Desde que empecé este blog, allá por 2009, el ritmo de publicación de entradas ha ido bajando de manera continua. Así, de las casi 90 que publiqué en 2010, el año pasado pasé a 32, es decir, un tercio. Eso no es bueno ni malo, sino todo lo contrario, y además parece ser algo bastante general. Uno empieza el blog lleno de entusiasmo por reseñar todas y cada una de sus lecturas. Así lo hice yo también, y probablemente por eso, cuando echo un vistazo a aquellas primeras entradas, me siento tentado de eliminarlas, de tan chapuceras como me parecen.
Si el ritmo de publicación, por lo menos en mi caso, es ahora tan bajo, ello se debe a que procuro preparar las entradas de manera mucho más concienzuda que al principio (aunque los resultados sean irregulares), y de hecho, es buscando información, leyendo críticas y consultando fuentes como mejor me lo paso. Pero claro, eso lleva tiempo, tiempo que quito a otras reseñas.
El caso es que, repasando las lecturas de la segunda mitad de 2013, con la cantidad de libros extraordinarios que cayeron en mis manos, me doy cuenta, para mi desazón, de las grandes oportunidades de preparar reseñas geniales, incisivas, innovadoras, revolucionarias, en una palabra, magistrales. De momento, sin embargo, tendré que consolarme con lo de "este merece una relectura".
Los argonautas, de Apolonio de Rodas. Un clásico griego releído unos cuantos meses después de la racha de clásicos por la que pasé el año pasado. Aventuras a porrillo con Jasón...
... que, inevitablemente, tuvo que tener su continuación en otra relectura, la trágica historia de su señora, Medea, de Eurípides.
The Golem, de Eduard Petiska. Una de esas joyas que uno se puede encontrar en el Punt Verd, ese sitio donde se recicla el aceite usado, la ropa vieja y los libros. El golem es una leyenda judía apasionante de la que exiten múltiples versiones. En ésta, el monstruo lo crea un rabino de Praga, con el fin de proteger a los judíos de los pogromos. Es cortito, prometo reseña.
El tambor de hojalata, de Gunter Grass. Desde hacía décadas que quería leer este clásico que dio la fama a Grass. Me sorprendió, la verdad. Un personaje principal bastante desagradable, un desarrollo de la historia poco convencional, con elementos de realismo mágico y con un estilo que me ha recordado bastante a Alfred Döblin. Excesivo a ratos, pero con capítulos absolutamente magistrales, como el de la taberna de las cebollas, que de hecho se puede leer y disfrutar por sí solo.
White teeth, de Zadie Smith. Otra obra que supuso en su momento la revelación de un nuevo talento literario. Se trata de una de esas ocasiones en que el escritor, además de sorprender con un estilo diferente (eso que se suele llamarse "un soplo de aire fresco en la narrativa"), consigue novelar una ciudad, en este caso Londres. Aunque, a mi juicio, el final queda un pelín forzado, en general las buenas críticas que recibió en su momento están más que justificadas.
Birdsong, de Sebastian Faulks. Estaba yo leyendo esta novela y pensaba "esto lo he leído ya". Pedazo de dejà lu. Hasta que caí en la cuenta de que unos meses antes había visto la también excelente adaptación de la BBC. Faulks nos cuenta una bonita historia de amor con la I Guerra Mundial por enmedio, y nos descubre un aspecto poco conocido, pero muy angustioso, de la guerra de trincheras.
De la naturaleza, de Lucrecio. Llené el libro de anotaciones, pero como era de la biblio, una vez devuelto la reseña se quedó en ná. Una lástima, porque, aunque lo disfruté, me daría una pereza infinita volver a leerlo.
Dios en persona, de Marc-Antoine Mathieu. No recuerdo mucho de esta novela gráfica, pero eso sí, me pareció absolutamente genial (o quizá no tanto; ver los comentarios más abajo). El título lo dice todo: Dios se presenta no recuerdo dónde, quizá en la cola del Inem, y a partir de ahí empiezan sus aventuras en este valle de dolor, donde se convierte en una especie de estrella mediática. Ello, no obstante, se trata de una obra mucho más inteligente y mucho menos blasfema de lo que se podría desprender.
