lunes, 21 de diciembre de 2015

Restos de temporada 2015




Corroído por la impaciencia, a la espera del momento en que yo mismo me dé un empujoncito y termine de una vez mi última entrada Proustiana, aquí os dejo, de momento, unas más que brevísimas impresiones del resto de mis lecturas, en las que incluyo las buenas, las malas y las regulín. No sé si este año puedo hacer algún tipo de balance, porque al lado de don Marcel todo empequeñece, qué se le va a hacer. Hasta el número de lecturas es sensiblemente menor que otros años, algo que, por otro parte, me preocupa muy poco. Más me preocupa, sin embargo, la tendencia a olvidar todo aquello que no reseño inmediatamente, así como los límites de mi paciencia, que cada vez me parecen más próximos. ¿O quizá no debería preocuparme?


Red earth and pouring rain, de Vikram Chandra

Comencé el año lector con mal pie. Este libro lo compré durante mi lejano viaje a la India, y llevaba, por lo tanto, sus buenos veinte años esperándome en la estantería. La verdad es que esta historia narrada en parte por un mono gramático empieza bien, muy bien, hasta que se mete por caminos y vericuetos que no recuerdo muy bien, precisamente porque no me engancharon. Y es que, como ya os he dicho, cada vez tengo menos paciencia. Cosas de la edad. No obstante, releyendo resúmenes de su argumento y elogiosas críticas, no descarto darle otra oportunidad.
 
Luego vino una pequeña racha Turguéniev, con Rudin,


Mumu,

y Primer amor.


Leí las tres en ruso, lo cual tiene su lado bueno y su lado malo. Por una parte está el gozo y el orgullo de leer a un clásico ruso en el original y entender el setenta y cuatro por ciento. Por otra parte, ese ventiséis por ciento que se queda por ahí no deja de resquemarnos. Naturalmente, la única manera de reducir el procentaje es seguir dale que te pego con el ruso. Se intentará.

Por tanto, tengo poco que decir de estas novelas. De ellas, la que me ha dejado un recuerdo más vivo es sin duda Rudin, la más extensa de las tres y la primera que publicó el autor. Turguéniev nos presenta en esta historia a un personaje muy interesante, acerca del cual el lector no acaba nunca de formarse un juicio claro. Rudin es uno de esos abundantes ejemplos en la literatura rusa de "hombre superfluo", lleno de ideas y planes, pero prisionero de su incapacidad para llevarlos a cabo. Se le ha comparado con Pechorin, el protagonista de Un héroe de nuestro tiempo, y lo cierto es que tanto el personaje como algunos aspectos de la trama nos recuerdan a la gran obra de Lérmontov. Ese setenta y cuatro por ciento lo disfruté hasta la última centésima.



El derrotista, de Harvey Pekar

Muy buena novela gráfica de un autor que desconocía, aunque su estilo nos resulta tan familiar como el de Will Eisner. Pekar nos cuenta aquí su vida y su camino de adolescente mamporrero a señor dibujante.


De profundis, de Oscar Wilde

Wilde escribió esta obra durante su reclusión en la cárcel de Reading, a donde fue condenado por conducta indecente. Haciendo acto de contrición y dirigiéndose a su compañero de indecencias, don Óscar escribió un libro maravilloso, profundo y estremecedor. Preparo entrada sobre ésta y otras obras escritas desde la trena.



El prisionero del Cáucaso, de León Tolstoi

Lo mejor del kindle es el acceso fácil y gratuito a centenares de clásicos en lengua original. Y en ruso, Tolstoi es de los autores más accesibles, máxime si se trata de una de sus historias breves. El título de esta obra fue utilizado primero por Pushkin, que centró su poema en la historia de amor entre el prisionero y la chica caucasiana. Tolstoi, por su parte, nos habla más del choque entre culturas, y percibe el Cáucaso, como vimos en mi entrada anterior, como una tierra de salvajes necesitada de que Rusia tenga el detalle de civilizarla. Incorrecciones políticas aparte, se trata de un relato inolvidable, que no ha perdido un ápice de popularidad ni, desde luego, de relevancia. El reciente conflicto checheno dio ocasión a Vladimir Makanin, hace unos años, a publicar un relato con el mismo título.


 The fall of the stone city, de Ismail Kadaré

Las novelas de Kadaré se mueven entre la ficción, la historia reciente de Albania, y lo onírico, y ésta no es una excepción. Trata, entre otras cosas, de las vueltas de tortilla que da el totalitarismo en esos momentos cruciales de la historia, y es una novelita fascinante que nos deja, como acostumbra Kadaré, con esa sensación de que sólo una relectura nos ayudará a penetrar hasta el verdadero meollo.


La saga del Rey Harald, de Snorri Sturlusson

No todas las sagas vikingas son igual de amenas. Algunas pueden hacerse francamente farragosas, y sólo su interés histórico las salva para el lector actual. Ésta, sin embargo, es de las que nos hacen disfrutar. Reyes llamados Harald y reyes llamados Harold en un libro de gran interés para entender la historia de... Inglaterra.



Pasaje de las sombras, de Arnaldur Indridason

Con Indridason siempre me lo paso pipa, y esta novela no es una excepción. Si la memoria no me falla, estamos de nuevo ante un asesinato que tuvo lugar hace muchos años, lo que parece un rasgo común de muchas de las novelas del islandés.



The secret history, de Procopio

Literatura bizantina. Ahí es nada. Me atrajo este autor desde que leí las constnates referencias que Asimov hacía a él en su historia de Constatinopla. Esperaba, la verdad, unas descripciones más detalladas de los desmanes y la depravación del emperador Justiniano y su señora Teodora. Con todo, uno aprende, y la historia vuelve a cobrar vida ahora mismo, cuando estoy leyendo a Gibbon y su Decadencia y caída del imperio romano.


