La literatura del horror, aquélla que salió de los campos de concentración nazis, de los horrores de la guerra, o del gulag soviético, constituye un género en sí mismo. Cuando reseñé, hace ya tiempo, La noche, de Elie Wiesel, me pregunté hasta qué punto se puede juzgar la calidad literaria de una obra cuyo valor principal es su calidad de testimonio; una obra que, por muy bien escrita que esté, no sería nada si lo que nos contara no fuera la verdad de la experiencia. No llegué a ninguna conclusión, pero me apetecía repetir mis sesudas reflexiones.
Dicho lo cual, añadiré que con Un mundo aparte, la respuesta está clara: además de ser un impresionante documento, y estar extraordinaramente bien escrito, va más allá del libro de testimonio o de historia, y, como dice Semprún en el prólogo, este libro "es literatura. Lleva el sello, la firma, la huella que no traiciona a un verdadero escritor. No solamente es sincero y auténtico en lo que se refiere al contenido histórico (...). Es auténtico también con respecto a las formas de la literatura, a los valores, orales y culturales de una relación transparente, compleja y rica con la literatura".
La típica "foto del autor" en la Unión Soviética
Publicado en Gran Bretaña diez años antes que Un día en la vida de Iván Denisovich, Un mundo aparte fue uno de los primeros libros sobre el gulag. Al igual que la obra de Solzhenitsin, este libro fue denostado por los prosoviéticos y democráticamente censurado, por el daño que podía causar a los comunistas, en países como Italia o Francia, donde no se publicó hasta 1985. La sombra de Sartre era alargada. La dignidad, muy corta.
Ser enterrado en vida con suficiente aire para respirar y alargar tu agonía, ser lanzado a un pozo y vivir de los huesos roídos que te lanzan de vez en cuando, tal era la vida de los prisioneros del gulag. De hecho, creo que me quedo corto, dado que además de ese suplicio, los presos tenían que dejarse la vida trabajando un mínimo de doce horas al día, a una temperatura que en invierno no subía de -30º, y vestidos con harapos. No sorprenderá que las referencias a Apuntes de la casa muerta sean constantes. De hecho, cada capítulo se abre con una cita del libro de Dostoievski, evidenciando así, si es que hacía falta, que ochenta años y una revolución más tarde, nada había cambiado en Rusia.
Los niños del gulag, hijos de traidores a la patria
La vida -por decirlo así- en el campo estaba regida por una combinación del refinado sadismo soviético (condenas a diez años que el último día de cumplimiento son prorrogadas otros diez) y la brutalidad más animal. En la jerarquía del gulag, el preso político sólo estaba por encima del moribundo, ese que ya no sirve para trabajar y que, desahuciado, es enviado al Mortuorio, un barracón donde ya no se les obliga a trabajar, y se les deja pudrirse entre escorbuto, pelagra y simple inanición. Por encima de los presos políticos estaban los delincuentes comunes, de los cuales sólo unos pocos, los que demuestren ser reincidentes y completamente inservibles para la vida en libertad, alcanzan la categoría de urka. Éstos, junto con los bezprizornys, delincuentes menores de edad, formaban "la más temible de las semilegales mafias rusas".
El urka es toda una institución en el campo, el segundo cargo más alto después del jefe de guardia; es él quien decide sobre el valor y la corrección de pensamiento de los miembros de su brigada; a menudo se le encomiendan funciones de la máxima responsabilidad, asignándole, en caso de necesidad, un ayudante (...), por sus manos pasan todos los "capullitos", muchachos no iniciados en el sexo, recién llegados antes de que acaben enlas camas de los jefes oficiales (...). Se trata de hombres que piensan en la libertad con la misma repulsión y el mismo miedo con que nosotros pensamos en el campo.
Soy espía inglés, francés, americano, japonés, italiano, alemán, y de algún otro país...
El libro es una amalgama de memorias, ensayo, historia y relatos, aunque estos últimos están siempre basados en hechos reales. Hay episodios espeluznantes, como "Caza nocturna"; donde el autor es testigo de una violación en grupo, y de la posterior relación de dependencia, casi de idolatría, que se establece entre la víctima y el líder del grupo.
En todos los episodios, los retratos de los prisioneros son excelentes y sus historias, desgarradoras. Una de ellas es la del prestiogioso actor Mijaíl Stepánovich V:
Había en él la humildad de un hombre educado para obedecer y respetar cualquier poder: la disciplina de un ciudadano modelo. Incluso cuando me contaba que lo habían detenido en 1937 por acentuar exageradamente en una película la nobleza de un boyardo de Iván el Terrible, no se permitió esbozar una sola sonrisa, ni siquiera la más leve, y en su rostro se dibujaba la misma gravedad que si relatase un auténtico crimen. "Han hecho lo correcto, Gustaw Yosífovich -repetía-, han hecho lo correcto."
Niños trabajando en la Prisión de Solovki (1933), que Solzhenitsin llamó "la madre del Gulag"
Una de las historias más estremecedoras es sin duda la de Mijaíl Alekséivich Kóstylev, un comunista hasta la médula. Para su mal, Kóstylev descubrió un buen día la literatura, y tras conocer a Flaubert, Musset o Constant, "descuidó sus estudios, se saltó varias reuniones del partido, [y] se encerró en sí mismo."
Caí enfermo de añoranza de algo indefinido -me decía mientras acariciaba con la mano sana su angulosa cabeza rapada-, respiré un aire diferente, como alguien que, sin saberlo, había vivido ahogándose durante toda su vida.