Jóvenes talentos, de Nikolai Grozni. Si no recuerdo mal, ésta es la primera novela del autor, que es bastante conocido como pianista. Qué admiración me producen los que son capaces de brillar en dos artes tan diferentes entre sí. Porque esta novela es una excelente historia de iniciación, escrita con rabia, con rencor, con pasión y con enorme talento. Al son de Chopin, Grozni nos cuenta sus vicisitudes como estudiante de música, chico prodigio pero descreído y rebelde, en una Bulgaria tiranizada por el régimen comunista. Una gozada de lectura, amenizada todavía más por las extraordinarias reflexiones del autor sobre la obra de Chopin.
Y con la novela de Grozni y ésta, La estratagema, de Léa Cohen, pensaba yo preparar una entrada sobre la literatura búlgara contemporánea. Ahí es nada. Esta novela, regalo de Elena (muchas gracias de nuevo), también transcurre durante la dictadura comunista, aunque en ella viajamos a los EEUU, a Israel o a Suiza. Quizá le falta el toque genial de Grozni, pero es, de todas formas, una historia sumamente interesante y una novela muy bien escrita.
De padres e hijos, de Jeffrey Brown. Los que tenemos hijos sabemos lo que es sentirse como el de la adivinanza de "dos padres y dos hijos". Sobre esto trata esta novela gráfica, sobre ser padre, ser hijo, y estar entre los dos. Con unos dibujos muy sencillos y una narración aparentemente deslavazada, el autor nos cuenta una historia que a algunos les parecerá demasiado prosaica y quizá inane, pero yo la encontré entrañable.
La leona blanca, de Henning Mankell. Ahora mismo, al ver el título, me doy cuenta de que el argumento de Asesinos sin rostro, del que hablé en la primera parte de estos restos de temporada, correspondía en realidad a esta novela. Pero entonces, ¿de qué trataba aquélla? En fin, supongo que esta confusión, dilución y desaparición de personajes y argumentos no sucede únicamente con los thrillers.
Georgiana. Duchess of Devonshire, de Amanda Foreman. Los historiadores ingleses tienen un no sé qué y un qué sé yo que convierte todo lo que escriben en una lectura apasionante. Porque, la verdad (y aquí me toca sacar la vena antipatriótica), si un historiador español me anuncia que me va a contar la vida de una duquesa del siglo XVIII, conocida por ser antepasado de una princesita actual, me pongo a correr y no paro hasta llegar a Laponia. Pero lo hace un inglés, inglesa en este caso, y uno se sumerge con enorme placer en la aristocrática y, en algún sentido, disoluta vida de esta duquesa, de la que descendía Diana de Gales. Georgiana de Devonshire fue, durante muchos años, todo un fenómeno social en el país, y gozaba de una popularidad y una influencia tanto en la política como, naturalmente, en la moda, sólo comparables a su malograda descendiente o a alguna que otra Primera Dama. Fascinante retrato de la vida política en la Inglaterra de la época, un tema que hasta esta lectura jamás me había interesado.
Un viaje nada sentimental, de Albert Drach. Este libro tenía, a priori, todo lo que me interesa: memorias, holocausto y persecución de los judíos. Confieso, no obstante, que la lectura se me hizo un tanto farragosa. Ello se debió sobre todo al estilo árido, desprovisto no ya de sentimentalismo sino diríase de sentimiento, aunque, en honor a la verdad, la idea central del libro es que el autor, que, casi a su pesar, había sobrevivido a la guerra, era un muerto en vida.
El músico ciego, de Vladimir Korolenko. Los rusos del XIX que conocemos eran tan grandes grandísimos que apenas dejaban sitio en la foto a los que, en comparación, eran sólo grandes. Vladímir Korolenko es uno de ellos, a juzgar por esta novela y por lo que decían de él sus contemporáneos. Un entusiasta de la revolución, acabó sus días, otro más, criticando severamente a los bolcheviques. Trata de un músico ciego y es una gran novela.
