Todos somos hijos de los 80. No sólo quienes hoy tienen treinta y tantos, sino también tú, que, recién salido de la facultad y visto el panorama, empiezas a hacer las maletas, y tú, carrozón, que aburres a los demás con tus batallitas de cuando corrías delante de los grises.
Desde comienzos del siglo XX, nos gusta dividir la historia en décadas, lo cual nos parece una manera de lo más clara, limpia y nítida de organizarse. Sin embargo, sólo unas pocas de esas décadas consiguen realmente distinguirse por encima del resto. A veces tal distinción se debe a la personalidad única de la década en cuestión, como los felices años veinte, y a veces al modo en que marcó los años que la siguieron.
Por descontado, nos falta perspectiva para los tiempos más recientes, y sólo el tiempo nos dirá, por ejemplo, si los 90 aportaron algo a la historia aparte de la soporífera música grunge y una estética acordemente aburrida. Lo que es indiscutible es que, desde el final de los 80, y dejando de lado las simpatías políticas de cada uno, el mundo no ha vuelto a ver figuras de la relevancia de Reagan, Gorbachov, Mitterrand, Thatcher, o incluso Wojtila. Y quizá Felipe González no desentonaría en esa lista. Por lo tanto, si el mundo es hoy como es, vale la pena hacer hincapié en que el presunto fin de las ideologías (que hoy se empeñan en resucitar) nació con la caída del comunismo en 1989; el desastre de Oriente Medio es resultado directo, entre otros, de los trapicheos de occidente con Sadam Hussein a lo largo de toda aquella década; y la globalización es, en gran medida, consecuencia del ultraliberalismo abanderado por Reagan y la Dama de Hierro, reyes del mundo en esos años.
Torrebruno Hussein encandilando a los peques, una escena emblemática de los 80
Pero resistamos, ¡ay!, la tentación de ponernos nostálgicos, y centrémonos en lo que nos ocupa, a saber, dos grandes novelas de autores británicos situadas en aquella década que cambió el mundo y que para los ingleses está indisolublemente unida a Margaret Thatcher.
What a carve up! es una novela estupenda que, en mi opinión, y por lo menos en lo que respecta al mercado español, se resiente de un serio problema: su título. Este libro (que nadie sabe cómo llegó a mi casa) rondaba por las estanterías desde hacía años, y si no me había decidido antes a leerlo era porque había visto la traducción que Anagrama hizo de dicho título (traducción que, todo hay que decirlo, en otro contexto sería impecable) y que, sinceramente, me había provocado un no pequeño rechazo. Y la verdad es que me sorprendería ser el único que asocia ese "menudo" y esos signos de interrogación con las pelis de Esteso y Pajares.
Si tengo razón y el desafortunado título ha desanimado a algún lector, sería una verdadera lástima, porque, aunque no carece de defectos, What a carve up! es una novela excelente, con personajes interesantes, basada en una historia perfectamente construida, divertida, intrigante, y original.
Si pensabais que los años del pelotazo eran algo exclusivamente marca España, os equivocabais. Nos relata Coe en esta historia cómo se fraguaron los cambios políticos y económicos del Thatcherismo, y lo hace a través de una familia de malos malísimos, los Winshaw. Esta familia, marcada por la codicia, la ambición y una total falta de escrúpulos, está formada por varios hermanos, cada uno de los cuales representa uno de los grandes ejes del poder en aquella Inglaterra thatcheriana. Así, uno de ellos triunfa en la banca, otro se dedica a la política, y el resto de tan numerosa prole se inclinan por la industria armamentística, la alimentaria, la prensa, e incluso el filisteísmo más embarazoso encuentra su desahogo en el mercado del arte.Y así se explica el título: el reparto al que hace referencia es el del pastel.