Por amor a Judit, de Meir Shalev

Tenía muy buenas referencias sobre este autor israelí, considerado uno de los grandes, pero la verdad es que tuve que hacer un gran esfuerzo para terminar esta novela. Si es que la terminé, que ya ni me acuerdo. Parece que el realismo mágico no prende en Oriente Medio. Tras un interesante comienzo, la historia de esta mujer y sus amores, junto con las excentricidades y leyendas del resto de personajes, todos ellos repletos de buen rollo, se me hizo tediosa, tediosa.


El misterioso caballero del libro sagrado, de Antón Dochev

Un ejemplo perfecto de lo que pasa cuando leemos una novela única y no pasamos a reseñarla inmediatamente. Se queda ahí, en el fondo de la memoria, donde sus rescoldos humean durante un tiempo hasta que se apagan y acaban convertidos en ceniza. Pero va, intentemos reavivarlos. ¿Qué es lo que hace de esta novela algo único? Pues que está escrita por un autor búlgaro. Aparte de eso, el trasfondo histórico, con las persecuciones de herejes en la Europa del siglo XIII, con un monje bastante sádico y un narrador que tiene un plazo de quince días para contar la historia, es muy interesante, aunque quizá habría agradecido un ritmo más sosegado.


Mister Wonderful, de Daniel Clowes

Una novelita que se lee en un suspiro. Historia sencillita y relativamente conmovedora, en la que lo verdaderamente destacable son las ilustraciones. El formato es más ancho que alto, con el juego que eso da.


El jardinero de Sarajevo, de Miljenko Jergovic

Excelentes relatos del gran autor bosnio, que, no obstante, me gusta (aún) más en su faceta de novelista. Breves escenas y pequeñas instantáneas que condensan toda la tragedia de una tierra que sólo ahora parece empezar a conocer la paz.


Swan song, de Edmund Crispin

Cuando servidor tiene un gatillazo lector con un autor que me "debería" gustar, tiendo a achacarlo a una lectura deslavazada o a haber elegido un mal momento. Quizá fue eso lo que me sucedió con este libro. En todo caso, fue una pequeña decepción. No le pillé la gracia, y el interés del misterio me pareció bastante limitado.


Jerusalén. Un retrato de familia, de Boaz Yakin y Nick Bertozzi

Esto sí. Palabras mayores. Novelaza gráfica, historia épica, personajes que saltan de la página, escenas desgarradoras. Tres euritos me costó esta joya en el Mercado de San Antoni, y me proporcionó unas cuantas horas de gran placer. 


Dangling man, de Saul Bellow

Me dio la impresión de estar leyendo una versión desechada de Herzog. Boceto de obra maestra, pues, lo cual significa que es muy recomendable, pero que tampoco hay que hacerse excesivas ilusiones.


Años de vértigo, de Philipp Blom

¿Qué mejor libro para acompañar mi lectura de Proust? Blom nos hace aquí un retrato de los grandes cambios sociales, artísticos, científicos o económicos que se obraron en occidente en los años previos a la Gran Guerra, y lo hace tan bien y uno aprende tanto sobre tantas cosas que al final no habrá más remedio que dedicarle una entrada. Si lo hago, será una de esas entradas que me obligan a pasarme días enteros investigando y paladeando el gustito que dejó la lectura.


Gone girl, de Gillian Flynn

Todo lo que le pide uno a un thriller. Empezar a leer y no poder soltar el libro. No es gran literatura, desde luego, pero, en su género, cumple con creces.


El camino blanco, de John Connolly

 Y todo lo que me dio Gone girl (en español, Perdida), me lo negó Connolly. Demasiada brujería, demasiados fantasmas y, con tantos personajes cuyas historias se han ido narrando en libros anteriores, demasiada sensación de estar en una fiesta donde todos se lo pasan muy bien menos tú, que no conoces a nadie.


We were the Mulvaneys, de Joyce Carol Oates

Este novelón me sirvió para estrenarme con Oates, algo que, dada la ingente producción de esta autora, resulta paradójicamente difícil. Y fue un estreno muy feliz, porque se trata de una novela excelente. La historia de una familia ejemplar y envidiada que un día queda marcada por la tragedia, momento a partir del cual comienza su lenta pero irremisible caída. Magistral retrato de la familia, institución que, manque Tolstoi diga lo contrario, un día puede ser feliz y al siguiente hundirse en la desgracia.


La balada del norte, de Alfonso Zapico

No debería estar permitido publicar el primer tomo de esta obra sin tener el segundo ya en la imprenta. La revolución de Asturias, narrada por el gran Zapico. Gran historia y mejores personajes. Extraordinaria.


Bring up the bodies, de Hilary Mantel

Una de mis grandes lecturas del verano fue Wolf Hall. Pues bien, ésta es la segunda parte, y es más interesante aún, si cabe. El lector ya está familiarizado con el estilo de Mantel, y puede aquí disfrutar de la perfidia de Ana Bolena, sabedor del fin que le espera. Thomas Cromwell sigue haciendo de las suyas en la corte de Enrique VIII, maquinando, manipulando y de la hipocresía haciendo virtud. Una gozada.


Vientos de cuaresma, de Leonardo Padura

Me apetecía otro thriller, y me incliné por el cubano Padura, consciente de que ninguno de sus libros se acercará a esa maravilla titulada El hombre que amaba a los perros. El detective Mario Conde, encoñado entre pista y pista.


