Si te gustó la primera parte...
Ha pasado un año desde que dejamos a nuestros personajes. Bálint Abády continúa como diputado independiente en el parlamento húngaro, donde su afán por mejorar las condiciones de vida de la población rumana en Transilvania se enfrenta con la corrupción generalizada entre los abogados, notarios y señoritos húngaros de la región, y con la indiferencia del parlamento, que tiene cosas más interesantes de las que ocuparse. La caza, naturalmente, pero también el creciente nacionalismo húngaro, el caos imperante en el parlamento, donde por cuestiones de intereses partidistas el Partido de la Independencia puede verse apoyando a Viena, y la situación internacional.
Generalato y Estado Mayor del Ejército Austro-Húngaro
Le cuesta arrancar un poco a esta segunda parte, pero una vez lo hace, ya no podemos soltar el libro. Una vez más, las comparaciones con Guerra y Paz son inevitables. Al igual que Tolstoi, Bánffy mezcla aonctecimientos cruciales de la historia de Europa con los melodramáticos vaivenes de la vida de sus personajes. La tormentosa relación entre Abády y Adrienne se consolida en su enfangamiento, y Pál Uzdy, el marido de ésta, malo malísimo de tintes diabólicos, cobra un protagonismo cada vez mayor, hasta que al final vemos que no es tan malo malísimo. Lászlo Gyeroffy, por su parte, se muestra sobradamente capaz de bajar todavía muchos peldaños más en su descenso al infierno. Y acompaña a todos ellos un elenco de personajes secundarios retratados con exquisito detalle y de manera magistral. Desde el primero hasta el último, todos y cada uno de ellos son un mundo en sí mismos, y al mismo tiempo, una sutil pincelada en este impresionante fresco de un mundo perdido.
El Castillo de Buchlov, en Moravia
Y como siempre sucede con este tipo de novelas, uno no puede resistir la tentación de ponerse a averiguar algunas cosas más sobre el contexto histórico de la obra. Uno de los personajes históricos más interesantes que rondan por aquí es Alexander Izvolsky. Este diplomático ruso fue el artífice de la alianza entre británicos y rusos, que conduciría a la Triple Entente formada por Francia, Gran Bretaña y Rusia, que años más tarde habría de enfrentarse a la Triple Alianza (el Imperio Alemán, el Austro-Húngaro e Italia) en la Gran Guerra. El episodio más relevante protagonizado por Izvolsky en Las almas juzgadas es uno de secretos diplomáticos y confianza traicionada. Desde tiempo inmemorial, Rusia anhelaba conseguir una salida al Mediterráneo a través de los Dardanelos (el antiguo Helesponto, para entendernos). En 1908, Izvolsky se reunió en el castillo de Buchlov con el ministro de asuntos exteriores austro-húngaro Aehrenthal, y consiguió de éste el compromiso de apoyarse mutuamente en las siguientes conferencias diplomáticas. El Imperio Austro-Húngaro apoyaría el paso libre de la flota rusa a través de los Dardanelos, mientras que Rusia daría su respaldo a la futura anexión de Bosnia por parte de Viena. "Pero de esto, de momento, ni mu, ¿eh?", le dijo Izvolsky a Aehrenthal. Sin embargo, apenas tres semanas después de este acuerdo verbal, Austria anunció la anexión de Bosnia-Herzegovian, y dejó así a Izvolsky a la altura del betún. Esto, además de levantar las suspicacias de Francia y Gran Bretaña, levantó la ira de Serbia, que gritaba indignada "¡esa Bosnia es mía!".
El General Géza Fejérváry, un hombre sencillo
El castillo de Bonchida, de la familia Bánffy
Mención aparte merece el tratamiento que el autor hace de su tierra. La familia Bánffy, que era, desde el siglo XV, una de las dinastías húngaras de más rancio abolengo, estaba establecida en Transilvania, voivodato (maravillosa palabra) del Reino de Hungría desde el año 1003. Con el Tratado de Trianon de 1920, Transilvania pasó a pertenecer a Rumanía, mientras Hungría, que se había visto desgajada por todos lados, perdía así más del 70% de lo que hasta entonces era su territorio. Cabe imaginar lo que aquello supuso para el orgullo de una población que apenas diez años antes había formado parte de un imperio. Bánffy, como muchos otros, vio con tristeza cómo su tierra natal se separaba de su país, por lo que, durante los años siguientes, desde su cargo de Ministro de Asuntos Exteriores, dedicaría grandes e inútiles esfuerzos diplomáticos en las negociaciones con Rumanía para renegociar los términos de aquel tratado. En 1943, viajó a Bucarest para tratar de persuadir al gobierno rumano para firmar la paz por separado con los aliados, pero las negociaciones se rompieron precisamente por desavenencias sobre el futuro estatus de la Transilvania septentrional. Dos años más tarde, en venganza por esta traición, el ejército alemán, batiéndose ya en retirada, incendió el castillo de la familia Bánffy, que hoy está en proceso de restauración.
