Nadie llega virgen a las grandes obras de la literatura. Cualquiera que se acerque por primera vez al Quijote sabe, por muy joven que sea, de los molinos, Dulcinea y la llana sensatez de Sancho. El atrevido que se lance a por el Ulises es consciente de que no va a entender nada y, muy probablemente, no terminará la novela. Y todo aquél, como yo, que decide que por fin ha llegado el día de buscar el tiempo perdido, sabe que se trata de una gran saga con frases muy largas y protagonizada por una melancólica magdalena.
Y claro, así, después de la lectura viene el problema del "y ahora, ¿qué digo?". ¿Voy a tener la osadía de comentar una obra que, según los expertos consultados, es una de las mayores maravillas jamás escritas? Por suerte, el autor nos lo pone fácil, porque, contrariamente a lo que uno podría pensar, la lectura de Proust no necesita de 'preparación' alguna, y al igual que el joven matrimonio que quiere tener un niño se equivoca al esperar el momento propicio, pues éste nunca llegará, y el momento presente puede ser tan bueno como el futuro, si no mejor, dado que mañana ella puede encontrar un nuevo trabajo que requiera de todo su tiempo y energías, o él puede perder el suyo y entrar en una depresión que le induzca a pensar que traer una criatura a este mundo es el acto de mayor crueldad que el ser humano pueda perpetrar; así no hay un momento ideal para acometer esta obra, sino que, con cada minuto que posterguemos su lectura se va añadiendo un granito más al montoncito de arena de un precioso tiempo perdido y, éste sí, absolutamente irrecuperable. Apuntaos un punto si en esa frase tan absurda habéis detectado un lamentable remedo del estilo proustiano.
Esto es todo lo que yo sabía de Proust hasta ahora
Al escribir sus grandes obras, algunos autores se dirigen al gran público. Otros se decantan por un público más selecto. No faltan los que van aún más lejos y escriben, sencillamente, para los críticos. Existen también aquéllos que, con algo más de vanidad, sólo piensan en la posteridad, mientras que, por el contrario, hay quien escribe con la intención de reafirmar, cuestionar, provocar o aniquilar el espíritu de la época. Proust, por su parte, y esto quizá os sorprenda, escribió Por el camino de Swann pensando únicamente y exclusivamente en el Niño Vampiro. Y a las pruebas me remito. Las siguientes líneas, por ejemplo, están basadas en un triste anticlímax de mi temprana madurez, el día que comprendí que llevaba años empeñado en convertirme en un idiota y que, para mi desgracia, lo había conseguido.
Y con esa cazurrería intermitente que le volvía en cuanto ya no se sentía desgraciado y que rebajaba el nivel de su moralidad, se dijo para sí: "¡Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida, que he deseado la muerte y he sentido el amor más grande de mi existencia, todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!".
Pero antes, mucho antes de aquel desengaño por el amor malgastado, había sido la soledad y la angustia por el amor anhelado, en un episodio para el que Proust se inspiró en mis callejeos adolescentes de horas y horas acompañado de mi perra y buscando ni yo sabía qué.
Miraba tercamente el tronco de un árbol lejano, detrás del cual podría surgir la moza para venir adonde yo estaba: el horizonte escrutado seguía desierto; caía la noche, y sin esperanza ya, fijaba yo mi atención, como para aspirar las criaturas que pudiera ocultar, en ese suelo estéril, en esa tierra exhausta; y ahora pegaba no de gozo, sino de rabia, a los árboles del bosque de Roussainville, aquellos árboles que no servían de refugio a ningún ser vivo, como si fueran árboles pintados en un panorama, porque sin poder resignarme a volver a casa antes de abrazar a la mujer de mis deseos, no tenía más remedio que emprender el camino de vuelta a Combray, diciéndome a mí mismo que cada vez disminuían las probabilidades de que la casualidad me la pusiera al paso. ¿Y me habría atrevido acaso a hablarle si la hubiera encontrado? Creo que me hubiera tomado por un loco; yo no creía que existieran verdaderamente fuera de mí los deseos que formaba durante aquellos paseos y que no lograban realización, ni creía que los demás pudieran participar de ellos. Se me aparecían tan sólo como creaciones puramente subjetivas, impotentes e ilusorias de mi temperamento.