My life, de Benvenuto Cellini

Menudo personaje fue Cellini, y qué libro de memorias tan grande nos dejó. Si no me he lanzado a escribir la reseña ha sido, como de costumbre, por miedo a empezar a explorar esa época y no salir de ahí nunca. El poder de los Médici, el cariño de los papas, las técnicas de escultura, los mandobles y estocadas que el autor arreaba a todo aquél que se ganara su desprecio, junto con la arrolladora personalidad del autor y su entrañable falsa modestia, hacen de este libro una lectura no siempre fluida, pero sí absolutamente memorable.

Y se acabó lo que se daba. Si no nos leemos antes de Nochevieja, os deseo a todos una feliz Navidad y unas prósperas lecturas.


miércoles, 9 de diciembre de 2015

Érase una vez el Cáucaso


A lo largo de nuestra vida lectora, nuestra razón de leer sufre diversos cambios. Es evidente que a los cuarenta años no buscamos en los libros lo mismo que a los veinte o a los diez. De niños, queremos ante todo entretenimiento y diversión. En la tardía adolescencia, cuando nuestra capacidad de aguante y una sed de conocimiento no exenta de pedantería están en su punto álgido, muchos buscamos algún tipo de iluminación intelectual o, dicho de otra forma, una fuente de citas. Son esos años en que vemos los libros leídos como muescas en el revólver y, así, nos tragamos lo que nos echen, sin importarnos la extensión o el disfrute. De hecho, a veces, cuanto más aburrido sea el libro, más tenemos la sensación de estar en una vía de aprendizaje y purificación. (Sólo así se explica que pudiera acabar Una meditación, de Juan Benet). Hoy, desde mis largos cuarenta, y como ya he dicho en alguna ocasión, hace ya tiempo que me interesa más cómo me cuentan una historia que la propia historia en sí. Pero al igual que me sucedió hace cuatro días con Corto Maltés, con ciertas novelas uno vuelve brevemente a esos años en que las páginas de un libro nos absorbían con una historia de amor en la que el amor es lo que menos cuenta, una historia que es de amistad, de odio, de crueldad, de entrega, y de hombres y mujeres al borde de ese precipicio que es la antesala de la vida adulta, cuando dejamos de tragar lo que nos dan y tenemos que decidir qué vamos a hacer tragar a los demás.

 Bakú a principios del siglo XX

Eso es lo que sucede con Alí y Nino. Durante su lectura, uno recuerda esa idea, no por manida menos cierta, de que uno lee para viajar, para conocer otros mundos y épocas, para meterse en la piel de personajes que saltan de una encrucijada a otra y hacer de ellos un modelo que nos guíe en las encrucijadas de nuestra vida, para encontrar un sabio que nos explique el mundo, o para descubrir por adelantado algunos de los placeres y horrores que nos vamos a encontrar en este valle.
Ésas son, en fin, algunas de las ideas que uno creía olvidadas junto a la crema antiespinillas y que le vuelven a la cabeza con libros como éste.

 Las ediciones en inglés de Alí y Nino, así como la que publicó Debate en España en el año 2000, tienen el innecesario y engañoso subtítulo de Una historia de amor. (No sé si el título original también era así, aunque con la historia de la controvertida autoría de la novela, bastante misterio y polémica tenemos). Parece que algunos, por razones de márketing, han intentado vendernos este libro como lo que no es. Y no es una versión caucásica de Romeo y Julieta. No creáis tampoco a los que dicen que éste es un libro donde ellos encontrarán guerra y aventuras, y ellas, un apasionado romance que vence todos los obstáculos de la vida  y que hará que se le salten las lagrimillas. No los creáis porque aparte de machistas son unos embusteros. Este libro es, sencillamente, una extraordinaria historia de iniciación situada en un contexto de conflicto militar, político, cultural y religioso en una zona del mundo remota, pero clave, y en un momento de la historia cuyas consecuencias aún resuenan: 1917. Bakú, capital petrolera del mundo.

 Bakú. Pozos petrolíferos de los hermanos Nobel


Dicen que un buen libro presenta su idea central en las primeras líneas. Si esto es así, el primer párrafo de la novela, con el profesor discurriendo sobre los límites geográficos de Europa, Asia y Transcaucasia en particular, no podría ser más revelador. De esta guisa concluye dicho párrafo:

Así que en cierto modo depende de cómo os comportéis vosotros, niños, que nuestra ciudad haya de pertenecer a la avanzada Europa o a la atrasada Asia.

Alí Khan Shirvanshir, estudiante de familia noble musulmana, está enamorado de Nino Kipiani, princesa georgiana, y decidido a casarse con ella. Islam frente a cristianismo, sí, pero sobre todo, oriente frente a occidente. Observad el siguiente párrafo, ya en el meollo de la historia, y decidme si se le puede pedir más actualidad a esta historia:

... y como va a ser todo muy distinto, no necesitamos mendigar el favor de nadie. Gane quien gane esta guerra, saldrá débil del combate, cubierto de muchas heridas, y entonces nosotros, que no estamos débiles ni heridos, podremos exigir en lugar de pedir. Somos un país islámico, chiíta, y de la casa Romanov y de la casa Osman esperaremos lo mismo: independencia en todas las cosas que nos conciernen. Cuanto más débiles sean las potencias después de la guerra, más cerca estaremos de la libertad. Esta libertad brotará de nuestras fuerzas intactas, de nuestro dinero y de nuestro petróleo. Porque no lo olvidéis: el mundo nos necesita a nosotros más que nosotros al mundo.
 Enver Pashá, en un periódico inglés de la época

Muchos  explican la triste situación del mundo actual a partir de la fundación del estado de Israel o, remontándose más atrás, a raíz del movimiento sionista liderado por Herzl, pero lo cierto es que el fanatismo asesino podía perfectamente haber tomado el camino del Cáucaso:

Estaría bien asesinar a todos los rusos del país. Y no sólo a los rusos.  A todos los extranjeros, que hablan de modo distinto, rezan de modo distinto y piensan de modo distinto. En el fondo es lo que queremos todos, pero sólo yo me atrevo a decirlo. ¿Y después? Por mí puede gobernar Feth Alí. Aunque prefiero a Enver. Pero antes, el exterminio.