Inglaterra en los 80. Huelga de mineros
Jonathan Coe consigue crear un entretenidísimo híbrido de farsa, crítica social y novela de intriga al combinar los retratos de los personajes mencionados con la historia de Michael Owen, novelista prometedor que se quedó en la promesa y cuya vida está marcada por una mediocre película que es la que da el título a la obra. Su patética existencia empieza a cobrar sentido cuando, por lo que parecen ser azares del destino, recibe el encargo de escribir la historia de los Winshaw, y el modo en que, a partir de entonces, su historia personal y la de la familia se revelan entrelazadas y se remontan unidas hasta la Segunda Guerra Mundial, es, sin duda, uno de los aspectos más logrados de la novela.
Tanto si el mundo os gusta como si no, tenéis que agradecérselo a estos dos
Como ya he señalado, What a carve up! no está libre de algunos desaciertos. En su crítica al thatcherismo, por ejemplo, y, en concreto, a la privatización sanitaria, el tono es en algún momento excesivamente sentimental. Por otra parte, en una combinación entre farsa e intriga es extremadamente difícil mantener el equilibrio, y aquí, las últimas páginas, con su parodia de Diez negritos, de Agatha Christie, quizá podrían haberse resuelto de un modo menos posmoderno y más sutil.
En todo caso, por el modo en que se combinan todas las historias, hasta las aparentemente más nimias (es absolutamente genial, por ejemplo, la explicación de la pesadilla que tuvo Owen de niño), así como por su estilo moderadamente posmo, estamos ante eso que los amantes del cliché gustan de llamar un gran "artefacto literario". Y por su sentido del humor y su certero retrato de la época que nos parió a todos, a servidor de ustedes le ha hecho pasar unos ratos estupendos.
Jonathan Coe no forma parte del all star de las letras británicas, algo que, a juzgar por esta novela, se me antoja injusto. Podéis estar seguros, sin ir más lejos, de que, incluso con la palabra "menudo" en el título, What a carve up! está a años luz, por ejemplo, de la última y anodina publicación de Ian McEwan.
Nick, el personaje principal, acaba de licenciarse en Oxford y se dispone a seguir con sus estudios en Londres. Allí, Nick, apropiadamente apellidado Guest, se aloja con la familia de su amigo Toby Fedden en su lujosa casa de Notting Hill. Los Fedden, cuyo cabeza de familia, Gerald, acaba de ser elegido diputado tory, viven la dolce vita de la clase alta, pero aceptan a Nick, de orígenes más humildes, como uno más de la familia. Nos encontramos, así, con ese tipo de personaje que observa los acontecimientos desde cierta distancia, y que, por mucha amabilidad que reciba, sabe en el fondo del alma que nunca llegará a ser uno de "ellos". Podría parecernos que el carácter, por decirlo así, periférico de Nick se ve acentuado por su homosexualidad. Pero es en realidad su pasión por Henry James, que lo conduce, entre otras cosas, a memorizar sus citas más pedantemente ingeniosas, lo que lo separa del resto. En Nick, el lector reconoce a aquellos personajes y narradores que observan con una fascinación no exenta de recelo un mundo que les disgusta y les atrae, y al que saben que no pertenecen. Piensa uno en Retorno a Brideshead, con aquel narrador fascinado por la vida de lujo de Sebastian, y piensa también en los personajes de James, siempre observando el mundo con cierto desapego y escepticismo.
Danniella Westbrook o el sueño de los tabloides. Los estragos de la coca siguieron en los 90
¿No decían Golpes bajos que los 80 eran malos tiempos para la lírica? Pues sabed que en Inglaterra, pese a tener como banda sonora a los new romantics, el pelotazo que mencionábamos más arriba llenó tantos bolsillos de pasta como fosas nasales de farlopa. El thatcherismo, en efecto, no produjo sólo conflictos sociales y la liquidación casi definitiva de los sindicatos, sino que creó oportunidades de oro para desalmados arribistas como ésos que abundan en la novela de Coe y que también pululan por La línea de la belleza. Hollinghurst, no obstante, y a diferencia de Coe, prefiere no meterse en un juicio al thatcherismo, sino ofrecernos una visión mucho más introspectiva del modo en que alrededor de aquella jauja de sexo, dinero y coca se va construyendo la némesis de los personajes.