Señales que precederán al fin del mundo, de Yuri Herrera. De este autor mexicano había leído grandes alabanzas que lo señalan como una de las voces más bla bla bla. La verdad es que, a pesar de su pomposo y espantoso título, más propio de un pestiño de Isabel Coixet que de algo bien escrito, esta novelita, con mucho de Cormac McCarthy y no poco de Breaking Bad, es realmente buena. Con una escritura seca, al tiempo que colorida por el habla coloquial del país, y un personaje central mucho más interesante de lo que parece al principio, a la novela sólo le sobra, hacia el final, un discursito de excesivo tono moral. Con lo bueno que es a veces dejar un mal sabor de boca...
Las bellas extranjeras, de Mircea Cartarescu. Qué voy a decir de este autor que no haya dicho ya, así como de esta obra, que ya he mencionado antes. Consta de tres relatos, el primero de los cuales es excelente, y a partir de ahí todavía mejora. Diversión a raudales.
Los Karivan, de Miljenko Jergovic. Supongo que si lo hubiera leído antes de La casa de nogal, me habría maravillado. Habiéndolo leído después, me supo a poco. Se trata de un libro de relatos unidos, se nos dice, por el apellido que da título al libro. Los Karivan son los descendientes de kara Ivan, o Iván el Negro, de quien no recuerdo mucho aparte de que vivió hace muchas generaciones en Bosnia. Algunos de los cuentos de este libro son absolutamente magistrales, la mayoría son excelentes, y sólo hay un par o tres, de los cuarenta de que consta el libro, que me sumieron en una fría confusión.
El jinete de bronce, de A.S. Pushkin. Tras leer la primera gran obra de Pushkin, Ruslán y Liudmila, me lancé a su último gran poema narrativo. El genio de Pushkin nos cuenta aquí con versos inmortales una obra que conjuga la historia de San Petersburgo con un relato de sencilla épica, sumamente rico en su ambigüedad. Se lee en lo que dura un café, pero no se llega nunca a digerir del todo.
Guía de Mongolia, de Svetislav Basara. Y tras Croacia, decidí pasarme un rato por Serbia. Sí, no os fiéis del título. O sí, porque la historia sucede en Mongolia. En cualquier caso, éste es otro triste ejemplo de un libro excelente que, por p... pereza, se quedó sin reseña. Y lo lamento sobre todo porque, no sé si lo he dicho ya, empecé este blog, entre otros motivos, para obligarme a reflexionar un poquito más sobre lo que voy leyendo o, en otras palabras, para devorar menos y saborear más. Con este serbio no lo hice, y ahora sólo recuerdo que me gustó, me sorprendió y me divirtió. Alcohol a mansalva.
Sasha Yegulev, de Leonid Andreyev. Le tengo muchas ganas a esta obra, primero por su autor, otro gran ruso que, en la foto de la que he hablado antes, está al lado de Korolenko; y segundo, por su subtítulo: "la historia de un asesino". De Andréyev había leído ya un par de novelas breves que me habían dejado un gran sabor de boca, por sus personajes atormentados y condenados, y a ésta, como digo, le tengo muchas ganas. Pero tendré que esperar a hacerme con una buena traducción. Mal empezamos si en el prólogo nos hablan de Las armas muertas de Gógol. Y éste lo compré, mecachis.
El viaje de los diletantes, de Bulat Okudzhava. Otro al que le tenía unas ganas inmensas. Recuerdo que este libro se publicó en Círculo de Lectores hace más de 20 años. Estuve meses pensando si me lo compraba o no, pero siempre había otro que, si no me llamaba más la atención, si me ofrecía más "garantías", léase, era de un autor más conocido. Dejó de aparecer en la revista y lo olvidé, pero sólo por un tiempo. La imagen de la portada, así como la breve sinopsis de la obra, seguían llamándome. Hace unos años leí unas memorias del autor, un cantautor, poeta y novelista georgiano, tituladas Cerrar el tiempo, abrir los ojos, también publicado en Círculo, que me encantó. Así que volví a la búsqueda de El viaje. Lo busqué en librerías de viejo, en el mercado de Sant Antoni, en Los Encantes, hasta que por fin di con el único ejemplar de todas las bibliotecas públicas de la provincia de Barcelona. Lo pedí, lo empecé y... no. No era lo que esperaba. Como empezar a los 40 una relación con una chica de la que te enamoraste en el instituto. No descarto leerlo en otro momento, cuando me haga menos ilusión. Me gusta leer libros que nadie más ha leído.