Hay que señalar, no obstante, que el autor huye de todo maniqueísmo. En las primeras páginas, Nino le expresa a Alí sus recelos ante su compromiso y su temor a que él la obligue a ponerse el velo y a pasarse las horas encerrada en un harén. Cuando el estallido de la Gran Guerra amenaza a su relación, el temor se hace aún mayor, y la propia Nino advierte:

¡Pobre de ti si me raptas!

Sin embargo, el acto que Alí comete y que, de manera paralela a los acontecimientos históricos, desencadena el principio de la tragedia, un acto noble y, sin embargo, despojado de cualquier tipo de heroísmo, lo causa la inesperada traición cometida por Nachararyan, armenio y cristiano.

 Bakú, a finales del s. XIX

El verdadero conflicto, pues, no es simplemente una guerra entre religiones, sino que tiene otras dos vertientes mucho más marcadas. Una es el conflicto personal de Alí, dividido entre su fidelidad a su fe y su amor por Nino. En realidad, Alí no parece especialmente fervoroso en su devoción, y su fe con frecuencia se confunde con el orgullo por su estirpe y con su amor a la ciudad de Bakú. En cuanto a su amor por Nino, no cabe duda de que es sincero, si bien en ella Alí parece amar sobre todo a la mujer independiente, culta y libre. Pero no hay que ver en ello un rechazo explícito de la fe islámica ni una rendición a los encantos occidentales. Más bien, se revela aquí el anhelo por parte del autor de una sociedad abierta y multicultural, a pesar de que Said (damos aquí por buena la teoría más aceptada al respecto de la autoría) fue un judío convertido al islamismo, en el que encontró un baluarte tanto contra el bolchevismo como contra la decadencia moral de Occidente. He dicho a pesar de, y no sé si debería ser debido a.

El Día de Ashura
¡Persia! ¿Debería quedarme aquí? ¿Entre eunucos y príncipes, derviches y locos? ¿Construir carreteras asfaltadas, crear ejércitos, ayudar a que Europa entrar un poco más en el interior de Asia?
 El conflicto de Alí se manifiesta sobre todo durante su estancia en Teherán, y en particular, en su participación en la ashura, el homenaje que los chiítas rinden a su mártir Hussein y durante el cual algunos se azotan, se flagelan brutalmente y se hacen cortes con machetes. La otra vertiente es mucho más prosaica y sucia: dinero y petróleo.

 La ejecución de los 26 Comisarios de Bakú, de Isaak Brodsky

Como ya he señalado más arriba, Bakú, antes de la Gran Guerra, era la capital mundial del petróleo. Era por ello todo un caramelo para las grandes potencias, desde un Imperio Otomano ya en clara decadencia hasta Gran Bretaña, pasando, por descontado, por la rusia de Nicolás II, de la que a la sazón Azerbaiyán formaba parte hasta su efímera independencia, capítulo perfectamente narrado en la novela. No es de extrañar, pues, que, junto a Alí, Nino, los Shirvanshir y los Kipiani, surjan constantemente en la novela nombres como los hermanos Nobel, Enver Pashá, el último gran líder de los otomanos; el Gran Duque Nicolás Nikoláievich, tío del zar y gobernador en el Cáucaso; o, por escoger uno al azar, el más que interesante Stepán Shaumian. Ante la posibilidad de que los musulmanes deban unirse a los armenios en su lucha contra los rusos, nos dice un personaje:

¿Quiénes son estos rusos? Un hatajo harapiento, anarquistas, ladrones. Su líder se llama Stepán Shaumián y es armenio. Un anarquista armenio y un nacionalista armenio se pondrán de acuerdo mucho más rápidamente que un nacionalista musulmán y un nacionalista armenio.

En efecto, Shaumián fue uno de los dirigentes del movimiento bolchevique en el Cáucaso, y, desde los altos cargos que ejerció, estuvo implicado en matanzas étnicas en retribución por el genocidio armenio. La llegada de los ingleses, que tiene lugar hacia el final de la novela y significó el fin de los 26 Comisarios de Bakú,  estuvo provocada por el propio Shaumián, que rechazó la ayuda británica para combatir a los otomanos, y que al final perdió la vida ante un pelotón de fusilamiento, a la espera de un telegrama que llegó tarde. Todo esto es sólo un pedacito de una historia complejísima y confusa que la maestría de Kurban Said nos deja lamer y nos invita a saborear con más deleite. Y bien vale la pena hacerlo...

Shusha, otro escenario de la novela. Aquí, en 1920, destruida tras el pogromo contra la población armenia

... porque historia, política, cultura y ficción se entrelazan de manera brillante en las páginas de Said, y cuanto más se pone uno a tirar de cada hilo, más se pasa las horas yendo de un enlace a otro. Cuando el armenio Nachararyan intenta mediar entre las dos familias para favorecer el matrimonio de Alí y Nino, ésta le narra a su amado las conversaciones en las que el armenio recuerda a los Kipiani los lazos que unen a musulmanes y cristianos, a Azerbaiyán y Georgia. En una de dichas conversaciones, surge el nombre del poeta Ilia Chavchavadze, bisabuelo de Nino, y uno se acuerda entonces de aquella magistral biografía del joven Stalin, en la que se nos hablaba del papel que jugó el poeta nacional georgiano en la vida y obra del futuro dictador, y de las sospechas sobre éste acerca del asesinato de su mentor.

