La monstrousidad del estalinismo suele medirse en millones. Millones de víctimas de hambrunas, condiciones inhumanas en campos de trabajo, y represión. Pero lo que nunca podrá cuantificarse es el alcance del holocausto cultural que se llevó a cabo a lo largo de décadas, y en especial desde los años 32 al 37, los conocidos como años del terror.
Hace unos años, el periodista ruso Vitali Shentalinski tuvo el privilegio de ser el primer periodista en tener acceso a los archivos del KGB. Años más tarde, y fruto de aquella labor de investigación, publicó una impresionante trilogía sobre la persecución de miles de intelectuales en la época estalinista. En esa documentadísima trilogía, podemos leer los casos de cientos de escritores e intelectuales de los que jamás habíamos oído hablar. Pues bien, el nombre del autor que nos ocupa, ejecutado en aquel terrorífico año de 1937, no aparece por ninguna parte. De hecho, estamos hablando de un autor prácticamente inédito, no ya en España (donde sólo se ha publicado en catalán, bravo por Edicions de 1984), sino en su propio país.
Yakov Braun existió
No se sabe con certeza su fecha de nacimiento, aunque parece que fue en 1889, en la ciudad ucraniana que hoy es Kirovogrado. Se tiene constancia de que empezó sus estudios superiores (¿de música? ¿de derecho?) y que tuvo que interrumpirlo a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial. De vuelta a su país, se adhirió al partido social-revolucionario, y jaleó el advenimiento de la revolución. Fue amigo de Mayakovski y se dedicó a la crítica literaria. Un comentario inoportuno en una velada homenaje a un político del momento significó su condena. Desde entonces, comenzó el trágico y consabido peregrinaje de detenciones y traslados forzados. Malvivió con trabajos aquí y allá y nunca dejó de escribir, pero apenas si vio un par de relatos publicados en alguna revista. En 1933 lo volvieron a arrestar y fue expulsado de Moscú. Cuatro años más tarde fue arrestado por última vez, acusado de pertenencia a organización terrorista, y lo obligaron a implicar a quince personas más. Fue ejecutado el 17 de diciembre de ese año, y rehabilitado en 1956. No se ha recuperado de su obra, hasta el momento, más que estos tres relatos, gracias al tesón de su hija y la ayuda de una investigadora. Y hasta la publicación de estos relatos en Francia, jamás había sido publicado en forma de libro.
No deja de maravillarme que todavía puedan darse casos como éste, en que un autor tan interesante como éste es publicado por primera vez setenta años después de su muerte. Recuerda un poco al caso de Irene Nemirovski, recientemente recuperada para la literatura, aunque con la gran diferencia de que, si bien pasó décadas en el olvido, Nemirovski fue en su día una autora de gran prestigio.
El libro consta de tres relatos, "Los Viejos", "El gambito del diablo" y el brevísimo "Los ojos". Se trata de unos relatos con un estilo personalísimo, constantes repeticiones, un vocabulario poético y cultamente costumbrista, un ritmo desenfrenado, donde el autor parece dirigirse directamente al lector y en la línea siguiente pensar por escrito, y donde impera una negra fantasía y las palabras pierden a veces la razón, saltan de la página y revolotean alrededor de los personajes. Se trata de una literatura mucho más próxima a la tradición yiddish que a la rusa, con imágenes dignas de Chagall y un lenguaje y una fantasía que me han recordado en muchos momentos a Bruno Schulz.
El libro toma el título del segundo relato, y en él el diablo se presenta en un bar donde el protagonista, Pinkhos, un viejo relojero judío que perdió a su mujer e hija en un pogromo, es el indiscutible rey del tablero de ajedrez. Es un relato oscuro y enigmático, con un planteamiento y desarrollo perfectos, y con un final desquiciado y frenético, muy parecido en el ambiente que se recrea al final de The fixer.
