Como todo el mundo sabe, Asia es ese lugar remoto y oscuro de donde a lo largo de los siglos no han dejado de salir hordas de bárbaros dispuestas a saquear Europa y acabar con nuestra civilización, cuna de la libertad y la democracia.
Y como esto es así, Vasili Golovánov, que se define como "geógrafo metafísico", se propone en este breve libro (151 páginas en Editorial Minúscula) llegar a alguna conclusión sobre los motivos por los que Occidente y Asia parecen ser dos mundos irreconciliables, incompatibles y antagónicos, que, a diferencia de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones, sólo la economía logra en ocasiones unir.
... Y justamente en el extraño contraste de esta belleza se hacía al fin evidente la diferencia entre los significados que tienen en nuestros días las profundidades de Asia y el corazón de Europa. Asia: el vacío. Europa: lo pletórico, la sobrecarga incluso, capas de cultura, el "espesor de la cultura". Asia: la belleza primigenia. Europa: una belleza manual. Asia: un espacio abierto de par en par en todas direcciones y un tiempo no realizado, un tiempo que se diría que nunca se había desplegado, que no conocía la historia y se había conservado intacto desde la creación del mundo, como una potencia abierta al desarrollo de un argumento histórico. Europa: un espacio bloqueado y un tiempo fijado tantas veces, que la densidad de sus marcadores produce una sensación de ahogo, como si faltara el aire.
Tuvá, escenario de "Visión de Asia"
Así, Europa y Asia son incompatibles. ¿Quién las compatibilizará? El compatibilizador que... Para qué seguir. Estamos ante un pequeño gran libro que, como todos los grandes libros que versan sobre los porqués y los cómos de la historia y la cultura, nos plantea muchas preguntas y muy pocas respuestas.
Quién mejor que un ruso para hablarnos de esta barrera entre dos continentes. Rusia lleva siglos buscando su identidad, una búsqueda dividida entre la aproximación a occidente, como propugnaban los europeístas, y... el No, que es lo que defendían los eslavófilos, guardianes de la esencia del alma rusa. Llama la atención, en esta dicotomía, que no haya cuajado nunca un movimiento de aproximación a Asia, que, como cualquier vistazo al mapa nos demuestra, representa la mayor parte de su territorio.
Maticemos: sí que existió una notable aproximación cultural a Asia, sobre todo a lo largo del siglo XIX: Recordemos, sin ir más lejos, Taras Bulba, o las obras de Pushkin y Lérmontov situadas en el Cáucaso. Se trataba, naturalmente, de un Asia un tanto idealizada en sus aspectos más románticos y exóticos. Curiosamente (o no) el hallazgo por parte de etnólogos y folkloristas de que parte del gran folklore ruso tenía su origen en las estepas asiáticas enfureció a los eslavófilos. Algún día de éstos tengo que releer El Baile de Natacha, de Orlando Figes, la moderna biblia del rusófilo, donde se estudia en profundidad esta influencia, que no integración, de Asia en Rusia.
"Las Danzas Polovotsianas, de Borodín, quintaesencia de "música oriental", basada, en realidad, en motivos chuvasios, baskires, húngaros, argelinos e incluso canciones de esclavos de Norteamérica" (O. Figes)
Parecería, pues, que el eslavófilo está condenado a definirse por negaciones: es ruso lo que no es europeo ni asiático. Porque, indudablemente, la eslavofilia nunca ha supuesto una verdadera aproximación a Asia, entendiendo como tal una integración cultural en la infinitud de kilómetros de taiga y estepa poblados por incontables etnias. Esta multitud de etnias que existen al otro lado de los Urales vieron cómo el comunismo pasaba por la batidora su modo de vida (el nomadismo es una de las actividades más contrarrevolucionarias que existen, por lo que, en un sistema comunista, sea Cuba o la Unión Soviética, los ciudadanos pueden ser ilegales en su propio país), si bien renunciaron a medidas más drásticas. Así, la Unión Soviética pudo imponer sus planes quinquenales y sus granjas colectivas en zonas donde dichos proyectos eran aún más absurdos que en la Rusia occidental y, a cambio, fue relativamente permisivo con el chamanismo y otras expresiones religiosas.
La república de Tuvá se encuentra en una encrucijada de caminos y culturas. Fue conquistada por Gengis Khan, formó parte del Imperio Manchú, y en 1914 se convirtió en un protectorado de Rusia. Nos cuenta el autor que hizo un viaje a Tuvá para organizar la visita de unos jubilados norteamericanos que, desencantados de su búsqueda espiritual por tierras de México tras las huellas de Carlos Castaneda, deciden adentrarse en el último reducto virgen y puro del planeta y conocer de primera mano el chamanismo. Esta liviana historia, por descontado, es para Golovánov poco más que la excusa para acompañarnos en un apasionante viaje a la cultura y al alma asiática (parece ser que, al igual que los rusos, los asiáticos también tienen alma), y nos ofrece aquí un libro personalísimo, de esos cuya grandeza reside en que el autor escribe para sí mismo, donde la anécdota personal tiene tanto valor como la Historia.