 Griboyédov, quinto por la izquierda, en la firma del Tratado de Turkmanchái

Otra de estas escalofriantes y apasionantes historias que abundan en estas páginas es la del escritor ruso Griboyédov, el autor de El mal de la razón
Días después encontraron trozos de piel a las afueras de Teherán. Y una cabeza mordisqueada por los perros. Eso fue todo lo que quedó de Aleksander Griboyédov
Griboyédov, cuya esposa, hija del príncipe Chavchavadze, se llamaba precisamente Nino, era el embajador ruso en Persia. El Tratado de Turkmanchái, de 1828, en virtud del cual Persia cedía a Rusia el control de Armenia, Azerbaiyán y otros territorios del sur del Cáucaso, desató la ira del pueblo, que, enfurecido, sitió, atacó y saqueó la embajada, mató a toda la legación, y se ensañó en particular con Griboyédov, cuyo cuerpo acabó como hemos visto. La buena noticia es que Nikita Mikhalkov va a rodar una serie televisiva sobre Griboyédov, en la cual defenderá su tesis de que el autor ruso no fue linchado por una turba de musulmanes enloquecidos, sino que se trató de un complot organizado por los británicos. Dejando de lado las dotes detectivescas de un cineasta respecto a un crimen cometido hace dos siglos, Mikhalkov detrás de una cámara siempre es motivo de celebración. En todo caso, especulaciones aparte, la obra, si se lleva a cabo, está destinada a provocar controversia, dadas las actuales relaciones entre Rusia y las repúblicas caucásicas; la propia figura de Griboyédov, popular entre los armenios, pero no así entre los azeríes; las ideas políticas de Mikhalkov, ferviente defensor de Vladimir Putin, así como el hecho de que la presencia de los rusos en esa región a lo largo del XIX, como vemos desde el primer momento en Alí y Nino, siempre estuvo considerada por los rusos como una misión "civilizadora". Por si eso fuera poco, Mikhalkov se ha propuesto rodar en Nagorno-Karabakh, territorio disputado por Armenia y Azarbaiyán que se proclamó república independiente en 1991 y cuyo estatus como tal no ha sido reconocido por ningún estado hasta ahora.


Alí y Nino, del director Asif Kapadia


Más cine. Hace ya más de tres años (¡hay que ver cómo pasa...!), hablaba aquí de ese apasionante libro titulado El orientalista, en una entrada que prácticamente coincidía con la publicación de Alí y Nino en Libros del Asteroide. Recuerdo que os hablaba entonces también de la palabra "serialidad", acuñada por mi padre. Pues bien, hoy, otra de esas casualidades de la bloguería, esta entrada coincide con el inminente estreno de la película del mismo título, rodada en el mismo Bakú, y que llegará al Festival de Sundance en enero de 2016. Pura serialidad.

 La "estatua móvil" de Alí y Nino, en Batumi (Georgia)

 En definitiva, y volviendo al libro: venganzas, sangre, política, petróleo, guerras religiosas, fanatismo, matanzas, y una ventana abierta a las raíces de tantos conflictos actuales. Todo eso es Alí y Nino. Bueno, y también tiene un poquito de amor.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La balada del mar salado


¿Y esa suerte de la que presume le durará siempre?
Naturalmente, querida... Cuando era niño me di cuenta de que me faltaba en la mano la línea de la fortuna. Entonces cogí la navaja de afeitar de mi padre y ¡ZAS!...me hice una a mi gusto.
La vida está llena de tantas maravillas que es difícil atraparlas todas. Pasan por nuestro lado, las oímos, escuchamos su eco, vemos la estela que dejan tras de sí, les dedicamos unos segundos de nuestra vida y pasamos a otra cosa, mariposa. Y mientras volvemos a enfrascarnos en nuestras lecturas, nuestro trabajo, nuestra cuenta de facebook o nuestra paella, esas maravillas siguen su camino, indiferentes a nuestra indiferencia. Por fortuna, no se trata de irrecuperables puestas de sol ni de unos labios que esperaban a los nuestros, sino de libros. Y de eso, las bibliotecas están llenas.

¿Por qué había dejado pasar a mi lado a Corto Maltés sin prestarle atención? Puede que se deba a su ubicuidad, y es que es difícil no haberse cruzado alguna vez con el personaje o su creador. En otras palabras, Corto Maltés carecía de esa aura de hallazgo y descubrimiento que tanto me atrae y que me hace pasar horas en bibliotecas y librerías. A los que vamos de culturetas, no nos suele gustar ver las películas de las que todo el mundo habla, ni leer a esos autores que todo el mundo ya conoce y admira, porque, ¿y si al final resulta que nos gustan, y hemos estado todo este tiempo sin enterarnos? Así, este largo rechazo cabe achacarlo en parte a la pedantería, y en parte a que tanto el estilo de los dibujos como la impresión que me causaba el personaje me recordaban a esos cómics "adultos" que mis compañeros de instituto leían con avidez, con nombres como Richard Corben, Milo Manara o Moebius, a los que yo, que no había superado todavía la etapa Mortadelo, cogí cierta manía.

 Un Corto Maltés todavía por definir y lejos del apolíneo truhán en que se convertirá

Bueno, ya me he flagelado lo suficiente. Ahora emprendo el camino de la redención, porque si nunca es tarde para arrepentirse, enamorarse o aprender un idioma, mucho menos lo es para descubrir a Hugo Pratt y esta genial creación llamada Corto Maltés.

