jueves, 25 de febrero de 2010

Algunas lecturas breves

¡Qué gustazo da de vez en cuando poder leerse un libro de una sentada! En esta época de incontinencia verbal, ¡cómo se agradecen las novelitas de los viejos maestros!



Cuando se tiene talento y se escribe con pasión, ser un alcohólico perdido no es óbice para escribir, a las puertas de la muerte, una obrita maestra como esta. 
Al borracho indigente Andreas Kartak se le presenta un buen día, como caído del cielo, un elegante señor que le regala 200 francos. Andreas se compromete a devolvérselos, pero el caballero le pide que se los dé a la figura de Santa Teresita de Lisieux. Como es de esperar, cuando se dispone a hacerlo, en más de una ocasión, surge algo, una mujer, un amigo, algún fantasma del pasado, que se lo impide. Con esta sencilla premisa, y siguiendo la fórmula de las hagiografias, el genio de Roth convierte La leyenda en una inolvidable fábula sobre ¿la conciencia? ¿la fe? ¿la lucha del bien por sobrevivir en un mundo perverso? 
Novelita, por su brevedad, pero por su calidad, una joya, otra de tantas que nos regaló Joseph Roth. Esta, además, ha pasado a la leyenda de la literatura por ser la última que escribió, y por haber parecido anticipar su propio destino final.


Y otra joyita (el elogio habitual a una novela de menos de 100 páginas es "delicioso"; intento evitarlo, aunque "joya", diminutivos incluidos, ya lo estoy empezando a agotar). 
Cualquier escritor, incluso uno mediocre, es capaz de tener una buena idea para una historia. Existen buenos escritores que con una buena idea son capaces de escribir una buena novela. Pero hace falta ser un auténtico narrador (aquí el tópico añade "de raza"),  para desarrollar esa idea en su medida justa y construir con ella una obra maestra. Se hace inevitable pensar en los cientos de páginas y decenas de miles de palabras que otros escritores habrían invertido en la historia del país de los ciegos. Un genio como Wells nos la cuenta en apenas una hora. 
La historia no ha perdido un ápice de vigencia, y debería ser lectura obligada en escuelas e institutos. Las grandes obras de la literatura se prestan a diferentes interpretaciones a lo largo de la historia. Borges, Nabokov o Kundera postulan que la obra literaria tiene un valor intrínseco que nada tiene que ver con las circunstancias en que fue escrito o en que se lee. Yo estoy de acuerdo con ellos, pero insisto en que una obra como esta será leída hoy en día de forma diferente a como lo fue durante la II Guerra Mundial. ¿Significa ello que estamos "pervirtiendo" la lectura con elementos que son ajenos a la obra? No sé. Quizá su genialidad radique en la cantidad de ideas que contiene y ofrece, algunas de las cuales serán más salientes que otras, según la época. De este modo, la idea de las razas superiores e inferiores, presente en la historia, no será hoy tan relevante como la del miedo a "el otro" o la del fanatismo.
En definitiva, una magistral, inteligente y fascinante parábola.



                                                     
Este fue el primer libro que publicó el escritor suizo Robert Walser (1878-1956). Se trata de los escritos ficticios de un niño durante la hora de redacción en clase. El niño muere al poco tiempo de acabar la escuela, y el narrador consigue que su desconsolada madre se los ceda, tras prometerle que los publicará sin cambiar ni una sola coma. Así, el libro es exactamente lo que dice el título, un cuaderno lleno de las redacciones que Fritz ha ido escribiendo a lo largo del curso. Este planteamiento le da al autor la oportunidad de tratar todo tipo de temas desde el punto de vista, tan ingenuo como agudo, de un niño. Entre ellos tenemos "El hombre", "El otoño", "El incendio", "Pobreza", "Tema libre", "La patria", "Música" o "La redacción escolar".
Fritz es un niño inteligente, curioso, sincero, despreocupado, y con pocos amigos. Sus observaciones, cuando no sorprenden por su ingenio, nos encandilan por su candidez.
"L'home és un ésser sensible. Té només dues cames, però al cor hi té tot un exèrcit de pensaments i sensacions que se sent ben satisfet d'ell mateix."
"Al carrer veig sovint dones pobres i espellifades, i em fan llàstima. En canvi, els homes pobres desperten en mi una certa indignació. La pobresa i la brutícia no els escau, als homes, i envers un home pobre no sento cap compassió."
"Aquesta vegada-ha dit el mestre- podeu escriure el primer que us passi pel cap. Amb franquesa, a mi no m'hi passa res. Aquest tipus de llibertat no m'agrada."
"No m'espanta la mort i, per tant, la vida tampoc."
"¿Nadal? Ai, d'aquí sortirà una redacció pèssima, perquè sobre coses tan dolces només pots escriure malament."
El libro es sumamente entretenido, pero no deja de ser una obra primeriza. Un autor más maduro habría llevado estos escritos un poco más allá, nos habría mostrado una evolución en los pensamientos del niño, y nos habría forzado a un replanteamiento de de nuestras certezas de adultos, algo que el joven Walser no hizo. Sí aparecen aquí reflejados, sin duda, algunos aspectos de la vida del autor. Como se dice en la revista "El Ciervo": 
En primer lugar, estas prosas traslucen un esfuerzo titánico por centrar una vida que había empezado ya a descentrarse: abandono de la escuela, del oficio, de sus sueños teatrales, de la familia y ciudad de origen. Se reúnen aquí los textos escolares –de hecho son las redacciones de clase de Fritz Kocher– de quien se vio obligado a interrumpir sus estudios, es decir, Walser escribió las redacciones tópicas (“El otoño”, “Amistad”) que cualquier profesor exige a sus alumnos, pero que a él nadie le había pedido. 
En efecto, Walser tuvo que dejar los estudios cuando sus padres se vieron incapaces de seguir pagando el "Gymnasium". Quizá eso explique por qué Fritz ha de estar muerto. ¿Sería el mismo Walser, despechado y amargado, despidiéndose de su inocencia y sueños de infancia?

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