Illiers, el Combray de Proust, en 1971 pasó a llamarse Illiers-Combray
El genio del artista consiste en convertir lo que en mi vida fueron momentos de un carácter vulgar y anodino no ya en poesía, sino en belleza. Pero afortunadamente, Proust no se limitó a tomar de mi vida sólo aquellos episodios susceptibles de adquirir una poética solemnidad. Me consuela saber que también le inspiré algunos momentos divertidos. Es sabido, por ejemplo, que para la descripción de esta señora (la tía del pianista en casa de los Verdurin), Proust tomó como modelo un alumno de mi clase de inglés:
Como era muy ignorante y tenía miedo de no hablar bien, pronunciaba a propósito de una manera confusa, creyendo que así, si soltaba alguna palabra mal pronunciada, iría difuminada en tal vaguedad, que no se distinguiría claramente; de modo que su conversación no pasaba de un indistinto gargajeo, de donde surgían de vez en cuando las pocas palabras en que tenía confianza.
En algunos momentos, Marcel, que es como le gusta que lo llame, intentó que el modelo que le proporcioné no fuera del todo evidente. Fijaos en este fragmento a propósito de Swann y el monóculo:
La primera vez que se lo vio puesto, Odette no pudo contener su alegría: "Para un hombre, digan lo que quieran, no hay nada más chic. ¡Qué bien estás así, pareces un verdadero gentleman! No te falta más que un título".
Muy pocos saben que esta anécdota está vagamente inspirada en un compañero mío de universidad que se compró un estuche de violoncelo para darse un aire bohemio y pasearse con él por las terrazas de los bares. Y así, aunque quizá otro en mi lugar se hubiera indignado, o incluso habría acusado al bueno de Marcel de plagio, apenas os puedo dar cuenta del placer que ha supuesto para mí ver, página tras página, y me atrevería a decir que línea tras línea, sentimientos, experiencias, observaciones o ideas que a veces recordaba y otras veces descubría, pero que siempre habían estado ahí, en lo más recóndito de mi memoria. No de la inteligente, sino de la otra.
Proust tocando una serenata a Jeanne Pouquet, uno de los modelos para Gilberta Swann
La obra gira alrededor del concepto de memoria involuntaria, y es aquí donde entra en acción la célebre magdalena. Pero dejemos que lo explique el propio Marcel:
A decir verdad, yo hubiea podido contestar a quien me lo preguntara que en Combray había otras cosas, y que Combray existía a otras horas. Pero como lo que yo habría recordado de eso serían cosas venidas por la memoria voluntaria, la memoria de la inteligencia, y los datos que ella da respecto al pasado no conservan de él nada, nunca tuve gana de pensar en todo lo demás de Combray. En realidad, aquello estaba muerto para mí.
(...) Considero muy razonable la creencia céltica de que las almas de los seres perdidos están sufriendo cautiverio en el cuerpo de un ser inferior, un animal, un vegetal o una cosa inanimada, perdidas para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega, en que suceda que pasamos al lado del árbol, o que entramos en posesión del objeto que las sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía.
Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos.
Y todos, incluso los que jamás lo han leído, saben cuál es ese objeto y cuál esa sensación. Continuaría con mucho gusto la cita en ese punto (...y de pronto el recuerdo surge...), pero es que citaría con gusto cada frase de este libro.
Así, la magdalena despierta la memoria involuntaria, y ésta nos lleva a los días de Combray, a revivir la infancia del narrador y recuperar recuerdos del lector. La belleza de la escritura y el poder de evocación de esta novela que nos abruman a cada momento no tienen punto de comparación con nada de lo que yo haya leído antes. Pero una novela no alcanza las cimas del canon sólo a base de una linda y poderosa colección de recuerdos. Para ello hace falta más chicha. La maestría de Proust consiste precisamente en revestir historia, política, filosofía, arte, psicología y todas las grandes ideas de la época de un lenguaje rico, sutil y complejo que consigue entrarnos por todos los sentidos. Por el camino de Swann es, en definitiva, eso que debería ser la literatura: una obra eterna que es, ante todo, una novela de su tiempo.