La vida de Hugo Pratt, de origen sefardí y veneciano de adopción, y en especial su juventud, le dio material suficiente para las aventuras que luego escribiría y, sobre todo, le confirió ese desarraigo que caracteriza a Corto. Cuando Pratt tenía diez años, su familia se fue a Etiopía, a la sazón ocupada por Mussolini. Su padre, soldado profesional, fue capturado por las tropas británicas y murió de cáncer un año después. Su madre y él fueron internados en un campo de prisioneros, y parece ser que fue allí donde el pequeño Hugo empezó a aficionarse a los cómics, que compraba a los guardias. Y baste eso como aperitivo para quien quiera profundizar un poco más en la vida del autor, algo que los afortunados que den con él podrán hacer con su libro de memorias El deseo de ser inútil.
 

La balada del mar salado es la primera de la serie de Corto Maltés, y es una extraordinaria novela de aventuras que nos recuerda lo mejor de Stevenson o Conrad. De hecho, está situada en esos mares del sur, antaño remotos, donde acostumbraban recalar aquéllos que querían decir adiós al mundo sin por ello renunciar a la vida. Allí nos encontramos, por ejemplo, con Rasputín, un personaje perverso, traicionero y tan carismático con el monje prodigioso que contribuyó a la caída del último zar. Del Rasputín real toma este personaje no sólo el nombre sino también el rostro, en lo que, si no me equivoco, es una de las características de la obra de Pratt, es decir, esa mezcla de inventiva e imaginación combinada con una precisa situación histórica y geográfica.

 La balada del viejo marinero, vista por Gustavo Doré

Sin ir más lejos, Umberto Eco, gran admirador de Pratt, dedica la introducción de esta edición a divagar sobre la latitud y la longitud de los puntos geográficos mencionados en la novela, así como sobre la posible fecha de las ediciones de alguno de los libros que vemos a los personajes leer. Entre éstos, destaca La balada del viejo marinero, ese maravilloso y enigmático poema de Coleridge, así como Moby Dick y otras obras melvillianas como Omú o Typee. Desconozco estas dos últimas, que por lo visto transcurren en los mares del sur, pero cabe señalar un rasgo revelador sobre las dos primeras. Tanto La balada... como Moby Dick tienen, como eje central, el bíblico castigo que pesa sobre sus protagonistas y que, salvando las diferencias, los obliga a vagar hasta el fin de sus días en una eterna y vana búsqueda, uno, como el judío errante, contando una y otra vez su trágica historia; el otro, y perdóneseme esta simplificación de lo inabarcable, enloquecido por cumplir su venganza contra el Mal.

 Damas y caballeros, con ustedes Corto Maltés

Una atmósfera parecida permea esta historia, donde, en más de un sentido, los personajes parecen ir a la deriva. En apariencia, la mayoría de ellos se mueven por dinero, pero uno no deja de intuir que la búsqueda del "gran golpe" que les permitirá pasarse el resto de sus días tumbado a la bartola como un Rajá no es más que una excusa, necesaria por otra parte, para poder seguir bregando, con nobleza o vileza, en esa mezcla de limbo y purgatorio que es el mar de la Polinesia. De la mayoría de los personajes no sabemos apenas nada, y sólo en las historias sucesivas nos permitirá Pratt ir atando algunos cabos. La primera aparición de Corto Maltés ante el mundo, por ejemplo, nos lo muestra en mitad del mar, crucificado sobre una precaria balsa. Ahí es nada. ¿Y cómo ha llegado hasta ahí? Un motín, se nos dice, sin más. ¿Y quién es, en el fondo, Rasputín? ¿Y qué decir de ese personaje de doscientos años de edad, mitificado por los nativos y llamado El Monje? 
Aventuras a porrillo

Al presentar esta obra, Umberto Eco, como hemos señalado, se centra (o se pierde gustosamente) en divagaciones cartográficas, pero La balada... da mucho juego para perderse por donde uno quiera. El camino más obvio es el de la guerra. Esta historia da comienzo justo antes del comienzo de la Primera Guerra Mundial, y transcurre durante los dos primeros años de la contienda. En este rincón perdido nos encontramos, por así decirlo, en la trastienda de aquella guerra, donde el Monje y sus discípulos se dedican al pirateo para hacerse con carbón que venden luego a los alemanes. Pero también podríamos desviarnos un poquito y, explorando la relación de poder entre las grandes potencias y las comunidades nativas, adentrarnos en el tema del colonialismo y sus consecuencias. Fijaos en este diálogo entre Corto y Cráneo, el líder indígena a las órdenes de Rasputín.
-Escucha, Corto: desde que los blancos habéis venido a estos mares, las cosas van de mal en peor. Vuestra presencia es ya inevitable. Lo que no admito es ver a mi gente mezclada en vuestras guerras. Estáis consiguiendo que los melanesios se sientan unidos por primera vez.
-Vaya, vaya. No sabía que fueras nacionalista.
-Llámalo nacionalismo, pero ya va siendo hora de crear una gran patria melanesia.
-¿Melanesia? ¿Y los polinesios?
-Ellos también.
Si supiera algo al respecto, me gustaría también hablar de aspectos más técnicos en la obra de Pratt, tales como su uso del claroscuro o su creatividad en la composición de las imágenes, pero una de éstas valdrá mucho más que mis palabras.


Se podría leer también como una historia de iniciación, donde Caín y Pandora Groovesnore, secuestrados por Rasputín, entran por la fuerza en un mundo descreído y cruel al tiempo que romántico. La evolución de ambos, desde su cándida malicia y testarudez inicial hasta su plena comprensión de lo sórdido que es este juego, revela una complejidad psicológica que hace de esta obra mucho más que una novela de aventuras. Por su parte, y tomando sólo uno más de los numerosos e irresistibles personajes, en el trágico capitán Slütter se oculta, sospechamos, alguien mucho más interesante que el arquetípico "malo bueno". Cualquiera de ellos, en fin, podría estar sacado de una novela de los siempre mencionados Conrad, Stevenson o Melville, pero tambien de Maugham. La balada... es gran literatura en viñetas.

