Esta antología de Milosz se abre con una selección de Salvación, escrito en Polonia durante la II Guerra Mundial, y concluido precisamente en 1945. Como se indica en la excelente introducción de Xavier Farré, Salvación consta de dos grandes partes a la manera de los "Cantos de inocencia y experiencia" de Blake, es decir, tan diferentes entre sí como complementarias.
En "El mundo", que en el original se titula "poema naïf", Milosz evoca su infancia en la casa rural de Lituania, país en el que nació el poeta. Se trata de un retrato hecho con pinceladas de la vida en su pueblo natal, en el que la habitual visión del paraíso de la infancia se ve enturbiada por una atmósfera oscura, sutilmente cargada de funestos presagios. Naturalmente, el lector es parte de esta atmósfera: es imposible sustraerse al conocimiento de los hechos, de cuándo y dónde se escribieron estos poemas. Del mismo modo, el poeta apela al lector desde el primer poema, "Prefacio", en el que juega con la ambigüedad de la segunda persona.
"El Mundo" empareja de forma bellísima la memoria de la infancia con poemas de gran hondura filosófica. Permeándolo todo, está la figura del padre, símbolo del misterio de la vida, fuente del conocimiento, protectora en su presencia, terrible en su ausencia.
En la segunda parte, "Voces de la gente pobre", el tono es completamente diferente. El sufrimiento, la inutilidad de la compasión, desconcierto, muerte y desolación. Y por encima de todo, el sentimiento de culpa. ¿Culpa por haber sido testigo? ¿Culpa por sobrevivir? No hay redención posible y el último poema, "En Varsovia", corrobora la idea expresada también en 1945 por el filósofo Adorno: la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz.
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