Esta afición por la literatura extranjera lo lleva al arresto y a dar con sus huesos en el campo de Yértsevo. Kóstylev es una de las incontables víctimas de la revolución traicionada, uno de tantos miles de entusiastas idealistas y devotos marxistas cuya fidelidad fue recompensada por el Partido con la tortura, las palizas, la confesión ficticia, el exilio siberiano y la muerte en vida. Pero Kóstylev, como el inolvidable Rishik de El caso Tuláyev, es más fuerte que ellos. No está dispuesto a entregarles su trabajo ni su sudor, y para ello esta dispuesto a... El capítulo dedicado a él se titula "La mano en el fuego".
La suerte de Herling-Grudzinski cambió el día que Hitler le obligó a Stalin a quitarse la venda de los ojos. Con la invasión de Rusia, de la noche a la mañana los alemanes pasaban de ser aliados a enemigos, y un mes más tarde decenas de miles de prisioneros polacos se veían favorecidos, en virtud del Acuerdo Sikorski-Mayski, con la amnistía. Esta amnistía, no obstante, fue muy sui generis, y de hecho en muchos casos no llegó a aplicarse. Cuando Grudzinski se dio cuenta de que, en su caso, el acuerdo se convertía en agua de borrajas, decide, junto a un grupo de prisioneros polacos, iniciar una huelga de hambre con el fin de forzar a la dirección del campo. La huelga de hambre, huelga decirlo, implica también la negativa a trabajar.
La negativa a trabajar se castiga con el fusilamiento instantáneo, sin juicio; en algunos campos se desnuda por completo al preso y se lo deja a la intemperie hasta que da su brazo a torcer o bien hasta que muere.
Una de entre los millones de historias del gulag
Probablemente a Grudzinski lo salvó su condición de polaco, así como el nerviosismo y desconcierto que el inicio de la Guerra Ruso-Alemana habían sembrado entre los oficiales soviéticos. Encerrado en la celda de aislamiento, se negó a abandonar la huelga de hambre hasta que se le permitiera escribir una carta al representante de Polonia ante el gobierno soviético. Se lo jugó todo a una carta y le salió bien. Tras dos años en el gulag, le permitieron abandonar el campo (el término liberación tendría aquí unas connotaciones casi sarcásticas). Se despide de sus compañeros, a los que sabe que jamás volverá a ver con vida.
Yo me sentía fatal. Dante no sabía que no existe en el mundo sufrimiento mayor que experimentar la dicha ante los desdichados, que comer en presencia de los hambrientos. Los abracé en silencio.
Y todavía queda su regreso a la sociedad, su relación con una estalinista de pro que le dice que su experiencia es mentira yque en la URSS no se hacen esas cosas, y su integración en uno de los regimientos formados por los antiguos presos polacos.
Un mundo aparte es apasionante y estremecedor de principio a fin, y el epílogo, en el que el autor nos narra su encuentro en la Roma liberada con un antiguo compañero de barracón, es tristísimo, desolador y magistral. Como documento histórico, este libro no tiene precio, pero son escenas como ésta lo que hacen de él una gran obra literaria.
Casi se podría decir que la novelística referida a los campos de concentración soviéticos es todo un género en sí mismo. Va más allá de querer reivindicar la memoria, como tal vez sucede más bien con las obras referidas al Holocausto, sino que detrás hay auténtica literatura (como El vértigo de Ginzburg, los cuentos de Shalámov o Doblatov). Supongo que su existencia durante décadas, el paso por ellos de millones de personas (era difícil encontrar soviéticos que no tuviesen algún conocido o familiar que hubiera pasado por esos campos) así como el hecho que fueran una herencia del régimen anterior (como Dostoievski recuerda en la referencia que has hecho) han contribuido a ello. Y la ceguera voluntaria que ha habido desde fuera ha sido, como bien recuerdas, incomprensible.
ResponderEliminarTenía apuntado este libro por algún sitio, como uno de tantos a leer, pero me has hecho abrir el apetito… Saludos.
Supongo que la calidad de las obras sobre e lgulag tiene mucho que ver con el hecho de que, aunque en esa sociedad nadie estaba a salvo, el estalinismo se cebó especialmente con los escritores y la llamada "intelgientsia". La obra de Shalamov, de la que leí la antología que publicó hace años Mondadori, es de lo mejor que he leído en mi vida. No conocía esa obra de Ginzburg, así que apuntada queda.
EliminarLo triste de la ceguera voluntaria es que, en muchos casos, todavía continúa.
Un saludo.
Por tu reseña parece una obra excepcional pero ahora mismo no me siento con fuerzas para subir esa cumbre. Guardaré el dato para cuando coja algo más de valor.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por regalarnos con tu estupenda reseña que aún con un tema tan duro, lanza destellos de humor para recordarnos el otro lado de la vida.
Gracias a ti, sonia.
EliminarDesde luego no es una lectura alegre, y necesitas encontrar el momento adecuado para leerla (aunque tampoco sé muy bien cuál es ese momento; ¿"voy a leer algo que me haga sentir asco por la especie humana"?) En cualquier caso, yo después he tenido que leer algo muy ligerito para "desintoxicarme".
Un saludo.
El horror, el horror...
ResponderEliminarAquí, en el Congo o en Siberia.
EliminarHay un libro titulado En tierra inhumana (Acantilado), de Joseph Czapski, que relata la odisea de estos polacos liberados del gulag y de las garras de Stalin, ahora que eran de nuevo "amigos aliados". La búsqueda de prisioneros y desaparecidos, entre los que se encuentran los fusilados en Katyn, para recomponer el ejército polaco está narrada por Czapski,encargado de realizarla, de forma dantesca y estremecedora. Creo que te gustará.
ResponderEliminarSaludos, Carmela.
No conocía el libro que mencionas, y qué interesante parece. Lamentablemente, parece que no hay ninguna biblioteca en toda la provincia de Barcelona que lo tenga, pero ya lo he localizado en inglés en la red.
EliminarMuchas gracias por la recomendación.