Toda la serie de Corto Maltés, en la que volveremos a encontrarnos con muchos de estos personajes, abarca desde 1913, cuando sucede la historia que nos ocupa, hasta 1925, con un flashback a 1904-05 en que se nos narrará la juventud de Corto. Se me hace la boca agua al saber que, a diferencia de aquellos incondicionales que desde esta primera Balada... se entregaron a nuestro héroe en cuerpo y alma, servidor no va a tener que esperar años para leerlos. Alguna ventaja tenía que tener llegar tarde a la fiesta. Y si a los que no lo conocéis no he conseguido aún abriros el apetito, aquí os dejo con las primeras líneas de esta joya:

Soy el Océano Pacífico. El mayor de todos. Me llaman así desde hace mucho. Pero no es cierto que esté siempre así. A veces me enfado y la emprendo con todo y con todos. Hoy mismo acabo de calmarme de la última rabieta. Creo que barrí tres o cuatro islas y destrocé otras tantas cáscaras de nuez, de ésas que los hombres llaman barcos...
...Sí, este que veis no sé cómo consiguió librarse. Quizá porque su capitán, Rasputín, conoce el oficio o porque sus marineros son de las islas Fidji, o quizá porque han pactado con el Diablo. Pero esto no importa ahora. Hoy es "Tarowean", el día de las sorpresas. Y el de Todos los Santos, 1 de noviembre de 1913.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Judas y familia

Torcido, como todo en esta familia

Decía un ruso que, mientras todas las familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera. De ser esto así, sería un alivio saber que la desdicha de los Golovliov es única e intransferible.

La desgracia parece cernirse sobre algunas familias. Esto sucede sobre todo con la pequeña nobleza esparcida por toda Rusia, sin nada que hacer, alienados del flujo de la vida, y sin capacidad alguna de liderazgo. Bajo el régimen de servidumbre conseguían malvivir, pero ahora simplemente se quedan sentados en sus dilapidadas haciendas a la espera de que llegue el fin.

A Mijaíl Saltykov-Shchedrín se le define como un maestro de la sátira. Uno identifica dicho género literario con la crítica más cáustica y con el afán de ridiculizar determinados vicios personales o sociales. Unos ejemplos obvios serían Catch-22, la película Borat o Las aventuras del buen soldado Svejk, es decir, obras en las que -por lo menos a primera vista- prima el humor sobre todo lo demás. Por ello es difícil describir la obra maestra de Saltykov como sátira, pues la crítica a la sociedad, a la hipocresía, a la mojigatería, a la codicia, al despotismo y a la familia es de lo más oscuro y desolador que he leído en mucho tiempo.

No obstante, es posible que en la versión original sí fuera más evidente el carácter satírico de la obra, y que éste se haya perdido en la traducción (en mi caso, como veis por la foto que abre esta entrada, se trata de una versión algo antigua). De hecho, si os fijáis en las ilustraciones para la obra que a lo largo del tiempo se han hecho en Rusia, se observa un marcado tono caricaturesco y hasta grotesco en los retratos de los personajes.

Stepán, derrotado, humillándose ante su madre

Las dificultades de la traducción se hacen evidentes con el nombre del protagonista principal, Iúdushka, diminutivo de Judas. Dado que en español no existe dicho diminutivo, el traductor debe, bien inclinarse por dejarlo en Judas, como en mi versión en inglés; bien optar por "pequeño Judas", más fiel, pero que no es lo mismo (los matices y eso), o bien dejarlo en el original, que quizá sea lo más acertado. En todo caso, es incuestionable que este Juditas (¿veis qué mal suena?), comparado por algunos con Uriah Heep o Tartufo, es una de las más grandes creaciones de la literatura rusa del XIX, uno de esos personajes que acaban haciéndose más grandes que la propia novela que les dio la vida. Arnold Bennet iba más lejos y calificaba Los Golovliov como una de las diez mejores novelas universales. Esto de los rankings sabéis que no va conmigo, y menos si son tan hiperbólicos, pero no exagero si digo que ésta es una novela grandiosa, indiscutiblemente a la altura de los otros rusos.

A título de curiosidad, vale la pena señalar que la relevancia del personaje de Iúdushka, tanto en la literatura com en la sociedad rusa, fue tan grande que su nombre acabó siéndole endosado a Lev Davidovich Bronstein. Fue el propio Lenin quien consideró que el modo que tenía Trotski de solucionar los conflictos, con una cháchara untuosa e hipócirta, era muy parecida a las maneras de nuestro Judas, cuya falsa santurronería y hueca palabrería saca de quicio a cualquiera que pasa cinco minutos con él. Sin embargo, en el último momento Lenin, y quizá debido a las connotaciones antisemitas del nombre, se lo pensó dos veces, pues el artículo en cuestión no fue publicado y sólo se descubrió en 1932. Para entonces, con el Padrecito de los Pueblos en el poder, el temor a ser tachado de antisemita había dejado de ser un obstáculo, y Trotski cargó con el sobrenombre hasta el fin de sus días.

Nacido para traidor. Pero, ¿traidor a quién?¿A Cristo o a la revolución?


