La segunda parte de Guerra y lenguaje no es sino un relato, o quizá tres, unidos por un vago nexo, sobre el arte y la destrucción del lenguaje. Historias extrañas, donde la incomprensión es la norma por la que se rigen, no sólo los diálogos o las acciones de los personajes, sino la estructura misma del relato. Algo de kafkiano tienen, aunque resulta cansino poner esa etiqueta a todo lo que resulta incomprensble. A mí me han recordado más a los relatos de Alfred Döblin, con una atmósfera densa, pesada, en la que sabes que no vas a penetrar del todo. En "Matuschka", que es como se titula esta segunda parte, leemos la historia de Hubert Matuschka, poeta cuya obra se basa en la misma destrucción de su obra poética. También la de la relación entre M., profesor de inglés y Emmerich Recht, su alumn, cuyo lenguaje burocrático y pseudopolítico resulta siempre delirante y lleva a M. a la locura.
Finamente, la atmósfera de absurdo y digresión alcanza dimensiones apocalípticas en el tercer relato, la historia del actor Thomas Skrein.
"En efecto, resultaba exraño. La reacción de los hombres y de las cosas. Éstas, fuera por su deformidad, fuera por haberse mantenido sorprendentemente intactas, carecían de nombre, y se ofrecían para ser renombradas."
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