Una noche en una yurta:
...nos invade la sensación de que nos hallamos sumergidos en un universo o, más bien, sencillamente en el cuerpo de cierto Animal colectivo; nos introducimos en él, nos fundimos en él, vivimos gracias a él, entramos en calor merced a él, calentamos la estufa con sus bostas secas, yacemos en el fieltro o en la alfombra también tejida con su lana, la lana del Animal, oímos por todas partes el ajetreo del Animal, los balidos, el balbuceo, los mugidos y otros timbres de la voz del Animal, los excrementos del Animal, la tos o los estornudos del Animal y, finalmente, se nos ofrecen para cenar trozos del cuerpo del Animal y un denso y burdo té de pastilla largamente macerado en leche, que por su poder alimenticio, más se parece a una sopa.
Junto a metafísicas reflexiones sobre el estancamiento del tiempo, en este maravilloso libro tenemos poéticas descripciones de aquellas inhóspitas tierras, brevísimas pinceladas de los acompañantes del autor, sorprendentes retratos, frescos, vívidos y desapasionados, de los chamanes a los que visita, gotas de humor sobre los preparativos para el viaje de los jubilados (o cómo alimentar a unos vegetarianos americanos en la estepa mongola), la "gran prohibición" de Gengis Khan (no permitir que sobre la tierra sagrada de sus antepasados se realizara ningún tipo de actividad económica), la historia secreta de Mongolia, el Mordor de Tolkien, la tierra mítica de Shambala y, de postre, la fascinante historia del barón Roman von Ungern.
Roman von Ungern, "el barón sanguinario"
Este barón, budista de tercera generación, general del ejército ruso y leal al zar, fue a parar, durante la guerra civil rusa, a Mongolia, donde quedó fascinado con los pueblos mongol y buriato. Cuando Kukutku, el máximo jefe espiritual de los mongoles y encarnación viva de Buda, declaró la independencia de Mongolia de China, recibió con los brazos abiertos a von Ungern, que, no lo olvidemos estaba luchando por el zar en la guerra civil, y le puso al frente de la caballería mongola. En 1920, el barón liberó a Kukutku, a quien los chinos habían hecho prisionero, liberación que vino acompañada de una cruel y despiadada matanza. El Buda reencarnado lo recompensó designándolo dictador autócrata y otorgándole el título de "Khan de la Guerra". Von Ungern, que nunca había estado del todo en sus cabales, fue desquiciándose cada vez más, y en un momento dado vislumbra la salvación de Rusia a través de una monstruosa fantasía geopolítica: una especie de imperio blanco-amarillo semejante al imperio de Gengis Khan. Os podéis imaginar cómo acabó.
Alejandro y sus tropas cruzando el Jaxartes
Pero un momento, que todavía no hemos terminado. Visiones de Asia consta de dos partes. "Visión de Asia", que así se titula, es sólo la primera. Y la historia del barón von Ungern nos viene de perilla para enlazar con lo que viene ahora, "Las Conversiones de Alejandro".
De manera significativa, esta segunda parte o capítulo complementario se origina en Grecia y nos ofrece una maravillosa visión general de la Grecia clásica desde las Guerras del Peloponeso hasta la caída de Alejandro Magno. No voy a recordar aquí, porque sería empezar y no parar, las gestas del macedonio y las huellas que dejó en Asia, donde en algunos lugares quizá todavía se puedan oír algunas leyendas sobre el Gran Sikánder transmitidas de generación en generación.
Golovánov nos resume de manera clara, precisa y cautivadora el auge y caída de Darío, Filipo, Ciro, Darío junior y finalmente, el mismo Alejandro Magno, de quien se sirve para demostrar, como con von Ungern, su tesis sobre el mal del "eurasismo", la "dolorosa enfermedad secreta de los encantados, que sueñan con conciliar lo que es imposible de unir, enlazar conceptos que en principio no se pueden articular."
Así, el general macedonio que quería conquistar Asia y, por ende, el mundo, en su frenética campaña de más de diez años fue adoptando las maneras de los pueblos que arrasaba, mientras intentaba crear, con sus uniones de guerreros griegos y mujeres persas, una nueva estirpe de hombres. Mientras tanto, la vida en Grecia seguía su curso, ajena a las campañas y desvaríos de un glorioso Alejandro y sus guerreros, que, habiendo puesto el mundo a sus pies, sabían que jamás volverían a pisar su tierra. En suma, el conquistador fue conquistado.
Libro de viajes y tratado de historia, lectura densa al tiempo que sencilla, estas personales y brillantes Visiones de Asia despliegan ante el lector el inabarcable mundo de las estepas de Asia Central y nos permiten atisbar sus horizontes. Sabemos que detrás hay más.
Otra pequeña joya de la Editorial Minúscula.