Algunas vistas de la antigua Kolozsvár (hoy, Cluj Napoca), ciudad natal de Bánffy, que en 1920 pasó a formar parte de Rumanía.
Es evidente que la novela está permeada de principio a fin de un sentimiento de nostalgia. Al igual que otros autores que han retratado ese mundo, como Roth, Zweig o Musil, esa nostalgia no cae en la idealización. No era aquél un mundo perfecto. Es más, era bastante mejorable, pero era el mundo en el que crecieron esos autores, y que desapareció para siempre. Tanto en la primera parte de la trilogía como en esta Las almas juzgadas, el autor dedica numerosos párrafos a largas, detalladas, preciosas y evocadoras descripciones de su tierra. Bánffy se se recrea en esas escenas de caza, en esos amaneceres neblinosos y esos crepúsculos púrpureos, en esa infinidad de matices que pueden cobrar las hojas de endrinos, alerces o alisos u otros árboles de nombre para mí hasta ahora totalmente desconocidos. La pasión por recrear ese mundo perdido lo lleva a esmerarse también en la descripción de las ropas, las telas, los tipos de carroza o los caballos, y, aunque sé que a muchos estas escripciones les espantan, tengo que decir que no sólo no se hacen tediosas en ningún momento, sino que son toda una gozada, debido a la sencillez, maestría, sensibilidad y pasión de Bánffy. Es sobre todo en esos momentos cuando se hace más palpable el carácter casi elegiaco de esta gran novela.
Magnífica reseña, casi me parece estar leyendo el libro. ¡Qué riqueza la literatura centroeuropea! Y muy bien elegidas las ilustraciones. Confío en que realmente restauren ese castillo de los Bánffy, produce una inmensa lástima verlo así medio en ruinas.
ResponderEliminarGracias, Elena. La verdad es que he disfrutado de lo lindo con la trilogía. Y en cuanto al castillo, creo que sí lo están restaurando ya, y que se convertirá en un museo, no recuerdo ahora de qué.
EliminarSigues encantándonos con tus paseos austrohúngaros, hasta el punto que ayer ya echaba un ojo en la librería al susodicho (al final me contenté con uno más chiquitito, una biografía de Chéjov, quizás por eso de las cercanías geográficas).
ResponderEliminarPor lo que veo y, a diferencia de Zweig, Bánffy evoca más la historia política de un momento tan convulso en el juego de las fronteras. Parece la visión aristocrática de un período de tejemanejes de corte y parlamento, mientras la de Zweig es, sobre todo, la visión cultural. Parecen complementarias, aunque no aborden exactamente los mismos períodos.
El material gráfico adecuadamente evocador, como siempre.
Un abrazo.
P.D. Por cierto, ¿tu biblioteca de cabecera es Sagrada Familia o Fort Pienc?.
Comprendo que te inclinaras por uno más chiquitito. Hay que tener muchas ganas para embarcarse en esta enorme trilogía, aunque una vez empezada no puedes dejarla. Pero, además, me parece que cuesta algo así como 70 euros.
ResponderEliminarTienes razón al sugerir que, en Bánffy, el foco está más en el juego (nunca mejor dicho) político, tanto del parlamento húngaro como de Europa, que se asemejaba a una gigantesca partida de Risk.
Cuando vivía en Barcelona, hasta el año pasado, la biblioteca de mi barrio era la Ramon d'Alòs-Moner, muy modesta, pero a la que tenía mucho cariño. Acostumbraba a ir mucho también a la Xavier Benguerel, que tiene un fondo impresionante de infantil y juvenil. Ahora vivo en Mataró, donde disfruto de la excelente y enorme Pompeu Fabra.
Un abrazo.
Por suerte están las bibliotecas para libros como el que comentas, porque 70 euros me parece una barbaridad. Aunque ya hemos tratado el tema de comprar o no libros y sabes que yo tengo la enfermedad del papel, me doy cuenta de que cada vez salen más libros a precios prohibidos. Al general aumento en los precios de libros pero no en la calidad de los materiales, se une la aparición de algunos indispensables en ediciones lujosas o casi (ejemplos: "Gargantúa y Pantagruel", "Memorias de Casanova", "Cuentos completos" de Maupassant...). Supongo que las editoriales buscan un tipo de mercado en el lector que gusta de tener buenas colecciones. Menos mal que en Barcelona y cercanías hay un buen sistema de bibliotecas, aunque me da que los recortes van a afectar directamente en este campo.
ResponderEliminarMenos mal que vivo de gangas esencialmente y la economía no se resiente, pero quisiera tener tu sentido común y dejar de almacenar libros que, aunque de momento no me controlen, empiezan a ser una tropa invasora peligrosa.
Un abrazo.
P.D. Te hacía en esas bibliotecas, pero no sé exactamente el motivo. La de Xavier Benguerel es una de mis favoritas por ese fondo infantil, por el cinematográfico y por cercanía.