Los Golovliov narra los avatares de una familia de terratenientes dominada por la cicatería, el egoísmo, el rencor y la desidia. La hacienda familiar se encuentra en un lugar no precisado, pero se nos antoja un paraje remoto y desolado, al que nadie quiere ir si no es para morir. Sólo Arina Petrovna, la gélida e implacable matriarca, y su hijo Porfiry, el Juditas, también conocido como el Chupasangre, que son quienes con más grandilocuencia y aspavientos hablan de la Familia, sienten cierto apego por la casa y las tierras familiares. No se trata de un apego sentimental, desde luego, si no, más bien, fruto de la convicción de que, fuera de su ataúd, de un cadáver no queda ni la memoria. Por eso el resto de la familia no ve el momento de abandonar por siempre la casa: porque no es sino una tumba para muertos en vida.
Y Golovlovo era la muerte misma. La muerte cruel y voraz que acecha eternamente a su víctima.
No se trata, sin embargo, de una novela "rural", aunque sí podría describirse como una historia "de provincias". La historia de las dos huérfanas, por ejemplo, que se van de Golovliov para abrirse camino en el mundo del teatro nos muestra la otra cara de la pequeña nobleza rusa. Vemos entonces un mundo que apesta a vanidad y hedonismo, un hedonismo tan estúpido e irresponsable como la falsa religiosidad de Judas y que, en su caída, arrastra a las hermanas por teatros y pensiones de mala muerte, hasta concluir en una escena terrible.


 El pequeño Judas, cuando aún no se ha hecho con el poder.

Resulta interesante comparar esta novela con Apuntes de un cazador, de Turguénev, publicada un cuarto de siglo antes. Pese a que ambas obras tienen como telón de fondo la servidumbre y su abolición, no puede menos de sorprender el profundo humanismo de la obra de Turguénev, escrita de hecho antes de dicha abolición, y ver cómo, veinte años más tarde, otro autor nos ofrecía una visión tan decadente y deshumanizada de toda la sociedad, deshumanización de la que no se libran los, ayer, siervos, hoy criados. Otro de los aspectos que contrastan fuertemente en las dos obras es el retrato lírico y casi edénico de la naturaleza en Apuntes..., mientras que en Golovliovo no hay más que nieve y campos baldíos. Parece que, como sucede a menudo con los cambios sociales más profundos y trascendentales, la realidad, en este caso la incapacidad de la nobleza rusa para amoldarse a un sistema de producción agrícola racional, no tardó más que un par de décadas en hundir por completo aquellos sueños y esperanzas que inundaban la obra de Turguénev.

Judas Golovliov en la versión cinematográfica de Aleksandr Ivanovski (que por cierto podéis ver aquí. En ruso, конечно)

Mijaíl Yevgráfovich Saltykov acostumbraba firmar sus obras con el seudónimo Nikolái Shchedrín, y de ahí le quedó el apellido compuesto por el que se le conoce, un apellido que, me atrevo a sugerir, jugó en detrimento de la popularidad del autor en occidente. Y es que, al lado de Tolstói, Dostoievski, Gógol o Turguénev, no me negaréis que Saltykov-Shchedrín suena muy poco comercial. Quizá por ello, la versión española de Nevsky Prospects optó por dejarlo en Schedrín. En todo caso, llámese como quieran llamarlo, nuestro autor puso mucho de su propia vida en esta su obra maestra. Nunca ocultó, por ejemplo, que el irresistiblemente repulsivo Iúdushka estaba basado en su hermano Dmitri. Del mismo modo, y al igual que sucede con Arina  Petrovna al comienzo de la novela, la despótica madre de Saltykov tenía aterrorizado a su marido y a toda la servidumbre (en esto, bien poco se diferencia de la violenta y cruel madre de Turguénev). Al pequeño Mijaíl apenas se le permitía salir de casa, por lo que se pasaba los días encerrado. Consecuencia de ello fue, como hemos visto, que la naturaleza esté ausente de su obra, y que el niño fuera testigo constante de las condiciones de vida de los siervos. Fue probablemente entonces cuando arraigó uno de los motivos principales de toda su obra: en palabras del propio Saltykov, "el devastador efecto de la esclavitud legal sobre la psique humana".

Judas y la no menos arrebatadora Ulita

La lectura de esta novela depara más de una sorpresa, tanto en lo que se refiere al argumento como a su estructura. Ésta, por ejemplo, se nos antoja mucho más moderna de lo que algunos esperan de una novela del XIX, y quizá ello se deba al modo en que fue publicado. El autor publicó los cinco primeros capítulos de que consta hoy en forma de relatos separados, como parte de un ciclo titulado Discursos bienintencionados, y sólo después decidió reunirlos en forma de novela y añadir dos capítulos más. Y como vimos en Un héroe de nuestro tiempo, a veces este modo casi improvisado de publicar una obra le da a ésta un aire de modernidad muy poco decimonónico.

En cuanto a los inesperados giros que da el argumento, aquí el autor nos sorprende con el cruel modo en que los personajes sufren unas caídas tan duras y crueles sin siquiera haber gozado antes de una subida a unas alturas dignas de tal nombre. Ésta es una novela llena de hijos pródigos que, en lugar de abrazos, reciben de su progenitor una severa admonición, y que, en lugar de novillo cebado, han de conformarse con un plato de setas o un trago de vodka. Es una historia también de padres desnaturalizados que en vez de dar amor, ayuda y comprensión, limitan sus obligaciones paternas a tirarle un "hueso" al tarambana de su hijo. Y es, en definitiva, una novela que culmina de un modo, si no inevitable, sí coherente, el camino abierto por Goncharov y, en cierto modo, por Turguénev o incluso Dostoievski. Y por último, es también, sin duda, una obra que prefigura tanto a Chéjov como algunas de las grandes sátiras de la literatura soviética. Porque, después de todo, creo que sí, que, aunque negra como boca de lobo, esto es una sátira.

Póster de Iúdushka Golovliov

En definitiva, una novela impresionante, épica en su pesimismo, con antihéroes inolvidables e impredecibles y que demuestra, una vez más, lo inagotable que fue el siglo XIX en Rusia.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...