Entre las ideas que riegan este Camino, es evidente, en primer lugar, la influencia de Freud, que ya había publicado La interpretación de los sueños y había desarrollado sus teorías sobre la asociación libre de ideas. También hay ecos, muy vagos y que no sé si más adelante se volverán más sonoros, del caso Dreyfuss, ecos que nos recuerdan la figura de Charles Ephrussi, crítico de arte de origen judío que se convirtió en una de las víctimas colaterales del antisemitismo desatado a raíz del célebre caso, y de quien hablé ya aquí. Ephrussi fue uno de los modelos que inspiraron a Proust el personaje de Swann, y destacó además por ser un inveterado japonista, uno de aquellos numerosos enamorados del arte nipón que tanta influencia tuvo en Francia, como, por otra parte, puede observarse en la novela, donde son constantes las referencias a elementos decorativos japoneses.
Otra idea quizá menos obvia o quizá, simplemente, fruto de mi imaginación es la de la relatividad del tiempo y el espacio, idea einsteniena que es también una de los rasgos esenciales del modernismo en el que se inscribe la novela. Fijaos en este maravilloso fragmento, en el que el narrador, durante un viaje en carruaje, se entretiene contemplando el juego del escondite que los campanarios de Martinville parecen jugar con él. Pide entonces papel y lápiz y se pone a escribir:
"Solitarios, surgiendo de la línea horizontal de la llanura, como perdidos en campo raso, se elevaban hacia los cielos las dos torres de los campanarios de Martinville. Pronto se vieron tres: porque un campanario rezagado, el de Vieuxvicq, los alcanzó y con una atrevida vuelta se plantó frente a ellos. Los minutos pasaban; íbamos a prisa y, sin embargo, los tres campanarios estaban allá lejos, delante de nosotros, como tres pájaros al sol inmóviles, en la llanura. Luego, la torre de Vieuxvicq se apartó, fue alejándose, y los campanarios de Martinville se quedaron solos, iluminados por la luz del poniente, que, a pesar de la distancia, veía yo jugar y sonreír en el declive de su tejado. (...) De cuando en cuando uno de ellos se apartaba, para que los otros dos pudieran vernos un momento más; pero el camino cambió de dirección, y ellos, virando en la luz como tres pivotes de oro, se ocultaron a mi vista. Un poco más tarde, cuando estábamos cerca de Combray y ya puesto el sol, los vi por última vez desde muy lejos: ya no eran más que tres flores pintadas en el cielo, encima de la línea de los campos. Y me trajeron a la imaginación tres niñas de leyenda, perdidas en una soledad, cuando ya ba cayend la noche; mientras que nos alejábamos al galope, las vi buscarse tímidamente, apelotonarse, ocultarse una tras otra hasta no formar en el cielo rosado más que una sola mancha negra, resingada y deliciosa, y desaparecer en la soledad."
La relatividad del espacio, la voluntad del artista impuesta sobre la realidad de los hechos, un estudio sobre la percepción, el desarrollo de la vocación literaria, y sobre todo una descripción poética, evocadora y sensual. Cada párrafo de Proust, aparte de bellísimo, es a la vez de una densidad y ligereza pasmosas.
Los paperolles, anotaciones añadidas por el autor en lecturas posteriores del manuscrito. Consistían en tiras de papel que se podían sumar a otras y alcanzar hasta un metro de longitud
Uno de los incontables momentos sublimes de la obra, un momento en el que se entrelazan de manera soberbia algunas de las ideas de la novela y la evocación poética y sensual del lenguaje de Proust, tiene lugar en una fiesta en la que Swann vuelve a oír un fragmento de una sonata de Vinteuil. Estamos en la segunda parte de la novela, Unos amores de Swann, donde se nos narra la relación entre Swann y Odette, que tiene lugar antes de que naciera el narrador y, por lo tanto, años antes de los acontecimientos descritos en la primera parte. Vinteuil es un músico desconocido para Swann, pero no para el lector, que ha sido ya testigo de su triste final. Swann, al principio de esta segunda parte, reconoce un pasaje de una sonata suya, un fragmento que para él representa la cima de la belleza y la sensibilidad musical, y el pasaje en cuestión se convierte en símbolo de su amor por Odette. Ya sabéis, "están tocando nuestra canción". Cuando, pasado un tiempo y varios altibajos en la relación, en la fiesta mencionada Swann vuelve a oír el pasaje de Vinteuil, se produce en él el tipo de reacción que, de haber sabido escribir, nos habría descrito uno de los perros de Pavlov.
