"El Danubio" es una breve, poderosa y trágica historia, muy similar en temática y contenido a Claus y Lucas, de Agota Kristof. Como en el libro de la autora húngara, tenemos aquí una historia situada en la posguerra, con víctimas intentando salir adelante en un mundo en el que el odio sigue latente, y donde un silencio hostil ha sustituido a las balas.
Pero centrémonos en la tercera parte, que es la que da título al libro. En ella se retoma y desarrolla de manera implacablemente lúcida el asunto que se comenzaba a esbozar en el primer capítulo. Ahora se nos explica el proceso de degradación de la lengua por parte sobre todo, aunque no de forma exclusiva, de los medios de comunicación. Vemos cómo la lengua pierde su aspecto mágico en beneficio de su uso instrumental. Kovacsis se refiere a ese uso "mágico" de varias formas: nisterioso, pasivo, adamítico o "desde" el lenguaje, en contraposición a "con" el mismo.
También asistimos a una fascinante descripción del funcionamiento del Archivo de Guerra, cuyo objetivo primordial era "peinar a los héroes", y por el que pasaron nombres como Rilke, Polgar o Zweig. Dicho Archivo comenzó a crecer y a subdividirse en diferentes departamentos, tales como el Grupo Literario, el Grupo de Guías de Campos de Batallas, o el Cuartel de Prensa. Esta sección del libro no tiene desperdicio. Sin embargo, esta parte a mi juicio flojea enormemente hacia el final. El autor pasa de un punto de vista claro, agudo y sagaz, a meterse de lleno en argumentos ideológicos repletos de manidos clichés que no aportan absolutamente nada interesante al lector. ¿A qué viene decirnos ahora lo mala que es la guerra? ¿A qué ridiculizar la figura de Colin Powell con lo que parece un mal remedo de Michael Moore? Lo que es peor es que, gracias al índice de notas, vemos que ha basado alguno de sus argumentos en una palabra cogida al vuelo de un artículo de El País o ABC. La historia es tan reciente que el lector recuerda muchas de las mentiras y tonterías que se dijeron en aquellos días. Si es así como intenta dar fuerza a sus argumentos, me temo que lo único que consigue es que pongamos en perspectiva, cuando no en cuestión, lo que antes tan brillantemente ha argumentado al referirise a los albores del siglo xx.
Kovacsics recurre incluso a la ironía, al referirse al viejo chiste sobre la muerte de Stalin ("¿y ahora quién se lo dice?"), y lo hace con tan mala fortuna que parece no haber entendido en absoluto un chiste tan simple.
No obstante, si dejamos de lado este ataque de tópicos tan políticamente correctos que le da al autor en un desafortunado momento, nos encontramos ante un libro original, inteligente, fascinante e iluminador.
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