Viktor Pelevin es poco menos que un autor de culto en Rusia, y La Vida de los Insectos, una de sus obras más significativas. ¿Qué decir de Pelevin? Sin duda se trata de una persona interesante, y no hay más que ver su fotografía para constatarlo. Pero además de tener una cara interesante, es un hombre de una imaginación y un ingenio más que notables. En su novela Babylon, una inscripción en la portada reza de esta guisa: Any thought that occurs in the process of reading this book is subject to copyright. Unauthorized thinking of it is prohibited.
Y La Vida de los Insectos es una buena muestra de esta imaginación e ingenio. Nos encontramos en un balneario de Crimea, en los años posteriores a la desintegración de la Unión Soviética, y aparecen los primeros personajes. Hablan y hacen esas cosas que hacen los personajes en las primeras páginas de una novela, cuando de repente se convierten en insectos. Esos tres hombres de negocios se convierten en mosquitos, aunque en ningún momento dejan de ser humanos. Y lo mismo sucede con los siguientes personajes, que son personas a la vez que son luciérnagas, cucarachas, escarabajos o chinches. Esta premisa, interesante en sí, permite al autor espectaculares cambios de punto de vista, donde el observador de repente se convierte en observado, o donde unos colegas que hablan de las chinches que hay en los porros se dan cuenta de que ellos también, como chinches que son, están a punto de ser fumados.
Las comparaciones con Kafka, si aparece una cucaracha, son inevitables. Por supuesto que Pelevin está influido por Kafka... como lo está cualquier escritor posterior al autor checo. Bueno, de acuerdo, no se trata sólo de la cucaracha; algunas de las situaciones podrían calificarse de kafkianas, vale. Un par de clichés no hacen daño a nadie.
El libro tiene un comienzo absolutamente genial. Tras la sorpresa que nos produce la metamorfosis del primer capítulo, nos encontramos con un segundo relato donde se revela la maestría en la técnica narrativa, y la profundidad que es capaz de alcanzar Pelevin.
El problema, en lo que a mí respecta, es que uno nunca llega a sentir nada por los personajes. Quizá esto tenga también algo de kafkiano (cuán fascinante puede llegar a ser El Castillo, y qué poco nos importan sus personajes), y no cabe duda de que esta frialdad en nuestra relación con los personajes responde a la intención del autor.
Es, pues, La Vida... una novela de ideas. Pelevin ha creado en este balneario de Crimea un microcosmos, o casi podría decirse una charca en la que ha soltado sus insectos para estudiarlos. En esta charca tenemos, desde una sátira de la ingenua sociedad post-soviética, tan atraída por el dinero fácil, como una parábola sobre el ser humano, pasando por mucha reflexión y filosofía budista.
Novela rara, sí, fría y, en ocasiones, tediosa, pero también con escenas magistrales, como esas chinches en el porro, o esa cigarra peleándose con su propio cadáver en una inolvidable escena final.
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