Y antes de que Swann tuviera tiempo de comprender y de decirse que era la frase de la sonata de Vinteuil y que no había que escuchar, todos los recuerdos del tiempo en que Odette estaba enamorada de él, que hasta aquel día lograra mantener invisibles en lo más hondo de su ser, engañados por aquel brusco rayo del tiempo del amor y creyéndose que había tornado, se despertaron, se remontaron de un vuelo, cantándole locamente, sin compasión para su infortunio de entonces, las olvidadas letrillas de la felicidad...
La música ha dejado de ser bella por sí; su belleza se la proporciona ahora el recuerdo de Odette. Los efectos de la música sobre el alma de Swann ocupan entonces cuatro páginas más, a las que no les sobra ni una palabra. Pero entonces el significado de la melodía -y su efecto sobre el recuerdo- parece volver a desdoblarse:
Por primera vez el pensamiento de Swan saltó en un arranque de piedad y cariño hacia aquel Vinteuil, aquel hermano sublime, que tanto debió de sufrir. ¿Cómo sería su vida? ¿De qué dolores debió sacar aquella fuerza de Dios, aquella ilimitada potencia de crear?
Ya he dicho que el lector ha sido testigo, cientos de páginas antes, del sufrimiento de Vinteuil. En estas páginas, pues, merced a una sonata de violín, narrador, personaje y lector se funden en la experiencia del tiempo recobrado, el tiempo presente y el tiempo anticipado. En otras palabras, de la mano de Proust y Swann, el lector consigue recordar el futuro. O algo así. No soy Proust y no sé expresarlo, pero en un libro que deslumbra y embelesa a cada página este fragmento me ha deslumbrado y embelesado como pocas veces lo ha conseguido un libro.
En definitiva, mientras otros autores sólo pueden, en sus mejores momentos, llegar a escribir obras maestras, Proust escribió En busca del tiempo perdido. Enfrascado estoy ya en A la sombra de las muchachas en flor, que, como observaréis por el título, también está inspirado en mi escasamente memorable adolescencia. Sólo Proust podrá convertir en oro literario tantos momentos olvidables.
Punto final.
Junto a su madre, Jeanne Weil, y su hermano Robert
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Mención aparte merece la edición de Alianza. El volumen que he leído es una de esas joyas de la editorial, de la serie Biblioteca 30 aniversario, con la tapa dura, cinta de lectura y biografía al final con impresionante álbum de fotos. La traducción de éste y, creo, los dos siguientes volúmenes, corrió a cargo de Pedro Salinas, y el resto, de Consuelo Berges. Desconozco cuántas traducciones se han hecho al español de esta obra, aunque dada la magnitud de la obra, dudo que hayan sido más de un puñado. Gran poeta, Salinas brilla en su traducción, aunque hay que decir que no estoy del todo convencido de que esta versión deba ser absolutamente intocable, como sí parecieron pensar los de Alianza.
Es cierto que, con ciertas obras, una traducción "de la época" puede ser preferible a una más contemporánea. Así, en una novela como ésta, sobre el tiempo y el recuerdo, quizá ese tono ligeramente anticuado acentúe un tanto su carácter poético y melancólico. Podemos, por tanto, aceptar palabras como pistache en lugar de nuestro hoy familiar pistacho, accionan en vez de actúan, como diríamos hoy ("nuestras pasiones no accionan sobre nosotros más que en segundo lugar"); o incluso podemos pensar que la traducción al español de los nombres propios -Francisca, Leoncia, Gilberta- da cierto sabor añejo al texto. Más discutible es, probablemente, hablar de un duro ("mamá me ponía en la mano un duro"), pero lo que me ha provocado franca irritación son los constantes laísmos, leísmos y loísmos, a cual de ellos más chirriante: "Empezaba a serla difícil", "los sugería que", "habíale yo olvidado". Y yo que, tonto de mí, pensaba que leísmo y loísmo eran mutuamente excluyentes: si alguien dice "ya le he comprado", ¿por qué va a decir "lo regalé un libro"? Pues evidentemente me equivocaba. En definitiva, Salinas era un gran poeta y traductor, pero tenía un serio problema con los pronombres.Y así, mi pregunta es, ¿piensan los de Alianza que dicha masacre pronominal reviste la obra de un aroma entrañable y castizo, o sencillamente, ni se han dado cuenta?