1984. Rock Hudson y los Reagan, iconos de los 80 por diferentes motivos
El estilo de Hollinghurst, habrá quedado ya claro, es intimista, prolijo y poético en sus descripciones, es decir, completamente diferente de Jonathan Coe. Supongo que es eso, entre otras razones, lo que ha hecho que disfrute tanto de su lectura. Pero contrastes aparte, La línea de la belleza, también en Anagrama, es una gran novela, lo cual significa que no es una novela gay. Ni siquiera es una novela sobre la homosexualidad, a pesar de que las relaciones de Nick con sus amantes están descritas con pelos y señales, nunca mejor dicho, y que los encuentros de Nick con otros hombres en lavabos públicos harán levantar más de una ceja. La homosexualidad en esta novela es, sencillamente, algo tan natural como la heterosexualidad en cualquier novela escrita por un heterosexual. Eso sí, debemos recordar lo que significaba ser gay en los años 80.
Hudson un año más tarde, en la foto que conmocionó al mundo
Probablemente algunos piensen también que la adulación sin límites del poderoso es algo muy ibérico. Sí, señor cuñado del presidente... Cómo no, señor director general, póngame a los pies de su señora... Tenga, President, un pequeño obsequio, hágame el honor de aceptarlo. Los que así piensen se sorprenderán al leer esta novela, en la que la figura de Thatcher, o más bien, el retrato de sus adláteres nos recuerda a la novela de dictadores latinoamericana. La Dama de Hierro misma, en realidad, está retratada de un modo bastante humano, y de hecho uno de los momentos más significativos de la novela nos la muestra junto a Nick en una escena casi inimaginable. Ese contraste entre la, por lo menos, aparente humanidad de Thatcher y el modo en que su visita a la casa de los Fedden marca el momento más importante de todas sus vidas revela lo que sí es uno de los temas centrales esta obra: la hipocresía de las clases altas. Una sexualidad diferente y origen étnico oscurito están muy bien y son muy respetables, pero si te juntas con gente así, luego no te quejes de lo que te pasa.
La línea de la belleza es esto
Hollinghurst, como ya he señalado, no pretende, o no en primera instancia, hacer un juicio a aquella época. El gran tema de la novela, aparte de la crítica a la hipocresía, es la naturaleza de la belleza. El lenguaje que utiliza para ello, el ritmo lento que imprime a la lectura, y la presencia constante de James, Mozart, Rachmaninov, Gauguin y otros muchos nombres que debería haber apuntado, dan fe de ello. En un momento de la historia, Nick relaciona la línea de la belleza de Hogarth con el culo del primero de sus amantes, un culo más accesible, es cierto, que el exquisito arte que inunda la casa de los Fedden, pero también un culo condenado por su propia belleza y por aquella década que nos parió a todos.
En definitiva, que leer libros de historia está muy bien, pero a veces la ficción lo explica todo mucho mejor. Así que si queréis saber de dónde venimos, ya sabéis qué leer.
De este señor no he leído yo nada, pero mira, dentro de todo lo que me ha despertado la curiosidad está la parte en la que mencionas que el autor es demasiado sentimental en su crítica hacia el thatcherismo...Eso quiero leerlo. Saludos.
ResponderEliminarPues disfrutarás con el libro entero, y además, se me ocurre que tiene un final bastante pynchoniano.
EliminarUn saludo.
No sé porqué, tenía la idea de haber leído alguna de las novelas de Coe. Sin embargo, a raíz de tu artículo, he revisado su obra y me doy cuenta de que no es así. Tendré que ponerle remedio, está claro.
ResponderEliminarEl nombre de Coe es de ésos que nos suenan, pero que está injustamente eclipsado por los grandes nombres de McEwan, Amis, Ishiguro y los demás. Yo de él sólo he leído esta novela, de momento, y me lo he pasado pipa.
EliminarPor cierto, veo que estás leyendo "Pequeño fracaso". Precisamente, pensé en ti al leerlo. ¡Estaré muy atenta a tu reseña!
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