Publicado en 1913. Vaya esto por delante porque se nos dice que este libro retrata la caída del viejo imperio, señala un cambio de época y todas esas cosas. Y es así.
Gyula Krúdy, que es una especie de institución de la literatura húngara, publicó a lo largo de su carrera más de 60 novelas y 3.000 relatos. Una especie de Pérez Galdós, vamos, aunque, como no podía ser de otra manera, se le ha comparado con Joyce y Proust.
A mí el nombre de Krúdy me sonaba quizá de haberlo leído en las memorias de Sándor Marai, quien lo admiraba con devoción. "Pocos escritores de la literatura mundial han alcanzado su grandeza -decía-. Con pocas pinceladas dibuja escenas apocalípticas de sexo, entrañas, crueldad humana y desesperación". Estuvo muy acertado Marai al elegir sus palabras, como veremos más adelante. Y añadiré aquí que La carroza carmesí es, pese a su brevedad, todo un novelón que se lee de una sentada.
Budapest a principios de siglo (XX, claro está), y dos actrices de provincia de tres al cuarto llegan a la gran ciudad con ganas de comerse el mundo o, si no se lo comen, por lo menos encontrar trabajo. Y en la ciudad conocerán gente, se enamorarán, les irá bien o mal, y vivirán de primera mano la decadencia cultural y moral del país. Así de sencilla es la historia, pero Krúdy nos la cuenta con gran originalidad, innegable talento y un tono irónico que nos atrapa desde las primeras líneas.
Para empezar, los personajes son interesantes y creíbles, y es difícil no rendirse, por ejemplo, ante los dudosos encantos de la tía rica de Szilvia, una dama del antiguo imperio, que se jacta de sus posesiones y defiende así sus valores:
"Una mujer sólo posee dos armas: la virginidad y la fidelidad. Todo lo demás viene después".
Esta buena señora es consciente desde el primer momento de que su mundo se está desmoronando. Como ella, toda la novela está impregnada de la certeza de lo que se va, y de la incertidumbre ante lo que viene. El resto de personajes, por el contrario, parecen querer aferrarse a los placeres y el frenesí de la vida social, con la ópera, el teatro y las carreras de caballos como centro de la vida social, sin olvidar, por supuesto, los prostíbulos, por donde pasa todo (y toda) quisqui. El mundo as we know it se va a pique, y nadie se quiere enterar.
Budapest en 1913
Sin embargo, hay que decir que no estamos ante una novela sobre un imperio en decadencia, o no primordialmente. La carroza carmesí es una excelente novela psicológica, y el viejo imperio, que se revela ahora como un lodazal de provincianismo y que está descrito de forma magistral, es, ante todo, el escenario que revela a nuestros personajes, que van desde escritores hasta prostitutas, pasando por diplomáticos, nobles damas y revolucionarios nihilistas, la vanidad de sus sueños.
Y si excelente es el retrato de los personajes, no menos buena es la estructura de la novela, que aún hoy parece moderna. Krúdy estaba muy lejos ya de la novela decimonónica -aunque los nombres de Dickens o Turguéniev, entre otros, son recurrentes en la historia-, y se encuentra de hecho muy cerca de la vanguardia literaria de su momento. Al autor no le da miedo mezclar estilos, cortar el hilo de la historia para centrar todo un episodio en un personaje que apenas ha aparecido hasta ahora, o hacer que en el capítulo clave en el desenlace de la novela se narren los cruciales acontecimientos en estilo indirecto y con un narrador no muy fiable.
Buena historia, apasionante recreación de una época, personajes complejos, originalidad, atrevimiento y soberbia técnica. En resumen, otra joyita de la literatura húngara que se impone a los ocasionales problemas con la traducción.
Y para terminar, no he podido resistirme a este maravilloso párrafo, muy representativo del estilo de Krúdy, y más que probable fuente de inspiración de algún clásico de nuestro pop patrio:
La literatura centroeuropea es un fondo de saco inacabable del que voy descubriendo de vez en cuando algún autor magnífico del que no había oído hablar en mi vida. Este podría ser un ejemplo de esos de los que no he oído hablar nunca.... Pero tiene pinta de ser de un tipo de literatura al que recurro cada vez que quiero tranquilizarme porque he leído 3 o 4 seguidas de americanos contemporáneos que me han puesta a veces un poco mas nervioso de la cuenta.
ResponderEliminarLa postal del Puente de las cadenas es muy bonita. Los puentes de Budapest tiene algo especial.
¿Y lo del "Mi agüita amarilla"?. Me ha intrigado. ¿Es en referencia al último párrafo que transcribes?.
PS: Te adelanto que el que estas leyendo ahora (La invención de Morel) es para mi un superclásico....
Aunque me gusta toda la buena literatura, tengo que decir que la centroeuropea es mi debilidad, y la húngara en concreto casi nunca me ha decepcionado. De Krúdy creo que sólo se ha publicado otra novela en español, Girasol, pero celebro que la literatura de ese país se esté popularizando aquí.
ResponderEliminarCoincido contigo en que La invención de Morel es un clásico. La terminé hace un par de días, pero a veces tardo más en escribir la entrada (aunque no lo parezca) que en leer el libro.
En cuanto a "Mi agüita amarilla", es indiscutible que versos como "tu madre lava la vajilla con mi agüita amarilla" o "mi agüita amarilla juega con los calamares y las merluzas que tú te comes" están inspirados en ese fragmento que cito.
Un saludo.
La frase que has citado es magistral, una auténtica promesa. Lo cierto es que la literatura húngara está dejando de ser para nosotros una literatura exótica. A los nombres bien conocidos de Sándor Marai y de Imre Kestesz habrá que añadir este de Krudy. Gracias, Vampiro, por este hallazgo de zahorí.
ResponderEliminarGracias a ti, Ricardo, por tu comentario y por lo de zahorí, hermosa palabra. En efecto, a los nombres que mencionas, los más conocidos, yo añadiría los de Krúdy, Kosztolanyi, Krasznahorkai, Székely o Konrad, todos ellos extraordinarios, más otros como Eszterhazy o Banffy, que todavía no he leído, pero a los que tengo unas ganas inmensas de hincarles el diente.
ResponderEliminarUn saludo.