Afortunadamente, Proust es tan grande que vence al tiempo, conquista la eternidad y derrota al laísmo.
Es una lectura que requiere su momento: hace falta tiempo para realmente disfrutar cada palabra y hay que leerla teniendo ya cierta madurez lectora. Lo digo porque, rodeada como estaba en mi adolescencia de varios esnobs que no querían dirigir una palabra a quien no haya leído Proust, me lancé a su lectura con tan solo 17 años. Poco pasado a mis espaldas para poder disfrutar de los recuerdos... Ahora, con un cupcake en la mano, creo que entendería mejor al autor.
ResponderEliminar¡Una magnífica reseña!, como siempre.
Gracias, Agnieszka.
EliminarSupongo que en cierto sentido sí hace falta haber vivido un poco para disfrutar de este libro. No tanto en lo que se refiere a la nostalgia y al recuerdo, pues cuando uno es adolescente, a veces se siente tan viejo y con tanta vida a sus espaldas, ¡ay! Pero en muchos otros aspectos, evidentemente, tener una edad respetable ayudará a sacar jugo a la lectura.
Saludos.
Pues como siempre, estimulas la lectura con tus entradas. Este es uno de los grandes que no he catado y, como dice Agnieszka, creo que es necesario tener un poso vital y literario detrás para poder disfrutarlo.
ResponderEliminarNo es la primera vez que leo críticas sobre la traducción desfasada de Pedro Salinas y entre las nuevas me atrae la de Mauro Armiño que siempre me ha parecido un buen traductor y que además acompaña su labor con numerosas notas aclaratorias.
En todo caso, gracias por volver a los clásicos con pasión.
Un abrazo.
Como le decía a Agnieszka, creo que el poso vital es necesario, pero sólo hasta cierto punto. Por lo menos, quiero creer que este primer volumen lo habría podido disfrutar de adolescente (no estoy tan seguro respecto al segundo, donde, de momento, política y discusiones sobre arte son mucho más prominentes).
EliminarLa traducción de Salinas es anticuada, aunque, como señalo, eso puede ser también una virtud, pero, claro, "la dije que...". NO. Buscaré la que mencionas de Armiño.
Un abrazo.
Yo soy de las que atesora en su estantería desde hace años y años los dos primeros volúmenes de este ciclo (sí, la edición bonita de Alianza, con sobrecubierta y cinta) y siempre piensa que llegará un momento ideal en que tendrá el tiempo y el reposo necesario para degustar estas obras. Pero, después de leer tu estupendo artículo, estoy de acuerdo en que eso debe de ser como lo de tener hijos: si esperas al momento perfecto, nunca los tienes. Así que creo que me tiraré a la piscina. ¿A ver si va a ser que Proust no escribió estos libros para ti, sino para mí?
ResponderEliminarLo mío quizá es peor, aunque por motivos diferentes: yo lo tengo en casa desde hace años en francés, en esa edición de un solo volumen de Gallimard. Cuando estudiaba francés, un día me sentí muy optimista y una cosa llevó a la otra.
EliminarSi lo tienes en casa, hazme caso y lánzate ya a por él, me lo agradecerás. Y ya me dirás si te parece que Proust lo escribió pensando en ti...
Permítanme disentir desde la experiencia personal: leí la totalidad de la "Búsqueda" entre los 18 y los 19 años y la disfruté enormemente. También entonces el libro me habló a mí de ese modo tan íntimo que tú describes, Niño Vampiro. La sensación casi permanente era "vaya, alguien ha sabido poner en palabras lo que yo apenas había vislumbrado". Y si los primeros tomos fueron de absoluto deslumbramiento, en el último caí simplemente de rodillas: el modo en que todo "cierra", en que cada cosa encuentra su lugar y muestra que había un plan previo rigurosísimo provocan un goce pocas veces encontrado en las lecturas.
