domingo, 30 de mayo de 2010

Conversación en la catedral

Es triste ver cómo de algunos grandes libros a veces lo más memorable parece ser el título, el nombre de algún personaje, o alguna frase, que pasan a convertirse en los clichés más manidos y recurridos de periodistas y políticos. Eso es lo que le pasa a esta grandiosa novela, de quien casi cualquier hijo de vecino  conocerá la frase "¿cuándo se jodió el Perú?". (De hecho, la mayor parte de esas ilustradas citas añaden, si no recuerdo mal, "Zavalita", cuando en realidad es Zavalita el que la pronuncia, de diversas maneras, una y otra vez, a su amigo Ambrosio en el bar La Catedral).
Me enorgullezco de haber leído casi todo Vargas Llosa, aunque confieso que llegué con algo de retraso a Conversación... Aquí me he reencontrado con Vargas Llosa en estado puro y concentrado. Lo mejor de La casa verde, Historia de Mayta, Pantaleón y las visitadoras, y tantas otras, está aquí. 
Se ha dicho que el jodido Perú del libro no es sino una latinoamérica a escala reducida. Supongo que puedo ser eso. Pero la grandeza de este libro radica en sus personajes y, sobre todo, en su estilo y estructura. Diálogos que se sobreponen, historias dentro de historias, el tiempo narrativo que se contrae y se expande de una línea a la siguiente y siempre en el momento justo, múltiples puntos de vista narrativos conducidos por la mano invisible a la vez que inconfundible del autor.
Si el premio Nobel no estuviera totalmente desacreditado y de verdad reconociera a los autores que de manera más determinante han influido en nuestro modo de entender la literatura, hace años que Vargas Llosa lo habría ganado (¿no produce vergüenza ajena la sola idea de comparar al que nos ocupa con Jelinek, Pamuk, Fo, Cela o Müller?). Nuestro escritor sería capaz de escribir sobre nada (tema predilecto de tantos "grandes"), y su estilo nos bastaría para disfrutar de él como enanos. Un estilo que requiere una atención constante, pero que en ningún momento deja de ser accesible. A Vargas Llosa, a diferencia de tantos escritores menores que él y mucho más pomposos, le apasiona la literatura tanto como a esos escritores les apasiona su propia voz. A diferencia de ellos, Vargas Llosa siente respeto por sus lectores.  así, donde otros son pedantes, él es preciso; donde son vulgares, él ingenioso; donde cursis, elegante.
Lo único que le falta a Vargas Llosa para ser reconocido como lo que es, uno de los más grandes narradores de todo el mundo en cualquier lengua, es o bien morirse o hacerse castrista. 

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