El primer relato, absolutamente magistral, "Los viejos", comienza con una descripción, hermosa pero donde se respira la tragedia, de la vida sencilla, humilde y feliz de dos ancianos con pocas preocupaciones más que la tienda del marido y las mermeladas de la esposa. Su vida dará un vuelco el día que estalla la guerra y su único hijo es reclutado para partir esa misma tarde al frente.
El argumento es tan sencillo como rico y sugerente es la forma en que se narra. Los ancianos siguen su vida normal, con un forzado optimismo y una voluntaria ceguera que me ha recordado a Badenheim 1939, de Aron Applefeld, la historia de una comunidad judía que se niega a aceptar la evidencia del genocidio que los va a devorar, así como al inolvidable cómic (en mi infancia no existía la novela gráfica) Cuando el viento sopla. Al cabo de unos meses de estar en el frente, donde no iba a luchar sino a tocar la corneta, el hijo, David, muere. Miriam-Toibe, la madre, es la primera en recibir la fatídica carta, pero decide seguir al pie de la letra las últimas palabras que oyó de su hijo, a saber, que siguieran celebrando el sabbath con música, baile y alegría. Miriam le ocultará la terrible noticia a su marido. Éste, por su parte, se enterará de la muerte de su hijo por otra fuente, y decide ocultársela a su mujer para evitarle el sufrimiento.
El resto de esta tragedia con planteamiento de vodevil es una inolvidable historia que nos hace lamentar aún más, si cabe, todo aquello que se perdió con los millones de vidas humanas.
Qué extensa es la literatura perdida en el Gulag o en la Lubianka. Pero a veces, como una venganza contra el tirano, aparecen de entre el silencio de unos archivos, algunas de esas voces que quisieron acallar para siempre. Tomo nota del autor y de su obra, que leeré sin duda. Yakov Braun: "El gambit del diable": la partida continúa.
ResponderEliminarSaludos.
Lo del forzado optimismo es más que una metáfora. En la Rusia estalinista, el derrotismo o el pesimismo existencial estaban prohibidos. Lo que más me aterra de los reportajes nazis y comunistas de la época son esas forzadas sonrisas, perfectamente estudiadas, reflejos del rictus del papá Stalin. Toda la pesimista tradición rusa no podía entrar en este mundo en el que reinaría este "hombre nuevo" que empieza a germinar en algunos personajes monstruosos de "la Madre" de Gorki. Unos revolucionarios en los que la Gran Idea o el esterotipo sustituyen al ser humano. Leyendo al gran Gorki era de esperar un futuro tan amargo (perdón por el chiste malo). Celebro, Badboy, reencontrarme con ese espíritu de la gran literatura rusa a través de este “gambito del diablo”, ese que admite el juego aleatorio del ajedrez y no esta sometido el quinquenalismo soviético o a los gestos grandilocuentes del homo sovieticus.
ResponderEliminarEn efecto, Ricardo, cuánto se perdió, pero - no perdamos la fe- cuánto queda por desenterrar en esos archivos. Por mi parte, y hablando de archivos, qué ganas tengo de hincarle el diente a la trilogía de Shentalinsky (por alguna extraña razón, en mi biblioteca sólo tienen el tercer volumen), que sin duda me descubrirá muchos autores más.
ResponderEliminarCuánta razón tienes, Joaquín, sobre la prohibición del derrotismo. Claro que, con el papaíto de los pueblos, ni la más deslumbrante de las sonrisas te podía garantizar librarte del tiro en la nuca. Y más aterrador todavía, cuántos no afrontaron ese destino convencidos de que habían cometido un terrible crimen contra la revolución, aunque no tenían ni idea de cuál era ese crimen. Uno de los libros mas estremecedores que he leído de los muchos que se han escrito al respecto es "Los que susurran", de Orlando Figes, una historia de cómo vivían los ciudadanos de a pie bajo ese régimen.
Un saludo a los dos.
"Los que susurran!¡Qué titulo más sugerente! Tomo nota del libro, Batboy. Un saludo.
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