ResponderEliminarLo terrible es descubrir que todo lo demás de Proust no está ni siquiera a la altura de esta obra y si uno quiere "más de lo mismo" deberá esperar a que el tiempo trabaje sobre la propia (pérdida) de memoria para volver a la misma obra como si fuera "otra" primera vez. Afortunadamente, para mí ese tiempo ha llegado.
Eso es precisamente lo que apuntaba en mis dos primeros comentarios. De momento, sólo puedo hablar de el primer volumen, y creo que sí, que si lo hubiera leído a una edad más temprana, lo hubiera disfrutado igual, o quizá más.
EliminarMe alegra oírte decir que la serie, por llamarla de alguna manera, no decae, sino todo lo contrario. De momento, ando con la absurda ruptura entre el narrador y Gilberta, en "A la sombra...", y de nuevo veo mi vida pasar ante mis ojos pero convertida en literatura.
Que disfrutes de la relectura.
Ah, "La muchachas" y "Sodoma y Gomorra" fueron en su momento mis favoritos (junto con "El tiempo recobrado", claro). La aparición o desarrollo de todos esos grandes personajes, Elstir, Bergotte, la Berma, y el constante dialogar con las artes de la época. no sólo desde las referencias, sino también desde las imágenes (las jovencitas en la playa son puro Degas, por ejemplo) me fascinaron. Quizá el único tomo que se me hizo cuesta arriba fue "La prisionera", pero sospecho que ahí sí opero la inexperiencia, sumada a la ansiedad por llegar al final. Imagino que la próxima vez será diferente.
EliminarGracias por los deseos de buena relectura.
Los personajes, sin duda, entran a formar parte de nuestra vida. Gilberta ya es casi un recuerdo personal, y ahora estoy con Robert de Saint Loup y Bloch.
EliminarSospecho que en algún momento se hará cuesta arriba, y que puede llegar a ser agotador, por eso quiero leerlo con tranquilidad y saborear cada página.
Una de las mayores experiencias lectoras que he vivido es la lectura de "En busca del tiempo perdido" en una vieja edición de "La Pléiade". Su primera frase está en el archivo de primeras frases del negociado de literatura y vida de una glorieta céntrica de una circunvalación cerebral de un servidor. Allí la tengo junto a los comienzos de "Moby Dick", "El villorrio", "Crónica del sochantre"... Por eso agradezco esta vez tu reseña no por lo que es habitual, es decir, por el descubrimiento de alguna joya de la literatura húngara o rumana -pongamos por caso-, sino por la complicidad de lector.
ResponderEliminarUn saludo.
Me permito añadir a tu lista, la primera frase de El siglo de las luces.
EliminarComo le decía a Elena, hace años me compré, llevado por un exceso de autoconfianza, la versión en francés, en un solo volumen, de esta novela. Los años nos hacen más realistas y pragmáticos, y al final me he puesto a leerla en traducción. Pero ya me relamo de gusto al pensar que la relectura será en el original. O si no, la trilectura...
Un saludo.
Lo que otorga la experiencia lectora es la capacidad de identificar con mayor claridad los matices, sin embargo no es requisito fundamental acumular experiencia en grandes cantidades para enfrentarse a la búsqueda del tiempo perdido. Yo lo leí por allá, por mis ya muy lejanos veinte años, un tiempo en que me dio por desmarcarme de mis contemporáneos leyendo a Proust, a Dostoievski y a Tolstoi, todos ellos merecedores de las más recurrentes relecturas. Lo complicado es lo que has logrado tú, menuda valentía y menudo comentario el que te has marcado, en parte, gracias a este mis deseos de empezar a leerlo nuevamente se han duplicado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Hielo-9
Eliminarmás que valentía yo diría desfachatez. Lo que no sé es si seré capaz de hacer lo mismo con los otros seis, pero lo voy a intentar. Estoy ya en el tercer volumen, y sigo disfrutando tanto como con el primero.
Saludos.