El retorno de Filip Latinowicz, de Miroslav Krleza. Este lo saqué de la biblio hace dos años y lo perdí. Tuve que comprarlo y aun así, quizá por despecho, lo devolví sin haberlo leído. Pero este año, después de la inolvidable experiencia de La casa de nogal quise seguir con autores de la zona. Krleza era croata, y ésta es su obra maestra.
El señor del título se fue de casa muy joven, y tras triunfar como pintor, regresa a su ciudad natal sin saber muy bien para qué, pero eso sí, con muy pocas ganas de reconciliarse con la lagartona de su madre. Situada en una pequeña ciudad de provincias, escrita con enorme talento, sentido del humor y desengañada melancolía, El retorno... destaca, sobre todo, por sus personajes discretamente patéticos, algunos de los cuales se pasan la horas muertas evocando lo poco que queda del glorioso recuerdo del Imperio Austro-húngaro.
El diablo listo y otros poemas, de Nikolai Gumiliov. Junto con Serguei Gorodetsky, Gumiliov fundó el acmeísmo, el movimiento poético que incluyó a poetas como su esposa Anna Ajmátova y O. Mandelstam, entre otros. El acmeísmo nació como reacción contra el simbolismo ruso, pero, quizá debido a mi nulos conocimientos poéticos, nunca he visto gran diferencia entre uno y otro movimiento, y de hecho, me cuesta bastante ver los puntos en común entre la obra de los diferentes poetas.
La primera impresión es que estamos ante un poeta bastante más accesible que Mandelstam, con unos poemas más narrativos y unas imágenes más transparentes. Su poesía está también poblada por jirafas y elefantes, resultado del viaje del poeta por África.
Religioso y anticomunista, Gumiliov, que despreciaba en público la zafiedad de los bolcheviques, fue arrestado en 1921, bajo la acusación de pariticipar en la conspiración Tagantsev, y ejecutado 20 días más tarde. En 1992 fue rehabilitado de aquella falsa acusación.
Juego de azar, de Slawomir Mrozek. Ya mencioné uno de Mrozek en la primera parte de estos restos. Este es igual de bueno, pero menos.
Un día de placer, de Isaac Bashevis Singer. Sirva esto como humilde homenaje a la Librería Canuda de Barcelona, que ha cerrado recientemente para dar paso, supongo, a una tienda de Desigual, ya que el local es demasiado grande para un locutorio. Un par de meses antes de que cerrara, compré este librito, hoy completamente descatalogado, de uno de mis autores favoritos. Aunque Singer escribiría sus memorias, quince años más tarde, en la excelente Amor y exilio, este día de placer se centra en un momento muy concreto de su infancia, cuando la familia Singer se mudó del campo a la capital. Esperaba un sencillo librito de relatos con los temas habituales del autor, es decir rabinos ateos, esposos que ponen los cuernos a su mujer mientras esta se muere de cáncer, y hasidistas combatiendo a Satanás, pero me encontré con uno de los libros de memorias más sencillos y bonitos que he leído en mucho tiempo.
María Antonieta, de Stefan Zweig. A éste llegué por el de Amanda Foreman, comentado más arriba, dado que la Duquesa de Devonshire era amiga de la Reina de Francia. Zweig era el Midas de la literatura, y convirtió en libro apasionante todos los temas y personajes que tocó. Nunca me había interesado mucho la Revolución Francesa, por culpa, sobre todo, de una pésima profesora que tuve en el instituto, pero Zweig, con su retrato de esta casi legendaria reina, me ha cautivado a lo largo de 600 páginas.
Cartas del verano de 1926, Boris Pasternak, Maria Tsvietáieva y R.M Rilke. Aquellos poetas y su loca correspondencia. Borís enamorado de Maria; Maria, platónicamente entregada a su tocayo Rainer; y Rainer, un Dios del Olimpo humilde y campechano, que hace como que no sabe que es el poeta vivo más venerado de su época, al tiempo que lanza fugaces miradas hacia abajo, a esos puntitos negros que son sus fieles. La verdad es que, de los tres, el más cuerdo parece Rilke, quizá porque la devoción que sentían los otros dos por él los dejaba atontados.
