, que desde el primer momento se coloca del lado de Joan, su madre, de manera agresiva reniega del futuro que su padre imagina para él y reivindica su carácter de filisteo.
Y mientras tanto, Bernard y Joan intentan continuar con sus vidas cada uno por su cuenta y protegiendo a los niños en la medida de lo posible. Pero en este loable intento el padre se lleva la peor parte, y queda retratado como un capullo, para qué negarlo. También para su hijo Walt, quien en el despacho del psicólogo y evocando su infancia se sorprende ante la ausencia de su padre en sus recuerdos. Y así llegamos al final, que nos sorprende de nuevo in media res.
En resumen, The Squid and the Whale (2005), cuyo título fue víctima, en nuestro país, de una de esas traducciones de antaño, es otra excelente muestra de cine independiente norteamericano. Estupendo guión a cargo del mismo director, Noah Baumbach, en lo que parece ser una historia bastante autobiográfica, y fantástico reparto, donde no desentona absolutamente nadie, desde el padre hasta el último secundario. Y lo más difícil de todo, un retrato de una familia que es sincero, profundo, real, trágico, entrañable y divertido.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...