domingo, 12 de septiembre de 2010

Berlín, de Jason Lutes

La República de Weimar representa uno de los capítulos más interesantes de la historia de Europa en el siglo XX. Con una Alemania derrotada en la Guerra Mundial, y con la amenaza de que la revolución marxista prendiera en el país, con Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht agitando a las masas, y con una república proclamada sin permiso ni autorización por un Philip Scheidemann, no es de extrañar que Lutes se sintiera fascinado por este periodo de la historia que había de llevar a un país a sufrir la mayor inflación de la historia (una barra de pan costaba 20.000 marcos por la mañana y 5.000.000 por la tarde; los precios en los restaurantes subían durante la comida, y a los obreros se les tenía que pagar dos veces al día), que iba a ser testig del apogeo de figuras como Brecht o Fritz Lang, y que, finalmente, iba a ver el ascenso al poder de Hitler.
La novela, de la que hasta el momento se han publicado las dos primeras partes, es lo que suele llamarse una "novela coral". Desfilan ante nosotros todo tipo de personajes: periodistas, estudiantes, sindicalistas, mendigos, músicos, policías, niños, prostitutas, etc. Los personajes pueden asomarse al relato en las primeras páginas, desaparecer y surgir de nuevo en el segundo volumen. Otros surgen de la nada, y adquieren un papel tan importante como efímero. Tenemos, sí, unos personajes centrales, como son Kurt Severing y Marthe Müller. Él, periodista. Ella, chica de provincias que llega a la gran ciudad con el vago objetivo de estudiar arte. Qué mejores personajes para ofrecernos el rtrato de una época. Por una parte, un periodista desencantado que asiste con horror a la degradación ética y moral de su país, no sólo por el ascenso del nazismo, sino también por la nada deseable alternativa bolchevique (aunque el autor no esconde sus simpatías por estos últimos). Por otra, una chica que se queda desde el primer momento maravillada ante esta ciudad en la que descubrirá el arte, nuevas e insospechadas experiencias sexuales, el jazz, la drogas y, en sus propias palabras reflejadas en su diario, la vida. Marthe adopta Berlín, y se negará a abandonarlo incluso para ver a su padre enfermo.
Los trazos de Lutes son realistas, con pocas licencias poéticas (salvo en las dos últimas páginas de  "Ciudad de Piedras"), y gusta de recrearse en grandes escenarios tales como manifestaciones y desfiles. En su voluntad de ofrecernos un retrato total del periodo, utiliza su lápiz a modo de cámara. Así, a partir de una toma con "gran angular", va acercando el objetivo poco a poco, para finalmente permitir que acompañemos a un personaje desconocido al interior de su casa, donde, sin palabras, lo dejamos en compañía de su familia.  
"Ciudad de humo" concluye en septiembre de 1930, con las elecciones generales y el ascenso imparable de los nacionalsocialstas. No sé hasta qué momento de la historia de la República se propone llegar Lutes, pero desde luego es una pena que sólo quede una tercera entrega pendiente.

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