He leído la poesía de Tsvietáieva y la de Rilke, mientras que de Pasternak he leído lo mismo que vosotros. No obstante, en una de las cartas, don Boris, dirigiéndose a Tsvietáieva, le suelta lo siguiente:
He comenzado a confundir hasta el sinsentido dos palabras: yo y tú.
Y ése es el Pasternak epistolar.
Deberían declarar tu blog como "Blog de interés público"
ResponderEliminar¡Gracias por tantas apetitosas propuestas!
Ja ja ja, gracias a ti, Hablador.
Eliminar¡Se agradece!
ResponderEliminarUn placer.
Eliminar"El Golem" que he leído yo es el de Gustav Meyrink, me parece muy curioso ese que incluyes en la lista, ya que no sabía que existían diferentes versiones para una misma historia, en esta el 'monstruo' aparece en el guetto judío de Praga...
ResponderEliminarEfectivamente, el hippy de "Dios en persona" aparece en la cola del paro, a mí no me gustó tanto como a ti: el dibujo es muy bueno pero el guión me pareció muy flojo. Bueno, hablando de comics o novelas gráficas, no me resisto a dejarte por aquí una recomendación, si no lo has leído aun, que acabo de fagocitar este pasado fin de semana: "Blankets" de Craig Thompson. MASTERPIECE!!!
*Uno actualiza el blog cuando buenamente puede o le viene en gana, no me seas trascendental, ¿eliminar los posts antiguos? Anda, ya! eso sería como renunciar a una parte de la persona que algún lejano día pasado... fuiste. Saludos.-
Intento seguir viendo el blog como algo que escribo única y exclusivamente para mí, y si a alguien más le gusta, pues estupendo. Las reseñas y estas listas son, ante todo, un diario personal de lecturas, sin más pretensiones. Con esto quiero decir que intento por todos los medios no ser trascendental. Llámame capullo o ignorante, escúpeme, flagélame, ¡pero trascendental nooo, por favor! Y por supuesto, no pienso borrar los posts antiguos, sería tan patético como hacerme un lifting.
EliminarTengo el de Meyrink ahora en casa. Le voy a dar otra oportunidad, ya que lo intenté hace un par de años y me pareció demasiado cabalístico.
Te confieso una cosa, ahora que no nos oye nadie. Apenas me acordaba de lo que pensé al final de leer el de "Dios en persona". Sí recordaba el planteamiento, que me sigue pareciendo genial, y creo que algunas de las conversaciones que mantiene el personaje son, cuando menos, interesantes. Pero quizá es cierto que el argumento flojea a partir de la mitad, yo por lo menos no recuerdo adónde llegó la historia.
Leí Blankets y coincido contigo en que es una maravilla. ¿Has leído Habibi, del mismo autor?
Un saludo
Bueno, como veo que has prometido reseña sobre el Golem de Petiska, igual te da tiempo de leerte el de Meyrink y postearte un dueto contrastado o algo así. Cabalístico de la hostia, muy acertado tu adjetivo, lo leí hace bastante tiempo (andaba por entonces de rollo gótico) y recuerdo que me costó dios y ayuda descifrarlo; sería interesante volver a leer una buena reseña al respecto...
EliminarNo he leído 'Habibi' todavía, de hecho estuve a punto de pillarlo en la última recolecta mensual, estaban los dos disponibles y al final me decidí por "Blankets", bendita intuición, pero ese también tengo ganas de leerlo, a ver si tengo suerte y lo encuentro en mi próxima visita...
Venga, hasta otra.-
Me ha pasado algo parecido a lo que te ha pasado con "Birdsong", solo que al contrario. Viendo una película, me dio la sensación de que ya me la sabía, y resulto ser la adaptación de un libro que leí.
ResponderEliminarEn cuanto a los inicios de un blog, yo también tengo la sensación de que mis primeras entradas eran bastantes malas -en cuanto a calidad-, pero voy mejorando día a día.
Gracias por tu comentario, Bea.
