lunes, 24 de diciembre de 2012

A child's Christmas in Wales, de Dylan Thomas


Cuatro líneas deprisa y corriendo (me hacía gracia publicar esto el día de Nochebuena) sobre esta joyita que me regaló hace un par de años mi suegra (galesa, para más señas), y que me leí dos veces el otro día en el metro camino de Antilla. Una a la ida y otra a la vuelta.

A veces parece que todo autor que se precie tiene la obligación de escribir por lo menos un cuento de Navidad, costumbre tristemente alentada además por periódicos y suplementos culturales. Sin embargo, a bote pronto y sin ganas de exprimirme mucho los sesos, a este lector no se le ocurren más que el Cuento de Navidad de Dickens y el de Auggie Wren que escribió Auster. Pues bien, si a vosotros os sucede lo mismo, ya podéis añadir a la lista esta maravilla llamada La Navidad de un niño en Gales.

El poeta Dylan Thomas nos regala en esta historia un retrato personalísimo, ergo universal, de cómo vivía él la Nochebuena y la Navidad en su tierra natal. A diferencia de los cuentos que ya he mencionado, y de la práctica habitual en el cine, en la historia de Thomas no se nos habla del espíritu navideño, y nadie se redime por una buena acción. La Navidad de un niño en Gales es un cuento de imaginación infantil desbocada, donde los gatos son jaguares, y uno puede encontrarse con dos hipopótamos por la calle. En aquellos tiempos, nos dice Thomas, Gales era una tierra donde todavía había lobos, los niños cazaban osos, y él y sus amigos salían a cantar villancicos y acababan encontrándose con un fantasma o apagando un incendio con bolas de nieve.


La historia parece narrada a modo de diálogo entre el poeta y unos niños, aunque la presencia de éstos es poco más que una excusa para contestar sus preguntas y corregir sus afirmaciones. "Pues el año pasado nevó". No, pero mira, antes la nieve no caía del cielo, sino que brotaba de los campos y crecía en los tejados y en las ramas de los árboles.

Preciosos y divertidísimos son los retratos familiares. "¿Pero había Tíos en casa? En casa siempre había Tíos?". Y pasa a describirnos esos tíos que encienden puros, tosen, se miran y remiran los puros como esperando a que exploten, mientras las tías se sientan muy tiesas al borde la silla, sin saber muy bien qué hacer.

"¿Y los regalos?" Pues había regalos útiles, que eran guantes, calcetines, bufandas, pasamontañas que te regalaban las tías y que rascaban tanto que te preguntabas cómo a las tías les podía quedar algo de piel.
"Háblanos de los regalos inútiles", que son los que de verdad nos gustan. Juguetes, dulces, y cigarrillos de chocolate que te ponías a fumar en la calle hasta que una anciana te reñía y entonces te lo comías.

La casa natal de Dylan Thomas, donde vivió hasta los 19 años. Hoy está convertida en hotel, tras haber sido restaurada a su estado de 1914, cuando la adquirió la familia Thomas. No hay televisión, pero ofrece al huésped juegos de cartas, fonograma y periódicos de la época.

En este brevísimo relato, los recuerdos y la fantasía del niño Thomas nos regalan imágenes tan bellas como la del petirrojo muerto, retratos tan originales como la de los carteros, escenas tan chocantes como la del encuentro de Thomas con su doble y otras tan geniales como la de los dos señores que, fumando en pipa calle abajo, llegan hasta el mar y se meten en el agua hasta que sólo se ve el humo de las pipas saliendo del agua.
Thomas era un poeta genial que llevaba la lengua al límite, con palabras arcaicas, y numerosísimos compuestos y verbos sustantivados. Sin embargo, consigue convertir ese complejo lenguaje poético en un discurso infantil, ingenuo y bellísimo, que en esta edición viene acompañado de las bellísimas ilustraciones de Edward Ardizzone, uno de los grandes.

Y si queréis disfrutar de esta maravillosa historia en la voz del mismo Dylan Thomas, aquí tenéis. Feliz Navidad a todos.

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