Andreas Pum, mutilado de guerra, además de tenerse por un ciudadano modélico, tiene una inquebrantable fe en las instituciones. Por ello, aunque le echen del hospital militar, por no sufrir temblores, y le denieguen la pierna ortopédica, él se considera un privilegiado: el gobierno le ha concedido una licencia para tocar el manubrio donde le plazca.
A partir de este momento, tenemos el auge y caída de Andreas Pum, narrado con la habitual maestría de Joseph Roth. Una excelente galería de personajes secundarios, desde el chulo Willy hasta el señor Arnold, que desencadena la tragedia, pasando por la hipócrita y desalmada señora Blumich (la extraordinaria escena en que Andreas le cuenta que ha perdido la licencia parece sacada de una película expresionista alemana de la época), o el seductor policía Topp, conduce a Pum al paulatino hundimiento y a su rebelión final. Una rebelión que es un renacimiento y una suerte de purificación. Andreas Pum se muestra en esta excelente historia como un Job que, con palabras durísimas, reprocha a Dios su crueldad e injusticia, y que, en su delirio, ante la última burla del Dios-Juez, que le ofrece lo que no le quiso ofrecerle la comisión médica, responde con un "¡Quiero ir al infierno!".
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