EliminarSupongo que al llevar cierto tiempo con el blog, todos tenemos esa sensación. Supongo que es mejor que así sea. Peor sería si fuera al revés.
Un saludo.
Hola, niño vampiro, ¿qué tal? No borres tus entradas, por favor. Una preguntilla, ando buscando reseñas de Tom Spanbauer pero en ninguno de los blogs que me gustan lo han leído o puede que lo hayan leído y no lo han reseñado, ¿por casualidad no habrás leído «El hombre que se enamoró de la luna»? Tengo curiosidad por conocer otras opiniones.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Amelia.
EliminarNo, como le comentaba a Krust, no voy a ser tan patético como para eliminar mis primeras entradas. A lo hecho, pecho.
No he leído nada de Spanbauer.
Un abrazo.
Gracias, de todas formas. :)
EliminarHace mucho tiempo que tus entradas son para degustar: divertidas y muy enriquecedoras. E incluso las primeras me las repaso de vez en cuando para conocer algo sobre un autor desconocido (y es que nos traes tantos). El ritmo baja (que te voy a decir yo), pero la calidad sube proporcionalmente (en tu caso), entre otras cosas porque tu bagaje empieza a ser muy considerable. Bueno ¡ya está bien de jaboneo!.
ResponderEliminarCon esta lista me has hecho sonrojar al máximo: no he leído ni uno (bueno algunas tragedias de Eurípides pero no sé si son estas).
Un abrazo.
Muchas gracias, Carlos. Qué voy a añadir a lo que has dicho ;-) Simplemente que me alegro de que te gusten, porque, como ya he dicho muchas veces, yo me lo paso muy bien escribiéndolas.
EliminarUn abrazo.
Una se pregunta cómo haces para tener tiempo de redactar estos textos tan llenos de información, además de leer los libros correspondientes. ¿Y encima llevar una vida normal, con familia, trabajo, etc.? Una hazaña. En cualquier caso, se agradece infinitamente el esfuerzo, nos traes por aquí una serie de libros desconocidos (al menos para mí) y estimulantes. Anoto sobre todo -no puedo resistirme al binomio "libros sobre música/músicos"- "El músico ciego" y "Jóvenes talentos".
ResponderEliminarEl tiempo no sé de dónde lo saco. Quizá se lo quito a esa obra maestra de la literatura que tengo dentro de mí. No tener tele también ayuda.
EliminarEn cuanto a los dos libros que mencionas, es una elección excelente. El de Korolenko es pura literatura rusa del XIX, con lo que eso significa, y me recordó mucho a Turguéniev. El de Grozni, en el que la múscia tiene un papel mucho más relevante, fue toda una revelación.
Yo también siento pena por la desaparición d la Canuda y de todas las de ese tipo que están desapareciendo. Me encontré con el desagradable cierre de La Celestina de Madrid estos pasados días de vacaciones en la capital.
ResponderEliminarAdemás tb me pasa igual que a tí en lo que se refiere a entradas del blog pero creo que eso es común a todos y lo de "este libro se merecía una entrada por sí solo", la de veces que me lo habré reprochado a mí misma.
De todos los que comentas solo he leido Dientes Blancos (me gusta mucho Zadie Smith), el Tambor de Hojalata (creo que hace siglos) y las tragedias de Eurípides.
Tengo en casa sin leer el Músico Ciego y tomo nota del de Bashevis Singer. Últimamente estoy mucho por las memorias. saludos
Es triste que cierre este tipo de librerías. Además, si no me equivoco, Canuda no cerró por problemas económicos, sino porque les iban a subir el alquiler una burrada.
EliminarEn cuanto al ritmo de entradas, me acabo de dar cuenta de que, a finales de este año, llegaré a mi quinto año. Espero seguir disfrutando con el blog.
El libro de Singer está descatalogado, pero no es difícil de encontrar en internet. Te encantará.
Un saludo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEstoy esperando a que un español diga después de leer"El tambor de hojalata"que va a dejar o ya ha dejado de comer angulas...
ResponderEliminar¡ja ja ja! Pues no sé cómo estarán en Polonia, pero las angulas en España son como el caviar o la trufa blanca, un capricho de ricos. Así que ni las he probado, ni creo que las llegue a probar jamás.
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